Para siempre, en el mundo de los muertos
Dice la canción: Esperame en el cielo, entre nubes de algodón haremos nuestro nido.
Sigo avanzando a pasitos muy cortos en el difícil mundo de la escritura, permanezco en el parvulito de los escritores aunque imaginar que a uno solo de vosotros pueda llegar a gustar me llena de vida, ilumina mi cara, mi ánimo me empuja. En este cuarto relato he querido hacer un nuevo reto, he pretendido homenajear a un escritor y a un relato que me encantó cuando lo descubrí
https://www.todorelatos.com/relato/146734/
El secreto de mi novia de AGASAN
Así que amigo lector puedes leerlo como historia totalmente independiente o puedes leer el relato en el que me basé y después leer el mío, mi humilde y sencillo relato. Sea como fuere, ojalá que volvamos a encontrarnos muy pronto.
Un beso enorme para todos vosotros.- Cristina
LAURA…novia
CARLOS…novio
JAVIER….amo
PARA SIEMPRE, EN EL MUNDO DE LOS MUERTOS
I
Asomaban los primeros rayos de la mañana, cuando él despertó, aún no se había levantado ella, “mejor así”, pensó. Quería ducharse, lo necesitaba casi como el respirar, habían sido excesivas las emociones y demasiadas las sensaciones extrañas…, quería que el agua trajera a su cuerpo y a su mente, de nuevo, la pureza que sentía perdida. Demasiados años juntos para encontrarse de la noche a la mañana con una extraña en su cama, con una desconocida en su mesa, con alguien anónimo en su vida.
Él nunca había mostrado interés por los juegos de cama, su vida tanto familiar como de alcoba era sencilla, como él mismo; muy simple para algunos, pero lo suficientemente intensa como para hacerlo tremendamente feliz, al menos así se había defendido frente a los amigos que pretendían picarlo, sacar su mal carácter, algo poco menos que imposible porque para él siempre primaba la fidelidad y la entrega. Sin embargo ante él se abría un mundo de sorpresas, de dolor, de asombro y desconcierto, confusión quizá sea lo más suave que pudiéramos decir.
Al dirigirse al baño se dio cuenta que la ropa limpia estaba en la habitación donde dormía Laura y, si entraba, con la intención de cogerla, lo más probable y lógico es que ella se pudiera despertar y eso no era precisamente lo que deseaba en ese momento, así que se limitó a asearse lo imprescindible, ya habría tiempo de hacerlo con la tranquilidad necesaria, y dejó el piso con la intención de salir a la calle, necesitaba saber quién era ahora, qué era ahora, cómo habría de ser ahora si aceptaba seguir a su lado.
Inicialmente comenzó a deambular por la calle sin rumbo cierto, pero al ser consciente de la nebulosa en la que envolvía su desconcertante vida, volvió sobre sus pasos, en esos momentos prefería estar lo más cerca de su mundo conocido, como se suele decir ahora, en su espacio de confort, al menos en eso se sentía seguro en esos momentos de aturdimiento. Entró en la cafetería que había frente a su edificio, donde había vivido tantos momentos de dulzura contenida, junto a ella o junto a los amigos, un café, una cerveza, alguna copa…, se sentó justo en una de las pocas mesas que había vacías estando ésta cerca del ventanal, no lo hizo con ninguna intención premeditada, era sencillamente la que más luz tenía, además de la disponibilidad, pues con el tiempo había llegado a odiar los espacios oscuros y aquellos que eran excesivamente cerrados, quizá, porque en el fondo, él era así: claro y sencillo y bueno como el pan, trabajador y amigo de todo el mundo, enamorado hasta las trancas. Así, cuando sus dedos recorrían la cara de Laura ésta se iluminaba al mismo tiempo que un estremecimiento sacudía su cuerpo. Laura le amaba con toda su alma, era tremendamente feliz a su lado y por nada del mundo estaba dispuesta a perderlo, al menos era lo que él siempre había imaginado.
Al sentarse en aquella mesa, se dio cuenta que miraba de manera inconsciente pero de forma continuada a su casa, pero que conste que nunca pretendió controlar nada ni a nadie, era simplemente un mal juego del subconsciente o quizá un acto puramente mecánico y reflejo. Sin embargo es cierto que sus ojos terminaban siempre mirando hacia aquella puerta mientras dos lágrimas comenzaron a labrar su cara. Carlos hacía muchos años que había dejado el tabaco pero en ese momento se hubiera fumado hasta las hojas de una parra, hiperventilaba y las pulsaciones estaban disparadas, la angustia se acentuaba por dos razones: primero porque veía que la estaba perdiendo, que el final si nada lo remediaba, estaba cercano, y segundo por una pregunta que no dejaba de hacerse de forma constante y machacona, pero de imposible respuesta por su parte, ¿por qué tenía que reaccionar su cuerpo de forma tan extraña? ¿Es que no es extraño excitarte por saber que alguien, que otro había estado follándose a tu pareja? Y si la pregunta golpeaba su mente, si de las sienes salían golpes de tambor estridentes no es menos duro cuando intentaba sacar conclusiones, no es posible, me niego en rotundo, yo no soy así ni quiero serlo; yo tampoco pretendo decirle a nadie lo que tiene que ser, el camino que debe de tomar, que me dejen a mi buscar el mío.
¿Quién soy? No tengo respuesta en estos momentos pues nunca imaginé que llegaría a estar tan perdido, que hasta la luz del día llegaría a provocar en mí la noche. ¿Quién soy? Necesito dar solución a esa simple pregunta. Hoy debería de estar trabajando ya y sin embargo no puedo hacerlo, pues no sería justo que estuviera sin estar, que hablara sin poder despegar mis labios, que anduviera sin que mis piernas respondan a las órdenes de mi cerebro…, dejando que los demás reparen mis errores. Tengo que encontrarme antes de seguir, antes de volver a la rutina, a la normalidad, a lo cotidiano, lo que tanto me place.
¿Qué soy ahora? Ahondando en mi perdición me veo aceptándolo todo, viviendo a la sombra de ellos dos, pero siendo consciente que si lo hacía me convertiría en un despreciable consentidor, palabra que me producía escalofríos y una inmensa repulsión, sin embargo mi cuerpo había reaccionado de forma extraña, si no era eso lo que deseaba, ¿qué era ahora?
¿Cómo habría de ser mi vida si aceptaba seguir a su lado? Reconocía que dejaría de ser mía, que sus besos ya no me pertenecerían, que sus manos no se limitarían a acariciar sólo mi rostro, que en lo más sagrado del cuerpo de ella yo sería uno más, si acaso, a veces, un intruso. No me imaginaba llegar a casa y no encontrarla, no. No podía imaginar que me acostaría esperándola sin saber si ella llegaría esa noche. No podía comprender que su cuerpo, el de ella, recibiese el castigo como placer y que el placer fuera la imagen del dolor. Deseaba a aquella mujer con locura, con toda mi alma y sin embargo el alma de ella no me pertenecía ya, ni a mí ni a ella.
El móvil permanecía en calma, silencio que sólo fue roto, aunque es cierto que en numerosas ocasiones, por el sonido de la vibración del mismo; no había querido contestar, aun teniéndolo en las manos pues era consciente de que sería ella, pero tampoco era capaz de hacerla pasar por lo que yo estaba pasando, hacerla sufrir de forma gratuita era algo que aborrecía con toda mi alma, lo que no quieras para ti tampoco lo desees para los demás, me repetía una y otra vez como cuando lo hacía mi madre conmigo. He de reconocer que me costó horrores abrir por fin el móvil encontrándome infinidad de llamadas y de mensajes, en todos ellos Laura me pedía perdón, me rogaba que no la dejase, me reclamaba algo tan simple como que nos escuchásemos; así que con determinación aunque con tristeza, decidí volver a casa y enfrentarme a la realidad. No sabía lo que finalmente decidiría pero no podía seguir así, habían sido unos días tremendamente estresantes con un final, el de la confesión, destructivo, más si cabe al no ser consciente de por qué había reaccionado mi cuerpo de esa forma, excitándose. ¡Cómo golpeaba ese hecho en mí!
De forma decidida quise tomar las riendas de mi destino, el fin primero, pagar el café, el segundo llegar y hablar con Laura de forma sosegada pero sincera, con determinación pero sin ser arrogante, con dulzura pero nunca con humillación y desprecio…, y como tantas veces hice a lo largo de la mañana, volví a fijar la mirada en la puerta de nuestro edificio cuando al instante se me heló la mirada, estática figura de porcelana que nuevamente volvía a resquebrajarse pues me encontré con que un chico, con las características con las que le habían descrito a Javier, se encontraba parado frente al edificio, en la misma puerta, mirando el móvil, de forma clara le estaban indicando la ubicación. Se lo guardó en el bolsillo y se dispuso a entrar. En ese momento me dio un vuelco el corazón, un ligero mareo que me hizo perder el equilibrio y que me obligó a volver a sentarme, unas lágrimas que de nuevo pugnaban por salir sin importarme quién lo pudiera ver. Ahora sí que no tenía sentido volver a encontrarme con ella, lo más sagrado para mí siempre había sido mi hogar y en ese mismo instante estaba siendo profanado.
