Para eso está mi hermana mayor - I
Mi hermana vuelve a casa en verano tras terminar la carrera y se decide a ayudarme a salir del pozo
Capítulo 1
– ¿Qué vamos a hacer contigo? Eres un vago. Todos los años igual – las palabras de mi madre seguían siendo puñales en mi corazón a pesar de haberlas escuchado ya un millón de veces.
– Lo siento, mamá – dije en voz baja mientras agachaba la cabeza. Mi padre callaba.
– Ni “lo siento” ni leches, Carlos. Estamos hartos. ¿Cómo puedes haber suspendido cinco asignaturas? En cuarto de la ESO, es que no me lo creo. ¿De verdad no vas a llegar ni al Bachillerato? – espetó ella en un tono casi agresivo.
– Deja al chiquillo, Carmen. ¿No ves que está jodido? – me defendió mi padre.
– Es que esto ya es el colmo. Parece que no hace una a buenas. No hace deporte, a penas sale de su habitación y lo único que hace es pasarse el día jugando al ordenador. ¿Te parece normal, Juan?
Mientras escuchaba esas palabras sentí un profundo nudo en el pecho. Hacía tiempo que sabía que tenía una depresión de caballo. A mis dieciséis años no tenía ni una motivación en la vida. En el instituto era un desastre y no albergaba ninguna esperanza de pasar a primero de Bachillerato. No sabía qué me gustaba ni qué quería estudiar. Estaba perdidísimo. El deporte parecía que tampoco me motivaba. Hacía algunos años que jugaba al fútbol en el equipo del barrio, pero hasta eso lo había abandonado.
Y encima mi vida social era bastante limitada. Tenía dos amigos: Fede y Brahim, y rara vez salía con ellos, sino que más bien hablábamos en Discord mientras jugábamos a algo. Tampoco me gustaba demasiado salir de fiesta. Vivíamos en una ciudad pequeña, o un pueblo grande, según se mire, y no es que hubiese más de una docena de discotecas y lugares para salir de fiesta. Hacía unos pocos meses había salido una vez de fiesta con Fede y Brahim, pero fue un absoluto desastre. Nos pedían el DNI para entrar en cualquier sitio y las chicas pasaban de nosotros. Y ese era otro tema. Las chicas.
Yo me consideraba un chaval normal para su edad. Es verdad que era más bien bajito en comparación al resto de mis amigos, pues rondaba el metro setenta, pero tampoco era feo, eso desde luego. Delgado, de pelo castaño, ojos verde oscuro y un poco de acné. Como alguna chica de mi clase me había definido: “un chaval sin más”. Por supuesto, ni había tenido ninguna novia ni siquiera me había dado mi primer beso. Hasta en eso era triste mi vida.
De lo único que disfrutaba en mi vida era de los videojuegos. Podía pasarme horas al día jugando, y más en ese momento de mi vida, mientras sufría mi depresión no diagnosticada. Obviamente no iba al psicólogo porque era demasiado orgulloso como para hacerlo. Sabía que me podría ayudar, pero la comunicación con mis padres, como era evidente, era terrible, y mejor no sacar el tema.
Otra cosa que hacía para olvidarme de mi triste existencia era pajearme. Podía pajearme durante horas sin parar, una y otra vez con tal de no pensar. Lo único bueno que le veía a haber terminado el curso es que ahora iba a tener mucho tiempo para jugar y para pajearme.
– ¿Qué pasa? ¿Te ha comido la lengua el gato? – gruñó mi madre.
– No, perdona. Estaba en mi m…
– Eso ya lo veo. Que siempre vas a tu bola. – interrumpió mi madre – Pues este verano olvídate de salir y del ordenador.
– ¡Pero, mamá! – protesté yo.
– Nada de peros, – dijo ella – harás lo que te digo. Mañana viene tu hermana, a ver si se te pega algo de ella.
Esa frase era como una losa que pesaba sobre mí constantemente. Mi hermana Julia era la hija perfecta y siempre había vivido bajo su sombra. Jamás había suspendido una asignatura ni había sacado un mísero notable. Se graduó en mi mismo instituto con matrícula de honor teniendo la mejor media de toda su promoción, por lo que no sólo tenía que aguantar a mis padres recordándome que mi hermana era mejor que yo, sino también a mis profesores.
