Para acabar con la depresión
"Quizás tuviese algún deseo incestuoso oculto en cogerse a tipos de la edad de su padre, no lo sé. Para mí lo único que cuenta es que ella me hizo gozar con todo aquella noche."
Para acabar con la depresión
por Clarke."Quizás tuviese algún deseo incestuoso oculto en cogerse a tipos de la edad de su padre, no lo sé. Para mí lo único que cuenta es que ella me hizo gozar con todo aquella noche."
L a semana pasada, en uno de mis esporádicos viajes a Bahía Blanca, me encontré con Andrés, un viejo amigo de la época de la secundaria. Le había perdido el rastro hacía mucho tiempo, unos cuantos años después de recibirnos de técnicos mecánicos, cuando se fue a vivir a la Patagonia -tenía un hermano mayor laburando en las minas de carbón, en Río Turbio, y para allí se fue, pero recuerdo que en la última carta que me había llegado de él me contaba que se había finalmente acomodado en una empresa de construcciones de Río Gallegos-. Nos refugiamos del calor sofocante de ese mañana de verano en un bar con aire acondicionado de calle Chiclana, frente a la plaza Rivadavia, y tomábamos unos cafés. Y hasta la frase que sigue habíamos estado intercambiando noticias más o menos intrascendentes sobre amigos comunes. --Cuando terminé por fin con el papeleo de mi separación conyugal me hundí en una depresión seria --me sorprendió mi amigo, llevando la conversación a un terreno más íntimo. Recién me enteraba de que él había estado casado--. Con la ayuda de unos conocidos del trabajo, todos bastante más jóvenes, logré salir de eso y volver a frecuentar mujeres, buscando una nueva oportunidad. Sabés que tengo 42 años y algunas canas y temía que al conectarme con las chicas jóvenes que me presentaban podría aparecer como una reliquia del pasado --me confesó bajando un poco la mirada pero sin perder la sonrisa. Yo lo recordaba entre los amigos de mi edad como uno de los que cambiaban con más frecuencia de novia, o 'arrime' como nos gustaba llamarles por entonces, en los días en que todavía integrábamos la barra de muchachones con más 'éxito' en nuestro pueblo. Todavía tenía el mismo un cuerpo trabajado que le recordaba y una mirada vivaz, juguetona. En aquellos años de juventud ostentaba un torso ancho y unas piernas musculosas que siempre levantaban miradas entre las chicas, principalmente las turistas que lo descubrían por vez primera en la playa de Monte Hermoso, que siempre frecuentábamos los veranos, por ser la que más cerca quedaba del pueblo donde vivíamos. --Pero para mi sorpresa descubrí que ahora muchas mujeres jóvenes se sienten más atraídas hacia los maduros que hacia los jóvenes, al menos muchas más que las de nuestra época, che --concluyó. Parece que todavía se acordaba que yo había sido su principal confidente en aquellos lejanos días de la secundaria y un poco después, siempre en el pueblo, así que pedí otros dos cafés y me preparé a seguir escuchando. Sabía que hablando conmigo, le gustaba no escatimar detalles: --Marcela, la chica de que te hablo, y que se transformó en mi pareja, prácticamente me 'levantó' a mí la primera noche. Pensé primero que se trataba de una cargada pergeñada por los muchachos. Esa preciosura de 22 años no podía decir en serio que deseaba un tipo maduro y experimentado como yo. (En realidad ella no dijo tipo, sino "pene" ) --me aclaró bajando un poco más la voz--. Yo me convencí de a poco. Bebimos unas copas juntos mientras charlábamos con esos amigos comunes y al promediar la noche ella me pidió que la llevara hasta su departamento. Una vez en la puerta del edificio me invitó a subir. Y ni bien entramos al bulín comenzó a hablarme con enojo de que el peor defecto de los chicos de su edad que conocía era que hacían todo demasiado rápido, en lo referente al sexo. Su