PAJER0S al TREN - la interventora culona

Malena es una revisora con muy malas pulgas que no se amilana ante quienes pretenden viajar sin billete. Pese a su metro y medio de estatura y su femenina condición, es capaz de poner en su sitio a los polizones, aunque estos viajen en grupo e intenten intimidarla.

El sol todavía está bajo y sus inclinados rayos matutinos embellecen, poéticamente, el interior del convoy. El tramo ferroviario que separa la capital de su vecina, Augusta, subraya la línea costera en la mayor parte de su trayecto.

Bubba y sus amigos suelen viajar sin billete. Suben al último vagón e intentan esquivar al interventor como buenamente pueden. Aun así, su piel oscura y su alocada actitud adolescente no juegan a su favor a la hora de pasar desapercibidos.

La mayoría del personal que suele trabajar por la zona ya los tiene fichados y conocen su rutina. A pesar de ello, cómo se trata solo de un par de paradas, los chicos suelen salirse con la suya.

Hoy no será uno de esos días, pues Malena es un hueso duro de roer. Dicha empleada ya ha localizado a los integrantes de la pandilla cuando, en la parada de Villaloda, se han bajado del tren, a toda prisa, para subirse en el vagón contiguo con la esperanza de eludir el control de tan eficiente uniformada.

Bubba ha sido más listo. Cuando se ha percatado de lo indiscreta que era la espantada de sus colegas, ha decidido permanecer en su asiento para huir de la polémica.

Ese chico es el más decente y educado del grupo. A menudo se siente incómodo ante la incívica conducta de sus amigos, pero su comunidad es bastante cerrada y no tiene mucho donde elegir.

“No son mala gente, aunque, a veces... Son como mi familia:

un poco defectuosos, pero, a fin de cuentas: son los míos”

A diferencia de los demás, Bubba saca buenas notas y tiene la esperanza de conseguir una beca para ir a la universidad. Quiere labrarse un buen futuro libre de estigmas raciales y de aquellas herencias culturales tan arraigadas en su estirpe.

Es un muchacho alto y fuerte, pero su carácter es blando y ello le relega a los puestos más bajos en la jerarquía de esa cuadrilla. Su timidez suele jugarle malas pasadas, tanto a la hora de hacer nuevas amistades como cuando intenta ligar con alguna chica.

Aun así, su inherente optimismo le motiva para llevar siempre un preservativo en su cartera. Aún no ha superado el trauma que le causó la muchacha que le gustaba cuando, una noche, ella no quiso consumar su lujuria con él por falta de dichas precauciones. Al día siguiente, Kenia volvió con su novio y la oportunidad de desechar la indeseada virginidad del chico se esfumó cruelmente.

Los escasos pasajeros que todavía permanecen en la estancia escuchan, en silencio, los gritos provenientes del vagón contiguo. Nadie parece molesto por la estática condición de su medio de transporte ante el interés que suscita la bulliciosa discusión que mantiene la revisora con esos jóvenes polizontes.

Al otro lado de las puertas que dan lugar a la articulación del convoy se están argumentando disparatados reproches de todo tipo, pues aquella mujer no se amedranta frente a nada ni nadie.

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-!No soy racista! No dejo viajar a nadie sin billete, sea negro o sea blanco-

-Sí que lo eres. Siempre haces lo mismo. En cuanto nos ves vienes a por nosotros-

-Porque siempre subís sin billete. Ya os conozco de otras veces y no voy a dejar que…-

-Te gusta humillarnos porque somos negros y pobres; y… … !solo por dos paradas!-

-Con mis compañeros hombres no os ponéis tan gallitos. ¿Tan machistas sois?-

-No tendríamos que ser machistas si tú te quedaras en tu sitio: en la cocinaah-

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Bubba se estampa la palma de la mano contra su cara. No puede creer que sean sus amigos los que están protagonizando aquella bochornosa y reprobable escena.

Lejos de incomodarse, el resto de pasajeros sonríen ante esa esperpéntica bronca ajena. Se miran, unos a otros, y niegan con la cabeza condescendientemente.