Julia había estudiado un doble grado de Derecho y ADE en Valencia con unas notas espectaculares, por lo que venía a pasar el verano en casa antes de empezar su máster el año siguiente. Era evidente por qué mis padres, que eran los dueños de una pequeña tienda de impresoras y tinta, estaban tan orgullosos de ella, pues parecía que iba encaminada a ser una joven emprendedora. Tenía miles de seguidores en Instagram y en TikTok y se podría decir que era prácticamente ya una influencer , por lo que tenía contratos de publicidad y ya ingresaba algunos cientos de euros a final de mes.
Mi hermana era más bien tirando a “pijilla” y le encantaba cuidarse. De hecho, iba todos los días al gimnasio sin excepción, comía bien, vestía mejor y organizaba cada minuto de su día. Parecía el ser humano perfecto. Y es que lo era también físicamente.
Al día siguiente acompañé a mis padres a la estación de tren a recibir a mi hermana. Mientras se acercaba desde los controles de seguridad podía contemplar lo que desde que era pequeño llevaba observando. Aunque era difícil no hacerlo.
Julia era una auténtica diosa de veintitrés años. Aunque nos parecíamos en algunas cosas físicamente y se podía ver en la cara que éramos hermanos, ella parecía prácticamente de otra especie. Estaba en otra liga. Era una mujer guapísima, de cabello castaño, ojazos grandes y verdes con tonos azulados, nariz fina y labios gruesos y sensuales.
Venía con un top blanco de tirantes que hacía que sus enormes tetas destacaran, si es que podían hacerlo más. Su vientre plano era visible y llevaba unos shorts vaqueros que dejaban ver sus voluminosos muslos y gemelos, junto con unas deportivas blancas. Mi hermana era una mujer voluptuosa y altísima, pues superaba el metro ochenta de estatura. Su espalda era relativamente amplia por arriba, se estrechaba en la cintura y sus caderas eran anchas. Desde luego que, con lo enclenque y bajito que yo era, no sabía de donde había salido, porque tanto mis padres como mi hermana eran altos y exuberantes. Incluso siendo su hermano era imposible no ver lo perfecta que era.
Cuando Julia estaba llegando hacia mis padres y yo, me dedicó una sonrisa sincera, dejó las maletas en el suelo y me arrolló con un fuerte abrazo.
– ¡Hermanito! – gritó en mi oído mientras sus brazos me envolvían con fuerza. Era inevitable sentir sus pechos en mi garganta mientras me acurrucaba en su cuello – ¡Has crecido! – exclamó tras inclinarse para darme un beso en la frente con sus dulces labios.
– Pero sigo siendo más bajito que tú… – repliqué.
– Cada vez menos – dijo ella riendo –, ¡aunque la verdad es que prefiero que mi hermanito no me pase!
– ¿Por qué? Sí soy un hombre – reí yo también.
– ¡Bueno, bueno! Todavía no... Y eres mi hermano pequeño, tienes que saber cuál es tu lugar – dijo Julia mientras me lanzaba una mirada dulce.
Mi hermana me quería muchísimo. Siempre había sido muy cariñosa y comprensiva, y a veces incluso sobreprotectora. Incluso cuando no me sentía comprendido por mis padres era siempre ella la que intentaba hacerlo y me animaba como mejor podía. Era la mejor hermana del mundo, aunque también le gustaba tocarme los cojones a veces. Aun así, estaba contento de que volviera para pasar el verano con nosotros. Pensaba que podía ser algo bueno dentro de la vida de mierda que sentía que llevaba.
Mientras íbamos en el coche de camino a casa mi madre, que iba sentada delante, se giró y sacó el tema que me llevaba por la calle de la amargura.
– Julia, a tu hermano le han caído cinco – dijo mirando a mi hermana con el ceño fruncido.
– Vaya, vaya. – Mi hermana me miró fijamente aguzando los ojos – No aprendes, ¿eh?
Yo agaché la mirada y callé. No tenía fuerzas ni para expresar lo mal que me sentía.
– Quiero que ayudes a tu hermano a aprobar las asignaturas que ha suspendido, ¿te parece bien? – dijo mi madre.
