Para todo hay una primera vez
Nadie nace sabiendo y para todo hay una primera vez, aquí cuento la mía.
¡Hola lectores! Aquí estoy otra vez, dispuesto a contaros otro episodio de la historia de mi vida sexual. Si habéis leído mis otros relatos conocéis ya a Alex y a Hugo, dos importantes personajes en esa historia. En el relato de hoy conoceréis a otro personaje, uno que no es importante por sus apariciones (sólo le leeréis aquí) pero sí por la relevancia que tuvo.
Empezaré por algunos datos de mi vida que aún no he compartido: vivo en un barrio de las afueras de una ciudad española. No es una ciudad de las más grandes, pero tampoco es pequeña. Es cómoda, y con eso vale. El barrio donde vivo es cómodo, moderno y está formado por unifamiliares, con un par de descampados y parques donde suelen (y solíamos) jugar los más críos.
Dos casas más allá de la mía vivía (y aún vive) Enrique, Kike para los amigos, mi mejor amigo y uno de los más antiguos.
Yo descubrí mi bisexualidad a una edad bastante temprana, entre finales de 2º de la ESO y principios de tercero. Pero no se lo dije a nadie, ni a mi familia (suponía que mi hermano mayor se reiría de mi y los pequeños no lo entenderían), ni a mis amigos, ni siquiera a Kike.
Sin embargo, llegó un momento en el que el secreto fue demasiado pesado para llevarlo yo sólo. Casi dos años después de haber descubierto mi sexualidad, en el verano entre cuarto de ESO y primero de Bachiller, decidí contárselo a Kike, que, gracias al cielo, se lo tomó bastante bien.
Una semana más tarde después de mi confesión, mientras charlábamos de noche en la puerta de su casa (siempre nos quedábamos charlando un rato en la puerta después de habernos despedido de todos), me confesó que él era homosexual, que no lo sabía nadie.
Aquello nos unió aún más, empezamos a hablar de tios, a compartir nuestras dudas sobre sexo, ese tipo de cosas que antes no podía comentar con nadie.
Yo ya había tenido un par de rollos, con alguna tía, pero él no. Porque no le gustaban las tías y no había conocido a ningún tio homosexual que le gustase.
El verano pasó y llegó septiembre, con el curso nuevo cerniéndose sobre nosotros. Una noche, mientras volvíamos a casa después de pasar un rato bebiendo con nuestros amigos en el parque del barrio, nos quedamos charlando, como siempre, en la puerta de su casa, y me preguntó algo que no esperaba.
— Oye, Dave… ¿tú te liarías conmigo?
— ¿Qué?
— Eso, que si te liarías conmigo. Quiero decir… tienes experiencia, y hay confianza. No quiero tener que esperar a “mi primer amor” para dar mi primer beso y encima estar nervioso y lleno de dudas porque no lo he hecho nunca antes.
— ¿Me lo estás pidiendo en serio?
— Sí… si no quieres no pasa nada, lo entiendo, sólo te lo pido como favor.
Tragué saliva, mirándole. No os he dicho cómo es Kike físicamente pero es bastante mono. Algo más bajito que yo y delgado, no tiene un cuerpo muy definido porque el único ejercicio que hace es bicicleta pero la proporción entre su cintura y sus hombros me parece bastante bonita. Tiene los ojos azul agua marina, pelo rubio oscuro y labios rosados, con rasgos algo aniñados que, incluso en la actualidad, le dotan de cierto aire de crío.
Sonreí y me acerqué a él, tomándole de la cintura y acercándolo a mí. Él rodeó mi cuello con sus brazos, respirando hondo mientras me miraba. Se podían palpar sus nervios y, para que mentir, yo también estaba nervioso. Aunque no era mi primer beso, si que era la primera vez que me besaba con un tío y aquello marca.
Finalmente, separé la poca distancia que había y le besé. Primero fue labio contra labio, luego, lentamente, nos dedicamos a explorar nuestras bocas, mientras nuestras manos empezaban a moverse delicadamente por nuestros cuerpos. Era una sensación extraña, el beso tenía algo de torpe y de tierno, y, la verdad, me resultaba extraño no notar sus pechos presionando contra mí. Pero era agradable.
Nos separamos, con una sonrisa, y silenciosamente acordamos no acabar aún. Volvimos a besarnos. Mis manos se aventuraron bajo su camiseta, tocando directamente su piel y las suyas, tras un momento de vacilación, se dedicaron a acariciarme el pene por encima del pantalón.
