Papá y los mirones
Varios mirones son testigos y partícipes del juego entre papá y yo el último día de vacaciones en una playa nudista.
Papá ha elegido hoy un lugar distinto en la playa nudista. Es nuestro último día de vacaciones y mi progenitor quiere que sea una jornada especial. El sitio está algo apartado, entre dunas y con una frondosa vegetación detrás. Hacia el frente únicamente se ve la arena dorada y el azul del mar que se funde con el del cielo como si fuera uno solo. Sin duda, mi padre ha acertado con la elección: parece una zona paradisíaca.
Es evidente que mi papá aún no se ha acostumbrado a verme desnuda después de estos quince días juntos, pues se ha vuelto a empalmar como todas las demás veces cuando me despojo de toda la ropa para tomar el sol. Ahí está su polla, tiesa y bien dura bajo el bañador. En el momento en que se lo quita, su verga sale como un resorte y queda ante mis ojos, indefensa, expuesta, provocativa. Es como un imán para mí y, en el momento en que mi padre extiende sobre la arena la amplia toalla en la que nos vamos a tumbar, no pierdo detalle de ese pene tan macizo que luce desafiante y apuntando en dirección al mar. No puedo evitar pasar la lengua por mis labios al contemplar cómo el glande asoma ya por el prepucio y brilla húmedo bajo los rayos del sol.
Debo confesarlo: no ha pasado ni un solo día de las vacaciones en que no hayamos hecho el amor. Ese será siempre nuestro secreto: mamá, que ha tenido que quedarse en la ciudad por motivos laborales, no debe enterarse de nada. No debe saber que su tierna y dulce hija se ha convertido durante dos semanas en la complaciente y lasciva putita de se su amado marido. He perdido la cuenta de las veces en que papá me ha follado. Una, dos y hasta tres veces al día mi padre me ha penetrado a su antojo, llenándome con su leche el coño, el culo y la boca, absolutamente todos mis agujeros. En la playa, sobre la arena o dentro del agua; en el hotel, en la cama o en la ducha; en los aseos del restaurante, en un párking público.....Cualquiera de estos lugares ha sido escenario y testigo mudo de nuestras más salvajes fantasías.
Ahora, mientras me aplica crema protectora en la espalda, siento la punta de su polla rozar mis nalgas, rebotar contra ellas, deslizarse por mi ardiente piel, que pronto percibe el frescor de la humedad que se ha apoderado ya de toda la rojiza cima del falo. Como cada vez que lo hace, me estremezco cuando sus manos se adueñan de mis glúteos, masajeándolos, y los dedos impacientes se pierden entre mis muslos con disimulo, recorriendo la raja de mi vagina pringosa por mis inevitables flujos. Me giro y papá embadurna de crema mis grandes senos y restriega con fuerza la loción para extenderla.
Rápidamente comprendo el motivo por el que ha elegido esta zona para despedir las vacaciones: al tiempo que las manos de mi padre continúan deleitándose con mi cuerpo y descendiendo hacia mi monte de Venus, observo cómo dos extraños, dos mirones maduros, acarician su miembro erecto a escasos metros de donde nos encontramos. Mi progenitor ha querido traerme a una de esas típicas zonas de las playas nudistas frecuentadas por mirones y por gente liberal decidida a exhibirse ante ellos. El morbo de ver a aquellos dos mirones tocándose por mí, una jovencita que ni siquiera ha cumplido aún la mayoría de edad, el saber que mi desnudez ha causado semejante reacción y erección en esos dos desconocidos y que están blandiendo su polla mientras me comen con la mirada, me excita sobremanera y mi sexo se moja todavía más. Papá se da cuenta de lo empapado que tengo ya el coño y pasa por éste la palma de la mano, llevándose el líquido vaginal que termina lamiendo con la lengua. Se arrodilla en la toalla y yo me tumbo bocabajo. Abro la boca y engullo, ansiosa, el tremendo nabo de papá. Los dos mirones se han acercado y se encuentran un par de metros por detrás de mí, sin dejar de agitarse el pene. Decido alegrarles más la vista y me incorporo un poco sobre la toalla de manera que mi culo queda ligeramente en pompa. Les estoy regalando a esos dos hombres la visión de mi trasero abierto e iluminado por los rayos de sol que caen directos sobre él. El silencio de la zona sólo es roto por el sonido de los lametones y de las chupadas que doy a la verga de papá, que tienen como hilo musical de fondo el suave ruido de las olas rompiendo en la orilla.
