Para eso está mi hermana mayor - II

Intento convencer a mi hermana de que lo que me ha hecho está mal. Quizás la que me acaba convenciendo es ella.

AVISO:

Me alegro de que os gustase el primer capítulo. Es mi primera historia, así que: paciencia conmigo y hacedme saber lo que no os guste. Todos los comentarios, positivos y negativos, son bienvenidos.

Este capítulo es de transición, así que no esperéis mucha más acción que en el primero. He querido indagar en el desarrollo y la psicología de Carlos y su hermana, explicando más sobre su vida y sus procesos mentales.

Espero que os guste. Un saludo

Capítulo 2

Al contrario de lo que pudiera parecer, lo sucedido con mi hermana Julia no hizo sino dejarme una sensación de extrañeza e incomodidad que no me venía nada bien en mi estado semidepresivo de aquel momento. Quizás sea difícil de entender, pero mi hermana había sido siempre un ser humano perfecto para mí, aunque también lo era para cualquiera. Siempre me había dado los mejores cuidados y había hecho lo mejor para mí, incluso a veces protegiéndome de lo que pudiesen hacer nuestros propios padres en mi contra, apoyándome sin importar el motivo ni las circunstancias. Sin embargo, esta vez sentía que había hecho actuado únicamente por ella misma y sin pensar en cómo me pudiera sentir yo.

Y es que no me lo podía creer cada vez que lo pensaba. Mi hermana. Mi propia hermana mayor me había hecho una paja. Y vaya pedazo de paja. Esto no era ni mucho menos fácil de digerir para un chaval sin experiencia sexual ni amorosa de ningún tipo. Mi primera paja había llegado antes que mi primer beso. No tenía ningún sentido. Y encima de mi hermana, la persona en quien más confiaba. Que ella me hubiese “robado” ese primer momento de mi vida sexual con una mujer no me hacía sentir excesivamente bien. De alguna forma había traicionado mi confianza.

Durante todo el día le estuve dando vueltas al tema. ¿Y si mi hermana no era tan buena ni tan perfecta como yo pensaba? ¿Es que toda su vida había jugado ese papel de hija perfecta para ocultar este lado perverso de su personalidad? ¿Qué habría llevado a Julia a cometer semejante acto? Una persona de mi propia familia, joder. Es que éramos hermanos de sangre, aunque eso fuese difícil de creer porque ella era un ser mil veces superior a mí. Y aun así, sentía que de alguna manera se había aprovechado de mí.

Aunque no voy a mentir, por otro lado también me sentía afortunado cuando lo pensaba fríamente, desde otra óptica. Otros habrían matado por estar en mi lugar. Mi hermana era la mujer más atractiva e inteligente allá por donde iba: preciosa, alta, tetona, simpática e inteligente. Pero ahora no sabía qué pensar de ella. Ella siempre había sido el modelo a seguir en mi casa. Mis padres siempre me habían incitado a intentar ser como ella porque marcaba el camino.

En nuestra clase de la tarde de ese mismo día no tuve fuerzas ni para escuchar sus explicaciones ni para los ejercicios de matemáticas. Tenía mi cabeza en otra parte. Concretamente, en lo que había sucedido ese mismo día por la mañana. Ella no paraba de abroncarme y no parecía dispuesta a darme ni un respiro.

– ¿Qué te pasa? Estás empanado. Va, haz el ejercicio – decía regañándome.

Y yo, que todavía no alcanzaba a entender esta nueva situación, no podía responderle ni rechistar. No tenía energías. Tampoco pude resistirme cuando al final de aquella clase me hizo otra paja igual de buena que la de por la mañana, aprovechándose de mí una vez más. Otra vez, mi hermana se había salido con la suya sin que yo pudiera hacer nada.

El resto de la tarde estuve reflexionando. Encerrado en mi habitación y pensando qué podía hacer para darle la vuelta a la situación y recuperar a mi hermana de siempre. Si lo pensaba con calma, estaba seguro de que podía hacer entrar en razón a Julia. Ella siempre había sido una persona afectiva, preocupada por su familia y racional. Si le explicaba cómo me sentía y que aquello que me estaba haciendo no estaba bien, seguro que lo comprendía rápidamente. Por ello, decidí que la próxima vez que la viera hablaría con ella y tendría claro lo que iba a decir. Así que me preparé un discurso en mi mente para tener una idea aproximada de todo lo que podía pasar.

