Pandemia y andropausia

Durante el encierro por la pandemia, el teletrabajo, a mi esposo se le manifestó la andropausia; por lo que, incorporamos un vibrador a nuestra intimidad; pero, él me insistió para que consiguiera un amante

Los que nos conocen, saben que somos un matrimonio sexagenario que, con el inicio de la pandemia por el COVID, nos hicimos adictos a la lectura de Todo Relatos; y, al tiempo, comenzamos a escribir nuestras propias historias.

Por cierto, siempre que nos escriben para felicitarnos por lo escrito, una pregunta recurrente es, si son reales; a lo que, siempre respondemos que adoptamos la escritura y la lectura, como elemento de excitación. Sólo son reales los relatos “Casi”: https://www.todorelatos.com/relato/149222/ ; y “Reencuentro de amigos”: https://www.todorelatos.com/relato/153190/

Esta historia se centra en la andropausia de mi esposo, que comenzó con la cuarentena impuesta por el gobierno, ante la pandemia del COVID.

Al comienzo, se lo atribuimos a estrés de su nueva modalidad laboral, el teletrabajo; pero, con el correr de los meses, decidimos consultar al médico.

En una entrevista por Zoom, él le dijo:

"Desde hace unos meses, estoy teniendo problemas en mis relaciones sexuales. No me siento tan excitado como antes. A los veinte o treinta años, en general, estaba casi siempre pensando, en el sexo. Era casi como una obsesión. Ahora no pienso en ello con la misma frecuencia, y no tengo tanta energía sexual. No logro tener buenas erecciones, o cuando las tengo las pierdo antes de la penetración".

El Doctor me pregunta:

“Ud. Señora ¿ya pasó por la menopausia?”

A lo que respondí:

“Sí. Hace aproximadamente quince años. Recuerdo que pasamos unos cuatro años, soportando ese problema hormonal. Pero, hoy en día, poseo apetito sexual.”

El médico continuó:

“En la mujer, la función de los ovarios, disminuye, y como consecuencia, se pierde la función reproductiva y la producción de hormonas. Se puede asegurar que, toda mujer luego de determinada edad, se encuentra en un período menopaúsico. En el hombre se va produciendo una disminución progresiva, de la función testicular, con el correr de los años. Los testículos tienen una doble función, producir espermatozoides y fabricar hormona masculina (testosterona). Al ir perdiendo su función lentamente, los hombres pueden seguir produciendo espermatozoides y ser fértiles hasta edad muy avanzada”.

Al escuchar esto, pregunto:

“¿Entonces?”

El académico continuó:

“La testosterona tiene múltiples funciones en el adulto, como son el mantenimiento de los caracteres masculinos, la función sexual, la masa ósea y muscular, el nivel de glóbulos rojos, etc. La fabricación de testosterona comienza a decaer a partir de los 30 años en un 1% por año, lo que puede producir que en algunos hombres sus valores de testosterona puedan estar por debajo de los niveles normales. Actualmente en la Argentina, existen preparados inyectables y orales; y, posiblemente en poco tiempo, existan cremas o parches de aplicación en la piel”.

Mi esposo y yo, exclamamos casi al unísono:

“Bien, ¡solucionado el problema!”

El médico nos interrumpió diciendo:

“¡No tan rápido!. La terapia hormonal, si bien es sumamente beneficiosa, tiene sus riesgos potenciales, por lo que debemos estar seguros del estado de la próstata, la función del hígado, el nivel de azúcar en la sangre, etc.”

Esa misma semana, mi marido comenzó con los exámenes de rigor; y, al cabo de quince, se terminaba de frustrar, porque la terapia hormonal, aún no se podía implementar, por los niveles de azúcar en sangre y otros limitantes.

Mientras esperábamos la restauración clínica, mi esposo decidió consultar con un psicólogo; pero, deseaba hacerlo a solas.

Usando también el Zoom, establecieron la video conferencia, para tratar el tema.

Después de algunas sesiones semanales, mi curiosidad hizo que lo obligara a contarme; así que, en el silencio de la noche, en nuestro dormitorio, me describió:

“El médico me mencionó que algunos de los síntomas psicológicos de la andropausia son: la baja expectativa de autoeficacia; o sea, dejar de sentir que soy capaz de hacer aquellas actividades que anteriormente hacía, sintiendo que nada me frenaba; lo cual, es cierto. Además, la disminución de la autoestima; lo cual, en parte, está relacionado con la disminución de la autoeficacia; y, por otra parte, creencia de tener menor capacidad, para desarrollar mis habilidades sexuales”.

Al escuchar esto, le pregunté:

“¿Así te sientes hoy por hoy?”