– Claro, no tengo nada mejor que hacer – mi hermana clavó su mirada en mí y me cogió de la mano –. Además, para eso están las hermanas mayores. – Entonces me guiñó un ojo y sentí que su tono cambiaba a uno que no lograba entender – Ya verás cómo entre los dos lo sacamos, ¿a qué sí?
Y asentí.
Los primeros días del verano los pasé con cierta desidia, jugando al ordenador y poca cosa más. Mis padres parecían haberme dado una tregua y durante aquellos días me dejaron tranquilo. Sin embargo, eso acabó pronto. Rápidamente me quitaron el ordenador y me obligaron a empezar a estudiar.
Aquello fue una tragedia para mí. Si no podía salir ni jugar al ordenador, ¿qué me quedaba? ¿Cuál era mi motivación para estudiar a tres meses de los exámenes? A veces pensaba que no tenía ningún sentido esa manera de castigarme. Estaba deprimido, sin ganas de estudiar ni ningún motivo para hacerlo, ¿de verdad la mejor forma de ayudarme era arrebatándomelo todo?
Lo único que trajo algo de alegría a la casa era mi hermana Julia. Estar con ella me calmaba. Era una chica alegre, a la que parecía que nunca le afectaba nada y que siempre veía el lado positivo de todo. No paraba nunca de hacer cosas. Siempre estaba por ahí, o yendo al gimnasio, leyendo, o lo que fuera. Me era imposible no quererla, aunque a veces fuese una mandona conmigo y le tuviese un poco de envidia por lo perfecta que era.
Al poco tiempo mi hermana decidió que la mejor forma de ayudarme a estudiar para los exámenes de septiembre era haciendo clase cuatro horas al día. Dos por la mañana y dos por la tarde. A mí me parecía muchísimo tiempo empleado en dar clases. Sobre todo para ella. ¿Por qué iba a querer emplear cuatro horas al día de su tiempo en ayudar a su hermano pudiendo hacer lo que le diese la gana? Tenía todo el tiempo libre del mundo y prefería estar dando clase de matemáticas a su hermano. Era buena conmigo, pero aquello era demasiado incluso para ella.
Llevábamos unos pocos días de junio. La primera semana las clases con Julia transcurrieron con normalidad. Normalmente se sentaba conmigo en el escritorio de mi habitación y me lo explicaba todo. Joder, también era buena profesora la tía. Matemáticas, lengua, biología, inglés, física… Daba igual, todo se le daba bien.
En cada clase era muy exigente conmigo. Repetíamos los ejercicios una y mil veces hasta que saliera bien. Ella era muy metódica y estricta, por lo que era comprensible que siempre consiguiera lo que se proponía. Pero no todo era estudiar. Al final de las clases Julia siempre dejaba diez minutos para hablar conmigo de lo que fuera. Eso me animaba bastante.
Un viernes por la mañana en que mis padres estaban trabajando en la tienda, ella iba vestida de estar por casa con una camiseta amarilla de tirantes ajustada encima de un bikini. Llevaba el pelo suelto e iba sin maquillar, aunque no solía maquillarse demasiado. El escote que llevaba era criminal. Yo siempre he tenido un fetiche de tetas, lo reconozco. Pero a veces me preguntaba si era a causa de los increíbles pechos que tenía mi hermana. No sé ni qué talla eran, pero sí que os puedo decir que en mis manos no cabía ninguna de ellas. Aquel día no podía parar de mirarlas. Parecía que iban a salirse de la camiseta.
– ¿Te pasa algo? – preguntó ella con un tono de preocupación.
– No, nada – respondí de manera esquiva.
– ¿Seguro? No paras de mirarme raro – dijo ella mientras me clavaba los cojos de una manera que casi hizo que me meara encima.
– Perdona, Julia… Es que no estoy bien – por algún lado tenía que salir.
Entonces la mirada de mi hermana adquirió un tinte de ternura. Con sus suaves y alargadas manos empezó a acariciarme la cara y el cuello.
– Te mentiría si te dijese que no lo había notado. – era obvio hasta para ella – Nunca has sido un buen estudiante, todo hay que decirlo. Pero suspender cinco es mucho hasta para ti, hermanito. Además, está claro que eres tímido y reservado. Es verdad. Pero últimamente no eres el mismo. ¿Qué te pasa?