Cuando llegó la hora de cenar acudí a la mesa de la cocina, donde estaban mi padre y mi madre esperándome para empezar. Aquello era normal en mi casa. Siempre comíamos y cenábamos todos juntos. Era una especie de norma o ritual familiar ineludible, a no ser que tuviéramos otra cosa que hacer de mayor importancia o un compromiso ineludible.

– ¿Y mi hermana? – Pregunté sorprendido al no verla en la mesa.

– Ha salido a cenar y a dar una vuelta con Alba – anunció mi padre –. Si hubieses cumplido con tus obligaciones tú también podrías estar por ahí.

Intenté ignorar el comentario hiriente de mi padre y cuando terminé de cenar me fui a mi cuarto. Estaba agotado. Y decepcionado. No sólo por cómo había ido el día, sino también porque quería y necesitaba hablar con mi hermana para quitarme el peso de encima, pero parecía que eso iba a tener que esperar, por el momento.

Ante tal situación, cansado y derrotado, no me apetecía ni siquiera ponerme un vídeo de YouTube en el móvil antes de dormir. Hacía mucho calor, como era habitual en los veranos de mi ciudad, por lo que cuando llegaba el clima estival solía dormir únicamente en calzoncillos. Me acurruqué bajo la delgada sábana del Barça de mi cama y me dispuse a descansar. Abatido como estaba, rápidamente caí dormido.

Me desperté en la penumbra, al son de la puerta de mi habitación cerrándose. Alguien había entrado. Abrí los ojos y agucé la vista para ver mejor la silueta que se acercaba hacia mi cama en la oscuridad. No era muy difícil de adivinar. De repente, de su voz nació un cuchicheo.

Chssst … Carlos – me había pillado por sorpresa y no sabía cómo reaccionar, así que fingí seguir dormido –. Carlitos – repetía mi hermana.

Debió de ser muy sigilosa, puesto que sin escuchar sus pasos noté por el cambio de peso cómo se sentaba en uno de los bordes de mi cama. Yo estaba en posición fetal y ella se sentó en el lado de la cama al que yo daba la espalda. Me cogió del hombro y empezó a moverme con la clara intención de despertarme.

– Carlos – susurró.

Sin otra salida posible, fingí despertarme. Giré la cabeza y hablé en voz baja.

– ¿Qué pasa? ¿Qué hora es? – le pregunté a mi hermana.

– La una y media – me respondió –. La hora de los cuidados de tu hermana mayor.

– ¿De verdad hacía falta que me despertaras para esto? – No sabía si de verdad estaba enfadado o sólo haciendo como que lo estaba.

– ¡Pues claro! – Exclamó en susurro – No puedo dejar que te vayas a dormir insatisfecho.

– Estoy bien. Déjame dormir, por favor – aquellas palabras que brotaron de mí parecían más una súplica que una exigencia.

– ¿Te has tocado sin mí? ¡Te dije que no lo hicieras! – Aquella voz de mi hermana se levantó por encima del tono normal de un susurro.

– ¡No! Te lo prometo – estaba casi pidiendo perdón –. Simplemente quiero dormir.

– Ni hablar – respondió ella –. No voy a dejar que te consumas en tu soledad y tristeza.

Aquellas palabras me hicieron pensar durante un instante. ¿Acaso pensaba que me estaba ayudando de verdad? Entonces agarró con la mano las sábanas y las levantó para dejarme al descubierto. Antes de que se abalanzara a agarrar mi pene, pude pensar rápido y reaccionar. Se me ocurrió que quizás era un buen momento para decirle todo lo que había pensado aquella tarde y convencerla de una vez de parar esta locura. Tenía que ser claro y convincente.

– ¡Espera! – exclamé.

De repente ella se detuvo. Parecía que por una vez se había impuesto mi voz a la suya.

– ¿Qué sucede? – Me preguntó preocupada.

– Quiero hablar contigo – le dije, esperando su respuesta.

Entonces Julia respiró profundamente. No fue un suspiro de lamento, ni nada por el estilo, sino tirando más hacia lo reflexivo. Luego se inclinó hacia mi mesita de noche y encendió la lamparita.

Joder. No sé si hubiera sido mejor no haberle dicho nada y dejar que me masturbara otra vez, porque cuando encendió la luz pude ver lo preciosa que era mi hermana, una vez más. Se había desmaquillado al llegar, pero al natural estaba igualmente espectacular. Sus ojos azul-verdosos eran grandes y me miraban fijamente. Sus gruesos labios reposaban con una expresión calmada en un largo silencio.

