Paraiso
Maria esta agotada de haber estado trabajando todo el día. Sin embargo, Claudia, su compañera de piso, tiene unos planes diferentes para esa noche. Una noche. Un bar. Nada puede salir mal, ¿no?
Abrió la puerta de su cuarto y se desplomo en la cama. Se había pasado todo el día entre gritos, rabietas y lloros de niños de 4 años. Sentía un dolor puntiagudo en las sienes y prácticamente notaba todo el cuerpo adormilado.
La luz del atardecer iluminaba toda la estancia y oía los pájaros cantando a través de la ventana abierta. Apoyo la cabeza en la almohada y cerro los ojos. Notaba como el sueño se iba apoderando de ella, poco a poco.
— ¡Vístete! Nos vamos de fiesta.— grito una voz detrás suya.
Se levanto de un brinco. Notaba el corazón a mil por hora e incluso dejo de respirar por unos segundos.
En la puerta estaba Claudia, su compañera de piso.
Iba vestida con un vestido negro que más que «vestido» podría llamarse una segunda piel de lo ajustado que era. Se había planchado el pelo y ahora su pelo rubio rizado estaba completamente liso hasta debajo del pecho. Además, se había pintado la raya del ojo profundizando su mirada azulada.
— ¿¡SE PUEDE SABER QUE TE PASA!? ¡CASI ME DA UN INFANTO! —. grito agarrándose el pecho con una mano—. ¿Y esas pintas? ¿a dónde vas?
Claudia ignoro los gritos y adentrándose en la habitación se sentó en una esquina de la cama, apoyó las manos en el colchón y cruzó las piernas. Se la quedo mirando con una sonrisa maliciosa.
Marta sabia lo que significaba aquella sonrisa. Era la misma sonrisa que había puesto cuando tomando una cerveza en el «Montaditos» de la plaza había sugerido que sería buena idea robar el cubo de las cervezas. A pesar de las numerosas negaciones, solo hacía falta echar un vistazo al salón, mirar la mesa de cristal del centro y observar el gran cactus en cuyo macetero se podía leer: Bar 100 Montaditos, para saber quien se había salido con la suya esa noche.
— Querrás decir a donde vamos…
— No. Quiero decir a donde vas. No pienso moverme de aquí… —. Replico cogiendo la silla del escritorio y sentándose enfrente de ella—. Estoy súper cansada, tía. Acabo de venir de currar y lo que menos me apetece es salir de fiesta por ahí.
Claudia frunció el ceño levantándose de la cama y poniendo los brazos en jarra. No pudo evitar compararla con un poderoso titán subida en esos inmensos tacones y con ese aura grandilocuente.
— ¿Acaso eres una ancianita? ¡Venga ya! Solo tienes veinticinco años. Disfruta un poco de la vida.
— ¿Y no la puedo disfrutar otro día? Estoy muerta.
— No. ¡Venga, hombre! Mañana no tienes que trabajar. Además… quiero enseñarte un sitio que te va a encantar.— dijo con voz suplicante.
La observo con detenimiento. Claudia nunca se había comportado de ese modo para que salieran juntas. Si bien es cierto que desde que se mudo cuatro meses atrás habían hecho bastantes migas nunca la había llegado a insistir para tomar algo, más bien solía suceder lo contrario. Era ella quien tenía que ir hasta su cuarto y arrastrarla al bar. Casi siempre se la pasaba durmiendo. Algo normal si trabajas en un local nocturno.
— ¿Qué sitio?
— Ya lo verás cuando estemos allí—. Sonrió con un aura de misterio—. Estoy segura de que te va a encantar.
Suspiro. Sabía que iba a ser imposible negarse, así que asintió con cansancio y se levanto no sin cierta dificultad.
— Así me gusta. ¡Ponte guapa! —dijo antes de salir por la puerta.
Rodó los ojos y abrió el armario. Estaba tan cansada que parecía que la habían dado una paliza. Aún así pensó en lo que le había dicho Claudia. Es cierto que últimamente se estaba comportando como si de una ermitaña se tratara. Apenas salía de casa y cuando lo hacía era para rellenar la nevera vacía.
Dejo la percha que había cogido en su sitio y salió del cuarto rumbo al baño. Necesitaba urgentemente una ducha si no quería quedarse dormida en medio del bar.