No avanzamos mucho más aquella noche, si bien estuvimos un par de horas, ni volvimos a liarnos después. Aquello había sido algo momentáneo, un favor mutuo, pero éramos simplemente amigos y ninguno quería que aquello fuese a más.
Empezó el curso, siguieron nuestras vidas, y crecimos. Si lo tenéis reciente o lo recordáis, sabréis que esa época de la adolescencia ligada al despertar sexual es una época rápida, de muchos cambios y mucha incertidumbre. De querer tirarte a todo lo que se mueve y a la vez, de no saber si realmente estás preparado.
Ese curso, mi primero de bachiller, yo empecé con mi primera (y hasta ahora, única) novia, Lucía. Tras unos meses con ella, y siendo la edad que era, pronto dejamos atrás los besos. Ella fue la primera chica que vi desnuda, el primer coño que toqué y el primer cunnilingus que realicé. De ella recibí mi primera paja y mi primera mamada pero, por desgracia, cortamos antes de que tuviésemos sexo propiamente dicho.
Kike, por su parte, también tuvo a su primer novio ese curso, Héctor, un chico guapo y moreno de ojos verdes y un año más que nosotros que había repetido curso. También tuvo Kike con él sus primeras experiencias sexuales, incluyendo pajas en los baños del instituto y mamadas en el vestuario de Educación física. Pero también cortaron antes de que Kike perdiese “completamente” la virginidad.
Una noche del verano que sucedió a ese curso (un año antes de que yo conociese a Alex), volvíamos, como de costumbre, a casa. Habíamos estado bebiendo en uno de los descampados y nos paramos en la esquina de nuestra calle, porque yo estaba empezando a fumar (un vicio que ya he logrado dejar) y no quería que mis padres pudiesen verme, ya que aún era temprano.
— Cuatro de diez —dijo Kike, apoyándose en la pared, ya que justo esa noche un colega nos había contado que la noche anterior había perdido la virginidad con su novia y eso le hacía el cuarto de nuestra panda, quedando sólo seis vírgenes (Kike y yo estábamos en esa categoría porque no habíamos mantenido relaciones sexuales con penetración).
— Sep —respondí, encendiéndome el cigarro—, aunque tú y yo contamos a medias en realidad.
— Ya, bueno, pero seguimos siendo vírgenes en realidad.
— En realidad es una tontería, quiero decir… hemos mantenido relaciones sexuales… sólo que orales. Vírgenes, lo que se dice vírgenes, no somos.
— Pero en realidad sí. Si yo no fuese virgen me tiraría a cualquiera que quisiese, pero no voy a dejar que el primero que me meta la polla sea un cualquiera.
— ¿Eres pasivo? —le pregunté, porque realmente nunca habíamos hablado de eso, aunque tenía toda la pinta.
— Sí…, vamos, eso creo, no lo he probado, pero me llama. ¿A ti no?
— ¿Qué me den por culo? No, de momento no. ¿Y te has… masturbado? Ya sabes, por ahí.
— Sí. Empecé a masturbarme con los dedos. Luego me compré un consolador. Leí en internet que es bueno antes de perder la virginidad, que así duele menos. Y como estaba con Héctor…
— Ya…
— En realidad, pro mal que suene, me jode haber cortado antes de follar. Porque claro, ahora no puedo ir follándome a quién quiera porque no voy a darle mi virginidad al primero que pase. Pero tampoco quiero tener que esperar otra vez a cimentar una relación y crear la confianza necesaria para poder tirarme a alguien. No sé si me explico.
— Sí, que quieres ser una puta pero no puedes serlo siendo virgen.
— Algo así —dijo, riendo, aunque no me libré de un puñetazo—. ¿Y tú qué?
— Pues no sé… tengo a Lorena tirándome los tejos de forma descarada. Y no me importaría tirármela porque está muy buena… pero es eso que tú dices, tampoco quiero que mi primera vez sea con cualquiera.
Di otra calada al cigarro y me lo quedé mirando, consumido ya a más de la mitad.
— Deberíamos follar —dije, de coña, aunque mi tono no lo reflejaba.
— ¿En serio? —preguntó Kike, separándose de la pared.
Me quedé mirándolo en silencio. ¿En serio? Yo lo había propuesto en coña, pero ahora que parecía que se lo había creído y que me lo proponía, me lo tenía que pensar yo. Había confianza, desde luego, y era lo bastante guapo como para que me apeteciese tener sexo con él.