Se había puesto cómoda. Era claramente visible por la camiseta ancha de publicidad del IKEA que llevaba, una de las que solía usar para dormir. Además de la camiseta, portaba únicamente unas bragas rosas con un bordado en las costuras. Llevaba su melena castaña suelta y le caía sobre el pecho y los hombros. Su cabello era voluminoso y su corte muy largo, sin flequillo, con una ondulación en la frente. Estaba sentada sobre mi cama con las piernas cruzadas, y yo recostado sobre el cabezal. La belleza de Julia no iba a ayudarme a desarrollar mis argumentos, desde luego. No hace falta que diga que me quedé embelesado ante la imponente mujer que era mi hermana.

Lo debió notar porque enseguida me hizo reaccionar.

– Venga, dime. No te quedes embobado.

– Has salido, ¿no? ¿Lo has pasado bien? – Prefería iniciar la conversación de una manera suave. A veces conviene hacer las cosas poco a poco para que salgan bien.

Me lanzó una mirada suspicaz. Dejó pasar un par de segundos examinándome con calma. Luego su expresión cambió y adquirió esa naturaleza dulce y protectora de siempre.

– Sí, bueno. He salido con Alba a cenar y luego nos hemos tomado una cerveza con unos amigos suyos en el Charlie’s . Nada del otro mundo – me volvió a mirar fijamente –. ¿Por? ¿Me has echado de menos?

Mi hermana sonreía de una manera un tanto juguetona.

– No, nada. Por saber. Me alegra que te lo pases bien – le respondí poniendo una mueca en mi cara que intentaba simular una especie de sonrisa falsa.

– Vaya, ¿no tendré yo el mejor hermanito del mundo? – dijo mientras me pellizcaba la mejilla – ¿Era eso lo que querías decirme? – Ella parecía querer ir más al grano.

– No… Verás.

– Sé lo que me vas a decir – interrumpió mi hermana –. No soy tonta, Carlos. Está claro que todo esto que hemos hecho hoy – que has hecho , pensé yo – es algo bastante impactante y nuevo para ti. Lo he visto en la clase de esta tarde y lo veo ahora. No podemos hacer como si nada. En algún momento había que hablarlo, mejor que sea cuanto antes.

– Exacto, gracias – parecía que me había quitado las palabras de la boca. Muchas veces, mi hermana sabía lo que me pasaba sin preguntarme. Por eso me sorprendía que hasta ahora hubiese parecido tan “insensible”. Al menos en ciertos aspectos

– Pero no me arrepiento, hermanito – dijo Julia con una sonrisa sincera y una mirada condescendiente.

Lo dijo como si nada. Estábamos hablando de hacerle una paja a su hermano, es decir, incesto. Lo peor era que sabía que sus palabras eran honestas y que no se lamentaba por lo ocurrido, porque sabía perfectamente cuándo hablaba en serio y cuándo no.

Yo ya no sabía qué pensar. Desde luego, mientras había tenido su mano en mi polla no había mostrado ni un ápice de dudas, pero esperaba que por lo menos al reflexionar sobre lo sucedido hubiese tenido, como mínimo, cierto sentimiento de culpabilidad como el que yo llevaba teniendo todo el día.

– Juls… ¿No sientes ni una pizca de remordimiento? Soy tu hermano – intenté que mi tono fuese serio al decir aquellas palabras. Sin embargo, ella negó con la cabeza –. Tu hermano pequeño. Soy menor de edad. Me sacas siete años.

– Mientras te corrías con la mano de tu hermana mayor no parecía que te importase, listillo – Vale. Joder, en ese punto tenía cierta razón. No todo lo había hecho ella. Pero no tenía nada que ver una cosa con la otra. Yo me había acabado rindiendo al placer de sus manos y lo había gozado, aunque con un sentimiento de culpa indescriptible –. Además, es verdad que eres menor – continuó –. Y que te saco siete años, pero… ¡Venga ya! Ya no eres tan niño, quiero decir… . Yo a esa edad ya estaba cachonda perdida y haciendo cositas – empezó a reír como si la situación fuese una broma –. Y también eres un chico muy listo e inteligente. No piensas igual que la gente de tu edad, ¿cierto? Mi hermanito es el más maduro de sus amigos.