Finalmente, Malena termina por echar a esos críos sin ayuda del personal de seguridad. El tren no tarda en emprender la marcha lentamente.

Ya desde el andén, en cuanto se dan cuenta de que su amigo les observa, jocosamente, tras el cristal de su ventanilla, los chavales le dedican exaltadas muecas teatralizadas.

“Ni siquiera me habían echado de menos.

¿Me tacharán de traidor o de listo? ¿Quién sabe?”

A poco de llegar a la capital, hay una serie de túneles que sortean los acantilados de tan accidentada geografía litoral dándole cierta épica al itinerario.

Bubba viaja en uno de los últimos asientos del último vagón.

“Si mi objetivo fuera llegar a Fuerte Castillo sin pagar, como de costumbre,

casi lo habría logrado.Pero no, hoy me esperan en Pino Alto”

En su búsqueda online, Bubba ha encontrado un bajo de segunda mano, pero el vendedor no quiere desplazarse y el envío resultaría muy costoso. Con unos recursos económicos tan limitados, el chico no quiere dejar pasar esta oportunidad.

El tren aminora la velocidad a medida que se acerca a su próximo destino. Ya en la estación, el vagón se vacía y Bubba se queda solo, fugazmente, antes de que suban un par de pasajeros con la intención de partir de Fuerte Castillo, en dirección al sur.

En cuanto el anuncio sonoro vuelve a avisar del cierre de las puertas, el muchacho se siente aliviado.

“Ya está. Aunque me pillara ahora lo único que haría

es obligarme a bajar en Pino Alto, que es a donde voy”

El tren vuelve a moverse y se acelera, paulatinamente, hasta alcanzar su máxima velocidad. Bubba está mirando, boquiabierto, ese paisaje marítimo que tanta paz le da mientras piensa en el futuro musical que le espera, junto a su amigo Keita y Los Bocasekas. No tienen muchos conocimientos de solfeo, pero si muchas ganas y mucha ilusión.

Una bocanada de ansiedad llena sus pulmones cuando, de improvisto, Malena hace acto de presencia en el último vagón. Esa mujer es de armas tomar y puede que arrastre el enfado que le han inoculado los impresentables de sus amigos.

“Me va a cantar las cuarenta, seguro”

Si tuviera la cara más dura, a Bubba no le afectaría nada de lo que la interventora pudiera decirle, pero la frágil timidez del muchacho le augura un agrio devenir en los próximos minutos.

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MALENA: A ver, tú… … No llevas billete, ¿no?

BUBBA:   Mmm… … no. ¿Cómo lo sabe?

MALENA: Lo llevas escrito en la cara. Lo que no sé es por qué no estás con tus amigos.

BUBBA:   Mmm… … ¿Qué amigos?

MALENA: ¿Me tomas por tonta?

BUBBA:   Que esos tíos sean negros no quiere decir que sean mis amigos.

MALENA: Nunca se me olvida una cara, sea blanca o negra. ¿Me oyes? Te tengo visto.

BUBBA:   ¿Usted se acuerda de mí?

MALENA: Claro. Me acuerdo de ti y me acuerdo de tus amigos.

BUBBA:   No llevo dinero.

MALENA: Qué novedad.

BUBBA:   En serio. Sé que tendré que bajarme en la próxima parada.

MALENA: Lo que tienes que hacer es pagarme el billete.

BUBBA:   No tengo dinero; se lo he dicho.

MALENA: No me lo creo.

BUBBA:   Le digo que síií… … de verdad.

MALENA: Si no mientes, no te importarás que le dé una ojeada a tu cartera, ¿no?

BUBBA:   Pues no. Puede mirar.

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Ese chico cauteloso ha escondido su dinero en otro bolsillo.

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-Aquí la tiene- le dice mientras se la da.

-Tú no eres como tus amigos- señala la revisora suavizando su tono.

