Palacio de cristal
Nuestra segunda cita. La luna como testigo de nuestro amor.
Acordamos el día de nuestro segundo encuentro. Aún faltaban dos meses pero, sólo la idea de prepararlo todo nos excitaba. Pensamos en un hotel romántico algo alejado de nuestra ciudad, un hotel donde poder compartir nuestros anhelos en una cama grande, especial, una queen size. Dimos con el lugar adecuado, el siguiente paso era buscar una excusa para dar en casa. Poco a poco pasaban los días y con ellos aumentaba el nerviosismo; nerviosismo por estar junto a él y por si algo fallaba.
En los días previos a nuestra cita nuestras conversaciones eran, sin pretenderlo, de tono erótico. Él estaba tan ilusionado como yo y se encargó de todo lo relacionado con los detalles. Me comentó que había pedido que nos sirvieran el desayuno en la habitación y entre bromas me dijo:
Usaré la mermelada para untarla por tu cuerpo y saborear tu piel.
Y entonces si gastamos la mermelada ¿Qué haremos con la mantequilla?
Eso lo dejo a tu elección ¿Qué crees que podríamos hacer con ella?
Eso es una fantasía que la verás en el momento, no pienso adelantarte nada.
Yo también tengo una fantasía comentó él- pero no lo sabrás hasta que no te haga mía
Llegó el día esperado; la hora, las cinco de la tarde, paradójico ¿verdad? Lo vi a lo lejos y mis piernas empezaron a temblar. Tanto tiempo pensando que cuando lo viese me tiraría a sus brazos y ahora, que estaba frente a mí, no fui capaz más que de darle un beso, un beso que más bien fue un simple roce.
El camino hacia nuestro destino se nos hizo largo, pero al mismo tiempo, no deseaba llegar tan pronto. Necesitaba tomar confianza, sentirme cercana a él y por mucho que habíamos hablado por teléfono e Internet, no debemos olvidar que sólo nos habíamos visto un par de veces.
Había tensión en el ambiente y yo me mostraba algo distante. Subimos al ascensor, yo sentía pánico puesto que era de cristal y teníamos que ir al piso veintidós. Él, al notar mi nerviosismo, me abrazó y me besó allí mismo, ya sin importarle si estábamos solos o no.
El día anterior a nuestra cita me había preparado concienzudamente, una depilación brasileña, un conjunto interior excitante, mi piel suave como la de un bebé; nada debía fallar, ni el más mínimo detalle.
Dimos una vuelta por la habitación, todo precioso, un gran ventanal con vistas sobre el mar, una cama espectacular, un ambiente relajante, todo en orden menos yo, que no sabía por dónde empezar. Para romper un poco el hielo le pedí que fuésemos a tomar un café y mientras él atendía una llamada al móvil, yo me senté en el borde de la cama a esperarlo. Estábamos uno frente al otro, yo sentada con el bolso colgando y él apagando el móvil. Me dijo: ¿Nos vamos? Sí, contesté yo, pero al hacer el ademán de levantarme, sus labios lo impidieron, me quedé atrapada en un beso, un largo beso que me hizo recordar que soy víctima frágil entre sus labios.
Sus manos rodearon mis brazos e hizo que me pusiera a su altura, nuestros labios seguían su camino como si una fuerza invisible les impidiera separarse. Sentí cómo nuestros cuerpos se enzarzaban en uno solo. Sentí el calor de sus manos bajo mi blusa, abarcando toda mi espalda. Ya no necesitaba un café, sucumbí a aquel largo beso y ahora, lo que necesitaba era sentirlo a él.
Desabrochó mi sujetador sin apenas separarse de mí, por debajo de la blusa. ¡No! Así no. Quería que me desnudara poco a poco, admirándome, mirándome a los ojos y yo, observar cómo crecía su excitación al hacerlo. Me separé de él, me quité la blusa y, al mismo tiempo que desabroché el botón de mi falda para dejarla caer, le abrí la camisa; quería ver aquel torso desnudo, acariciarlo, excitarlo con mis besos.
-Ven aquí cielo, me dijo mientras me atraía hacía la cama.
¡Oh Dios! Qué excitación sentía, cuánto tiempo deseando aquel instante. Ya no podía ni quería reprimir mis sentimientos, ahora, a partir de este mismo instante dejaré correr mi imaginación con todo aquello que tantas veces he soñado.
Un susurro de placer junto al lóbulo de mi oreja hizo que me sintiera la mujer más deseada del mundo. Noté cómo mi vagina se humedecía por momentos, mis pezones se erizaban y se alzaban pidiendo su boca.
Recorrió mi pecho con su lengua, lamió la línea que baja desde mi pecho hasta el vientre, acarició cada centímetro de piel hasta llegar a mi pubis y, justó ahí, en ese instante, mi espalda se arqueó ante un gemido de placer.
Mis manos acariciaban su pelo mientras su boca hacía lo propio con mi sexo. Su lengua subía y bajaba con movimientos lentos, como si quisiera relamer cada uno de aquellos minutos. Sentía como mi cuerpo subía a la cima, deseaba más y más mucho más que aquello pero no ahora No quiero que todo acabe aquí. Subió lentamente hacía mi boca y me ofreció su lengua, aquella lengua que tanto placer me había proporcionado unos instantes antes. Ahora era yo la que quería disfrutar con su placer; Intercambiamos posiciones, lamí sus pezones, su cuello, el lóbulo de su oreja y al mismo tiempo le susurré: nunca olvidarás esta noche.