Él asintiendo primero con la cabeza, y luego verbalmente:

“Sí. Es así. Te veo que, con la pandemia, el encierro, el estar juntos todo el día, vos estarías cogiendo todos los días; y eso, me aceleró la frustración; pero, no te estoy culpando, que quede claro. Encima, el psicólogo me dijo que podía experimentar irritabilidad, y con la baja autoestima, podría derivar en problemas de comunicación, entre nosotros; y podrían aparecer reproches, y la frustración, transformarse en constante”.

A lo que respondí inmediatamente:

“¡No mi amor! No agravemos la situación, saldremos adelante. Tengamos paciencia, hasta que se dé el cuadro clínico favorable; ya que, parece ser, la única solución”.

Mi esposo cayó unos segundos, y me dijo:

“El psicólogo me sugirió el uso de un consolador o un vibrador, mientras tanto, o…”

Para desdramatizar el tema, respondí:

“Sí, compraremos uno por Internet. Será divertido ¿o qué más?”

Él se hizo el desentendido:

“¿Cómo qué más?”

Estando segura que no había escuchado mal, le repito:

“Me dijiste que el psicólogo te sugirió el uso de un consolador o un vibrador, mientras tanto, o…”

Él entendiendo que había hablado de más, se decidió a decirme:

“Bueno, no sé cómo decirlo, habló de incorporar un juguete o practicar “cuckolding”

Como era la primera vez que escuchaba ese término, le pregunté:

“¿Qué es eso? Nunca lo escuché.”

Juntó coraje y me explicó:

“Permitir que tengas un amante.”

Me sorprendió su frase, y exclamé:

“¡¿Te volviste loco?! ¿Cómo te puede haber sugerido eso el psicólogo? Nunca escuché que, por problemas propios de la edad, te recomienden ponerle los cuernos a tu pareja”.

Él intentando excusarse, me explica:

“No es exactamente cuernos; es que alguien venga a satisfacerte, mientras yo observo.”

Sin salir de la anterior sorpresa, le grité:

“¡Es una locura! Olvidemos eso que te sugirió, aún no lo puedo creer.”

Mi esposo intentaba que lo interpretara como algo normal:

“No es tan descabellado. Existe una aplicación, Tinder creo que se llama, que podemos explicarle al que elijas…”

Yo lo interrumpo:

“¡Por Dios! Basta, terminemos de hablar sobre eso.”

Pero, él continuó:

“Bueno, quizás no fue una buena idea; pero, podríamos charlarlo con mi amigo Ricardo; él, hasta hoy en día, te daría…”

Ya había logrado ponerme de mal humor:

“¡Basta! En lugar de solucionarlo, estás logrando que tenga ganas de mandarte al carajo.”

Él se resignó y me respondió:

“Ok, te pido disculpas; mañana compraremos un vibrador y veamos cómo nos va”.

Me di vuelta ofuscada, para intentar dormir; pero, lo que me dijo, me quedó dando vueltas en la cabeza, y me preocupó. No me creí que el psicólogo le haya sugerido, que le pusiera los cuernos, y menos, frente a él.

Al otro día, preferí hacerlo a solas, y compré por Internet, un vibrador. También, busqué y miré algunos videos didácticos en YouTube; por lo que, pensé que podría ser divertido y que podría funcionar como sustituto del pene de mi marido. No deseaba que se agravara el problema, por mi deseo sexual; así que, decidí simular mi deseo sexual.

Ese mismo día, por la tarde, a última hora, un mensajero tocaba el timbre. Mi esposo fue quien lo atendió; y, cuando volvió a mi encuentro, parecía un niño con los regalos de Navidad. Fue él quien abrió el paquete y al sacar el envoltorio, exclamó:

“¡A la mierda, que pedazo!”

Al verlo, respondí con vergüenza:

“¡Uy! No pensé que era tan grande, en la foto no parecía”.

En realidad, no era tan desproporcionadamente grande, apenas un par de centímetros más largo, y poco más ancho, que el miembro de mi esposo, en su época jovial. De repente, me dice:

“Podríamos estrenarlo esta noche ¿Tienes ganas?”

Yo respondo sin demostrar ansiedad:

“Ok. Cenemos más temprano, así no estamos tan cansados. Dámelo que lo higienizo”

Él me entrega el adminículo y se deshace del envoltorio, diciéndome:

“¿Te pondrás sugestiva? Mira que tienes que atender bien a la visita, a nuestro nuevo amigo”.

Al escuchar esa frase, la relacioné inmediatamente con lo que me había dicho la noche anterior, sobre el “cuckolding”; y, casi me dejo llevar por la incipiente rabia:

“¡Basta! Te advertí que no mencionaras más el tema”.

Él se sorprende y me pregunta:

“¿Qué tema?”

No creyendo en su inocencia, le respondo a secas e irónicamente:

“Tu sugerencia sobre los cuernos consentidos.”

