Palabras Mágicas 13
John tiene un momento muy íntimo con su mujer mientras Jessica resuelve el "problema" de Estela con la ayuda de Erica. También podemos ver cómo Jimmy se prepara para una de sus partidas de rol semanales.
John permanecía tirado en la cama. Ginger se deslizaba sobre él, chupándole con delicadeza. John notaba una agradable sensación de plenitud a medida que la hinchazón en su pecho descendía. Se sintió muy relajado cuando finalmente Ginger lo vació del todo y se quedó acurrucada sobre él. Instintivamente pasó los dedos por su melena y le acarició el pelo.
_ ¿Estabas muy agobiado? _ Le miró.
_ Sí. _ Confesó John. _ Me duele no ser un buen marido.
_ Cielo… fuiste una gran mujer y eres igual de buen marido. _ Le acarició la mejilla. _ ¿Qué te preocupa?
_ Que no soy lo bastante hombre…
_ Yo tampoco soy la mujer perfecta… _ Dijo Ginger _ ¿Te puedo contar una cosa, cielo?
_ Lo que sea… _ La miró con una sonrisa.
_ Verás… a veces se me pone dura y yo… _ suspira. _ Te la quiero meter. Sé que no es nada femenino… y por eso me la guardo… tampoco se la meto a Sarah… pero no dejo de pensar en ello.
_ Eso es… curioso. _ Ginger la miró con cierto miedo. _ A veces… me apetece que me la metas, Ginger.
Ginger se mordió el labio inconscientemente y se sonrojó.
_ Sabes… No creo que los demás debieran decirnos lo que podemos y no podemos hacer en la cama. _ Susurró la rubia.
_ Hazlo.
_ ¿Qué?
_ Métemela, Ginger. _ Le dijo, casi en un susurro, sonrojado. _ No me lo hagas repetir.
No fue necesario decir nada más. Ginger tomó su miembro con delicadeza, notando como sin apenas manejarlo se ponía duro y, de una sola estocada, como solía hacer cuando aún era Fred, se la metió a su marido y empezó a bombear.
La pareja empezó a gemir desesperadamente mientras sus movimientos se iban acelerando. Ya habían follado muchas veces así antes del cambio, pero la sensación era muy distinta, sus cuerpos eran mucho más sensibles, el placer era más intenso. Los cuatro pares de pechos botaban graciosamente en una escena extraña pero satisfactoria.
Cuando Ginger aceleró el ritmo de sus embestidas pudo notar cómo la “polla” de John le golpeaba el abdomen. Rápidamente y sin frenar apenas, la cogió con la mano y empezó a jugar con ella, provocando que John tuviera poderosos espasmos de placer.
John se corrió primero, quedando desmadejado sobre la cama mientras su mujer seguía jugando con su clítoris y le penetraba hasta que, con un último grito, se corrió dentro de él y le llenó con su semilla. Se deslizó a su lado, sacándosela lentamente y le pasó la mano por el pecho, acercándose para besarle.
_ Te quiero, John. _ Le dijo, sonrojada ya no sólo por el esfuerzo que acababa de hacer.
_ Y yo a ti, Ginger. _ Respondió él, sintiéndose repentinamente culpable por sus acciones en la oficina.
Se besaron de nuevo y Ginger se quedó tumbada sobre él unos momentos.
_ Los niños llegarán en seguida… Debería ir a hacerle el almuerzo… pero no quiero moverme de aquí. _ Susurró la rubia.
John le acarició el pelo con dulzura.
_ ¿Qué te parece si te quedas aquí conmigo un ratito más… y pedimos unas pizzas?
_ Toman pizza siempre que hacen sus partidas de rol… no debería malcriarlos tanto…
La mano de John se deslizó por la espalda de Ginger, acariciándola lentamente con los dedos y provocando un estremecimiento por parte de ella, que se estremeció.
_ Vamos… hazlo por mí… _ Le pidió él.
