Palabras mágicas 9

Howard ha ganado un gran concurso, ha puesto mucho dinero en él, y quiere que Mimy Pink le dé todo lo que se merece... quizá incluso más de lo que la propia Mimy considera que ha ganado.

Howard por un momento se creyó que estaba en un sueño. Sus dedos como morcillas recorrieron el cuerpo de Mimy. No sólo tenía un aroma floral y dulce, si no que destacaba por lo suave que era. Permanecía dormida mientras él la manipulaba. Si no fuera por lo que había visto en los streamings se habría pensado que era toda una princesita.

Sobó con descaro sus grandes tetas y le pareció escucharla gemir bajo el respirador. Eso provocó que la mirase a la cara. Instintivamente llevó la mano a su máscara y trató de quitársela. Ese era el gran misterio y una de las razones por las que los fans no se perdían un solo streaming. Todos los fans fantaseaban con cómo sería la cara de Mimy Pink… cuál sería su verdadero nombre.

Howard, sin embargo, comprobó que no podía quitársela. Era como si perdiese la fuerza cuando la tocaba. Tras unos minutos lo dio por imposible y le quitó el respirador con delicadeza. No se paró a preguntarse cómo despertarla.

Cómo si se tratase de una parodia de una película Disney, aquel gordo seboso se recargó sobre la chiquilla y la morreó con indecencia. Lo que le sorprendió, porque fue la primera vez en toda su vida que le ocurrió, fue que la jovencita respondiera con un ansia desesperada y le mirase con lujuria cuando se separaron.

Howard había pagado ingentes cantidades de dinero a prostitutas de lujo, buscando actrices capaces de fingir que se excitaban con él… pero el resultado nunca le convencía. Había buscado la mirada que le estaba dedicando Mimy toda su vida. Ese deseo, esa lujuria, la forma en la que se lamió los labios cuando vio el tamaño de su desproporcionado paquete.

Él no lo sabía, pero Mimy había sido preprogramada para amar cada una de sus excentricidades, aunque cuando la muchacha tomó respiración con fuerza, aspirando su hediondo olor corporal, y excitándose con ello, comenzó a interiorizar que ella realmente estaba cachonda con él.

_ ¿No te ha dado con lo que te dono para venir en avión? Te habría pagado un billete en primera si me lo hubieras pedido.

Mimy se rió. Una risa dulce y coqueta, cristalina. Terminó de salir de la caja y cuando Howard se sentó en el sofá, ella se acomodó sobre su pierna, lanzando un respingo al notar su dura polla bajo el calzón.

_ ¿Acaso crees que esa caja, con el sistema de soporte vital y el molde de gomaespuma es más barato que un billete de avión? _ Ella sonrió. _ ¿Cómo te llamo? No creo que quieras que te llame XxFollaMimy37xX, ¿Verdad?

_ Me llamo Howard. _ Respondió él.

_ Oh, Howie… ¿Te puedo llamar Howie? Me encanta como suena.

_ No me desagrada. _ Susurró él, acariciando lentamente su espalda.

_ Verás, lo de la caja es parte de la presentación. _ Sonrió ella. _ Para que termines de entender la situación.

_ ¿La situación? _ Preguntó él.

_ Has ganado una lotería muy cara, Howard. Y mis amos quieren que estés satisfecho. Quieren que entiendas que he venido como una propiedad, que durante estos días soy absolutamente tuya. Que excepto tres cosas… puedes hacerme lo que desees, y pedirme lo que desees.

_ ¿Qué tres cosas? Preguntó él.

_ Bueno, no me pidas que mate a nadie… ni me hagas daños permanentes y… por supuesto. _ Mimy puso los ojos en blanco. _ Mi identidad debe permanecer en secreto, así que nada de quitarme la máscara ni conocer mi verdadero nombre.

_ Eso es cruel.

_ Quizá, pero estaba en las bases del concurso. _ Mimi dejó escapar una risita. _ Si no hubiera estado tan ocupado mirando cómo me bebía tu semen… seguramente te hubieras dado cuenta.

Howard recordó aquel directo y le apretó una nalga. Ella se estremeció.

_ ¿Tienes ganas de probarlo directamente de la fuente?

_ Por supuesto. _ Aquellas dos palabras fueron lo más erótico que había escuchado Howard en toda su vida. Aunque fueron inmediatamente superadas por las siguientes. _ Pídeme que te la coma… lo estoy deseando…

_ ¿Estás segura bonita? ¿Tú la has visto bien? _ Dijo, bajándose el calzón.

