Para eso está mi hermana mayor - III
Mi hermana mayor me ayuda a tener el mejor acto de graduación posible.
AVISO: Disculpad la tardanza, pero he tenido unas semanas ocupadas, y las que vienen también lo van a ser, así que no sé con qué frecuencia podré publicar. También es cierto que antes de publicar los anteriores capítulos tenía ambos escritos y quizás los publiqué demasiado rápido. Ya me contáis si os gusta el capítulo.
Un saludo!
Capítulo 3
– ¿Cómo que no vas a ir a la graduación? – Me preguntó mi hermana Julia con sorpresa durante una de nuestras clases matinales. Estábamos sentados en mi escritorio y ella llevaba una camiseta azul celeste con escote y unos shorts negros de deporte.
Llevábamos ya dos semanas del mes de junio. Yo estaba completamente sumergido en la nueva rutina impuesta por mi hermana mayor. Ahora, llevaba unos horarios saludables y era visible que mi humor había mejorado desde que empezaron las “vacaciones” de verano, si es que se les podía llamar como tal, puesto que ni Julia ni mis padres me daban descanso, ya fuese lunes, sábado o festivo. Mi hermana parecía no cansarse de cargar con mi desarrollo académico o mi bienestar emocional, ni tampoco se aburría de los más que frecuentes “mimos” que me daba.
Yo diría que ya comenzaba a estar bastante cómodo con aquella situación. Vale, sí, cuando lo pensaba fríamente, era una maldita locura que mi hermana mayor estuviese haciendo pajas a su hermano pequeño día tras día. Pero se había convertido en algo normal. Y al fin y al cabo, sólo eran pajas, ¿no? No era tan grave, o eso quería pensar. Ya me las hacía yo antes de que llegase Julia, y bastante a menudo, ¿qué problema había en que ahora me las hiciese ella?
Las clases de mi hermana siempre eran agotadoras mentalmente. Me exigía muchísimo y acababa agotado, incluso más teniendo en cuenta que iban proseguidas por la terapia sexual de mi hermana. Cada noche, Julia me proporcionaba mis cuidados nocturnos y después me dormía al calor de sus caricias. Sinceramente, en mi vida había dormido mejor que aquellas noches. No obstante, ella por la mañana ya no estaba en mi habitación, por lo que suponía que después de dormirme se marchaba a la suya a dormir. Eso sí, todas las mañanas venía a mi habitación para despertarme de la manera más agradable posible.
– Estoy castigado sin salir. Ya lo sabes. Y sabiendo como es mamá, ni de coña me dejan ir a la graduación – enuncié en un tono triste.
Hacía tiempo que se venía creando mucha expectación en mi curso del instituto con el acto de graduación. Y es que uno no se gradúa muchas veces en la vida. La graduación de cuarto de la ESO era un momento especial, puesto que era la primera vez que vivíamos un evento de ese tipo en nuestras todavía cortas vidas de adolescentes. Es que no era cualquier cosa. Nos graduábamos de la ESO. Bueno, la realidad era que se graduaban mis compañeros, porque aunque estaba progresando yo no veía muchas posibilidades de graduarme.
En el grupo de WhatsApp de clase no se hablaba de otra cosa. Fede y Brahim se iban a graduar con los demás y por supuesto iban a asistir al acto y a la posterior fiesta, y no paraban de acosarme para que insistiese a mis padres en que me permitiesen ir a la graduación. Y ahora parecía que mi hermana hacía lo mismo que ellos, sólo que tenía argumentos mejores para convencerme.
– ¡Pero es tu graduación de la ESO! Yo todavía recuerdo la mía, ¡tienes que ir o te arrepentirás toda la vida! – dijo mi hermana con toda razón.
No era que yo no quisiera ir, pero lo veía muy difícil. No podía evitar sentir envidia de mis compañeros.
– Julia, si ni siquiera voy a aprobar el curso…
– ¡Claro que lo vas a hacer! ¿Si no, para qué hacemos esto? Estoy empleando gran parte de mi tiempo en ayudarte, hermanito. ¿Y me dices que no sirve de nada? No seas injusto. Te estoy ayudando y te estoy motivando… De todas las maneras posibles – dijo mientras me acariciaba la pierna y me dedicaba una sonrisa sincera–. ¿Me estás diciendo que todo lo que estamos haciendo no va a servir para nada? Estás avanzando muchísimo, Carlos.
Era cierto. Llevábamos dos semanas repitiendo los exámenes que había suspendido a lo largo del curso y lo que antaño había sido una frustración y un bloqueo mental constante ahora era, cada vez más, algo alcanzable, gracias a las explicaciones y a la insistencia incansable de mi hermana. Y por supuesto, era obvio que la motivación de hacerlo bien para recibir los mimos de Julia también jugaba un papel importante.
– Vale. Tienes razón. Pero aunque quiera ir, ni de coña convenzo a ma…
– Tú no – me interrumpió Julia. – Pero yo sí. Déjamelo a mí, guapetón.
El resto del día transcurrió con normalidad. Si es que a aquella rutina se le podía llamar normal.
Aquella noche como cualquier otra estábamos los cuatro sentados en la mesa de la cocina mientras cenábamos. Mis padres y mi hermana discutían sobre temas banales que no me importaban demasiado y permanecía callado, aunque aquello no era raro, porque en general no solía hablar demasiado en esas situaciones. Hacia el final de la cena mi hermana vio la oportunidad de sacar el tema.
– El viernes es la graduación de Carlitos – dijo ella, mirando a mis padres. Especialmente a mi madre.
– No irá – sentenció mi madre tajantemente, como solía hacer.
– ¿Por qué? – preguntó Julia.
– Ya lo sabes. No tienes por qué hacerle de abogada. Siempre estás protegiéndolo – dijo mi madre.
– Está castigado, lo sé – a mi hermana se le daba genial argumentar y tener a mis padres comiendo de su mano –. Y necesita una buena lección. Me parece bien que esté castigado, no os equivoquéis. Pero el acto de la graduación de la ESO es algo especial. Es demasiado castigo. No podemos permitir que se pierda ese momento de su adolescencia. Todos sus amigos lo recordarán siempre y no creo que le haga ningún favor quedarse en casa todo el verano. No todo puede ser castigar y castigar. Necesita un incentivo, o algo. No toda la motivación se la puede dar su hermana, ¿verdad? – me guiñó un ojo acompañándolo de una media sonrisa. No entendía como aquella mujer perfecta y yo teníamos la misma sangre.
Mi madre se quedó pensativa. Qué bien sabía Julia cómo llevarla a donde ella quería.
– Pero si ni siquiera está claro que se vaya a graduar. Le han caído cinco, Julia. Cinco asignaturas. Tú nunca has suspendido un examen, y míralo a él – mi madre siempre dudaba de mí.
– Yo estoy segura de que lo va a conseguir. Se está esforzando muchísimo y juntos lo vamos a hacer, ya veréis. Confiad en mí. ¿Cuándo me he equivocado yo? – en ese preciso instante, Julia giró la cabeza hacia mí y me acarició la mejilla. Me había tocado la lotería con esta hermana.
– Tu hija tiene razón, Carmen – intervino mi padre Juan –. Yo lo he visto muy centrado estas semanas. Estudiando muy seriamente. Se está esforzando, se levanta temprano y no pierde el tiempo en tonterías. La ayuda de su hermana le está viniendo muy bien – puede que demasiado bien , pensé yo –. No hagas que se pierda su graduación. Tu hija tiene razón. Le va a venir bien.
Las palabras de mi padre parecían contribuir a las dudas de mi madre, que volvió a hacer un largo silencio mientras todos la mirábamos.
– ¿Dónde es la graduación? – Preguntó mi madre directamente a mí, en tono de interrogatorio.
Mi hermana me hizo un gesto para que hablase.
– En el salón de actos del instituto – intervine por primera vez –. Luego tenemos pensado ir en masa, todos juntos, a una discoteca del centro, Caribe . Creo que la han reservado para nosotros – respondí.
– Vamos, mamá – prosiguió mi hermana –. Es la típica discoteca donde entran todos los niñatillos en pubertad, como este – dijo en tono burlón –. No va a pasar nada. Además, este mismo viernes salgo yo con Alba y amigas suyas, así que puedo hacer de hermana guardián si sucede algo.
Mi madre se quedó reflexionando unos instantes. Su expresión parecía haberse relajado ante los argumentos de Julia. Mi hermana mayor era una auténtica maestra de la persuasión. Y si no, que me lo dijeran a mí.
