Pajas en la playa. Lidia y Ana
Sigue la serie. Ahora Toni pajea a mi mujer mientras la suya me pajea a mi.Conviene al menos leer el relato anterior (http://www.todorelatos.com/relato/74754/) aunque se entiende todo mejor leyendo desde el principio. Espero que no resulte largo y sí morboso y excitante. Se agradece el comentario.
Lidia tenía una forma muy particular de hacer pajas a los hombres. Le gustaba agarrar el miembro no con la palma debajo del tronco y los dedos hacia arriba como lo cogería cualquier hombre para masturbarse. Ella prefería hacerlo al contrario; con la palma por encima del pene, casi ocultándolo, y los dedos abrazándolo hacia abajo. De este modo podía ir estirando el pene simplemente con extender el brazo. Y podría ejercer más presión sobre el glande. Tanta que parecía que iba a arrancarlo de cuajo. Los primeros movimientos fueron suaves, acompañados de una leve presión de las yemas de los dedos sobre el tronco del pene. Pero rápidamente fue cobrando brío y sus tirones parecían querer alargar mi instrumento. Ahora ya apretaba fuerte mi verga, completamente hinchada y palpitante, latiendo al compás de la sangre que bombeaba con fuerza mi corazón exaltado. Me esteba haciendo daño en realidad. Tiraba con demasiada fuerza y apretaba más de la cuenta haciendo que me sintiera más incómodo que excitado. Debió notar cómo me revolvía porque llevó su otra mano a mis testículos y repitió el mismo procedimiento: primero dio pequeños tirones a la piel del escroto, lo que normalmente ayuda a la erección pero en este caso resultaba intimidante. Luego comenzó a apretar. Fuerte.
Dolía mucho y proteste. -_ Si te quejas traeré una mordaza, te silenciaré y usaré unas pinzas con pinchos como castigo. Dejaté hacer y aprende a recorrer el mismo camino que tomó Ana. Si llegas al final te diré cómo volver a verla.
No tuvo que decirme nada más. Apreté las mandíbulas y dejé que me retorciera el glando mientras apretaba uno a uno y alternativamente mis testículos. Sería sin gustarme pero, extrañamente, mi erección no cedía ni un milímetro.
Qué diferente era esa actitud de Lidia respecto a la primera vez que tomó mi pene en sus manos. No recuerdo una sensación más dulce en toda mi biografía sexual.
Ocurrió al día siguiente de conocernos. Ella acababa de hacer el amor con mi recién desposada mujercita dentro del agua en una playa de Santorini. Ambas habían creado un lazo entre sí, tejido de roces, de miradas, de pequeñas caricias que había exploitado en una morbosa experiencia erótica. Se habían calentado tanto que perdieron la inhibición y acabaron masturbándose furiosamente bajo la superficie del mar mientras en la arena el novio de Lidia y yo tragábamos saliva muertos de excitación y empalmados como dos burros.
Cuando ellas salieron del agua, abrazadas delicadamente de la cintura, parecía que no sentían que hubiera nadie a su alrededor, Las notamos muy relajadas y casi en trance erótico mientras que a nosotros nos habían entrado todas las prisas del mundo por salir corriendo a la habitación del hotel. Así que prácticamente las arrastramos cada uno por su lado con la proa enfilada a la cama y no precisamente con ganas de dormir. Ellas aún tuvieron un minuto para quedar por la noche para vernos. No nos opusimos, todo lo contrario, pero teníamos prisa por sofocar nuestros ardores.
A Ana no le gustó que la arrebatase de la playa, de su nueva amiga y de la situación tan morbosa que había vivido y se enfado mucho conmigo. Discutimos de camino al hotel y se negó en redondo a que subiese con ella a la suite.
Solo, en el bar del hotel, me sentí ridículo, frustrado. Estaba muy excitado pero no quería dar mi brazo a torcer y suplicarla que me aliviara con una simple mamada o una paja rápida. Supongo que tenía celos o envidia del momento que había vivido con esa preciosa pelirroja de atrayentes pechos; porque me hubiera gustado saborearlos, evidentemente; pero sobre todo por el momento de complicidad que se abrió entre ellas dos.