— No sé… —dije—. Liarnos ya nos hemos liado…
— Y podría salir bien. Quiero decir… ambos tenemos claro que es sólo sexo. Nos quitaríamos la carga de la “virginidad” de encima y, además, hay complicidad y confianza, así que si algo no termina de salir bien podremos resolverlo sin que ninguno se muera de vergüenza.
— No sé…, la verdad es que es una posibilidad a plantearse. Además no conozco ningún otro gay así que quién sabe cuándo podré tirarme a otro, mientras que tías sé que tengo…
Como para convencerme, se acercó a mí y me besó, con más firmeza y seguridad que el año anterior, sus manos bajaron de mi cara por mi torso hasta mi cintura, done se quedaron acariciando la piel que había debajo de mi ombligo, antes de que se separase de mí.
Claro, se separó dejándome cachondo como una moto.
— Sí, sí que podría funcionar.
Quedamos en que lo haríamos en su casa, dos días después, que sus padres se iban con su hermano mayor a ver un par de pisos para la universidad y no volverían hasta la noche.
Me presenté allí a las seis de la tarde, llamando al timbre con un nerviosismo que no recordaba tener. Parecerá estúpido, pero me había pasado los dos últimos días leyendo “tutoriales” en internet. Sobre todo para que no le doliese. Y para sentirme, en cierto modo, en control de la situación y no cagarla.
Me abrió la puerta con una camisa corta blanca y unos vaqueros, con el pelo aún algo húmedo. Entré en su casa con una sonrisa nerviosa que también compartía él y sin saber muy bien qué hacer. ¿Empezábamos ya? ¿Subíamos a su cuarto? ¿Charlábamos de tonterías un rato?
— Estaba terminando de ver una peli —me dijo—, pero si quieres…
— No, no —dije yo, casi aliviado de tener algo (más) de tiempo—, termínala.
Me recosté en el sofá, como si fuese mi propia casa, a esperar a que terminase, era una de estas policíacas que suelen poner después de comer y que nadie ve, y además la había pillado con el argumento empezado, así que no me enteré de nada. Kike se había recostado sobre mí, así que me dediqué a ir empezando para perder los nervios, acariciando suavemente sus brazos, su torso por encima de la camisa y sus muslos, todo cuanto me permitía mi postura. Él, a su vez, también jugueteaba con sus dedos en mis piernas, sobre todo en la zona cercana a mi entrepierna, que ya estaba dura.
Acabó la peli y apagó la tele con el mando. Decidí tomar la iniciativa y me incliné hacia adelante, depositando un beso en su cuello y otro en sus labios, donde me quedé, mientras mis manos bajaban por su pecho y su abdomen.
Pronto tuve que moverlas de ahí porque la postura era un tanto incómoda y se giró, de modo que quedé tumbado con él encima. Dirigí entonces mis manos a sus nalgas, metiendo las manos en los bolsillos de su vaquero y apretándole contra mí. El beso, aunque aún se notaba cargado de nerviosismo, subía de intensidad, empezaban a oírse nuestros jadeos. Sus manos recorrían mi torso, aún por encima de la camiseta, del mismo modo que las mías no paraban de moverse por su culo.
Besé su cuello, y lo mordí, y arranqué el primer gemido de su garganta, que disminuyó mi nerviosismo y aumentó mi calentón. Su mano, también más segura, empezó a acariciar mi entrepierna por encima del pantalón, lo que arrancó el primer gemido por mi parte.
Se irguió, quedando sentado a horcajadas sobre mí, para poder quitarme la camiseta. Le ayudé levantándome como pude para que mi camiseta saliese y después nos pusimos a desabrochar la suya. Él empezó a desabrochar por la parte de arriba y yo por abajo. Mis dedos aún temblaban un poco, pero pronto eliminamos su camiseta de la ecuación. Él me miraba desde arriba mordiéndose el labio. En aquel momento me parecía lo más sexy del mundo.
Coloqué mis manos en sus caderas y las subí por su tronco, acariciando su piel, hasta que llegué a su cuello y tiré de él hacia abajo para volver a besarle. Ahora que estábamos a medio camino ya había más seguridad, el beso no tenía nada de tierno o inocente, era puro fuego, sus caderas se movían como si estuviésemos ya follando y yo sentía que iba a reventar los pantalones.
