Palabras mágicas 12

John tiene problemas de autoestima que intenta resolver de la mejor forma que puede... aunque eso suponga tener víctimas en su oficina. Quizá la solución está mucho más cerca de lo que piensa.

John acarició esos pechos operados con los dedos y percibió cómo se hinchaban los pezones casi de inmediato. Le quitó el respirador a Jessica y escuchó cómo respiraba acompasadamente. Con delicadeza, la sacó de la caja y la dejó sobre su escritorio. Olía a frutas silvestres. John respiró con fuerza y le quitó los vibradores con cuidado. Jessica emitió un largo gemido cuando lo hizo.

John se frotó las manos y finalmente decidió desvestirse. Había dejado la ropa que traía Jessica sobre un armario, e hizo lo propio con la suya. Se miró y comprobó que sus abdominales parecían estar más marcados que el día anterior. Su “polla” parecía haber crecido un poco, aunque quizá fuese parte de su imaginación.

Ataviada sólo con la faja que mantenía sus pechos profundamente apretados contra su torso. Aún seguía en estado de negación ante la idea de que Jimmy le hubiera embarazado. El retraso debía deberse a las hormonas, se decía. Las náuseas a haber comido algo en mal estado.

Se olvidó de ello y se acercó a Jessica. La muchacha permanecía en aquel estado de sueño, con el cabello pelirrojo revuelto. Jessica era rubia, pero John había pedido que la tiñeran de pelirrojo para acrecentar aún más su parecido con Scully. El resultado era inmejorable. Parecía pelo natural, estaba teñido hasta la raíz.

Finalmente, John pareció decidirse, porque le abrió la boca a la muchacha y se la ladeó sobre el escritorio. Acercó su monstruoso clítoris y lentamente empezó a metérselo en la boca, estremeciéndose en el acto.

Aquella boquita parecía tener el grueso perfecto para su monstruo. Comenzó a follarla mientras acariciaba distraídamente su pelo. Usándola como una muñeca hinchable. Y ella se dejaba como la muñeca que era.

Estuvo jugueteando con sus tetas con la mano que le quedaba libre. La había visto con aquellas bufas operadas en la reunión de exalumnos y algo se había despertado en ella. Y desde que se había convertido en hombre, no dejaba de pensar en ella. Mientras se las apretaba, no dejaba de pensar en ella.

Lanzó un quejido cuando se corrió violentamente en su cara y la dejó completamente manchada de flujos. John gruñó de satisfacción y se dedicó unos momentos a reponerse. Quería más. Él siempre quería más. Abrió las piernas de aquella preciosa muñequita y sin más aviso previo, penetro su coño de una estocada, logrando que un pequeño gemido involuntario saliese del rostro de Jessica.

Se inclinó sobre la mujer y finalmente la despertó con un apasionado beso en los labios. El gesto de Jessica fue instantáneo, despertó y devolvió el gesto, abrazándose a él con brazos y piernas. Cuando se separaron le miró con deseo.

_ Amo… no has perdido el tiempo. _ Ronroneó, lujuriosa. _ Así da gusto despertarse…

_ ¿Te gusta que te despierten con el coño lleno y apretándote las tetas? _ Le dijo, uniendo la acción a la palabra y haciéndola gritar.

El coño de Jessica se encajaba muy bien con su herramienta. La muchacha gritaba, completamente desatada mientras John se dejaba llevar y la embestía con una ferocidad que nunca le había mostrado a su mujer.

Tomó a Jessica por el cuello con ambas manos, estrangulándola mientras se acercaba cada vez al orgasmo. La muchacha se corrió buscando aire y John lo hizo unos segundos después, dejándose caer sobre el escritorio. Durante unos segundos se sintió enormemente masculino, hasta que notó una sensación cálida en el pecho y pudo notar la humedad que se le formaba en los pezones.

Otra vez estaba lactando. Aquello era una nueva afrente a su masculinidad, la misma que creía haber demostrado al follarse a Jessica como a una perra. Gruñó, frustrado, y empezó a vestirse.

_ Zorra, reacciona.