Totalmente abatido, otra vez encenagada su vida, ahora sí que no podía volver y sin embargo necesitaba hacerlo, no tenía ropa, su ordenador personal y todas las cosas que formaban parte de su vida diaria estaban allí. Sin perder tiempo buscó la dirección de un hostal, mientras preguntaba por un nuevo piso necesitaba vivir en algún lugar digno, más que vivir, necesitaba morir lejos de la humanidad, así de roto se sentía en aquellos momentos, sin emociones a las que agarrarse se hundía en un pozo de miseria, la que le había prometido amor eterno se desvanecía como un azucarillo en el agua pura hasta enturbiarla en densa niebla; hasta que por fin pudo reservar una habitación cerquita del trabajo, porque ese era otro tema que no podía dejar pasar más tiempo, tanto si se encontraba en condiciones como si no, tenía que volver y enfrentarse a su responsabilidad.
Viendo que Carlos no abandonaba la cafetería, la camarera volvió y nuevamente a preguntar si deseaba algo más, como no tenía más remedio que entretener al tiempo, aunque no le apeteciese, aunque ya no lo necesitara, volvió a pedir un nuevo café que saboreó o quizá no, pero que al menos le dio fuerza pues la angustia que desde hacía un par de días no le abandonaba hoy se había cebado en y con él de forma más clara y destructiva que nunca. Llevaba sentado más de una hora sin explicación lógica, el móvil no dejó de vibrar pero no respondió a él, su mirada fija y perdida en la puerta permitió descubrir dos cuerpos que de forma apresurada abandonaban la casa. Javier hablaba de forma brusca y hasta insolente con Laura, ella no decía nada si acaso bajaba la cara. Subieron al coche de su novia que estaba aparcado casi frente a él, momento que aprovechó para de forma rápida subir al piso donde vivía, seguramente no tendría otra oportunidad más clara antes de que ella volviera.
Entró como delincuente, por la premura y por los nervios que le provocaba aquella angustia. La casa estaba en silencio, un silencio que hacía rompedor y dañino, una cama desecha, un olor a sexo que inundaba toda la estancia, un collar que reposaba sobre la mesita de ella y nuevamente su polla volvió a cobrar vida, olía las sábanas, el papel sucio que había servido para limpiarse y que estaba sobre el suelo. Estaba claro que ella había salido de forma atropellada, por el contrario, él miraba toda la casa con indudable nostalgia y con manifiesto desasosiego y de forma contradictoria, con indulgencia, todo aquello que debía de llevarse lo había dejado sobre la cama, ahora era cuestión de ir buscándole acomodo, por lo que comenzó a meter cosas de forma atropellada en aquella vieja maleta.
-¿Adónde vas, Carlos? –Aquella frase sonó como una fría orden, sin embargo lo que realmente sentí fue un puñal acuchillando mi espalda. No fui capaz de darme la vuelta, de responder a quien se lo demandaba.
-Me voy, lo he intentado con todas mis fuerzas pero me supera la situación, no hay sitio para mí en este hogar ni puedo darte el espacio que me pides o que necesitas. Me llevaré todo lo que pueda y lo que quede volveré en otro momento, si no te importa. Al fin y al cabo eres tú la que está en su casa.
-Nunca ha sido mi casa, siempre ha sido nuestro hogar, la casa de los dos.- Las palabras denotaban una extrema dulzura, aparentaban y seguramente lo serían, serenas y sinceras.
Ella se situó justo detrás de mí, pegada a mi cuerpo, con sus manos abrazando aquella figura malherida, era consciente del daño que me estaba haciendo, sin quererlo ni pretenderlo, pero daño al fin y al cabo por lo que apoyó la cara sobre mi espalda como si con aquel gesto fuera capaz de darme el aliento que me faltaba
-No lo hagas, por favor, Carlos. De mi boca siempre saldrá la verdad, porque te quiero con locura. Sí, ha estado aquí esta mañana, le pedí de forma encarecida que nos diera tiempo, que necesitábamos arreglar las cosas entre nosotros. Se ha enfadado mucho pero he conseguido su palabra que durante una semana no me reclamará ni nos molestará. Me ha permitido que retire el collar que cubría mi cuello y que continuemos juntos tú y yo como la pareja que somos.
-Carlos, por favor, necesitamos hablar, tenemos que hablar, no podemos romper con todo sin intentar saber si podemos vivir con esto y cómo hacerlo. Hoy es imposible pero estoy segura que conseguiré mi libertad y entonces nuevamente tú y yo volveremos a ser lo único y más importante en nuestras vidas.
Carlos, no respondía, se había quedado poco menos que petrificado, fue ella la que comenzó a quitarle la ropa de la manos, la que volvió a besar sus labios, la que lo desnudó casi sin que él fuera consciente de ello, la que lo arrastró a aquella cama desecha, la que consiguió fundir los cuerpos en uno solo. Interminables caricias, besos a raudales, dos cuerpos inseparables, ella sobre él, la polla estaba dura como una piedra, poco a poco lo fue cabalgando con ella dentro; sin embargo él seguía sin reaccionar, en estado de shock, como hipnotizado, parecía una estatua de hielo que poco a poco se fue derritiendo cuando sin poder o sin querer evitarlo lo llevó al cielo.
-Cariño, sé que es difícil poder entenderlo, poder aceptarlo, pero no tengo más remedio, soy de él, de nadie más, y sin embargo no sabes lo que te quiero, podría llegar a morir por ti si no estuvieras a mi lado, te necesito junto a mí para poder, aunque resulte extraño lo que te voy a decir, para poder soportarlo. Quiero que sepas que él podrá tener mi cuerpo pero nunca tendrá mi alma, mi espíritu, mi amor, mi cariño…, eso será siempre tuyo y de nadie más. Intentemos darle una nueva oportunidad al amor, yo nunca te he engañado ni nunca te engañaré, siempre seré tuya salvo en lo que es de él, ahí no tengo capacidad para decidir ni para actuar, sólo él puede mover los hilos, sólo él decidirá mi destino.
En ese momento volví a la vida y descendí, con toda su crudeza, a la tierra, por fin ponía los pies sobre ella.
-Laura, no puedo, quiero intentarlo, pero no puedo, yo no sé cómo afrontar esta situación
-Cariño, deja que sea yo quien te lleve de la mano, no sufras, sólo disfruta
-Pero cómo voy a disfrutar sabiendo que estás con él –respondí de forma desabrida.
-Disfruta pensando que cuando llegue otra vez a nuestra casa estaremos sólo tú y yo, entonces podrás saborearme sin nada ni nadie que te lo impida
-Laura, te quiero con locura pero no sé si podré aceptar lo que me pides, y aunque no me pidas el sólo hecho de saber que has estado en sus brazos, que has besado sus labios, que su sexo te ha inundado…, no puedo, de verdad que no puedo
-Inténtalo, al menos
-Pero es que siento una angustia interior que me está matando, que me destruye, que me destroza por dentro y por fuera.
-Lo sé, amor mío, lo sé, pero yo estaré siempre a tu lado para ayudarte a superarlo. Le he pedido que nos de una semana para poder hablarlo y adaptarnos a la nueva situación. No te puedes ni imaginar lo que he sufrido cuando te fuiste, lo que sufrí por ti cuando estando con él me llamaste y no estaba autorizada a cogerte el teléfono. Yo también te quiero con locura, por favor, intentémoslo
Y así comenzó lo que podría ser el camino a mi felicidad o el de mi martirio, nuestro culmen como pareja o nuestra destrucción, el paraíso o el infierno, mi inmolación camino de la gloria o de la locura… No fui capaz de negarme a sus caricias, a sus besos, a sus ojos brillantes, a sus palabras de amor, a sus ruegos, a sus deseos, podéis llamarme cobarde, loco, irresponsable, apocado, nenaza..., seguramente tendréis razón, pero mi amor por esa mujer no tenía nombre, ni límites. Volví a poner la ropa en su sitio, guardé la maleta en el lugar de donde nunca debió salir, otra vez ilusionados cuando vi como guardó el collar de perro en su mesita. Hicimos la cama aunque le pedí que cambiara las sábanas.
-Nuestra casa debe quedar al margen de vosotros, no quiero que vuelva nunca por aquí y si lo hiciera te pido, te exijo que me lo digas para no estar en ella.
-Intentaré negociarlo con él, ya te diré su respuesta. Pero tenlo muy claro, por propia voluntad nunca pondré en peligro lo nuestro.