Lo cierto era que Julia no paraba de decir cosas que me estaban haciendo pensar y replantearme cosas. Había intentado convencerla yo de que aquello estaba mal y parecía que me estaba convenciendo ella a mí. Es decir, había ido a por lana y estaba saliendo trasquilado.

– Pero que soy tu hermano, Julia – con pocos argumentos más, mis palabras ya tenían un tinte de desesperación. Insistí en este tema para ver si podía hacerla entrar en razón.

– Pues por eso es mejor que lo haga yo que cualquier otra, ¿no? ¿Quién te quiere y te cuida más que tu hermana mayor? Dime. ¿Alguien te ha prestado más atención que yo a lo largo de estos años? Ni siquiera nuestros padres. Siempre he estado ahí para defenderte cuando ha hecho falta, cuando necesitabas un hombro en el que llorar o alguien con quien reír. ¡He cuidado de ti desde que tengo memoria! Y no pienso dejar de hacerlo – argumentó con firmeza.

Aquello era verdad y yo no lo podía negar. Mi hermana era la persona que más se había preocupado por mí y nunca me había decepcionado. Pero aún así, no dejaba de ver todo este asunto de una manera muy turbia. Los hermanos no hacían este tipo de cosas, ¡y menos cuando uno de ellos no quería!

– Lo único que estoy haciendo es seguir cuidándote, hermanito – prosiguió Julia –. Es lo único que pretendo. Darte unos momentos de felicidad al día para que salgas de ese bucle en el que andas metido. Te quiero, Carlos. Eres mi hermano pequeño. Me importas demasiado y quiero que estés bien. Me muero por verte feliz – su ojos claros estaban clavados en los míos, haciendo gala de una mirada cautivadora e implacable.

Mi hermana desarrollaba sus argumentos con una determinación y una seguridad que a mí me faltaba. Así era muy difícil rebatirle. Era como si de verdad se creyera que lo que había hecho era lo mejor para mí. ¿Estaría ella en lo cierto? ¿Acaso era yo el que se equivocaba, y mi hermana sólo pretendía darme el amor y el consuelo que estaba buscando en esta época de mi vida? ¿Y si el amor que me había dado tocando mi pene con sus dulces manos no era sino otra forma de seguir cuidando de mí y de la familia? Me estaba haciendo dudar.

No obstante, aún tenía un as en la manga que podía echar para atrás a mi hermana.

– ¿Y qué me dices de tu novio? El de Valencia. Esto que estás haciendo está mal. Es ponerle los cuernos, ¿o no? – dije intentando ser tajante.

Hacía tres o cuatro meses que mi hermana Julia nos había contado a mis padres y a mí en videollamada que estaba conociendo a un chico. No sé cuántos novios había tenido mi hermana, pero yo diría que, “oficiales”, es decir, de cuya existencia nos habíamos enterado en casa, habría tenido unos cuatro o cinco. Y seguro que muchos más de los que no sabíamos nada. Siempre hombres altos, fuertes y mayores que ella.

Este último se llamaba Marc, tendría unos veinticinco años, era de Valencia y al parecer hijo de un empresario de allí. No sabía nada más de él, pero según nos había contado mi hermana, el chico le gustaba. Sabía que mi hermana era una mujer de principios, y que aquella pregunta le iba a suponer un dilema moral.

– ¿Marc? – mi hermana cambió su expresión a una más seria – No te preocupes, eso no tiene ninguna importancia.

Joder, no había uno que le durase más que unos pocos meses. ¿Esta vez por qué sería?

– ¿Cómo? ¿Ninguna importancia? ¡Estás siendo infiel! – Veía cómo mi último argumento se venía abajo al mínimo envite. Aunque para ser totalmente sincero, una parte de mí se sintió aliviado.

– Tranquilo, hermanito… Que sólo te he tocado un poquito – mi hermana soltó una risa picarona –. Además, eres mi hermano. En todo caso no contaría como poner los cuernos. Mi hermanito está por encima de todo… Y te digo más, a mi relación con Marc le queda más bien poco.

Una vez más, como me había sucedido constantemente a lo largo del día, no entendía absolutamente nada.

– ¿Cómo que poco? ¿Qué ha pasado? – dije yo.

Mi hermana mayor rio a carcajadas cuando ante semejante pregunta.

– ¿Cómo que qué ha pasado? – me miraba sonriéndome – No sé, dime tú qué ha pasado.