Él entiende mi reacción y me explica:

“No, para nada; me refería si usarás lencería erótica”

Entendí que quizás había mal interpretado la frase; así que, cambié el tono y le respondí:

“Sí, por supuesto, sé que te gusta verme así”

Terminada la conversación, fui al baño y lavé cuidadosamente el vibrador; luego, observé el folleto, le coloqué las pilas y giré la perilla, para verificar el buen funcionamiento. Al terminar, lo guardé en el cajón de la mesita de noche, al lado de nuestra cama; y, regresé a mi computadora, hasta que se hiciera la hora de hacer la cena.

Googleé la palabra “cuckolding” y comencé a leer el listado de artículos que surgieron, los primeros eran periodísticos, el primero decía:

“No vamos a negar algo que es un hecho, y es que, con el paso de los años, la llama de la pasión en una pareja, se va apagando, y requiere de esfuerzo y disposición, por parte de ambos, para mantenerla encendida. La caída en la rutina, puede pasar factura a la relación; pero, cuando hay amor y confianza existen muchas maneras de sacarla adelante”.

El primer párrafo me identifica y sigo leyendo:

“Una de las salidas más comunes que utilizan las parejas, de mediana edad, con una relación sólida y larga a sus espaldas, es la aventura de probar cosas nuevas; y en este sentido, se ha puesto de moda una técnica para muchos infalible. Hablamos del cuckolding, un anglicismo que viene a significar cuernos (de ‘cuck’) en personas mayores (de ‘old’). Así de primeras, suena alarmante; pero, espera que te contemos en qué consiste, y seguro que termina llamando algo tu atención”.

Este segundo párrafo me atrajo y dio curiosidad:

“El cuckolding son infidelidades consentidas por la otra pareja. No, no es tener una relación abierta, sino más bien, jugar con la excitación que puede generar a sus miembros, el hecho de exponer su relación, a lo que, para muchos, sería motivo de una ruptura o disfrutar de cómo su pareja, tiene sexo con otra persona. A estas alturas de la película, esto no debería alarmarte, pues a muchas personas esto les despierta el deseo”.

Este tercer párrafo me trajo confusión; por lo que, tuve que leerlo varias veces y decidí continuar leyendo, para tratar de dilucidar que me había propuesto:

“Una vez haya consentimiento mutuo, las normas las establecen vosotros. Eso sí, entre las reglas habituales, está la de no desarrollar sentimientos por la otra persona, como tampoco convertirlo en un hábito; pues esto segundo, podría llevar a lo primero. Se trata más bien, de una experiencia esporádica, con una condición clara: el otro miembro de la pareja, o bien está presente en el momento en el que, su pareja tiene relaciones con otra persona; o luego esta, le cuenta todo con pelos y señales. Al fin y al cabo, lo que se busca es la excitación mutua para avivar la llama” .

Al terminar de leer, coincidía con lo que sospechaba desde un comienzo; continuando con el listado de los artículos periodísticos, todos lo describían, más o menos parecido; hasta que, me topo con un video; al que le hago clic.

Se trataba de sexo explícito de un sitio pornográfico; en donde, un aparente matrimonio recibe a un apuesto hombre; luego de, una breve conversación en inglés, ella y el visitante, comienzan a acariciarse y a desarrollar una rutina sexual; mientras que, el esposo de la mujer, los observa sentado en otro sillón.

Al terminar el video, más allá de la propia excitación de ver sexo, me pareció humillante para el esposo de la mujer; aunque a ella, obviamente se la veía gozar. En conclusión, no me dejaba de sorprender que mi marido, me haya propuesto esto; y más aún, de hacerlo con su amigo Ricardo; lo cual, me trajo la intriga sobre lo que hablaban u opinarían de mí. ¿Qué tipo de conversación habrán entablado? ¿Habrá contado nuestras intimidades?

Miré la hora al pie de la pantalla de la Notebook; y, ya era hora de ponerme a cocinar.

Mientras realizaba una cena liviana, para que no nos diera sueño luego, seguía pensando en la propuesta de mi marido; y, me pregunté si no se sentiría tan frustrado por la andropausia, para caer en el extremo de ofrecerme a otro hombre; lo cual, me significó una gran angustia.

Al rato, preparé la mesa y serví la cena, llamándolo unos cuarenta minutos antes de lo habitual. Él tuvo que interrumpir ver un partido de futbol, que había grabado; pero, lo hacía con gusto. Después de varios meses, lo veía de buen humor y entusiasmado; pero, pensé en las oportunidades que le reproché su impotencia, en la cama; por lo que, me identifiqué como una desgraciada; así que, le iba a poner empeño a esta noche.

Cada uno de nosotros cenó rápido, como si tuviéramos que asistir algún con horario; así que, no hablamos mucho durante la cena, sólo hubo comentarios sin importancia.

Al terminar, le dije:

“Discúlpame; pero, me tengo que producir. ¿Te espero en la habitación?”