Un halo de frustración recorrió mi cuerpo, tenía que negociarlo, ¿y si no llegaban a un acuerdo?, simplemente lo aceptaría ella, ¿y yo qué, dónde estaba mi puesto en esa nueva relación?, seguía sin encontrarlo, lo único cierto es que mi corazón parecía desbocado. Nuestras miradas se cruzaron, bajé la cabeza en una muestra de amor o de cobardía. Y así fueron pasando los días a la velocidad del viento y lo que siempre temí terminó por suceder, se agotó la semana de gracia que nos habían concedido pero como siempre pasa la realidad superaría a la ficción.
-Vamos, Carlos, no te pongas triste, ya lo hemos hablado muchas veces, acéptalo, disfrútalo, ya verás como en el fondo hasta terminará por gustarte. O al menos, piensa que yo seré feliz y que eso te engrandecerá como persona, al menos siempre me lo has dicho.
-Eso nunca sucederá, lo aceptaré pero no me pidas imposibles.
-Una de las cosas más bonitas de ti es tu sonrisa, no quiero que la pierdas nunca. Por cierto, hoy voy sólo a estar con él un par de horas porque esta tarde tengo que ir a trabajar, iré pero antes del trabajo volveré a casa. Antes de irme, me gustaría hacer un juego contigo. ¿Quieres?
-No sé si seré capaz de jugar a nada con la desazón que siento pero lo intentaré, como siempre, por ti, ¿en qué consiste? ¿Con qué me vas a sorprender?
-Te sientas en el sofá, voy a poner la tele, bajita, te voy a vendar los ojos, tienes totalmente prohibido quitarte el pañuelo. Antes de nada, ve al servicio y orina, tus necesidades más básicas se reducirán al mínimo, así no tendrás que levantarte para nada.
-No deseas nada, ¿verdad?
-No.
-¿No?, bueno, pues entonces, tele encendida, sentado y con los ojos bien vendados y ahora piensa en mí. Un beso, cariño, imagina lo que quieras pero no le des vueltas a lo que no tiene remedio y lo que si lo tiene, se lo pondremos nosotros.
Esas fueron las últimas palabras que escuché de Laura antes de marcharse, al poco tiempo el clac del cierre de la puerta de casa fue un duro golpe a mi escasa inteligencia y a mi mucho amor por ella, allí estaba yo, solo, sin ser capaz de ver nada, sin querer tocar el pañuelo como si estuviera rompiendo mi palabra, era un fiel reflejo de mi mundo, absorto, inmóvil, petrificado.
Los minutos parecían horas, los silencios me mataban, ni el ruido de la tele era suficiente para que mi cabeza no estuviera allá donde ella estuviera. La necesitaba, la deseaba con toda mi alma y sin embargo ahora se encontraba en manos de otra persona y, lo más triste, yo lo consentía, lo aceptaba. El bajón fue durísimo, no sabía si continuar o decir basta. En esa terrible tensión me encontraba cuando por fin se abrió la puerta de la calle y con los tonos más dulces escuché su voz, su alegría, su letanía de palabras encadenadas.
-Ya estoy aquí cariño. Qué contenta estoy de volver a estar contigo, de volver a estar en casa. –Y se puso a horcajadas, besando mi boca con tanta fuerza que temí por mis labios. Que feliz soy. Me ha dicho que consiente nuestra relación, que no pondrá pegas a que esté contigo pero que siempre que me llame tengo que estar disponible.
-¿Me puedo quitar el pañuelo?
-¿Quieres quitártelo?
-Lo que tú quieras.
-Bueno, por ahora lo dejaremos.
-Cuéntame cómo has pasado estas dos horas.
-Bueno, la verdad es que mal, imaginando que estabas con otro hombre, no lo podía soportar.
-Pero ya te dije que no te ocultaría nada, que todo, todo te lo contaría. -Y llevó en ese momento un dedo a mi nariz. Dios, qué olor más cautivador, ese dedo había estado dentro de ella.
-¿Te gusta?
-Me vuelve loco. –Volvió a desaparecer su dedo que nuevamente llevó a su entrepierna, a su sexo, se estuvo tocando durante bastante tiempo y yo desesperaba por volver a tenerlo cerca de mí, a olerlo. Y como leyendo mi pensamiento lo sacó y lo volvió a llevar a mi nariz.
-Ummm, dios.
-¿Quieres paladearlo?
-Sí, ese olor y ese sabor tienen que llevarme cerca del cielo. –Y así acercó sus dedos a mi boca por lo que comencé a lamerlos, a chupar como si del más rico caramelo se tratara hasta que me paré en seco y retirando la mano de ella, comencé a escupir y a maldecir.
-¿Qué coño haces? ¿De qué mierda están impregnados esos dedos? ¿De la leche de ese cabrón? Maldita hija de puta
-Chissssss, tranquilo, cariño, es el delicioso manjar del que he sido participe. Te dije que todo lo compartiría contigo y esto es una de las cosas que más aprecio. Por favor, Carlos, cierra los ojos en todos los sentidos, imagina y disfruta de la misma forma que yo lo estoy haciendo.
Y como si con sus palabras consiguiera encantar a la serpiente que en ese momento estaba dentro de mí, apoyó su cabeza sobre la mía y nuevamente volvió a meter sus dedos en el coño sacándolos impregnados de la esencia de ella y de Javier, y lentamente la llevó nuevamente hasta mis labios, yo los cerró con fuerza pero ella venció mi débil resistencia a base de caricias infinitas, de dulzura y de besos, al final abrí la boca y degusté con expresión de asco lo que ella me ofrecía como si estuviera haciendo el ofrecimiento a los Dioses.
Al final, ella se sentía extrañamente vencedora, primero porque consiguió que lamiera sus dedos y segundo porque notó crecer con fuerza la masculinidad de Carlos.
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II
Aquello que había considerado como un hecho aislado fue, sin embargo, el inicio de la etapa más rara y extraña de mi vida. Poco a poco fui venciendo mis miedos y angustias y viendo con normalidad lo nunca imaginado, nunca consideré que lo hubiera aceptado pero, como digo, comencé a ver con normalidad que Laura luciera con altivez el collar que indicaba que pertenecía a Javier. De igual forma, ella acudía a su encuentro, y yo aceptaba con una falsa apatía puesto que siempre se me revolvían las tripas, siempre que él la solicitaba y, como siempre, se despedía de mí con un profundo beso, con una caricia en mi mejilla y con un sabes que tengo que ir pero mi corazón sigue aquí, a tu lado y siempre lo estará, no dudes nunca de ello. Y si la despedida se repetía de forma machacona, reiterativa, su vuelta, era una explosión de emociones y de sentimientos, alegría y jubilo, probando hasta la saciedad, el sabor de su coño aderezado con la leche de su dueño, como ella lo definía. Eso sí, llegaba con una energía imparable, no dejaba de hablar, de contarme lo que habían hecho, de lo que habían hablado, de lo que quería de ella y hasta de mí. Sí, de mí.
Laura me había dicho en muchas ocasiones que yo no estaba al margen de su relación con su dueño, sino que ella le hablaba de mí sin parar y él se interesaba hasta el punto que le sugirió a su amo si le permitía a ella que me pusiera, en determinados momentos, un cinturón de castidad.
Cuando yo escuché aquello, dejó de entrar aire a mis pulmones. Comencé a toser de forma compulsiva, como si me estuviera ahogando, de mi boca salían maldiciones a cientos.
-¿Qué le has dicho que te dé permiso para ponerme un cinturón de castidad? –No salía de mi asombro. Y como siempre, ella comenzó a mostrarse coqueta.
-Vamos, cari, si eso es para engrandecer nuestro juego. En todo momento sabrás donde está la llave, en cualquier momento podrás cogerla y quitártelo si es eso lo que quieres. A mí me hace una ilusión inmensa y me encantaría entrar por ese camino y ver cómo reacciona tu cosita.
La cara de cabreo que tenía poco a poco fue endulzándose cuando el azúcar de su carita se derretía en mí por lo que le dije que de acuerdo, que aceptaría ponérmelo, aunque me gustaría poder reflexionar más sobre ello, no te preocupes que si decido ponérmelo, iremos los dos a comprarlo.
-Ya lo tengo. –soltó como una bomba.
-¿Qué ya lo tienes? –Aullé como los lobos, no daba crédito, pero ¿es que era un bobalicón?.
-¿Cómo es posible que ya lo tengas si aún no he decidido ponérmelo? -Respondí de forma brusca, desabrida y cortante.
-Cariño, no te enfades. Cuando mi macho me dio su permiso, automáticamente pensé que tú no pondrías pegas porque sabías lo feliz que me hacía el poder ponerte el aparatito y lo mucho que lo disfrutaríamos, así que cuando salí, me fui a una tienda y lo compré.
