Palabra de Seth (8: La perdición de Raser)

El mundo de Raser está a punto de desvanecerse.

¡Raser! - Gritó la voz del señor Doure desde el pasillo.- ¿Se puede saber dónde se ha metido?

Aquella mañana en la que como otras tantas se había despertado angustiado, Raser se encontraba sobre una de las camas que compartía con el resto de sirvientes de la torre blanca. Los demás se habían marchado hacía rato pero él continuaba sentado sujetándose la cabeza a causa del dolor. De pronto se abrió la puerta dejando pasar al jefe del servicio de sirvientes. Le llamaban señor Doure, Raser no conocía ni su nombre, solo sabía que su voz podía meterse hasta lo más hondo de tu cabeza si así quería.

Raser, estás aquí – dijo al darse cuenta de que no se encontraba bien. Él lo miró desde la cama.- Vamos, tienes que ir a preparar el baño del príncipe ahora que yo no voy a estar – dijo dándose la vuelta. Pero señor... - Empezó a decir  Raser antes de ver como Doure se detenía en la puerta y le miraba severamente.

Entonces el sirviente prefirió agachar la cabeza y levantarse de su asiento, sin decir más. Estiró el colchón y salió del cuarto camino de los aposentos reales.

Cuando despertó, Sethir había mirado inconscientemente hacia el otro lado de la cama, donde según recordaba debía estar su querido Arél. Pero no, hizo un esfuerzo por recordar y se dio cuenta de que de madrugada, había tomado en brazos al chico (que ya no era tan fácil como cuando se conocieron) y lo había llevado hasta la habitación de Isi, donde dormían los dos. En aquel momento, unos golpes en la puerta de sus aposentos precedieron a la apertura de la puerta, tras la que asomó el rostro de Raser, uno de los pocos sirvientes de los que siempre recordaba el nombre. Al verlo tumbado en la cama, bajó la mirada al suelo y se excusó.

No te marches, no importa, ya me iba a levantar – dijo saliendo de la cama. No llevaba puesto ni siquiera la tela blanca en la entrepierna cuando se levantó, pero delante de los sirvientes nunca había sentido vergüenza. Caminó hasta el ventanal y observó el aspecto nuboso de aquella mañana.

Raser no tardó más de unos minutos en preparar el agua perfumada y colocar las toallas y la ropa del príncipe en la cama, después se colocó junto a la puerta, como siempre, mientras Sethir tomaba su baño. El sirviente se alegraba al comprobar que el joven Arél no se encontraba en la habitación. Mientras miraba hacia el frente pensaba en lo difícil que le estaba siendo evitar al chico. Nunca antes se había sentido atraido por una persona de su mismo sexo, pero ni siquiera una mujer había despertado en él aquella sensación. No podía seguir así, tenía de dejar aquel trabajo, tenía que intentarlo. Hablaría con el señor Doure...

Raser – le llamó el príncipe. ¿Si, señor? Ve a buscar a Arél y dile que lo he llamado – dijo desde la piscina. Raser pudo ver a través del agua la oscura entrepierna cubierta de vello del príncipe.

No podía creerlo. Parecía que no iba a tener que cruzarse con el chico durante aquella mañana cuando de pronto le mandan a buscarle en persona. Agachando la cabeza y con resignación, abandonó la habitación. Seguramente estuviese en su habitación, con su hermana. Tal vez en la sala de entrenamiento. Pero no lo encontró en ninguno de aquellos sitios. De pronto se sintió furioso, furioso por tener que ver a la única persona a cuya lado, por alguna razón, no podía ni respirar; furioso por que se sentía enamorado del chico; y furioso porque lo odiaba, igual que empezaba a odiar al príncipe, y a aquella torre en general. Mientras caminaba, los ojos se empaparon aunque no llegó a llorar, ni siquiera una lágrima, se contuvo y apretando los labios con fuerza recorrió los pasillos y buscó tras cada puerta al muchacho. Pero no lo encontró. ¿Quizás en los establos? Recordaba que el príncipe había regalado un potro a la niña, pero tampoco lo encontró allí.