– Está bien. Puedes ir a la graduación – mi hermana me chocó la mano al instante. Mis padres sonrieron al ver la magnífica conexión que tenían sus hijos a pesar de lo diferentes que eran –. No es que quiera amargarte la vida, hijo. Es sólo que no quiero que pierdas un año ni que te eches a perder. Iremos a ver cómo te gradúas – su discurso prosiguió tras una pausa –. Eso sí – dijo mirando a mi hermana –, si tú te vas, tu hermano se va contigo. Ya sabes que confío en ti al cien por cien, así que es responsabilidad tuya, ¿entendido? – Luego dirigió sus ojos hacia mí – Hijo, si tu hermana se va, y me da igual que sea a las doce de la noche, tú te vas con ella.
– Entendido – dijimos mi hermana y yo al unísono, justo antes de luego mirarnos y reírnos a carcajada limpia. Nuestra sincronización en aquel momento era total. Unidos por una misma causa: mi graduación.
Mi hermana agarró mi mano y se la llevó a la boca para darle un suave y pausado beso.
– ¿Has visto, hermanito? Te dije que me lo dejaras a mí – me dijo mientras me chocaba el hombro y me guiñaba un ojo.
– Da gusto veros trabajar en equipo, ¿eh? – dijo mi padre.
– ¡Y tanto! – respondió mi hermana alegremente.
Aquel viernes de graduación todo marchaba según lo planeado. Mis padres y mi hermana me habían dado el día libre, por lo que pude descansar, sin clases particulares ni obligaciones. No obstante, se me hizo raro que mi hermana no viniese a hacerme sus cuidados en todo el día, puesto que me había acostumbrado rápidamente a este nuevo hábito. Según ella, ese día tenía que hacer unos recados y apenas pasó por casa. Como respuesta, diría que pasé algo parecido a un síndrome de abstinencia, aunque no caí en la tentación de hacerme una paja por temor a las consecuencias que aquello podía tener. Mi hermana era una persona tierna, amable y protectora conmigo, pero cuando se cabreaba daba miedo verla.
No me gustaba vestirme de formas raras, me gustaba pasar desapercibido entre la multitud, sin llamar la atención. Los días anteriores estuve asesorado estilísticamente por mi hermana, que compró un sencillo traje por internet para que lo vistiera aquel día. Por ello, como cualquier chico de mi edad en el día de su graduación, me vestí con un traje negro, corbata negra, camisa blanca y zapatos negros. Nada especial y bastante canónico.
El acto fue emotivo para muchos padres y familiares, especialmente para la madre de Brahim, puesto que era su chico mayor y era la primera vez que veía a uno de sus hijos graduarse.
Uno a uno, luciendo nuestros trajes y vestidos, acudíamos al escenario para recibir nuestros diplomas y nuestras fotos de orla. Mis padres y mi hermana me miraban con orgullo, y hasta se me hacía raro verlos tan emocionados al recibir mi diploma. Tanto, que hasta yo me sentía orgullo de mí mismo. No estaba tan acostumbrado a recibir el apoyo de mis padres.
Cuando terminó el acto, mi hermana y mis padres se acercaron rápidamente a mí.
– Vas guapísimo, Carlos. Casi pareces un hombre – me dijo mi hermana entre risas.
Después, mis padres y mi hermana se fueron a casa mientras nosotros, más de cincuenta adolescentes revolucionados, hicimos una especie de aperitivo y una cena que se alargó hasta las once de la noche. No estaba acostumbrado a ese tipo de vida social, con tanta gente alrededor, pero he de decir que esa noche me lo estaba pasando muy bien.
Un poco más tarde, llegamos a Caribe . Era una discoteca bastante amplia, y nos la habían reservado hasta la una y media, cuando abrirían al resto de gente. Todavía era pronto y los locales del centro estaban medio vacíos, pero era normal que la gente de mi edad llegase sobre esa hora, antes que la gente mayor. Digamos que se sabía que era nuestra hora franca, puesto que después era más difícil entrar a los sitios siendo menor. Sin embargo, nosotros no tuvimos problemas puesto que el local estaba reservado.
En definitiva, éramos cincuenta adolescentes metidos en una discoteca para nosotros solos. Un cóctel interesante.
Muy pronto, Fede y Brahim se habían pillado el pedo de sus vidas. Los tres habíamos pedido vodka con Fanta de limón y eso era lo que bebimos en un principio, aunque yo no bebía demasiado. Teniendo en cuenta la cantidad de gente que había allí dentro, que era verano, y la ropa que llevábamos, yo estaba muerto de calor. No tardé en quitarme la chaqueta del traje.
Desde que habíamos llegado, llevaban intentando, sin éxito, ligar sin parar con las chicas de nuestro curso. No es que ninguno de nosotros fuésemos demasiado guapos, pero me atrevería a decir que de los tres yo era el más atractivo físicamente. Ellos eran algunos centímetros más altos y anchos que yo, especialmente Fede, que se expandía en todas direcciones. No obstante, ellos eran bastante más lanzados y despreocupados, por lo que ya habían tenido algunos rollos con chicas y algunas experiencias, al contrario que yo, por lo menos oficialmente. Aun viendo sus intentos fallidos de ligar, lo estábamos pasando bien.
Desde la distancia observaba también a Paula. Ella era la que había sido mi mejor amiga desde niños hasta hacía un año aproximadamente. No es difícil imaginar lo que pasó. Ella me gustaba desde hacía años, un día me confesé, me rechazó y después nos distanciamos. Según ella, era porque no quería que la amistad se perdiese, lo cual sucedió igualmente tras mi confesión. No sé hasta qué punto aquel suceso había provocado cierta inseguridad en mí con las mujeres, lo que sí que sabía era que si antes ya me llevaba poco con chicas en general, desde que ella no era mi amiga, aún menos.
Era una chica de cabello moreno, muy guapa, de ojos marrones y tez morena. De cuerpo era más bien delgada y unos pocos centímetros más baja que yo. En ese momento estaba apoyada en la barra junto a Bruno, su novio desde hacía unos meses. Un capullo de mi clase que, según se rumoreaba, había tenido historias con otras chicas a sus espaldas. Obviamente yo no le había contado nada porque ya no hablábamos.
La noche marchaba bien, no había sucedido nada raro y yo estaba bastante feliz. Mi graduación estaba siendo nada especial ni me había liado con ninguna chica, pero sólo estar allí con mis amigos era suficiente.
Sin embargo, serían las dos de la madrugada, aproximadamente. Hacía un rato que había comenzado a entrar al local gente ajena a nuestra graduación, pero casi todos eran de nuestra edad o un par de años mayores. En ese momento miré mi móvil y había recibido un mensaje de WhatsApp sólo dos minutos atrás.
Julia (02:04): dónde estás??
Me apresuré a escribir. No quería que pensara que la ignoraba. ¿Sería ya la hora de marchar? Una pena, porque me lo estaba pasando bien.
Yo (02:06): en caribe por? te quieres ir ya?
Mi hermana enseguida estaba en línea.
Julia (02:06): no :) lo estás pasando bien??
Yo (02:07): siiiii
Julia (02:07): pues ahora te lo vas a pasar mejor ;) vamos para allá
Un escalofrío me recorrió la espalda. No sé por qué no había intuido que aquello podía pasar, pero debería haberlo previsto. Daba igual lo mucho que había pensado sobre esa noche en mi cabeza, lo último que me esperaba era acabar saliendo de fiesta con mi hermana mayor. Julia iba a venir a un local lleno de adolescentes o de idiotas, y muchos eran ambas cosas.
Además, ¿qué significaba ese “vamos”? ¿Significaba que iba a venir con Alba? ¿Con sus amigas? Mis amigos debieron ver mi cara de circunstancia.
– ¿Qué te pasa, bro ? – preguntó Brahim casi gritando. A mi otro lado estaba Fede y la música estaba alta.
– Mi hermana, que viene – respondí.
– ¿Tu hermana? – me preguntó Fede con los ojos como platos – ¿La instagrammer ? Dios, qué buena que está.
– Relájate, tío. Que es mi hermana – le dije intentando proteger lo que era mío.
– Da igual que sea tu hermana, tío – dijo Brahim –. Es imposible no ver lo buena que está. Creo que media ciudad se la casca mirando el Instagram de tu hermana.
Ambos tenían razón. Y no sabían cuánta. Obviamente, no les había contado nada de lo que había pasado entre Julia y yo en esas semanas. Aunque fuesen mis mejores amigos, eran unos enfermos mentales y seguro que se pajeaban viendo vídeos de incesto en Pornhub , como yo hacía. Y más Fede, que tenía una hermana dos años mayor también. No quería que nadie se enterara de lo que estaba sucediendo entre mi hermana y yo, puesto que el escándalo podía ser monumental y ella podría tener problemas serios. Aunque para ser totalmente sincero, no sabía si aquello que habíamos hecho contaba como incesto o no. Tampoco sé si lo quería saber.