_ Sí mi amor. _ Respondió Ginger, sumisa. _ Pero… ¿Puede ser comida china en vez de pizza?
_ Concedido… ahora acércate y bésame.
Mientras tanto, Erica se encontraba en su centro de trabajo. Detestaba las horas extras, pero tener a Jessica vestida con aquel traje rosa, aquella peluca rubia y aquella corona, completamente arrodillada a sus pies y comiéndole el coño salvajemente compensaba con creces tener que estar allí bien entrada la tarde.
Le acariciaba la peluca como si fuera su propio pelo mientras miraba la pantalla en la cual podía ver a Estela. La muchacha estaba desnuda, las extremidades sujetas por maquinaria al techo y la pared. Su cuerpo habría cedido a la gravedad de no ser por una última pieza metálica que rodeaba su cadera y la ataba también a la pared.
Tenía lo que parecían unas bragas y un sujetador de acero que, con sendos consoladores y vibradores, mantenían su cuerpo en continuos estímulos, llevándola al borde del orgasmo y deteniéndose de golpe. El conjunto estaba rematado con unas gafas de realidad virtual, unos cascos y una esfera ceñida a su boca con una correa.
Si alguien era observador podía darse cuenta de que el coño de la mujer no era el único lugar que supuraba líquidos. De su boca salían ingentes cantidades de saliva y por las dos hileras de líquido que bajaban del casco se percibía que estaba llorando.
Erica apartó con delicadeza a la sumisa Jessica, que no dijo nada, dejando la cabeza baja, pero en su interior agradeciendo el gesto, porque llevaba varias horas chupando aquel coño mientras se tocaba. El coño de Erica ya se había corrido múltiples veces sobre su cara, dejándola hecha un desastre, con la peluca y el pelo revuelto, pero una sonrisa tan larga que parecía artificial… y los ojos vidriosos. Parecía completamente estúpida.
El hecho de que se hubiera estado frotando el coño hasta dejárselo enrojecido bajo la falda en parte favorecía esa imagen de mujer estupidizada que provocó que Erica le quitara la peluca y le acariciara el pecho.
_ Buena puta.
_ Gracias… _ Dijo, dejando escapar una risita.
Aún con el coño chorreante y exhibiendo sus piernas, pues la falda que solía llevar bajo la bata y sus bragas estaban sobre la mesa de trabajo, Erica se encaminó hacia su víctima y le quitó el gagbag.
_ Por… favor… _ Sollozó Estela.
_ ¿Por favor, qué? _ Preguntó Érica, fría como el hielo, tras quitarle uno de los cascos.
_ Déjame… correrme…
Erica se acercó a su oído y le habló en un susurro.
_ Aún no estás madura. _ Respondió Erica.
Volvió a colocarle el casco y el gagball e, ignorando sus sollozos, volvió a su puesto y movió una palanca, provocando que los quedos gemidos que producía subieran de volumen.
_ ¿A qué esperas, Jessica? Vuelve al trabajo.
La muchacha, que había permanecido casi completamente quieta, frotándose insistentemente el clítoris mientras mantenía expresión estática, pareció recuperar la vida en sus ojos, volvió a inclinarse entre las piernas de Erica y volvió a su trabajo de comerle el coño con infinita sumisión.
_ Adoro mi trabajo. _ Susurró la muchacha mientras se entregaba al placer.
Pasó al menos otra hora antes de que Erica volviese a apartar a Jessica y le quitas el gagball a Estela, que esta vez no dijo nada, sólo gimió inconscientemente, sin terminar de cerrar la boca.
_ Hola puta. _ Saludó Érica.
_ Hola, ama. _ Respondió, con voz monótona.
_ ¿Estás lista para dedicar el resto de tu vida a servir a tu amo?
_ Sí, ama. Nada me haría más feliz. _ Respondió con el mismo tono monocorde.
_ ¿Quién es tu amo?
_ Mi amo es John, el jefe de mi empresa. _ Dijo, con convicción.
