Palabra de Seth (7: La decisión de Seth)

Seth teme la reacción de su madre y del propia Arél ante sus intenciones.

Aquella noche, la guardia Blanca durmió en la torre de plata y a la mañana siguiente se dispuso todo para partir de nuevo hacia los bosques. El príncipe Sethir se encontraba en los establos dirigiendo a los capitanes cuando un sirviente real acudió a la habitación donde descansaban Isi y su hermano. Éste se acababa de levantarse y se dirigía, con la armadura puesta, hasta el cuartel donde le esperaban el resto de la guardia de Seth. Al abrir la puerta se topó de frente con Arél.

So.. ¿sois Arél? - Preguntó sorprendido cuando se toparon.- ¿De la guardia blanca? Si, soy yo – dijo extrañado el chico cerrando la puerta tras de si. La reina a ordenado vuestra inmediata presencia – explicó serio, como eran los sirvientes más cercanos a los reyes.

El hombre comenzó a caminar con paso firme pasillo adentro, dejando a Arél an la puerta y haciéndole apresurarse para alcanzarlo. ¿Qué quería la reina? Tenía miedo de que (y seguramente acabara siendo así) pudiera haberlo llamado para prohibirle acercarse a su hijo. Por aquellos años el poder que ejercía un soberano o soberana sobre su reino alcazaba tal magnitud que a una señal de su mano Arél podría acabar liquidado. No quería seguir a aquel hombre por los pasillos, no quería ver a la reina, pero se encontraba en sus dominios y debía obedecer. Cuando llegaron a los aposentos varios guardias armados les cedieron el paso a la habitación oscura  y tras indicarla la llegada del chico, el sirviente dejó a la reina a solas con Arél. La sala estaba a oscuras y el joven no veía a penas el cuerpo tumbada de la soberana.

Hhh.. Acércate – logró articular una voz. Arél dudó un instante y después se acercó al cabecero por el lateral derecho, donde parecía encontrarse el abultado cuerpo de la reina. Cuando llegó, oyó de cerca la dificultosa respiración y se percató de los brillos que los ojos de la señora despedían al mirarlo.- Hhhh... tú eres el chico... Hhh.. - La voz daba escalofríos a Arél, aunque no parecía severa.- Je..je..je... Hhh.. Pobre Seth... Ahora lo entiendo todo...- Dijo antes de carraspear horriblemente.- Hhh..

La mujer observó a Arél con una sonrisa, luego se apartó un poco las sabanas para verle mejor.

Ahora lo entiendo... A pesar de que estemos a oscuras y no pueda verte con claridad... Hhh... Me doy cuenta de lo hermoso que eres, chico.. Y del motivo que tiene hechizado a mi pobre heredero... Majestad.. yo... - Intentó hablar Arél. ...No digas nada... solo quiero darte esto – dijo sacando con dificultad una mano bajo las sabanas. Tenía el puño cerrado.- Hhh... Mi hijo te ama, ese es un hecho que ni una madre se puede negar... - Dijo antes de toser. Cuando se calmó, abrió el puño dejando al descubierto una brillante objeto plateado, que parecía refulgir con luz propia.- Él no lo sabe, pero os deseo lo mejor en vuestro matrimonio... Quiero que hagáis de Dinn el gran imperio respetado que fue una vez... - Miró su mano abierta.- Co.. cójelo...

Arél, que comenzaba a mostrar las primeras lágrimas en sus ojos, se inclinó junto a la cama y cogió en sus mano el pequeño objeto que la reina le ofrecía. Era un colgante plateado con una larga cadena. En el centro, como encerrado entre hojas de plata, refulgía una pequeña esfera blanca que parecía emitir un agradable calor templado.

...Esta... es la estrella Albar... Mi esposo, fallecido hace ya años.. La recibió en las montañas nevadas de Jihar... Hhh... Entonces ordenó construir una torre tan bella como la estrella, a la que llamó La Torre Blanca... Donde ahora reside su heredero.. al que me ordenó entregarle este colgante el día que se hiciera rey... - Su voz comenzaba a apagarse. Es muy bella... Entrégasela a Seth... Dile que su padre  quiso que la llevara... Pero que su terca madre jamás se la entregó... - Tosió, ésta vez durante más tiempo.- Hhh.. Pero dile que le quiero, y que sé que sabrá afrontar todo tipo de escollos que se crucen en el camino de Dinn... Hhh...

Arél escuchó horrorizado un largo suspiro, que precedió un silencio sepulcral. Su labio inferior había empezado a temblar y decidió apretarlos, mientras las lágrimas desbordaban su mirada. Tras unos segundos, cerró con suavidad los ojos de la difunta reina.

De vuelta a la torre blanca, Héctor ordenó a todos los guardias acudir a la sala de entrenamiento, donde pasaron la mayor parte del día, Arél incluido. El entrenamiento consistió en enfrentamientos por turnos entre todos los guardias en los que Arél duró unos largos cinco turnos en los que el resto de contrincantes se las arreglaban para intentar aplacarle, pero sin lastimar la que ya tenían por claro, era la persona a la que el futuro rey amaba. A pesar de los esfuerzos que había tenido Héctor por hacerles ver que Arél era uno igual a ellos. Ahora, el guardia más cercano al príncipe se encontraba en los jardines que invadían la parte trasera de la torre, buscando a Sethir en el pequeño laberinto de flores. Lo encontró de pie frente a una de las fuentes que había cada varias esquinas del recorrido. Allí, hace semanas, el príncipe había  colocado un pez que una de las sirvientas se ocupaba de alimentar todas las mañanas. Ahora Seth jugaba con su mano bajo el agua persiguiendo al animal. El príncipe se había quitado la armadura y vestía solo los ajustados pantalones de cuero reforzado y una camisa de seda blanca que lo protegía de la fresca brisa del jardín. Su cabello negro, algo más largo ahora, se movía suavemente. El guardia se detuvo tras Sethir.