Y él, entusiasmado me responde:

“Por supuesto. No te preocupes que yo levanto la mesa, limpio y subo”

Hacía tiempo que no usaba lencería erótica y que no reponía nada; así que, tuve que revisar el cajón; pero, por suerte, pude armar un conjunto completo con un body traslúcido con puntillas, un portaligas de encaje y un par de medias, con costura trasera, todo en color negro.

Termino de cambiarme en el baño, de maquillarme y perfumarme. Doy una última revisada frente al espejo, me acomodo el cabello y decido salir.

Al abrir la puerta del baño, descubro que él ya estaba metido en la cama; así que, improviso una postura sexy en el marco de la puerta, y le pregunto:

“¿Cómo me veo?”

Él sin dudar, responde:

“¡Espléndida como siempre! No sé si te das cuenta; pero, eres una mujer tremenda”

Le agradezco y me acercó a él, para besarlo y acostarme a su lado. Él comienza a acariciarme los pechos y responder a mis besos.

Al rato, me entró la duda de cómo continuar; ya que antes, lo habitual era que buscara su miembro, para masturbarlo; mientras él, hacía lo propio conmigo; pero, no quería confrontarlo con la dificultad de que no se le parara; así que, atiné con mis dedos, a acompañar los suyos, en la zona de mi vagina.

Así, estuvimos un tiempo; hasta que él me dijo:

“¡Estas muy mojada! ¿No es hora de dejar entrar al invitado?”

Cada vez que escuchaba una frase, que implicaba la intervención de un tercero, reaccionaba, me ponía nerviosa; aunque ahora, sabía que se trataba del vibrador; así que, me estiré para recogerlo; pero, en el ínterin, no pude evitar recordar los artículos que había leído en la tarde; en los que, se mencionaba un alto porcentaje de parejas, para mi parecer, un 47% decidió abrir la pareja, para mantener el fuego vivo; así que, algún porcentaje correspondería al “cuckold”.

Con el aparato en mis manos, observo la alegre expresión de mi esposo en su rostro; por lo que, lo lubrico y lo llevo a mi entrepierna, apoyando el glande de siliconas, en la puerta de mi vagina, decidida a darme placer; mientras él, observaba con atención, los movimientos que realizaba con el vibrador.

Realizaba entradas y salidas del glande, en la puerta de mi vagina; ya que, por su tamaño, debía tener paciencia, hasta relajar mi cavidad. Mi esposo me miraba, mientras me decía:

“¿Qué tal se siente? ¿te gusta?”

Entre mis primeros gemidos, pienso mi respuesta, dadas las circunstancias:

“Es raro; pero, placentero”

Él me toma la mano con la que sostenía el vibrador, y me dice:

“¿Puedo manejarlo un ratito?”

No le respondo y simplemente retiro mi mano. Él giró la perilla y yo comienzo a sentir su vibración, continuando con el movimiento de ida y vuelta. Se lo veía emocionado; y en cada estocada, intentaba introducirlo un poco más; mientras yo, lo frenaba cuando comenzaba a dolerme.

Cada vez sentía más placer; pero, no era lo mismo que una verga verdadera; por lo que, no resistí la tentación de averiguar si tenía una erección. Lo hice disimuladamente, mientras nuestras caricias se confundían por distintas partes del cuerpo; pero, no logro verificarlo.

De repente, él cambia a la posición de 69; supongo que, para observar mejor y más de cerca al vibrador; el cual, ya lo metía hasta la mitad; mientras me acariciaba las piernas por encima de las medias, y jugaba con la punta de su lengua, en mi clítoris.

Yo estaba experimentando una excitación extrema, cuando observo que la bragueta de su calzoncillo, había quedado a centímetros de mi cara; así que, me abro paso con mi mano, para entreabrir y observar el estado de su pene.

Él se había entusiasmado; y ahora, sus movimientos eran más efusivos, logrando meter el vibrador más allá de la mitad, arrancándome más que gemidos profundos, ya eran gritos. Intempestivamente le bajo el calzoncillo y observo que tenía una media erección; y, me lo meto en la boca. Le escucho un sonido de placer, mientras me dice dificultosamente:

“¡Veo que te gusta! Imagínate que fuera de verdad”

En ese instante, se me viene la imagen de Ricardo encima mío; y, no sé porque, lo pienso con una verga del tamaño del vibrador; lo cual, me provoca un profundo orgasmo; hasta siento mis fluidos, queriendo salir de aquella fricción.

Lejos de abandonar la tarea, mi esposo continúa metiendo y sacando el vibrador de mi vagina, a pesar que intento detenerlo; pero, lo sigue haciendo a menor velocidad, notándose ahora, la facilidad adquirida en la zona. Mientras tanto, su pene crece un poco más en mi boca.

Aprovechando mi indomable excitación, vuelve a preguntarme:

“Imagínate que fuera de verdad. ¿no me digas que no es placentero? Imagínate a Ricardo encima tuyo, y vos chupándomela”.