No cabía en mí de los nervios.
A los pocos minutos Julia y Alba hicieron su aparición en la puerta de Caribe . Mi hermana mayor no podía destacar más entre la multitud. Para empezar, no le hacía falta llevar tacones para ser la mujer más alta y despampanante del lugar. Destacaba por encima de todas las chicas y superaba en altura a muchos de los chicos, o mejor dicho, adolescentes, que estaban en la discoteca.
Julia llevaba una camiseta roja muy ajustada de media manga que realzaba su imponente figura. El escote que descubría la parte superior de sus majestuosos pechos atrajo casi todas las miradas del local, incluidas las de las chicas, seguramente por envidia. También llevaba una falda negra, muy ceñida, por lo que sus caderas y su culo, cuyas formas eran voluminosas y más perfectas que las de cualquier modelo, destacaban inevitablemente. Mi hermana no solía llevar tacones, pues ya era suficientemente esbelta y, en sus propias palabras, no le gustaba llegar al metro noventa. Aquella noche llevaba ese tipo deportivas Nike blancas que no son exactamente de hacer deporte, sino de vestir.
A Julia tampoco le gustaba demasiado maquillarse, aunque en ese momento llevaba una sombra de ojos y un eyeliner que no hacía sino acentuar su mirada penetrante de ojos verde-azulados, además de un ligero pero llamativo gloss en sus preciosos labios. Su larga melena ondulada se movía al son del giro de su cabeza mientras me buscaba con la mirada.
Pero allí también estaba su mejor amiga. Alba era bastante diferente a mi hermana en casi todo. Eran amigas desde el instituto, y siempre que Julia volvía a la ciudad hacían vida social juntas. Donde estaba una, estaba la otra. Como uña y carne desde que tenían catorce años. Siempre habían sido las chicas que más guapas, las más atractivas, las más listas y las más populares de su curso. Eran el típico combo de niñas guays de instituto. Ahora, eran dos pedazo de mujeres en su plenitud.
El cabello de Alba era rubio y largo hasta casi la cintura, muy cuidado y brillante. Tenía los ojos azules y una cara de rasgos finos. Debía ser de mi misma altura más o menos, es decir, de metro setenta aproximadamente, lo cual la convertía en una mujer de estatura entre media y alta. Era más bien delgada y si bien sus curvas no eran tan pronunciadas, su trasero era respingón y sus pechos tenían un tamaño notable y parecían muy turgentes, pero sin llegar a ser muy grandes.
No hace falta que explique por qué Alba había sido uno de mis amores platónicos de la adolescencia y la causa de muchas erecciones y pajas a lo largo de aquellos años.
Alba llevaba un vestido negro escotado de tirantes y se podía ver claramente que no llevaba sujetador, pues se le marcaban un poco los pezones y se intuía la forma de sus tetas. También su trasero, redondo y terso, se dejaba ver con aquel vestido.
Era claramente visible que tanto Julia como Alba superaban por varios años la edad media de la gente que solía ir a Caribe , donde era raro que la gente superara los dieciocho.
Cuando me localizaron, a mi hermana se le iluminó la cara. Se aproximó hacia mí y me embistió con un fuerte abrazo.
– Mi hermanito, el graduado – dijo con una sonrisa y me frotó la cabeza –. Estos son tus amigos, ¿no? – Preguntó señalando a Brahim y Fede, a los que les faltaba estar babeando. Yo asentí.
– ¡Hola, Carlitos! Has crecido desde la última vez – me dijo Alba.
– Bueno, ya tengo dieciséis – respondí.
– Ya lo sé, ya. Si tu hermana sólo habla de ti. Y lo entiendo, si yo tuviera un hermano tan guapo como tú me pasaría todo el día presumiendo – dijo Alba con una sonrisa. Se veía que iba un poco borracha.
Alba siempre me había tratado de esta forma. Siempre me decía que estaba más alto, más guapo, y que cuando creciera seríamos novios. Obviamente, siempre en tono de broma. O eso pensaba yo.
– ¡Eh! Relaja la raja, zorra. Que es mi hermano – le advirtió Julia entre risas.
– Si esto está lleno de críos, Juli. Estate tranquila, aquí no creo que pueda ser una depredadora, o me llevan a la cárcel – le reprochó Alba a mi hermana.
– No te quejes anda, que a su edad nosotras siempre estábamos aquí – contestó Julia riéndose.
Mi hermana miró mi vaso.
– ¿Qué bebes? – me preguntó arqueando una ceja.
– Vodka y limón – respondí. Me faltaba aún medio vaso por beber y era mi segunda copa de la noche.
– ¿Y no te has emborrachado?
– No mucho – dije encogiéndome de hombros.
Cogió mi vaso y lo puso en uno de los estantes de madera que había adosados a las paredes de la discoteca.
– Deja esto, anda. Ven – dijo mientras me agarraba del brazo y me acercaba a la barra.
El camarero estaba atendiendo a mi hermana incluso antes de que llegáramos.
– Un chupito de Jagger para mi hermano y para mí – ordenó mi hermana.
El camarero nos sirvió los chupitos con destreza y mi hermana me obligó a bebérmelo, por lo que obedecí. Cuando entró por mi garganta me empezó a quemar todo y sentí como si me fuera a venir una arcada. La verdad era que el alcohol no me gustaba tanto como para beberlo en ese formato tan directo y concentrado que eran los chupitos.
– Otro – dijo mi hermana.
– ¿Julia? – Pregunté para recibir una explicación.
– Va, hermanito. Es tu graduación – me respondió ella. Luego me agarró de la cintura y me dio un beso en la mejilla.
El segundo chupito me sentó como una patada en el estómago. Sin embargo, después de eso Julia pidió un roncola para “rebajar”, en sus propias palabras, que íbamos a compartir los dos. Esa sensación desagradable en el estómago se me pasó cuando comencé a sentir que iba un poco borracho.
No sabría decir cuánto tiempo pasó, pero Julia, Alba y yo estuvimos bailando y hablando en la pista un largo rato. Fede y Brahim se apartaron un poco en una especie de intento de automarginación incomprensible para mí, seguramente porque se habían sentido empequeñecidos ante la presencia de mujeres mayores que ellos. Para mí era algo normal, al fin y al cabo eran mi hermana mayor y su amiga.
Noté cómo la gente de mi clase me miraba y se percataba de mi compañía. Sin duda, algunos estaban sorprendidos por quiénes me rodeaban e intentaban descifrar la situación. Incluso Paula, mi ex mejor amiga, no podía dejar de mirarme mientras bailaba, y aunque ella y mis amigos sí que sabían que Julia era mi hermana, no sé lo que pensó el resto de la clase en aquel momento.
Durante todo el tiempo que estuvimos bailando, aunque yo lo hacía más tímidamente, mi hermana Julia no paraba de mirarme fijamente y de hacer movimientos sensuales. No tenía claro si aquella era su actitud en general cuando salía de fiesta o si estaba intentando seducirme, aunque por lo sucedido esas últimas semanas podía parecer absurdo. Si algo me quedó claro en ese momento, era que no me extrañaba que siempre consiguiese lo que quería.
Mi hermana Julia comenzó a bailar cada vez más cerca de mí. Al principio sólo me tocaba ligeramente el brazo con sus movimientos, pero poco a poco se fue acercando hasta mover de un lado a otro sus caderas a escasos centímetros de mi cuerpo. Su mirada penetrante llegaba hasta el fondo de mí y ella parecía absolutamente concentrada en su hermano pequeño, ignorando completamente al resto e incluso a su amiga Alba.
Entonces me agarró de la cintura y comenzó a perrearme. Mientras restregaba su zona púbica por mi cadera y mi muslo, noté cómo me iba poniendo cada vez más y más duro, hasta que era imposible ocultarlo, puesto que llevaba unos pantalones de traje relativamente ceñidos con un cinturón. No obstante, entre la multitud era relativamente difícil distinguir las figuras de la gente si no los tenías justo a tu lado. Era la primera vez en mi vida que una mujer me bailaba así.
Después Julia comenzó a manosearme de manera casi violenta, por dentro de mi camiseta, en la zona de mi abdomen y mis costillas. Por su forma de moverse y de tocarme, parecía que estaba casi poseída, no sé si fruto del alcohol, de la excitación, o de ambas cosas. Justo en ese instante, le pegó un trago al roncola y acercó su boca a mi oído.
