Papá está acumulado (2)

Continúa el agasajo de desacumulación de papá. Se une nuestro hermano y el asunto toma un cariz de cuarteto filial de puro disfrute, experiencias por años ansiadas y buenas nuevas que añaden una perspectiva inmejorable.

Papá está acumulado (2)

Aquella madrugada llegué a casa inesperadamente a dormir, pues discutí con mi novia y decidí, para aquietar las aguas turbulentas, no quedarme a dormir con ella, como era nuestra costumbre los fines de semana.

Apenas entré en la casa familiar sentí los típicos gemidos de una mujer teniendo sexo. A medida que me acercaba al sector de los dormitorios, se hacía patente para mí que quien emitía tales quejidos de placer era mi hermana Isabel, la más voluptuosa y ardiente de las dos mellizas. Dudé mucho si asomarme o no a su habitación para no entrometerme en su intimidad, por un lado, y porque pensé que el tío que se la estaba follando había de ser una nueva conquista, pues con su antiguo novio habían terminado hacía un buen tiempo. Pero la curiosidad fue mayor, hice caso omiso a todo dictamen de prudencia, urbanidad, buen juicio y respeto y me asomé a la recámara de mi hermosa y calenturienta hermana Isabel o Isa.

La imagen que presencié fue la de mi padre enculando apasionadamente a mi hermana. Ambos se notaba que estaban gozando a tope, pero mi hermana lo exteriorizaba mucho más. Papá la tenía tumbada de espaldas sobre la cama, con sus caderas sobre una almohada, con los pies de ella colocados sobre los hombros de él y con su pene entrando y saliendo rítmicamente del orificio anal de Isa. Hubo dos cosas que lograron excitarme de sobremanera: el recorrido que efectuaba la polla de papá iba desde la punta hasta la base misma de su largo y gordo miembro. El otro aspecto fue ver cómo se retorcía de placer mi hermana y empujaba su cuerpo hacia el de papá para intentar que la penetración fuese más profunda aún. Aquello unido a los gritos de inmenso gozo y a las exhortaciones permanentes para que papá le diera más y más fuerte, hicieron que mi verga se hinchara y reclamara, acuciosamente, para que la dejara salir de la prisión en que se hallaba. La presión y excitación fue tal que no me quedó más remedio que desartar el pantalón y liberar a mi pene desesperado. El apuro con que acometí tal acción fue de tal magnitud que topé la puerta con mis manos e hice, lo que pensé era un leve ruido. Pensé que el sonido de mis manos contra la puerta había sido tenue e imperceptible para mi papá y mi hermana porque no noté alteración alguna en la fogosa faena que desarrollaban.

Empecé a menearme mi tranca con un frenesí y descontrol tal que descuidé que la abertura de la puerta fuese sólo lo suficiente para observar el espectáculo que ofrecían mi padre y mi hermana. La puerta terminó por abrirse de par en par y yo metido más allá del umbral de la habitación pajeándome a todo dar. En eso estaba cuando oí la entrecortada voz de mi hermana decir:

—Acércate hermanito para darle una mamada a tu polla como ésta la precisa.

¡Había sido descubierto apenas abrí la puerta, pero lo habían disimulado! Según me contaron luego, el que yo los espiara, agregaba en ellos una cuota de calentura extra que les hacía flipar a rabiar.

A esas alturas mi nivel de excitación era de tal dimensión que obnubilaba mi mente y lo único que deseaba era desfogarme. Así es que, sin dudarlo, me subí a la cama y me puse de rodillas frente a la cara de mi hermana, apuntando mi daga caliente a su boca.

La boca de Isabel dio una fogosa bienvenida a mi pene y su lengua le dio duro al frenillo de éste. Aquello me desbordó y me colocó a mil. Empecé a follar la preciosa boquita de mi hermana, mientras papá no le daba tregua por su retaguardia. Confieso que duré sólo algunos minutos antes de descargar toda mi lefa en aquellas fauces expertas y hambrientas de Isa. Papá, casi al unísono, eyaculó su leche sobre el pecho y vientre de mi hermana.