— Vamos a mi habitación —dijo, separándose de mi y levantándose. Yo me apresuré a seguirle, alcanzándole en mitad de las escaleras y tirando de él hacia mí para volver a besarle. Me atreví a meter mis manos dentro de su ropa, acariciando sus nalgas directamente mientras le presionaba contra mí y mi lengua recorría su boca. Se separó con una sonrisa y volvió a correr hacia su habitación.
Cuándo llegué ya estaba tumbado en su cama, esperándome apoyado sobre los codos y con una sonrisa en la cara. Me tumbé sobre él, besándole y recorriendo aquello de su cuerpo que estaba a mi alcance, mientras sus manos me agarraban de las caderas. Me deshice de mis zapatillas con los pies y al poco oí caer las suyas. Empecé a acariciar su entrepierna por encima de sus vaqueros, y justo cuando me decidí a meter la mano dentro, él giró con un movimiento y rodamos de modo que él volvió a quedar encima de mí.
Mis manos volvieron a su culo, mi parte preferida de su anatomía, y mi dedo empezó a ejercer presión sobre su ano, lo que le arrancó otro gemido justo cuando su boca estaba al lado de mi oreja y me entraron ganas de hacer desaparecer la poca ropa que quedaba y empezar a follarle sin más dilación. La respuesta que obtuve fue su mano bajando por mi abdomen hasta adentrarse dentro de mi ropa interior, rodeando mi pene y empezando a masturbarme. Un par de gemidos escaparon de mis labios mientras los suyos empezaron a besar mi cuello, sin que su mano dejase de trabajar debajo de mis pantalones. Del cuello pasó a la clavícula y de esta a mi pecho. Se entretuvo un par de minutos en mis pezones y continuó bajando. Mis manos ya no alcanzaban a su culo, pero imaginaba qué venía ahora y me era preferible, así que no me quejé. Continuó bajando por mi abdomen hasta mi ombligo y siguió bajando. Se paró justo donde empezaban mis vaqueros y los desabrochó, bajándolos junto con mis calzoncillos hasta que mi pene salió, erecto.
Lo cogió con la mano derecha y, mirándome a los ojos, se lo metió en la boca. Ahora bien, no sé cuál es el motivo de esto, si el hecho de que hiciese tiempo que no recibía una o que era la primera que recibía de un tío, pero la recuerdo como una de las mejores mamadas que he recibido y eso que se notaba su inexperiencia.
Le dejé a su aire y a su ritmo, dedicándome simplemente a disfrutar de ello mientras él recorría mi pene con sus labios, arriba y abajo, una y otra vez. De vez en cuando se la sacaba de la boca y la masturbaba mientras situaba sus labios en el glande, o mientras su boca se entretenía con mis testículos, pero siempre volvía a metérsela en la boca y recorrerla tanto como podía. Yo me dedicaba a gemir y a acariciarle la cabeza, subiendo de vez en cuando la cadera sin poder controlarme, aunque a él no parecía importarle. De vez en cuando se la sacaba y la recorría con la lengua, mirándome con ese brillo travieso que tienen los chupapollas en los ojos (sabéis a que me refiero) y con una complicidad que no todos alcanzan.
A él parecía encantarle mi polla y a mí me encantaba que lo demostrase tanto. La besaba y lamía como si el semen que fuese a salir de ella fuese el elixir de la vida. Casi con desesperación, y yo no pude haber escogido mejor tío para que me realizase mi primera mamada homosexual. Que, por cierto, mejoraba con creces las que me hacía mi ex novia. Pero, por desgracia, tenía que pararle si quería estar en condiciones de follar.
Así que me incliné hacia delante para besarle y, una vez aparté su boca de mi entrepierna, le levanté y me giré para empujarle sobre la cama. Me eché encima suya, besándole nuevamente mientras mis manos, temblando de nervios, desabrochaban su pantalón. Tiré de él, dejándolo solo en ropa interior y me arrodillé, más nervioso que nunca antes, si mal no recuerdo.
Coloqué mis dedos en el borde de sus calzoncillos y los deslicé por sus piernas, eliminándolos de la ecuación. Delante de mí tenía mi primer pene. El primero que tocaba aparte del mío y el primero que me iba a llevar a la boca.