– Si te digo lo que se me está pasando por la cabeza, perderías el sentido, hermanito pequeño – dijo en un tono lo suficientemente bajo como para que pareciese un susurro en una discoteca.
Aquellas palabras dichas en mi oreja provocaron que mi polla se endureciese todavía más. Alba no parecía estar demasiado atenta y creo que no se enteró muy bien de lo que estaba pasando.
Julia se dio la vuelta y empotró su trasero contra mi entrepierna mientras bailaba, restregándomelo con fuerza. Su culo, que casi doblaba en anchura a mi cintura, chocaba con mi duro miembro, que comenzaba a humedecerse y a veces se enganchaba con el bajo de la falda de mi hermana mientras lo frotaba entre sus voluptuosas nalgas. Justo en ese instante, me sujetó de las manos y las puso sobre sus caderas para que la agarrara con fuerza. Yo estaba cachondo y borracho, absolutamente perdido ante los movimientos de mi hermana.
Unos minutos después, Julia parecía acalorada y sudando, y el momento de excitación máxima pareció frenarse de golpe.
– Madre mía, Carlitos – parecía que iba a decir algo importante, pero se lo calló –. Tengo que ir al baño. Ahora vengo – anunció Julia, y se marchó rápidamente dejándome con un grave problema entre las piernas.
Justo en ese momento, perdido y vacío entre decenas de personas bailando, Fede y Brahim me indicaron que me acercase a la barra. Me querían decir algo, y allí que me dirigí.
– ¡Joder! Tu hermana es cariñosa, ¿eh? Casi me pongo hasta cachondo viendo como bailábais – dijo un ebrio Brahim con una sonrisa en la cara –. ¿Tu hermana es siempre así?
– Va, no me jodas, tío – le dije claramente borracho –. Sólo se lo está pasando bien. Estamos de fiesta, ¿no?
– Sí, sí. Si no insinuamos nada, pero… Joder, es que con tremenda mujer me flipa que no te pongas cachondo – me respondió Fede mientras se reía a carcajadas –, aunque sea tu hermana.
Entonces se me aproximó Alba y con un gesto me ofreció de su bebida que, si soy sincero, no supe con precisión qué llevaba. Yo acepté con educación y le pegué un trago. Iba borracho, sí, pero aún era plenamente consciente de lo que sucedía y no quería sobrepasarme.
– ¿Y Julia? – preguntó gritándome al oído.
– Ha ido al baño – le respondí rápidamente.
Me miró de manera suspicaz con su vaso de color violeta en la mano derecha.
– ¿Y ha dejado aquí solo a su hermanito? ¿Con su mejor amiga? Qué irresponsable – dijo Alba con una sonrisa teñida de cierta malicia.
– ¿P-por qué? – le pregunté medio tartamudeando. No sé si por el alcohol o cohibido por el tono que había empleado.
– Pues porque siempre te está protegiendo, pero ahora que no está… Soy yo la que te tiene que cuidar, ¿no? Siempre he querido tener un hermanito pequeño – contestó Alba sin dejar de sonreír.
– Yo ya soy mayor – le respondí con autoridad.
– No tanto. Aún no has terminado la ESO, chavalín – razonó ella –. Anda, ¿quieres dar envidia a tus amiguitos?
Juro que no tenía ni idea de a qué se refería.
– ¿Cómo? – le pregunté dubitativo.
– Anda, ven – me dijo agarrándome de la mano y llevándome de nuevo a la pista.
Sin soltarme, Alba empezó a bailar conmigo, aunque de una manera diferente a la que lo hizo mi hermana Julia. Posó sus manos sobre mis hombros y luego sobre el cuello, mientras su cintura se ceñía a mí sin dejar espacio entre ambos, moviendo continuamente sus caderas.
Mientras bailábamos, ella utilizaba sus manos para cogerme del cuello o del brazo, o incluso de la mano, jugueteando con sus dedos. Yo no es que me hubiera encontrado con muchas situaciones así, pero habría jurado que estaba tonteando conmigo.
Ni siquiera fui del todo consciente de lo que pasaba en ese momento. ¿Acaso Alba, uno de los mayores crushes y amores platónicos de mi adolescencia, me había sacado a bailar? ¿Qué coño estaba pasando en mi vida últimamente? Hacía sólo un mes las chicas sólo se me acercaban a pedirme la goma de borrar, y ahora mis compañeros de curso me estaban viendo bailar no con uno, sino dos pibones de veintitrés años.
Las palabras de Alba interrumpieron mis pensamientos.
– Te has convertido en un chico muy guapo, ¿sabes? Si no fueses tan tímido, ligarías mucho – me espetó Alba.
– Gracias – le dije yo, sin saber muy bien qué más decir. Nunca sabía responder a los elogios, porque recibía pocos.
– Nada, chico. A las chicas de tu edad les gustan los chicos malotes y cabrones, los sinvergüenzas. En cambio, cuando crecemos un poco, a las mujeres nos gustan los buenazos, como tú. Ya lo verás con el tiempo – dijo justo antes de guiñarme el ojo.
El baile continuó durante algunos minutos cuando me di cuenta de que Fede y Brahim me miraban haciéndome gestos bastante explícitos para que me lanzase a besarla. ¿Estaban locos o qué? Alba sólo me estaba haciendo un favor para que los demás me vieran bailar con un pibón. También me estaba mirando Paula, aunque esta vez de una manera distinta, con curiosidad, aguzando la vista mientras bailaba con su novio. ¿Qué se le estaría pasando por la cabeza?
Empezaba a preguntarme dónde estaba mi hermana. Hacía ya algunos minutos que había ido al baño. A lo mejor le pasaba algo. Quizás se encontraba mal y yo no me estaba enterando. ¿Necesitaría ayuda?
Una vez más, la voz de Alba cortó el hilo de mis reflexiones.
– ¿Alguna vez te has besado con una chica? – la pregunta de Alba me sorprendió. Me quedé unos instantes pensando si decir la verdad o no.
– Bueno, yo… Sí, una vez – mentí.
Alba se río ante mi respuesta.
– Sí, claro. Si se te nota a la legua que eres un chico experimentado – claramente, estaba siendo irónica –. ¿Te gustaría probar?
Qué.
Cómo.
¿De verdad estaba ocurriendo esto? Mi vida se había vuelto una historia surrealista en la que todo me salía bien. ¿Me estaba ofreciendo un beso Alba, la mejor amiga de mi hermana? ¿La chica que había motivado decenas de mis pajas y que cuando era pequeño bromeaba con que algún día sería mi novia? Aquello rozaba la ficción. A lo mejor iba muy borracho y no me estaba enterando bien de lo que me decía.
– ¿Un beso? – pregunté impactado.
– Sí – respondió.
– ¿Contigo?
Debió pensar que era gilipollas. Sin embargo, dejó escapar una carcajada.
– ¡Claro, tonto! ¿Con quién si no? – preguntó Alba con toda la razón del mundo.
– No sé… – Le respondí. Aquello era algo que había deseado mucho. Incluso había pensado en situaciones muy parecidas a esta misma en el calor de las noches de mi tierna adolescencia.
– Va, Carlitos. Si lo estás deseando… ¿Te crees que no veo cómo me miras? Desde hace años, chaval. Que seas un chiquillo no quiere decir que no me fije – dijo Alba.
Y en ese momento mi yo borracho se apoderó de mí, y la última parte que quedaba de responsabilidad me abandonó.
– Vale – dije.
– ¿Sí? – preguntó ella asegurándose.
– Quiero probar. Ya soy mayor – dije convenciéndome.
– Bien dicho – respondió ella.
Me agarró del cuello con sus manos y poco a poco fue acercando su cara a la mía. No me lo podía creer, incluso aunque fuese borracho. Iba a darme mi primer beso, y encima con una de las mujeres más impresionantes que había visto. Sus ojos azules iban de arriba abajo, recorriendo mi cara, mirándome a los labios y a los ojos, hasta que estuvo demasiado cerca y los cerró.
Aquella escena estaba a punto de consumarse y casi podía escuchar a mis amigos chillar. Algo vibraba en mi y me consumían los nervios por todo el cuerpo.
No obstante, justo cuando sus labios estaban a punto de tocar los míos, noté una fuerza que tiró fuertemente de Alba y la separó de mí. La voz de mi hermana sonó como un trueno.
– ¡¿Pero qué haces, hija de puta?! – Mi hermana Julia había reaparecido y tenía agarrada a Alba del hombro. Su cara era una auténtica furia.
Alba parecía desconcertada.
– ¿Tú qué crees? – Contestó justificándose sin decir nada.
