Palabras entre las piernas
...Sus labios se pliegan al mínimo contacto, parece que me invitaran a entrar. Un rumor de canto de sirena me seduce, me llama. Ese sexo me habla, a Sara le brotan palabras de entre las piernas. Y como siempre, yo me dejo llevar...
Todos dicen de Sara que es como un libro abierto, que no tiene dobleces, que lo que se ve es lo que hay, y en parte es eso lo que me gusta de ella. Claro que también me atraen sus piernas cuando al llegar a casa se baja de los tacones y se masajea las pantorrillas cansadas, desde los tobillos hinchados a las rodillas imperfectas; me gustan sus caderas, allá donde la curva se vuelve sinuosa, me gusta cuando aparta su melena castaña y rizada, y la deja caer toda por encima del hombro derecho y su pelo parece formar olas que, por más que lo intenten nunca consiguen encaramarse a sus pechos. Me gusta su sonrisa y esa mezcla imposible en su mirada entre inocencia y deseo cuando me ve observarla así como si nada, así desnuda y en la distancia.
Sin apenas separar los labios su voz me reclama. Acudo presta, y el tacto cálido de su piel hace que me moleste la ropa. Dejo que sus manos me desvistan, primero la blusa y sentir las cosquillas de las yemas de sus dedos en mi cuello comienza a derretirme. Después el pantalón, y nuestras miradas se encuentran en ese hueco entre su piel desnuda y mi cuerpo a medio vestir. Agarro sus manos tan pronto como consigue soltar el cierre, juego con sus dedos, los llevo a mi boca. Siento la llamada poderosa de su cuerpo, y esa especie de neón parpadeante que son sus dientes mordisqueándose el labio. Cuando el abrazo se termina siento mi lengua repasar inconscientemente mis propios labios buscando su sabor. Sara camina delante, negligentemente, mueve teatralmente las caderas mientras se dirige a la habitación. Observando su figura desnuda no me gusta mi no desnudez:
- ¿No me terminas de quitar la lencería? - le sugiero.
-Para este juego no hace falta desenvolver el regalo - dice. Yo soy su juego, yo soy su regalo. Al caminar por el pasillo un espejo me confirma que tengo una expresión de idiota enamorada.
La habría encontrado a oscuras, guiándome por mis sentidos y el instinto, atraída por el imán que es para mí, pero ha dejado la luz encendida y su cuerpo reclinado sobre la cama inmediatamente centra mi mirada. Me acerco, agacho mi cuerpo, ella ronronea. Poso mis labios, me gustaría besar cada milímetro cuadrado de su anatomía, alimentarme de su sabor, nutrirme de ella. Comienzo por los hombros, eso termina de hacerla caer sobre el colchón, sigo por sus brazos hasta llegar nuevamente a sus dedos; han estado en mí, han estado en ella tantas veces, necesariamente tienen que conservar nuestro sabor. Yo no tengo su paciencia, a mi me gusta desgarrar el papel de regalo tan pronto como recibo el paquete, así que desabrocho mi sujetador y en su rostro se dibuja una sonrisa mientras observa el ligero vaivén que realizan mis pechos antes de adquirir su posición natural. Me tiendo sobre ella, continuamos besándonos, ofrezco mi cuerpo a sus manos. Un cachete en mi culo resuena cuando Sara se cansa de abrazar mi cintura; me hace reír y me pone cachonda. La beso con fuerza, hundiendo su cabeza en la almohada. Ella arquea su cuerpo, mi boca comienza un camino sin retorno desde su cuello. Sus pechos se me ofrecen irrechazables. Los amaso, los junto, los muerdo, los aprieto, los colmo de caricias y lametazos. Sara gime y yo me entretengo provocando su excitación.
Casi con morriña me despido de sus senos y continúo bajando, llenando de besos su vientre cálido. Sara me apremia con una mano en mi cabeza, me empuja, quiere que llegue cuanto antes a destino. Mis hombros ayudan a separar sus piernas. Ahí está, rosado y lampiño, mi jardín de las delicias, el causante de mis desdichas, el misterio que me empeño siempre en desentrañar, mi todo. Mi dedo dibuja su forma, apenas rozándolo, pero Sara está más que en alerta. Sus labios se pliegan al mínimo contacto, parece que me invitaran a entrar. Un rumor de canto de sirena me seduce, me llama. Ese sexo me habla, a Sara le brotan palabras de entre las piernas. Y como siempre, yo me dejo llevar. Mis labios se posan sobre él, apenas lo toco, son besos de mariposa a lo largo de la raja. Cuando Sara necesita más separa las piernas, invitando a mis manos a participar de la fiesta. Busco su pipa, mi pulgar restriega unas cuantas veces su clítoris y un prolongado gemido escapa de sus labios camino de la estratosfera. Sé qué necesita. Una mano en su monte de Venus y mis dedos separan sus labios, me asomo a la mayor de las profundidades en apenas unos cuantos centímetros. Mi lengua lo recorre entero de abajo a arriba. Repito la operación y los dedos de Sara enmarañando mis cabellos me indican que le gusta. Me introduzco en ella, siento su calor, su humedad, ese sabor que no por conocido deja de ser embriagador. Cuando la consistencia de la lengua no es suficiente dejo paso a los dedos.
- Oooh… - escapa de su boca. No se atreve a pedir más, pero sé que lo quiere. Un par de dedos, los centrales; los hundo, los muevo, los giro, los saco impregnados de Sara, los lamo…. Una y otra vez. Me acelero, me descontrolo. Dedos y lengua, penetración y un continúo frotar ese punto que emerge en la parte superior de sus labios. Y por si fuera poco, mi respiración jadeante caldeando más la cara interna de sus muslos. No tarda mucho en correrse. Sin necesidad de alejarme de su sexo puedo describir la expresión de la cara, con los ojos cerrados y mordiéndose el labio inferior para no dejar escapar un aullido.
Su chocho todavía boquea agitado como un pez sacado del agua cuando me incorporo. Mis braguitas tardan en volar por la habitación lo que tarda la humedad que ha aflorado en mi sexo en separarse de la piel. Sara sonríe. Agarra mis pechos y los besa agradecida. Cuando se sacia me puedo tender sobre ella. Podríamos seguir utilizando los dedos, alguno de los juguetes olvidados en un cajón de la cómoda, pero nos queremos sentir piel con piel. Estiradas en la cama, en un gesto torpe, pecho contra pecho, sexo contra sexo, nuestros cuerpos se restriegan durante unos minutos más, hasta que la energía se consume. Entonces caigo a su lado, no importa si hoy no llego al orgasmo, sentir las caricias de Sara en mi cabello mientras descanso con la cara apoyada entre su hombro y su pecho es la mejor de las recompensas.