– No sabría decirte… Estoy un poco desmotivado con la vida, en general – era la primera vez que lo exteriorizaba. Y sabía que esto sólo podía pasar con mi hermana Julia.
– Vaya, estás pasando por una pequeña crisis, ¿verdad? Todos lo hacemos. – dijo en voz calmada sin dejar de acariciarme – Ven aquí – me cogió de la cabeza y la llevó a entre sus pechos. Quedé inclinado con la cara completamente aplastada sobre sus tetas y abrazándola mientras ella me acariciaba la cabeza.
Su piel era lo más suave que había tocado nunca. No tenía ni una imperfección. Además, tenía un olor dulce, como si se hubiera perfumado esa zona explícitamente. En cuestión de segundos mi polla estaba dura como una piedra. Y joder, no podía evitar pensar que aquello era enfermizo. Allí estaba mi hermana mayor intentando consolarme y yo pensando en la paja que me iba a hacer en cuanto se fuera.
– Sabes que puedes contarme lo que quieras, ¿verdad? – me susurró.
– Sí… – Respondí extasiado.
– Te quiero muchísimo, Carlitos. Te ayudaré como haga falta, ¿entendido? – asentí – Para eso está tu hermana mayor.
Y entonces me agarró por la barbilla, levantó mi cabeza, y tras mirarme a los ojos durante dos segundos me dio un beso en los labios. Era común en mi familia darnos este tipo de afecto. Sin embargo, este beso fue un poco diferente. Se detuvo un poco más. Fue más pausado. Después se quedó observándome mientras me apartaba el pelo de la cara.
– Ojalá tener un novio como tú – sentenció Julia.
– ¿Qué? – estaba flipando.
Ella reía a carcajadas.
– ¿Qué pasa? Es verdad – dijo sin quitarme la vista de encima.
– ¿Por qué lo dices? – respondí atónito.
Se volvió a reír. Esta vez de manera muy escandalosa.
– Pues mira, muy fácil. Eres comprensivo, dulce, sensible y me haces caso siempre. Eso nos encanta a las chicas. Y además eres muy guapo, claro.
– Ya, claro. Lo dices porque eres mi hermana – repliqué.
De repente borró su sonrisa de la cara y se puso seria. Me penetró con la mirada.
– Mírame bien a los ojos – me cogió de ambos lados de la cara – Eres guapísimo.
Sabía que lo decía para animarme.
– Pues ninguna chica lo piensa más que tú – dije casi gimoteando.
– Eso es porque necesitan gafas – dijo Julia mientras se reía – Bueno, esta tarde seguimos, ¿vale, guapo? Que tenemos que meterte en bachiller. Anda, descansa – después se marchó de mi habitación.
Es posible que no tardara ni quince segundos en empezar a hacerme una paja cuando se fue Julia. Hacía tiempo que era evidente que desde que tenía memoria mi principal fetiche era mi propia hermana. Sinceramente, no estaba seguro de si lo que más me excitaba era que fuese mi hermana o lo increíblemente buena que estaba. Y no te creas que no me sentía sucio teniendo estos pensamientos. Mi ordenador estaba plagado de búsquedas de sexo incestuoso entre hermanos. Sabía que este tipo de pensamientos eran enfermizos y sinceramente, me sentía fatal. Aunque obviamente no era tan grave mientras quedara en mi imaginación. La gente tenía fetiches muy extraños y mucho peores..
Ella siempre había sido buena conmigo y no me veía más que como a su hermano pequeño Era imposible que ella sintiera ningún tipo de atracción por un chaval como yo, por dos razones. Para empezar, porque yo para ella no era más que un niño en la pubertad al que sacaba más de siete años. Si mirabas al historial de sus exnovios, todos eran por lo menos uno o dos años mayores que ella. Y por supuesto, teniendo en cuenta que mi hermana era una mujer alta y sensual, difícilmente un adolescente delgado y normalucho de escaso metro setenta podría gustarle. Todos sus novios habían sido mastodontes de al menos metro noventa, musculados y pijitos como ella. También es verdad que ninguno le había durado más de seis meses.