Media hora después se contemplaba en el espejo de cuerpo entero de su dormitorio. Claudia la observaba desde la puerta. La había obligado a cambiarse de ropa tres veces hasta que por fin encontró un conjunto de su agrado.
— ¡Madre mía! Estas guapísima—. Dijo con una gran sonrisa enseñando los dientes.– Vas a arrasar.
Marta volvió a mirarse de arriba abajo.
— ¿Estas segura? No se, tía. ¿No lo ves demasiado?
— ¿Demasiado?
— Buf, tía. Parezco un putón verbenero.—murmuro frunciendo el ceño
— No digas tonterías—. Meneo el brazo quitándole importancia al asunto—. Estas como un tren. Ya va siendo hora de que te saques un poco de partido y dejes de usar esa ropa de monja.
Le lanzo una mirada de odio. Estaba claro que no vestía muy provocativa, pero tampoco como para decir que vestía como una monja. Además, trabajaba en un colegio privado, tenía que dar cierta imagen.
Se imagino por un momento que una de las profesoras más antiguas la viera vestida de ese modo. Esbozo una pequeña sonrisa. Seguro que le daría un infarto.
— ¿Ves? Si a ti también te gusta. No me digas que no. Estas espectacular —confirmo levantándose y saliendo por la puerta. Cuando regreso de vuelta, Marta seguía sin poder apartar los ojos de su reflejo—. Y ahora solo tienes que coronarlo con estos impresionantes tacones.
Desvió la mirada hacia Claudia y no pudo evitar a negar repetidamente con la cabeza.
— No…no…no y no. No me pienso poner esas «armas letales»
— ¡Oh, venga ya! Por supuesto que si y te aseguro que vas a estar impresionante. —volvió a negar—. ¡Venga! Hazlo por mi
Claudia ya estaba poniendo su cara de cordero degollado, así que volvió a suspirar y finalmente cogió los tacones y se los puso.
No quería admitirlo, pero la verdad es que cuanto más tiempo observaba su reflejo, más le gustaba lo que veía. Claudia la había obligado a que se pusiera un vestido azul marino de palabra de honor bastante corto que se había comprado hace dos años en un arrebato, pero que nunca se había llegado a poner y al que ahora conjuntaban unos zapatos negros de tacón de punta que la hacían una figura de lo más sexy, a pesar de haber cogido algún kilo de más con su sedentarismo. La había maquillado de tal modo que afilaba sus rasgos, pero a la vez le daba un aspecto más aniñado.
Nunca había estado tan guapa.
Después de un último vistazo se atuso levemente el pelo y cogiendo su bolso siguió a Claudia hasta la salida.
La esperaba una noche muy larga.
No sabia cuanto tiempo había pasado, pero seguía con los ojos abiertos como platos y la boca entreabierta.
— Cierra la boca. Te van a entrar moscas
Miro a Claudia. Se notaba que estaba disfrutando un montón de su reacción. Tenia los brazos en jarras y una sonrisa que la ocupaba toda la cara.
Volvió a mirar a su alrededor. Apenas podía pestañear casi, no quería perderse nada.
En el piso pidieron un taxi. Nada mas entrar Claudia le dio una dirección de una calle a la que nunca en su vida había ido. Supuso seria un local que la habrían recomendado a Claudia donde trabajaba. Ni siquiera sospecho nada cuando bajaron y se encontraron con una puerta negra de metal. Miro extraña a su alrededor observando la calle vacía, pero se tranquilizo pensando que quizás era un local construido en un sitio reformado. Ya había estado en otro por el centro, así que entro detrás de Claudia. Nada más pasar la puerta se encontraron con un hombre enorme de raza negra que parecía más un armario que un vigilante. Les informo que si deseaban entrar tendrían que pagar una entrada de cincuenta euros cada una. Le pareció un poco caro, pero quizás era un local exclusivo y ya sabía el precio excesivo que había en la ciudad. Pago de malos modos despidiéndose interiormente del billete y finalmente atravesaron otra puerta.