No le respondo; pero, logro imaginármelo y, me sorprende otro orgasmo tan profundo como el primero.

Así, estuvimos un buen rato, hasta mi tercer orgasmo. Él repitiendo la misma propuesta; yo sin responderle y mamándosela, sin lograr su erección completa.

Finalmente, él retiró el vibrador y me limpió con su lengua, preguntándome:

“Estuvo bueno ¿verdad?”

Yo asentí con mi cabeza; y luego, caímos exhaustos, durmiéndonos.

De esta manera, lo practicamos con la asistencia del vibrador unos tres meses; repitiendo él, las oraciones de siempre:

“¡Veo que te gusta! Imagínate que fuera de verdad”

“Imagínate que fuera de verdad. ¿no me digas que no es placentero? Imagínate a Ricardo encima tuyo, y vos chupándomela”.

Pero, íntimamente, ya sentía la rutina y la dependencia del aparato; necesitaba que mi marido se recuperara.

Un día toca a nuestra puerta, Ricardo.

Cabe aclarar que, a esa altura de la pandemia, se permitía cierta circulación en un radio menor a quinientos metros; y él, vive a tres cuadras de nosotros.

Cuando abrí la puerta para recibirlo, me quedé paralizada y por mi mente; aparecían las imágenes de él encima de mí, cuando el vibrador me llevaba al éxtasis.

Mi esposo y él, se abrazaron fraternalmente; ya que hacía prácticamente un año, que no se veían, aunque se mantenían comunicados por WhatsApp; es entendible, ya que se conocen desde la Facultad.

Nos sentamos en el comedor, cada uno en un sillón diferente, manteniendo una distancia de dos metros, recomendada por las autoridades de Salud. Yo iba y venía a la cocina, para renovar la cerveza y unos snacks.

De repente, Ricardo le pregunta a mi esposo:

“¿Cómo vas con tratamiento de la andropausia?”

Yo hubiera querido desaparecer en ese momento; pero, mi esposo le dijo la verdad:

“Muy lento para mi gusto. Tengo que bajar el nivel de glucosa en sangre, para poder comenzar con el tratamiento hormonal; así que, incorporamos un vibrador a nuestra relación”.

Mi rostro se puso bordó y baje la vista; porque Ricardo giró su mirada hacia mí.

Continuó Ricardo, un tanto indiscreto para mí:

“¡Qué bien! Dicen que suele ser divertido y satisfactorio para la mujer ¿verdad?”

Yo seguí mirando al piso, porque el sonido de voz, parecía que me lo preguntaba a mí. Por suerte, mi marido respondió:

“Sí. Se pone divertido ¿verdad?”

Y esta vez, sin duda, el mensaje era para mí; pero, la vergüenza que estaba pasando, sólo me permitió asentir con la cabeza.

Afortunadamente, el tema se cortó ahí, porque mi esposo le preguntó:

“Y vos ¿cómo llevas tu separación?”

Ricardo movió la cabeza de un lado a otro, y respondió:

“¿Y qué te parece? Mal por supuesto. Encima, con esto de la pandemia, no puedes concretar ninguna cita con nadie; así que, dependo de la manuela. Ja Ja Ja”

Yo no sabía nada de la vida de él; entonces, para no quedar como una mojigata; ya que, hasta el momento, no había abierto la boca; sólo un saludo de bienvenida; pregunté:

“¿Qué les pasó? Perdón por la indiscreción”

Ricardo respondió sin resistencia:

“Cuando comenzó la cuarentena social por la pandemia, nos empezamos a llevar como el demonio; no estábamos acostumbrados a estar tanto tiempo juntos se ve. A propósito, veo que tu esposo ni me nombra”.

Mi marido exclamó:

“Por supuesto que sí; sólo pensé que lo de ustedes, era una crisis pasajera”.

Ricardo le responde:

“Gracias; pero, al final, parece definitivo”

Y mi esposo agrega:

“De hecho, te nombro en nuestra intimidad. Me recomendaron practicar el “cuckold”, y eres el único, de máxima confianza que tengo”

Mi rostro volvió a ponerse bordó; y exclamé:

“Disculpen; pero esto, me parece demasiado”

Así que me levanté, y me retiré a la cocina.

Estuvieron charlando unos minutos más; pero, yo no lograba oírlos. Al terminar, mi marido me gritó desde el comedor:

“¡Amor! Ricardo se va, ¿lo despedís?”

Salí al encuentro de Ricardo, para abrirle la puerta; y Ricardo me dice:

“¡Discúlpalo! Lo hace porque te ama. ¡Ojalá! Todos tuvieran esa valentía”

Le abro la puerta, y al salir me da un papelito en la mano. Al cerrar la puerta, veo que contenía un número de teléfono. Estuve a punto de tirarlo; pero, no sabía que significaba; así que, al regresar a la cocina, tomé mi celular y le envié un mensaje por WhatsApp, preguntando por el significado del papelito.