No sabía si lo había entendido bien pero mi hermana parecía estar diciéndome que lo iba a dejar con su novio después de masturbar a su hermano pequeño.

– ¿Lo has dejado con él por mí? – Pregunté con asombro y me resultó difícil ocultar cierta ilusión en la manera en la que me expresé.

– Bueno, bueno. No te vuelvas loco, Romeo, que tampoco es eso – se explicó –. La verdad es que ya me había cansado de él y tenía pensado cualquier día mandarlo a por uvas. Es muy celoso y no me deja vivir. A veces, hasta se pone celoso cuando le hablo de ti – dijo entre risas –. Y si te soy sincera, tampoco me gustaba tanto como creía. A lo mejor le mando un WhatsApp y le digo que ciao . Sé que es un poco frío, pero es un capullo. Igual lo bloqueo, para que no se ponga pesado. Además – rápidamente, mi hermana cambió el tono de su voz a uno mucho más sugerente –, ahora hay otro hombrecito justo aquí, en mi casa, mucho más joven y guapo, que necesita mi ayuda y mi amor.

Sinceramente, esperaba que esta conversación le hiciera replantearse la situación, pero era muy tarde, estaba cansado, y ya no me quedaba nada más que decir. Ahora el que se estaba replanteando la situación era yo.

Y mi hermana lo sabía.

Aprovechó mi desconcierto para recostarse a mi lado de costado. Después posó su mano sobre mi pecho desnudo y comenzó a acariciarlo.

– ¿Ya estás más tranquilo? ¿Ya lo entiendes? – me preguntó con recochineo.

Ojalá pudiese describir de qué manera me miró en aquel instante. Su preciosa mano se dispuso a descender lentamente desde mis casi inexistentes pectorales hasta mi vientre, para finalmente reposar sobre mi miembro adolescente, cuyo cosquilleo ante el suave tacto de mi hermana provocó que se me erizara la piel.

– Julia… Julia, por favor… – Fue todo lo que alcancé a decir en ese momento.

Sin dudarlo, me agarró con fuerza la polla por encima de mi ropa interior y pasó a la acción.

– ¿Qué pasa, hermanito? ¿Te has quedado sin palabras? – Era alucinante cómo Julia capaz de excitarme tanto con ese tonito de hermana mayor.

Julia seguía manoseándome sin parar sobre el calzoncillo mientras yo comenzaba a gimotear y a humedecerme en la punta de mi sexo. Mi polla estaba tan dura ante el tacto dulce pero firme de mi hermana mayor que resultaba hasta doloroso.

– Madre mía… Menuda arma tiene mi hermanito  – la mirada de Julia hacia el bulto que mi pene formaba bajo mi ropa interior se había convertido en una mirada lasciva –. Dios… Qué duro estás, Carlos. Me duele hasta a mí.

Después se produjo una pausa en el crescendo de la situación que en ese momento no alcancé a comprender. Mi hermana soltó mi pene y se puso de rodillas sobre la cama, mirando hacia mí.

– ¿Qué haces? – Pregunté con cierto nervio.

– Tranquilo, hermanito – Julia reía con cierta malicia – ¿Tan impaciente estás? Qué rápido te he convencido – cómo le gustaba llevar la razón –. Mira, campeón. Esta noche tengo una sorpresa para ti.

No me gustaban las sorpresas. O sí. Después de todo lo que había sucedido aquel día, no lo tenía claro. No obstante, a estas alturas ya nada en mi vida me parecía seguro excepto que mi hermana mayor estaba deseosa de jugar con mi pene y con mis sentimientos. Sin embargo, la sorpresa que mi hermana me tenía guardada para mí me gustó más de lo esperado. Aunque probablemente no debería haberme gustado tanto.

Aquello fue rápido. Sin más miramientos, mi hermana mayor, que se alzaba alta e imponente por encima de mí, se levantó la camiseta y se la quitó completamente antes de que pudiese pestañear, dejando sus pechos completamente al descubierto.

Joder. Joder, joder y joder. Jo-der.

Allí estaban ante mí. Los gloriosos pechos que me habían proporcionado horas y horas de imaginación con la polla en la mano. Las tetas que me habían quitado el sueño y las que con toda probabilidad eran las responsables de mi fetiche por los senos grandes.