-No. No soy machista. Respeto a las damas y a los ciudadanos en general-

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Malena mira a ese usuario con cierta desconfianza. Se trata de una mujer de poca estatura que ronda los treinta. Cuando no está enfadada, los rasgos de su rostro adquieren una notable armonía de ojos azules; pelo rubio, peinado clásico de media melena con flequillo, cejas naturales, largas pestañas, mofletes redondos, nariz discreta, boca pequeña… Su anatomía sería de lo más normal si no fuera por el gran culo que enfundan los pantalones de aquel uniforme oscuro.

Extralimitándose en sus funciones, la interventora acaba de cerciorarse de que Bubba no lleva dinero en su cartera. A pesar de ello, su búsqueda no ha sido totalmente infructífera:

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MALENA: ¿Qué es esto?

BUBBA:   … … … …

MALENA: Tengo que confiscarte este condón. Está caducado.

BUBBA:   … … ¿Qué?… … No, eso no… … ¿Sí?

MALENA: Sí. Parece que mojas muy poco, ¿verdad, chaval?

BUBBA:   Emm … … No creo que su trabajo implique mirar la fecha de caducidad de…

MALENA: No. No es por mi trabajo. Es más bien una… … una obligación ética, ¿sabes?

BUBBA:   ¿Ética? ¿Pero qué tiene que ver…?

MALENA: Guardas esta goma para usarla con una chica, ¿no? A ella no le dirás que está fuera de fecha y la expondrás a un embarazo no deseado, ¿cierto?

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El muchacho ha quedado patidifuso. Esa conversación le resulta inconcebible, y no da crédito a la autoridad moral que la revisora intenta ejercer sobre él. Sentado en su asiento, goza de una posición inferior que, junto con su corta edad y su condición de viajero moroso, parece degradar sus derechos más básicos.

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BUBBA:   ¿Y si… … y si no la guardo para una chica? A lo mejor soy gay.

MALENA: … … ¿Eres gay?

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Se miran fijamente, de un modo desafiante, en silencio, durante unos segundos que se hacen eternos. Una parte del chico quisiera tomar ventaja en aquel delirante duelo dialéctico aludiendo a una supuesta homosexualidad; pero su inmadurez le niega la personalidad necesaria para entender que su hombría no se vería en tela de juicio a raíz de esa hipotética inclinación.

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BUBBA:   No.

MALENA: Entonces… … me lo voy a quedar.

BUBBA:   Pero… … ¿qué fecha pone? Déjeme ver.

MALENA: Tú lo que quieres es quitármelo de la mano.

BUBBA:   No, no… De verdad. Dígamelo usted.

MALENA: Caducó en octubre.

BUBBA:   !Pero si estamos en noviembre!

MALENA: Pues eso. Aunque sean pocas semanas…

BUBBA:   La fecha es… … ¿cómo se llama?… … orientativa.

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Esa arrogante empleada ferroviaria, todavía de pie en medio del pasillo, cambia su estática postura y echa la vista atrás para confirmar la relativa intimidad que le ofrece aquella tesitura.

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MALENA: Si pudieras darme alguna garantía de que lo usarás pronto te lo devolvería, pero me da a mí que aún tardarás en perder la virginidad, así que…

BUBBA:   ¿Q.qué?… … Yo nono soy… … Yo n.no… … ¿Cómo?… … ¿Por qué…?

MALENA: ¿Lo ves? No lo sabía, pero ahora ya estoy segura.

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El chico, desquiciado, sonríe forzadamente en un intento de quitar trascendencia a la pretenciosa oratoria de la mujer. Ultrajado busca un factor que pueda resolver esa nimia disputa:

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BUBBA:   Cual sería una buena garantía para usted.

MALENA: Si estuvieras viajando con tu novia y ella se comprometiera a compartir este preservativo, contigo, hoy mismo…

BUBBA:   No… … No tengo novia.

MALENA: Entonces… … ¿Crees que podrás follar con alguna pasajera en los minutos que faltan para llegar a Pino Alto?