Pronto se suman también los suspiros de mi padre, fruto del placer que le estoy proporcionando, y el chapoteo cada vez más intenso que se produce cuando la mano de cada uno de los individuos machaca sin cesar la húmeda y pringosa verga. Llevo mi mano derecha a mis genitales y comienzo a tocarlos con mis dedos. Estoy empapada y, cuando quiero darme cuenta, tres de mis dedos se han introducido en mi coño y empiezan a follarlo para disfrute visual de los dos mirones, que no pierden detalle de mis movimientos. Los hombres están ya prácticamente pegados a mí: escucho su respiración jadeante; huelo el aroma del sudor que baña sus cuerpos; percibo el sonido de la fricción de las dos pollas agitadas con vehemencia por las manos y en mi boca gozo del sabor del pene de papá, que mordisqueo suavemente con los dientes. Gime mi padre y siento cómo por detrás uno de los mirones está insertando su falo en mi ano hasta que me lo clava entero con un golpe seco. El otro desconocido se sitúa a mi lado y me ofrece su grueso nabo rozando con él mi mejilla izquierda. Agarro esa polla con la mano y comienzo a sacudirla con virulencia. La sensación es increíble: una adolescente como yo se está comiendo la verga de su papá, mientras es penetrada por el culo por un extraño y le agita con ganas a otro maduro el miembro viril.
El coño me quema y el que me folla el culo está embistiendo con suma violencia una y otra vez, incansable, haciendo que yo tiemble con cada acometida. El ritmo es frenético y esa polla irrumpe veloz en mi culo y se cuela hasta lo más hondo de mí. Los labios de mi boca aprietan más y más y van y vienen como posesos por toda la enorme extensión de la polla de mi padre, cuyos gemidos son ya atronadores. Se va a correr, lo sé de sobra: siempre gime así justo antes de eyacular. Machaco en un par de ocasiones más la verga del voyeur y un chorro de leche cae a plomo sobre mi bronceada espalda tiñiéndola de blanco. Un segundo chorro impacta en mis nalgas y un tercero y último, en mi sedoso y rubio cabello. Mientras aún disfruto del placer del calor líquido del esperma sobre mi piel, papá emite un último gemido y comienza a regar el interior de mi boca con su semen. Como una chica obediente me voy tragando todo el blanco néctar paterno que sirve también para calmar mi sed. Cuando mi progenitor todavía no ha terminado de eyacular, y al tiempo que continúo bebiéndome su leche, noto cómo mi ano empieza a ser llenado hasta los topes por el esperma del tipo que me penetra el culo y no aguanto más: me corro como una perra en celo, mientras recibo de forma simultánea las descargas del mirón y las de mi propio padre. Ninguno de los dos me saca su falo hasta que no sueltan la última gota.
Me tumbo en la toalla boca arriba, extasiada y saciada, completamente abierta de piernas, cosa que aprovecha mi padre para meter su cara entre mis piernas y empezar a comerme el coño como preludio a que me lo folle magistralmente como sólo él sabe. Unos segundos antes de comenzar a sentir la polla de papá dentro de mi sexo y mientras su boca succiona mi vagina, contemplo cómo los dos mirones, ya satisfechos, se limpian la verga con mi tanguita rosa de hilo, que yo había dejado tirado sobre la arena tras desnudarme, y cómo comienzan a alejarse de la zona después de arrojarme a la cara el tanga manchado con los restos de su oloroso semen.