Tardó más de quince minutos en responder; cuando lo hizo, me explicaba que entendía por lo que yo pasaba; y, lo difícil que era para su amigo; pero, aclarando que sólo se trataba de un favor por sexo, siempre y cuando, nosotros estuviéramos de acuerdo.

Para mí, fue baldazo de agua fría. Una cosa era la propuesta de mi esposo; y otra, era que su amigo también lo supiera.

A partir de ese día, Ricardo comenzó a enviarme mensajes halagadores; por ejemplo, lo bien que me conservaba, lo lindo que era mi cabello oscuro y corto, lo esbeltas y torneadas que eran mis piernas. Hasta ese momento, yo sólo le agradecía sus dichos.

Pero, con el correr del tiempo, los mensajes se convirtieron más atrevidos; por ejemplo, que recordaba la redondez de mis pechos; pero, que no podía imaginarse la forma y color de mis pezones; que sabía por mi marido, lo buena que era en la cama. Entonces, dejé de darle las gracias.

La cuestión que, en las sesiones de vibrador con mi esposo, él comenzó a estar más presente, en mi mente; y ya, no me molestaba la frase:

“Imagínate que fuera de verdad. ¿no me digas que no es placentero? Imagínate a Ricardo encima tuyo, y vos chupándomela”.

Un día, Ricardo se atrevió a enviarme una foto de su miembro erecto. Hasta ese día, no sabía si se trataba de un complot con mi esposo, o él estaba actuando sólo. La cuestión que se me hizo imposible, no compararlo con el vibrador, siendo prácticamente iguales.

Es cierto lo que dicen, que el placer pasa primero por la mente; ya que, cuando mi marido me introducía el vibrador, automáticamente me imaginaba a Ricardo, penetrándome.

El sumun fue cuando Ricardo, me envió un video de su masturbación. Me impresionó la cantidad de su eyaculación; y, su mensaje dedicándome su paja, me obligó a responderle:

“Ricardo, te agradezco lo que haces por tu amigo; pero, la propuesta de practicar el “cuckolding”, me significa muy humillante para él”.

Él me responde inmediatamente:

“¿Y qué hay de ti? ¿No te mereces un recreo por tanta tolerancia?”

Su mensaje me desequilibró, y le respondo:

“¿A qué te refieres? ¿No me estarás pidiendo que traicione a mi marido?”

La respuesta no se hizo esperar:

“Para nada. No te estoy pidiendo que te vengas conmigo, sólo te ofrezco un consolador de carne; y de esta manera, seguirás al lado de tu marido con vitalidad renovada”

Era la respuesta que suponía, por lo que le respondí con un emoji de risa.

Por culpa de su video, comencé a usar el vibrador casi todos los días, a solas en el baño; mientras mi esposo, estaba concentrado en el teletrabajo.

Los mensajes de Ricardo, eran cada vez más intimidatorios:

“¿Cuándo me enviarás una foto con tu lencería erótica?”

“¿No te animas? Sólo estoy a tres cuadras”

“¡Dale! Aunque sea, envíame una foto de tus senos, para masturbarme por algo que no sea sólo mi imaginación”

En una de mis masturbaciones, decidí ir a lo de Ricardo; pero, ¿cómo hacía para tener la seguridad de que no se enteraría mi marido? Podía salir con el pretexto de hacer las compras; pero, ¿cómo me vería bonita y atractiva? Salir a almorzar con alguna amiga, si bien no es algo que hiciera, ni siquiera antes de la pandemia, me parecía la más atinente.

Por otro lado, ¿cómo hacía para no parecer regalada?

Me salvaron los mensajes de Ricardo:

“Linda: te invito a almorzar mañana; por favor, respóndeme para preparar la mesa”

Al leerlo, me sentí aliviada y respondí:

“Ok”

Entonces, inmediatamente le expliqué a mi esposo:

“Querido, me llamó Alicia, invitándome a almorzar; ya que, hace casi un año y medio que no nos vemos”

Mi marido casi inmutable, me respondió:

“Me parece bien, es hora que volvamos a la normalidad. No te preocupes por mí”

Para su tranquilidad, le dije:

“Te dejaré algo preparado”

Sabía que iba hacer algo malo; pero, Ricardo tenía razón, ya me sentía con una vitalidad renovada; así que, al otro día, elegí ponerme un traje de sastrería, pollera y Spencer de paño color negro; debajo, una blusa de seda opaca, para disimular mi sutien de encaje, el portaligas que sostendrían mis medias con costura trasera.

Al verme mi marido, me dijo con mucha admiración:

“¡Qué bonita que te pusiste!”

Porque me sentía perseguida y sospechosa, le pregunté:

“¿Es mucho? No sé, hace tanto que no salgo, es que no sé qué ponerme”

Pero él me respondió:

“Para nada. Es verdad, pareciera que la última vez que salimos, fue hace mil años. ¡Ve que estás esplendida!”

