Parafraseando mi vida (2)

Segunda parte de la novela. Un día más en la vida de nuestro extraño y excéntrico personaje. Espero que esta vez la gente que lea esto pueda dejar un breve comentario crítico. Constructivo pero crítico.

No sé si por pura casualidad o por un guiño del inexistente destino, hoy he tenido un día remarcable e interesante. Será mejor que empiece ya a contarlo, antes de que se me olviden los detalles, que son la esencia de todas las cosas.

Esta mañana no hubo pitido que me despertara, sino una llamada telefónica. Asustado me levante de la cama, puesto que una llamada fuera de lugar solo suele ser el presagio de una mala noticia. Caminé hasta la sala de estar y descolgué el teléfono tragándome la saliva que empezaba a acumularse en mi boca, pensando en lo peor. Es extraño que se suela pensar en lo peor cuando, por la misma regla de tres, podría esperarme una gran alegría. En este caso no había sido necesario comerme la cabeza pensando en qué desgracia se avecinaba. Me di cuenta de que nada malo ocurría en cuanto Ana me saludó desde el otro lado de la línea. Una voz tan viva y alegre no podía decirme nada malo. Fue una alegría escuchar a Ana, y no me extrañó que me llamara de buena mañana, puesto que ella sí trabaja, aunque también mira al cielo de vez en cuando… En todo caso, me quería recordar que habíamos quedado por la tarde, después de que ella acabara su turno en la recepción del hospital. Gracias a Dios que me llamó, ya no me acordaba.

Tras colgarla, después de cuatro palabras mal contadas. Me di cuenta de que era un desastre. No tenía nada en que pensar, ninguna obligación establecida y, en cambio, me olvidaba de las pocas citas que tenía. Con cita me refiero a un café, entiéndase que es el resultado de una citación. Pero Ana me lo había recordado y, de paso, había despertado en mí una sonrisa fresca y casi arcaica. No sonreía demasiado a menudo.

Tal vez no esté de más explicar quién es ella. Es difícil comenzar a describir a una persona, sobre todo cuando uno mismo ya la conoce y faltan palabras que la definan. Es complicadísimo reducir todo lo que una persona es a simples palabras que todos entendemos de manera similar, pero distinta. Yo optaría por decir que Ana es una chica alegre, alta y esbelta. Sí, eso seguro que hace que imagines a Ana bastante similar a la que yo tengo en mente. Era morena y llevaba un cabello que le llegaba hasta los hombros, más o menos, peinado de tal manera que, de vez en cuando, su flequillo tapaba uno de sus ojos color miel. Tendría muchísimas más cosas que explicar de ellas y algunas de ellas no pueden siquiera escribirse así que me conformaré con que cuando se lea se pueda imaginar a alguien que se le parezca, al menos en su aspecto. La conocía desde hacía un par de años, desde que trabajé en el hospital. Trabajaba ordenando ficheros, básicamente ordenaba los historiales de los pacientes que ya se habían recuperado pero sus fichas no se perderían en el tiempo. Me gustaría pensar que lo que hice durante esos seis meses fue solo hacer que las vidas de esas personas no se evaporaran con el tiempo, pero no creo que sea muy acertado si lo que ponía en las fichas era un listado de enfermedades y alergias. Sea como sea, la conocí allí. Estaba sentada cada mañana en la recepción, dispuesta a dar hora y cita a todo aquél que lo necesitara, incluidos aquellos cascarrabias de la tercera edad que parecían no tener más entretenimiento que analizar una y otra vez su cuerpo por si algún virus había decidido parasitar. Nunca he sabido a que se debe eso de "tercera edad"…Parece ser que esos obreros que se dedican a ponerle nombre a las cosas quieren identificarlo todo con números, sin comerse demasiado la cabeza en buscar un nombre bonito o significativo, y se resignan a poner una fría cifra que no expresa nada pero que es absolutamente objetiva. Es más, también existe un "tercer mundo" pero no tiene relación alguna con la tercera edad. Lo que sí comparten es que nadie conoce ni la segunda edad ni el segundo mundo, solo hay una barrera infranqueable que hace que nos sintamos distanciados de la vejez y la pobreza. Que obreros más hipócritas.

No hablé con Ana hasta pasado un mes de trabajo allí. No lograba acercarme a saludar porque jamás tenía ideado ningún tema de conversación que le diera sentido al saludo. Pero finalmente, una mañana la saludé. La saludé porque quería una cita con el médico. Las lluvias de invierno me habían constipado y mi garganta se resentía. Poco a poco se curó mi garganta y seguimos saludándonos sin más finalidad que regalarnos una sonrisa.

Por suerte ella era bastante atrevida. Quiero decir que no tenía la paciencia para esperar a que yo le hablara, y creo que fue ese el motivo por el que todavía hablamos. Pasados los seis meses me fui del hospital, con una amiga en el alma y su número de teléfono en un papel.

