Pajeándome en la universidad
Primera parte de una serie. Aquí narro cómo empecé a masturbarme en los baños de mi universidad.
Antes de comenzar, quiero que sepáis que en esta historia no vais a encontrar a un hombre muy masculino, fornido, seguro de sí mismo... Lo que viene siendo lo habitual en este tipo de relatos. Mi nombre es Pablo, tengo 26 años y actualmente me encuentro haciendo mi tesis doctoral en Matemáticas. Mido 1.76, de complexión delgada. La vida me ha demostrado que soy guapete, aunque mis técnicas de seducción dejan mucho que Ignacio.
Bien, mi relato va a girar en torno a mis experiencias masturbándome en mi universidad. Soy un defensor de la masturbación en el centro de estudios o de trabajo, ya que considero que es una necesidad fisiológica como cualquier otra y una buena forma de relajar la tensión acumulada. Bueno, sí, también soy un fetichista de los espacios públicos. Me pone masturbarme cuando existe cierto riesgo de que me pillen. Además, si tienes suerte puede llevar a experiencias interesantes, como podréis comprobar en futuros capítulos.
Os voy a narrar cómo comenzaron mis andaduras pajeándome en los baños de mi facultad. Fue el año pasado, cuando comenzaba mi doctorado en un grupo de investigación de la universidad. En mi grupo de investigación se están doctorando tres personas más: Ignacio, un hombre ocho años mayor que yo; y Tomás y Alfonso, aproximadamente de mi edad. A Ignacio lo tenía calado desde que entré: era de los míos. Era bastante atractivo, aunque nunca me he atrevido a intentar acercarme más a él. Pues bien, tenemos por costumbre ir todos juntos a comer a la cafetería de la universidad. Aquel día no me quedé a tomar el café, tenía mi objetivo en mente. Me levanté sin dar más explicaciones que un "yo marcho ya, nos vemos luego". No suelo dar explicaciones de nada, por lo que no les debió de extrañar. Me dirigí hacia uno de los servicios. La facultad es grande, y hay cuartos de baño en cada una de las plantas.
A los que tenéis más experiencia este relato os resultará naif, ya que es una minucia en comparación con otras historias, pero comprended que eran mis primeros pasos. Me dirigí al baño con el corazón palpitándome con fuerza. El baño resultó estar vacío. Los baños son pequeños: se componen de tres cubículos y un único urinario. Entré en el cubículo central, levanté la tapa y comprobé que el retrete estuviera limpio. Me bajé los pantalones, los calzoncillos y me senté en la taza. Lo primero que se me pasó por la cabeza fue qué otros alumnos se habrían sentado allí anteriormente ese día. Muchos de ellos están muy buenos.
Así pues, comencé con la tarea. En primer lugar oriné y me sequé con papel higiénico. Mi polla estaba completamente flácida, pero yo deseaba seguir adelante. Cogí mi prepucio y lo retiré sobre el glande, que aparecía pequeño y rosado. Repetí el movimiento varias veces y vi que mi pene comenzaba a responder. Por la puerta llegaba el eco del tránsito en el pasillo. Aunque aún no estaba dura, tenía un buen tamaño para caber en la mano y sobresalir un poco. Suspiré y comencé a masajear el glande por debajo de la piel con el dedo pulgar. En un par de minutos ya había alcanzado su plenitud: unos 15 cálidos centímetros reposaban sobre mi mano. En ese momento me recosté hacia atrás, apoyando la espalda sobre la tapa abierta y permitiéndome estirar las piernas hacia delante.
Entonces comencé con la paja propiamente dicha. Descubrí mi capullo, escupí en mi mano y comencé a acariciarlo en pequeños movimientos circulares. Las paredes del cubículo se alzaban a mi alrededor, produciendo un leve sentimiento claustrofóbico. Los ecos en el pasillo iban y venían, a veces lejos y a veces muy cerca. ¿Y si entraba alguien y se percataba de que había alguien en plena paja? Las paredes del cubículo no llegaban hasta el suelo, y la posición de mis pies no era la propia de alguien que está defecando. ¿Y si alguien, en silencio, llegara y se pusiera a espiarme sobre las paredes del cubículo? ¿Y si me grabara con el móvil y me expusiera en Internet? Por un lado me aterrorizaba, pero por otro me ponía burrísimo la idea de que circulase un vídeo en el que se me viera sin censura. Tenía el rabo lubricadísimo, y había pasado al siguiente nivel: lo tenía agarrado en mi puño, que subía y bajaba arrastrando el pellejo sobre el capullo. Me percaté del ruido que producía mi respiración agitada, y el sonido de la propia paja. Escuché que la puerta del baño se abría y entraba alguien. Reducí la velocidad de la paja y controlé mi respiración. Supe que habían entrado dos tíos (obviamente, no eran baños mixtos) porque comenzaron a hablar entre ellos:
— ¡Buah, chaval, qué reventada! Encima tenemos ahora con el chapas de Optimización.
