Palabras Mágicas 10

Howard cree que puede quedarse a Astrid para siempre. ¿Estará en lo cierto?

Las criadas al principio se horrorizaban, pero con el pasar de las semanas, terminaron a acostumbrarse a aquella mujer hedionda que recorría la casa, que comía como un animal y que se pasaba todo el día fornicando con el dueño de la casa. Todo sea dicho, no dejaba de ser una mejora con respecto a lo anterior. Howard estaba tan enfrascado con Astrid que ni miraba con deseo a las otras chicas como solía hacer antes.

Dentro de lo enfermo que todo resultaba, había un extraño statu quo que se mantenía y era agradable. Después de todo, ya desde un principio había que estar hecha de una pasta especial para trabajar con ese hombre.

Por eso la criada ni alzó una ceja cuando entró y se encontró a Howard mordisqueando los pechos de Astrid y haciéndola gritar como una puerca. La muchacha le estaba sujetando la polla con ambas manos y realizándole su paja mañanera. La criada dejó la bandeja de desayuno en la mesa y se dispuso a marcharse cuando Howard la detuvo.

_ Espera, guapa. _ Le dijo, con la voz ronca por el placer. _ Quiero que avises al resto.

_ ¿De qué, señor? _ Preguntó ella, muy correcta, como de costumbre.

Howard se rio con una risa gorrina. Astrid le habría acompañado. Pero ahora que tenía las tetas libre se había acomodado la polla en la boca y estaba forzándolos a su alrededor en una de las posturas favoritas de ambos.

_ De que esta putita y yo nos vamos a casar. _ El anuncio vino acompañado de un sonoro pedo vaginal de parte de Astrid, que se sacó un momento la polla de la boca y sonrió.

_ Oh, mi amor… ¿Por qué no me habías dicho nada?

_ Acabo de decidirlo. _ Sentenció él.

_ Oh, Howie, soy tan feliz. _ Dijo ella.

Le tumbó en la cama y se deslizó sobre ella, metiéndose la polla directamente en el ano. Quería darle el mejor orgasmo posible después de esa revelación. No, no se lo había pedido. Tampoco es como si ella hubiera podido decir que no.

_ Entiendo, señor. _ Dijo la criada, que no podía dejar de mirar. Era horrible, pero no podía apartar la vista.

Astrid bamboleaba sus enormes pechos y se frotaba el clítoris sobre la mata de pelo que cubría su coño. Estaba acartonado. Todo el pelo de su cuerpo lo estaba, especialmente el de sus axilas, que sobresalía por debajo de los brazos como un pequeño bosquecillo.

_ Empieza con los preparativos.

La muchacha parpadeó repentinamente. Se había quedado embobada mirando a Astrid encularse. Si Howard no la hubiera interrumpido probablemente no hubiera dejado de mirar hasta que, momentos después, Astrid tuvo su orgasmo e, imitando a Howard, empezó a gemir con sonidos propios de una cerda.

La criada lo había entendido. Había entendido por qué la muchacha no se duchaba ni se depilaba. Era sencillo. Howard quería alguien tan guarra como él, que entendiese sus métodos de vida, su escasa higiene. Alguien con quien apestar. Había cogido a una muchacha bastante refinada para ser una prostituta y la había convertido en una cerda.

Una cerda que cuando se corrió sacó la polla manchada de mierda y empezó a lamerla, para luego inclinarse sobre él y darle un profundo y amoroso beso. La criada abandonó la habitación. Se dirigía a una pequeña habitación en una salita en la que se reunían, para acordar los planes, cuando sonó el timbre.

Se dirigió a la puerta y al abrir se encontró con dos hombres trajeados y con gafas de sol. Los hombres entraron en la casa sin decir una sola palabra, y cuando trató de detenerlos, fue incapaz. Eran extremadamente fuertes, y se la quitaron de encima con facilidad pasmosa. Cuando trató de gritar, le echaron un spray en la cara y la mujer cayó redonda al suelo.

Tras meterla en un armario, los hombres se dirigieron directamente hacia el dormitorio que Howard ahora compartía con Astrid. Y se la encontraron sobre él, dando botes. Aún estaba supurando semen del culo y era su coño el que era maltratado mientras ella gritaba como una gorrina.

Los hombres se les echaron encima y, no sin dificultad, separaron a la chica del cerdo que, entre gritos, trató de detenerlos.

_ ¡Soltadme hijos de puta! _ Gritaba Astrid. _ Necesito su polla. ¡La necesito!

Cuando Howard se levantó de la cama, con toda su masa, el hombre que no estaba sujetando a Astrid no dudó y sacó una pistola con silenciador. El otro… le susurró a Astrid, aquella palabra y la muchacha dejó de resistirse de inmediato.

