Papá me espía para mirarme el culo
Susana aún tiene los pechos pequeños, pero sus nalgas se han desarrollado ostensiblemente dotándola de un trasero impropio para una chica tan joven. En la era de los culos, de internet y de la precocidad sexual, esos atributos tan redondos resultan demasiado golosos para mantenerlos en el anonimato.
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Desde que han terminado las clases, Susana se ha vuelto todavía más perezosa de lo habitual. Se despierta tarde y suele demorarse todavía más en levantarse de la cama. El calor estival no es estimulante, precisamente, y la distracción que le ofrece el móvil suele promocionar su desidia.
Como es costumbre en verano, ha dormido con una camiseta holgada y unas braguitas que ya le van pequeñas. Esta tumbada, de perfil, sobre su cama, y no deja de deslizar su dedo índice sobre una pantalla táctil que le ilustra la actividad que hierve en sus redes sociales.
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“Mira cómo farda Lucía. Seguro que solo sale de fiesta por el postureo. Desde el día de su cumple se cree que ya está en otra onda”
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Un destello llama su atención desde el espejo que hay en la pared de su cuarto. El caprichoso ángulo de la ventana le ha permitido, al sol, guiñarle el ojo a la chica.
De pronto, ese bochorno mañanero se vuelve gélido. Susana puede vislumbrar el reflejo de su padre mientras este la observa, discretamente, desde la oscura habitación de su hermanito Eduardo. Medio escondido tras una cortina que no logra mantenerle oculto del todo, Javier dibuja una expresión inédita en su rostro.
Ambas estancias, junto con una pared de obra vista, delimitan los tres lados edificados del patio interior donde Blanca suele tender la ropa. No se trata de una perspectiva muy abierta, pero si es lo suficientemente permisiva como para poner en entredicho la discreción de las opulentas nalgas de la niña.
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“¿Qué hace papá en el cuarto de Edu? Sigue mirándome. No se da cuenta de que puedo verle”
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Lo que en un principio era una parálisis sorpresiva se ha convertido en un estático disimulo de intensos latidos morbosos. Aunque ya no presta ninguna atención a la pantalla de su móvil, Susana sigue desplazando, livianamente, el contenido digital de su dispositivo al tiempo que un sinfín de pensamientos alborotados colisionan dentro de su cabeza.
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“¿Cómo puede hacer eso? No deja de decir que soy una cría. ¿Será pervertido?”
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Por un lado, echa de menos la protección de sus finas sábanas desterradas, pero, por el otro, se congratula ante la confirmación de que el poderío de su joven culo puede doblegar, incluso, la férrea moral de su propio padre.
Sin picor alguno, se rasca la parte superior de su trasero en una maniobra que descubre, todavía más, su nalga más elevada.
Arqueando su espalda y doblando sus piernas con los pies en punta, adopta una postura aún más sugerente e interpreta una sutil gestualidad que juega con su pelo, y que termina con unos estiramientos que parecen querer combatir su pereza matutina.
En cuanto vuelve, de reojo, a ese impoluto espejo acusica, apenas logra apreciar como Javier se desvanece en la oscuridad del cuarto del niño. Algo más tranquila, inspira hondo mientras intenta interpretar lo que acaba de ocurrir.
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“Es que no me lo creo. Papá me espía para mirarme el culo”
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Javier está tomando una ducha más fría de lo habitual. No es solo por el calor que le acosa en las presentes horas de este sábado; se trata de algo mucho más vergonzoso:
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“!¿Qué coño me pasa?! Me hubiera podido ver por el espejo. Eso si no ha llegado a verme. No. No hubiese actuado de ese modo”
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Aunque ha tardado en advertir aquella grieta cristalina que amenazaba la discreción de su fechoría mirona, Javier ha terminado percatándose de los riesgos que le acechaban justo antes de ausentarse, a toda prisa, de su censurable escondite.
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“¿Por qué lo he hecho? ¿Por qué he entrado en...?”
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A diferencia de su hija, ha madrugado para dedicarle unas horas al libro que está escribiendo en su tiempo libre. Luego ha corrido unos kilómetros alrededor de la urbanización. Todavía un poco dolorido de la espalda, ha preferido no forzar su regreso deportivo y ha vuelto a casa prematuramente. Se ha encontrado con una quietud que le ha hecho pensar que estaba solo, pero, antes de poner la música a todo volumen, ha querido asegurarse de que Susana no dormía en su habitación.
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“Mis intenciones eran buenas. No quería molestar a Susi con ese heavy metal que tanto detesta”
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En el mismo instante en que ha abierto la puerta del cuarto de su hijo se le ha ocurrido lo que podía encontrar, dadas las altas temperaturas, y se ha movido con el mayor de los sigilos. Solo pensaba echar un rápido vistazo, pero su hallazgo ha sido tan chocante que ha perdido la razón por unos momentos.
Aún sometido a las gélidas aguas presurizadas de la ducha, no puede dejar de pensar en esos segundos furtivos que le han permitido invadir, lascivamente, la intimidad de su niña.
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“Vamos. No voy a hacer un drama de esto. No he visto nada que ella no enseñara en esa dichosa cuenta de Instagram”
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Pese a sus razonamientos exculpatorios, una firme erección le señala y le acusa de ser un hombre depravado e infame. Se siente tentado de hacerse una paja, pero teme las consecuencias que podría acarrear dicha acción para su psique.
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“Voy a olvidarme de este episodio. Es solo una tontería. Se trata de Susi; !por Dios!”
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Mientras sale del baño, ya con la toalla anudada a su cintura, toma la determinación de borrar las fotos de Susana que todavía guarda en la carpeta más oculta de su ordenador de sobremesa.
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“Toda precaución es poca. Tengo que cerrar esa puerta. No puedo dejar que se abra la Caja de Pandora”
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Todavía sintiendo el aliento del morbo incestuoso resoplando en su cogote, Javier termina de vestirse y se dispone a afrontar parte del trabajo de la oficina que se ha llevado a casa. Aún desconcertado, mira su reloj e intenta adivinar la ubicación del resto de su familia:
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“Blanca y Edu todavía deben de estar en la playa. Me quedan un par de horas de tranquilidad”
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