Jessica recuperó poco a poco la cordura y la respiración. La inteligencia tardó un par de segundos en volver a su cerebro, pero bastó que John le diera una sonora bofetada para que reaccionase.

_ Sí amo, lo siento, amo. _ Sonrió Jessica.

_ Vístete y ve a tu puesto. Voy a comer, no pases llamadas hasta que vuelva. _ Se dirigió a la salida. _ Y procura aprender a llevar las apariencias. Cuando no estemos a solas, llámame John.

_ Como ordenes, John. _ Sonrió, mordiéndose el labio, pícara.

Mientras la muchacha se vestía con una gran sonrisa, John se dirigía hacia la sala de descanso. Aún le quedaban unos veinte minutos antes de salir a buscar a su mujer para llevarla a casa y comer juntos. En parte la envidiaba. Suspiró, tratando de olvidar su antigua vida, y se preparó un café, estaba agotado después de estar fornicando a Jessica.

Se estaba preparando el café cuando sintió una arcada que hizo que se desestabilizara. Estaba a punto de caerse cuando notó que le sujetaban. A su espalda, Estela, la directora de recursos humanos y parte de la junta directiva, la había sujetado.

Era una mujer ya entrada en años, bastante mayor que John, pero muy atractiva. Le había puesto las manos sobre el pecho y eso provocó que John se apartase como si le hubieran quemado. La miró con desprecio.

_ ¿Se puede saber qué haces?

_ Evitar que te desmayes, He… John. _ Le miro, cruzando de brazos. _ Se te ve mareado, ¿Qué te pasa?

_ No es asunto tuyo, Estela. _ Gruñó John, como un toro embravecido.

Notó que le miraba el pecho. Y ahí estaba. La leche que había salido de su pezón izquierdo había terminado manchando la camisa que llevaba y formando un reguero que por poco atravesaba hasta llegar al blazer.

_ Oh… eso te pasa. John, de verdad que entiendo tu situación, pero si estás embarazado… deberías coger la baja por maternidad.

_ ¿Embarazo? ¿Yo? Soy un hombre, Estela. _ Bufó, poniendo los ojos en blanco.

_ Helena. _ John cerró los puños. _ Fui a tu boda. Sé quién eres y esto es ridículo. Si tienes que coger la baja, cógela. No puede ser sano para el niño que…

Estela no pudo terminar la frase. John le había dado una bofetada tan fuerte que la había tirado al suelo.

_ ¿Quién coño te crees que eres para llamarme así? _ John no había estado tan cabreado en toda su vida.

_ Alguien que está preocupada por ti. _ Ratificó Estela. _ Me importa un bledo si te llamas John, Helena o Mari Carmen. No deberías ignorar a tu cuerpo si estás embarazada.

_ Seguro que os lo pasáis muy bien en recursos humanos riéndoos de mí, ¿Verdad? _ Le espetó John. _ Diciendo que soy un medio hombre. Una excusa de jefe… Seguro que os habéis despollado a mi costa pensando en que debería volver Fred.

_ John, yo nunca…

_ ¡No quiero escucharlo, Estela! _ Le dijo, tomándola de los hombros mientras se levantaba y empujándola contra la pared. _ Ahora te voy a demostrar lo hombre que soy, y se acabarán los cuchicheos.

Estela se vio arrastrada a una habitación vacía. John la había llevado por el pasillo y no se habían cruzado con nadie. Cuando John cerró el pestillo, Estela sintió que se le paraba el corazón.

_ John, hablemos de esto antes de que hagas alguna locura. _ Le advirtió Estela.

_ No vamos a hablar de nada, Estela. Lo que va a pasar es que te vas a poner de rodillas y me vas a chupar la polla.

_ John, no tiene gracia. Si piensas que…

_ Si no te arrodillas y me chupas la polla ahora mismo haré que te despidan y me aseguraré de que nadie más te contrate en esta ciudad.

Estela tragó saliva. Sabía que John tenía poder para hacer eso. Era el jefe de una de las empresas más grandes de la ciudad, y además tenía contactos. Un par de llamadas, una cena con la persona adecuada y ella acabaría en la calle y despreciada. No se lo podía permitir.

