Paraíso de Masoquistas (06)

Nadia es conducida a presencia del Coronel Ahmed, pero antes visita las ocho cámaras de tortura del Krak y allí es testigo de los tormentos a que se somete a las prisioneras. En la última de ellas se lleva una sorpresa.

Cuando sacaron a Nadia al patio de la prisión ya habían terminado de flagelar a la otra chica y se disponían a crucificarla. Nadia vio a la joven con la piel cosida a latigazos y restos de lágrimas secas en su cara. En ese momento se encontraba de rodillas al pie de la cruz, jadeando de cansancio y esperando sumisamente a que terminaran de preparar su suplicio.

Precisamente cuando vieron cómo traían a Nadia, los verdugos tuvieron una de sus perversas ideas.

  • Eh, vosotros, traed a la nueva aquí.

Nadia pensó muy excitada que quizá iban a crucificarla a ella también, pero sólo la querían para que les hiciera un pequeño servicio.

Uno de los verdugos la cogió de la nuca e inclinándola sobre los dos falos de la cruz le dijo.

  • Chúpalos y ensalivalos bien, así le entrarán mejor a tu compañera.

Como buena sumisa, Nadia obedeció al instante y se puso a felar los dos falos, uno después del otro, mientras los verdugos le palmeaban el trasero entre risas.

  • Se nota que es una profesional, mira cómo la chupa.  A Nadia le temblaban y bamboleaban los pechos al ritmo de la mamada, lo cual no hacía más que aumentar su deseo y el de los guardias y verdugos.

  • Sí, hoy el coronel estará más contento que de costumbre, dijo el oficial mirando el cuerpazo de la nueva en acción, teniáis que haber visto cómo gozaba con el enema ¡menuda puta!

Así tuvieron a Nadia un buen rato, chupando los dos falos con deleite y llenándolos de babas y saliva.

  • Vamos, ya basta zorra, no seas tan guarra, le dijo uno de ellos e incorporándola le dio una bofetada en las tetas.

Hecho esto, cogieron a la otra y se dispusieron a crucificarla. Para ello le hicieron subirse a una especie de banco para atarle los brazos al patíbulum bien separados entre sí. Entonces le quitaron el banco y la chica se quedó colgando  de las muñecas lo cual le hizo gemir de dolor.

Diligentemente la cogieron de las dos piernas a la vez y le empalaron en los dos falos por los dos agujeros.

  • AAAAAAHH

Cuando los dos falos la empalaron a la vez, la joven torció la cabeza hacia arriba y lanzó un largo gemido de placer. Gracias a Nadia, los falos estaban mojados y bien lubricados así que le entraron con cierta facilidad y sin hacerle demasiado daño.

Por último, le ataron los tobillos al stipe de modo que  quedó con las piernas dobladas como si estuviera en cuclillas. En realidad era una postura muy incómoda, ni sentada ni de pie, y en ella tendría que permanecer al sol durante cerca de seis horas.

Entre tanto, Nadia  sólo pudo ver los primeros minutos de la crucifixión pues tras unos minutos la llevaron a otro de esos edificios de piedra.

Una vez dentro, la arrastraron con cierta prisa por los estrechos corredores del edificio. Dentro de él se cruzaron con varias reclusas que realizaban tareas de limpieza. El hecho de ser prisioneras no les eximía de hacer ese tipo de trabajos, todas las reclusas tenían que limpiar por turno, eso sí, todas lo hacían  desnudas y encadenadas

Viendo que era nueva, todas miraban a Nadia con curiosidad para bajar inmediatamente la vista y seguir con su trabajo no fuera que los guardias la tomaran con ellas.

Asimismo, al pasar por el cuerpo de guardia encontraron a otra de las reclusas entreteniendo a los aburridos guardianes. Era una jovencita rubia de ojos azules, muy delgada y de pechos mínimos. No debía tener más de dieciocho o diecinueve años pero en ese momento estaba arrodillada y se la estaba chupando a un guardia como si llevara toda la vida haciéndolo. En la prisión o aprendías a chuparla bien o te llevabas un montón de castigos extra.

  • ¿Es está la mujer detenida en la plaza?, dijo el guardia sin interrumpir a la chica que tenía entre las piernas.

  • Sí.