La otra razón era, obviamente, que soy su hermano pequeño.
No podía evitar sentirme algo culpable por estar haciéndome esta paja, aunque no fuese la primera ni de lejos. Al fin y al cabo era mi hermana la que me había puesto así de cachondo y no podía quitarme la imagen de Julia sentada en la silla con la camiseta amarilla y la parte de abajo del bikini. No dejaba de pensar en sus suaves y perfectas piernas. Es normal que las mujeres tengan algunas imperfecciones, y eso es muchas veces hasta atractivo, pero lo que no es normal era que mi hermana no tuviese ni una maldita estría y ni tan siquiera celulitis, teniendo incluso unas piernas relativamente gruesas.
A los pocos segundos escuché la puerta de mi habitación abrirse. Pegué un respingo y me encogí de espaldas a la puerta, sobresaltado sin que me diera tiempo a taparme, puesto que mis pantalones los tenía por los tobillos.
– Oye, ¿no me habré dejado aquí el m…? – preguntó Julia.
Al escuchar la voz de mi hermana me quedé paralizado en mi silla gaming . Mi hermana hizo un largo silencio.
– ¿Qué estás haciendo, Carlos?
Como si no estuviera suficientemente claro. Aunque estuviera de espaldas, se veía claramente que mis pantalones estaban bajados, mi cuerpo encogido para que no se me viera y que mis manos estaban sobre mi polla era evidente.
De repente fui consciente de mi entorno. Mi habitación era la de un adolescente pajero de dieciséis años, como era evidente. Mis sábanas eran del Barça, tenía posters de Fortnite , League of Legends y de Messi, y en mis estanterías sólo había videojuegos de mis antiguas consolas y los libros que me habían hecho leerme en el instituto. Mi hermana había pillado a su hermano adolescente pajero haciéndose, efectivamente, una paja.
– Nada – respondí. Se podía notar claramente en mi voz que estaba muy nervioso.
– ¿Cómo que nada? – insistió.
Yo me quedé en silencio mientras se formaba el momento más incómodo que había vivido en mi vida. Ni siquiera me atrevía a girar la cabeza. Pronto escuché los pasos de mi hermana aproximándose a mí lentamente.
– ¡No te acerques! – grité – porfa.
– Dime qué estabas haciendo – dijo mi hermana con tono autoritario.
Mi cabeza echaba auténtico humo en ese momento. Empecé a pensar rápidamente qué podía hacer para que la situación no se convirtiese en un momento por el que avergonzarme el resto de mi vida. Por más que le daba vueltas era evidente que aquello no iba a ninguna parte. Mi hermana me había pillado masturbándome y ya no había salida. La mejor forma de pasar el mal trago era confesando.
– Yo creo que está claro, ¿no? – le dije sin elevar el tono.
– Quiero que lo digas – respondió tajante.
Respiré con fuerza y lo dije.
– Estaba haciéndome una paja, Julia – confesé en voz muy baja.
– No te oigo – dijo ella.
– Que me estaba masturbando – repetí, esta vez alzando la voz.
Hubo algunos segundos de silencio. No sabía por qué mi hermana deseaba tanto que confesara. Para mí era bastante claro que lo mejor hubiera sido que se hubiese ido en ese instante y que no hubiesen hablado del tema. Evidentemente, para ese momento ya se me había bajado el calentón por completo y mi pene parecía haber muerto.
Escuché cómo mi hermana caminaba de un lado a otro de la habitación, claramente reflexionando sobre la situación. Me había hecho una paja inmediatamente después de que se hubiera ido ¿Sospecharía que me había puesto cachondo mientras me consolaba? ¿Por qué no se marchaba y ya está? ¿Por qué no dejaba pasar el asunto? ¿A qué le estaba dando tantas vueltas?
De repente, se sentó en mi cama.
– Siéntate, anda – me ordenó en un tono más suave.
Sin pensármelo demasiado, me subí los calzoncillos y los pantalones, asegurándome de que no me viese el pene. Y no lo hizo. Entonces me senté a su lado. Me costó mucho mirar a la cara a mi hermana después de lo que había pasado.