Ese estado de frustración, sin embargo, me proporcionó una salida brillante. Me haría dar un masaje. Igual que había hecho Lidia. En ese momento necesitaba ser acariciado. Mi piel demandaba un poco de atención y mi espíritu un poco de relajación. Qué poco pensaba la repercusión que iba a tener con Lídia.
La masajista disponía de una sala propia cerca de la piscina. Era pequeña y funcional, pero sobre todo discreta. O eso parecía. Lo cierto es que no reparé en que una de las paredes era de cristal y la privacidad de la sala sólo se obtenía con una cortina y que estaba mal colocada.
El masaje empezó como todos, por los pies. Siguió por las piernas, los brazos, la espalda. La verdad es que era muy relajante y había logrado aliviar mi excitación. Pero a la media hora la situación cambió por completo.
La masajista decidió que tenía mucho calor y que como iba a tener que emplear más fuerza en la segunda parte del masaje estaría más cómoda prescindiendo de su albornoz. Se lo quitó justo frente a mis ojos, asegurándose bien de que era consciente de que se estaba quedado prácticamente desnuda frente a mí. Sólo vestía un bikini muy pequeñito por arriba y una tanguita minúsculo por abajo. Ver tanta carne al descubierto me abrió los ojos como platos y la masajista sonrió de satisfacción con un gesto que me pareció encantador y sexy. Hay que ver cómo rápidamente pasamos de ignorar a una mujer a desearla ciegamente por el simple hecho de que nos erotice un gesto, una mirada, un sonrisa. Y a mí las mujeres con una sonrisa franca y bonita me han atraído siempre.
Su cuerpo tenía la abundancia de las carnes lozanas y prietas de las mujeres mediterráneas. Era alta, fuerte, rellenita y con una curva deliciosa en su tripita. Con un culo poderoso quizá me habría gustado más con unas piernas más largas, pero era toda una hembra capaz de excitar a cualquier macho. Y yo estaba más que dispuesto. Y como estaba boca arriba tapando mi travieso pene apenas con un bañador de slip me convencí de que sólo tendría que dejar que la naturaleza siguiera su curso para pescar a aquella silenciosa y excitante sirena.
Sus vaivenes se hicieron más intencionados. Dejaba ir las manos más cerca de dónde intuía que operaban mis nodos de excitación y placer y rozaba con descaro sus muslos contra mi cuerpo; sus pechos apenas cubiertos por el bikini contra mi piel. Se colocó detrás de mi cabeza y empezó a masajear mis hombros, dejando deslizar sus manos por el pecho hacia abajo mientras inclinaba sus pechos sobre mis ojos, mi boca... e iba bajando más. Noté que tenía los pezones completamente erguidos y que eran muy grandes. Ella repetía una y otra vez el movimiento y mi polla respondía frenética a sus acercamientos. Rozaba con los labios la tela del bikini cuando ella bajaba, podía sentir su calor y me empapaba de su olor a hembra caliente. Todo conjuraba para que mi gran polla saltara de su encierro y empezara a asomar su cabecita por la cintura del escueto bañador. La masajista vio claro lo que tenía que hacer y deslizó las dos manos bajo mi slip, aplastando uno de sus pezones en mi boca. No perdí la oportunidad y lo engullí goloso, apretando fuerte con los labios. Supuse que con esos pezones tan grandes sería de esas mujeres a las que vuelve locas que se los aprieten con saña. Y no me equivoqué. Un gruñido de la masajista y un cambio en su posición dieron la salida a nuestros escarceos sexuales. Ella se colocó a un lado y me bajó el bañador de un tirón dejando a la vista mi polla con su reluciente glande apuntando hacia el techo. Seguía inclinada para que yo mantuviese su pezón en mi boca. Pronto agarró mi pene y comenzó a masturbarlo con maestría. Me dejó que le cogiera su otra teta y apreté con fuerza.