— Mátame, tío.
Eran David y Jaime, dos antiguos compañeros. Yo había terminado, pero ellos aún tenían algunas asignaturas de último curso. Estaban bastante buenos. Se dirigieron uno al urinario y el otro al cubículo de al lado, y los escuché orinar. Mientras, yo seguía a lo mío. ¿Se podrían imaginar que yo estaba machacándomela tan cerca de ellos? El morbo se incrementó. Mi polla estaba durísima, empapada de líquido preseminal, y mi mano se deslizaba arriba y abajo. Terminaron y fueron a lavarse las manos.
— Ya me iba a petar la vejiga.
Nadie contestó, siguió un silencio. Entonces reparé en un ruido que me había pasado inadvertido: la tapa del inodoro sobre la que tenía apoyada la espalda sonaba levemente al ritmo de la paja. Cloc-cloc-cloc. Paré inmediatamente. ¿Desde cuándo estaba sonando? ¿Lo habrían oído ellos también? ¿Estarián empezando a sospechar? La posición de mis pies me delataba, pero esperaba que no pudieran verlos bien, o que les hubiera pasado inadvertido.
Comenzaron a hablar nuevamente, pero más bajo:
– ¿Tú has visto cómo está la Geles? Esa faldita de repipi me pone todo palote. – dijo David.
Yo era de los pocos que sabía que la Geles era un nombre en clave para hablar de Sonia, una compañera de pocos amigos. Pero porque ella se lo había buscado: se creía la mejor de la clase y miraba a los demás por encima del hombro. Jaime soltó una carcajada.
—Tío, ¿la Geles? Si esa sólo se arrima al de Topología, y porque es la única que se le atraganta.—respondió bajando nuevamente la voz.
—Sí, su polla en la garganta en las tutorías.—ambos rieron. —No, pero que ahora se ha puesto escotito y está hasta buena. Vamos, que me la empotraba aquí mismo.
—Jajaja, ¿te imaginas? — poco a poco iban subiendo la voz. —"¡Oh, sí, copúlame! ¡Introdúcemela hasta el endometrio!" ¡Pollazo en toda la boca, zorra! ¡Toma, toma, toma!
Siguieron burlándose de la Geles entre carcajadas e imitando gemidos. La conversación no era lo que se dice excitante, pero yo ya estaba muy avanzado en la faena, y estallé. Por un momento no pude controlar mi respiración, que se volvió ruidosa, y la tapa sobre la que estaba apoyado dió un sonoro golpe contra la pared. Solté tres chorros de corrida, uno de los cuales manchó mi camisa. Una parte del asiento del váter quedó manchado de semen y, por si fuera poco, parte de la corrida resbaló por mi mano y varios goterones cayeron al suelo. Ellos se callaron al instante. Me pregunté si les llegaría el olor de la lefa.
Oí cómo se rieron por lo bajo, así puede que sospecharan algo, o puede que siguieran con su broma. Les escuché salir del baño y me dispuse a limpiar el desastre que había montado. Por suerte, el rollo de papel higiénico estaba casi entero. Me costó trabajo terminar de secarme la mano y la polla, porque me había corrido como nunca. Cuando fui a secar el asiento pensé en el morbo de dejarlo allí, pero decidí no ser un cabrón y limpiarlo. Terminé secando el suelo y limpiando mi camisa lo mejor que pude. Por suerte, cuando salí comprobé que se habían ido de verdad, y que no estaban fingiendo para averiguar quién se estaba pajeando.
¿Qué pensáis? ¿Se habrían olido qué estaba sucediendo en el cubículo?
Y hasta aquí mi primera experiencia masturbándome en un baño público. Tal vez os haya parecido muy sosa, pero eran mis comienzos. Lo repetí varias veces más, hasta que decidí ir un paso más allá. Pero eso vendrá en el siguiente capítulo.