_ Bien, buena puta. _ Susurró Erica. _ Mantén su imagen en su mente. Por él existes, por él vives… y por él te corres.
Estela lanzó un grito cuando la golpeó el orgasmo que durante horas, Erica le había negado. Con la imagen de John fija en su cabeza, la máquina la golpeó con un enorme chute de endorfinas sumado al orgasmo con dos pequeños pinchazos en los pezones. Su mente terminó de someterse al condicionamiento y, con delicadeza, la máquina la soltó en el suelo.
Estela, presa de su cuerpo, se meó mientras se reía descontroladamente. Erica suspiró, demasiado acostumbrada a esa escena y se dirigió a su mesa, recogiendo sus cosas. Jessica seguía allí, con la mirada perdida hasta que la doctora extendió la mano delante de ella y chasqueó los dedos.
_ Eh… ¿Qué? _ Preguntó, visiblemente confusa.
_ Tu favor está listo… ocúpate de la puta. Te dije que iba a encargarme de ella, no a limpiar… sabes, eres una auténtica chupadora de coños. Si chupas polla la mitad de bien, tu amo tiene mucha suerte.
_ Gracias, supongo. _ Dijo, mientras se ajustaba el vestido y se encaminaba hacia Estela, tenía aún trabajo que hacer.
John tenía la cabeza hecha un lío al día siguiente. Que su mujer le hubiera penetrado le había dejado todavía más confuso que antes. Habían compartido un momento muy bonito, y no se lo quitaba de la cabeza. Por otro lado, a ella no parecía preocuparla que no fuera lo bastante hombre. John había empezado aquella carrera a la masculinidad pensando en ella. Quizá sólo estaba exagerando las cosas.
Cuando llegó al trabajo y vio a Jessica esperándole, con una dulce sonrisa en los labios, aparcó un poco aquello. Le gustaba el poder que le hacía sentir tener a esa mujer completamente sometida, además de la pequeña venganza que suponía haberla emputecido después de que en su día no le hiciera el caso que necesitó.
_ Buenos días, John. _ Le saludó, mordiéndose el labio. _ Tengo un regalo para ti.
_ ¿Un regalo? No querrás compensarme por no haber podido ocuparte del problema de Estela. _ Preguntó John.
_ Oh, amo… todo lo contrario. _ Sonrió ella, sujetándose a su brazo. _ Observa.
John, con cierta reticencia, entró en el despacho, y la vio. Tumbada sobre la mesa, desnuda y sujetándose los pechos en posición de ofrecimiento, estaba Estela, con la mirada perdida y anhelante, dejando que un hilo de babas se escapara de la comisura de sus labios, cayendo por su rostro hasta alcanzar la mesa. John se quedó congelado y Jessica aprovechó para bajarle los pantalones y susurrarle al oído.
_ Está esperando que su amo le recuerde quién manda.
Mientras Jessica jugaba con su “polla” para ponérsela dura, John emitió un respingo, recordando las muchas veces que Estela había sido una piedra en su zapato. Recordó cómo se opuso a que sustituyera a Fred, cómo cuestionaba todas sus decisiones con la junta directiva y el asco que tenía a que su marido fuese mucho más masculino que él. Pues ahora, ambos iban a jorobarse.
De una sola estocada, John la penetró hasta el fondo. Le dio algo de rabia darse cuenta de que encajaba muy bien y apenas notaba resistencia, lo que implicaba que su marido debía tener una buena tranca… le habría gustado que fuera un pichacorta, habría hecho maravillas con su ego.
Aunque la forma en la que aquella perra empezó a gemir como una loca tuvo un efecto similar. John lanzó una risa de poder mientras la empezaba a embestir y ella empezaba a correrse una y otra vez como la puta que era. Estela no volvería a ser un problema.
Mientras aquella guarra le gritaba lo buen amante que era y que haría cualquier cosa por él, John tuvo claro que iba a verla más a menudo… pero esta vez bajo su mesa en lugar de frente a ella para reportarle todas sus quejas.