Cómo te encuentras. Confuso, Hector – dijo mirando a su amigo. Se apoyó sobre el borde de piedra.- Ahora que mi madre a muerto deberé ocupar el trono de Dinn... Lo haréis muy bien, señor – le tranquilizó el hombre.- Yo estaré a vuestro lado para protegeros, y para proteger también a Arél.

El príncipe lo miró a los ojos y vio la mirada que había tenido sin amigo desde la infancia, y que lo había acompañado desde que naciera. Un torrente de sucesos lo atormentaba los últimos días para Hector continuaba a su lado, y eso le hacía seguir, de alguna manera. El hombre sonrió y se acercó para rodear entre sus musculosos brazos a su amigo. Hector era más mayor, musculoso y alto que el príncipe, pero eso nunca pareció importarle a ninguno de los dos a la hora de prestarse apoyo.

No quiero que a Arél le asuste mi decisión de unirme a él... Tengo miedo de amedrentarlo – dijo con el rostro pegado a la armadura del guardia. No lo haréis, señor, yo me ocuparé de guiar al chico en todas sus dudas. Lo protegeré y apoyaré igual que hiciera contigo – dijo antes de besar el cabello del príncipe. No quiero que dejes de estar a mi lado, ni del lado de Arél.. Tiene sobre sus hombros el peso de una poderosa leyenda que puede acabar con él.. No te preocupes – dijo el guardia hablándole como al amigo que siempre había sido. Sethir alzó el rostro para mirarlo a los ojos.

La mirada de Héctor lo tranquilizó. El príncipe, más relajado gracias a su fiel guardia, cerró los ojos y dejó que este, tras unos segundos lo besara. Al principio fue un beso sin fuerza, pero Hector acabó apretando su abrazo sobre el príncipe y éste le besó con más energía, demostrándole lo mucho que le apreciaba. Acarició su cabello mientras una lágrima caía por su rostro. A lo lejos, desde una ventana, Arél observó la escena y sonrió al ver el apoyo de que disponía su príncipe, y seguro de que Héctor le habría hecho sonreír al fin.

Héctor – dijo Seth separándose del hombre.- Tú siempre has estado a mi lado, dándome apoyo, seguridad y placer... Es lo que deseo, mi señor. No quiero que eso cambie – lo volvió a besar.

El guardia recorrió la espalda de su amigo con sus fuertes manos y éste no tardó en desenganchar la armadura pectoral de Héctor, que cayó al suelo. Aún se besaban con ferviente amor cuando Seth levantó la camiseta interior del hombre, y pasó sus manos por sus musculosos abdominales, acariciándolos como tantas otras veces. Eran tan velludos como el resto de su cuerpo y de una forma especial, eso siempre había agradado al príncipe. Héctor se quitó la armadura de los brazos  y Seth comenzó a tocarlos y a besarlos, mientras el guardia abría la camisa del que se convertiría en rey de Diin, para acariciarlo también. El guardia se agachó, lamiendo desde arriba el torso de su amigo hasta llegar al pantalón que bajó lentamente para descubrir el pene de Seth, que se encontraba erecto y fuera de la tela blanca. El príncipe sintió el aliento de Hector en su pelvis y acarició del gusto los cabellos oscuros de su amigo, cerrando los ojos. Cuando agarró la poya y los huevos del príncipe, éste sintió el caliente tacto de las fuerte manos del guardia antes de que se metiera su poya erecta en la boca, comenzando a chuparla con delicadeza, como había descubierto ya que le gustaba.

Héctor... Hhhh.. -  Dijo Seth con voz de placer.

El guardia no escuchó y siguió engullendo la polla del rey con más energía, salivando constantemente para darle más placer, mientras acariciaba el suave espacio que había entre los huevos de Seth y su culo. No pudiendo aguantar por más tiempo, el príncipe apartó a su guardia y lo ordenó inclinarse sobre la fuente, quitándole la armadura que cubría su cintura y bajando con rapidez sus pantalones, dejando al descubierto y velludo culo de color claro, que había podido disfrutar en tantas ocasiones.

A penas le dio tiempo a Héctor de respira cuando le metió su polla con fuerza, como otras veces, haciéndolo gemir de dolor y placer, embistiendo como al guardia le había acabado gustando en la intimidad.

Aah.. Aah.. aah.. - Jadeaba con rapidez. Aahh.. - Respondió el guardia extendiendo un brazo bajo su cuerpo para agarrar los huevos del príncipe que rebotaban contra los suyos.

Una nube en el cielo se apartó, dejando pasar los rayos del sol que cayeron sobre ellos segundos antes de que Seth se corriese, llenando con su espeso y caliente semen el culo de su fiel guardia. Cuando, salió de él, Hector continuaba masturbándose, cada vez más y más cachondo, apoyado en el borde de la fuente con el culo abierto hacia el príncipe, que se agachó, y lamió su agujero, haciéndole alcanzar el éxtasis al correrse.

Desde la torre, Arél había contemplado la escena con placer y envidia sana. Seguía sonriendo, pero no tardaría en acudir a los baños para bajarse la prominente erección.