Papá me pone crema en la playa
Al fin papá se da cuenta de que ya no soy una niña pequeña.
PAPÁ ME PONE CREMA EN LA PLAYA
Estoy tumbada, contigo a mi lado, en una toalla rosa sobre la fina y dorada arena de esta solitaria cala mediterránea. Sólo el suave sonido de las olas y el graznido de algunas gaviotas blancas nos acompañan. Solíamos venir aquí cuando yo era pequeña, ¿te acuerdas? Pero siempre venían otras personas con nosotros, no como hoy, que tenemos este idílico paisaje playero para ti y para mí en exclusiva. Hace unos años que dejamos de venir y en ese tiempo yo ya he crecido y no soy la niña frágil y débil de entonces, a la que arropabas en la cama y le contabas cuentos. Ahora, a mis 17 años, soy toda una mujer, con un cuerpo perfectamente desarrollado y sensual por el que babean mis compañeros de instituto y alguna que otra chica de dicho centro de estudios. Pero ellos no me interesan: únicamente te deseo a ti, aunque seas un amor prohibido, una fuente de “placeres prohibidos” como decía Luis Cernuda.
El sol, implacable, empieza a apretar y es momento de ponerse crema protectora. Gentil, como siempre eres, te ofreces para aplicármela sobre la espalda. Siento alivio al notar el frescor de la loción sobre la caliente piel acanelada de mis hombros, piel que no sólo arde por el efecto de los rayos solares. Con tus manos empiezas a esparcir la blanca crema de delicioso olor a coco y deslizas despacio las manos haciendo círculos. Cierro los ojos y disfruto de esa sensación tan placentera de tu masaje. Desciendes hacia mi espalda y te topas con el cierre del sujetador verde fosforito del bikini. Noto cómo te detienes, siempre tan respetuoso y prudente. Tengo que ser yo la que desabroche el sujetador y te dé vía libre para que prosigas con tu tarea. Al fin vuelvo a sentir el roce de tus fornidas manos en mi cuerpo, que se va impregnando del penetrante y rico aroma de la crema. No sé si lo notas, pero los latidos de mi corazón se aceleran cuando percibo tus manos acercarse a mi culo, cuyas nalgas están prácticamente al descubierto, pues sólo el minúsculo triángulo del tanga lo protegen tímidamente de una completa desnudez. Esta vez ya no dudas y palpas de inmediato mi nalga izquierda, a la que recubres de crema solar con los cada vez más fuertes movimientos manuales. Aprietas con la palma y te encuentras con la firmeza de mi glúteo. Repites la acción sobre el derecho y las primeras gotas de flujo vaginal se escapan de mi sexo y son absorbidas por el fino y brillante tejido delantero del tanga. Maldigo que no te atrevas a más y que pases a apoderarte de mis muslos. Con ambas manos a la vez distribuyes loción primero sobre una pierna y después sobre la otra, recorriendo desde el final de las nalgas hasta los tobillos.
Cuando, resignada, creo que ya has terminado, subes de repente con las manos por los muslos y chocas con el inicio de mi trasero. Percibo unos instantes de duda, mientras me muero de ganas por que te atrevas de una vez a hacerlo. Reconfortada siento al fin varios de tus dedos untando crema por la cara interna de las nalgas, rozando inevitablemente mi ya húmedo y ardiente sexo. Suspiro al notar tocado lo más íntimo que poseo. Bajo un poco la cinturilla del tanga para que me pongas protección donde la espalda pierde su nombre y tú lo haces lleno por fin de atrevimiento. Deslizas el tanga por mis piernas hasta quitármelo y dejarme totalmente desnuda en plena naturaleza. Me saco el sujetador que había quedado atrapado entre mi torso y la toalla y me giro, poniéndome boca arriba. Tus ojos incendiados se encuentran con los míos justo antes de que claves la mirada en mis voluminosas y rotundas tetas coronadas por unas oscuras areolas y por los pezones que se me han empitonado por culpa de los movimientos de tus maduras y expertas manos. Mi coño, totalmente depilado, brilla al recibir los rayos de sol sobre la humedad que mana de mi raja y que no pasa ya desapercibida para tus deseosos ojos.
Echas crema en tus manos y recorres mis senos hasta dejarlos cubiertos de blanco. Le dedicas unos segundos de atención a los pezones, a los que friccionas con la yema de los dedos. Un hilo de líquido resbala por mi sexo y hace camino descendente por el interior de mi muslo derecho, antes de que uno de tus dedos limpie el surco trazado y de que acaricies mis carnosos labios vaginales. Me sorprende y me alegra tu osadía de meter ese dedo dentro de mi coño y de comenzar a penetrarlo a la vez que sueltas sobre la arena el bote de crema.
He estado observando tu entrepierna y he descubierto cómo bajo ese ceñido bañador tipo bóxer, de color azul marino, tu polla ha comenzado a palpitar y a agrandarse centímetro a centímetro, hasta quedar totalmente empalmada y a punto de sobresalir y de asomar por la cintura del bañador.
Noto tu dedo acelerar más dentro de mí y decido arrancarte el bóxer de un tirón y liberar así lo que tanto deseaba ver: tu maciza y venosa polla y esos testículos sin rastro alguno de vello y que cuelgan en forma de dos perfectas bolas.
Acerco mi cara, abro la boca y encierro entre mis húmedos labios tu granítico miembro maduro. Descubro tu glande, lo rozo con la lengua y degusto su intenso sabor. No aguanto más y te pido que te tumbes boca arriba en la toalla. Obedeces, me pongo en cuclillas sobre tu verga, que apunta al cielo, y me siento lentamente sobre ella.
- ¡Fóllame, papá!- te pido antes de comenzar a cabalgar sobre el enhiesto pene y de que tú, con tus impulsos, ayudes a que minutos más tarde mi coño quede inundado de ardiente leche paterna.
Repentinamente, unos golpes hacen que abra a duras penas mis ojos: llamas a la puerta cerrada de mi habitación.
- Es hora de levantarse, si no queremos llegar muy tarde a la playa- te escucho decirme desde el otro lado de la puerta.
Aún con el excitante sueño erótico en mi cabeza, salto de la cama, abro el cajón y extraigo de él el sujetador y el tanga verdes fosforito.
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