Mientras John disfrutaba de su nueva posición de poder, Jimmy había decidido que ese día no iría a clase para preparar su partida de rol. No tenía que dar explicaciones a su madre que de buen grado le había dejado preparada comida antes de irse al trabajo y dejar solos en casa a los dos hermanos.
En aquel momento se encontraba delante frente al espejo, de lado. Arrodillada delante de él, sumisamente, estaba Sarah. Jimmy estaba pensando con qué nuevo tatuaje obsceno adornar la piel de su hermana mientras ella, como tantas otras veces, le hacía una buena mamada.
_ ¿Estás orgullosa de la puta en que me he convertido? _ Le preguntó Sarah entre lametones, antes de meterse la polla hasta lo más hondo en una garganta profunda impecable.
_ Estoy… muy orgulloso. _ gruñó Jimmy, descargando una intensa cantidad de semen directamente en su garganta.
_ Te quiero, Hermanito. _ Susurró ella, dándole un tierno beso en el capullo antes de guardársela en los pantalones.
_ Y yo a ti, Sarah. Vamos, ayúdame a preparar la campaña. Con tanto follar apenas he preparado nada.
_ Como desees.
Seis meses antes Sarah no tenía ni idea de cómo se jugaban las partidas de rol, pero en aquel punto estaba totalmente metida. Se conocía todas las clases y subclases, así como todas las reglas. Y lo hacía por una buena razón. Aunque ella jugaba bien, y en parte lo disfrutaba, el hecho era que las campañas de su hermano solían acabar con ella chupándole la polla o montándole salvajemente y eso a ella le ponía como una moto.
Pero eso había sido sólo las primeras veces. En las prácticas a solas, antes de haber dominado todas las reglas y poder entrar de verdad en el grupo de rol de Jimmy. Sarah lo veía como algo muy selecto, pero en realidad no era más que un grupo formado por el propio Jimmy y sus amigos Mark y Toshi, otro par de inadaptados a los que, de no ser por los poderes de Jimmy, Sarah ni se habría acercado.
Pero lo cierto es que terminaron la campaña con tiempo de sobra para un último revolcón rapidito antes de que llegaran los chicos. Sarah estaba algo despeinada cuando se puso el sombrero de bruja y abrió la puerta, además de tener restos de algo blanco junto al labio, pero nada que los chicos no hubieran visto.
Habían llegado los cuatro juntos. Sí, los cuatro. Porque Toshi y Mark venían con sus respectivas hermanas. No podían ser más distintos entre sí. Mark era una chaval mulato enjuto y muy bajo, de ojos oscuros. Su hermana, en cambio, era alta y tenía un cuerpo atlético, escultural incluso. Era natural, pues era la capitana del equipo de lacross del instituto y el culo más deseado del mismo.
Toshi era un chaval asiático… y no tenía el más mínimo atractivo. Era demasiado delgado y desgarbado. Su hermana era un auténtico tapón. No debía medir más de un metro cuarenta y cinco, pero tenía unas tetas y un culo desproporcionados. Iba muy maquillada para exagerar sus facciones, que no habría llamado su atención de otro modo.
Los chicos iban vestidos con ropa cómoda mientras que las chicas llevaban las tres cosplays de sus respectivas clases. Atuendos terriblemente reveladores, por supuesto. Sarah era la hechicera, Tasha era una elfa oscura lo que parecía muy apropiado para su cuerpo atlético. Ni siquiera le quedaba ridículo el arco que llevaba colgado a la espalda. Y Toshi era una guerrera enana que había traído su hacha incluso.
Se sentaron los seis a la mesa y no pasó demasiado tiempo antes de que, en mitad de la campaña, las tres chicas liberaran las pollas de sus respectivos hermanos y empezaran a jugar con ellas. Mientras Sarah se arrodillaba, presa de un supuesto conjuro de amor, pensaba en cómo había empezado aquello, cinco meses antes.