Isabel, sexualmente voraz, de inmediato se dio a la tarea de limpiar nuestras pollas. De su dureza no debió ocuparse, pues ambos penes se mantenían rígidos, calientes y ansiosos de penetrar otro agujero de mi hermana.

Finalizada la prolija y excitante labor de aseo de nuestras herramientas de gozo, me tumbé boca arriba en la cama con los pies puestos en la alfombra que cubría el suelo de la habitación. Levanté en vilo por las caderas a mi hermana y la coloqué en posición para horadarle el culo. Una vez que las nalgas de mi hermana tocaron mi vientre y mi pene se acopló perfectamente en su recto, papá dirigió su polla a su vagina. La froto un buen rato por toda su vulva ardiente y jugosa, al punto de hacerla decir:

— ¡No me atormentes más papi, por favor, y entiérramela hasta el fondo de una buena vez!

Como no era nuestro propósito hacer sufrir a mi hermana, sino todo lo contrario, comenzamos un filial y hermanable mete y saca lento y acompasado, al inicio, y más veloz después, incitados por nuestras calenturas y por las fervientes exigencias verbalizadas de mi hermana. En esta deleitosa labor estábamos cuando escuchamos ruidos afuera de la pieza. Isabel me dijo al oído:

—Debe ser Josefina que se ha despertado y nos anda buscando a papá y a mí. Hagámosle fácil la tarea.

Dicho lo anterior, sus gimoteos se intensificaron conllevando con ello que los de papá y los míos también lo hicieran. Breves minutos después teníamos a Pepi asomada a la habitación, observándonos con cara de caliente. Nos hicimos los desentendidos a propósito y dejamos que nuestra hermana elevara su temperatura corporal y mental.

Mientras nosotros seguíamos con nuestro "duro" afán, nuestra hermana Pepa se frotaba, que daba gusto, su clítoris con una mano y sus tetas, con la otra. No soportó mucho en el rol de mirona y decidió ser más protagonista. Entró a la habitación y se colocó a horcajadas sobre mi rostro para que le proporcionara sexo oral.

Por supuesto que no rehusé tan agradable invitación, pero prefiero que sea Josefina quien prosiga contándoles lo que ocurrió a continuación.

Josefina: Como les relataba mi hermano, me senté sobre su rostro con una pierna a cada lado de su cabeza. Mi vagina chorreaba mis líquidos íntimos y mi cuerpo, exudaba deseo sexual.

Papá acercó su boca a la mía y nos dimos un encendido y extenso beso con lengua, a la vez que mi hermano rompía el culo de Isabel y daba lengua a mi vulva y clítoris. ¡Era el paraíso del incesto! ¡Gozábamos como cochinillos en el barro! (aunque esta expresión sea más un dicho que una frase que refleje fielmente la realidad de los cerdos).

Isabel había comenzado su concierto de orgasmos en si bemol mayor, uno tras otro. Los dedos de las manos de mi hermano se habían apoderado de mi agujero anal e iniciaban una prospección profunda y acuciosa. Las manos de papá, entretanto, sobaban mis pechos y pellizcaban mis pezones. Las manos de Isabel, por su parte, se alternaban entre acariciar los huevos de papá y los de mi hermano.

Al rato de gozar a más no poder, sonó el timbre del teléfono de papá. Con su ya habitual autodominio, se salió de la intimidad de mi hermana y dejó sus otras "ocupaciones" manuales —para mi desdicha— y se dirigió a su habitación para responder la llamada telefónica.

Era mamá quien anunciaba un nuevo retraso de su regreso a casa en una semana más. Papá nos hizo saber la noticia a su regreso a la habitación de la lujuria y las pasiones desenfrenadas. Su revelación nos la dio con voz que denotaba más felicidad que congoja. Sabía que los tres hermanos acabábamos de salir de vacaciones en la universidad. Y si él conseguía tomarse una semana de vacaciones, viviríamos siete días de fiesta permanente.

Cuando papá entró a la recámara, nosotros nos hallábamos desperdigados sobre la cama, tratando de recuperar el aliento luego de la explosión de orgasmos que habíamos tenido momentos antes.