_ Has abusado de nuestra confianza, Howard. _ La voz del hombre era seca, ronca. _ Te dimos un regalo y te has aprovechado de él.

_ ¿Y qué vais a hacer? _ Les desafió Howard. _ Miradla. Llevo todos estos días trabajando en ella. ¡Mirad su culo y su coño! Sólo mi polla encaja ya. Ninguna otra podrá hacerla disfrutar. No podrá complacer a ningún hombre más que a mí. ¿Para qué os sirve?

Los hombres la miraron un instante. Era cierto. Los dos agujeros tenían un tamaño exagerado y estaban enrojecidos. Cualquiera de ellos podría meter la polla y seguramente ni lo notaría.

_ Os pagaré. Sabéis que tengo dinero. ¿Cuánto tengo que pagar para quedarme con ella? _ Howard se pasó la lengua por los labios. _ La cantidad no importa. La necesito. La quiero.

_ No es cuestión de dinero. Howard. _ El hombre mantuvo firmemente el arma entre sus dedos. _ Ahora nos la vamos a llevar… y más te vale no oponer resistencia.

Howard lanzó un gruñido animal y se dispuso a lanzarse sobre ellos. Pero fue inútil. El hombre no mostró un ápice de duda. Disparó en la pierna derecha de Howard y él cayó cuando largo era, justo sobre su inflamada polla. El dolor fue tan intenso que no pudo hacer nada más que encogerse y lloriquear mientras los hombres se llevaban a la rubia.

Astrid, completamente sometida, se dirigió hacia la furgoneta. Los hombres jugaron al piedra papel o tijera y el ganador se metió con ella en la parte de atrás, se bajó el pantalón y se sacó la polla.

_ Chupa.

_ Sí, amo. _ Respondió la autómata que era Astrid.

Después de haber estado jugando con la polla de Howard, las pollas normales ya no le suponían ningún desafío. Astrid siempre había sido buena chupando pollas, pero ahora era capaz de realizar una garganta profunda sin una sola arcada y manteniendo la respiración durante un largo rato.

El hombre gemía de satisfacción cuando la muchacha demostraba su habilidad, y aunque lo hacía sin la más mínima emoción, Astrid consiguió que se corriera tres veces antes de que la furgoneta se detuviera.

_ Detente.

_ Como desee, amo. _ Dijo, sacándosela repentinamente.  Él mismo tuvo que cerrarle la boca.

Se subió el pantalón, abrió la puerta y la chica comenzó a seguirle por aquel garaje. Se cruzaron con varias personas, y nadie pareció dar importancia a la desnudez de Astrid, pero sí a su olor corporal. Fue más notorio cuando, tras subir una dilatada cantidad de plantas en el ascensor, llegaron al despacho del presidente de la compañía y el hombre se aproximó.

_ Pero dios mío… ¿Qué le ha hecho ese cerdo? _ gruñó el hombre. Era el mismo que había recogido a Astrid cuando había abandonado la casa de Jimmy. _ Bajadla a que la limpien y la arreglen. Cuando esté presentable avisadme, no antes. Madre mía, que puto asco. Es la primera vez que la miro y no se me pone dura.

_ Bien, así lo haremos.

Astrid recorrió los pasillos de aquella empresa siempre siguiendo al hombre al que se la había chupado, pues lo consideraba su amo en aquel momento. De estar consciente habría reconocido los pasillos de la multinacional farmacéutica, pero era como si no estuviera allí. Su cuerpo se movía, pero su mente estaba vacía.

_ Bien, esta es Erica. _ Le dijo el hombre, dejándola junto a una enfermera. _ Ella se ocupará de ti.

_ Como ordenes, amo. _ Dijo ella, como de costumbre, sin emoción.

_ Madre mía, que olor. Sígueme. _ Dijo la mujer, tapándose la nariz.

La llevó ante un instrumento al que la sujetó, como si fuera una pata de jamón. La muchacha no se quejó mientras la enfermera tecleaba algunas cosas en su ordenador.

_ Siempre te he encontrado muy atractiva, Astrid… _ Suspiró, introduciendo comandos. _ Siempre recuerdo con cariño la vez que me comiste el coño. Y… ah, ojalá me atreviera a decírtelo en un estado en el que te acordaras. Vamos allá, cierra los ojos, enter.

La máquina la elevó del suelo y, fue una suerte que Erica hubiera dado aquella orden, porque lo primero que golpeó a Astrid fueron chorros de agua y jabón a presión, uno de ellos directamente al rostro. Erica había elegido el programa más largo, así que sacó una revista y estuvo haciendo un crucigrama mientras, durante hora y media, el agua y el jabón la azotaban.