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Malena se voltea, otra vez, para evidenciar que solo hay un par de viajeros en la parte delantera del vagón: un hombre gordo y calvo cuya cabeza se tambalea víctima de su propia somnolencia, y una vieja que intenta aclararse, infructíferamente, con su teléfono móvil. Ambos van sentados, mirando hacia delante, sin ningún interés en lo que ocurre tras de sí.

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-No- admite desconcertado -No creo que la vieja o el gordo sean buenas opciones-

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Por primera vez, Bubba asimila que aquella mujer puede estar tomándole el pelo, y eso es algo que le cuesta de encajar.

“Una señora tan seria y severa; una empleada uniformada que suele regañar a los pasajeros sin billete;

alguien que se acaba de enfrentar a mis amigos hasta hacerles bajar del tren…”

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-¿Crees que podrías tirarte a la revisora?- pregunta ella con su pronuncia más natural.

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Un longevo silencio, difícil de interpretar, se sostiene sobre el suave traqueteo que mece el posado estático de esa pareja tan asimétrica: raza, sexo, edad, vestimenta, complexión, rol, actitud, postura, contexto vital… No podrían ser más distintos.

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-Nono s.soy yo quiquien…- balbucea Bubba -Eso tendría queque decirlo usted-

-¿Y0?- se exclama -No sé lo que podrías hacer, no soy adivina- cruzando los brazos.

-No podría… … follar con la revisora si ella no quisiera- señala con gran inseguridad.

-A ver, niño: ¿si la revisora quisiera que la follaras, podrías?- con cierta impaciencia.

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Los latidos de Bubba cobran trascendencia a partir de las expectativas que se están abriendo ante él.

“¿De qué va esta tía? ¿Me toma el pelo?

Está de broma. No puede decirlo en serio”

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MALENA: Tus amigos sí que podrían; al menos eso es lo que dicen.

BUBBA:   ¿Qué? ¿Qué le han dicho?

MALENA: Que tengo el culo muy gordo y que me merezco una buena polla negra.

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La mujer, libre de cualquier resentimiento, le devuelve la cartera mediante un sobrio gesto formal.

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BUBBA:   Eso no… … no lo he escuchado.

MALENA: Es que han dejado de gritar, al final, para decirme esa… … galantería.

BUBBA:   Yo nunca le diría algo así a nadie.

MALENA: Me han dicho que tengo culo de negra y que ellos, a las negras culonas, se las follan por detrás.

BUBBA:   Le pido disculpas por los modales de esos… … no crea que yo…

MALENA: Ya sé que tú eres más educado. No tienes por qué responsabilizarte.

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Bubba asiente con gratitud. Le alivia que Malena no le meta en el mismo saco de sus colegas por el simple hecho de que viajen juntos o de que sean de la misma raza, edad, estilo de vestir… El muchacho, al igual que el resto de su grupo, calza unas deportivas y lleva unos tejanos gastados. El color granate de su sudadera es lo único que le da un toque distintivo a su atuendo.

“No esperaba que la revisora pudiera ser tan amable”

El fantasma de un embarazoso interrogante pendiente toma el protagonismo a raíz de ese silencio expectante. La incisiva mirada de Malena no hace más que alimentar la incógnita referente al supuesto sexual que le ha planteado, a Bubba, antes de aludir a los improperios que ha recibido por parte de sus amigos.

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MALENA: ¿Y bien?

BUBBA:   ¿Qué?

MALENA: Tienes algo que decirme antes de que regrese a la cabina.

BUBBA:   … … … …

MALENA: Entonces me marcho… … Te bajas en Pino Alto, ¿estamos?

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La interventora termina de pronunciar su decreto zarandeando su imperativo índice cerca de ese joven pasajero. Acto seguido, emprende su camino de vuelta a la cabeza del tren. Tras ella, Bubba rompe el silencio, presa de su propia ansiedad.

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-¿Me devuelve mi condón?- pregunta con un tono acorde a la discreción requerida.

-Ya hemos hablado de esto- contesta Malena mientras se voltea.