Una luz blanca cegadora impidió por breves segundos que pueda contemplar el local, pero cuando sus ojos se acostumbraron no podía creer lo que estaba viendo. Tuvo la tentación de frotarse los ojos para cerciorarse que no era algo que su sucio cerebro había creado, pero se contuvo. Claudia la había maquillado tan bien que no era plan de estropearlo en un momento.
Miraba a su alrededor sin creerse todavía lo que estaba viendo.
Al parecer habían entrado en alguna especie de club nocturno. Estaba bastante oscuro de no ser por algunas luces tintineantes que le daban cierto aire misterioso y porque no decirlo sensual. Una barra enorme ocupaba casi todo el espacio y a su alrededor varias mesas distribuidas. En el fondo de la sala había una especie de escenario vacío en esos momentos y justo al final de la barra unas escaleras de mármol que daban a la planta de arriba.
Todo eso podría haber parecido de lo más normal, de no ser por la gente a su alrededor. La mayoría de ella tenía poca o escasa ropa. Vestían de cuero, de licra, con finas sedas o incluso algunos hombres con una especie de correas que se distribuían por todo su torso.
Mientras observaba todo a su alrededor, no pudo evitar fijarse en una pequeña chica que se arrastraba lentamente de manera sexual hasta un hombre con un puro y una copa en cada mano.
El hombre la miro con una ligera sonrisa maliciosa y se abrió de piernas, permitiendo a la chica colarse entre ellas.
Ella le miro como pidiendo permiso y a pesar de que el hombre no había abierto la boca, sonrió y abrió su bragueta sacando su polla en medio del local.
La chica ni se lo pensó y enseguida poso sus labios sobre el glande succionando las gotas cristalinas que ya empezaban a formársele.
Se ruborizó. No pudo seguir mirando más y desvió la mirada hacia Claudia, quien la contemplaba con una mueca entre divertida y curiosa.
Marta trago saliva preparándose para hablar.
— ¡Por dios! ¿Se puede saber donde me has traído?
— ¿Te gusta? —. Pregunto sonriendo con ojos maliciosos—. Bienvenida a «El paraíso» y la verdad es que el nombre le viene al pego.
— Pero… —. Volvió a mirar a la pareja. El hombre había alzado la cabeza y cerrado los ojos por el placer, mientras la chica aun continuaba lamiéndole sin parar. Un calor comenzó a subir por su cuerpo y volvió a desviar la mirada—. ¿Esto que es?
— No te preocupes. Puedes mirar. Aquí no tienes que preocuparte de esas cosas—. La ofreció su mano invitándola a seguirla. Desvió su mirada de su mano a sus ojos. Se lo pensó durante unos segundos apunto de decirla que no, pero no supo porque finalmente acabo cogiendo su mano—. ¡Eso es! Vamos a tomar una copa y te lo cuento todo.
La guio hasta la barra. Un camarero con el torso descubierto les sonrió desde la otra esquina. Le contemplo detenidamente. Llevaba puestos unos pantalones de cuero que se pegaban a su piel. Se había untado algún tipo de aceite y tenia la piel con un brillo reflectante que por un momento le dieron ganas de pasar la lengua por él. Se sintió avergonzaba por ese pensamiento y bajo la cabeza.
— Buenas noches, bellas damas. ¿Qué van a tomar?
Alzo la cabeza. Le tenia justo enfrente y la sonreía enseñándole sus blancos dientes. Era un hombre muy atractivo de cabello oscuro y ojos verdes. Llevaba una barba de tres días y un piercing en la ceja. Todo en él le confería cierto aire sexual y a la vez peligroso.
Normalmente Marta huía de ese tipo de chicos.
— Eh… yo…
— Creo que mi amiga esta demasiado abrumada por el sitio, así que pediré yo por ella—. Interrumpió Claudia—. Dos gin tonics, Cameron. Muchas gracias.
Marta observo a su amiga con curiosidad. Iba a abrir la boca cuando Cameron hablo llamando su atención:
— ¡Vaya! Con que es tu primera vez—. Asintió ruborizándose por momentos—. No te preocupes, es normal sentirse un poco fuera de lugar la primera vez. Pero tranquila no comemos…—hizo una pausa de unos segundos—. Aún
Marta no daba creído. Antes de alejarse para servir la comanda, Cameron la guiño un ojo provocando que se sonrojara.