No era necesario que Erica comprobase gran cosa. Normalmente aquel procedimiento no duraba más de diez minutos, pero tras aquella ducha maratoniana el ordenador dio un pitido para avisarla. Erica dejó la revista y el lápiz sobre la mesa y se acercó a Astrid. Acababa de pasar por una ronda intensa con secadores y estaba seca. Su cabello estaba de nuevo liso, brillante y tenía un aspecto mucho más saludable. Erica le sobó las tetas con descaro y la muchacha, aún en estado de trance, dejó escapar un gemido y se humedeció.

_ Sí, suave y delicada, perfecta… pasemos a depilación, cariño.

Erica, ordenó el pelo de Astrid en un elaborado moño sobre la cabeza, parándose más tiempo a oler su pelo del necesario y volvió a la máquina.

_ Bien, de cuello para abajo, todo fuera. Mantén los ojos cerrados, bonita… enter.

La máquina elevó los brazos de Astrid y dos láseres de alta potencia comenzaron a depilar cada una de las zonas con vello de la joven. La propia máquina parecía estar programada con algo de perversión, porque dejó rasurar el coño para el paso final, dejando a Astrid completamente lisa. Erica volvió y esta vez, miró en todas direcciones, sabiendo que lo que estaba haciendo era cuestionable, y se acercó a la axila de Astrid, aspirando su aroma lentamente, y luego le dio un pequeño beso. La rubia se estremeció y se corrió un poquito.

_ Que guarra eres, cómo te adoro. _ Comentó, mientras le deshacía el moño.

Volvió a su máquina y, tras unos últimos toques, la máquina se entretuvo peinando el pelo de Astrid y maquillando su cara, pintando sus labios de un fino color rojo y maquillando sus ojos con la misma dulzura que una madre. Erica estaba haciendo grandes esfuerzos para no masturbarse.

Hecho aquello, la mujer se acercó a Astrid con algo de ropa. Nada demasiado especial. Unas braguitas, un sostén y una camisa y pantalones con el nombre de la empresa serigrafiado.

Astrid abrió los ojos una media hora después. Finalmente, tras varias semanas, había vuelto al estado mental en el que trabajar como Mimy Pink era su mayor aspiración. Recordaba todo lo sucedido con Howard y, asustada, lo primero que hizo fue llevarse los dedos al coño.

Emitió un gemido de alivio y satisfacción cuando se percató de que, de alguna forma, tanto ese agujero como el de su ano parecían haber recuperado su tamaño habitual. De hecho, estaban incluso un poco más estrechos de lo habitual.

_ Veo que por fin has despertado.

Astrid elevó la vista y se encontró con el presidente de la farmacéutica. Instintivamente sonrió, mucho más relajada que antes.

_ Amo Luis. _ Le llamó. _ Usted como siempre cuidando de mí.

_ Sí, y no creas que ha sido fácil. Devolver el tamaño a esos agujeros ha costado incluso con nuestra maquinaria.

_ Lo siento, amo… me cogió por sorpresa.

_ Sí, nos hemos dado cuenta. Aunque nos ha ayudado mucho en nuestra investigación, todo sea dicho. Algunos clientes quieren coñitos estrechos cada noche y pronto se los podremos proporcionar. Mientras preparo el informe quiero que redactes una carta para Jimmy. Queremos hacer más estudios hormonales y creemos que podemos sacar tajada de él.

_ Será un placer, amo. Adoro a ese pequeño chico calenturiento.

_ Sí, claro. _ Bufó él, algo molesto. _ Es una lástima no disponer de más tiempo con Howard. Era un gran sujeto de pruebas.

Astrid sonrió. Una sonrisa pérfida y cínica impropia de una víctima.

_ ¿Y quién dice que no lo tengamos, amo?

Luis compartió la sonrisa. Adoraba a aquella zorra.

Howard estaba desolado. No sólo había perdido a su amada Astrid, si no que además estaba asustado por lo que la gente para la que trabajaba aquellos hombres pudiera hacerle. Por eso se había resistido a publicar los datos de Astrid en la red o a hacer ningún movimiento a ese respecto.

Pasaron unos días cuando le llegaron dos paquetes. Dos paquetes a nombre de Mimy Pink, junto con una carta. Eran dos paquetes igual de enormes que el que había traído a la muchacha. Cogió la carta y la abrió, con cierto miedo. Estaba escrita del puño y letra de Astrid.

Hola, Howard.