No salía de mi asombro, desconcertado, perplejo, desorientado…, sin embargo, como siempre, poco a poco comencé a respirar con normalidad aunque mi cabreo me tenía aturdido, no era capaz de reaccionar, mi mente se veía enturbiada por una profunda neblina. No me dejó ni pensar ni reaccionar por lo que de forma inmediata, me cogió de la mano y me llevó al dormitorio. Dejó caer su vestido, bajo el mismo, sólo su desnudez. Ella era consciente del efecto que producía la visión de su cuerpo en mí. De igual forma comenzó a quitarme la ropa, dos cuerpos desnudos que se miran, ojos que devoran el deseo. Cogió mis manos y las llevó a sus pechos, a su vagina, a mi boca, a la suya, labios que se buscan con desesperación.
Nos echamos sobre la cama dibujando imaginarias escenas de enamorados, no dejábamos de acariciarnos, de recorrer cada centímetro de nuestro cuerpo, de sorber hasta el sudor que emanaban. Se situó sobre mí, restregó nuestros sexos y comenzó a contarme con todo lujo de detalles cómo la había poseído Javier, con dulzura pero con dureza, con pasión pero sin amor, con dominio pero sin abuso, con sometimiento pero sin imposición, con dolor pero con un inmenso placer. Sus glúteos, sus pechos aún mostraban signos de todo ello.
Estaba a punto de llevarme al culmen del placer pero no sé cómo lo hacía que cuando estaba a décimas de alcanzarlo, lo impedía; mi placer y mi desesperación siempre iban cogidos de la mano, sentía las paredes de su vagina cómo presionaban sobre mi polla por lo que cada vez que subía parecía como si la misma se fuera tras ella, y volvía a bajar y nuevamente destruía mis defensas, así una y otra vez, mil veces sentida, mil deseada, mil suspiros que se escapan. Y al final, una explosión de sensaciones, el delirio que me inunda, que nos llena a los dos, besos y suaves caricias sobre mí descansan. Un te quiero cien veces repetido.
Cuando comencé a notar que se iba desinflando mi pene, rápidamente ella se situó a horcajadas sobre mi rostro, de su coño manaba un río de esperma que inundó mi boca.
-Sí, bébetelo, no dejes nada ni una gota, siente lo que siento yo cuando él descarga dentro de mí. Hazme la mujer más feliz del mundo.
Abrí la boca, cerré los ojos e imaginé a aquella mujer en otra cama, con otro cuerpo, recibiendo lo que yo estaba acogiendo en mí.
Cuando bajó, mil besos inundaron nuevamente mi cara dándome las gracias por hacerla tan feliz. En mi rostro apareció una sonrisa y un suspiro,
-Vamos Laura, mira que eres mala, haces conmigo lo que quieres. -En ese momento fue corriendo en busca de su bolso y envuelto en papel de regalo me entregó un pequeño objeto
-¿Para mí?
-Para los dos.
-Ah, ¿qué es?
-Ábrelo.
Cuando lo hice, mi semblante reflejó el frío momento, un halo de perpleja tristeza apareció en mi cara, y unas manos que la recorrían intentaban darme el aliento que en ese momento me faltaba, el regalo era la jaula que envolvería mi hombría.
Apoyados los dos sobre la almohada, lo mirábamos, le dábamos vueltas con nuestros dedos, poco a poco mis ojos se fueron acostumbrando a envolverlo para dejar de ser un cuerpo extraño, a pesar de todo, la mirada la tenía fija en ninguna parte.
-Me encanta imaginar que seremos tremendamente felices, controlando nuestros deseos, impidiendo que sea el cuerpo el que mande sobre la mente cuando debe ser la mente la que mande sobre nuestro cuerpo. Imaginar que ese pequeño sacrificio que harás, lo estarás haciendo como ofrenda hacia mí. Controlando tus impulsos más primitivos, haciendo que todo gire siempre alrededor del amor y no del morbo y del deseo.
- Laura, no te puedo prometer nada, lo intentaré.
Y con maestría, como si fuera lo más normal del mundo, como si lo estuviera haciendo de continuo, cogió el dichoso aparatito y cubrió mi pene, un escalofrío recorrió mi cuerpo, no fue desagradable, todo lo contrario, un estremecimiento de extraño placer me inundó. Sus labios buscaron los míos y un gracias salió de muy, muy dentro de ella.
-Estoy obligada a contarle a Javier todo lo que pasa en mi vida, de la que tú eres parte muy, muy importante.
Cogió el móvil y marcó su número, al momento comenzaron una conversación insólita y chocante para mí, era duro escuchar a la persona con la que estaba compartiendo mi vida, detallarle a un extraño todas las emociones y todos los deseos que formaban parte de nuestro mundo más íntimo y hacerlo a mi enemigo, sí, a la persona que había entrado como un huracán en nuestra relación y que la hacía tambalear.
No sabría decir si fue placer o fue dolor lo que sentí cuando escuché como ella le narraba lo que acababa ocurrir, de que había colocado ya la jaula sobre mi cosita, ¿tan insignificante le parecía? La humillación volvía, se alejaba y continuamente estaba presente, siempre cerca de mí.
Iban pasando los días, al final comencé a sentirla como algo propio, la jaula casi llegó a formar parte de mí mismo, sólo me era molesta en determinados momentos, especialmente cuando Laura se lo proponía. Ella era consciente del efecto que producía en mí tenerla cerca y en esos momentos odiaba al dichoso aparatito, no poder tocarme, no poder sentir cómo se expandía mi hombría, no conseguir descargar hasta que ella me lo permitía. Como de igual manera me contaba que todo lo que hacíamos en casa se lo tenía que decir a Javier, me entristeció, un inmenso amargo me recorría desde mi boca hasta el estómago y como siempre ante tales hechos ella sabía sacar lo bueno de mí, cambiar mi actitud, volvía a sonreír y a mirar con optimismo lo que se había truncado en un momento como tristeza.
Un día me dijo que su dueño le había exigido que pasara con él cinco días en su casa, que también había llamado a su hermana y a su madre. Se sentía muy contenta por volver a verlas, por volver a estar con ellas, necesitaba de su presencia y lo entiendo; lo que no mostró en ningún momento es pena o incomodidad porque yo me tuviera que quedar solo durante tanto tiempo, ni tan siquiera se le ocurrió preguntar mi opinión o cuáles podrían ser mis sentimientos, cuando se fue, aparentemente sí que lo sintió pero no sé ya si era parte del juego, de la actuación en tan magistral obra de teatro o porque realmente percibió mi desolación. Lo cierto es que llegó el viernes por la tarde, se puso un vestido corto de tirantes, nada debajo y me pidió que le pintara con rotulador en los glúteos la palabra P-U-T-A, nuevamente fue humillante hacerlo e incluso cuando al levantarse llevó su mano a mi polla para acariciarla y decir que esperaba que hasta que ella no volviese no se me ocurriera quitármelo. Y lo que es más trágico, le obedecí. Ah, por cierto, también me advirtió que tenía totalmente prohibido que la llamara al móvil, otra pesada losa en mi destino.
Laura llegó a casa de Javier cerca de las siete de la tarde, la recibió sonriente, dominando la situación y el destino de ella, la besó con pasión, metió sus manos debajo del vestido y comprobó que efectivamente no llevaba bragas y sí escrita la palabra mágica tal como le había ordenado. Subió a la habitación, se desnudó por completo dejando sólo y exclusivamente los altos zapatos de tacón, se maquilló ligeramente y bajó al salón donde Javier la estaría esperando. Cuando llegó se levantó a recibirla y apretando sus cuerpos comenzó a besarla como si fuera el último día de su existencia, ella le correspondía con total entrega.
La llevó de la mano y la situó apoyándola sobre la mesa y sin más preámbulo ni más adornos comenzó a penetrarla, justo por detrás, hasta que descargó por completo sus huevos, era su dueño, no tenía por qué pedir permiso, tomaba lo que era suyo siempre que le apetecía y ella era consciente de ello. Cuando la sacó le obligó a limpiarla con su boca hasta dejarla reluciente mientras un gracias, salía de la boca de ella. Se sentó en el sofá, desnudo, ella lo hizo sobre la alfombra, su cuerpo sobre las piernas de él. Él comenzó a acariciarla como si fuera un perrito faldero.
-Mientras esperamos la llegada de tu madre y hermana, cuéntame cómo se ha quedado el cornudo.
-Bien, poco a poco va aceptando su situación de consentidor, aun muestra en algún momento algo de rebeldía pero le dura poco, ha aceptado el cinturón de castidad de buen agrado.
-Dile que es una orden mía, y a ver si concertamos un encuentro en el que él sea mi invitado, el espectador privilegiado.
- Señor, no creo que esté aún preparado para ello pero quiero que sepa que cuando ese momento llegue, yo seré la primera en comunicárselo. Le pido que tenga paciencia.
-Vale, confío en ti para que me lo adiestres, para que me lo castres como sabes que a mí me gusta.