Dio internamente las gracias por que el sitio estuviera tan oscuro que se impidiera ver lo roja y avergonzaba que se encontraba en esos instantes. Sin embargo, hizo un esfuerzo supremo por apartar la vista de ese chico tan sensual y miro a Claudia.
— ¡Lo se! ¡Lo se! —. Dijo moviendo su mano de arriba abajo—. Se que te debo una explicación.
— ¿Y bien?
— Bueno… como habrás comprobado ya he venido antes aquí… En realidad he venido bastantes veces. Este sitio es un club de BDSM. Se que nunca hemos hablado de ello, pero pensé que quizás te podría gustar. Te ayudaría a soltarte un poco.
— Perdona… ¿Has dicho que es un club de…?
— De BDSM—. Se quedo mirándola como si la hubiera dicho que la gustaban los lagartos como mascotas. Claudia sonrió—. Se que quizás es mucha información de golpe…
Desde que habían entrado se había formado en su cabeza un pequeño discurso sobre lo que preguntarle y decirle a Claudia, pero estaba tan abrumada por todo lo que estaba pasando a su alrededor que no pudo tan siquiera abrir la boca. Oía como jadeaba el hombre de antes, próximo a donde estaban ellas apoyadas, los ruidos que hacia la chica al succionar y como el camarero se acercaba a ellas con un caminar casi gatuno y esa expresión de “Yo soy el que manda” que la estaban dejando completamente bloqueada.
— Yo… yo…
— ¡Escucha! —. Cogió su cara y la obligo a mirarla fijamente—. Te lo explicare todo a su tiempo. Pero últimamente te he visto mas apagada de lo normal. Solo quería que por una noche desconectaras de todo y te relajaras. Escúchame. Si quieres que nos vayamos solo hace falta que me lo digas, pero creo que deberías darle una oportunidad al sitio. Bébete la copa, date una vuelta… no se… investiga un poco. Quien sabe, quizás te sorprenda.—murmuró finalmente con una sonrisa maliciosa.
Cameron coloco enfrente de ellas las dos copas y se separo unos pasos. Después de un minuto mas sin parar de mirarse, finalmente Claudia la soltó y girándose cogió la copa, se levanto y se fue. No sin antes lanzarla una sonrisa y mirada de animo.
Marta aun no sabia como reaccionar ante esa situación. Se suponía que habían ido a un nuevo bar a tomar algo y en realidad su compañera de piso la había llevado a un especie de club de alterne en el que podía follar la gente.
Había oído lo que era el BDSM. Incluso se había leído algún libro sobre el tema, pero en la vida habría sabido que iba a acabar en un sitio donde se practicara.
Lanzo a Claudia un vistazo una ultima vez antes de que desaparecer tras las escaleras. Miro a su alrededor. El local parecía que no se había llenado del todo y dio mentalmente las gracias por ello. Notaba alguna que otra mirada a su persona y se sentía como un conejillo enfrente de una jaula de lobos hambrientos.
Trago saliva. Tenia la garganta completamente seca y la sudaban las manos.
— Tranquila
Desvió la vista al frente. Cameron se había acercado sin que se diera cuenta y ahora le tenia delante apoyado en la barra, tan solo separado de ella por unos centímetros. Abrió los ojos como platos y instintivamente se separo de él.
— Tranquila—. Repitió—. Nadie te va a asaltar. Estas muy tensa.
Se sintió avergonzada de la forma que se había retirado.
— Tienes razón. Perdona—. Cameron le acerco con un leve gesto la copa. Sonrió y la cogió dando un pequeño sorbo—. Estoy un poco sobrepasada por todo… Es la primera que voy a un sitio así y es como que no se como comportante. Temo hacer el ridículo.
— Pareces una chica muy dulce, así que te voy a dar un pequeño consejo…—. Se acerco a él intrigada—. …bébete la copa y disfruta de la noche sin pensar en nada más.
Soltó una carcajada.
— ¿Ves? Ya estas mucho mas relajada—. Un hombre al otro lado de la barra hizo señalo su copa con el dedo—. Tengo que irme. Hazme caso. Bebe y disfruta.
— Si… tienes razón.
Cameron se fue a atender al hombre dejándola sola en la barra. Miro a su alrededor. La pareja había desaparecido y por un segundo se sintió decepcionada.