Debes saber que lo que hiciste estuvo mal. ¡El concurso tenía unas bases y no las respetaste! Mi jefe me recomendó que te hiciera algo muy muy malo, ¿Sabes? Pero… la verdad es que me lo pasé muy bien… y gocé mucho de tu grandiosa polla. Así que… he decidido que seré compasiva contigo.

Te he inscrito el programa de partners de una empresa con la que trabajo. Vas a poder probar nuestros productos. Haz lo que te decimos y te prometo que te lo vas a pasar muy bien.

Claro… para usar nuestros productos necesitas una mujer… ¡O dos! He pensado que es una buena forma de llenar el vacío que te he dejado… pórtate bien a partir de ahora… si vuelves a liarla no seré tan buena. Me despido con el único nombre mío que debes recordar,

Mimy Pink.

Howard olvidó repentinamente el verdadero nombre de Mimy… o su rostro. Era extraño, porque recordaba perfectamente todo lo que les había ocurrido, pero no era capaz de asociar el rostro de Astrid a sus recuerdos. Negó con la cabeza, agradeciendo su buena suerte y se acercó a las cajas, frotándose las manos. Abrió la primera casi con rabia y se quedó de piedra.

Tumbada en la superficie de gomaespuma había una mujer negra, madura, de unos cuarenta años, pero con el cuerpo extrañamente bien conservado. Era guapa y tenía un maquillaje exquisito. Pero sin duda, lo que llamó más la atención a Howard fueron los dos consoladores gigantescos que llevaba la mujer. Parecía que ya habían entrenado su coño para recibir su tranca.

Su cara le llamó más la atención porque la conocía. Era la CEO y dueña de una de sus empresas rivales. Teniendo control sobre ella, Howard no dudaba de que podría absorber esa empresa sin dificultades… aunque eso sería más adelante… en aquel momento su polla se estaba poniendo increíblemente dura y pensar en los negocios era muy complicado. No obstante, tuvo suficiente sangre fría para contenerse y abrir la otra caja.

Y entonces se echó a reír con ganas. Tumbada en exactamente las mismas circunstancias estaba su ex prometida. Era una muchacha que rondaba la misma edad que la morena, de piel pálida y ojos oscuros, el cabello de un tono castaño. Tenía el rostro infantil, era muy guapa.

Se había acercado a él por el dinero y en cuanto había visto la separación de bienes había volado. Estaba claro que pensaba estar un par de años para aparentar y después pedirle el divorcio con cualquier excusa. Ahora no podría hacer tal cosa.

La criada había tenido un mes de baja y además le habían dado una gran compensación económica. Era por esas cosas por las que trabajaba con Howard Jenkins. Los incentivos eran geniales y cualquier falta era compensada. Podía faltar al trabajo sin dar apenas excusas y, con todo, a pesar de que la mirase con deseo, cuando le ofreció una generosa suma por pasar una noche con ella, rehusó, y desde entonces nunca se lo había vuelto a pedir.

Cuando fichó aquella mañana, tenía ganas de trabajar, de hecho. Se puso el uniforme y preparó el desayuno, encaminándose hacia la habitación del hombre. Esta vez sí que se llevó una sorpresa. Howard volvía a estar acompañado.

Había dos mujeres con él. Una de piel negra y robusta… otra pálida y pelirroja. Ambas estaban cubiertas con capas y capas de semen de Howard. El olor a sexo en la habitación era tan intenso que instintivamente la mujer se humedeció un poco a pesar de que estaba mezclado con el olor corporal de los tres y un leve olor a mierda que manaba de todos. Las chicas tenían unas tremendas matas de pelo en las axilas y sobre sus respectivos coños, que en aquel momento supuraban semen mientras se turnaban para complacer al dueño de la casa. Se había quedado hipnotizada mirando aquella escena, hasta que el hombre habló.

_ Deja el desayuno sobre la mesa, querida.

_ Sí, señor… sólo he preparado comida para uno, ¿Preparo algo también para las chicas? _ Preguntó.

_ ¿Qué decís, prometidas mías? ¿Tenéis hambre?

Las chicas se relamieron los labios a la vez.

_ Sí, amor… estaría bien comer algo. _ Reconoció la morena. _ Tú, qué dices.

La otra chica se sacó la polla de la boca y dejó escapar una risa boba mientras se sacaba el puño del coño, pues meterlo entero era la única forma de sentir algo cuando no era la polla de Howard la que la llenaba.

_ Sí, me apetece.

_ Ya has oído a las señoritas. Prepárales algo ligerito. Esta tarde tienen mucho que hacer y no quiero que les caiga pesado.

La criada asintió, abandonó la habitación y cerró tras de sí. No sabía de dónde había sacado Howard a esas chicas… pero parecían incluso más adictas a él que la que había traído antes.