Parafraseando mi vida (1)
Empezaré a subir por partes la novela que escribía hasta hace poco, quiero ver si se presenta interesante para los lectores. Trata sobre un personaje ligeramente excentrico que pretende escribir lo que hace, y con el tiempo se humaniza en gran medida.
Se me hace algo extraño escribir en un papel, pero intentaré no dejarme nada de lo que hoy ha pasado en mi vida. Ante todo quiero dejar claro que estoy realmente atormentado, me impacta darme cuenta ahora de que tengo vértigo a un papel en blanco, un papel que parece mirarme con ojos severos, atento por las palabras que pueda posar sobre él. Tal vez sea porque jamás he escrito nada útil, tal vez sea porque siempre que cogía un folio fuera por trabajo o por necesidad y no por gusto No te preocupes, folio, eres la primera página que tomo con seriedad y tan solo tatuaré en tu piel palabras con sentido, aunque nadie las logre entender.
Me he despertado a disgusto, como cada mañana. No es de extrañar que un soñador se frustre cuando se despierta, estando él bien a gusto en su mundo onírico. Lo peor de esto es que no recuerdo cual era el sueño, y es realmente molesto. Nunca recuerdo que era lo que estaba viviendo antes de que el pitido estridente del despertador rompiera en trizas ese bello mundo que debe haber en mi cabeza. En todo caso hay algo que sí sé, y es que en el sueño tenía algo mejor que hacer que cuando despierto.
No creo que sea necesario contar de qué forma lleno mi estómago ni de dónde proviene la energía que ingiero cada mañana, así que seguiré por el momento en que salí de casa. Hacía un frío cortante, pero fui incapaz de vestirme con un jersey, así que abroché mi chaqueta hasta arriba para protegerme del frío y tapar una delgada camiseta de manga corta que llevaba debajo. ¿Sabes cuál es el problema? El calor es mucho peor que el frío. Prefiero temblar, siendo libre de aparatosas y gruesas piezas de ropa, que sudar y notar que mi cuerpo entero se empapa sin solución alguna. Curioso es que, por el contrario, el frío siempre traiga a mi cabeza la nostalgia y la reflexión. Con esos dilemas son con los que empiezo a asimilar que estoy destinado a pensarlo todo y tomar la vida con mucha, por no decir demasiada, calma y consideración. Dije destinado, aunque no creo en eso que llaman destino. He preferido no creerlo, porque si lo hiciera estaría obligado a odiarle por todos esos tragos amargos, malos y tremendamente difíciles de hacer pasar por mi garganta, que me habría dictado el destino.
Volviendo a la calle, contaba que salí de casa acompañado de aquel frío cuanto menos molesto. Me dirigía a comprar algo para subsistir durante el resto de la semana. Sí, sé que se hace extraño ir a comprar temprano y no despertarse para ir a trabajar, pero es que, como dice mi madre, "no estoy hecho para esos trabajos". No había durado más que seis meses en ninguno de los trabajos que había ido aceptando al largo de mi vida. Puede que fuera por monotonía o simplemente por mala suerte, pero finalmente siempre acababan echándome al sexto mes, cuando cumplía mi contrato. No era vago, permíteme que te lo asegure, cumplía lo que se me asignaba con eficacia y siempre callaba los reproches que tanta fobia causan a los jefes y superiores. Puede que, en eso, mi madre tuviera razón. Ahora consigo tirar adelante con el dinero que me queda de los trabajos anteriores, aunque a duras penas pueda comer tres veces al día. Pronto llegué al supermercado. Acababan de abrir y una joven falta de vitalidad seguía barriendo una entrada llena de seca suciedad que se metía entre las amarillentas baldosas. Menos mal que los productos están en las estanterías, lejos del suelo. En los largos pasillos se extendían mil productos diferentes que iban renovándose a diario. Era algo frustrante encontrarme allí, entre estanterías de productos de mil colores que al fin y al cabo pretendían hacer lo mismo. Había llegado incluso a ciertas situaciones complicadas, cuando tan solo quieres comprar un pan de molde y te encuentras con cinco marcas de ellos, y cada marca con cinco formatos de lo que, a fin de cuentas, solo es pan. Sé de sobras que lo más sencillo es hacerse con el pan más barato y simplemente largarse del lugar, pero con algo tenía que llenar mi cabeza "no estoy hecho para estos trabajos".
