Paja improvisada en el párking

En el aparcamiento Lindsay estaba temblando… Se sentía mal por lo ocurrido en el baño con su amiga, ¿tal vez...

Paja improvisada en el parking

En el aparcamiento Lindsay estaba temblando… Se sentía mal por lo ocurrido en el baño con su amiga, ¿tal vez se había precipitado con ella? ¡Joder, qué mierda! —pensó en el interior del coche.

Pero luego sintió lo caliente que la había puesto el relato de lo acontecido con su hija Evolet, pensó en cómo había acariciado su cuerpo virgen y en que a ella también le encantaría acariciarlo. Conocía a Evolet desde que se mudaron junto a su casa y la había visto madurar y convertirse en mujer. Ahora su amiga Dorothy conocía su secreto, ¿qué pasaría a continuación?

Lindsay se lo preguntaba mientras sintió la necesidad de terminar aquello allí mismo. Así que inclinó el respaldo de su coche y abriendo sus piernas subió su vestido sensualmente, se sacó las bragas por su trasero primero, y luego las deslizó por sus muslos hasta sacarlas por las rodillas.

Frotándose su sexo, bien abierta cerró los ojos y se entregó a la imaginación de lo que podría haber ocurrido en el baño del centro comercial con su amiga. Cómo se habrían tocado y disfrutado de un sexo frugal y rápido entre amigas. Tal vez luego se habrían citado por la noche y habrían compartido cama tras acostar a Evolet. O tal vez mejor, ¡le habría dejado duchar y masturbar a su hija para que ésta durmiese tranquila!

¡Qué guarradas habrían hecho las tres juntas! Lindsay estaba desatada, se masturbaba frenéticamente en el coche oculta en el parquin de las miradas ajenas a su tremenda calentura.

Podía oler su sexo allí abajo, así mismo se olía la mano con la que había acariciado el sexo de su amiga en el baño. Pensaba que sus olores eran muy parecidos, su pipí, su calentura interior, ¡todo igual! Y Lindsay seguía masturbándose hasta sentir que quería estallar en mil pedazos y esto ocurrió tras una frenética carrera, donde se entregó al estremecimiento del placer supremo, que la obligó a cerrar sus piernas mientras, entre estertores, respiraba agitadamente…

Muy relajada condujo de vuelta a casa y allí encontró a su hijo Spike jugando a la consola en el salón de casa. No pasó por alto los pañuelos de papel que había ocultos bajo el sofá cuando le saludó. Spike se limitó a sonreír cuando le preguntó qué tal había pasado la tarde, mientras ella le devolvía una pícara sonrisa.

Sabía que su hijo se masturbaba, estaba en esa edad, la misma edad que Evolet, la edad en la que la calentura llevaba a su pequeño macho a masturbarse varias veces al día. Esa calentura que ya había perdido su madre, Lindsay, pero que recuperaba momentáneamente cuando se entregaba a la masturbación solitaria como antes había hecho en el coche, aparcada en el centro comercial, más o menos en público.

Pasó a la ducha y limpió su cuerpo, no sin antes volver a disfrutar del aroma de su sexo caliente y húmedo tras la intensa corrida que había experimentado tras el encuentro con su amiga, mientras aún se preguntaba, ¿cómo se lo habría tomado ella?

Sable, un error de adolescencia…

El tiempo pasaba muy despacio aquella tarde en el centro comercial. Dorothy salía a las cinco, tras lo que iba a recoger a su hija y se marchaban juntas a casa.

Se había dado cuenta hacía un rato que al salir del baño tan apresuradamente no se había lavado las manos. Sabía que era una cochinada, pero se puso tan nerviosa con el acercamiento inesperado de su amiga, que literalmente huyó.

Ahora, inadvertidamente se olisqueaba la mano y notaba el olor inconfundible del sexo en ella. Del sexo de su amiga…

Era algo perturbador, no paraba de pensar en las intenciones de Lindsay con ella, en cómo la había acariciado íntimamente e invitado a hacer lo mismo. Además, estos pensamientos se cruzaban con recuerdos de la noche pasada, con Evolet. Con su comportamiento movido por la excitación y la necesidad de conectar con su hija, no sabía bien qué había pesado más, pero sí que recordaba que en cierto modo se sintió como su amiga Lindsay, caliente y con deseo de experimentar.

Esto la hizo recapacitar respecto a lo ocurrido en el baño con su amiga. Y convino en llamarla al llegar a casa, pues ante todo no quería perder a su buena amiga Lindsay, quien tanto la había apoyado y ayudado desde su separación.

Y su encuentro en el baño le trajo viejos recuerdos, casi olvidados recuerdos podríamos decir…

Ella era una adolescente y su amiga Sable también, cuando estaban en su cuarto y sin saber cómo empezaron una peleílla por algo tan tonto como un peluche. El caso es que acabaron sobre la cama, aferradas ambas a teddy, el osito preferido de Dorothy, esta se negaba a soltarlo y su amiga quería arrebatárselo.