Retiré el bikini y empecé a amasar sus pechos con las dos manos mientras su mana subía y bajaba sobre mi verga mandándome oleadas de placer en cada movimiento. Nunca nadie me había hecho disfutar tanto de una paja, ni siquiera yo mismo. Y pronto me sentí a punto de correrme. Me frenó en seco. Mantuvo la presión fuertemente sobre mi pene pero suspendió cualquier movimiento. Con su antebrazo hacía peso sobre mi y yo no podía reanudar mis movimientos pélvicos. Estaba en sus manos y tenía claro que no iba a dejar que me corriese tan pronto. Seguramente querría que la follase, pensé. Nada de eso. Se conformó con que lamiera y succionara sus pezones cada vez más excitada. En silencio me metía una teta detrás de otra en la boca para que se las chupara y gemía como una gata en celo con mis lametones. Sus pezones goteaban saliva y se iba poniendo fuera de si, próxíma al orgasmo. Yo, al ver cómo se ponía cada vez mas cachonda con mis manejos sobre sus enormes tetas, volví a excitarme y ella me apretó con más fuerza el pene a lo que respondí agarrándome fuertemente a sus tetas con las dos manos y apretando como un salvaje. No necesitó más. Empezó a correrse como si hubiera estado bombeando su coño durante horas, gimiento y bufando como una posesa. Abría la boca disfrutando de un largo orgasmo, intenso como pocos que yo hubiera visto, y, desde luego, el único que yo había provocado sólamente estimulando los pechos de una mujer.
Sintiendo aún vibraciones de placer que estremecía visiblemente su cuerpo prosiguió con mi paja, para mi satisfacción y consuelo. Subia y bajaba su mano por mi verga apretanto y soltando a la vez, generando ondas de placer que crecían en la base del pene y se concentraban en su punta. Estaba listo para una felación que no llegó, como tampoco pude penetrar el que suponía que era un jugoso coñito porque no me dejaba tocárselo. Su culo, desde luego no lo caté.
Mi único alivio era la fabulosa paja que me estaba haciendo. Cuando veía que estaba a punto de correrme se detenía y me apretaba la polla. A veces con una mano, otras con una en el glande y otra en la base. También me aprisionaba los huevos si lo creía necesario. Así que me iba llegando cada vez a un estado muy próximo al orgasmo pero sin disfrutar de él. Sentía mucho placer y cuando éste se iba a derramar, la masajista sabiamente lo frenaba y me hacía sentir espasmos, rayos de gozo que no detenían mi excitación ni me apaciguaban con un orgasmo. Ese furor creciente me colocaba en un estado que no había conocido, completamente abandonado a las manos que aquella experta masajista, de manos sabias e incansables. Era un muñeco entre sus fuertes brazos, que movía la pelvis arriba y abajo acompañanado su insistente masturbación. Mi pene rezumaba el líquido previo a la eyaculación que lubricaba la mano de la masajista. Una y otra vez me llevaba a las puertas del orgasmo para detenerse allí. Hasta que me llegó el momento. De pronto, tremendamente excitado por las oleadas de placer que recorrían mi pene, con la mano de la masajista apretándome con fuerza me empezó a sacudir una corriente de placer desconocida para mi. Crecía, y crecía, era un calambrazo de gusto, un orgasmo sin eyaculación, un espasmo por todo el cuerpo. Era placer puro.
Me corrí sin eyacular sintiendo una sensación nueva, quizá incompleta pero muy, muy vivificante.
La masajista volvió a sonreir con ese gesto tan simpático cuando por fin abrí los ojos. Notó que tras ese orgasmo seco yo no podria seguir con ese juego y me premió con una nueva maniobra sobre el pene. Cambio de lado en la camilla, y me agarró el pene al revés de cómo lo hacía antes. Cogiéndolo con la palma por encima y los dedos por debajo. Y empezó a estirar, como se ordeña a una vaca, en realidad. A los pocos minutos fui yo el que empezó a resoplar, acercándome a un orgasmo que veía venir muy intenso. Yo gemía, subía la pelvis para acompañar a su masturbación, con la otra mano que acariciaba el escroto y el perineo. Estaba listo, iba a correreme y desee que por favor esta vez me dejase eyacular. Lo necesitaba, había llegado a la cumbre y me moría por derramarme en su mano.
Por fin noté ese punto de no retorno en el que el dulzor del orgasmo te inunda, justo antes de que la primera descarga de semen salga disparada arrancando mares de placer del miembro masculino. Aquella vez me corrí como nunca y eyaculé como jamás lo había hecho, Poderosos trallazos de semen salieron disparados hacia mis pies propulsados por mis movimientos pélvicos pero también por los fuertes tirones que daba la masajista con esa peculiar manera de cogerme la polla con la que me había producido el orgasmo. Tanto saltó el semen que vi como el quinto o sexto trallazo se iba a estrellar en la pared de cristal, justo frente a la cara de Lidia, que desde el otro lado, casi oculta por la cortina había sido testigo de mi placentera tortura.