– Entiendo que ya estás en esa edad, ¿no? – me preguntó con los brazos cruzados bajo sus enormes pechos.
– Supongo…
– Anda, túmbate aquí – me pidió cariñosamente mientras me indicaba con las manos que me recostara sobre sus piernas. Y eso hice.
No entendía muy bien qué estaba pasando. No sabía si me iba a dar una charlita sobre sexo o si estaba tratando de suavizar la bronca que me iba a echar.
Estaba recostado de espaldas con la cabeza apoyada sobre su pierna derecha. Mi hermana comenzó a acariciarme la cara y el pelo con una media sonrisa dibujada en el rostro y su mirada cálida. Gracias a su olor y al tacto de sus manos, poco a poco me fui relajando, como si fuera presa de una especie de hechizo.
– Verás, lo entiendo – me dijo con su voz cálida –. A tu edad es normal que los hombres… Ya sabes, os toquéis de vez en cuando. Incluso más que de vez en cuando – soltó una leve risa –. No pasa nada. Pero estoy decepcionada.
– ¿Decepcionada? ¿Por qué? – pregunté extrañado. A ver, obviamente no tenía que ser agradable pillar a tu hermano meneándosela, pero tampoco era para hacer el asunto más grande de lo que en realidad era – Sólo me estaba haciendo una paja. Yo creo que todo el mundo lo hace. Lo siento mucho, Juls. La próxima vez te prometo que lo haré cuando no estés…
– No voy por ahí, hermanito. Obviamente, es normal masturbarse. Todos, o casi todos, lo hacemos. Es sólo que no estoy acostumbrada a pillar a mi hermanito pequeño cascándosela – en ese momento nos reímos los dos. Era curioso cómo incluso en los momentos más extraños mi hermana era capaz de hacerme reír –. Antes me has dicho que las chicas de tu edad no te hacían caso, ¿verdad? – continuó – ¿Haces esto porque te sientes solo? ¿Alguna vez has estado con alguna chica?
La verdad era que no entendía muy bien a qué venía eso. Obviamente mi hermana sabía que no había estado nunca con una chica, pero siendo honesto no creo que aunque hubiese tenido novia y no fuese virgen dejaría de masturbarme.
– Ya sabes que no… Y la verdad es que no sé por qué lo h…
– Pues por eso estoy decepcionada, Carlos – me interrumpió sin dejarme terminar –. ¿Qué te ha dicho tu hermana antes?
– ¿Cuándo? No entiendo – sinceramente, no sabía a qué se refería.
– Antes de irme, venga. ¿Qué te he dicho? – dijo con un tono juguetón.
En ese preciso instante, mientras con la mano izquierda me acariciaba el pelo, deslizó su mano derecha desde mi cara hasta mi vientre, introduciéndola debajo de mi camiseta y me empezó a sobar. Era tan delgado, que su mano cubría casi la totalidad de mi abdomen. Mi hermana era una mujer alta y esbelta, también voluptuosa, pero eso no significaba que fuese poco femenina o corpulenta. Simplemente era una mujer perfecta a una escala un poco mayor. Tenía rasgos finos, como sus dedos, que eran largos y suaves. Las uñas que los coronaban no eran como las aquellas postizas que en ese momento estaban de moda, sino que eran las de su propia hermana, que solía llevarlas largas, pero no en exceso. Sus manos eran las manos más bonitas que había visto.
– No sé, ¿qué soy guapo? – le respondí sin saber si era aquello de lo que me hablaba.
– También – rió –. Pero no, no es eso.
Me quedé pensando. Hasta que di en el clavo.
– ¿Que me ayudarías?
– Exacto – soltó con aprobación –. Para eso está tu hermana mayor. Por eso estoy decepcionada.
La cara que debí poner en ese momento debía de ser un poema, porque enseguida Julia siguió hablando.
– No te enteras, ¿verdad? – Mi hermana ensartó su mirada en mi entrepierna mientras su mano descendía lentamente hasta el cordón de mi pantalón de chándal corto para deshacer el nudo – No entiendo por qué te tocas… Si ya tienes a tu hermana mayor para hacerlo por ti.
¿Qué cojones estaba pasando? ¿Mi hermana estaba insinuando que quería hacerme una paja? No, no lo estaba insinuando. Lo estaba diciendo. Y estaba a punto de hacerlo.
