Para Ester, que una noche quiso ser mi amante.

Sabía que estoy casado. Pero vino a mi oficina buscando morbo.

Para Ester, que una noche quiso ser mi amante.

Al final te has armado de valor y has venido a mi oficina. Te siento ante el teclado. En el mismo lugar en el que estaba yo.

Tú detrás, vete aprendiendo, te digo. Me besas, acaricias mi cabeza, hundes tus dedos en mi pelo, como si fueran un peine. Fuera corbata. Estás muy serio. Sonríes ahora y sin dejar de besarme, vas soltando los botones de mi camisa. Yo hare lo mismo contigo, recuérdalo. Ahora te toca a ti.

¿Nervios? Sí, supongo que sí, pero también excitación porque no sabes lo que pasará. Así no has jugado nunca. Fuera sillón, ahora tan solo una banqueta, y yo detrás. Yo sí estaré cómodo.

Beso tu pelo. Juego con él y lo suelto. Me gusta tu pelo negro. Beso tu oreja, el lóbulo. De vez en cuando mi lengua tropieza con tu pendiente.

Susurro, jadeo, te excito. ¿Querías jugar? Desde el primer día sabes que estoy casado. Beso tu cuello. No paro de hacerlo, me gusta tu olor. Mis dedos recorren tu rostro, tamborilean en tus mejillas. Dibujo tus cejas, tus pómulos, tu boca. Hago un mechón con tu pelo. Lo utilizo de pincel. Resulta divertido pintar tu cara.

Desciendo. Sin prisas, tú has escogido la música, yo tu compañía. Te abrazo por detrás, te rodeo con mis brazos. Sientes mi pecho en tu espalda. Te doy calor, ¿verdad? Te excita el calor de mi cuerpo.

Sabes que estoy casado. No buscabas sexo vulgar, querías algo distinto. No te salía la palabra. Morbo. La tentación de la fruta prohibida. Junto mi rostro al tuyo, te espero. Acompaso mi respiración hasta coincidir con la tuya. Quiero hacerlo al tiempo, respirar el mismo aire que tú respiras.

Separo la blusa, sólo por el cuello. Tan sólo un botón ha cedido, dos. Lo suficiente para besarte, para acariciar tu cuello, para que mi mano comience a bucear en tu escote. Tus senos sienten una leve y fugaz caricia en su nacimiento.

Mis labios siguen besando tu cuello. Me gusta como ronroneas. Mis manos acarician tus hombros, tus brazos. Llegan hasta el codo y desandan su camino. Como miles de hormigas mis dedos suben y bajan por ese camino. Te hacen cosquillitas.

Ahora sujeto tus brazos, los hago juntarse, abrazarte. Mi mano derecha aprisiona tu muñeca izquierda. La izquierda se encarga de tu derecha. Tiro de ellas, te abrazas, te estrujo. Con cariño, con mimo, con fuerza.

Sientes tus pechos aprisionados por tus brazos. Sientes mi cuerpo cerca de ti, muy cerca de ti. Mis labios siguen besando tu rostro. Sigues con los ojos cerrados. En mis besos hay dulzura. A veces fuerza en mis caricias. Suavidad mezclada de rudeza.

Mis dedos juegan por la espalda. Sus yemas, las uñas que tan pronto arañan como acarician con suavidad. Los dedos que masajean tus hombros con sugerentes movimientos. Mimosa, dejas caer la cabeza hacia un lado. Ronroneas cuando juegan en tu cuello, en la base de tu nuca. Me gusta, dices, siempre hago lo mismo. Te abandonas y permites que jueguen, que te dirija a un lado y a otro.

Se juntan. Se alejan de tu cuello. Suben por tu rostro, bajan por tu espalda. No llegan a tus nalgas, sólo alborotan tu blusa, la descolocan. Sonríes, te hacen gracia las desenfrenadas carreras de mis dedos.

Otro botón ha cedido. Pero ahora comienzan por abajo, cerca de tu pubis. Las manos descansan sobre tus muslos. Alguna avanzadilla, picara, roza y se aproxima a tus labios más íntimos.

Pero se aleja, no ha llegado el momento. No tengo prisa. Otro botón y tu ombligo es el centro de mis juegos. ¿Subo? Te pregunto. Te tiento. Te provoco. Desde atrás, con la espalda pegada a mi pecho acaricio por primera vez tus senos. Te recuestas sobre mi cuerpo, tu cabeza se reposa en mi hombro, tu pómulo roza con el mío.

Me gusta sentirte así. Mis manos han encontrado un delicioso juguete. Me apodero de tus pechos. Los rodeo, los abarco, leo sopeso, los hago descansar sobre la palma de mis manos. Sé que los pezones están excitándose. Te delatan.

Tu cara sigue junto a la mía, pero ahora te oigo respirar más fuerte. El tono de tu respiración va cambiando. Se va haciendo más lento, más intenso mientras yo sigo mimando mis nuevos juguetes.

Ya no hay botones, tan sólo las copas de tu sujetador. Los tirantes descienden por los hombros, arrastran parte del sujetador. Aun no he liberado tus pechos. Tan sólo la mitad, los dejo allí. Es como si fueran una mordaza que aprisiona tus bustos, tus brazos.

