Para olvidar sus besos

... quería olvidar sus besos, su olor, su voz, su forma de tocarme.

5 - Septiembre -2007

Para olvidar sus besos

Creí morir cuando me dejó. No comprendía ni aceptaba que ya no me quisiese. Estaba convencida de que no había en el mundo nadie que me hiciese sentir como él, nadie a quien yo pudiese querer como a él.

Los primeros días los pasé en un estado de nervios y ansiedad constantes, saltaba cuando sonaba el teléfono y no podía concentrarme en nada. Por las noches lloraba hasta caer rendida y cuando despertaba tardaba apenas unos segundos en descubrir que no había sido un mal sueño. Las tareas del día a día se me hacían insoportables. Estaba convencida de que me llamaría, de que se arrepentiría, de que volvería conmigo; pero los días pasaban y no tenía noticias suyas, así que le llamé yo.

Contestó con tono frío y se mantuvo distante durante las frases de cortesía que cruzamos, pero yo no quería ver lo evidente, estaba ciega; no pude resistir la tentación de preguntarle si ya no me quería y cuando me contestó mis esperanzas se hicieron añicos contra sus palabras: "He conocido a alguien", eso me dijo. No recuerdo el resto de la conversación y apenas recuerdo los días siguientes. Le amaba y le odiaba a la vez, aunque lo único que quería era olvidarle.

Había sido mi único novio, mi única pareja, mi único amante; compartíamos amigos y costumbres. Cuando me dejó, no sólo le perdí a él, perdí toda mi vida. Estaba furiosa con él, conmigo y con el mundo y decidí que tenía que hacer algo para, de forma drástica, romper con todos sus recuerdos.

Tiré todo lo que me recordaba a él, dejé de frecuentar los sitios a los que íbamos juntos, me alejé de nuestros amigos,… pero me hacía falta algo más, quería olvidar sus besos, su olor, su voz, su forma de tocarme.

Para olvidar sus besos decidí probar otros, para olvidar su olor supe que debía mezclarlo en mi memoria con el de otras pieles, para olvidar su voz quise conocer voces nuevas y para olvidar su tacto me obligué a buscar sexo.

Y para buscar cualquier cosa ya se sabe que lo mejor es internet. En contactos y chat encontré candidatos dónde elegir; no me tomé mucho tiempo en hacerlo y quizá por eso fue un desastre.

Mi primera cita fue con un chico joven. Quedamos en un bar. Cuando llegué él ya estaba allí. Parecía más nervioso aún que yo. La conversación no fluía, la situación era incómoda y supe que había sido un error quedar con él ya a los pocos minutos de saludarle, pero quería tirarme a alguien, lo necesitaba; y no porque tuviese muchas ganas, ni porque estuviese excitadísima, no, era sólo por odio, porque necesitaba hacer algo, y no tenía ni idea de qué hacer. Follamos en un callejón. Las piernas abiertas, la espalda contra la pared y él echado sobre mí. Nos desnudamos lo imprescindible, nos dimos tres besos y ya le tenía dentro, ni siquiera me tocó, mi pasividad tampoco ayudaba demasiado, todo hay que decirlo. A los pocos minutos ya se había corrido. Apenas me enteré. Intentó ser amable, hablamos un rato hasta que me contó que ésa había sido su primera vez; entonces rompí a llorar y me fui.

Esa noche ya no sólo lloré por mi corazón roto, también lloré porque me sentía estúpida.

No me había ayudado para nada mi primer encuentro, pero supuse que sería por lo mal que había salido todo, así que al día siguiente me puse manos a la obra para elegir otro candidato. Esa vez presté más atención, hablé con un par de personas por chat y cuando decidí quedar con uno de ellos le llamé por teléfono. Era un hombre de mediana edad, bastante arrogante, buscaba sexo esporádico sin complicaciones y parecía tener experiencia en citas de ese tipo. Quedamos en un restaurante, me invitaba a cenar. Era un hombre atractivo que sabía seducir; en todo momento llevo la iniciativa y me hizo sentir arropada. Después de la cena fuimos a su apartamento y tomamos una copa. Me desnudó despacio, me acarició hasta que logró excitarme, recorrió mi cuerpo, se esforzó en darme placer, me masturbó sin dejar de besarme. Nunca había querido hacer sexo oral con mi chico, y sin embargo aquél tipo consiguió sin ningún esfuerzo guiar mi boca en aquella aventura. Me penetró desde detrás, tumbados en la alfombra, mientras sus manos se agarraban a mis tetas y su boca jadeaba en mi nuca. Me corrí varias veces. Me gustó. Sin embargo aquella noche, en casa, también lloré.

Por la mañana me encontré pensando en mi ex de nuevo por lo que decidí seguir con mi terapia de shock. Esa misma tarde puse un anuncio pensando en el siguiente fin de semana, de esa forma tendría tiempo para decidir con quien quedaría. Casi al momento de colgarlo empezaron a llover las respuestas y me entretuve leyendo algunas. Una de ellas me pareció tan sencilla, sincera e inteligente que llamó mi atención y contacté con el autor. Vía messenger me gustó más aún y después de un rato de charla quedamos aquella misma noche, ya que él estaba de paso en la ciudad.