Lidia estaba aún más roja que yo. En su cara se veía la excitación brillando como un anuncio de neón. Se mordía sus finos labios, señal inequívoca de excitación, y creí ver que tenía una mano entre los muslos apretados. Se dio cuenta de que la sorprendí mirándome y me mantuvo la mirada con complicidad. Sin embargo no quiso acompañar mi demostración de hombría con un espectáculo protagonizado por ella misma. Me sonrió con una de esas sonrisas que prometen un mundo y desapareció tras la cortina dejándome sólo en compañía de la masajista que ya me abría los mandos de la ducha para que pudiera limpiarme y relajarme bajo el agua caliente.
Volvimos a vernos unas horas después. Ya habíamos cenado y nos encontramos en la terraza del hotel, una que tenía acceso directo a la playa con abundantes reservados muy apropiados para tomar una copa y dejarse llevar. Al principio dedicamos los primeros tragos a conocernos un poco mejor en cuanto a nuestros gustos, datos biográficos y demás, puesto que física y sexualmente ya sabíamos mucho los unos de los otros. Sin embargo pronto nos relajamos y salió en la conversación la escena de la playa, la que nos había unido. Ana, que bebía de las palabras de Toni, no tuvo reparo en confesar que es devaneo sexual con Lidia bajo el agua era la situación más morbosa que había vivido. Y que aún seguía excitada desde entonces. Que como me había despachado de su lado había tenido que tomar una ducha fría para serenarse. Entonces Lidia, mirándome a los ojos con intención, le preguntó que porqué no se había masturbado, que una buena paja alivia mucho a quien sufre de tanta excitación y que hay pajas que dan más placer que muchos polvos.
Ana enrojeció y yo me quedé blanco. Toni estiró las orejas como un podenco esperando la respuesta. Estaba claro que la mosquita muerta de mi mujer le interesaba. Quizá por el contraste con la loba de su novia, que, a mí, me estaba volviendo loco de morbo por momentos.
Ana reconoció que nunca se masturba, que tiene como un trauma de la infancia que la impide gozar ella misma de su cuerpo. Aunque le gusta que la masturben. Que lo que había pasado en la playa nunca le había ocurrido antes y que se moría de vergüenza, pero estaba cachonda como una burra.Toni se enderezó en su silla al oír aquello. Creí ver como su pantalón de lino blanco se abultaba y disimulando se recolocaba algo en su entrepierna. Él rompió el silencio que habían creado las confesiones de Ana y empezó a explicarla de que una persona necesita conocerse a sí misma, saber darse placer si quiere que proporcionárselo a los demás. Que se dejase llevar, que ni él ni ninguno de nosotros la iba a juzgar por proporcionarse placer a sí misma. Lidia asentía con la cabeza, sin dejar de morderse el labio mientras me miraba maliciosamente.
En ese momento, empecé a madurar la idea de que la situación podría terminar en un intercambio de parejas de esos que pasan a menudo en vacaciones, cuando la playa y el alcohon colaboran para desbaratar las inhibiciones. "Al menos podríamos follar cada uno con nuestra mujer pero en la misma habitación, me encantaría ver follar a esta leona pelirroja", pensé.
Para hacer rodar mi plan tenía que caldear aún más el ambiente. La conversación sexual la mantenía Toni que, o bien pensaba lo mismo que yo o directamente estaba tratando de seducir a mi mujer delante de mí y de su novia. Sea como fuere, ayudaba a mi plan. Lo que hacía falta era más alcohol así que me fui a la barra a buscar más cervezas y unos chupitos de wishky. Lídia dijo que enseguida acudiría a ayudarme. Era una pena que no hubiera champán porque no hay nada que desinhiba más que un par de botellas de espumoso.