Busqué la línea que va de su pecho al ombligo, jugueteé con mi lengua en esa zona y, cuando sé que esperaba que mis labios bajasen unos centímetros más, retrocedí. Quería que fuese tanto el deseo, que esperé a que me lo suplicase; no podía más, su miembro eréctil así me lo demostraba. Jugueteé con mi boca, acaricié la zona del perineo, eso le excitó mucho. Dejé una pequeña insinuación de que, quizá, si me adentraba algo más, su placer sería infinito, pero no ahora ahora tendrás que esperar.
Con cada uno de sus gemidos mi excitación iba en aumento, no queríamos pasar de ese momento. Me cambió de postura, se tumbó sobre mí para sentir piel contra piel, todo nuestro cuerpo estaba en contacto y así, con su oreja pegada a mi oído me dijo:
Pídemelo, suplícame que entre en ti y lo haré.
No, no te lo voy a pedir aunque lo esté deseando, quiero que seas tú el que identifiques cuándo no puedo más.
Pídemelo, dime que me deseas más que nunca.
Sí, te deseo, te deseo ahora, entre en mí.
Noté cómo el calor de su pene invadía mis entrañas. Mis piernas se abrazaron a su cuerpo, un escalofrío recorrió mi espalda y, a cada movimiento suyo, mi cuerpo lo acompasaba.
Fue un derrame de placer, un placer deseado, desatado, cálido, tierno. Quedamos rendidos aún con los últimos espasmos de nuestros cuerpos y le pedí: no te muevas, quédate ahí, quieto dentro de mí.
Habían pasado unas horas desde nuestra llegada y debíamos reponer fuerzas, lo mejor aún estaba por llegar, así que decidimos salir a cenar. Después de la cena comentamos que quizá nos vendría bien un paseo y eso hicimos Cogidos de la mano dimos la vuelta a la manzana. Nos seguíamos deseando y por qué perder el tiempo allí. Volvamos a nuestro nido de amor.
Esta vez el nerviosismo había desaparecido así que pensé que era mejor dejar los pudores para otros momentos. Me puse un camisón cortito, de tirantes, que dejaba entrever el final de mis posaderas. Estábamos de cara al ventanal admirando cómo la luna se reflejaba en el mar; Me abrazó por la espalda y empezó a besar mi cuello, a apartarme el pelo, acariciarme el vientre y, a todo eso, yo me dejaba hacer. Sus manos empezaron a recorrer mi cuerpo y de nuevo sentía que el deseo volvía a mí.
Me llevó de nuevo hacía la cama pero esta vez sin darnos la cara, sólo sentía su susurro tras de mí que decía: Sé cual es tú fantasía, lo adiviné. No te muevas, no te des la vuelta, va a ser tu primera vez. Un escalofrío me recorrió ¿Realmente sabía qué es lo que yo quería? Besó mi nuca, recorrió toda mi columna con sus besos y a cada centímetro que descendía él, más me encendía yo. Sí, iba en el camino correcto, lo había averiguado de verdad. Bajó sus manos en busca de los jugos lubricantes de mi vagina, jugó un rato haciéndome "sufrir" y cuando más lo deseaba noté cómo sus dedos jugaban en aquella zona que nunca pronuncié. Me agarró de las nalgas y poco a poco, con ternura entró en mí. ¡Dios, nunca imaginé un placer así! Entraba y salía de mí, embestía una y otra vez y yo no podía aguantar más, era indescriptible. Intuí, porque ver no vi nada al estar mi cara contra la almohada, que su mano buscaba mi clítoris y empezó a acariciarlo al mismo ritmo de las embestidas. No pude soportarlo, grité, gemí ahogué mi grito en la almohada, no controlaba, ni quería hacerlo.
Quedé exhausta junto a él y le dije:
¿Cómo lo has sabido?
Atando cabos me contestó él-
Ya, la conversación de la mantequilla, mi insinuación de cuando te acaricié el perineo, todo eso te llevo a pensar que a mí me gustaría.
Sí, así fue. Ahora quiero que sepas cuál es mi fantasía.
Me la vas a tener que decir porque, al contrario que yo, no me has dado ninguna pista.
La sabrás. Túmbate quiero verte disfrutar.
¿Cómo, aún no me has visto?
No, quiero ver cómo te masturbas mirándome a los ojos.
Dios, eso que me pedía era más fuerte que yo, mi pudor me lo impedía, no, no podía hacer una cosa así, me resultaba fría, distante a la ternura del momento. Tranquila, me dijo, yo te ayudaré.
Se tumbó a mi lado pero dejándome "sola". Acarició mis pechos, bajó por mi vientre y acarició mi entrepierna. Consiguió que me excitara de nuevo. Entonces agarró mi mano y la arrastró hasta mi pubis, él la guiaba, él hacía el movimiento y, de repente me dejó sola, mi mano y yo solas. Le miré a los ojos y sólo de ver su placer deseé concederle más, más todo lo que él quería.
Saciados nuestros deseos nos dormimos pero yo sentía su cuerpo desnudo junto al mío, sus caricias en mis senos. Me desperté con su mano en mi vientre desnudo y sentí la necesidad de sus caricias una vez más.
Vimos el amanecer desde la cama, abrazados, con mucha ternura y cariño pero Se olvidaron de traernos el desayuno a la habitación así que, no nos quedó más remedio que dejar la mantequilla para otra ocasión.
Ahora, después de un tiempo no sé si habrá otra ocasión pero, sí sé que esa fue única e irrepetible.
Si el relato que has leído lo has disfrutado tanto como yo lo hice, sé que encontraré un "excelente" en mi marcador. Ahí te espero.