Fran resultó ser un hombre de cuarenta años, aspecto juvenil, inteligente, amable, sincero, divertido y tremendamente excitante. Tomamos algo mientras hablábamos de trivialidades y reíamos. Me parecía imposible que, sin que tan siquiera se me insinuase, yo me sintiese tan atraída por él. Estaba deseando que propusiese que nos fuésemos, pero pasaban los minutos y él seguía allí en plan tertulia. Cuando por fin pagamos para irnos me di cuenta de que eran sus ojos y su forma de mirarme lo que me estaba volviendo loca. Caminando hacia su coche, cuando yo ya creía que no le había gustado y simplemente nos iríamos a casa, noté su mano subiendo por mi nuca hasta mi cabeza, me agarró del pelo y echo levemente mi cabeza hacia atrás, se puso ante mí y muy cerca de mi boca me dijo "preciosa". Creí derretirme y arder. Allí mismo, en mitad del aparcamiento conocí su boca. Me besó sí, me besó con maestría, pero no fue eso lo único que hizo. Me apoyó contra un coche, me quito las braguitas y se las guardó en el bolsillo, luego me subió la falda y metió su cara en mi sexo. Su hábil lengua se adaptó a mí con facilidad pasmosa, mientras sus manos abrían mis piernas y me mantenían inmóvil. No era la primera vez que me comían el coño, pero sí era la primera vez que yo sentía aquél placer inmenso. Olvidé que estábamos en la calle y me concentré en disfrutar, oí en algún momento voces cercanas de gente que pasaba a por sus coches, pero no me importó. Llegó un punto en el que no pude más y le pedí que me follase, vi la sonrisa de sus ojos. Se levantó y se pegó a mí, noté su erección tremenda mientras me besaba y me arrastraba hasta otra posición. Abrió la puerta de su coche, que estaba allí mismo, y se sentó con las piernas fuera, me acomodó sobre sus rodillas, de frente, de tal forma que al abrir sus piernas se abrían las mías. Levantó mi falda para verme bien el coñito y entre beso y beso me fue metiendo los dedos. Cuando consiguió que me corriese me hizo entrar en el coche y me preguntó dónde me dejaba. Creía que iríamos a su hotel y se lo dije, él me contestó: "eso mañana, hoy te lo piensas".

Desperté deseando que llegase la noche para volver a ver a Fran. Hasta bien entrada la mañana no me di cuenta de que esa noche no había llorado, entonces me puse triste, pero se me pasó intentando decidir qué lencería estrenaría.

La segunda vez que quedamos lo hicimos ya directamente en la habitación de su hotel. Esa noche acabé de convencerme de que ese hombre era una joya. Tras besarnos y meternos mano hasta ponernos cardiacos me tiró en la cama, me descalzó y tomando uno de mis pies empezó a lamerlo. Nunca pensé que eso podría suponerme sensaciones tan profundamente excitantes. El placer me hacía entrecerrar los ojos y emitir gemiditos ahogados. Según iba descubriendo su boca las caricias que más gusto me producían, más entregada estaba yo. Recorrió todo mi cuerpo, y cuando digo todo quiero decir todo, metió su lengua allí dónde se le antojó sin más reparo por mi parte que el que mi falso pudor me dictaba y que valía de bien poco ante la firmeza de sus deseos. Penetró mi coño y mi culo con lengua, dedos y polla, azotó mis nalgas hasta dejarlas sonrojadas y me hizo posar ante el espejo para él, me volvió loca con repetidos golpecitos de su polla en mi cara, pechos, vientre y coño. Me dio tanto placer que mi cuerpo temblaba ante el más mínimo contacto. Mi excitación era tan intensa que unos orgasmos se encadenaban con otros.

Cuando llegué a casa y caí en la cama dormí como un tronco. A la mañana siguiente estaba felizmente dolorida y deseosa de que otro de sus viajes trajera de nuevo a Fran a la ciudad. Era un contacto que no tenía intención de perder.

Tal sesión de sexo me dejó satisfecha por un par de días, después de los cuales volví a interesarme por las contestaciones recibidas y por los nuevos anuncios de contactos. Pasé otros dos días sin decidirme a quedar con nadie; de repente el listón estaba muy alto y temía la frustración que podría suponer dar con el amante equivocado.

Al final me encontré con un hombre de treinta y tantos, divorciado, con físico espectacular y bastante sentido del humor. La noche fue divertida, fuimos a cenar y a bailar, hubo copas con magreo y un morbo compartido por meternos mano delante de quien fuese. Terminamos follando en las escaleras de su casa, porque vivía en un tercero sin ascensor y el calentón no nos dio tregua para llegar arriba. Me quedé dormida en su cama y cuando desperté lo tenía sobre mí, dispuesto para un nuevo ataque. Esa noche tuve la sensación de haberme liado con un buen amigo.