Movió la cabeza intentado quitarse ese pensamiento de encima y le dio un sorbo más largo a la copa. Quizás Cameron y Claudia tenían razón e iba siendo hora de que se soltara la melena un poco. Total, iba a ser una noche y nadie la conocía allí a excepción de su compañera de piso.
Pego otro trago y dejo la copa en la mesa. El alcohol la había ayudado a tranquilizarse y ya no se sentía al borde del infarto.
Decidió investigar un poco y dar una vuelta por el local.
El lugar se iba llenando poco a poco y aunque aun le resultaba extraño y en cierta manera violento ver como esas mujeres perfectas se paseaban semidesnudas con una confianza que ella carecía.
Subió las escaleras. Si la primera planta la había dejado sin respiración, la segunda ya era para que la ingresaran directamente en el hospital.
Aquello parecía la mazmorra enorme de un conde. Con un ambiente tétrico y medial se encontraban a su disposición un montón de artilugios que en una primera impresión pensó que se trataban de instrumentos de tortura. Había bancos inmensos en las paredes y al fondo un pasillo de lo que parecía ser un camino de puertas directas al infierno.
Trago saliva y bajo de nuevo a la primera planta. Si tenia que hacer aquello que fuera con una copa en la mano. Miro la barra y ahí seguía su copa a medio beber. Cogió el vaso y volvió a subir las escaleras. Le pareció ver sonreír a Cameron antes de perder la planta de vista.
Había un grupo de cuatro hombres trajeados en una esquina hablando tranquilamente con una copa, una pareja de un hombre y una mujer, en la cual la mujer había metido la mano por dentro del pantalón del hombre y masajeaba sensualmente su entrepierna y otro hombre solitario, que deduzco que estaba allí por las piernas que se asomaban detrás de una columna.
Allí arriba el ambiente se notaba mas cargado como si hubiera una niebla densa de olor a sexo, cuero y cigarrillos.
Nada más aparecer, todos se la quedaron mirando con un hambre que la creo un nudo en el estomago. Decidió sentarse en la esquina mas alejada a beberse la copa.
Uno de los hombres que estaba en el grupo se levanto y se acerco a ella. Debía rondar la cuarentena, pero a pesar de ello se intuía debajo del traje que se mantenía en buena forma. Tenia el pelo moreno peinado hacia atrás y andaba como si el lugar fuera suyo. No la dio muy buena espina.
— ¡Vaya! Un corderito nuevo en el corral—. Susurro sonriendo de medio lado—. Y… ¿como se llama el corderito?
— Emm… María
Se sentó al lado suyo. Demasiado cerca para su gusto, pero tenia una columna detrás de ella y apenas se podía mover.
— Um. María. ¿Y que te trae a nuestros dominios, María? —pregunto jugando con un mechón suyo
— Yo… bueno… yo…
La estaba poniendo muy nerviosa. Apenas le tenia a un palmo de ella. Tenia los ojos más azules que había visto nunca y una mirada que despertaba en ella un sentimiento de angustia. No sabia lo que tenia aquel hombre, pero no la gustaba nada. Emanaba un aura poderosa, pero a la vez aterradora.
— ¿Qué pasa? ¿Te ha comido la lengua el gato, corderito?
Se había arrimado a ella tanto que prácticamente tocaba con su cabeza la columna. Sintió una mano subir por su muslo acariciando su piel y no pudo evitar tensarse.
Quería apartarle la mano. Incluso levantarse de allí, pero estaba completamente paralizada. Vio como se lamia el labio inferior como si se estuviera preparando para comer un sabroso bistec.
— ¿Por qué no dejas de molestar a la niña, Macello?
Ambos se quedaron por un segundo quietos, aunque a María no le paso desapercibida la mueca de asco que hizo el tal Macello al oír esa voz.
Cuando se separo de ella pudo por fin ver quien les había interrumpido. Era el hombre más atractivo que había visto en la vida. Moreno de 1,80 y ligeramente bronceado. Iba vestido con unos pantalones vaqueros desgastados, unas botas y un chaleco de cuero con el torso al aire. Tenia una pequeña cicatriz cerca del ojo, que en vez de afearle el rostro le daban un toque de peligro que combinaba a la perfección con todo el conjunto.