  • Está bien, le corresponde el número 427. Y el tipo cogió un rotulador indeleble y le puso el número en la ingle. Al hacerlo el guardia se inclinó con cierta brusquedad  y la feladora perdió el control y no pudo evitar arañarle con los dientes.

  • Joder qué daño, cabrona, el tío le sacó la polla de la boca y le dio una bofetada que la dejó tirada en el suelo.

  • ¿Es que no sabes chupar una polla, zorra inútil?.  Ahora voy a tener que crucificarte,.... ven aquí imbécil.

  • No, por favor, eso no, me crucificaron hace sólo tres días y fue horrible, otra vez no, por favor, te la chuparé bien, te lo prometo.

Pero el guardia no tuvo misericordia, cogió a la pobre chica de los pelos y se la llevó hacia el patio para azotarla y crucificarla.

Los gritos de la joven se perdieron por el pasillo y los guardias cabecearon y decidieron seguir con Nadia.

Un poco más allá volvieron a encontrarse con el teniente Mahmud que se había adelantado unos minutos antes.

  • Un momento, al parecer  no hay tanta prisa, dijo el militar mirando a Nadia con deseo.

El Coronel está consultando unos documentos. Antes de llevarla hasta él, voy a enseñar una cosa a la nueva, yo me ocupo de ella.

El teniente cogió el mismo a Nadia del dogal y muy excitado se la llevó hasta un pasillo lateral.

Justo antes del pasillo había una especie de vestíbulo en el que cuatro mujeres colgaban del techo por sus pies como si fueran reses en el matadero. Las cuatro estaban atadas y amordazadas y les habían cubierto la cabeza con capuchas negras de cuero. Por lo demás exponían el resto de su cuerpo completamente desnudo, las rodillas fuertemente atadas entre sí y los brazos atados a la espalda y a una cuerda en torno a su cintura.

El teniente cogió a una de ellas y palmeándole el culo le hizo oscilar en el aire.

  • ¿Qué, se hace larga la espera, verdad?

  • Mmmmmhhh

La chica gimió algo incomprensible a través de su mordaza.

Nadia se preguntó a qué estaban esperando esas cuatro mujeres  colgadas cabeza abajo.

  • Por aquí preciosa, ven a ver esto,... te gustará. El teniente llevó a Nadia hasta un pasillo contigüo iluminado con unos neones. A los dos lados del corredor se alineaban  cuatro pares de puertas metálicas cada una con un ventanuco de cristal desde el que se podía ver lo que ocurría en el interior.

Nadia sintió un escalofrío al ver lo que había escrito sobre cada una de las puertas: Cámara de tortura, n. 1, Cámara de tortura n. 2, así hasta 8. Ya no se andaban con eufemismos en la prisión y habían decidido llamar a las cosas por su nombre.

Esa era otra de las “mejoras” que Ahmed había introducido en el  Krak, el número de prisioneras había crecido tanto, que ya no daban a basto con la sala de interrogatorios original, de ahí que  mandara condicionar esos ocho  espacios para ese tétrico uso.

Con cierto orgullo, el teniente quiso enseñar a la nueva reclusa lo que en ese momento estaba ocurriendo  en cada una de las ocho cámaras de tortura, pues todas ellas estaban ocupadas casi de continuo tanto de día como de noche. Nadia dedujo rápidamente que las cuatro jóvenes que colgaban de sus pies sólo estaban esperando su turno para que las mazmorras se fueran desocupando y entonces les tocaría a ellas pasar adentro y sufrir tormento.

Antes de dejarle mirar, el teniente le explicó que como media, las reclusas soportaban sesiones de tortura de cuatro o cinco horas en aquellas salas, sin embargo, éstas podían llegar a ser significativamente más largas con la ayuda de drogas y estimulantes.

Entonces el teniente cogió a Nadia con cierta brutalidad y abrazándose a su cuerpo le hizo mirar por el primer ventanuco. Mientras veía lo que ocurría dentro de la cámara de tortura n. 1 Nadia sintió las manos del teniente Mahmud recorriendo su cuerpo y acariciando su suave piel con avidez. Poco a poco la joven se fue poniendo muy caliente.....