Ninguna descripción podría hacerles justicia. Eran incluso más voluminosas y preciosas de lo que habría podido imaginar. No había visto unas tetas así, ni siquiera en el porno. Sus pechos eran totalmente naturales, aunque eso ya lo sabía, puesto que las había visto crecer. No tenían ni una maldita imperfección. Sobresalían con claridad en su silueta y casi tocaban la una con la otra por el centro, dejando un ligero canalillo entre ellas. Era casi incomprensible como unas tetas redondas y de semejante tamaño podían mantenerse tan firmes. Sus areolas eran relativamente grandes, de unos cuatro o cinco centímetros, de un color rosado, mientras que en sus pezones ese mismo color se oscurecía levemente.

El contraste de aquellas enormes tetas con su vientre plano y cintura estrecha no parecía de este mundo. No entendía cómo esa mujer podía ser mi hermana mayor y, sobre todo, qué interés podía tener semejante belleza de proporciones majestuosas en un adolescente virgen y normalucho como yo.

Entonces empezó a manoseárselas. Primero haciendo círculos, y luego hacia arriba y hacia abajo, como en contrapeso.

– ¿A qué ninguna chica de tu edad las tiene así de grandes? – me preguntó mi hermana con una media sonrisa pícara.

– No – no dudé ni un segundo en la respuesta –. Ni tan bonitas – era la primera vez que me sorprendía confesando mi admiración por mi hermana.

– ¡Oooh! Mi hermanito pequeño… Qué dulce eres – tras decir esas palabras, los ojos de mi hermana comenzaron a bailar entre mi cara y sus tetas. Y yo, por supuesto, estaba encandilado mirándolas –. Anda, ven. Tócalas.

– ¿Cómo? – pregunté sorprendido. Nunca había tocado ni había estado cerca de tocarle la teta a una chica. Ella se seguía riendo.

– Veeeenga, tócalas – Me cogió de la mano y la llevó hacia su pecho derecho.

Debía de estar pareciendo medio gilipollas porque a los dos segundos me di cuenta de que las estaba tocando como quien mide la temperatura en la frente.

– ¿Pero qué haces ahí con la mano muerta? – Ella se descojonaba cada vez más. Yo estaba rojo como un tomate – Anda, agarra bien.

Entonces me agarró de la mano y me hizo estrujar. Y fue entonces cuando dejó de reírse.

– Eso es. Manoséame – ordenó ella.

Y yo obedecí.

Al principio manoseaba su teta de manera un poco extraña, aunque pronto me habitué. En menos de treinta segundos tenía ambas manos sobre sus dos pechos, estrujándolos y balanceándolos con los ojos como platos. Tocarlas era incluso mejor que mirarlas. Me impactó lo mucho que pesaban, por lo menos varios kilos cada una, y también me sorprendió la suavidad de su piel en esa zona, como en todo su cuerpo.

También era evidente que mi hermana debía estar cachonda perdida, dado que sus pezones estaban duros como rocas y emitía leves sonidos de placer.

– Me encanta cómo me toca las tetas mi hermano pequeño… – anunció entre gemidos ligeros – Pero es hora de ordeñarte, campeón.

Después, mi hermana mayor se desplazó por mi cama hasta sentarse sobre mis muslos y me vi obligado a soltar sus enormes y maravillosas tetas.

Aquello parecía de broma. Una pedazo de mujer, de más de metro ochenta, voluptuosa y de muslos anchos, sentada sobre un renacuajo de metro setenta

Yo, recostado, esperaba ansioso para ver qué era lo siguiente que vendría. Aunque me lo olía.

Mi hermana me bajó los calzoncillos hasta los tobillos y volvió a sentarse sobre mis muslos. Mi pene se alzaba duro y grande sobre los escasos vellos púbicos que tenía como ni yo mismo la había visto antes. Mi glande asomaba en tono rojizo bajo su media capucha.

– Mira a mi pobre hermanito – dijo ella –. Ni un pelo sobre su suave pecho y sin embargo… Una polla enorme y dura entre sus piernas, totalmente entregada a su hermana mayor. Hora de recibir amor, hermano pequeño.

Y con sus preciosas manos comenzó a masajear mi pene. Esta vez de una manera distinta a las otras dos veces que lo había hecho previamente ese mismo día. Lo hacía de manera lenta, suave, jugando y cambiando sus manos de posición. A veces le prestaba más atención a mi glande, jugando con diferentes fuerzas y presiones, a medio camino entre el placer más absoluto y la tiricia, dado que mi glande aun era un poco sensible. Luego, cuando parecía que subía un poco el ritmo y me iba a correr, de repente lo reducía y se recreaba con cada movimiento.