El dolor al orgullo fue tanto que casi le pareció que le crujían los huesos cuando se dejo caer y sus rodillas tocaron el parqué. John se acercó con una sonrisa maliciosa y los ojos de Estela se abrieron como platos al ver cómo se inflamaba el pantalón de su jefe.

_ Vamos, desempaquétalo. _ John sonrió.

Estela emitió un hondo suspiro, alargó las manos y abrió el pantalón de su jefe. La sorpresa fue mayúscula cuando vio aquel monstruoso clítoris que, de hecho, empezaba a cambiar su forma para parecer más a una polla. Le daba la impresión de que estaba creciendo por segundos. Era más grande que la polla de su marido.

Notaba un aroma que provenía de él… uno que era embriagador. Los restos de los afrodisíacos que llevaba Jessica en sus consoladores se habían quedado impregnados en aquella “polla”, y en aquel momento estaban entrando por su nariz, provocando que, muy a su pesar, Estela sintiese que se excitaba y sus pezones se pusieran de punta.

Ante la atenta mirada de John, abrió la boca y se metió aquella masa de carne entre los labios, primero con asco, y luego notando el extraño y adictivo sabor del afrodisíaco mezclado con el propio sabor salado que manaba del coño de John.

Más pronto de lo que jamás admitiría, el afrodisíaco tomó el control de Estela, que empezó a cabecear de forma animada mientras, sin darse cuenta, se metió los dedos en el coño bajo la falda. John sonreía, observando la larga cortina de cabello negro de Estela moverse mientras la mujer cabeceaba, con la mirada atontada en aquellos ojos verdes.

Sin aviso previo, John se corrió sobre ella, manchado su rostro y el traje de ejecutiva que llevaba. Estela no reaccionaba. Presa de los estímulos de la droga se quedó como estaba, de rodillas, tocándose el coño agresivamente y con la mirada perdida. Ni siquiera cerró la boca.

_ Al suelo. _ Ordenó John.

Ella obedeció y se dejó caer. John levantó su falda y observó cómo jugaba por encima de sus bragas. Sonrió, se las hizo a un lado y, tras un juego previo para restablecer su dureza, la penetró, provocando que Estela lanzara un grito.

Aquello venció su casi nula resistencia y Estela, como una muñeca, se dejó hacer mientras gemía emputecida por los narcóticos. Una risa demente escapó de los labios de la morena mientras John remataba el trabajo corriéndose una segunda vez.

_ Así aprenderás… Zorra.

Se subió el pantalón y la dejó allí, cerrando con salir. Sabía que el efecto de las drogas no sería indefinido. Sí, John se había dado cuenta, no era estúpido. Y por ello se encaminó directamente frente a su despacho. Jessica estaba mirando sus fotos corporativas mientras, en un gesto que parecía casi tan casual como respirar, mantenía su mano izquierda metida bajo las bragas.

Era toda una profesional, porque manejaba el ordenador a la perfección sólo con la mano derecha, que desplazaba ágilmente entre el teclado y el ratón.

_ John, ¿No ibas a salir a comer? _ Le preguntó.

_ Si, de hecho, me tomaré la tarde libre, pero antes hay un asuntillo que quiero que resuelvas.

_ ¿De qué se trata?

_ Verás, tengo a Estela encerrada en el almacén de la quinta planta. Está bajo los efectos de lo que sea que te metieron cuando estabas en la caja.

_ Debe estar cachonda perdida. _ Jessica dejó escapar una risita.

_ Sí, lo está, por ahora. Pero no será indefinido. _ Bufó John. _ Necesito que te ocupes de ella.

_ ¿Quieres que la mate? _ Preguntó Jessica.

_ No no, matarla no. _ Suspiró John. _ Pero… asegúrate de que no hable. Seguro que se te ocurre alguna forma de acallarla.

_ Haré lo que sea necesario, amo. _ Dijo Jessica, decidida.

_ Bien, eres una buena chica, Jessica. Te veré mañana.

_ Hasta mañana, John.