Mimy se quedó mirando aquella monstruosidad con la boca abierta. Decididamente, era la polla mas grande que recordaba haber visto.  Pero lejos de asustarse empezó a babear como si tuviera delante de ella su plato favorito. Era ridículamente gruesa y larga como una pierna.

_ Es hermosa… _ susurró Mimy, con los ojos encendidos.

La apretó con las manos y con delicadeza acercó el prepucio a sus labios, dándole tiernos besos. En ella había nacido un poderoso deseo de ser penetrada por aquella monstruosidad a pesar de que probablemente le dejase secuelas irreparables. Lamió con desesperación el capullo, aferrándolo con ambas manos.

Empezó a masturbarlo con delicadeza mientras le daba lametones hasta que finalmente intentó metérsela en la boca. Pero era tan ridículamente gruesa que su rostro se deformó cuando lo intentó. Comenzó a masturbarlo lentamente sin sacársela de la boca y Howard lanzó un hondo suspiro de placer.

_ Ha valido la pena cada centavo. _ Dijo él.

Ella le sonrió con la mirada, mientras poco a poco iba metiéndose más de aquella polla mastodóntica. No era tonta, sabía que era imposible que le entrara entera… al menos en aquella postura. Quizá en la postura adecuada podría llegar a alargar brutalmente su esófago y meter aquella monstruosidad hasta que llegase a su estómago.

Por suerte para Howard, Astrid sabía bien cómo tratar una polla gorda y grande. Sin soltar la cabeza de entre sus labios se quitó la parte superior del vestuario y se acomodó para rodear el resto con sus enormes pechos y jugar con ella. Howard empezó a gruñir como un cerdo cuando aquella diosa le mostró lo mucho que había aprendido.

Howard no aguantó demasiado. Se corrió con tanta violencia que hizo caer a Mimy al suelo. Incluso después de que la muchacha se resbalase, se siguió corriendo con una lechada que parecía interminable.  Mimy, en el suelo, cubierta de arriba abajo de la semilla, se rio con ganas.

_ Howie… eres un bestia… me encanta. _ El hombre respiraba con dificultad, mirando a su presa.

Mimy se estaba embadurnando con su leche. Había tanta que pudo cubrirse de una espesa capa que dejó su piel brillante. Howard la miró un par de segundos y le hizo un gesto con el dedo para que se acercara. Ella, juguetona, se deslizó sobre él y le empezó a besar en el cuello. Howard le hizo un gesto para que se acercara más como si quisiera contarle un secreto.

Mimy dejó escapar una risita y entonces él… la dijo. Aquella palabra. Aquella palabra que ella conocía tan bien pero que nunca llegaba a escuchar entera, porque una vez la escuchaba, su mente se desmoronaba y sus ojos se ponían vidriosos. La misma palabra mágica que tantas veces la había emputecido de tantas formas distintas.

_ He investigado un poco sobre ti, querida… _ Sonrió Howard. _ Y hay cosas que se te escapan en los directos… Quítate la máscara.

_ Sí, amo. _ Respondió aquel trozo de carne obediente.

Se quitó el único escudo que mantenía oculto su rostro, revelando el contorno de sus bonitos ojos y esa mirada completamente zombificada. Howard cogió el teléfono y le sacó un par de fotos.

_ ¿Cuál es tu nombre real?

_ Astrid es mi nombre, amo. _ Respondió ella.

_ Muy bien, Astrid. Es bonito. _ Sonrió él. _ Bien… me parece que esa semana que ibas a pasar aquí la vamos a extender a un “para siempre” y te va a encantar.

_ Como desees, amo. _ Howard le acarició el clítoris, notando que se humedecía.

_ A partir de ahora harás un entrenamiento intensivo para asegurarte de que mi tranca quepa en tus agujeros, no me importa lo que tengas que hacer o lo mucho que te duela… para cuando acabes, las pollas normales no te harán sentir nada.

_ Sí amo. _ Empezó a meterle los dedos, y su cuerpo reaccionaba, pero su rostro no.

_ A partir de ahora, soy tu único amo. Corta lazos con todo el mundo, sólo existo yo. Todo lo que hagas será para complacerme a mí y sólo a mí. Estás completamente enamorada de mí. ¿Está claro?

_ Como ordenes, amo. _ Howard estaba seguro de que acababa de correrse en su mano. Se chupó los dedos. Sí, lo había hecho.

