Para coger en la oficina
Mi compañero de trabajo me aplica la ley del hielo, sin saber que desde hace mucho quiero coger con él en la oficina.
No sé qué esperar de este hombre.
La tensión sexual que sentímos desde que nos conocimos en el trabajo, la hemos desfogado un par de veces que nos quedamos solos en la oficina. Sin embargo, esos encuentros calientes fueron interrumpidos de repente cuando mi esposo llegó por mi sin avisar. Nunca nos ha cachado, al menos eso creo. A estas alturas, me parece que mi esposo sospecha que me gusta demasiado el sexo y que no puedo evitar comerme un pedazo de carne si tengo la oportunidad. En casa soy tan caliente y morbosa con él, que tampoco tiene algo por qué quejarse. Es decir, atendido lo tengo y bastante bien.
Hasta aquí es obvio, pero de todas formas lo aclaro: me encanta el sexo; cargo en mi bolso de mano unos juguetitos con los que aplaco mi calentura, un vibrador precioso y unas pinzas para los pezones y el clítoris, regalos de un amante maravilloso del que les contaré en otro momento. Siempre visito las páginas de relatos eróticos, principalmente los de infidelidad, dominación. Claro, soy una mujer ejecutiva, una esposa respetable, no permito que nadie se pase de la raya conmigo. Nadie excepto este compañerito al que le he dedicado muchos de mis orgasmos.
Como decía, este compañero de trabajo se está volviendo un tormento para mí. Simplemente no hemos podido coger y él me está aplicando la ley del hielo. Nuestros encuentros han sido unos fajes deliciosos, como no los tuve en la escuela. En cuanto hay una oportunidad, me aprieta el cuerpo, muerde mis pechos y agarra mis nalgas que tanto le gustan. Sus besos son sofocantes, excesivos, húmedos. Su lengua me invade toda y cuando me masturbo, algo bastante frecuente, no puedo más que pensar en él imaginando su cálida lengua recorriendo mi sexo.
Por mi situación de mujer casada, nunca hacemos planes. Ni hablamos de hacerlo. Siempre es una mera coincidencia que él o yo provocamos. Nuestro último encuentro fue de nuevo una explosión. En cuanto cerró la puerta, se echó encima de mí, con esa lengua que me vuelve loca. Ese día, yo tenía la esperanza de que él provocara este encuentro. Con eso en mente, me vestí esa mañana con un sexy coordinado gris, de encaje. Mi cuerpo me encanta y basta ver la forma como los hombres me comen por la calle para adivinar que no soy fea. Una linda carita, como de niña que no rompe un plato. Cabello a media espalda, teñido de rojo. Piel clara. Un escote provocativo y unos senos muy mordibles. Unas caderas que me encanta presumir, una cintura que realza mis nalgas y un par de piernas que siempre buscan los primeros rayos del sol en primavera para salir y mostrarse.
Aquella tarde de la última vez, yo me había quedado sola en la oficina. De repente un mensaje de él preguntando si necesitaba ayuda con los reportes. “Sí, por favor ayúdame” , le contesté. Minutos después estaba ahí, encima de mi, abriéndome las piernas y la blusa, introduciendo un dedo, dos, en mi sexo que estaba húmedo desde que recibi su mensaje. Mi coordinado gris, con broche al frente, no fue obstáculo para que él llegara a mis pechos; en realidad nunca nada es impedimento para que él llegue hasta donde quiera llegar mientras el tiempo lo permita. Me encanta su habilidad, su destreza. A él le encanta el sexo como a mi, sé de sus novias en varias ciudades y eso me calienta mucho.
Ahí estábamos. Sus dientes torturándome, sus manos pasando a mis nalgas, sus labios subiendo a mi boca. En un instante, él ya tenía su pene afuera de sus pantalones y había llevado mi mano para que lo tomara. Lo acaricié con delicia, deseaba tenerlo. Seguíamos besándonos. En el instante en que iba a bajar para chupárselo, sonó el teléfono en la recepción. Mi cuerpo quería partirse entre la obligación de tomar la llamada y el deseo de pasar mi lengua por su verga. Ganó la razón. Me fui deprisa a contestar, mientras el calor se despejaba un poco. Al regresar él se había acomodado la ropa y me culpaba de siempre dejarlo a medias. Aunque estaba a punto de rogarle que me cogiera, soy una perra y no me doblego. Mi soberbia siempre le gana a mis ganas de ser muy zorra.
Le dije que quizá después sería. Se fue.
Desde entonces, coincidimos poco en la oficina y ni decir de vernos a solas. Simplemente él me tiene castigada y yo debo echarme agua cada que pasa junto a mi y se acerca sólo a saludar con un frío beso en la mejilla.
Cierto, me he ganado sus desplantes. Ahora estoy sola, en la oficina, pasando el vibrador por mis labios pensando en su lengua, su calor, sus ganas. No puedo decirle, pedirle, rogarle, que me coja de esa forma dura en que estoy segura que a él le gusta coger. Me estoy perdiendo de una verga deliciosa a la que quisiera comer. Mi sexo está inundado y mis dedos pasean fácilmente por toda mi intimidad. Solo me queda escribir esta historia mientras algo más llega a pasar.
¿Cómo lo hago venir sin pedírselo? Si alguien tiene un consejo de cómo recuperar a este cabrón, por favor escríbanme a claudia_ramirezj@hotmail.com
Les dejo besos húmedos., para que hagan con ellos lo que quisiera poder hacerles yo.