-… … Podría… … Podría usarlo ahora… … Así lo aprovecho- sugiere tímidamente.

-¿Con el gordo o con la vieja?- susurra al tiempo que se acerca.

-No… no, no… … Con… … Con usted- plantea todavía más avergonzado.

-A fin de cuentas… … no eres tan distinto a tus amigos, ¿no?- le reprocha Malena.

-Claro que sí- se indigna -Pero la diferencia está en mis formas, no en mis deseos-

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Malena levanta su ceja más perspicaz a raíz de tan elocuente puntualización. Para ella es fácil asumir que todos los miembros de aquella pandilla de adolescentes sobrehormonados sientan debilidad por el gran culo que tensa la tela de sus pantalones. No en vano, está al corriente de que sus redondas nalgas suelen cautivar la mirada de los pasajeros varones. Le es fácil imaginar los comentarios que suscitan entre los más insolentes y deslenguados usuarios de ese transporte público.

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-Entonces- susurra malévolamente -¿Tus deseos son… … metérmela por el culo?-

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Bubba ni siquiera se atreve a verbalizar su afirmación. Se limita a asentir con un gesto casi imperceptible.

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MALENA: Diría que faltan unos cinco minutos para llegar a Pino Alto. ¿Crees que podrás poner tu pino en alto con tan poco tiempo?

BUBBA:   Mi pino se empina muy fácilmente.

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Ese ocurrente juego de palabras termina por hacer sonreír a Malena, quebrantando una seriedad que parecía infranqueable. Bubba empieza a percibir cierta humanidad en una figura uniformada que, hasta el día de hoy, solo había representado a una despiadada funcionaria especialista en perseguir a polizontes de rasgos afros.

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MALENA: Lo bueno es que la goma ya lleva lubricante.

BUBBA:   Eso… … eso está muy bien… … muy bien.

MALENA: Además, te dará toda la protección que necesitarías en caso de que te diera asco profundizar en mi culo.

BUBBA:   ¿Asco?… … ¿Asco?

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La mente del chico está desencajada. No concibe que aquella desconocida le esté hablando con términos tan escatológicos; sin embargo: esa chanza surrealista está adquiriendo más credibilidad a cada momento que pasa; a cada frase que pronuncian; a cada detalle que concretan. Bubba está confuso:

“¿De verdad quiere que...? No, creo que... No. Me ha pillado solo y arrinconado.

Querrá burlarse de mí; humillarme como no lo ha podido hacer con los de mi peña”

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MALENA: ¿Qué necesitas para ponerte palote? ¿Quieres tocarme el culo?

BUBBA:   … … Sí… … Creo que… … eso estaría… … estaría bien.

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Malena se da la vuelta y retrocede un poco para que Bubba tenga mejor acceso a ella sin tener que levantarse de su asiento.

En el mismo instante en el que aquel embobado pasajero toca la fina tela gris que envuelve las tremendas nalgas de la revisora, las dudas del chico empiezan a desvanecerse.

“Se lo estoy tocando. Le estoy tocando el culo. No me toma el pelo.

Se la voy a meter. Se la voy a clavar muy hondo”

Los manoseos de Bubba se intensifican, fogosamente, a medida que su entusiasmo se desboca. Bastante nervioso, no tarda en notar una palpitante presión fálica que lucha contra la opresión textil de esos jeans azules.

Su carácter inseguro y su falta de experiencia le frenan a la hora de tomar las riendas de tan inédita situación, pero, en cuanto se percata de que Malena se está desabrochando los pantalones de su uniforme, decide ponerse en pie y seguir sus pasos con premura.

Los papeles se acaban de invertir, pues la prominente estatura del muchacho relega la talla de esa funcionaria mandona a poco más que a la altura de un tapón. Ahora es ella quien tiene que elevar la mirada para encontrar a su interlocutor.

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MALENA: ¿Me la vas a meter, niño? ¿Me vas a dar por el culo?

BUBBA:   Síiíií… … Vas a ver… … Te vas a enterar de lo que es bueno.