Te beso haciéndote girar la cara. Me gusta tu forma de besar. Son besos profundos. Tu lengua no descansa hasta haber recorrido todos mis labios. Desde una esquina hasta la otra. Con cada beso me pruebas. Yo te saboreo.

Libero uno de tus pechos. El izquierdo. Lo envuelvo, lo palpo, lo aprieto, lo presiono hasta sentir tu corazón en la palma de mi mano. Lo presiono con mi dedo índice, como si fuera un botón, rodeo su forma. Acaricio el contorno de su aureola. Me divierte ver cómo se repliega al excitarse. Ayudado por el pulgar lo retuerzo, lo pellizco, lo siento crecer entre mis dedos. Mi otra mano se está apoderando de tu vientre. Y te acerco, te aprisiono más junto a mí.

Tus senos ya están libres y mis manos también. Tan pronto son suaves como avariciosas garras que abarcan todo tu pecho. Te hago jadear. Me gustan tus pechos. Los mimo, los maltrato. No me olvido de tus pezones, ni de descubrir todas sus formas y rincones. Sus curvas. Los junto y los aprieto. Los separo y trato de aprisionarlos entre mis dedos. Te imaginas lo que pasará cuando mi lengua y mis dientes sustituyan a los dedos. Te imaginas como mi boca te lamerá, besará tu piel, te comerá.

Te levantas. Mis manos te lo indican sin palabras. No recuerdas cuando solté los botones de tu falda, sólo la sientes resbalar acariciando tus muslos. Mi boca desciende por tu columna, besando palmo a palmo, centímetro a centímetro tu espalda. No quiero olvidar ningún rincón.

Mis dientes luchan con el elástico de tus braguitas. Lo muerden, lo estiran, lo tensan, lo destrozan. Varias veces lo he soltado adrede. Te has quejado, tus nalgas han temblado. Hasta que por fin cede. Ahora tu sexo está delante de mí, pero sólo puedo ver tus nalgas, sólo puedo tocar y besar tu culito. No quiero más.

Mi lengua dibuja palabras en tus nalgas, las recorren. Incluso de vez en cuando se internan entre ellas. Veo cómo tu piel se pone de gallina. Cuando me canso, deshago el camino andado.

Mis manos siguen jugando con tus pechos y tú de pie, con tu coñito olvidado. Jadeas esperando que por fin mis manos se adentren entre tus piernas. Descienden, pero juegan en tus nalgas. Las tocan, las soban, las magrean con vulgaridad. Clavan las uñas. Resbalan sugerentes, las marcan y se apoderan de ellas. Es exasperante.

Una de ellas, la más osada se internan entre tus dos mitades. Juega en tu agujero menos accesible. Se introduce un poco. Tu esfínter no está muy acostumbrado a estas visitas, pero veo como tu cuerpo ha temblado al sentir tan prohibida caricia.

La otra mano está jugando con tus muslos. Hace como que avanza y se retira. Ahora los dedos corretean por tu piel. Te lo hace desear. Juegan y se retiran hasta llegar a tus labios. Una montaña, un rio que se salta.

Jadeas con más fuerza. Lenta, pero decididamente, se internan entre tu hendedura. Un rápido paseo que solamente se detiene cuando se junta con la otra mano. Pero, en realidad, no se detiene. Te incomoda tanta lentitud.

Juegan en tu contorno. Ascienden y descienden en tu monte de Venus. Sin buscarlo, distraídamente, tropiezan con un botoncito. ¿Por qué gimes? Debajo, encuentran un agujero. Húmedo. Caliente. Profundo.

Ahora ya no puedes contener tus gemidos. Tu cuerpo se encoge, se retuerce, los muslos se juntan, se tensan, se desmayan. Tiemblas. Escalofríos, desconocidos calambres convulsionan toda tu carne. Son cientos, miles de pequeñas corrientes eléctricas las que te recorren. De la cabeza a los pies, de los pies la cabeza.

Intentas parar mi mano. La agarras, tratas de sujetarla. Tratas de conseguir que no se mueva más. Luchas. ¿Luchas?

Te abrazo por detrás, muerdo tu cuello, abandonas tu cabeza, dejas que caiga sobre tu hombro. Mi mano agarra con fuerza tus senos y te pego a mi cuerpo. De nuevo notas mi calor. Pero ahora también descubres mi sexo junto a tus nalgas, conoces mi deseo.

No te doy tregua. Aprisiono tu sexo con fuerza. Sólo un respiro y de nuevo mis dedos juegan con tu pasión. De nuevo tus jadeos. Pero ahora ya son gemidos, son pequeños chillidos. Una de tus manos se aferra a mi brazo libre. Lo aprieta con fuerza, con intensidad.

Respiras llenando completamente tus pulmones. Al hinchar tu pecho haces bailar tus senos. Te retiro la venda de los ojos. Abres los ojos. Te ves reflejada. Por primera vez te sientes desnuda, completamente desnuda. Sexualmente desnuda, poderosamente desnuda.

Por fin entiendes lo de la máscara. Por fin entiendes el juego. Al otro lado de la web cam, en la otra punta del mundo, un hombre se masturba frenético mostrándote obsceno su pene. Tú estás empezando a jugar. El ya está prisionero del deseo. Dentro de nada verá cómo te hago mi amante.

Dedicado a Esther, que tuvo la sensatez (o el miedo) para no convertirse en mi amante.

perverseangel@hotmail.com & undia_esundia@hotmail.com