— ¡Hombre! Mira quien esta aquí…—. Dijo con una sonrisa maliciosa—. Hola, Lykos. ¿Has perdido tu manada, lobito?
El hombre hizo una mueca en un intento de formar una sonrisa.
— No empecemos, Marcello
— ¿Y? ¿Qué puedo hacer por ti?
Marcello amplio mas su sonrisa. Se notaba que estaba disfrutando de la situación.
— Sabes muy bien que estas haciendo… Deja a la chica en paz. Se nota que no quiere estar contigo…
Le lanzo una mirada de odio.
— Bueno… por suerte nadie te ha pedido tu opinión. Así que, ¿por qué no te vuelves a tu madriguera y dejas a los demás divertirse?
Marta contemplaba la escena como si de un partido de tenis se tratara. Ella que no quería llamar la atención estaba siendo en esos momentos el centro de muchas miradas.
Por unos momentos deseo que se abriera un agujero en medio de la sala para poder desaparecer por el.
Observo al hombre que tenían enfrente. A pesar de las miradas de odio que le lanzaba Marcello, no había perdido la calma en ningún momento. Mostrándose incluso aburrido por la conversación.
— Si tan confiado te sientes…¿por qué no llamamos a Alfa y se lo preguntamos? —. Sonrió de medio lado—. Quizás el tiene otra opinión sobre esto…
Marcello se tenso nada mas oír ese nombre, aunque intento aparentar indiferencia. No sabia quien era ese hombre, pero si hacia ponerse nervioso a un hombre como Marcello, no estaba segura de que quisiera conocerlo.
— ¡Eres un hijo de puta! –gruño levantándose yéndose con su grupo de amigos.
— Lo se —. Susurro Lykos—. ¿Te encuentras bien?
Marta aun seguía contemplando a Marcello y la pillo de improvisto la pregunta. Le miro. Tenia unos ojos verdes sumamente penetrantes. Es como si pudiera leer todos sus pensamientos con el simple hecho de quedarse mirándola.
Se revolvió incomoda en el asiento.
— Eh…si. Esto…gracias
— No hay de que. Se veía que necesitabas que alguien te echara un cable —. Hizo un gesto con la mano señalando el banco–. ¿puedo?
— Ehh… Claro
Se acomodo a su lado. Llevaba una copa en la mano con un liquido cobrizo que no había visto al principio. Bebió un trago, dejo el vaso en la mesilla y se recostó en el banco.
María observaba cada gesto que hacia con sumo interés.
— Al final no le has contestado…
— ¿Perdona?
— A Marcello. ¿Que te trae a nuestros dominios, María? —. Repitió poniendo voz de pito.
Sonrió. Se fijo que él no le había llamado corderito, sustituyendo la palabra por su nombre.
Al parecer había oído la conversación desde el principio.
— Pues en realidad me ha traído engañada mi compañera de piso. Yo pensaba que estaba yendo a un bar
— ¡Vaya! Que maleducada
La cogió la cara alzando levemente su cabeza.
— Eh… yo…
Un ruido de correas les hizo girar la cabeza. La pareja se había levantado y ahora el hombre estaba atando a la chica a una especie de potro de madera.
— ¡Vaya! Parece que hoy tenemos espectáculo.—susurro con una mueca divertida.
— ¿Espectáculo?
No contesto. Hizo un gesto hacia la pareja.
María les miro con curiosidad. La chica estaba reclinada sobre una especie de potro, parecido a aquellos que solía saltar cuando hacia gimnasia en el colegio. El hombre le había atado de brazos y piernas, obligándola a poner el culo en pompa. Paso suavemente los dedos por el tejido de su falda.
Sin más alzo la prenda, quedándose con un pequeño tanga que apenas la cubría nada.
— ¡Por dios! .—susurro llevando su mano a la boca.
Lykos sonrió, pero siguió callado observando la escena.
De vez en cuando daba algún sorbo a su copa. María estaba impresionada de la tranquilidad con la que observaba como el hombre que tenían enfrente pasaba los dedos por el coño de la chica.
Aun no le había quitado el tanga, pero desde donde estaban se podía ver la humedad que empezaba a cubrir la prenda.