– Ju-Julia… ¿Qué dices? ¿Qué haces? – estaba acojonado.
En pocos segundos ya había introducido su mano bajo mi calzoncillo y había agarrado mi polla flácida con cierta fuerza. Respondí encogiéndome y llevándome la mano a su muñeca para apartarla del lugar prohibido de su hermano de dieciséis años. Ella respondió agarrándome el pene todavía con más fuerza.
– Vamos, hermanito. No quiero que te sientas solo – entonces comenzó a manosearme mientras me tenía completamente agarrado, intentando claramente que me pusiese duro.
La miré a la cara y no podía creer lo que estaba viendo. No parecía mi hermana de siempre. Julia me estaba devorando con los ojos, mirando fijamente mi cara de espanto mientras tocaba a su hermano menor de edad. Estaba casi salivando.
– No… No puedes hacer esto… Eres mi hermana – intenté oponer cierta resistencia.
– Pues precisamente por eso. Soy tu hermana mayor. Soy yo quien debería hacerlo por ti. Siempre.
Sé que esta escena puede sonar como si mi sueño erótico de la adolescencia se hubiera hecho realidad en ese momento. Pero nada más lejos de la realidad. De la imaginación a la vida real hay un mundo, y en ese momento yo era un niño del que su hermana estaba abusando sexualmente. Gran parte de mí tenía miedo. No entendía por qué la persona en la que más confiaba estaba haciendo eso.
No obstante, parecía que mi polla pensaba diferente. Poco a poco comenzó a endurecerse y mi mano parecía rendirse en sus reticencias.
– Parece que a tu cosita sí que le gusta el amor que le estoy dando – dijo con una risa triunfante. Después terminó de sacar mi pene del calzoncillo y me bajó el pantalón lo justo.
– Julia, para. Po… Por favor – espeté gimoteando.
Mi hermana mayor me negó con la cabeza y comenzó a pajearme. En pocos segundos estaba duro como una piedra.
– Vaya, parece que tu cosita ya no es tan cosita – dijo usando su tono más seductor –. Madre mía, hermanito. Es bastante grande y gruesa. De las más grandes que he visto… Y tocado. ¿Como es posible que un cuerpo tan chiquitín como el de mi hermano pequeño esconda semejante monstruo?
La verdad era que nunca me había cuestionado si mi polla era grande o no. Estaba acostumbrado a verlas de un tamaño semejante en el porno. Debía rondar los diecisiete o diecinueve centímetros, y era verdad que era gruesa. También era muy sensible en el glande, pues lo tenía semicubierto por mi prepucio.
En aquel momento, mi cuerpo estaba dividido entre el pánico que sentía y el placer más absoluto. Las suaves y delicadas manos de mi hermana estrujaban mi polla con fuerza. Parecía que llevase haciendome pajas toda la vida. No entendía cómo era posible que ella conociese mejor mi propia polla que yo.
– Así me gusta, hermanito. Déjate llevar. Tu hermana sólo quiere cuidar de ti – dijo Julia. Mientras, yo no paraba de gemir. Me había abandonado al placer que sentía ante el amor que mi hermana le estaba dando a mi pene. Su mano deslizaba de arriba a abajo lentamente con cuidado de no abusar de mi glande, que estaba rojo y desprendiendo espuma blanca.
– Mi pobre hermano pequeño. Con todas sus hormonas brotando – ahora me estaba hablando como si fuera casi un bebé –. No has podido soportar los mimos de tu hermana mayor y te tenías que desfogar, ¿verdad? ¿Por qué no has acudido a mí? ¿Por qué no le has pedido a tu hermana mayor que te ayude? Espero que estés aprendiendo la lección.
Toda esta charla me estaba excitando de una manera casi tóxica a la par que me hacía sentirme el ser más sucio del mundo. Mi hermana mayor era la primera mujer que había tocado mi pene. Y no sólo eso, sino que estaba siendo increíble. Tenía probablemente a la tía más buena, más guapa y más solicitada que había visto nunca haciéndome la mejor paja de mi vida. Y aun así, una parte de mi no lo estaba pudiendo disfrutar.