Me despedí con un beso, y cuando salí a la calle, me di cuenta que no tenía el domicilio de Ricardo; así que, le envié un mensaje.

Para mi sorpresa, salió a mi encuentro en la vereda, y exclamé:

“¿Qué haces aquí?”

Él muy tranquilo, me responde:

“Te estaba esperando. ¡Vamos!”

No lo esperaba; pero, me pareció muy caballeroso de su parte; lo que provocó una relajación a tanto nerviosismo; además, nuestro departamento no daba a la calle, por lo que mi esposo, no podría descubrirme.

Me dio un beso en la mejilla, me tomó del brazo y comenzamos a caminar. Al girar en la esquina, cruzamos la calle y nos dirigimos a un albergue transitorio, que no recordaba que estaba ahí; de hecho, hacía treinta años que con mi esposo fuimos alguno, por última vez.

Era la segunda sorpresa, y me volvieron los nervios.

Al entrar, Ricardo pidió una habitación a la voz que estaba detrás del vidrio espejado; yo me había escondido detrás de él, como si fuera una chiquilla de trampa; de hecho, era así, pero no era una jovenzuela.

Nos dieron la Habitación “301”; por lo que, debimos tomar el ascensor.

Mientras subíamos, Ricardo me encajó un beso húmedo y apoyó sus manos en mis nalgas; al principio, no le respondí; pero, al besar tan bien, me dejé llevar.

Los pasillos estaban poco iluminados, de color azul; por lo que, se dificultó encontrar la habitación; pero, mientras tanto, Ricardo aprovechaba a acariciarme por donde podía.

Al entrar a la habitación, no inspeccionó nada, simplemente volvió a repetir su beso húmedo que respondí disfrutándolo.

Al rato, siento que me quita el Spencer y comienza a desabrocharme la blusa con una mano; con la otra, subía por mi pierna, y por debajo de la falda, descubría que estaba mojada.

Yo no resistí la tentación y froté su bulto, por encima del pantalón.

Una vez que terminó de desabotonarme totalmente la blusa, con sus dos manos, desabrochó mi sutien, liberando mis pechos y zambulléndose en ellos, casi de forma desesperada.

Salió del ahogo y me dice:

“No te imaginas lo mucho que soñé con este momento”

Mientras decía esto, me retiraba prolijamente lo desabrochado, quedando mi torso desnudo. Al sentirlo, tomé en cuenta que era la primera vez que iba a estar con un hombre, que no fuera mi esposo; y esto, me provocó un cosquilleo especial.

Yo comencé a desabrocharle la camisa, después de haber llevado su saco hacia atrás; pero, sin poder sacárselo; así que, él terminó la tarea, dejándolo caer al piso.

Volvió a sumergirse en mis pechos; pero, esta vez concentrándose en mis pezones; mientras, por detrás, desabrochaba y bajaba el cierre de mi pollera; la cual, se deslizó por mis piernas, hasta mis pies.

Intenté descalzarme; pero él, me dijo:

“No te los quites, me encanta que uses tacos”

Así que, me detuve, y él me hizo sentar en el borde de la cama, parándose frente a mí y llevando mis manos hacia la hebilla de su cinturón.

Estaba por descubrir en vivo, aquella foto que me había enviado; así que, desabroché su cinturón y comencé a bajar el cierre de su bragueta con dificultad; ya que, su erección impedía que fuera fácil la tarea.

Cuando lo logré, tuve dudas entre bajar sus pantalones o meter la mano a través de su calzoncillo; pero, pudo más mi ansiedad y metí la mano. No queriendo causarle dolor, lo hice cuidadosamente y lo saqué de su escondite.

Frente a mí, tenía un vigoroso pene, del tamaño similar a mi vibrador, con el glande brillante y asomándose las primeras gotitas, que denunciaban su calentura.

Quise llevármelo a la boca inmediatamente; pero él, me lo impidió; antes, bajó sus pantalones y calzoncillo, hasta sus pies; y, recién ahí, se acercó un poco más, para cumplir con mi intención.

Tuve que tomarlo con las dos manos, para poder maniobrar mi mamada; la cual hice, suavemente y con mucho esmero; besándole primero su glande, y recorriendo su longitud con mi lengua, de forma alternada. Luego, decidí probar hasta donde me llegaba; rodeé con mis labios su circunferencia y coloqué mi lengua de forma estirada y curvada, como si se tratara de una cava para un vino especial.

Él me dejaba hacer, quedándose quieto, pudiendo tragar y salir de su miembro a gusto, no sin ahogarme en ciertas oportunidades, porque me llegaba hasta la garganta, provocándome arcadas. Lo oí gimiendo y apretar mis senos con fuerza, señal que lo estaba esperando y disfrutando, tanto como yo.