La habitación en cuestión era una sórdida y deprimente mazmorra de ladrillo rojo. En el centro una espectacular rubia de botellazo con los brazos cubiertos de elaborados tatuajes llevaba horas de sufrimiento cabalgando sobre un pony  de madera hincado contra su sexo. La chica estaba amordazada con una cinta de cuero y otras cintas análogas ataban sus brazos entre sí y mantenían las piernas dobladas a ambos lados del pony. La chica tenía una piel muy blanca lo que hacía contrastar aún más las marcas rojas que le estaba dejando una delgada fusta.

Un tipo vestido con un pantalón y un chaleco de cuero sin nada más por debajo, era el encargado de administrar el castigo. Lo hacía de forma inmisericorde dando fustazos aquí y allá. Aquello debía ser tremendamente doloroso, pues la chica no dejaba de llorar ni gritar aunque desde fuera no se oía nada al estar la celda perfectamente insonorizada.

En palabras del teniente Mahmud, aquél sólo era un aprendiz y ni siquiera sabía muy bien cómo aplicar la tortura, pues la chica había perdido el sentido ya varias veces.

  • Cada vez necesitamos más verdugos, le dijo a Nadia, a veces los nuevos usan a las prisioneras para aprender practicando con ellas.

Seguidamente pasaron a la cámara número dos. En este caso cinco  verdugos estaban torturando a dos chicas a la vez. En realidad no se les veía la cara pues las dos colgaban de una barra horizontal situada entre sus codos y sus rodillas. Esto les obligaba a mantener el cuerpo doblado como un ovillo vasculando con  la barra como eje, con la cabeza hacia abajo y sus esplendorosos y redondos traseros expuestos a la vista uno junto al otro.

  • Los brasileños le llaman la “percha del loro”, dijo riendo Mahmud, mientras atrapaba una de las nalgas de Nadia y le hincaba las uñas. La joven respondió dando un respingo y mirando atentamente la tortura.

Un verdugo había escogido una fusta delgada y flexible y al parecer la usaba mejor que el primero a juzgar por los verdugones rojizos paralelos y equidistantes que las dos mujeres mostraban en sus nalgas y muslos. El verdugo debía ser tremendamente metódico pues Nadia pudo contar el mismo número de marcas en los cuerpos de las dos, seguramente les daba los fustazos por turno a cada una. Asimismo, pudo ver el esperma deslizándose de los orificios de las dos, signo de que esos bestias se las habían follado repetidamente durante la tortura.

Las dos chicas ni siquiera podían gritar a gusto, pedir piedad o insultar pues las habían amordazado con gruesas bolas de plástico. Una no sabría decir si lo que les caía de la cara eran lágrimas, babas o sudor. Las dos tenían el rostro rojo y crispado de tanto encajar.

  • Ja, ja, menudas putas, dijo el teniente mirando el esperma deslizarse por los muslos, seguro  que les gusta.

En la tercera cámara a la víctima le habían cubierto la cabeza con una capucha de cuero negro a través de la cual sólo se le apreciaban los ojos y la boca también amordazada. En este caso la mujer estaba crucificada en una pequeña cruz con la entrepierna cabalgando en una áspera cuña de madera sin cepillar. Tenía las rodillas dobladas y los brazos en strappado pasando por encima del listón horizontal. Dado que las muñecas y los tobillos estaban atados entre sí por una cuerda muy tirante, la joven debía estar experimentando intensos dolores en la espalda desde hacía rato.

Sin embargo la peor parte la estaban llevando sus pequeños pechos. A la chica le habían puesto una especie de sujetador metálico sin copas y en lugar de éstas tenía lo que aparentemente parecían  dos sacacorchos. En realidad eran unas  pinzas que se apretaban con sendos tornillos a los pezones estirándolos todo lo humanamente posible.

En este caso el verdugo no era ningún aficionado pues le había apretado los tornillos muy despacio hasta dejarle los pezones aplastados y estirados varios centímetros, de modo que parecían dos pellejos informes. La chica había gritado y llorado mientras le estiraban los pezones de esa manera tan bárbara pero para su desgracia no había llegado a perder el conocimiento.

Cuando Nadia miró dentro, el verdugo había pasado a la segunda fase del tormento calentando alfileres sobre la llama de una vela y atravesándole los pezones  con las agujas candentes.  El muy sádico lo hizo todo lo despacio que pudo disfrutando de los alaridos y convulsiones de su víctima que rezaba para perder el sentido.