– ¿Cómo puedes ser tan zorra? – Le preguntó Julia sin soltarla ni ser capaz de abandonar su estado de histeria. Estaban montando una escena.
– ¿Qué dices, tía? ¿Se puede saber por qué se te está yendo tanto la olla? – Alba no entendía la situación.
Brahim y Fede miraban con la boca abierta y también algunos de mis compañeros parecían estar prestando atención al espectáculo. Yo casi que era un espectador más, aunque estaba muy nervioso por la violencia de la situación. Aquella escena era el centro de atención y yo no llevaba muy bien que toda mi clase estuviese siendo testigo de aquella pelea.
– ¡Estabas a punto de besar a Carlos! ¡¿De qué coño vas?! – Le gritó en la cara mientras la sostenía y la juzgaba desde arriba.
– ¿Estás puto loca? Julia, tía, no exageres – Alba intentaba calmar la situación –. Sí, nos íbamos a besar. ¿Qué más da? Es sólo un beso.
– “Qué más da”, dice. ¡Qué es mi hermano pequeño! “Sólo un beso”… ¡Tú quieres que te mate! ¡¿Es que no respetas nada?! – alzó la voz Julia, claramente muy cabreada con su amiga del alma.
– Bueno, ¿y qué? Ya sabes que esta noche no me he liado con nadie, ¿qué esperabas? ¿Que me portase bien sólo porque es tu hermano? Él ya es mayorcito para saber lo que hace – respondió Alba con autosuficiencia.
– ¡Es menor, imbécil! ¡Le sacas siete años! ¿Te parece normal? – argumentó Julia con autoridad.
Si no estaba alucinando lo suficiente, ahí las palabras de mi hermana me hicieron revolverme. ¿De verdad Julia estaba diciendo eso sin inmutarse? Con qué frialdad podía actuar mi hermana en ocasiones. La hipocresía de mi hermana, que siempre era el estandarte de la moral, de la ética, y del buen hacer, estaba quedando latente ante mis ojos.
No parecía importarle mucho que fuese menor o que me sacase siete años cuando me ponía cachondo en nuestras clases particulares, o cuando me tocaba la polla hasta hacerme eyacular e incluso cuando se introducía mi semen en la boca y lo saboreaba con gusto. Parecía que a pesar de ser consciente de la contradicción en la que caía, intentaba protegerme a toda costa del simple beso que había intentado darme su amiga. Estaba protegiendo lo que era suyo.
– No me vengas con tus mierdas morales, Julia. Siempre igual. Siempre quieres tener la puta razón y hacer de voz de la cordura – soltó Alba desde sus adentros, como si llevase tiempo guardándose esas palabras. Entonces se zarandeó y se liberó de la mano de Julia –. Yo me piro. Te quedas aquí con esta panda de críos.
– ¡Eso es! ¡Vete de aquí, zorra! – gritó mi hermana ante la mirada atónita de los presentes.
– Eres imbécil – dijo Alba. Luego me miró directamente –. Y tú ten cuidado, porque esta hermana tuya no sé si lo que quiere es sobreprotegerte o tenerte para ella sola. No sé si me entiendes.
– Que te vayas – dijo mi hermana.
Alba cogió su bolso y se marchó expirando aires de indignación y cabreo entre la multitud.
Entonces la situación se calmó un poco, y pareció que todo volvía a la normalidad. Mi hermana seguía claramente iracunda cuando volvió su mirada hacia mí. Me miró con una mezcla de enfado y condescendencia. Luego me quitó de las manos el vaso de roncola que habíamos compartido y le dio un largo trago.
– Tú tampoco te libras. Ven conmigo – dijo Julia con el mismo tono que usaba cuando era pequeño y había roto algo. Se avecinaba bronca y de las fuertes, aunque cuando era pequeño siempre acababa perdonándome. No obstante, viendo cómo había cambiado la situación y lo posesiva que se había vuelto, no estaba tan seguro de que aquello fuese a salir bien.
Me agarró del antebrazo y me arrastró por en medio de la pista de baile de la discoteca, para después llevarme por las escaleras ascendentes que conducían al baño. Por un momento dejé de ser consciente de mi alrededor. Se me olvidó que existían Brahim y Fede. Por supuesto, tampoco pensé qué pensaría Paula ni el resto de mis amigos.
Sin dudar un instante, me introdujo en el baño de mujeres casi de un empujón. Después entró ella y velozmente cerró la puerta para poner el pestillo con un gesto brusco. No era difícil ver que en aquel momento estaba acojonado porque sabía que había hecho algo mal. ¿O no? Simplemente iba a besarme con una chica, no era nada grave. Por un lado, pensaba que ella no era nadie para impedirme darme un beso con quien fuera, aunque fuese su mejor amigo. Sin embargo, por otro lado, era mi hermana mayor. Ella siempre me había dicho lo que había que hacer y yo obedecía. Su palabra significaba todo para mí. Ya no lo sabía qué estaba bien ni qué estaba mal. Intenté salvar los muebles.
– Perdona, Julia. En serio, no sé qué ha pasado. Yo…
Apenas me había dado tiempo a articular palabra cuando Julia se giró y me puso con la espalda contra la pared de azulejos del baño. Sin ser muy consciente de lo que estaba pasando, vi cómo me estaba mirando. Con deseo.
Todo lo que me rodeaba en ese momento era ella. Más alta que yo, más mayor que yo, más guapa que yo y más lista que yo. Mi hermana tenía la situación bajo control.
Después, puso sus manos a ambos lados de mi cara y sin que me diera tiempo a ser consciente de su mirada hambrienta empezó a devorarme con sus preciosos y carnosos labios. Pronto sentí sus boca, suave, húmeda y caliente saboreando la mía.
Aún tardé un par de segundos en ser consciente de que mi hermana me estaba besando. Y no de cualquier manera. No me estaba besando como te besa una hermana mayor. Me estaba comiendo la boca, besando mis labios y lamiéndolos con su lengua, como si estuviese poseída.
Al principio me costó reaccionar y estaba absolutamente quieto. Paralizado. ¿Aquel estaba siendo mi primer beso? ¿Con mi hermana? Entonces fui consciente de la situación. Sí, mi hermana me estaba besando en el baño de aquella discoteca.
Entonces algunos pensamientos asaltaron mi mente. Aquello estaba mal. Muy mal. Dos hermanos no podían besarse así, ¿o sí? Qué iba a saber yo si nunca me había besado. Aunque estas cosas se saben, ¿o no? ¿Era esto ya incesto? ¿Estábamos cruzando la línea? ¿Se estaba aprovechando de mí para robarme mi primer beso? Mi hermana se había abalanzado sobre mí sin mi consentimiento, aunque… ¿Un beso necesitaba consentimiento? Tampoco lo sabía.
No obstante, ¿qué era lo que me preocupaba, si ya llevaba días haciéndome pajas y cosas peores? ¿No había dejado ya atrás esta fase de sentimiento de culpa? Si antes había decidido dejarme llevar con Alba, ¿por qué no hacerlo ahora con Julia? Al fin y al cabo habíamos hecho cosas mucho peores que darnos un simple beso. Yo habría dicho que una paja era algo bastante más grave que un beso, por pasional o romántico que fuese.
Ese pensamiento me relajó. Aún así, mucho antes de que mi cerebro hubiese llegado a esta conclusión, mi cuerpo ya había hablado por mí. Instintivamente, aunque fuera borracho y aquella fuera mi primera vez, me estaba dejando llevar por los besos de mi hermana.
Dicen que el primer beso siempre es raro. Sentir el calor y la humedad de la boca de alguien en la tuya por primera vez puede ser una experiencia extraña.
Quizás fue porque iba borracho o por la sincronización natural que había entre hermanos, pero no tardé en sincronizar mis movimientos con los suyos, y aunque el beso fue torpe al principio, parecía que ella me guiaba con sus labios y yo me dejaba guiar. El sonido de la música retumbaba en las paredes. Todo vibraba. Y mi polla ya estaba dura otra vez.
– Eso es – dijo Julia sonriendo entre beso y beso –.¿Te ha gustado?
– Mucho. Aunque es un poco raro – me apresuré a responder.
– ¿Primer beso? – preguntó.
– Sí.
– Madre mía, cualquiera lo diría. Yo diría que tienes talento. O quizás besas tan bien porque somos hermanos y eso nos hace muy compatibles…
Sus palabras me volvían loco, pero me volvía aún más loco lo que me hacía. Mi hermana estaba inclinada y completamente volcada sobre mí en aquel baño. Los apasionados besos de Julia continuaron algunos minutos hasta que comenzó a besarme el cuello. Poco a poco fue subiendo, empleando también la lengua para excitarme, hasta que llegó a mi oreja y perdí el sentido. Experimenté un tipo de placer que no había probado antes. Utilizaba sus labios, su lengua y su aliento para hacerme sentir cosas que no había experimentado jamás. Tenía espasmos y escalofríos que me recorrían todo el cuerpo mientras mi vista se nublaba.