Al rato, dio un paso atrás, se inclinó, separándome las piernas, para luego arrodillarse y zambullir su cabeza en mi entrepierna. Primero, limpió con su lengua algo de fluido, producto de mi calentura; para luego, dedicarse con devoción a saborear mis labios vaginales y jugar con mi clítoris; con lo cual, me arrancó una esperada acabada, en cuestión de minutos.

Succionó el nuevo fluido y se incorporó, para tomarme de las axilas y posicionarme en cuatro patas, sobre la cama, diciéndome:

“¡Nos merecíamos esto!”

A mí me salió un ronquido que significaba un sí, cuando de repente siento su glande en la puerta de la vagina. Esa sensación fue indescriptible; era como recuperar me femineidad. Por su tamaño, le costaba entrar; y él, no forzaba la acción, supongo que para no causarme dolor; pero, mi ansiedad por sentirlo adentro, hizo que pegara un golpe de cadera, que me penetró hasta la mitad. Es verdad, al comienzo sentí que me partía; pero, juntos comenzamos un compás placentero que, en menos de unos minutos, estaba llenando placenteramente toda mi cavidad.

Ese ir y venir de su verga dentro mío, arrancaba gemidos de satisfacción. ¡Qué bien me estaba cogiendo! Él dominada el ritmo; ya que, me tenía tomada de las caderas. Por momentos, aceleraba sus estocadas; y por otros, desaceleraba, de manera que sentía todo superficie rozando en toda mi cueva. La zona estaba muy bien lubricada y con alta temperatura. También le gustaba sacármela por completo, para volver a apuntar y entrar; sentía como labios externos se comportaban como un fuelle, cerrándose cuando salía, y abrazando su verga, cuando se introducía.

De repente, se detuvo y se desplomó sobre la cama, tomándome de los hombros, para voltearme y ubicarme de espaldas a él. En esta nueva posición, me cogía por atrás, susurrándome al oído:

“¡Qué tierna y calentita concha tienes!”

Ahora, yo podía mover mi pelvis, logrando un acoplamiento acompasado, como si fuera una demostración de nado sincronizado.

En un momento, al salirse, intentó penetrarme por el ano; no sé si equivocación o a propósito; pero, no pudo; ya que, me causaba dolor; por lo que, me susurró al oído:

“¡Qué lástima! La próxima vez, deberás usar un rato antes, un dildo para abrirme esta puerta”

Aprovechando que su verga estaba fuera, lo volteé, quedando de espaldas y me lo monté, para cabalgar sobre su viril pija.

Cuando quise darme cuenta, ya habían pasado tres horas y había perdido la contabilidad de mis orgasmos. Mientras tanto, el seguía bombeándome en distintas posiciones, y preguntándome reiteradas veces, porque yo no le respondía:

“Deberías haber aceptado el “cuckolding”. En algún momento, habrá que blanquearle esto”.

Ya estaba exhausta y debía regresar a casa; así que, le respondí:

“Es verdad. Si mi esposo me lo vuelve a plantear, quizás acepte”.

Él sorprendido, me exclama:

“Después de lo que cogimos ¿quizás?”

Yo iba a comenzar a vestirme y le digo con una sonrisa, como si mi anterior respuesta hubiera sido una broma:

“Por supuesto que sí, ¡me encantó! Cuando me lo vuelva a proponer, ¡diré que sí!”

Ahora contento con mi respuesta, me indica:

“Te conviene tomar un baño, estás envuelta en sudor”

Por los nervios de lo que había hecho, no me di cuenta; ya que, estaba pensando en la simulación, en mi cara de póker al entrar a casa, para no levantar sospecha de lo bien que la había pasado.

Al salir del baño, comencé a vestirme y Ricardo me sorprende, nuevamente con un beso profundo y húmedo, diciéndome:

“Espero que aquel te lo vuelva a preguntar rápido, me encanta cogerte”.

Mi estima había crecido como en los mejores tiempos; así que, terminé de vestirme y le dije:

“Tengo que volver a casa, se pasaron las horas”.

Y él me responde:

“Sí, por supuesto, ve; mientras, ahora tomaré un baño yo”.

Salí a paso acelerado y llegué enseguida; ya que, estaba a la vuelta de la esquina. En el palier del edificio, me inspecciono en el espejo, para verificar que no se notara nada.

Cuando entro a casa, me encontré con mi marido en medio de la sala, con una taza de café en la mano, y me da la bienvenida:

“¡Vaya! Parece que te pusiste al día con tu amiga”.

Mi conciencia me puso paranoica, porque lo interpreté como una ironía; y le respondo:

“Sí, pobre, le pasó de todo durante la pandemia. Disculpas; pero, tengo hambre, me preparé algo”.

Cuando terminé de responder, descubrí que había metido la pata; ya que, mi excusa fue almorzar con una amiga; pero, él no sospechó…