Esta vez Nadia se puso aún más cachonda, sobre todo cuando el teniente la rodeó con sus brazos desde la espalda y se puso a pellizcarle y acariciarle sus propios pezones a la vez.

  • ¿Te imaginas que te hacen eso sin anestesia?, le dijo.

La joven no tenía que imaginar mucho, pues sólo tenía que ver cómo temblaba el cuerpo de la joven mientras le introducían la quinta aguja en el pezón derecho traspasándolo por su justo medio.

  • En cuanto tenga oportunidad yo mismo te haré eso a ti, le suspiró Mahmud al oído apretando sus pezones con saña.

  • AAAAHHH

Nadia gimió de dolor y de placer a un tiempo.

En la siguiente mazmorra, una chica rubia de abundante cabellera y pelo ensortijado se encontraba acostada sobre un potro de tortura completamente estirada y suspendida en el aire. En este caso, la joven estaba recibiendo las atenciones de cuatro verdugos a la vez. Los cuatro estaban desnudos como ella y dos de ellos se la follaban a la vez por la boca y por el coño. Otro verdugo  le daba de latigazos en el torso con un látigo corto de colas. A cada golpe saltaban pequeños fragmentos de cera sólida.

Entre tanto el cuarto verdugo estaba fundiendo más cera en un crisol para rociar otra vez a la joven de cera ardiente una vez le quitaran toda la fría.

La quinta cámara de tortura parecía una mazmorra medieval con grilletes en las paredes de ladrillo. En este caso tres prisioneras aguardaban su turno atadas a los grilletes con los brazos sobre su cabeza, totalmente desnudas  y amordazadas con cañas atadas entre sí en  sus extremos. Estas les atrapaban  la lengua manteniéndola fuera de los labios y haciéndolas babear de continuo. Además, para que no se “aburrieran” les habían colocado trampas para ratones en los pezones y en los labia.

A pesar de su propio dolor, las tres intentaban apartar la vista de lo que ocurría delante de ellas. No era para menos, pues en unos minutos les esperaba un atroz sufrimiento en manos de un sádico y metódico sicópata. Efectivamente delante de ellas había un aparatoso “trono de las brujas” sobre el que se encontraba sentada la cuarta víctima.

Esta lloraba y babeaba desesperada a través de su mordaza de cañas, mientras su rostro se desfiguraba de dolor.  Las protuberancias de madera puntiagudas de la silla se le clavaban por todo el cuerpo, pero lo peor con mucho era lo que ese sádico le hacía en los dedos de las manos.

En este caso el verdugo parecía occidental, alto y delgado, vestía de negro con un pullover de cuello alto. El hombre de pelo corto cano y mirada acerada y fría administraba la tortura con ciencia y sin pasión. Esta consistía simplemente en introducirle a la chica pequeñas alfileres bajo las uñas de las manos. En realidad no se las clavaba pues eso le hubiera hecho perder el sentido al momento, el tipo se conformaba con pincharle bajo las uñas.

Antes de empezar a torturarla le habían atado los brazos a las abrazaderas con solidas cintas de cuero y le habían colocado las manos con los dedos abiertos asegurándolos uno a uno con alambres.

La chica ya tenía dos alfileres bajo cada uña y el verdugo le estaba introduciendo en ese momento la aguja número veintiuno, presionando lentamente con el pulgar. Completamente inmovilizada e indefensa, la chica sólo podía agitar la cabeza inútilmente mientras lanzaba alaridos inaudibles desde el pasillo.

Esta vez Nadia sintió sudores fríos. A Nadia le aterrorizaba que le amenazaran con arrancarle las uñas y normalmente soportaba mal que se las pincharan, calentaran o apretaran con un aplastapulgares o algo parecido. Simplemente la joven masoquista no podía soportarlo.

Nadia no pudo verlo, pero esa chica aún soportó consciente quince agujas más y el lacónico torturador sólo la dejó en paz cuando ella perdió el sentido. Entonces le sacó las alfileres, la desató y fue a buscar a su segunda víctima.