– Se acabó el tocarte sin mi permiso – ordenó Julia –. A partir de ahora, cada vez que te sientas así… Debes acudir a tu hermana mayor, ¿entendido? – Me quedé en silencio mientras gemía y respiraba con dificultad. Entonces comenzó a pajearme con más fuerza – ¿Entendido? – insistió.
– ¡Sí! – solté con un gemido.
Aquel placer insoportable iba en aumento. Sabía que pronto me acabaría corriendo.
– Te vas a correr, ¿a que sí? – dijo mi hermana sin poder ocultar un ápice su satisfacción –. Venga, córrete. Córrete con la mano de tu hermana mayor.
– Dios, Julia… Dios… – balbuceaba mientras no podía parar de gemir.
Entonces lo sentí. Mi cuerpo se encogió y casi convulsionó. Mi polla fue una tremenda explosión de varios espasmos. A medida que los sentía, mi hermana me agarraba con más fuerza y enfatizaba cada uno de los espasmos con una sacudida fuerte. Era como si supiera exactamente cuándo y cómo me iba a correr.
– ¡Ah! ¡Ah! ¡Juliaaaa! – grité.
– ¡Eso es! ¡Eso es! – gritaba mi hermana mientras los abundantes chorros de mi semen saltaban desde mi uretra sobre su mano y mi tripa. Entonces, con una mano me agarró los huevos y comenzó a estrujarlos, mientras que con la otra seguía ordeñándome, esta vez más lentamente – Suéltalo todo, hermanito…
No creo que hubiera tardado ni cinco minutos en correrme. Me quedé exhausto tumbado sobre la pierna de mi hermana, respirando profundamente sin todavía ser demasiado consciente de lo que acababa de pasar. Mi hermana, asombrada ante la cantidad de semen que había eyaculado, dijo lo siguiente mientras me seguía masajeando los genitales con suavidad:
– ¡Madre mía! Cuánta leche tenía mi hermanito en estos de aquí. ¡Creo que no había visto una corrida así en mi vida! – exclamó mientras me agarraba de los testículos –. Yo diría que te ha gustado, ¿eh? ¿A que ya no te quejas tanto?
No me quejaba, pero es que casi no podía ni hablar.
Entonces mi hermana comenzó a rebañar con su mano todo el semen que yacía sobre mi vientre. Cuando lo hubo reunido todo en su mano, se lo llevó a la boca y empezó a saborearlo. Yo estaba flipando. Mientras lo hacía, cerraba los ojos y no paraba de emitir los sonidos que emite alguien cuando te estás comiendo los macarrones más sabrosos. No sabía si todavía tenía a mi hermana ante mí.
– Mmm… ¡Mmmm! Dios, delicioso. Cómo se nota que estás bien alimentado, Carlitos. Creo que nunca había saboreado un semen tan delicioso. Madre mía, me lo comería con todo – dijo mientras reía a carcajadas y seguía lamiendo mi semen de su mano hasta que no quedó ni gota. Se lo tragó todo.
Luego se levantó y reposó mi cabeza sobre la cama. Entonces comenzó a lamer los restos de semen que todavía quedaban en mi tripa. Después, se inclinó para darme un beso en la frente. Yo estaba mudo.
– Me alegro de que te haya gustado. Ya sabes, a partir de ahora nada de tocarse sin que yo lo sepa. Es más, nada de tocarse. Cuando lo necesites, avísame. Si lo haces sin mí, lo sabré. Supongo que te masturbas varias veces al día, ¿no?
Permanecí en silencio, mirándola atónito.
– ¿No? – dijo con una sonrisa – Dime, bobalicón.
– S-sí.
– Pues ya está, vendré varias veces a verte a lo largo del día. Y después de cada clase que tengamos, te haré una. Será tu recompensa – hizo una pausa y miró hacia el escritorio –. ¡Anda! Pues sí, me había dejado el móvil aquí.
Cogió su móvil y se marchó como si nada, caminando con ese aura femenina y elegante que prácticamente la hacía flotar.
Mi hermana mayor le había hecho una paja a su hermano de dieciséis años y no era un sueño ni una pesadilla. Había sucedido. Y parecía que estaba dispuesta a que volviese a suceder.