En un momento determinado, mi hermana puso su cara encima de mi pene y cargó su boca para escupir sobre él una buena cantidad de saliva.

– Dios… Julia – eran las pocas palabras que me sabía en ese momento.

– Tiene que estar bien lubricada. No quiero hacer daño a mi pobre hermano pequeño.

Su dedicación a mi polla era absoluta. Parecía que quisiera más a mi polla que a mí, pues jamás había visto hacer una paja con tanto amor. A mi hermana le encantaba el sexo, de eso no había duda.

Yo gemía sin parar y me preguntaba internamente si acaso estaría haciendo demasiado ruido. Vivíamos en un piso normal, rodeados de vecinos, y dado que la habitación de nuestros padres estaba pegada a la mía, existía una alta probabilidad de que estuviesen escuchando ruidos, aunque en teoría estaban durmiendo. Pero justo entonces mi hermana me tapó la boca con un dedo mientras que con la otra mano me masturbaba.

Shhh – me mandó callar ­–. No quiero que papá y mamá se enteren de que tienen dos hijos muy malos.

Aquellas palabras sólo me hicieron temblar aun más. Entonces agarró mi polla con ambas manos e incrementó el ritmo y la fuerza deliberadamente.

De mi pene emanaban unas cantidades de presemen que estaban lubricando mi polla por sí solo. Mi polla estaba recubierta de una mezcla de los líquidos que él mismo producía y la saliva que mi hermana había escupido sobre él, y todo ello se entrelazaba en sus manos.

Mientras me masturbaba, me comía con sus ojos claros y sus dulces, y los voluminosos labios bajo su nariz fina se relamían al verme. Yo observaba cómo sus enormes tetas vibraban y botaban ante el movimiento incesante de sus brazos. No había manera de entender como ésta diosa me estaba haciendo esta increíble paja. A mí. A un pringado. A su hermano pequeño.

Ante semejante visión no iba a tardar demasiado en correrme.

– Córrete, hermanito. Córrete – me dio permiso porque sabía con total precisión en qué punto me hallaba.

Y tras esas palabras no tardé ni un segundo en hacerlo.

– ¡Dios, Julia! ¡Me corro! – Grité no demasiado alto, en un semisusurro.

Lo que sentí al correrme pensaba que me iba a provocar un infarto. Mi eyaculación me provocó espasmos en todo el cuerpo, como si fuese un calambre. Mis manos se lanzaron agarrar sus pechos como si necesitasen una barandilla para sujetarse, y mis piernas temblaban y se encogían sin que yo lo pudiese controlar. Estoy seguro de que si mi hermana no hubiese estado sobre mí, habría pegado más de un bote.

Los espasmos de mi pene provocaron una erupción que salpicó levemente en las tetas de mi hermana y que depositó casi la totalidad de la carga sobre mi vientre. Una vez más, la cantidad de semen que había eyaculado era fuera de lo normal.

– Dame todo tu semen, hermanito. Vamos. ¡Síiiiii! – su expresión vibraba en un vicio incontrolado mientras gemía – ¡Uuuh! ¡Madre mía! – Exclamaba mi hermana.

Cuando mi pene se había calmado un poco, continuó su monólogo de hermana mayor.

– ¿Cómo es posible? Es tu tercera corrida del día y todavía eres capaz de regalarme estas cantidades de lefa desproporcionadas, hermanito – me sonrió mientras exprimía las últimas gotas de mi esencia.

Yo estaba, por tercera vez en ese mismo día, exhausto y moribundo, siendo presa del placer desorbitado que acababa de sentir.

Mi hermana mayor, una vez más, se relamió la mano y se llevó la teta a la boca con el fin de no dejar ni una gota de mi semen con vida.

– ¡Mmmm! Es mío… Es todo mío – decía mientras saboreaba mi semen como el mejor cocido.

Me quedé pensando en la facilidad con la que mi hermana lamía y se tragaba mi semen sin hacer la más ligera mueca de asco. Si no más bien todo lo contrario. Siempre había escuchado que tragarse una corrida era de guarras. A mí me parecía una tontería, por supuesto, pero era algo que se decía. Sin embargo, parecía que mi hermana estaba muy por encima de esos prejuicios, puesto que no le daba ningún apuro disfrutar de mi semen en su boca.