En la sexta cámara, Nadia pudo ver el ingenio más aparatoso y sofisticado que el propio Ahmed había ideado para causar dolor a sus víctimas. Éste consistía en una celda transparente de medida similar a una cabina de teléfono llena de agua hasta los topes. Sobre ella colgaba la víctima, por supuesto desnuda y encerrada en una jaula antropomorfa cuyos hierros  apretaban sus carnes como si fuera un grill. La muchacha estaba aún empapada y tiritaba de frío. A Nadia le costó un poco darse cuenta por qué: En la jaula flotaban grandes pedazos de hielo.

Aprovechando que la víctima estaba empapada, el verdugo le administró repetidas descargas eléctricas con una picana y tras atormentarla así un buen rato, acciónó un dispositivo que hizo que la jaula se sumergiera poco a poco en la cabina. La víctima gritó desesperada hasta que su cabeza se sumergió también bajo el agua helada.

Mientras veía el gesto de desesperación de la chica a la que habían sumergido a través del cristal y las burbujas escapándose de su boca, Nadia escuchó cómo el teniente Mahmud le contaba cómo se podía regular la temperatura del agua de la cabina y lo mismo que ahora se utilizaba casi helada se podía calentar hasta literalmente “cocer a la víctima” en agua muy caliente como si fuera un huevo duro.

Temblando de miedo Nadia preguntó si habían sumergido ya a a alguna prisionera en agua hirviendo.

  • Aún no, contestó Mahmud, para eso tendrían que aprobar la pena de muerte y aún no se han decidido a hacerlo. Diciendo esto condujo a una aterrorizada Nadia hasta la séptima cámara.

En la penúltima mazmorra había otro potro de tortura más grande que el anterior muy adecuado para ser usado con dos víctimas a la vez. De hecho dos chicas gemelas se encontraban acostadas en ese momento una junto a la otra preparadas para el tormento. Las dos eran rubias, altas  y delgadas, de piel muy blanca. Nadia se fijo en sus pequeños pechos y sus diminutos pezones de un color rosa tan claro que casi no se distinguían. Las dos chicas parecían tranquilas y resignadas aunque debían estar excitadas pues de cuando en cuando se miraban una a la otra tratando de forzar una sonrisa. A su alrededor había cuatro verdugos preparándolo todo, pero al parecer aún no habían empezado con ellas.

En el suelo junto al potro aún se podían ver dos pantaloncitos vaqueros cortos, los tops de dos bikinis  y dos pares zapatillas deportivas. Pocos minutos antes ellas mismas se habían desnudado  y se habían acostado sumisamente en el potro dejando que las ataran a él de pies y manos.

Nadia miraba muy interesada los preparativos de la sesión, de pronto, un verdugo cogió las ropas y las echó al fuego mientras otros dos  empezaban a tensar el potro estirando los jóvenes cuerpos de las dos chicas a la vez.  El potro estaba inclinado 45 º y frente a él se encontraba un hombre occidental de unos sesenta años elegantemente trajeado que aparentemente asistía como espectador.

  • Ese tipo ha llegado hoy mismo al Kemed con esas dos, susurró Mahmud al oído de Nadia. Según se ha bajado del avión ha ido a la policía del aeropuerto y las ha denunciado a ambas por lesbianas. Dice que son sus dos sobrinas y que las ha traído a este país para que purguen sus pecados. Es extraño, ellas parecían acompañarle por su propia voluntad y han confesado sin necesidad de torturarlas que llevaban años haciendo el amor entre ellas y que aceptaban ser castigadas. Ja, ja, las han condenado a un año entero. No lo creerás pero en cuanto han oído la sentencia las dos han dicho  al juez que no podían esperar a mañana y que deseaban ser torturadas en el potro hoy mismo. Asimismo le han rogado  que su tío asistiera a su tormento y que le dejaran participar en él.

Mientras decía esto, el teniente acariciaba los muslos de Nadia rozando sus labia que estaban ya mojados de sus propios jugos.

  • Dios mío, las peras vaginales, susurró para sí  Nadia al ver cómo un verdugo limpiaba y engrasaba dos peras de metal dorado.

  • Sí zorra, veo que conoces esos juguetes, el propio viejo ha pedido que las usen con sus sobrinas, pero como te digo lo del potro lo han pedido ellas mismas.

El verdugo le dio una de las peras al viejo y éste la examinó  dando su visto bueno.