Ya eran demasiado mayores para andar con peluches pero, ¿qué adolescente renuncia de la noche a la mañana a su infancia?

Parecía que Sable, más corpulenta que Dorothy estaba ganándole la batalla y la tenía acorralada bajo su cuerpo, sobre la cama.

Por un momento se dieron una tregua para respirar, pues estaban cansadas por la lucha y ahí Dorothy se dio cuenta de que su amiga tenía su muslo entre sus piernas y de que éste se estaba rozando con su sexo a través de sus braguitas.

Pero no solo eso, ella también rozaba el sexo de su amiga con su muslo, pues ambas estaban entrelazadas, de manera que con los forcejeos se habían estado estimulando la una a la otra casi sin reparar en ello hasta ese momento. Entonces se miraron y ambas lo supieron, ¡estaban muy excitadas!

Fue casi instintivo y mecánico. Sable apartó sus bragas a un lado y luego las de Dorothy, de manera que sus muslos rozaban directamente con sus sexos desnudos y de nuevo comenzaron a rozarse, a restregarse la una contra la otra, como gatitas melosas, en celo, ¡ansiosas de sexo!

Los jadeos volvieron, sus respiraciones entrecortadas por el esfuerzo, el goce y el disfrute que sentían. Aquello era maravilloso y al mismo tiempo prohibido, una amiga gozando con otra amiga.

Un frenesí insospechado, sus sexos besándose, labios vaginales contra labios vaginales. Con  el peso de Sable sobre Dorothy, ésta cogiendo su culo desnudo y su amiga echada sobre sus pechos, pechos contra pechos también se rozaban.

Mientras Dorothy, sintiendo sus íntimos roces, se preguntaba, ¿qué diferencia habría en hacerlo con un macho? Qué estaría dentro de ella en ese momento. ¡Oh, qué delicioso momento!

Ellas no podían penetrarse, al menos eso pensaban en aquel íntimo y caliente momento, pero podían rozarse, compartirse y darse placer mutuamente.

En aquel frenesí de la carne, ambas deseaban correrse, y lo deseaban con todas sus fuerzas. Así que la intensidad de sus movimientos creció, la fuerza de sus roces aumentó y el placer con ella. Hasta alcanzar sendos orgasmos, casi al unísono, una llevada por la otra, gozosamente acompañadas, la una a la otra y de repente sus cuerpos se tensaron, sus gemidos estallaron en un mar de placer inenarrable. Desgarradores sonidos guturales: ¡qué bueno, qué bueno! —dijo una en voz alta, mientras la otra, incapaz de articular palabra, se limitó a gemir y exclamar: ¡oh, oh!

Poco a poco la súbita explosión de éxtasis se fue apagando, como la vela al final de la mecha. Cuando ésta brilla con más fuerza por un breve instante, para luego ir decayendo, hundiéndose y desapareciendo.

Con sus cuerpos sudorosos ambas se preguntaban, ¿qué habían hecho? Tal vez ahora vendría el arrepentimiento, el cuestionarse cómo habían llegado tan lejos. En aquel aparente juego inocente, aquella peleílla que subió su calentura, desató sus hormonas y las hizo entregarse al pecado.

¡Pero por dios! ¡Cuánto placer compartido!

Dorothy despertó de su ensoñación, en aquel recuerdo olvidado que le trajo su subconsciente. Y entonces pensó que a veces pasa, el sexo se desboca y nos lleva por un camino insospechado, como con su amiga Sable. Y ahora con su hija Evolet, a veces pasa y tampoco hay que martirizarse por ello, el placer llega, estalla y vacía nuestro recipiente de la lívido. Tras lo cual seguimos con nuestras vidas y esa vasija comienza de nuevo a llenarse y el ciclo tal vez se repita, cuando estemos una vez más, ¡ansiosos de experimentar!


La Hija de Dorothy es mi nueva novela, lo que has leído aquí son sus capítulos 7 y 8 de los 37 de los que consta. Si te gusta la historia te dejo aquí la sinopsis de la obra completa:

Evolet recitaba operaciones aritméticas imposibles para su madre que no la dejan dormir, de modo que Dorothy decide llevarla al médico. Allí, un buen doctor le receta pastillas y ante las reticencias de la madre, le sugiere una inquietante alternativa que la sonroja...

Ésta lo consulta a su vez con su vecina y buena amiga Lindsay, quien le da la razón al doctor, dejando a Dorothy no muy convencida. No obstante decide ponerla en práctica esa misma noche...

Así comienza su aventura, la aventura de una madre y una hija que juntas recorrerán caminos insospechados para ambas en ese momento...