franqueza para expresarse me cautivó a partir de ese momento. "Vamos, papito, hagamos el amor" me dijo, acercándose sensualmente, después de apurar un trago de whisky del vaso que me había servido. No me dio tiempo a terminarlo... Yo carraspeé un poco y miré a qué distancia estábamos de los otros clientes del bar. Andrés ni pareció darse cuenta. Como lo recordaba desde siempre, cuando decidía contarme sus cosas íntimas, le gustaba hacerlo con pelos y señales... --Quizás tuviese algún deseo incestuoso oculto en cogerse a tipos de la edad de su padre, no lo sé --prosiguió--. Para mí lo único que cuenta es que ella me hizo gozar con todo aquella noche. Tomó mi sexo entre sus manos y lentamente fue inspeccionando cada porción del mismo. Lamió el glande y luego deslizó la lengua por todo el tronco. Marcela tomó uno por vez mis huevos entre sus labios, húmedos y cálidos, hasta hacerme gemir. Cuando llegué, se tragó hasta la última gota de mis lechazos. Y no sabés lo que era la conchita de esa niña: una delicia para lamer. Quería que se lo hiciese de a poquito. La lamí y acaricié los labios mayores hasta ver cómo su carne se iba hinchando y oscureciendo. Ella comenzó a frotar sus genitales húmedos contra mi cara, con energía, y yo me empeñé en hacerla acabar usando sólo la lengua. Más tarde, la penetré en su adorable agujerito... Hicimos el amor el resto de la noche. Mi amigo debió por fin darse cuenta de efecto que me causaba su detallado relato. Yo agradecí, mirando con un gesto risueño hacia arriba, que se hubiera detenido. Me sonrió y se disculpó: --Uf... soy medio bestia. Hace cuánto que no nos vemos y me dejo llevar... Ja, mirá la cara que tenés, che. Me pareció que estaba como siempre contándote mis andanzas, como en... ¿cuándo fue la última vez que charlamos? ¿En el verano del '85? --Sí, en ese asado de despedida que te organizamos con la barra en el quincho de la casa que me prestaban mis tíos en Monte, ¿no te acordás, eh? Después nos llevamos un cargamento de latas de cerveza heladas, en una conservadora de campamento que teníamos, y todo el malón a la playa. Y ahí nos quedamos hasta ver asomar el sol de entre las aguas del mar, como siempre hacíamos, aún cuando hubiésemos ido a bailar a algún boliche... Lo que no me acuerdo es con quién cuernos andabas 'entreverado' por aquella época... --No, viejo, como buen caballero y ante la inminente partida, no 'noviaba' con nadie. --Ah, claro. Pero seguro que entre las cervezas, y en algún aparte del resto de la barra, habrás tenido tiempo de contarme, con lujo de detalles, de alguna fogosa despedida... Andrés casi soltó la carcajada y alzó la taza con el último sorbo de café para que brindáramos. Me dio una gran alegría este reencuentro con mi amigo de la adolescencia, que no pudo con su genio y remató el relato: --Gracias a Marcela mi vida nuevamente volvió a tener sentido, mi viejo, y no exagero. A los hombres que pasaran situaciones similares a la mía, les aconsejaría sin dudar que se tiren un lance con las chicas jóvenes, bien jóvenes. Le pueden resultar nenas al principio, pero te aseguro que enseguida ellas les enseñarán 'trucos' que ni se imaginan. ¡Las nuevas generaciones, querido amigo, en cuanto al sexo, vienen con todo! --Okey, gracias por el dato... --Che, ¿y vos... por casa cómo andamos? Hace rato que no sé nada de tus cosas --me inquirió. --Ajá... Bueno, creo que si la seguimos tenés que invitarme a almorzar... --Ja, está bien. Pagué los cafés y nos alejamos de aquel bar caminando, doblando para tomar por calle O´Higgins rumbo al como siempre impecable Gambrinus, a una pocas cuadras, frente al mercado. Todavía teníamos mucho que contarnos hasta ponernos al día, aunque yo no suelo ser tan detallista con mi intimidad como mi viejo amigo Andrés.