En ese momento se oyeron risas y cierta algarabía, acababan de llegar su madre y hermana por lo que de igual forma a como había hecho con ella, Javier salió a recibirlas y siguiendo el ritual establecido para todas ellas, examinó que vinieran desnudas por dentro y escrito en sus glúteos la palabra P-U-T-A, Laura permaneció sentada sobre la alfombra, no salió a abrazarlas porque no había recibido el permiso de Javier. Éste les indicó cual era la habitación y les dijo que las esperaba en la sala.
-Laura, ¿tienes ganas de estar con ellas?
-Señor, lo estoy deseando.
-No te preocupes, dentro de muy pocos minutos las vas a poder abrazar.
Cuando Laura y Javier volvieron la vista hacia la puerta, descubrieron a dos espectaculares ejemplares de hembra, desnudas y sonrientes, a la espera de que Javier diera su permiso para entrar y poder abrazar a su hermana e hija. Cuando lo obtuvieron, cuando se lo dieron hubo una explosión de alegría difícil de contener y lágrimas, muchas lágrimas.
-Me imagino que habéis llegado cansadas del viaje, así que subid a ducharos las tres, haced la cena, preparad la mesa y después celebraremos nuestro encuentro con todos los honores que merecéis, antes de nada, apagad y traedme vuestros móviles, queda terminantemente prohibido que habléis con nadie. Fue la madre de ellas quien lo hizo, quien entregó los tres teléfonos apagados, se quedó frente a él y en un arranque de humana sinceridad, le dijo que se sentía tremendamente feliz de volver a verlo, a sentir que su destino estaba nuevamente en sus manos, que el calvario de no tenerlo cerca, ni saber nada de él fue demasiado duro como para que no haya dejado malsana huella.
-¿Me permites que te abrace? Lo necesito, necesito sentirte cerca, imaginar que el tiempo no ha pasado, que se detuvo en un momento dado y que estas entre nosotras para quedarte ya para siempre.
-Querida amiga. Yo también os he echado de menos, han sido infinidad las ocasiones en las que pensé que nunca más volveríamos a encontrarnos pero afortunadamente todo ha pasado, todo ha sido un mal sueño, demasiado largo, pero ya ha pasado, la cárcel es historia y todo lo que ha formado parte de ella se irá desvaneciendo con el paso del tiempo y por supuesto, con vuestra presencia. Y se abrazaron con fuerza, como tantas veces lo habían hecho. Pero allí nadie podía permitirse el lujo de mostrar debilidad ante los sentimientos, así que de forma cortante le dijo que fuera ella también a arreglarse y que ya en la velada tendrían tiempo de responder a tantas preguntas que pululaban por sus cabezas.
Con esa simple escena dio paso a unos memorables cinco días de entrega total, del reencuentro de cuatro amigos o de tres esclavas entregadas en cuerpo y alma a su destino, asumido sin estridencias ni rechazos, con armonía y conformidad, unos días donde los juegos fueron suaves y duros, placenteros y electrizantes, donde el dolor dio paso al placer, nada era bizarro y por el contrario sí que era armonioso y arrullador: potros casi oxidados por la falta de uso, cuerdas que ataron cuerpos que se le hacían extraños, juguetes, privaciones de sentidos, pinzamientos, succionador de vacío para los pezones, impacto sobre su cuerpo con bofetadas, cachetes y golpes… Mucho sexo, todo era sexo, no existía otra cosa que el sexo para ellos, el disfrute de él, las caricias de él, y sin embargo poco a poco volvió la sintonía, las emociones, la quietud de espíritu, el apego y la ternura. Cuando aquellos días terminaron, cada cual volvió a su destino, nuevamente sus cuerpos fueron cubiertos por la ropa, otra vez volvían a tener identidad propia, su propio carácter dirigido como a control remoto por la voluntad de Javier. Cuando Laura abrió la puerta de su casa, encontró a un desolado Carlos
-Cinco días sin saber nada de ti, ni tú has querido saber nada de mí
-No eres justo, Carlos, sabías perfectamente que no estaba en mis manos el poder llamarte si no me daban permiso y, no me lo dieron, pero quiero que sepas que siempre has estado en mi pensamiento. Mi madre y mi hermana te mandan muchos besos y Javier me ha ordenado que en compensación por lo bien que te has portado que te haga el amor hasta que desfallezcas por el placer. Y lo estoy deseando. –Lo abracé con toda mi alma, sentí su cosita atrapada, fui corriendo a por la llave y por fin encontró la libertad.
-¿Te la has quitado?
-No, he sido tan estúpido que en ningún momento lo he hecho.
-Bien, por eso ahora recibirá su premio. –para comenzar lo acarició casi hasta la locura, por fin volvía a correr la sangre por sus venas, y como dos auténticos enamorados, cogidos de la mano fuimos en busca de la habitación.
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III
Aquella imparable claudicación de Carlos se transformaba, en el momento de encontrarse juntos, en amor inacabable. Sí, él cada día se encontraba más entregado a ella, era tremendamente feliz hasta en la humillación que poco a poco fue aceptando sin plantearse nada, mirando, si se quiere, a otro lado; eso no significa que la aceptase ni que consintiese en nada, simplemente había dejado de plantarse si era eso lo que quería en su vida, sólo y exclusivamente, la amaba. Igual no habría que ser tan duro, al fin y al cabo todo lo que se viva dentro de la pareja está permitido, el problema surgía si consideramos que era una pareja de tres, como mínimo, porque lo que desconocía es si dentro de la misma ecuación también estaba su hermana y la madre.
Laura llevaba una vida normal y corriente, como cualquier muchacha de su edad, acudía a su trabajo, hacía la compra, hacía deporte y vivía en familia con su pareja, reía, lloraba, interminables conversaciones de teléfono, algún programada de televisión sobre la naturaleza, otras veces acudía a los de chismorreo, sólo los momentos en los que era requerida, estaba obligada a dejarlo todo y a acudir a Javier, en ese momento no sólo era lo más importe es que era lo único que existía para ella. Sin embargo, Carlos, no lo lleva tan bien como aparentaba, cuando recibían la llamada de Javier se producía dentro de él una repulsión casi asfixiante y aunque mirase hacia otro lado en el fondo de su vientre iba creciendo un agujero de consecuencias desconocidas.
-Hola, Laura, este fin de semana quiero que vengas a pasarlo en mi casa, así que desde que salgas del trabajo, el viernes a medio día, no hagas ningún plan, te vienes directamente. Ah, por cierto, dile a tu novio que si quiere comer con nosotros el sábado que tiene permiso para entrar en mi casa, y por supuesto si quiere quedarse a los postres, está invitado.
-Señor, allí estaré. Y gracias por invitar a Carlos, se lo diré inmediatamente.
-Carlos, me acaba de llamar Javier, me ha dicho que el fin de semana, como es costumbre, tendré que irme a su casa y que si quieres puedes venir a comer con nosotros el sábado y es más, si lo deseas, al menos yo sí, quiere que estés también por la tarde.
A Carlos le desapareció la sonrisa del rostro nada más oír la llamada recibida por Laura, sabía perfectamente quién podía ser y hasta aventuraba lo que pretendía. Así que cuando Laura se lo comunicó no mostró sorpresa alguna, ni a favor ni en contra porque era consciente de que si manifestaba de forma real sus sentimientos, Laura se entristecería, más viendo cómo había reaccionado a la propuesta que le había hecho.
-De acuerdo, iré, si es eso lo que quieres.
-Claro que lo quiero y lo deseo, deseo y quiero tenerte siempre a mi lado, aunque al final te llegues a cansar de mí de tanto empalago. –Eso me lo dijo de forma mimosa, sabía que su dulce voz era un bálsamo para mi dolor.
-Ahora quiero seguir jugando contigo, quiero que sufra un poquitín tu cosita enjaulada. Vamos a hacer un desfile de modelos, ¿te apetece?
-¿Un desfile de modelos? Miedo me das con tú ocurrencias, pero en fin, sí, claro que jugaré si es eso lo que quieres, aunque sé que vas a ser la triunfadora de nuestro imaginable público.
-Ah, no creas, es difícil luchar con un tiarrón como tú. Así que lo vamos a hacer de forma diferente, yo actuaré como si fuera un hombre, y me vestiré como tal y tú lo harás al contrario, desfilarás como una mujer. ¿Qué te parece?
-Leche, ya temía yo a tus ocurrencias, pero si yo no sé andar ni mostrarme como una mujer.
-¿Quién ha dicho que no? Igual tu parte femenina te sorprende.
-Qué mala eres pero me encanta.
-Vamos a nuestro cuarto que te buscaré un vestido apropiado y todos sus complementos, que son tan importantes como lo principal. Y además, aprovechando que estás depilado tenemos mucho terreno ganado.