Aquella sensación se amplificó cuando mientras me besaba la oreja agarró mi pene con fuerza y lo manoseó.
– Esa zorra – me susurró al oído, provocándome otro escalofrío –. Se ha creído que podía besarte antes que yo. Creía que podía robarte tu primer beso. ¡Qué traidora de mierda! – dijo elevando un poco el tono –. No sabe cuál es su sitio. Eres mi hermano pequeño y tu primer beso me pertenecía sólo a mí.
– Pe-Perdóname Julia. No quería enfadart…
– Shhh … Ya está – me consoló –. Ya estás con tu hermana mayor. No quieres que te cuide nadie más, ¿a que no?
– No. Nadie – respondí obediente.
– Claro que no. Nadie puede reemplazar el amor de una hermana.
Siguió lamiéndome el cuello y la oreja mientras me estrujaba la polla, esta vez con más fuerza todavía. Por puro instinto y excitación, posé mis manos sobre el tejido rojo que había encima de sus pechos. Al principio los tocaba con timidez, pero pronto comencé a manosearlos presa de un deseo incontrolable. Eran blandos y mis manos no podían abarcar todo su tamaño.
– Mira, parece que mi hermanito por fin tiene algo de iniciativa… Me gusta – recibí sus palabras de aprobación.
– Me encantan tus tetas, Julia – dije en un lamento.
– Lo sé – dijo entre risas sin soltar mi polla –. Llevas mirándolas desde que eras un niño. Soy consciente de las tetas que tengo, hermano. Es imposible no serlo. Tengo muchos recuerdos de hace años, cuando estábamos comiendo en casa y te quedabas mirándolas hasta que te pillaba y apartabas la mirada. No te voy a engañar, Carlitos. Es muy duro para una hermana mayor pasar tanto tiempo como he pasado sin las miradas de tu hermanito. Sentirte deseada por tu propio hermano es lo mejor que a una le puede pasar. ¿Siempre las has deseado? ¿Hasta cuando eras un niño?
– Sí. Siempre – le dije.
– Qué travieso – dijo ella –. Mientras yo me preocupaba de cuidar de mi hermanito pequeño, él sólo pensaba en hacer cosas sucias con las tetas de su hermana.
– N-No sólo eso…
– ¿Ah, no? – en ese momento me estrujó el pene con más fuerza – ¿Qué más pensabas?
– Ah… – Yo sólo gemía.
– Dime. Qué más – exigía Julia.
– Que eres preciosa. Y que… Y que jamás podría estar con una chica como tú.
Julia se rió a carcajadas mientras seguía besándome y tocándome, pero justo en ese instante se soltó. Agarró su camiseta desde abajo junto con el sujetador y se la levantó, quitándose toda la ropa de la parte superior de una vez.
Y yo aluciné una vez más. Allí estaban otra vez, bajo el rostro perfecto y celestial de mi hermana. Esos pechos enormes que me quitaban el sueño y me provocaban erecciones desde que tenía memoria estaban ante mis ojos otra vez. No sólo tu tamaño era imponente, sino también la forma. Aquellas tetas perfectas de tamaño majestuoso seguían desafiando a la gravedad ante mis ojos.
– Pues estás de suerte, hermanito. Adelante – dijo ella.
Entonces, sin pensármelo dos veces, las volví a agarrar con mis manos, esta vez sin ninguna tela de por medio que me impidiese notar su suave tacto. Las sostuve y las levanté, sorprendiéndome una vez más por su increíble peso y masa, de varios kilos. A pesar de su tamaño, su firmeza era irreal y casi me costaba moverlas con mis manos pequeñas. Aquello me parecía algo inexplicable. Julia me sacó del cielo un momento para hacerme la siguiente pregunta.
– ¿Por qué no lo haces con tu boca? – me preguntó mirándome desde unos centímetros más arriba.
– ¿Puedo? – pregunté inocentemente.
Sin mediar más palabra, puso su mano detrás de mi cabeza y me dejé empujar hacia sus enormes tetas. Enseguida tuve la cara hundida entre los pechos más perfectos que había visto y tocado. Las tetas de mi hermana mayor rodeaban todo mi rostro.
El tacto de sus tetas era suave, y aunque eso se podía notar a través de las manos, mis labios lo comprobaron con una sensibilidad aún mayor. Tampoco sabría explicar por qué, pero su pecho olía y sabía diferente, ni tampoco sería capaz de expresar cómo era ese olor. Sólo sé que olían muy bien y que sabían mejor.
Mientras manoseaba sus tetas, lamía sin cesar toda la superficie que podía abarcar, incluyendo sus pezones rosados y duros. A veces los mordía, incrédulo de la firmeza y la consistencia que tenían, y ella emitía leves sonidos de placer.
Al cabo de poco tiempo estaba dejando sus tetas llenas de mis babas, a la vez que ella no dejaba de manosearme la polla por encima del pantalón. Ella gemía y mi excitación era máxima. Pronto la humedad de mi pene comenzó a brotar por mi pantalón.
– Mmm… Joder, Carlitos – resopló mi hermana gimiendo –. Creo que no eres el único que está mojado.
Acto seguido, me puso los dedos sobre la boca y me apartó suavemente hasta que mi cabeza estuvo apoyada en la pared. Allí estábamos los dos, de pie, ella sin camiseta y yo con el pene más duro que nunca.
– Mi turno – exigió Julia.
Con las mismas finas y hermosas manos con las que me había agarrado de la polla hacía sólo unos segundos, se dispuso quitarme la corbata y a desabrocharme con cierta impaciencia la camisa blanca que llevaba puesta. Me sentí un poco violento al saber que me iba a quedar desnudo. Algo un poco estúpido, ¿no? Al fin y al cabo ella era mi hermana e íbamos los dos un poco borrachos.
Cuando mi camisa estuvo completamente abierta, se deshizo de ella tirándola contra la pared que había a su espalda. Se quedó mirando mi pecho desnudo y mi figura delgada para después posar sus manos sobre mi abdomen.
– Qué suave… No sabes lo mucho que me pone tu cuerpo, hermanito – anunció mi hermana en tono lujurioso.
Yo seguía sin saber encajar aquellos cumplidos y no veía nada especial en mi cuerpo. ¿Cómo era posible que mi hermana, teniendo en cuenta la clase de novios que había tenido, me viera atractivo y me dijese esas cosas? Yo no tenía nada de especial.
– Este cuerpo es mío, ¿a que sí? – preguntó sabiendo la respuesta.
Yo asentí sin pensármelo.
– Claro que es mío. Y de nadie más. Sólo de tu hermana mayor.
Justo después, me dio otro beso en los labios. Esta vez un poco más pausado que los anteriores. Acercó su cara a mi pecho y comenzó a besarlo intensamente, mientras soltaba leves gemidos.
– Me encanta, joder – decía Julia mientras iba descendiendo entre besos y lametones por mi pecho hasta mi vientre, a medida que flexionaba las rodillas poco a poco.
Yo no podía evitar sentir cosquilleos y escalofríos mientras notaba cómo mi pene parecía hincharse incluso más de lo que ya estaba. Entonces sus labios llegaron a mi vientre, y ella se puso de rodillas. Llegados a este punto, ya sabía perfectamente lo que venía, pero aún así no me lo podía creer del todo.
Posó sus manos en mi cinturón y comenzó a aflojarlo. Toda la prisa y la impaciencia que mi hermana mayor parecía haber tenido antes se frenó, y noté cómo quería recrearse en este momento.
– Te voy a contar una cosa, hermanito. ¿Sabes por qué he tenido que ir al baño antes? – me preguntó con ese tono sensual que sabía poner para excitarme.
Poco a poco y sin prisa, me terminaba de quitar el cinturón. Yo estaba embobado mirando cómo aquella mujer preciosa que era mi hermana mayor me desnudaba.
– No… ¿Te encontrabas mal? Me…Me he preocupado – le dije.
Mi hermana se rio mientras me desabrochó lentamente los botones y la cremallera del pantalón. Después, mientras lo bajaba hasta mis tobillos, dijo lo siguiente.