El hombre alzo la vista, guiñándole un ojo a Lykos, quien le respondió con un movimiento de su copa.
Miro curiosa a Lykos. La verdad es que era un hombre que imponía bastante. Podría pasar perfectamente por un mafioso o un sicario a sueldo. Sin embargo, no sabia porque pero no le producía el mismo rechazo como le había pasado con Marcello.
Volvió de nuevo la vista hacia la pareja. La había quitado el tanga y ahora se mostraba hacia ellos como dios la trajo al mundo. El hombre paso suavemente los dedos por su vagina mojándose los dedos con sus fluidos provocando a su vez que ella jadeara. La cogió el pelo alzándola la cabeza y la obligo a chuparle los dedos.
Veía como la chica cerraba los ojos suspirando cada vez que la tocaba y por primera vez desde que había llegado al local sintió envidia.
El hombre saco del bolsillo un objeto que no logro ver desde su posición, pero si pudo contemplar como se lo introducía lentamente.
En su vida había visto algo tan obsceno como eso. Ni siquiera sus mejores amantes la habían llegado a mirar como lo estaba haciendo ese hombre a su pareja. La chica se retorcía entre gemidos que intentaba acallar mordiéndose el labio inferior.
— ¡Madre mía!
— ¿Te has puesto cachonda, verdad?
No contesto. No podía apartar la vista de ellos. Era como si una fuerza invisible le impidiera tan siquiera pestañear. Sentía un calor abrumador subirle por todo el cuerpo, como si hubieran encendido la calefacción al máximo.
Una mano se poso en su muslo desnudo pillándola de sorpresa. Intento girar la cabeza, pero Lykos se lo impidió.
— Shhh… tranquila. Sigue mirando…
La mano empezó a subir lentamente hasta alcanzar sus bragas. No se había dado cuenta hasta ese momento de lo mojada que estaba. En cuanto rozo su coño un jadeo salió de su boca sin poder evitarlo.
El hombre le había extraído el juguete y ahora se lo introducía poco a poco en el ano gracias a sus fluidos.
Lykos aparto sus bragas e introdujo un dedo en su interior. Cerro los ojos mordiéndose el labio. Oía de fondo el zumbido del aparato que la chica tenia dentro.
— Eso es. Déjate llevar…
Su voz profunda y calmada no hacia sino que ponerla más cachonda. Había posado un dedo en su clítoris y cada vez que lo rozaba sentía calambres por todo el cuerpo. Se había acercado más a ella y notaba su aliento calentando su cuello y un olor a jazmín.
— Que mojada estas, niña. ¿Quieres correrte?
Asintió con la boca entreabierta.
Abrió los ojos encontrándose con una escena que por poco hace que se corra. El hombre se había bajado los pantalones y estaba penetrando a la chica con un ritmo constante y profundo, mientras no paraba de mover el aparato de su ano. La chica no paraba de gemir con la cara roja y ligeramente sudada.
— ¿Te gusta verdad? —. Volvió a asentir tragando saliva—. Imagínate que fuera yo. Estoy seguro que gritarías como una buena putita, pidiéndome mas con la mirada. Pero yo no dejaría que te corrieras tan fácilmente. No. Te lo tendrías que ganar. Quizás con una buena mamada. Seguro que haces buenas mamadas con esa boquita de fresa que tienes…
Lykos no paraba de susurrarla, diciendo cada vez mas obscenidades. Estaba segura que había mojado el tapizado del sillón con sus fluidos, pero no podía parar. No quería que parara. Era algo tan sucio, tan… lascivo. Que solo podía pensar en que siguiera tocándola, susurrándola, llevándola a un lugar que no había llegado a conocer nunca, lleno de pasión y sexo descontrolado.
Introdujo otro dedo en su interior y ya no pudo soportarlo más. Cerro los ojos y grito. Grito sin voz, expulsando todo el aire que llevaba conteniendo sin darse cuenta mientras tensaba su cuerpo atrapando con sus piernas la mano de él. Y ya cuando su cuerpo no dio mas de si, se apoyo en él. Reposando en su amplio pecho mientras volvía a cerrar los ojos y disfrutaba de las ultimas contracciones de su orgasmo.