_ Una última cosa. _ Le metió uno de sus gruesos dedos en el culo y la muchacha se estremeció. _ Me gusta mi olor sobre ti. Así que no te ducharás si yo no te lo ordeno. Olvídate por completo de la higiene a menos que yo te lo indique.

_ Cómo desees, amo.

Howard estuvo un rato estimulando su culo, que recibía aquel dedo estrechándolo. Tenía tales morcillas que perfectamente podría ser una polla lo que le estaba metiendo. Ella mantenía la mirada fija, como una muñeca, pero por las contracciones de su culo, supo exactamente cuándo iba a correrse.

_ Despierta.

Astrid despertó confusa, pero recibiendo un orgasmo anal tan fuerte que cualquier resistencia que pudiera tener a su programación acabó destrozada. Desmadejada, se dejó caer sobre Howard, dedicándole una mirada afectuosa mientras le comía la boca.

_ Mi amor… _ Susurró, besándole con intensidad.

Durante los siguientes días, Astrid se obsesionó con meterse aquella polla. Ya antes, como Mimy, lo tenía como objetivo. Pero ahora… daba miedo. Las criadas de Howard empezaron a tenerle cierto pavor. La muchacha paseaba desnuda por la casa, buscando cosas que meterse en el coño, el culo y la boca.

La encontraron en el escobero tratando de meterse el palo del aspirador, en la cocina con papayas, plátanos y pepinos. Cada cosa medianamente cilíndrica que encontraba, se la metía. Ni siquiera después de que, por envío urgente, le llegara un paquete de dildos de diversos tamaños, se detuvo. Nada parecía ser lo bastante grande.

Y a todo ello se sumaba el hediondo olor que desprendía. Cada mañana estimulaba con su cuerpo a Howard y él se corría sobre ella. A veces lo hacía lamiéndole el culo o metiéndole los dedos, por lo que Astrid ahora se paseaba por la casa apestando a sudor, semen y mierda tanto propia como ajena. Pero nada importaba. Sólo importaba su amorcito.

Hacer más grandes sus agujeros, hacerle feliz… follarle. Astrid se mostraba como poco más que un juguete sexual. Sólo obedecía, se estimulaba y alcanzaba orgasmos continuamente por su trabajo. Tantos que ya estaba siempre emitiendo un reguero de flujos por el coño.

No fue hasta tres semanas después que lo consiguió. Astrid se encontraba en la cama, sobre su amor, y había conseguido meter aquella monstruosa polla en sus entrañas. La expresión de felicidad plena en su rostro fue lo que hizo que el miembro de Howard empezara a latir dentro de ella.

Astrid estaba hecha un desastre. El pelo acartonado por las continuas descargas de semen, la piel manchada por la misma. Las manos manchadas de mierda mientras las ponía sobre su amante. Todo su cuerpo, habitualmente depilado, lleno de vello en las axilas, las piernas, los brazos y el coño. Había tal hedor en aquella habitación que ninguna de las chicas había osado acercarse. Pero Astrid era feliz.

Y esa felicidad la impulsó a empezar a botar sobre su amante. Howard reía, empoderado, mientras aquella chica, poco a poco, lograba lo que ninguna otra había hecho antes, follárselo con propiedad. Astrid estaba llena de júbilo, gimiendo como una desgraciada mientras montaba a su macho, consciente de que aquel era su lugar.

Durante más de media hora estuvo botando sobre él, lanzando gruñidos, gemidos y alguna risa hasta que finalmente un enorme reguero de esperma empezó a desbordarse de su coño. Ella lanzó una risotada, feliz.

_ Bien… no perdamos tiempo. _ Dijo él. _ Ahora el culo.

_ Sí, mi amor. _ Respondió ella, sumisa.

Se separó, con un sonido de succión que parecía un desatascador y se tumbó sobre la cama, abriéndose las nalgas con ambas manos. Howard se detuvo un momento a ver aquellos dos agujeros deformados, ridículamente grandes y enrojecidos por el esfuerzo de dilatarse tanto. Astrid ya no tenía control de los esfínteres, se cagaba sin avisar. Pero a Howard no le importaba porque, como demostró en aquel instante, ahora se la podía meter hasta el fondo del culo, sintiendo su intestino, y provocando que aquella guarra se corriera con cada puñetera embestida que le daba.

Por primera vez en su vida, aquel gordo hijo de puta era feliz.