Entramos en la habitación donde escogió un vestido justo por encima de la rodilla, estampado, veraniego, con gran escote. Puso sobre la cama unas medias de liga, unas braguitas-tanga, un sujetador al que le aplicó bastante casco para formar adecuadamente la copa, sacó unos zapatos de tacón medio, alguna pulsera, algunos pendientes, un bolso.
-Pero chiquilla es necesario…
-A callar. Si vas a desfilar como mujer, tendrás que ir como una mujer, ¿no? Claro que sí es necesario y además te maquillaré y además quiero que te lo creas y que lo vivas, por fa.
-Vaaaaale, lo intentaré, menos mal que no hay una cámara oculta que si no me moriría de vergüenza.
Lo primero que hizo fue, quitarle la jaula. ¡Qué sensación tan extraña de alivio sintió Carlos! Y de forma casi inmediata comenzó a sentir como aquello reaccionaba, tomó vida, creció de forma desmesurada. Y curiosamente eso no le gustó a Laura, por lo que salió corriendo a no se sabe dónde, allí se quedó Carlos, desnudo y para colmo sintió algo vergüenza, se sintió ridículo por la reacción de su colita, cuando en realidad debería de ser lo más normal del mundo. Lo que no esperaba es que cuando llegó Laura corriendo y se acercó a él, lo que hizo fue ponerle de forma instantánea los cubitos de hielo que traía escondidos en la mano directamente sobre su colita y huevos. El salto y el grito que dio Carlos, lo tuvieron que oír incluso hasta en el cielo porque entre la sorpresa y la frialdad.
-Por Dios, Carlos, tampoco es para tanto.
-¿Qué no es para tanto? –Maldita sea, Laura, es que quieres que me dé un infarto que termine con mi vida.
-Es que había que bajar eso.
-Vale, habría que bajarlo pero no matarlo, leche. –Eso sirvió para que al final los dos se rieran. Habían encontrado el momento de retomar la sintonía perdida. Lo cierto es que había conseguido de forma inmediata, llevar a su pollita a un estado de duermevela.
-Vamos a ver, yo esto lo he visto en algún sitio aunque no lo tengo muy claro, esta cosita hay que esconderla. No puedes ponerte unas braguitas tan monas y que se salga por los lados. –lo dijo con una pícara sonrisa.
-La meteremos hacia atrás y, aprovechando de que no tienes vello, te lo pegaré con cinta. Lo huevecillos sé que se los esconden por aquí, pero eso no me atrevo, habrá que perfeccionarlo en otro momento.
-Estás preciosa con esas braguitas, ahora el suje, con un buen relleno, que con lo que te gustan las tetas, ahora las vas a disfrutar como propias.
-Anda, deja que te ponga las medias que estoy viendo que me las vas a romper, con lo bien que se os da a los hombres quitarlas pero para ponerlas qué poco arte, señor. Ah, pero tú como eres una nenita, no tendrás problemas, practica cuando estés solo.
-Esto se termina esta noche, este calvario no lo vivo yo nunca más.
-Lo que yo veo no es un sufrimiento, más bien apuesto a que lo estás disfrutando, menos mal que te he cogido con cinta la pollita porque me da la impresión de que está queriendo salirse. ¿A que sí? Pero no se lo vamos a permitir, que eres muy malita. –lo dijo dándole un cariñoso golpecito.
-Por favor, Laura, déjala, no me toques ahí que si no, no respondo.
-Estas preciosa, te voy a hacer una foto para que luego podamos verla juntos,
-Pero no me saques la cara.
-Vale, cuando estés bien vestida, sí te la haré completa.
El pobre se dejaba manejar, ponte aquí, ponte allí, ponte primero esto, cuando terminó su trabajo, estaba espectacular. No parecía ni por asomo él, más bien ella. Sí, era la representación de una bonita mujer. Peluca, carita pintada, algunas joyitas, aunque fueran de bisutería, un bonito vestido, un pecho perfecto con ese sujetador de relleno y debajo, debajo sólo él sabía y sentía lo que era llevar unas braguitas.
Terminó la velada con el simulado desfile con muchas risas y muy, muy buen rollo. Una copa, un baile, un profundo beso y un te quiero que a cualquiera desarmaría, como en ese momento les pasaba a ellos. Ya en la cama, un sin fin de caricias y como le dijo ella
-Esta noche has sido mi chica, quiero follarte, seré yo quien esté arriba, tú serás quien soporte mi cuerpo y mis embestidas. Yo seré quien te ofrezca mis caricias, tú quien abrace mi cuerpo para que se escape a tus deseos.- Y así fue hasta que terminó por derramar toda su esencia en ella. Y él, como le pidió Laura, no dejó de acariciar su cara, de llevar su labios hacia los de ella, hasta que se dejó caer, sin importarle si aquello era el fin o el inicio de la felicidad más absoluta.
Cuando se levantaron de la cama al día siguiente, aún rebosaban felicidad, una sonrisa permanente aparecía en sus rostros. Entraron en el baño y después de una revitalizante ducha, volvieron a la habitación para vestirse, cuando él lo iba a hacer, calzoncillos limpios, calcetines, chándal, fue ella la que se acercó y le pidió a él de seguir con el juego. El desconcertado Carlos respondió
-No te entiendo.
-Cari, las braguitas aún están limpias, vuelve a ponértelas.
-Pero no tiene sentido lo que me estás pidiendo.
-Para mí sí, he encontrado en esa figura que hemos creado, una persona en la que vuelco mis necesidades, eres, además de mi pareja, la amiguita que necesito para descargar mi yo, es mi catarsis, esa complicidad que me revitaliza,
-Vale, vale aunque admito que no termino de entenderlo. –Y se puso esas braguitas tan sexis que ella le preparó, y de igual forma le pidió que se pusiera siempre que pudiera los zapatos de tacón para ir acostumbrándose a caminar con ellos
-Los zapatos es algo imprescindible porque si no, no terminarás nunca de entendernos, jejej…
-Joooo, Laura, eso es un martirio.
-Ya, pero sin embargo a vosotros no os importa que a nosotras nos duelan los pies o las piernas, vosotros queréis vernos con ellos puestos, ¿verdad? Pues es la única forma de que termines por entendernos.
Y allí tenemos a un desconcertado Carlos, respondiendo siempre a los caprichos de su amor, Laura. ¿Qué será lo siguiente? Se preguntaba a veces, y sobre todo, ¿estaría dispuesto a asumirlo o por el contrario lo rechazaría? Y así fueron pasando las horas y aún deseando que el tiempo se parará llegó el fin de semana y nuevamente vuelta a empezar.
Cuando se levantaron el viernes por la mañana, una cierta decepción se dibujó en la cara de él, no podía evitarlo y supongo que en el fondo tampoco quería, era su peculiar forma de revelarse contra el destino. Y por el contrario, allí estaba ella, llena de vida y de ilusión, la que pretendía transmitirle a él con la esperanza de que terminara por dibujarse una sonrisa en su bello rostro, algo que sabía arduo y difícil de conseguir.
-Cariño, ¿qué has decidido con la invitación de Javier?
-Aún no lo sé, estoy hecho un lío. Por una parte no deseo verlo, en absoluto, pero el mismo tiempo es la única forma de poder estar cerquita de ti e intentar comprenderte, aunque sé que eso nunca sucederá.
-Vamos, no puedes tenerle ese odio. Javier me ha querido y me quiere con locura y me respeta, él me lo dio todo en un momento y se lo debo, le debo hasta mi vida.
-¿Por qué no podemos tener una relación normal, como cualquier pareja?
-No le des más vueltas, mi mundo es distinto al de cualquier mujer, eso ya lo sabes, y poco puedo hacer por cambiarlo aunque sabes perfectamente que mi deseo es conseguir mi libertad, pero hasta que llegue ese momento, soy suya. Y eso me gustaría que lo comprendieras y que lo aceptaras, por fa, no tiene sentido que te martirices cuando mi destino está escrito.
-De acuerdo, pero no iré a comer, iré después a tomar una copa con vosotros y ya veremos qué puedo hacer o qué puedo soportar, no voy con nada preconcebido.
-Perfecto, me siento tremendamente feliz de saber que estarás allí, que formarás también parte de esos momentos, que los compartirás conmigo y que ojalá puedas disfrutarlos como yo lo hago, me harías la mujer más dichosa del mundo.
Esa mañana de viernes, cuando se despidieron, les costó separarse a ambos, sus bocas estaban unidas hasta casi quedarse sin respiración. La verdad es que cada vez les costaba más cuando llegaba ese momento, sobre todo a Carlos aunque Laura sufría más por él que por su propia situación que tenía más que asumida. Ella llevaba una pequeña maleta con lo imprescindible puesto que ya disponía de un fondo de armario en casa de Javier y además era consciente que la mayor parte del tiempo lo pasaría desnuda.