Empecé a masturbarlo, mirándolo, como si esperase alguna señal, pero la señal no llegaba. Fue mi propio cuerpo el que, impaciente, se lanzó sobre él, situando mi lengua en la base y recorriéndolo hacia arriba. Trazando círculos alrededor del glande y luego acariciándolo con los labios. Repetí el proceso un par de veces hasta que me atreví a meterlo en la boca. Escuché el gemido de Kike y le sentí arquear la espalda, lo que me indicó que iba por el buen camino. Lo rodeé con mis labios y bajé tanto como pude, intentando no tocarlo con mis dientes.
Una vez me acostumbré a tenerlo en mi boca, empecé a subir y bajar mientras lo rodeaba con mis labios, succionando. De vez en cuando lo sacaba y lo masturbaba mientras me dedicaba exclusivamente al glande o volvía a lamerlo desde la base hasta la punta. Abrí los ojos y vi las manos de Kike agarradas a las sábanas. Sus gemidos ya llevaban un rato acompañándome y aquello me ayudaba a sentirme más seguro en la materia.
Cogí sus rodillas, me las coloqué en los hombros y lo acerqué más a mi para tener mayor comodidad. Continué chupando su polla, lamiéndola, recorriéndola de besos y haciendo la mamada lo mejor que podía. Mientras mi mano izquierda acariciaba su cuerpo, la derecha le masturbaba, mientras que mis labios rodeaban la parte superior de su verga y mi lengua trabajaba con lo que quedaba dentro de estos.
Bajé a sus bolas y de ahí me fue inevitable llevar la mano a acariciar el espacio entre sus nalgas, aquella parte virgen e inexplorada de su cuerpo que yo iba a tener el placer de visitar por primera vez y qué, para qué negarlo, me moría de ganas.
Él pareció adivinar mis deseos (yo no quería presionarle) porque en cuanto mi boca abandonó momentáneamente su pene él se giró, quedando boca abajo en la cama y exponiéndome su culo. Separé con mis manos sus dos nalgas (y aproveché para acariciarlas bien) y ahí estaba. No estaba depilado, ni me importaba. Ahí estaba su ano, virgen, esperándome. Dejé caer un hilo de saliva que distribuí con mi dedo. Lo noté palpitante, expectante y, aunque no lo tenía previsto, acerqué mi lengua, acariciándolo.
No tenía en mente practicar el anilingus así que probablemente empecé con torpeza. Di un par de lametones un tanto bastos antes de centrarme en ello, de empezar a trazar círculos con mi lengua, de endurecerla y presionar suavemente. Notaba como se abría a mí, palpitante, mientras los suaves jadeos de Kike acompañaban a los movimientos de mi lengua, así que empecé a acariciar la zona también con un dedo, despacio, antes de introducirlo. Recuerdo perfectamente el sonido de su gemido y como levantó la cabeza para emitirlo. Empecé a mover muy despacio el dedo, dentro y fuera, mientras continuaba pasando mi lengua por las zonas que me permitía mi mano.
Cuando me pareció que el dedo entraba y salía sin problemas, introduje otro. Contnué con la labor de masturbarle analmente, sin dejar en ningún momento abandonada la zona con la lengua, y dirigí mi mano libre a su pene para masturbarlo. Estuve un rato así hasta que me atreví a introducir un tercer dedo. Una vez estuvo dentro un par de minutos, me acerqué a su oído, preguntándole si estaba listo.
— Sí —me contestó. Y mientras él se giraba, cogí el preservativo y el lubricante. Me lo coloqué con las manos temblando y extendí algo de lubricante sobre él, y luego sobre su ano.
Me coloqué sus piernas en los hombros y coloqué la punta de mi pene en la entrada de su ano.
— ¿Estás seguro?
Asintió, así que empujé despacio. Recuerdo el jadeo ahogado que arrancó de mi garganta cuando noté las estrechas paredes de su recto recibir mi polla, recuerdo su cara, cerrando los ojos y gimiendo mientras mi verga se abría paso dentro de él. Una vez la tuve dentro, me incliné sobre él, besándole.
— ¿Estás bien, te duele?
— Sí, sí. No mucho. Espera.
Le dejé respirar mientras besaba su cuello.
— ¿Quieres que la saque?
— No, no. Pero ve despacio.
Empecé a mover las caderas con lentitud, sacándola hasta la punta y luego voviéndola a meter, pero todo despacio, procurando no hacerle daño. Recuerdo que aún me temblaban las piernas. También recuerdo que tenía una estúpida sonrisa en la cara que no se borraba ni entre mis jadeos.