– Sí, me encontraba mal. Tan mal estaba de bailar contigo he tenido que ir al baño a tocarme, Carlos – me dijo mirándome desde abajo con sus preciosos ojos azul-verdosos –. ¿Y sabes qué he pensado? – me preguntó tras agarrar mi pene desde la base con su mano derecha, mientras las uñas de su otra mano se clavaban levemente en mi muslo.
– ¿Q-qué has pensado? – Hice la pregunta casi sin vocalizar.
Entonces mi hermana puso su cara junto a mi pene, frotando la mejilla y olisqueando mi duro y húmedo glande. Me dedicó una profunda mirada que lo decía todo.
– Que sería una lástima dejar pasar la oportunidad de chuparle la polla a mi hermanito.
Y antes de poder reaccionar observé cómo mi polla desaparecía en el interior de su boca, rodeada por aquellos labios carnosos y acompañada de esos ojos claros que no me quitaban la vista de encima.
Se me nubló el sentido y mi mente quedó en blanco, aunque mis ojos la observaran aquella escena celestial.
Es difícil explicar lo que sientes la primera vez que te la chupan si nunca antes lo has experimentado. Y más cuando lo hace tu hermana mayor, que supongo que lo hace todavía mejor. Igual que cuando me besó, lo primero que me sorprendió fue la humedad y la calidez de la boca de mi hermana, todavía más intensa que antes teniendo en cuenta que ahora envolvía mi pene. Mientras tanto, ella seguía mirándome fijamente y, centímetro a centímetro, mi hermana iba introduciendo mi pene en su boca, gustándose en cada segundo que mi polla reposaba más adentro en su interior.
– Dios… Julia – alcancé a decir.
Mi hermana mayor esbozó una especie de sonrisa con mi pene en su boca, y a la vez me guiñó un ojo.
Mi sensible pene comenzaba a sentirse cómodo en el interior de la boca de mi hermana cuando justo comenzó a moverse con mayor energía. Noté cómo mi prepucio se desnudaba completamente a medida que ella incrementaba el ritmo en las acometidas de su boca, acompañándolas del jugueteo de su lengua alrededor de mi polla. Me temblaban las piernas ante el placer que me estaba proporcionando el calor de la cavidad bucal de mi hermana.
Comencé a analizar la situación en mi cabeza. Mi hermana me estaba chupando la polla. Mi primera mamada me la estaba haciendo mi propia hermana. Y no sólo eso, sino que me estaba encantando. Ese pensamiento, hacía sólo algunas semanas, me habría espantado y excitado a partes iguales. Aquella noche, entre el alcohol que había bebido y lo normalizado que tenía aquella nueva relación con mi hermana, estaba completamente entregado a lo que ella quisiera hacerme.
Enseguida me di cuenta de que mi polla estaba produciendo una cantidad de presemen descomunal a la vez que Julia salivaba. Unos segundos después, vi que mi polla se encontraba recubierta de una capa de baba mezclada con mis propios fluidos, haciendo que esta mezcla de pecado incestuoso rodeara su boca y sus manos, y que parte de ella cayera al suelo, formando hilos de fluido que lo envolvían todo.
Mi hermana lo estaba disfrutando. Se vía en su cara y se sentía en sus gemidos. Se notaba que no era la primera polla que chupaba. Ni la segunda, ni la tercera. El placer que yo sentía tenía que ser perfectamente visible en mi expresión.
– Te gusta lo que te hace tu hermana mayor, ¿verdad? – Dijo tras sacar mi húmedo pene de su boca durante un momento sin dejar de pajearme. –. Claro que te gusta. Mira cuánto líquido estás soltando – añadió mientras miraba de cerca mi polla –… ¿Todo esto es por y para mí? – dijo manoseando el fluido que brotaba de mi pene y de sus manos – ¿Te has puesto así por los mimos de tu hermana mayor? Qué hermanito tan travieso…
Sus palabras sólo me ponían más cachondo cada segundo.
– La polla de mi hermanito es la polla más bonita que he visto – mi polla parecía de piedra, hinchada en sus venas y toda mojada, mientras que su punta tenía un color rosado –. Vaya polla tienes, Carlos. Me pasaría todo el día chupándotela. ¿Me hace eso una mala hermana? Yo creo que no.
Luego empezó a lamerla utilizando toda la superficie de su lengua, de abajo hacia arriba y haciendo eses, estimulando cada rincón de mi pene. Yo no podía evitar que la sensibilidad de mi glande me provocara temblores en la espalda.
– Mmm … Y además está tan rica y sabrosa… Siempre tiene este olor fuerte… Tu habitación huele un poco así también. ¿Cómo no me voy a poner cachonda cuando te explico matemáticas, si tienes esta polla grande emitiendo olores y feromonas entre las piernas? – dijo antes de hacer una breve pausa. Yo no sabía qué hacer ni responder –. Ahora vas a flipar, hermanito.
Se introdujo mi polla en la boca y me agarró del trasero con ambas manos empleando cierta fuerza, como si me fuera a escapar y no quisiera dejarme ir. Sus manos me sujetaban las nalgas y las cubrían casi por completo, haciendo saber que aquel culo era todo suyo.
Después de jugar con la presión de sus labios sobre mi glande, comenzó a empujar intentando hacer algo que obviamente sólo había visto en el porno. Por complicado que pudiera parecer, ya que sabía que mi pene no era pequeño, poco a poco se introdujo mi pene por completo en su boca, hasta llegar a la base. Sabía que mi polla era bastante grande, sobre todo para mi edad, pero aquello no impidió que mi hermana me hiciera una perfecta garganta profunda. En el calor de su garganta, noté cómo la punta tocaba con el final de su orificio bucal y ella casi ni se inmutaba, como si no le costase ni un poco. ¿Quizás era porque lo estaba disfrutando?
Entonces incrementó el ritmo, experimentando con la profundidad de su garganta y las velocidades a las que usaba su boca y todos los músculos que había en ella. Usaba su lengua, succionaba, se la metía hasta el fondo y mucho más.
Poco tiempo después, quizás algunos minutos, el placer que sentía era tal que sabía que estaba cerca de correrme cuando se intensificó el cosquilleo que sentía en mi glande.
– Julia… ¡Julia! Voy a correrme – le advertí.
Al escuchar mis palabras no frenó ni un poco el ritmo. Con una de sus manos me empezó a masturbar mientras me la chupaba, con una intensidad aún mayor que la anterior, sin darme ningún tipo de tregua. Después dijo algunas palabras en el tono más sensual que había escuchado partir de sus labios.
– Córrete, hermanito – me ordenó cerrando su mirada en la mía –. Córrete en mi boca. Dame todo tu semen. Dame mi droga directamente en mi boca – me agarró de los testículos con fuerza mientras con su otra mano no cedía el ritmo –. Todo lo que hay aquí es mío. Dámelo.
En ese instante me encerró dentro de su boca.
No necesité nada más. No sabría explicarlo con palabras.
El gozo que sentí al correrme tuvo una intensidad incluso mayor que cuando mi hermana me masturbaba. Mi pene comenzó a sufrir espasmos y latidos dentro de su boca hasta que fueron incontables. Mientras eyaculaba, ella me observaba con los ojos entrecerrados y emitía gemidos, como si lo estuviese disfrutando tanto como yo. Supe que el volumen de la corrida había sido incluso mayor a los de las que había provocado con sus manos los días anteriores.
Durante algunos segundos mi hermana dejó reposar mi polla con su semen dentro de su boca, mientras ella la chupaba con calma y mucho mimo. Mi pene comenzó a relajarse, como después de una maratón, y Julia relamió todo lo que quedaba alrededor de mi glande. Unos segundos más tarde, mi hermana terminó de limpiar hasta la última gota, succionando mi pene hasta vaciarlo del todo. Ante la sensibilidad de mi polla tras eyacular, solté un leve quejido.
– Madre mía, Julia. Me vas a matar.
Entonces se lo tragó todo de una vez.
Me miró y sonrió de oreja a oreja, mostrando sus dientes blancos y perfectos.
– De placer te voy a matar – dijo entre risas –. Vaya pedazo de corrida, hermanito. Creo que nunca te habías corrido de esta manera, ¿no? ¿o quizás es porque nunca lo habías hecho directamente en mi boca?
– No lo sé… Creo que sí – le respondí pero me ignoró.
– No sabes las ganas que tenía de esto, hermanito. De beberme todo tu juguito – me dijo mientras estrujaba mi pene ya relajado –. Qué polla tan bonita tiene mi hermano. La más bonita que he visto.
– G-Gracias…
– No seas tímido, tonto – dejó pasar unos segundos antes de decir lo siguiente – Llevo todo el día sin tocarte, ¿me has echado de menos?
– Sí. Muchísimo – le respondí con un lamento.