La mañana fue larga para todos, Carlos se cargó de trabajo para tener la mente permanentemente ocupada, Laura permanecía algo nostálgica por una parte su amor verdadero y por otra el dueño de su cuerpo que le provocaba incluso el mojar su braga. No sabía qué solución podría tener aquello, lo cierto es que Carlos estaba entrando en el círculo aunque ella era consciente de que en estado muy verde por lo que podría salir de él en cualquier momento. Tenía fe de que el fin de semana pudiera ser productivo para todos.
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IV
Serían las cuatro de la tarde cuando entró en su casa, de vuelta del trabajo. Sí, fue uno de los últimos en abandonar el edificio donde trabajaba, se resistía a volver a su hogar sabiendo que su mujer no estaría. Y así ocurrió, cuando entró en ella, cuando era sólo el silencio lo que cubría el espacio, se vino abajo. Dos lágrimas volvieron a surcar sus mejillas. Dejó las llaves, se puso las zapatillas de casa, y con paso cansino buscó el dormitorio. Se sentó en la cama y no pudo resistir la tentación de echarse sobre la misma, levantó la almohada de Laura y con todo el mimo del que fue capaz cogió el camisoncito de ella que está ahí, esperando su vuelta. Lo cogió porque necesita percibir su olor. Sí, hinchó sus pulmones con toda la fuerza de la que fue capaz y muy poquito a poco dejó escapar lo que ella le trasmitía.
Se resistía a abandonar su cama, no tenía ni hambre. Al volver la vista sobre el lateral, descubrió los zapatos de tacón mediano que ella le pidió que utilizara, no pudo resistirse a levantarse en ese momento y calzarlos, era una forma extraña de seguir sintiéndola cerca, de saber que incluso en la distancia, le obedecía. Con reacción brusca, abrió el cajón de su mesita, donde guardaba la cárcel de su cosita, lo abrió de forma instantánea y se lo volvió a colocar sin que nadie se lo pidiera. Una razón más para que ella siguiera presente, cercana en todo momento. Y lo estuvo, vaya si lo estuvo hasta que el sábado, decidió ir donde ella, lo que no tenía claro es si sería un invitado de piedra.
Se levantó temprano, se aseó, se depiló, hizo un poquito de ejercicio, comió pronto porque sabía que si lo dejaba para más tarde igual su estómago no dejaría pasar nada. Sentía nervios, muchos nervios, un manojo enorme de nervios, al fin, iba a conocer al dueño de su amada; al fin, iba a conocer en qué mundo se desenvolvía de forma tan secreta, tan inaccesible para todos.
Laura llegó a casa de Javier, el viernes, al poquito de dejar el trabajo, no hizo falta ni tan siquiera tocar el timbre puesto que él la esperaba en la puerta. Se besaron con auténtica devoción, no se mostraron, en ese momento como amo y esclava, sino todo lo contrario, como dos enamorados que vuelven a reencontrarse tras mucho tiempo sin haberse visto.
-Sube y cámbiate, la comida está casi lista.
-De acuerdo.
-No has pasado por tu casa, ¿verdad?
-Mejor, quiero que el cornudo te eche de menos.
-Por favor, no lo llames así.
-¿Y por qué no?
-Él me quiere y…
-Sí, te quiere pero hoy estás aquí, como durante toda la semana has estado con él, lo que me hace a mí tan cornudo o más.
-No digas eso, mi señor.
-Lo digo porque tengo razón, demasiado que dejo que estés con él casi todos los días, igual me lo tengo que replantear, y voy a comenzar por hacerlo en las vacaciones. Sí, las vamos a revisar este fin de semana porque nos iremos durante todo el mes lejos de aquí, TU y YO, ¿de acuerdo?
-lo que tu digas, mi señor.
Subió, se desnudó y al bajar, lo único que llevaba puesto era el collar de perro y los zapatos de tacón y siempre una sonrisa, una eterna sonrisa. Se sentaron a comer, uno frente al otro, siempre frente a su señor, sin levantar la vista hacia él, salvo que se lo permitiera y las piernas ligeramente separadas, tenía totalmente prohibido cerrarlas. La comida estuvo amenizada por una agradable conversación, donde ella respondía cuando él se lo indicaba. Al terminar se sentó en el sofá y ella fue la encargada de quitar la mesa, fregar los platos y llevarle una copa de licor, le fue permitido echarse ella otra. En aquel momento comenzaron las caricias, los juegos, el pinzamiento de los pezones, la privación sensorial, los azotes y las perversiones que tanto les gustaba a uno y al otro, la llevó a la sala privada donde la ató al potro, preámbulo de un momento de gloria cuando por el placer le fallaron las piernas.
Por la tarde salieron, como en tantas otras ocasiones y como una pareja normal, en busca de diversión por las zonas de ambiente, pub, discoteca, bares…, manos que no se distanciaban, besos que recorrían sus caras, lenguas que jugaban al extraño sonido del deseo. Ya de madrugada volvieron a su casa, a su cama que nuevamente los habría de acoger en su desnudez total.
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V
Laura se despertó temprano, miró con ternura el cuerpo de Javier, con ternura y tremendo cariño, pero esa mañana no era eso precisamente lo que le preocupaba, su auténtica preocupación se centraba en el profundísimo amor que sentía por Carlos, al menos así lo consideraba ella. No, no lo estaba traicionando frente a su amo, lo que ella deseaba era poder tenerlo siempre cerca, ser feliz de forma permanente junto a él. Quizá no fuera todo lo honesta que debería de haber sido pero tampoco pretendía hacerle daño, todo lo contrario, prefería sentir el dolor en su alma antes que dañar sus sentimientos, aunque a veces ese verbo era difícil de conjugar. Qué extraño era todo, maldita la hora en la que volvió a reaparecer Javier en su vida, ella tenía derecho a ser feliz como cualquier mujer, a elegir libremente su destino, aunque era consciente de que él nunca le daría la libertad. Por eso quería tener cerquita a Carlos, hacerlo partícipe de su mundo, llegar a abrazar en buena medida los dos los mismo deseos, conseguir con su presencia dejar claro que lo más importante para ella era él y que daría su vida si fuera preciso para alcanzarlo.
Se levantó porque tenía muchas cosas que hacer en la casa, quería que reluciese como las estrellas, quería que Carlos se sintiera orgullosa de ella aunque fuera Javier quien se lo manifestara. Limpió estancias, colocó cosas, se ducho, se perfumo, se maquilló…, no sabía a ciencia cierta si en algún momento Carlos hubiera decidido presentarse antes de tiempo, caso que no ocurrió. Así llegado el momento Javier y ella comieron como todos los días que estaban juntos, sus ojos sólo se cruzaban si su amo se lo permitía, sus piernas ligeramente separadas en aquella mesa de cristal, con el sólo fin de que pudiera disfrutar, que a la postre la disfrutaría. Y la misma rutina, los mismos pasos, casi las mismas caricias, él sentado en el sofá, ella echada en la alfombra, apoyada sobre sus piernas, dejándose acariciar cual perrito faldero, y fue en ese preciso momento cuando sonó el timbre de la puerta. No pudo evitarlo, un sobresalto, un corazón desbocado, una boca seca, un estómago que se encoge.
-¿Puedo ir a abrir la puerta?
-Sí, hazlo, pero no quiero que hables absolutamente nada con él. Tráemelo.
Carlos pudo imaginar muchas cosas pero nunca que abriera la puerta desnuda. Le hizo pasar mientras él la interrogaba, le inundaba sus oídos a preguntas pero ella callaba, tenía prohibido hablar. Cerró la puerta y cogido de la mano lo acercó hasta el salón donde plácidamente Javier seguía degustando el café y una buena copa.
-Señor…
-Silencio. Imagino que tú eres Carlos, pasa, siéntate, y tráele lo que él desee.
-Un copa de coñac, doble.
Sin levantar la vista del suelo Laura se dirigió a la cocina, preparó una copa bien cargada, antes de llevarla la acercó a sus labios para sellarla con un beso. Cerró los ojos, dejó escapar un suspiro mientras imaginaba que lo veía. Cuando llegó al salón el silencio más absoluto lo estaba presidiendo, el ambiente era tan denso que se cortaban el aire, quizá por eso hasta respirar costaba.
-Bueno, Carlos, por fin tenemos oportunidad de conocernos, quiero que sepas que lo mismo que se te ha abierto la puerta de esta casa si en algún momento te sientes incómodo tienes total libertad para abandonarla pero ten siempre claro que Laura seguirá aquí. Soy consciente de la peculiar relación que hay establecida entre los tres, pero quiero que tengas claro que si tú estás con ella es porque yo quiero, Laura me pertenece única y exclusivamente a mí y su contrato sigue vivo mientras yo lo esté, así que salvo que me mates nunca dejaré que ella sea tuya al 100%.