Justo cuando dejaron de mirar, los verdugos volvieron a apretar el potro y las dos muchachas gimieron a un tiempo de dolor y placer.....

La joven Nadia vio así lo que ocurría en las ocho cámaras de tortura mientras el sádico teniente le aseguraba que por supuesto ella misma pasaría por todas ellas.

Sin embargo en la octava mazmorra a Nadia le aguardaba la mayor de las sorpresas.

En este caso la víctima era una chica rubia y delgada a la que tenían atada a una silla eléctrica.

  • ¡María!, Nadia la reconoció al instante, era María, eso significaba que Luba debía estar también allí.

La pobre María estaba sufriendo el infierno en la tierra con los electrodos conectados a dos dildos metidos por el coño y por el ano y otros electrodos pinzados en el clítoris, los pezones y la lengua.

El cuerpo desnudo de María brillaba en ese momento intensamente por sus propios fluidos y por una pomada conductora de la electricidad que previsoramente le habían untado por todo el cuerpo.

  • Mira preciosa, dijo el teniente golpeando con el puño en el ventanuco, te voy a presentar a Ismail, el verdugo más cruel y sádico de la prisión.

Al oir el ruido, Ismail se volvió molesto por la interrupción. Sin embargo, al ver  que era el teniente dejó por un momento el transformador sobre la mesa y se dirigió a la puerta.

  • ¿Qué demonios?, dijo el verdugo muy cabreado, pero al ver a Nadia la cara le cambió de inmediato. Eh ¿de dónde sales tú preciosa?.

  • Es la nueva, la hemos detenido hoy mismo,.... indecencia y escándalo público.

  • Qué pena, dijo Ismail, acariciándole los pechos y arañándole los pezones empitonados, con esos cargos sólo pasarás un mes con nosotros.

Nadia torció el rostro y se puso roja como un tomate al tiempo que un escalofrío de placer recorría todo su cuerpo. Ismail le atemorizó y le gustó. En general a Nadia le gustaban las mujeres pero en el caso de los hombres prefería que fueran tíos gigantones, musculosos y muy muy sádicos,...... e Ismail lo parecía.

  • Ahora me la llevo donde el coronel pero al verla he imaginado que querrías conocerla mejor, si te parece, cuando Ahmed termine con ella te la traeré aquí y lo pasaremos  bien.

  • ¿Me van a torturar?, se atrevió a preguntar Nadia deseándolo.

  • Por supuesto, por supuesto, te torturaremos y te follaremos toda la noche, dijo Ismail retorciéndole la punta de los pechos con sus dedos.

  • AAAAH

  • Ya veo que los tienes muy sensibles, preciosa, ya se me ocurrirá algo que hacerte en ellos..

Nadia se estremecía de dolor y placer pues el tipo no sólo insistió en retorcerle los pezones sino que los estiró hacia arriba llegando casi a levantarla del suelo y obligándole a ponerse de puntas.

Por lo normal a Nadia le encantaba que jugaran con sus sensibles pezones, pero es que ese tío tenía los dedos de acero y parecía que se los iba a reventar.

  • ¿Te han torturado alguna vez en los pechos, preciosa?

  • Sí, siii.

  • ¿Qué pasa últimamente que sólo detenemos turistas masocas?, dijo Ismail al teniente.

  • No, no lo sé pero casi lo prefiero así, el teniente Mahmud decía esto empalmado sin poder apartar sus manos del suave trasero de Nadia.  Déjala ahora Ismail, Ahmed estará esperando, ya sabes que le gusta estrenar a las nuevas.

  • Tienes razón, más tarde disfrutaremos de esta preciosidad como se merece. Muy bien, no tardes dijo Ismail y entró otra vez en la cámara de tortura. ¿Dónde estábamos?, le dijo a María desde la puerta. Ah sí, ahora toca una descarga larga en el culo.

Nadia aún pudo ver el gesto angustiado de María mientras Ismail volvía a coger el transformador.

Nadia recorrió muy excitada los últimos metros que le separaban del despacho del coronel Ahmed. Cuando llegó a la puerta, el teniente golpeó con los nudillos.

  • ¿Sí?

  • ¿Da usted su permiso?

  • Sí, adelante.

(continuará)