Paja materna
Un accidente casero hace que una madre le brinde cuidados especiales a su hijo. El título lo define todo.
No sé cómo fue que terminé en esa situación con mi madre, pero a pesar de la incomodidad inicial, terminé cediendo al placer, y aunque ella hace como si no hubiera pasado nada, seguramente también disfrutó.
Pero empecemos por el principio. Mi nombre es Manuel. Tengo 19 años. Me mantengo en forma, sin estar muy musculoso. Mido 1,93 de estatura. Soy de piel pálida. Y tengo un pene de 11 cm que en erección alcanza 20 cm. Esto es importante porque mi amigo es el protagonista de esta historia.
Soy hijo único. Mi padre, Julián, tiene 56 años y es un tipo también alto y más macizo, aunque no vale detallarlo ya que él no tiene nada que ver en todo esto, y me siento muy mal.
Por otra parte, mi madre Alicia, es una mujer más bajita, 1,60 cm. Tiene 47 años. También tiene la piel bastante pálida. Ojos verdes. Cabello negro. Sus tetas son grandes, sin llegar a lo exagerado. Su culo es pequeño, aunque bien redondito. En general es bastante guapa para su edad. Aunque nunca la vi como objeto de deseo, no hasta después de lo que pasó, ya que siempre he tenido novias que están bastante buenas, no la he visto desnuda y tampoco es que me vayan las milfs.
Todo empezó un sábado. Me fui temprano a jugar básquet con unos amigos, como hacíamos casi todos los fines de semana. La mañana pasó con total normalidad y llegó el mediodía, quedé con un par para ir a casa de uno de ellos y jugar algún videojuego después del almuerzo.
Al llegar a mi casa tenía mucha sed, así que fui directamente a la cocina por un vaso de agua. La cocina de mi casa es bastante pequeña, por lo que dos personas allí ya son multitud. Mi madre estaba preparando el almuerzo, tenía la estufa encendida, por lo que me dijo que tuviera cuidado cuando entré a la cocina. Hice caso y cuando iba a irme con mi agua, ella intentó cambiar de puesto la olla en donde estaba cocinando el espagueti, con tan mala suerte que se le rompe una de las asas, dejando caer toda el agua hirviendo con espaguetis sobre mi cadera y muslo derecho, y en parte sobre mi pene, como tenía una pantaloneta con tela delgada, el agua penetró más rápido hasta mi piel.
Yo más asustado que nada, grité. Mi madre también se puso muy nerviosa, la pobre tampoco sabía qué hacer. Inmediatamente salí corriendo para el baño, sentía que quemaba, aunque también estaba exagerando un poco por el propio susto, aun así dolía. Abrí la llave de la ducha, me bajé la pantaloneta y el bóxer, dejando que el agua fría calme un poco el dolor. Tenía bastante rojo en la zona donde me había caído el agua.
Unos instantes después, mi madre entra al baño, preguntándome si estaba bien. Había olvidado cerrar la puerta, por lo que ella entró como una bala. Para que no me viera la verga, como pude me tapé.
—¡Mamá! ¿¡Qué haces!? —Le pregunté, mientras cubría mis genitales con las manos.
—Pues viendo cómo estabas, cariño, perdóname —Me respondió, mientras estaba notablemente preocupada por mi situación y bajando su mirada dándose cuenta de que estaba desnudo—. ¡Ay, Dios mío! ¡Estás desnudo!
—¡Sí, mamá! Estoy desnudo, te agradecería mucho si te salieras y me dejaras —dije, levantando el tono bastante molesto.
Después de unos minutos de estar en la ducha dejando que el agua fría me refrescara, de verdad que me estaba aliviando. Me desnudé y aproveché para darme un baño, tratando de evitar tener algún contacto con la parte afectada por la quemadura. Estaba a punto de salir, cuando mi madre toca la puerta:
—Hijo, ¿cómo estás? Ya llevas un buen rato ahí dentro y me estoy preocupando. Creo que deberíamos ir al médico para que te revise.
—Estoy bien mamá, sólo está un poco rojo. Creo que con un rato mejorará —respondí.
—Está bien, pero debes dejarte revisar aunque sea por mí. Llamé a tu padre para que trajera algo para almorzar —dijo retirándose, había olvidado que echó a perder el almuerzo.
Salí dirigiéndome a mi habitación, me puse ropa cómoda, sin bóxer para más comodidad y me acosté en mi cama para descansar un rato, pero el ardor volvió pasado un rato. Mi madre tocó la puerta, para avisarme que mi padre había llegado y había traído pollo para comer, me preguntó si quería. Yo le dije que sí, y en nada ya me había llevado el almuerzo en una bandeja. Nunca había hecho eso, parecía que me hubiera roto las piernas y no que simplemente me tiró un poco de agua caliente encima.
Cuando acabé de comer ella se llevó la bandeja y luego volvió.
—¿Cómo te sientes?, quiero que me dejes ver cómo estás.
—Me arde un poco, pero estoy bien —le decía, pero en realidad me ardía más de lo que aparentaba.
—Como sea, quítate la pantaloneta que te quiero ver.
—No, ya te dije que me arde, y ya me viste en el baño —le insistí, me daba un poco de vergüenza que me volviera a ver desnudo.