Carlos bebió aquella copa como si le fuera la vida en ello, le ardía el pecho de rabia y coraje, los ojos le brillaban no sabría decir si por el odio o por la impotencia, la frialdad de aquellas palabras, Javier pidió que le trajera otra copa a Carlos, que tampoco duró demasiado en sus manos, la ansiedad, la angustia, la congoja por estar donde no debía, con quien no debía, viviendo lo que no debía haber consentido nunca; la conversación siguió por derroteros similares, la humillación y el desprecio que anidaban en el estómago de Carlos no había hecho sino crecer minuto a minuto y lo que tanto temía sucedió, Laura trajo un pañuelo negro, con él tapó la visión de Carlos, como tantas veces le había hecho ella en su casa, le pidió que se recostara, que soñara, que imaginara…, y lo que tantas veces hicieron ellos solos, Javier y Laura, ahora lo estaban haciendo para un peculiar espectador: cuerdas, pinzas, fusta, antifaz… Pero no fue por ahí por donde comenzaron, lo primero que se escuchó fueron besos, suspiros, el chocar de dos cuerpos, el éxtasis en forma de placer incontenible. Y nuevamente ella se acercó a Carlos y repitió lo que tantas veces hizo, a horcajadas, apoyando sus pechos, besando sus labios, llevó los dedos a su vagina y llena de Javier y de ella los acercó a la boca de Carlos que casi sin ser consciente de lo que estaba ocurriendo, los acogió con todo el cariño y el amor del que fue capaz. Nuevamente volvieron a unirse los labios y de ambos surgió la palabra gracias sin ser capaz de identificar que boca la creó.
Habían pasado muchos minutos, Carlos estaba perdido en el mundo de los sueños y de las fantasías donde la abundancia de coñac también ayudaba, la falta de realidad, la falta de visión hacía que sus sentidos se agudizaran, desesperando. Ella no se alejó pues el siguiente movimiento fue apoyar su cuerpo sobre las piernas de Carlos, otra vez el desconcierto, lo que vino a continuación fueron los golpes y la reacción del cuerpo de ella cuando recibía en sus glúteos los impactos que le propinaba Javier con un objeto. Cada golpe que recibía ella, lo recibía él; si para ella era placer para él era puñaladas, si para ella era gozo para él era amargura, si para ella era complacencia para él era sufrimiento. Intentó taparse los oídos pero ella le pidió que no lo hiciera, un sudor frío le recorrió la espalda, el pecho, la frente, los ojos lloraban. Cuando aquel tormento terminó, cuando terminaron los lamentos en forma de placer que ella exhalaba, se levantó y en ese momento le quitó el pañuelo que lo anulaba, sólo quedaba una última escena, escena que terminó por desangrarlo. Le costó recuperar la visión al cien por cien, la luz del día ya no estaba, una cierta penumbra albergaba la estancia, Laura volvía a estar sobre la alfombra, a cuatro, pero apoyada en las piernas de Carlos, mientras Javier la penetraba.
Nunca apareció la excitación o el morbo a lo largo de la tarde, nunca llegó a entrar en el juego de ellos dos y mira que lo intentó por ella, Carlos se desangró cuando por fin pudo verla, cuando vio como la hacía suya Javier, para más humillación, sobre sus piernas. Carlos pudo ver el placer irracional que sentía Laura, lo entregada que estaba, la nube que la envolvía. Sus pulmones apenas eran capaces de albergar el aire que necesitaban a pesar de que la mayor de la veces miraba fuera de escena, sin embargo aquel grito de placer que emitieron los amantes para él fue desgarrador, aquel final de fiesta al que nunca se sintió invitado, escribió sus letras con tinta imposible de borrar.
Cuando Javier terminó de follar a Laura le pidió a esta que fuera al baño y se aseara, éste se dejó caer, agotado, sobre el sillón, tensa calma. Carlos se levantó, sin decir nada abandonó la estancia, poco después se escuchó el inconfundible CLAC después de haber cerrado la puerta de la calle. Cuando Laura bajó preguntó por él, Javier le dijo que se había ido sin decir nada. En ese momento toda la esperanza depositada en esa tarde se cernió en negros nubarrones que descargaron en forma de densas lágrimas.
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VI
Sentado en el comedor de su casa, con la tele puesta, mirando sin mirarla. Carlos no dejaba de darle vueltas a lo que había ocurrido aquella tarde, a lo que había vivido en aquella casa, se sentía tranquilo, sosegado, sereno y a la vez perdido, ensimismado en sus pensamientos y en sus recuerdos, una copa baña su boca, ahogaba su garganta e impedía salir a los lamentos que pugnaban por hacerlo. ¿Era eso lo que buscaba? ¿Era eso lo que quería para su vida, a lo que aspiraba? Lo malo es que la quería con locura, se maldecía por quererla tanto, era consciente de que ella también estaba en ese círculo, ella lo quería a rabiar pero los separaban tantas cosas, los alejaban necesidades tan dispares. Era tarde, muy tarde ningún ruido, nada en el entorno, hasta la tele había caído en una especie de sopor, casi se le cae la copa cuando el móvil comenzó a sonar, era Laura. Una, dos, tres… muchas más llamadas, sus ojos no se podían separar de su nombre escrito en la pantalla, de una foto sonriente cuando aún no había aparecido Javier en sus vidas, sí, lanzando un beso al aire cuyo destinatario era única y exclusivamente él, pero no pudo cogerlo, no tenía fuerzas para ello. Estaba cansado de luchar, estaba triste por el presente y hasta por el pasado, el futuro aún no se lo planteaba, hacía mucho que había dejado de hacerlo. Poco a poco se quedó dormido, poco a poco sus sueños volvían, sin poder remediarlo, a ella.
Serían las seis de la mañana cuando despertó con muchas ganas de hacer pipí, el cuerpo le pinchaba por la maldita resaca y por el frescor de la madrugada. Se sentó en la taza del wáter, sentía ganas de vaciar su estómago, la frialdad cargó sus desnudos pies, la mirada fija en el espejo que frente a él, le miraba, le hablaba, le acurrucaba. Entró en la ducha, agua fría, qué curioso, nunca la soportaba pero ahora no puedo hacer otra cosas que descargar tanta tensión y presión y angustia, se tuvo que coger con fuerza al agarrador pues estuvo a punto de perder el equilibrio, cinco eternos minutos y una tiritera que hacía peligrar su dentadura, y un grito, un tremendo grito para romper con todo. Cuando salió de la ducha llegó a sentirse distinto, placidez hasta en la forma de secar su cuerpo, la mirada turbia pero de igual forma serena. Una vez que tomo el control de sí mismo, mirando al espejo decidió tomar las riendas de su vida.
Un café, una maleta hecha con parsimonia y con total anarquía que bajó al coche una vez estuvo llena, cogió unas cajas de cartón que vio cerca del contenedor, en ellas echó todo aquello que había formado parte de su vida hasta ese momento, cuando las miraba con nostalgia no pudo reprimir una lágrima, a qué poco se reducía su tesoro. Otro viaje al coche y otro y otro… habían sido muchos meses los vividos en aquella casa, entre aquellas paredes, en aquella habitación, junto a aquella persona. No quiso pensar, quiso mantenerse frío, ya habría tiempo para los llantos, para la marcha atrás, para los remordimientos. Cogió un folio y un bolígrafo y escribió:
¿Te acuerdas cuando leímos juntos el relato de aquella escritora novata que se llama ESTRELLADALASNIEVES? Pues me he permitido la libertad de copiar su frase,
NUNCA SERÉ UNA PIEDRA EN EL CAMINO DE NADIE
Hasta siempre, Laura, que seas feliz, yo intentaré aprender a serlo.
Un beso enorme.- Carlos
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VII
Sin volver la vista atrás abandonó para siempre a Laura, se había dado cuenta que no era capaz de compartirla con nadie, que no estaba dispuesto a compartirla con nadie, pero ella no era libre y su cadena no era justo que la extendiera a él. Seguro que de esa forma ella sería más feliz con Javier ahora que había vuelto, ahora que podía dedicarle todo el tiempo y todas las fuerzas que se precisan.
Esperaba, como realmente ocurrió, que ella intentara ponerse en contacto con él, pero nunca le cogió el teléfono, no quiso ceder a la tentación de escuchar de nuevo su voz, de más promesas, de más sueños, de más dolor. Es cierto que sí hubo un último momento, aquel en el que Carlos, sobrio, con la mirada fija y con el pensamiento unido a ella, le escribió un correo en el que le explicaba de forma pormenorizada lo que sentía, lo que había vivido con ella y a donde él no podía llegar. Fue la última vez que le declaró su amor eterno, fue la última vez que ella lloró. Y así, con el papel impreso, arrugado en sus manos por la presencia de sus besos, una fría mañana de invierno su alma abandonó para siempre su cuerpo para unirse, en algún momento a él, en el mundo de los muertos.