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Malena está muy cachonda. No es la clase de mujer que suele hacer este tipo de cosas, pero el encontronazo con la pandilla de Bubba la ha sofocado de mala manera y la ha puesto a tono.

El subidón que le dan los enfrentamientos con desconocidos suele traducirse en un trastorno pasional de difíciles calificativos. Cuanto más groseros y vulgares son los improperios a los que se enfrenta, más se incendia su humillación y más arde su orgullo.

El empoderamiento de su uniforme, la tensión del momento, el triunfo de su autoridad… Ni siquiera ella misma puede explicarse el porqué de esa calenturienta ebullición.

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MALENA: Toma, póntelo.

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La mujer ha mordido el envoltorio del preservativo y, justo antes de bajarse los pantalones, se lo entrega al enfervorecido pasajero que tiene a su espalda. Sospecha que aquel chico debe de tener una buena tranca negra, pero no quiere mirar aún. Su ceguera mantiene el suspense para que la sorpresa pueda premiarla, directamente, por vía anal.

En las plazas delanteras del vagón, el hombre rollizo ha terminado por conciliar el sueño al tiempo que, al otro lado del pasillo, la abuela se ha dado por vencida en sus indagaciones tecnológicas, y ahora se dedica a mirar ese soleado paisaje marítimo a través de su ventanilla. Ambos permanecen ajenos al bochornoso acontecimiento obsceno que se está a punto de perpetrar junto a los últimos asientos de la parte de atrás.

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-¿Lo tienes?- susurra Malena cono urgente impaciencia.

-Síiíiíií- contesta Bubba -Es que me lo iba a poner al revés-

-Vamos, negro. No me falles… … Métemela ya- dice mientras se baja las bragas.

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La mujer no se equivocaba con sus optimistas sospechas, pero nada podría haberla preparado para las apretadas sensaciones que conlleva tan profundo ingreso anal. La lubricación del condón la ha inhibido de cualquier preliminar, y la enorme polla del anónimo pasajero que la empuja, desde atrás, ya está profanando firmemente su íntima apertura trasera.

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MALENA: Oo0h… … Síiíií… … Qué pollah… … Qué polla tan gorda.

BUBBA:   Mmmh… … mmmh… … que bien… … que bieeen… … oOOh.

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Malena pone su pálido culo en pompa mientras Bubba se dedica a acometer contra ella con repetitivas embestidas pélvicas cada vez más rápidas y contundentes. El chico la está sujetando por la cintura, pero no quiere dejar pasar la ocasión de tocarle las tetas a esa mujer que tantas veces le ha importunado.

La interventora ha dejado la chaqueta de su uniforme en la cabina, y una camisa rallada, de manga larga, es lo único que cubre su torso. Lleva una corbata verde, con imágenes corporativas, cuya verticalidad deja mucho que desear en estos precisos momentos.

Con sumo afán, Bubba magrea los pechos de esa mujer, cuyo nombre desconoce, mientras sigue penetrándola por detrás.

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MALENA: Mmmh… … Oo0Oh… … Síiíií… … Qué gustoOh…

BUBBA:   hhh… … hhh… … hhh.

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Al tiempo que el chico se limita a oxigenar su propia lujuria, sin verbalizar tan desmedido deleite, la joven no puede dejar de pronunciar contenidos gemidos de placer.

Unos metros más adelante, la abuela se ha dado cuenta de que algo muy extraño está pasando en la cola del tren. Su atónita expresión arrugada y boquiabierta no da crédito a ese desenfrenado ajetreo interracial.

Malena se ha percatado de las fisuras discrecionales de su fechoría carnal, pero siente que ya es muy tarde para detener aquel bochornoso episodio. Basculando hacia el otro extremo, la funcionaria se desinhibe y desata sus gozosas proclamas llegando a despertar al gordo durmiente, quien termina por darse la vuelta y observarles con unos ojos como platos.