— Tu culo es una maravilla.
Me incliné de nuevo sobre él, besando aquellas partes de su cuerpo que alcanzaba. Pronto empecé a oír también sus jadeos, sus manos empezaron a apretar su cuerpo contra el mío y a enredarse en mi pelo, así que empecé a aumentar ligeramente el ritmo, progresivamente, esperando alguna señal suya que me indicase que parase, pero como esta no llegaba, continué aumentando el ritmo hasta alcanzar el que a mí me pareció apropiado.
— Sí, joder, sí —decía él, entre gemidos, mientras bajaba las manos a mis nalgas y clavaba sus uñas en ellas. Aquello no hacía más que encenderme más, así que tuve que controlarme para no acelerar demasiado y acabar muy pronto.
— ¿Te gusta?
— Me encanta —me decía, mirándome a los ojos antes de agarrarme del cuello y bajarme la cabeza para besarme.
Me erguí de nuevo, contemplándole completamente, su cuerpo tirando en la cama, su labio atrapado bajo sus dientes, dejando escapar los gemidos, y los ojos a ratos cerrados por el placer y a ratos mirándome a mí. Coloqué mis manos en sus caderas y de ahí las moví por el resto de su cuerpo, presionándole en un momento contra el colchón por los hombros mientras aceleraba el ritmo y la fuerza, bombeándole el culo, cosa que a él pareció encatarle pues su única respuesta fue abrir la boca y gemir.
— Déjame a mí arriba —me dijo.
Así que la saqué y me tumbé sobre la cama. Miré como se sentaba sobre mi en cuclillas, como cogía mi polla y la apuntaba a la entrada de su ano y tuve un primer plano de cómo esta desaparecía conforme el terminaba de bajar.
Empezó a hacer círculos con sus caderas y movimientos hacia adelante y hacia atrás mientras me sonreía, antes de bajar, besarme y empezar a cabalgarme.
Rodeé su cintura con mis brazos como pude para agarrar bien de sus nalgas mientras me montaba. Él tenía sus manos en mi pecho como punto de apoyo.
Para ser la primera vez, la esperaba más torpe, con más problemas, y menos placentera, pero aquello estaba de puta madre. Mi polla entrando y saliendo de su culo al ritmo que él marcaba, con nuestros jadeos como banda sonora, mientras veía como deslizaba una de sus manos hasta su entrepierna y empezaba a pajearse al tiempo que me cabalgaba, con la cabeza echada hacia atrás.
Y, por supuesto, no tardé en correrme. Recuerdo intentar avisarle para que parase y poder alargarlo un poco más, pero antes de poder hacer nada me sobrevino el climax y sólo pude echar la cabeza hacia atrás, arqueando la espalda por la tensión que provocaba el placer mientras emitía un jadeo prolongado. Él se limitó a hacer círculos con las caderas.
— Ojalá hubiese podido hacerle una foto a tu cara —me dijo, con una sonrisa, bajando a besarme una vez terminó mi orgasmo y me relajé, jadeante.
Rodé de modo que él acabase sobre la cama y bajé con besos hasta su polla, metiéndomela en la boca y empezando a chupársela mientras dos de mis dedos bajaban a su ano y le masturbaban.
— ¡Dave, Dave! —dijo él al cabo de un par de minutos, golpeándome la cabeza, supongo que para avisarme de que ya se venía, pero no me importaba.
Efectivamente, en apenas unos segundos oí su gemido, noté como su espalda se arqueaba y como mi boca se llenaba del sabor salado de su semen. Tragué cuanto pude y continué con la mamada mientras aún salía algo de líquido de él, quitándome el condón con la mano libre.
Subí a besarle y me encontré esperándome con una sonrisa de oreja a oreja. Estuvimos unos minutos entretenidos en el beso hasta que nos separamos.
— Ha sido increíble.
— Ha sido cojonudo —dije yo, incorporándome y anudando el condón—, ¿dónde tiro esto?
Se rió y me indicó donde. Cogí mis calzoncillos para ponérmelos por el camino y cuando volví él ya tenía puestos hasta los pantalones.
Y ahí termina todo.
No hemos vuelto a acostarnos ni a liarnos, pero seguimos mejores amigos y de vez en cuando, sacamos el tema y lo comentamos, sobre todo riéndonos de nuestras dudas e inexperiencias.