Luego se levantó de mis piernas y comenzó a hacer lo mismo con la corrida que yacía sobre mi tripa, lamiéndola sin parar mientras se lo iba tragando hasta que quedé limpio como una patena. Luego me dio un beso dulce y pausado en la polla, como si fuese una recompensa ante el trabajo que había hecho, y le pegó un pequeño lametón a los últimos restos de semen que quedaban en ella, ante lo que yo pegué un leve respingo.

– ¿Siempre te lo tragas? – Le pregunté a Julia con curiosidad

– No siempre, pero es que el tuyo es el más sabroso que nunca he probado. Será porque eres mi hermano – dijo como si nada y me dedicó una sonrisa con sus labios todavía brillantes de mi corrida –. Además, como he dicho antes, es mío. Todo tu semen es mío de ahora en adelante. No voy a dejar que se desperdicie ni una sola gota de la leche de mi hermanito.

Después, me subió los calzoncillos y se puso su camiseta. Luego se tumbó sobre mi cama y me abrió los brazos.

– Anda, túmbate aquí – me dijo señalando su pecho –. Yo te he despertado, así que seré yo quien se ocupe de dormirte.

Después de la increíble paja que mi hermana me había hecho, se quedó acariciándome la cabeza hasta que me quedé dormido en su pecho. Era imposible no sucumbir a sus encantos. Su piel suave y su olor eran un auténtico elixir para mí, por lo que no tardé ni dos minutos quedarme profundamente dormido. Había empezado la noche decidido a acabar con esta situación y había terminado rendido a los brazos de mi hermana, pero sentí aquello como una victoria más que como una derrota, por alguna razón.

Al día siguiente estuve mirando las últimas publicaciones de mis amigos en Instagram durante un rato hasta que apareció una de mi hermana Julia. La publicación era un selfie donde aparecíamos ella y yo, la noche anterior, y yo apoyaba la cabeza en su pecho profundamente dormido. Ella salía preciosa, con el pelo recogido y los labios haciendo un beso. En la foto llevaba la misma camiseta blanca ancha y sin escote con publicidad de IKEA que solía usar para dormir, pero ni siquiera eso podía impedir que se intuyeran sus enormes tetas. La descripción de la publicación decía lo siguiente:

Mi hermano pequeño se ha quedado dormido en mi pecho después de darle muchos mimos… más mono… soy o no soy la mejor hermana del mundo? #hermanitopequeño #hermanos #muchoamor #littlebrother #familylove

5.000 me gustas en sólo unas horas. Ése era el impacto de mi hermana en redes sociales. Al fin y al cabo una de sus inquietudes era convertirse en una influencer de cierta entidad, y parecía que iba por buen camino. Y estaba usando su repercusión para, de alguna manera, presumir de mí. De su hermano pequeño. ¿No era eso otra muestra de lo orgullosa que estaba de mí y de lo mucho que me quería?

Aquella situación continuó a lo largo de varios días. Cada día, mi hermana me despertaba haciéndome una paja. Después, en cada clase seguía siendo igual de dura y exigente que siempre, y me atrevería a decir que comenzaba a notarse mi progreso, aunque al acabar cada lección mi hermana no regateaba una sola paja, a menudo dejándome tocar sus pechos. Y por supuesto, cada noche venía para hacerme la última antes de dormir. Era organizada y responsable hasta para hacerle pajas a su hermano.

Nuestra rutina se convirtió en eso. Por un lado, estaban las clases de matemáticas, lengua, biología, inglés y física. Por otro, las pajas que me hacía mi hermana todos los días. Y yo cada vez me sentía más cómodo en ella, dejando poco a poco mis remordimientos a un lado, mientras dejaba que mi yo se sintiese a gusto. Al fin y al cabo, mi hermana mayor sólo estaba haciendo lo que siempre había hecho conmigo: cuidarme.

Me equivocaba al pensar que era todo una fachada que ocultaba su mente perversa. Julia era mi misma hermana perfecta de siempre, tratando de hacer lo mejor para su hermano. Simplemente, llevarme de la mano en mi desarrollo sexual se había convertido en una faceta más de sus cuidados por su hermano pequeño. Y me volvía a sentir afortunado de tener la hermana mayor que tenía.

Quizás aquella vida que mi hermana había empezado conmigo en esas vacaciones de verano no estaba tan mal. Quizás sí me había convencido, después de todo.