¿Habéis visto al chico Arél? - Preguntó a un grupo de sirvientas que se dirigía a la cocina. No, no le he visto en todo el día. Yo tampoco. No estoy segura... - Dijo una.- Creo que entró en la sala blanca... - Dijo con la voz baja. ¡¿En la sala blanca?! -Saltó Raser. Después bajó la voz.- Pero si nadie tiene permiso para entrar allí. ¿Cómo has dejado que entre? Le llamé desde lejos, pero no quiso hacerme caso, ni siquiera me miró... - Dijo la chica molesta.- Además, no voy a ser yo quien prohíba nada al futuro rey de Diin...

Aquello descolocó al hombre.

¿Futuro qué? ¿No te has enterado? - Se extrañó otra de las mujeres.- Todo el mundo habla de lo mismo. Aunque no me extraña, últimamente parece que te escondes por las esquinas. El príncipe se va a prometer con el chico. Nuestro reino va a tener dos reyes – dijo una de ellas juntando las manos y mirando hacia arriba, soñadora.- Será precioso. No imaginaba que pudieran pasar esas cosas aquí. ¿Pero qué estás diciendo? - Le increpó la más mayor.- Qué cosas decís las jóvenes – dijo antes de continuar caminando.

Las mujeres se alejaron y Raser quedó solo. Pensaba que en el fondo, había creído que algo así acabaría pasando, aunque no creía que Sethir pudiese comprometer el estatus de Diin de aquella forma. De todas formas, lo único que debía preocuparle ahora era ir a buscar al chico a la sala blanca y sacarlo de allí. Se encontraba en el piso más alto de la torre. Sólo había visto la puerta abierta una vez. Era una gran sala cubierta de cristales blancos que dejaba pasar hasta los últimos rayos de sol a través. No se veía a través de ellos, pero la claridad de la sala era mágica, con todo su suelo cubierto de placas de cerámica blancas. La sala ocupaba toda la última planta, sin paredes, de lado a lado de la torre, toda cubierta de cristales blancos. Desde fuera, aquel piso parecía dar un aspecto hermoso a la torre, pero cuando entró en ella no pensó igual. Las escaleras que conducían a la sala terminaban fuera de la torre, por uno de sus laterales. Al salir, el viento fresco de aquella nublada mañana le golpeó en la cara, haciéndole agarrarse a la barandilla, evitando mirar hacia abajo, hacia los bosques. Respiró hondo y subió los últimos escalones, colocándose frente a la puerta blanca. Estaba tallada con infinidad de formas elegantes. Sin duda no había otra puerta igual en toda la torre, pero aún siendo la más hermosa poca gente la había visto ya que no estaba permitido subir allí. Agarró el pomo esférico, plateado y frío, y lo giró.

Al empujar la madera, la blancura golpeó en sus ojos con fuerza, haciéndole cerrarlos durante un instante, hasta que se adaptaron a ella. Era más bonita de lo que recordaba. Sintió un escalofrío antes de entrar. Todo era blanco alrededor, y al fondo, una pequeña mancha oscura le indicaba la posición del chico, que aunque iba vestido con telas claras, su cabello negro se diferenciaba con facilidad del resto de la imagen. Al dar el primer paso, un sonido invadió la sala. Era un sonido neutral, pero potente, casi pareció que notaba como o golpeaba en la ropa. Ésto le obligó a detenerse un momento al hacerle sentir que perdía el equilibrio, pero después se acercó a pocos metros del chico, notando como los rayos blancos del sol le envolvían a cada paso que daba.

Disculpa... -Dijo decidido mientras le miraba de espaldas. Tenía la cabeza ligeramente inclinada hacia el frente. Estaba sentado sobre un taburete blanco que apenas se distinguía de los cristales del fondo. Raser tuvo que volver a entrecerrar los ojos para poder ver con claridad.- Perdona, no puedes estar aquí. Nadie tiene permitida la entrada – dijo temiendo la reacción del príncipe al verlo hablar de aquella manera al chico.

No pareció escucharlo, en cambio, vio como la tela blanca de sus brazos se elevaba a media altura. La cabeza del chico se ladeaba apenas unos milímetros, sin que pudiera aún verle los ojos. En aquel momento, otra larga y baja nota invadió la sala, acompañada de otras dos, más breves y seguidas. Sin duda el chico estaba sentado a un piano blanco que Raser no podía distinguir a causa de la claridad.