Mi siguiente encuentro fue a los dos o tres días y supuso otro grato descubrimiento. Quedé con Goyo sin estar convencida del todo, pero con las ideas bastante claras en cuanto a no repetir errores pasados; si no me gustaba me iría. Su aspecto era agradable, 29 años, tímido, atractivo. Hablamos sin más de los motivos de nuestro encuentro, ambos queríamos sexo. Nos preguntamos por nuestras experiencias y nuestros gustos. Me inspiró confianza y le conté mi motivación para llevar a cabo aquellas citas. Ya que nos sincerábamos él me hablo de su gusto por la sumisión. Con la confianza recién estrenada le dije "¡sumiso!, ¿tú no sabrás lamer pies, no?, que tengo mono", mientras riéndome le apoyaba un tacón en el muslo. La cara que puso fue una revelación, pero mejor aún fue ver como con delicadeza y ternura, allí mismo, se dispuso a lamer mi pie con zapato y todo. Ese día disfruté del gusto de que ser adorada. Goyo tenía en su casa una colección de objetos y juguetes sexuales que me dejaron alucinada. Le pedí que me explicase cuál era el uso de cada uno de ellos y mientras él lo hacía yo trasteaba y probaba sus utilidades. Advertí que tenía una marcada erección y le sobé sobre el pantalón mientras le hacía mil preguntas acerca de una máscara. Aunque no me sentía muy segura en aquél papel estaba lo suficientemente excitada como para seguir el juego. Cogí una correa de las que tenía colgadas, se la puse al cuello y le arrastré hacia el dormitorio, una vez allí le empujé sobre la cama y me senté a horcajadas sobre él. Le desabotoné la ropa y le pedí que se desnudase sin que yo me tuviese que mover, bajo amenaza de cortarle las prendas que no pudiese quitarse. Con gran esfuerzo y algunas posturas de contorsionista se quitó la camisa, los zapatos y los calcetines. El pantalón y los calzoncillos no se los pudo sacar. Me levante y rebusqué hasta encontrar correas para las muñecas y unas tijeras; cuando me vio entrar en la habitación con aquello en la mano y una sonrisa de oreja a oreja, resopló. Até sus manos al cabecero y recorté sus pantalones y sus calzoncillos de tal forma que quedasen sujetos a su cintura pero dejasen al aire su entrepierna y su culo. Se me empezaron a ocurrir mil frases humillantes referentes a su situación y no me las callé. Me senté sobre su cara para que notase la humedad que me producía la situación y él respondió con su lengua. Acabé follándomelo en plan cabalgada. Cuando me despedí él no hacía más que suplicar que volviese a llamarle, le aseguré que lo haría.

No voy a contaros uno por uno todos los encuentros que he tenido hasta ahora porque se haría muy largo. Sólo deciros que la mayoría han sido buenos o muy buenos, que he pasado algún mal momento también pero que voy aprendiendo trucos para que mis citas sean lo más seguras posibles.

Después de cuatro meses de mi ruptura sentimental me encontré, una mañana que volvía a casa, a mi ex llamando a mi timbre. Esa tarde me había llamado Fran, me había dicho que estaba en la ciudad y que había quedado con una amiga, "qué pena" le dije; él, siempre tan deliciosamente morboso, me contestó: "no tiene por qué ser una pena, puede ser una alegría si tú quieres", y os aseguro que lo fue. En Manu era en lo último en lo que yo pensaba después de la nochecita que había pasado.

Con una punzada en el estómago le invité a subir. Me preguntó si había estado toda la noche fuera pero no le contesté, nos contamos sobre el trabajo, pregunté por viejos amigos, ambos sabíamos que era una conversación de tanteo. Cuando ya no hubo más de qué hablar decidió a romper el silencio diciendo: "Te echo de menos. Me gustaría que volviésemos a intentarlo". Mis pensamientos sobrevolaron esos últimos meses y retrocedieron hasta mi vida con él. Sentí que aún le quería, pero todo había cambiado demasiado, yo había cambiado. Había encontrado amigos, amantes, cómplices y maestros a través del sexo. Fran con su infinita imaginación, destreza y sabiduría; Goyo con sus mil trastos y juegos de sumisión; Dani con su enorme polla y su energía sin límites; David con su desinhibición y atrevimiento. Todos ellos, los que permanecían en mi vida y los que sólo compartían pequeños momentos, me habían ayudado a encontrarme, a conocerme a mí misma, a descubrirme; y a eso no estaba dispuesta a renunciar.

Ya iba a rechazar su propuesta cuando una idea pasó por mi mente… ¿y si hubiese una forma de no tener que renunciar a nada…?

  • Manu, - le dije poniendo un tono de lo más sensual - escúchame que voy a contarte dónde he pasado la noche. - y una sonrisa pícara se dibujó en mi cara.

Un relato de Erótika Lectura .

erotikalectura@hotmail.com