Hacía mucho que no la veía y es por eso que no sabía cómo esperar hasta la tarde, hasta que acabara de trabajar. A decir verdad estaba nervioso. Cuando quise darme cuenta estaba dando vueltas por mi salón, mirando al techo y dando vueltas en qué hablar con Ana. Tendríamos mil cosas que contarnos, hacía más de un mes que no nos encontrábamos; pero mi vida seguía siendo igual, seguía siendo aburrida y llana. Por eso quería tener algún tema de conversación para aquella tarde. ¿Sabría ella porqué los niños acaban siendo aburridos mayores que corren por las calles a grandes zancadas? Mejor no preguntar, siempre me contestaba con una frase dura con su voz tierna: "qué raro eres".

Por fin llegaba la hora. Ya llevaba más de media hora vestido y peinado frente al reloj esperando a que las agujas me dejaran marchar. No quería llegar demasiado pronto pero tenía tiempo suficiente como para no tener que ir corriendo cual trabajador-hormiga.

Tan solo tuve que esperarla diez minutos. Fue justamente un anciano de la edad que muchos llaman tercera el que la entretuvo porque quería ver urgentemente al médico y que le mirara a que se debía que su garganta estuviera tan reseca. Cuando se hubo cambiado y se deshizo de aquella bata blanca que le servía de camuflaje en el hospital, a juego con las paredes del edificio, me saludó y nos dirigimos hacia el centro, sin rumbo alguno. Sin rumbo por mi parte, ella ya tenía decidido donde llevarme, siempre me llevaba a un local distinto, desde cafeterías a pastelerías pomposas. Nunca repetíamos de lugar.

Esta vez me tocó una terraza en la que servían tés y otras infusiones. Estaba en el mismo centro, rodeada de atareados personajes que caminaban de un lado para otro. Fue gracioso, aparte de charlar con ella podría estudiar más a fondo el comportamiento de esos trabajadores. Pedí un té de rosas por puro derroche, mientras que ella tomó una manzanilla. Decía estar cansada y me aseguró que la manzanilla la ayudaba a relajarse. Yo, por el contrario, no necesitaba relajarme ni tenía sed, pero sentí curiosidad por aquella infusión sin futuro. Nos sirvieron rápido, y pronto probé aquel brebaje que apenas tenía sabor. Me dediqué a soplar la taza con tal de poder beberme la bebida sin sabor pero fría y no escaldarme la lengua. Mientras tanto, ella me contaba todo lo que había hecho hasta entonces, que no era mucho. No importaba lo que me contara, su voz sonaba fresca y mi interés no menguaba, aunque tampoco me atrevía a participar en la conversación. Menos mal que ya me conocía. Pronto me tocó contar mis cosas, mis vanidades. Acabé en poco tiempo, como era de suponer. Luego me contó que tenía una gran noticia, lo cual me hizo dejar de soplar a la taza. Parecía ser que quería presentarme a una persona, a una amiga suya del hospital que me caería genial. Me extrañé pero no le dije nada, tan solo sonreí y se lo agradecí. Es extraño que quienes parecen quererte quieran buscar a alguien para que te quiera. En aquel momento solo pensé que quería quitárseme de encima, aunque no quiero volver a pensarlo. Ana ya había hecho cosas parecidas anteriormente, se ve que había decidido buscar a alguien para que me cuidara y así cambiara mi vida. La idea era buena, y no me disgustaba la idea de que mi vida cambiara, pero era algo difícil de conseguir. Puede que fuera mejor pensar que era posible, pero no podía. Por el momento todas las chicas que me presentó habían quedado en un intento fallido de amigas. No me pondré a explicar las anécdotas de cada una, pero podría llenar páginas y páginas de lo que para mí fue una decepción. Es bello conocer a gente nueva, pero parece mentira lo crudo que se vuelve cuando la gente que conoces se torna estúpida e insípida. Eso me pasaba, me costaba saborear a la gente nueva, y Ana tenía un gusto exquisito que jamás aborrecía. Tenía un gusto dulce y anaranjado muy diferente al sabor pastoso del resto de la gente que conocía.

Nos despedimos al tocar la noche. Ella se fue cansada por el trabajo y yo me fui pensativo en el día siguiente, en esa cita experimental con una tal Laura.

Ahora, después de escribir todo lo que ha pasado en el día de hoy me siento exhausto, por la falta de costumbre supongo, pero es que me cuesta aguantar días así de movidos.

Sé que esta noche no dormiré demasiado, y pensaré en exceso, pero es que no sé nada de Laura. Sé que a las cinco me espera en un bar del centro en el que sirven batidos de frutas tremendamente buenos. Sé que irá vestida con un suéter rojo y tiene un pelo rizado y moreno. Sé que difícilmente saldrán bien las cosas, pero no sé porque pienso tan negativamente

Hasta mañana, deséame suerte señor folio.