El barman me sirvió la última ronda justo antes de empezar a recoger. Apagó la mayor parte de las luces y tuve que abrirme paso entre las mesas casi a oscuras con una bandeja llena de vasos. No encontraba la mesa. Había caminado en dirección al lugar de donde salí pero allí no había nadie. Miré alrededor y no ví nada. Dejé la bandeja con las bebidas sobre la mesa en que yo creí que habíamos estado sentados y salí en busca de mi mujer y nuestros nuevos amigos.
En la terraza no estaban. Lidia tampoco; sólo podían estar en la playa. Caminé de un lado a otro durante un rato hasta que junto a una caseta que me tapaba la vista escuche voces. Me dirigí allí en silencio aunque me hubiera quedado igual de mudo al ver lo que estaba ocurriendo. Sobre una hamaca mi mujer yacía tendida, con la cabeza colgando en el aire, la falda levantada sobre el pecho, las bragas en los tobillos y el coño al aire. Más exactamente en su coño entraban y salían a toda velocidad unos cuantos dedos de Toni, que tenía su pantalón en el suelo, la polla tiesa como un garrote y la mano derecha de mi mujer moviéndose de arriba a abajo por su verga.
Con la boca abierta no tuve valor para interrumpir el goce de mi mujer, además mi propio pene había dado un salto dentro de mi elástico pantalón empujado por el torrente de morbo que estaba sintiendo. A pocos metros mi mujer se retorcía de placer porque un casi desconocido y musculoso tio bueno la estaba masturbando a base de bien mientras ella hacía lo que podía con su bien dotado miembro.
La escena tórrida y morbosa era como para sacarme la polla allí mismo y empezar a pajearme viendo como me ponía los cuernos mi mujer en nuestro viaje de bodas. Pero no me hizo falta. Cuando ya estaba a punto de llevar mi mano a la entrepierna noté una presencia detrás de mí. Una mano me abrazó la cintura por detrás y otra recorrió mi vientre para meterse bajo la cintura del pantalón y agarrar mi duro miembro. Creo que nunca he sentido una caricia más dulce que el calor que bañó mi pene cuando los dedos de Lidia se cerraron sobre él. Empezó a masturbarme y yo me bajé el pantalón para que tuviera libertad de movimientos. Fue la única iniciativa que me dejó tomar. Se negó a besarme, a que la palpara los pechos o el resto del cuerpo. Sólo me permitió que disfrutase de la paja que me estaba haciendo. ¡Pero es que ella no se excitaba nunca, no tenía deseos de correrse! La hubiera devorado en la sala de masajes y me la habría follado allí mismo en medio de aquella playa a oscuras. Pero no me dejó, me pajeaba como había visto hacer a la masajista. Aproximándome al orgasmo y frenando un instante antes de la eyaculación. Yo gemía y bufaba, Sudaba como un animal en pleno esfuerzo. Olía a sexo por toda la playa pero ellá parecía ajena a todo mientras masajeaba mi polla. Ni siquiera estábamos ya pendientes de nuestras parejas.
Así, Lidia siguió pajeandome furiosamente y apretando mi polla después una y otra vez hasta que volví a correrme 'en seco': esta vez mucho antes que con la masajsita griega. Sin dejar que mis espasmos concluyeran se cambió de mano, me cogió la polla al revés y empezó a ordeñar cada vez más fuerte. Estaba de rodillas frente a mi ligeramente ladeada para facilitar el movimiento del brazo que subía y bajaba ordeñándome y produciéndome un placer muy intenso. Cuando decidió que podía correrme puso una mano debajo de mi pene y en un par de estirones me hizo eyacular. Evitó que mi semén saliera con demasiada fuerza apretando un poco mi capullo. Así lo pudo recoger en el cuenco de su mano. Cuando me hubo sacado hasta la última gota. Se puso de pie, con la mano llena de seman a la altura de mi cara. Me miró a los ojos con un fuego desatado brillando intensamente y me dijo: "lame"
"Lame". Regresé de mi ensoñación, de mi recuerdo de aquel dia tan salvaje prendido de aquella palabra. "Lame", repetía.
Lidia se había colocado sobre mí a la inversa y acercaba a mi cara el negro agujero de su espléndido culo. "Lame", repetía caliente como un ascua.
Y yo, atado de pies y manos, dolorosamente erecto y excitado como nunca lo lami. Era la primera vez que me dejaba producirle algún placer.