Tras escuchar la buena nueva que papá nos comunicó, todos nos fuimos a dar una reconfortante ducha. Yo decidí, luego de higienizar mi cuerpo, poner en funciones la bañera de hidromasaje instalada en el cuarto de baño de mí habitación (uno más de los tantos regalos que mi cariñoso padre me había hecho para mi confort). Tanto me relajó el hidromasaje que, tras secar mi piel, me encaminé directo a mi cama, muerta de sueño. Dormí casi hasta el mediodía, como un lirón en período invernal. Al despertar noté la presencia de mi hermano, íntegramente desnudo, y pegado a mi cuerpo. Me quedé un rato quieta, disfrutando del calor y cercanía de mi hermano. Pero su flácida polla encajada en mi culo despertó mi libido y comencé a comerme esa rica polla que, hasta entonces, no la había disfrutado a plenitud. Inicié mis caricias a aquel falo lamiendo con extrema suavidad la raja ubicada en el glande. Pronto me engolosiné e introduje todo aquel bálano en mi boca. Cuando me hallaba en plena degustación, el pene se empezó a hinchar y endurecer rápidamente. Sin miramientos al descanso de mi hermano, chupé y chupé su polla casi con devoción. Tras más o menos quince minutos de mamar y mamar sin parar, la voz de mi hermano rompió el silente espacio de mi cuarto y dijo:

—me corrooooooo….aaaaaghhh

Y así fue. Poderosos y gruesos misiles de esperma bombardearon mi paladar y lengua. Dicha descarga de semen me pilló tan de improviso que no alcancé a reaccionar a tiempo para evitar que el lechoso líquido no escurriera por mi barbilla y se depositara en mis pechos. Mi hermano había permanecido despierto, callado y dejándome hacer a voluntad.

Una vez que hube recuperado mi accionar habitual, no dejé escapar ni una gota más del preciado semen y, tras tragar el último sorbo, me di con esmero a la labor de limpieza. Cuando terminé con aquello, el pene de mi hermano permanecía enhiesto y sus manos acariciaban mi chocho y mi culo. Ante tal experto estímulo, mi vagina pasó a ser un manantial de orgasmos y jugos íntimos. Acto seguido, sentí cómo sus fuertes manos me tomaban de la cintura y elevaban hasta dejar caer mi cuerpo encima de su polla. Me sostuvo de tal manera que su pene se fue introduciendo lentamente en mi vagina hasta terminar sentada en su vientre con su verga completamente adentro mío.

No intenté realizar movimiento alguno para alargar al máximo el goce que infundía en mi tamaña barra de carne palpitante y caliente. Pronto mi hermano empezó a mover su pelvis y a hacer que su falo entrara y saliera de mi gruta de placer. Yo también comencé a moverme y a cabalgar sobre aquel grueso y potente pene. En breve, aquel incipiente mete y saca entró en régimen y tomó una cadencia exquisita que activó mi sistema de orgasmos continuos. Su dedo corazón agujereando mi ano, con tino y algo de rigor a la vez, acrecentó mi sensación de goce pleno. Yo gemía con fuerza, a ratos gritaba de gusto y mi cuerpo se estremecía por entero.

Mi hermano no aminoró el vigor de la follada hasta, aproximadamente, treinta minutos después de su inicio. Antes de eyacular, y a pesar que sabía que yo ingería regularmente pastillas anticonceptivas muy eficientes, me tomó nuevamente de la cintura, me alzó y dejó sobre su pecho con mi vagina a escasos centímetros de su boca. Instantes después eyaculó y dirigió su polla hacia mi espalda y nalgas, al tiempo que daba lengua a mi clítoris. Aquel cúmulo de sensaciones apuró mi corrida y la transformó en una muy intensa, bestial y sumamente prolongada. Mi hermano bebió, con avidez evidente, todo el torrente de líquidos que produjo mi venida. ¡Que comienzo de día más prometedor aquel!

Nos restaba saber las andanzas de papá e Isabel en todo ese tiempo y, obviamente, agasajarlo en su día como él, de sobras, lo merecía.