—No seas tonto, soy tu madre y ya he visto a tu amiguito muchas veces. Y en el baño solamente te vi el culo, como me gritaste —Ella se sentó a mi lado y me empezó a acariciar la pierna.
—Ok, mamá, perdón. Pero la última vez que viste mis partes, yo era un niño.
—¿Pero cuál es el problema? Pareciera que tuvieras un problema con dejarme ver si tienes lastimado el pene, ¿acaso es muy pequeño y tienes vergüenza? —aseguró.
Eso último me ofendió mucho. Si hay algo que me molesta, es que insinúen o digan que tengo la verga pequeña. Así que con un poco de pena, pero con más ganas de demostrarle a mi progenitora que no la tenía pequeña, me bajé la pantaloneta. Pude ver la reacción de sorpresa en su rostro, después de un par de segundos, reaccionó otra vez. No sé di nunca había visto un pene de mi tamaño, pero aproveché el momento para hacer un chiste.
—¿Nunca había visto uno así? Te quedaste embobada.
—Respeta, estúpido, soy tu madre —respondió, dándome una suave palmada en el hombro—. Es que no creí que te hubiera quemado tanto, pero no es tan grave, iré por una pomada.
Ella se fue por la pomada y yo me quedé riéndome de la situación. Cuando veo que alguien se acerca por la entrada, me doy cuenta de que no es mi madre y rápidamente me pongo la pantaloneta, tan rápido que dolió un poco. Era mi padre que venía a ver cómo me encontraba. Le expliqué todo lo que sucedió y se rio de la situación. Luego se fue para la sala a ver un partido de fútbol.
Mi madre volvió con la pomada, e hizo que nuevamente me bajara la pantaloneta. Pensé que me daría la pomada para que yo mismo me la aplicara, pero vi que sacó un poco y me la empezó a untar. Ya me la estaba esparciendo por el muslo, así que no pude protestar. Lentamente se acercaba a mi pene, lo que me empezaba a poner muy nervioso, sentía que mi amiguito se quería despertar, por lo que cerré los ojos para tratar de pensar en otras cosas para distraerme.
Pero pasó lo que tenía que pasar. Sentí el contacto de la suavidad de la palma de su mano en mi miembro, algo que hizo que inmediatamente abriera los ojos y digiera la mirada a ese sitio. Traté de contenerme, pero la erección era inminente, mi verga me había traicionado. Se me levantó una columna de carne, más dura que le cemento. Sin verle la cara a mi madre, dije:
—Perdón, mamá.
—Jejeje no hay problema, hijo. Es normal que cuando una mujer te toque el pene, tu cuerpo responda. De ser al contrario, pasaría algo similar. Además no pasa nada, mira que tienes una buena herramienta.
Esta versión más conciliadora de ella, me calmó, pero también me puso más caliente que mencionara que también estaría como yo de ser la situación contraria y el hecho de que insinuara que tenía una buena verga, algo que era cierto.
Sin embargo, lo mejor se venía. Apoyó uno de sus manos sobre la cama y con la otra empezó un lento masaje arriba y abajo, una paja lenta. Yo no la sentía como tal, hasta que comenzó a aumentar el ritmo de apoco. Ya sabía lo que estaba pasando, pero no si ella se daba cuenta. ¡Estaba pajeando a su propio hijo! Naturalmente tuve que decirle algo porque esto estaba siendo raro.
—Mamá, ¿te das cuenta de lo que estás haciendo?
—Sí, cielo, ¿no te gusta?
—Pu-pu-pues sí, me gusta. Pero es que eres mi madre esto está mal —dije, con ganas de apartarle la mano—, mi padre podría entrar en cualquier momento.
—Lo siento, pero es que nunca había tenido un pene tan grande a mi disposición. Me excita mucho. Y tranquilo, él debe estar concentrado viendo su fútbol, no creo que venga.
De cierta forma, sus palabras me llenaron de confianza, así que la dejé que jugara un rato. Lo hacía bastante bien y a menudo me preguntaba si me gustaba, a lo que yo respondía que me encantaba. Estuvo un rato más pajeándome, mientras subía el ritmo, podía notar su dedicación y que de verdad se estaba esforzando. Mi respiración era cada vez más lenta.
Luego de un rato, yo ya estaba que no podía más, iba a reventar y así se lo hice saber a mi madre. Al oír eso, aumentó más el ritmo. Hasta que no pude más y acabé. Primero salió un chorro potente, luego vinieron un par de chorros más, pero ya muy leves. Noté cómo mi semen bajaba por el tronco de mi verga y por la mano de mi madre, que seguía con un masaje muy lento a mi ya flácido pene. Había sido una de las mejores pajas de mi vida, ninguna de mis novias había hecho algo así.
Luego de un momento, mi madre se levantó un poco nerviosa y al perecer con algo de arrepentimiento. Sin decirme nada, salió de mi habitación y se fue. Quedé un poco confundido por eso, pero no le presté mucha atención y cerré la puerta para seguir pajeándome por el resto de la tarde.
Al otro día, me levanto temprano y mi madre está preparando el desayuno. Me preguntó cómo estaba, a lo que respondí que bien. Luego se me acercó y al oído me dijo:
—Ni se te ocurra hablar de esto con alguien.
No se lo conté, pero quedé con ganas de otra paja, o de algo más. Pero por su actitud, me quedó claro que no volvería a pasar algo parecido.