Llevé un par de bolsas repletas de comida hasta casa, justo después de vaciar mi bolsillo ante una cajera que mascaba chicle cual camello con su espesa saliva. Caminé sin prisa por la calle, sería que no tenía nada que hacer hasta la hora de dormir, hasta la hora del placer de cerrar los ojos y dejar de ver esa deforme realidad.
Por la calle vi un símil curioso. Los peatones, con sus respectivos trabajos, debían tener la cabeza inmersa en llevar una velocidad constante que les permitiera llegar a la hora prevista al lugar previsto. Bueno, alguno también debía reservar alguna neurona a intentar controlar no llevarse por delante a los demás bólidos humanoides que circulan por su alrededor. En todo caso, las aceras se convierten en pistas de conducción desde que la vida humana se ha vuelto algo demasiado similar a la vida obrera de una hormiga. Suspiré, de eso me acuerdo, siempre suspiro cuando veo algo que me decepciona, así que comprenderán que mi vida se basa en suspirar y pensar
No todos corrían, los niños intentaban caminar por las calles con la mirada perdida en los altos rascacielos o en los anuncios de los autobuses. Digo "intentaban" porque una fuerza mayor llamada adulto les obligaba a aligerar su paso. Me gustó ver el cambio tan vomitivo que sufrimos las personas. He querido incluirme en el grupo para no hacerme sentir superior, pero tengo la esperanza de no acabar correteando por las calles de la ciudad ni tener un hijo para hacerlo correr, privándolo del placer de la contemplación y el gozo de la curiosidad. Tras ver que con los años todos suelen volverse frenéticos obreros que cruzan la ciudad a toda velocidad para ganarse un sueldo con el cual comer, disfrutar gastando y hacer que otros se ganen su sueldo, quise buscar la causa de tal epidemia. Los niños no nacían así, alguien debía enfermarlos, alguien debía cambiarlos puesto que cuando te haces mayor acabar por olvidar que por encima de ti hay un cielo azul que pierde su encanto tras notar que ya nadie lo mira más que esos niños tensados por las tenaces manos de sus padres
Me encontré que había llegado a casa sin haber sacado nada en claro. No me preocupó, sabía que quedaban muchos días vacíos en los que tendría tiempo suficiente como para seguir investigando. Subí las bolsas y coloqué todo lo que había comprado por las diferentes estanterías de la cocina. Me disgustó haber acabado tan rápido, ya no había más planes en mi cabeza. Así que me senté. Fue en el sofá donde me acabé de decidir por escribir esto que estoy escribiendo me temo que por la necesidad de llenar mi tiempo.
A cosa de media mañana me dirigí a la papelería a comprar un bloc de folios. No quería un diario, pero tampoco supe el porqué. Me gustaría pensar que simplemente me decante por los folios porque un diario es algo infantil y gracioso, pero mucho me temo que la razón fue que no quise comprar un diario con principio y fin, no quería verme atado a llenar un número de páginas y que al final no digan nada. Salí contento, con aquellos folios blancos y expectantes que pronto pensaba llenar de estos devaneos míos. ¿Qué menos podía hacer con todas esas locuras que bañan mi cabeza? Tal vez cuando amoblara mi pensamiento y me convierta en una gran y trajeada hormiga obrera me ría de los pájaros que ahora habitan mi cabeza. Tal vez solo fuera un niño que aún no ha aceptado que no se debe mirar al cielo, que se debe mirar al frente para no chocar con los otros trabajadores.
Es con esa idea con la que me voy a dormir, ahora que ya he escrito lo poco que puede ocurrir en un día de los míos.