La pelirroja jugó con un boli entre sus labios mientras miraba a John marcharse, con la vista fija en su culo. Se corrió pensando en él, pues así se lo dictaba su programación, y después se encaminó hacia el almacén. Ya había pensado exactamente en lo que iba a hacerle a Estela. Necesitaba ayuda, pero por suerte, había alguien que le debía un favor.

John llegó un poco tarde a recoger a su esposa. Pero Ginger no pareció echárselo en cara. Ella sonreía mientras iban a casa, preguntándole qué tal su día, y John no le dio mucha importancia. Le contó cómo había contratado a su secretaria nueva y poco más, diciendo que no creía que hubiera sido un día demasiado interesante.

Por lo que le contó Ginger, el suyo tampoco lo había sido demasiado. Un día normal en la tienda. Cuando llegaron a casa ambos se pusieron cómodos. Ella se puso sólo un sujetador deportivo y el delantal con el que iba a cocinar y él directamente quitándose la faja y dejándose solo el calzón que ya llevaba. Le dolía reconocerlo, pero tenia los pezones muy sensibles y detestaba la sensación cuando producían leche.

Estaba embarazo, de verdad lo estaba y se odiaba por ello. Era otra prueba más de que su hombría estaba fallando. Cuando su mujer llegó a la mesa con la tortilla que había preparado, trató de cubrírselos al notar que lactaba otra vez.

_ Cielo… ¿Qué pasa? _ Le preguntó, dulce. _ Sabes que puedes contarme lo que sea, cielo.

John miró a su mujer y lanzó un hondo suspiro, dejando que sus pechos se mostrasen y que su mujer pudiese ver el pequeño reguero de leche que manaba de ambos.

_ Creo que estoy embarazado de Jimmy. _ Reconoció, avergonzada.

Esperaba que Ginger le repudiara, que le insultara, que le dijera que era una excusa de marido y excusa de hombre. Lo que sin duda no esperaba es que la rubia empezaba a dar botes provocando que sus enormes tetas y su polla dieran botes.

_ Oh cielo, pero eso es maravilloso. ¡Voy a ser mamá otra vez! _ Dijo, con una sonrisa de oreja a oreja. _ ¡No podías haberme hecho más feliz!

_ ¿De verdad te parece bien? _ John se extrañó. _ ¿No te parece que soy… un mal marido?

_ En todo caso eres el mejor del mundo, cielo. Eres como un caballito de mar. _ Sonrió Ginger. _ Yo no puedo tener hijos, así que lo estás haciendo tú por mí. ¡Eres el mejor papá del mundo! Además, ya tienes experiencia en partos. Verás como sale todo rodado.

_ Ginger, ¿Te he dicho ya hoy que te quiero?

_ Sólo un par de veces. _ Sonrió Ginger. _ Ven, vamos a la cama.

_ ¿Ahora? Si no hemos comido. ¿Para qué?

_ Para sacarte la leche, tonto. Te tiene que estar molestando y tienes que estar manchado todo. Si como ahora, después no me va a caber.

John sonrió, cogió a Ginger de la mano y se encaminó al cuarto. Estela no estaba en una situación tan agradable. Se encontraba atada a una máquina que retenía sus extremidades en una posición extendida nada incómoda y que exponía su sexo, en una sala a oscuras y sintiendo cómo cámara de vigilancia la observaban y, a través de Ellas, Erica la miraba.

_ Te lo pido por favor, mi amo lo necesita. _ Le insistía Jessica.

_ Jessica, el equipo de la empresa es muy caro. No puedo usarlo para caprichos personales. _ Razonó Erica.

_ Te chuparé el coño… _ Jessica notó que Erica empezaba a ceder. _ Y el culo… sé que te encanta que te chupen el culo.

_ Es tentador, pero…

_ Y me pondré ese cosplay que te gusta tanto…

_ ¿El de Peach? _ Erica alzó una ceja.

_ Sí, ese mismo. Pero… por favor, no me dejes tirada.

_ Ah, supongo que puedo hacer una excepción… esta vez. _ Erica movió ligeramente una palanca y, a través de las cámaras, Estela empezó a gritar.