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MALENA: !Síiíiíií!… … !Síiíiíiíh!… … !0OoOo0h!… … !Fóllame!… … !fóllame!

BUBBA:   Aaah… … aaaah… … aaaaah…

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El tren empieza a aminorar la marcha con un decrecimiento inversamente proporcional al auge del trajín que llevan ese par de antagónicos protagonistas. La próxima parada se acerca y el desenlace de aquel tórrido encuentro parece todavía muy lejano.

El pasajero obeso siente la imperiosa necesidad de gravar la escena con su móvil, pero la batería se le ha agotado mientras dormía. La abuela podría captar esas imágenes, pero, aunque quisiera, no sabría cómo hacerlo.

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BUBBA:   Tomaaah… … Tomaaah… … Tomatomatomaaaaah…

MALENA: Vamos… … Vamos… … más fuerteeeh… … más fuerteeeeh…

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El muchacho se estresa al escuchar los imperativos requerimientos enloquecidos de la revisora, pues ya la está enculando con todas sus fuerzas y tan rápido como puede. En medio de ese alborotado vaivén, Bubba todavía discurre con cierta lucidez:

“Son exigencias retóricas. Estoy a tope. No podría darle más fuerte”

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BUBBA: Aaah… … hhh… … AaaAh… … aAhaAh… … aaaah… … hhh…

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Efectivamente: Malena no se puede quejar, pues hacía mucho tiempo que nadie la follaba con tantas ganas.

Mientras siente arder su zarandeado culo, se agarra a uno de los asientos para no perder el equilibrio.

Las caóticas emociones de Bubba empiezan a presagiar un inminente desbordamiento incontenible. El chico no esperaba aguantar tanto en su primer encuentro sexual, pero, aun así, no quisiera dejar a medias a tan entregada mujer.

Malena apenas ha tenido que tocar su chocho empapado para llegar al borde de su propio abismo de placer. Su largamente reprimido exhibicionismo se ha destapado en pro de un disfrute arrollador que, junto al hecho de follar con un desconocido demasiado joven en su horario laboral, la sitúan en el epicentro de un terremoto circunstancial de incorrección que termina por detonar uno de los mejores orgasmos de su vida.

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MALENA: !Síiíiíií!… … !Me corrrro0h!… … hhh… … !Me corrrroo0h!

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Legitimado por ese clamoroso anuncio, Bubba termina de empotrar a Malena contra uno de los asientos mientras se corre derramando el mayor y más satisfactorio de los desahogos.

Tras una serie de cálidos espasmos de clamoroso placer, una repentina flojera se apodera de su jubiloso cuerpo hasta poner en riesgo su equilibrio.

En ese preciso instante, el tren termina de detenerse y las puertas articulan su apertura para dar paso a nuevos pasajeros.

La improvisada pareja apenas tiene tiempo de reaccionar y sobreponerse a las circunstancias. A toda prisa, ambos restituyen su indumentaria y logran evitar que más gente se percate de su obscena interacción.

Sin siquiera despedirse, Malena, sofocada, recupera la máquina de extender billetes, que había dejado sobre uno de los asientos, y se ausenta del vagón para subirse al siguiente.

Justo antes de que las puertas vuelvan a cerrarse, Bubba accede al andén con patosos andares. El chico todavía no se ha dignado a sacarse el condón. Aún con la respiración muy acelerada, se encamina hacia el lavabo más cercano para remediar sus vergonzosas circunstancias.

“Nunca pensé que mi primera vez sería tan fría a la vez que ardiente.

Ni siquiera sé cuál es su nombre, ni ella el mío. En cualquier caso, técnicamente...

¿sigo siendo virgen? ¿Cuenta el sexo anal?”

La abuela y el fornido pasajero se miran, todavía consternados, sin mediar palabra. Violentada, esa recatada anciana baja la mirada e intenta desvincularse de dicho asombro común. Por contra, el hombre no puede evitar comentar lo sucedido con el chico que acaba de tomar asiento a su lado. Entusiasmado, le relata la escena con todo lujo de detalles.

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