– Te estaba reservando para esta noche. ¿Estaba claro, no? Espero que no te hayas tocado tú. Ya sabes que no me gusta que lo hagas – me advirtió.
– ¡No! Sabes que ya no lo hago sin ti – me justifiqué.
– Así me gusta. Y ha merecido la pena. ¿No has sufrido todo el día sin que tu hermana mayor te de tus cuidados? – no me dejó responder – ¡Oh, Dios! Qué rico. Ha sido mucho mejor que todo lo que he bebido esta noche – me dijo antes de soltar una carcajada.
Entonces se alzó y me volvió a besar, usando su lengua, que tocaba la mía. Noté algo de lo que debían ser restos del sabor de mi semen, aunque fue algo muy leve y no me pareció desagradable.
Justo después del beso, se escucharon unos fuertes golpes que retumbaron en la puerta del baño de la discoteca. Fue como si nos obligaran a volver a la realidad y mi hermana y yo comenzamos a vestirnos con la ropa que habíamos ido dejando por el camino.
– ¡Venga, coño! ¡Que llevo media hora esperando! – se escuchó a una chica gritar en la puerta.
Cuando nos habíamos vestido, me cogió de la mano y me dio un breve beso en los labios, justo antes de abrir la puerta.
En la puerta del baño había cola y la chica que nos había gritado era una compañera de mi curso, aunque apenas la conocía. Estaba claramente histérica.
– ¿Qué coño hacíais ahí? ¡Me cago en vuestra puta estampa! ¡Que ya llevamos un rato aquí! – chilló la chica.
– ¡Cállate, gilipollas! – le respondió mi hermana imponiéndose con su tono y su altura – Estaba cuidando de mi hermano, ¿es que no ves lo ciego que va?
Para salir del paso, fingí ir más borracho de lo que ya iba mientras nos marchábamos y la chica no supo cómo reaccionar.
– Sí, claro. Pobrecito – dijo la chica vacilando a mi hermana.
– Como digas algo más sobre mi hermano, te suelto una hostia. Y te saco veinte centímetros así que ten cuidado, puta – amenazó mi hermana.
Lo cierto era que me gustaba cuando Julia me protegía
Me agarró del brazo y nos sacó de la discoteca, puesto que le faltaba poco tiempo para cerrar. Miré el móvil y ya habían pasado las cuatro de la madrugada.
– Vámonos a casa. Es tarde – dijo mi hermana.
Salimos de Caribe para dirigirnos a la parada del autobús, aunque llegar allí fue una bendita odisea. En el camino mi hermana no me dejaba en paz. Me paraba y me ponía contra la pared una y otra vez para besarme y manosearme, como una adolescente en celo. Y así cada dos minutos, sin pausa. Parecía ansiosa, como si no hubiera tenido suficiente de su hermano pequeño.
En el autobús la historia parecía continuar y en ningún momento dejaba de besarme o de tocarme. Yo era inmensamente feliz recibiendo la atención de Julia, pero me daba miedo que alguien nos reconociera. Aquello tenía que llevarse con discreción, y no lo estábamos haciendo ni mucho menos.
– Julia, para. Estamos en el autobús. Nos ve todo el mundo – le dije.
Estábamos sentados en la parte de atrás, en uno de esos asientos que van por parejas unos detrás de otros, yo en el asiento derecho junto a la ventana y ella en el izquierdo junto al pasillo.
– Te preocupas demasiado, ¿y qué? Si no nos conoce nadie – me respondió.
La belleza de su rostro fue una tortura para mí, como cada vez que la veía. Me miraba con esos ojos que ella sabía poner para tenerme controlado. Ella lo sabía, y por eso no dejaba de besarme y de lamer la piel de los labios de mi cara imberbe.
– Eso no lo sabemos – le dije –. A lo mejor hay gente de mi clase. Además, te sigue mucha gente en Instagram.
– Que no te preocupes, tonto, que para eso ya está tu hermana mayor. Aquí la responsable soy yo, ¿recuerdas? Tú ni siquiera eres un adulto – sentenció.
Durante unos instantes se quedó callada. Respiró profundo y, al contrario de lo que parecía que iba a pasar, su sed de sangre se calmó de repente, y su mirada cambió a la de hermana mayor preocupada por el bienestar de su hermanito.
Entonces me dio un beso en los labios, aunque esta vez fue diferente. Mi hermana Julia parecía haber hecho un ejercicio de autocontrol por un momento. Posó sus labios sobre los míos con la pausa de quien lleva la situación por las riendas. Entonces, me dio una serie de besos por toda la boca y mis comisuras, despacio y recorriendo poco a poco cada rincón de mis labios. No fue nada lascivo ni violento, sino algo lleno de ternura, volviendo a ser por un instante la hermana tierna y protectora que siempre había sido. Mi hermana mayor seguía cuidándome una vez más.
Con los besos de mi hermana me fui relajando en pocos minutos, y al poco fui consciente de que aún estaba un poco ebrio y, sobre todo, muy cansado.
– Estoy agotado – le anuncié.
Incluso sentados, ella era unos centímetros más alta. Mirándome desde arriba me pidió que descansara un rato.
– Anda, borrachín, apóyate aquí – me dijo mientras me indicaba con su dulce mano que me recostara sobre su escote.
– ¿Seguro? – le pregunté.
Ella se rio igual que siempre que se reía de la inocencia de su hermano menor.
– Creía que ya habíamos pasado esa fase. Venga, apóyate y descansa un rato, que aún quedan veinte minutos para llegar a casa – me miró consciente de tener el control –. Vamos, Carlitos. Si sé que te encanta que te duerma. ¿Hace falta que te recuerde lo rápido que te quedaste dormido el otro día? – preguntó.
– No, pero es que…
– Pues ya está. Órdenes de tu hermana mayor – su tonó se volvió ligeramente severo –. Sobre mi pecho. Ya.
– Vale.
Una vez más, hice caso a mi hermana. Me recliné sobre ella y puse mi mejilla sobre la enorme superficie de su escote, cuyas tetas eran tan grandes y tersas que tenían masa más que suficiente para aguantar todo el peso de mi cabeza, y probablemente mucho más. Sus pechos seguían desprendiendo un olor peculiar al que me era imposible resistirme ni acostumbrarme. Para mayor comodidad, con mis delgados brazos me abracé a ella por la cintura. En ese instante supe que me había rendido al amor de sus cuidados.
Ella puso su codo sobre mi espalda y comenzó a acariciarme el pelo, entrelazando sus dedos con el cabello de la parte posterior de mi cabeza. Su respiración y la mía se acompasaron y poco a poco fui entrando en un estado de seminconsciencia.
– A dormir – dijo en voz baja.
Mientras me acariciaba reflexioné sobre todo lo que había sucedido. Hacía sólo unas semanas nunca habría pensado que me podría graduar con mis compañeros ni que habría tenido siquiera la oportunidad de salir de fiesta este verano. Estaba triste, amargado, me sentía sólo y no tenía ninguna motivación. Dormía poco, me pasaba los días jugando al ordenador, me mataba a pajas y no hacía nada con mi vida.
Sin embargo, todo había cambiado con la llegada de mi hermana mayor a casa para pasar el verano. Ahora, tenía un objetivo: aprobar mis asignaturas pendientes a final de verano. Para ello, mi hermana se estaba dedicando en cuerpo y alma, quizás sobre todo en lo primero, para sacarlo adelante. Ya no perdía el tiempo jugando al ordenador. Ahora era productivo. Y ya no me hacía pajas, sino que me las hacían, por lo que también había salido ganando.
Y no sólo eso había sucedido gracias a mi hermana. Si estaba en ese autobús era gracias a ella. Había sido Julia quien había convencido a nuestros padres de que me permitiesen ir al acto de graduación y la posterior fiesta. Había sido ella quien se había asegurado de que me lo pasaba bien, me había invitado a una copa y había bailado conmigo. Incluso, me había dado mi primer beso y me había hecho la mejor primera mamada posible, de parte de la mujer más guapa y atractiva posible, en el baño de aquella discoteca; cosas que sólo un mes atrás me parecían lejanas e irrealizables. Y más aún con ella.
Por primera vez en mucho tiempo, ya no estaba triste. Es más, comenzaba a estar feliz. Y todo ello era gracias al amor de mi hermana mayor. Todo lo bueno que me pasaba, era gracias a ella.
Sumergido en esos pensamientos, quedé dormido al ritmo de sus caricias, consciente de la suavidad y el confort de los pechos de mi hermana mayor.
En ese momento no tenía dudas. Me sentía deseoso de ver qué más nuevas experiencias me deparaba aquel verano.