Nunca he sabido tocar...- Dijo de pronto la voz serena de Arél, haciendo erizarse la piel del sirviente – pero... creo que al ver cómo el príncipe tocaba el instrumento en la torre de plata... de alguna forma – su voz sonaba triste y suave a la vez,- creo que de pronto he comprendido lo sencillo que resulta unir unos sonidos concretos con otros – explicó tocando varias notas más.

El pecho de Raser se hinchó ente aquella sucesión de sonidos, que parecía perfecta. Anunciaban la melodía que la seguía, de sonidos altos y suaves, como la voz del chico. Mientras las teclas se activaban una tras otra, la realidad y la cordura del sirviente se desvaneció, como arrastrada por la brisa. El chico no dejaba de tocar. Veía sus brazos moverse y escuchaba los sonidos elegantes que llenaban la sala. No podía detenerse, lo deseaba, pero no pudo controlar sus piernas que le condujeron a pasos cortos hasta colocarlo frente al piano blanco. Aquello hundió su mundo. Observó al chico embelesado. Tenía la cabeza apenas inclinada, pero le veía perfectamente el rostro, que sin duda se había transformado otra vez en aquella cosa hermosa y perfecta con la que había soñado durante todos aquellos días. Nota a nota, las manos del sirviente real comenzaron  temblar. Sus ojos se llenaron de lágrimas y no pudo evitar encoger el rostro. Aún así, no dejó de verle, allí sentado. Nunca había escuchado nada parecido. Parecía como si el sonido proviniese del cielo, como si los rayos que atravesaban los cristales blanca vinieran acompañados de notas, y también lo envolvieran. De pronto, Arél levantó la mirada, y Raser rompió a llorar, invadido de emoción, y alegría, aunque también le sobrevino una excitación incontrolable que le hizo empalmarse. Ahora le veía de frente, a penas les separaban la longitud del piano. La divina hermosura del chico le estaba haciendo temblar cada vez más, mientras lloraba cada vez con menos control sobre sí mismo. En aquel momento, una sonrisa amable se dibujó en los labios del joven y su cuerpo, toda su forma se vio rodeada de un fuego azulada, casi imperceptible al principio, pero que cegó por última vez al sirviente, cuya vista se blanqueó hasta tan punto que lo último que pudo ver fueron los ojos de color verde intenso. No recordaba que fueran de aquel color, pero no importaba, lloró, ahora aún más mientras su vista se colmaba de blancura. Perdió la rigidez de su cuerpo y se inclinó, palpando para agarrarse a la superficie del piano, mientras de él salía aquella hermosa melodía. Su excitación llegó al extremo y se desprendió con torpeza de sus ropas, primero bajó sus pantalones y después separó con fuerza las dos mitades de la camisa, haciendo salir disparados todos sus botones. Mientras su excitación aumentaba aún más y más, logró deshacerse de su ropas y sin ver nada subió a tientas encima del piano mientras la teclas del piano aceleraban alegremente.

Aaahh.. -Lloraba Raser. Su agonía le estaba haciendo rozar el orgasmo, aunque sin poder llegar a él. Se tocó el cuerpo, las piernas, el torso, pasando sus manos por su cabello hasta detenerse en el cuello.- Aah..

La agonía alcanzó tal punto que su cuerpo se convulsionó, cuando de pronto una mano templada agarró su poya erecta, haciendo por fin que estallara hacia arriba un gran chorro de semen. Raser no lo pudo ver, pero chorro era con creces la corrida más grande y tremenda que había tenido nadie jamás. Sintió alcanzar el nirvana cuando sucedió, haciendo que sus llantos de convirtiesen por un momento y cortas risas de felicidad.

Aah.. Aahh..- Logró expresar tras unos segundos sin respiración.

Cuando finalmente terminó, el infinito estrés de aquel acto lo dejó inconsciente, desplomándolo sobre la superficie de madera blanca, desnudo, con el rostro empapado en lágrimas y sudor.