Paja en la playa de vinaroz

Me desnudé, ante su atenta mirada. Doblé lentamente el bañador, de pie delante de ella (...) Mi intención era llamar la atención de la madura. De modo que me agarré el miembro y subí y bajé la piel, poco a poco.

Me encanta el nudismo. Empecé hace unos siete años, con veinticuatro o veinticinco. Primero en ríos o pantanos, donde no había gente. Por aquel entonces tenía una novia a la que le horrorizaba esta cuestión. Por suerte (tanto en lo relacionado con mi afición, como en todo lo demás), ya no estoy con ella. En estos años me he desnudado en muchos sitios, pero donde más se disfruta es en la playa. Y si ésta es nudista, con todo el mundo haciendo lo mismo, mucho mejor. Los que lo practican sabrán de qué hablo.

El caso es que tengo un apartamento en la playa, en Vinaroz, provincia de Castellón. Está relativamente cerca del Delta del Ebro, donde hay playas inmensas en las que estar a tus anchas. Pero hay que coger el coche y conducir una hora o así, y es un poco coñazo.

Por eso, lo que me interesa es buscar sitios cercanos, a los que llegar en pocos minutos y andando, si es posible. Muy pegada al pueblo, hay una playa calificada como nudista, con cartel y todo. Y allí he ido alguna vez; pero la evito porque van muchos viejos mirones y no es agradable. Mi propósito era encontrar una más aislada, en la que haya más privacidad.

Justo donde acaba el municipio, comienza un sendero que bordea el litoral; casi todo el camino por encima de la abrupta costa. La primera playa es la nudista de la que hablaba; pero ya digo que no me agrada mucho por el ambiente. Pero siguiendo el camino, a pocos minutos llegas a una pequeña cala, a la que va poca gente. Y puedes encontrar de todo: nudistas, textiles, familias, parejas, gente sola; y siempre en armonía, cada uno a lo suyo sin molestar ni ser molestado. Está lo suficientemente cerca como para llegar andando o en bici; y lo bastante lejos como para que no acudan curiosos o mirones.

Y después de esta breve introducción que sirve para hacerse una mínima idea de la geografía de Vinaroz, comienzo el relato en sí.

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Tengo una amiga allí desde hace muchos años, cuando iba con mis padres a veranear. Nos conocimos en la adolescencia, en la época en que La Bomba, La Mayonesa y Sonia y Selena lo petaban en las listas de éxitos.

Desde jóvenes hemos sido íntimos; al principio en esas quincenas de agosto, compartiendo helados y los primeros botellones; y posteriormente con una relación más adulta, haciéndonos visitas también durante el año. Conozco a sus padres de toda la vida; y he estado en su casa cientos de veces.

Por si alguien lo dudaba todavía, no es una ex, ni un rollete veraniego; de hecho, hemos conocido a nuestras respectivas parejas cuando las hemos tenido. Ella siempre quería que conociera a sus novietes cuando iba yo a la playa algún fin de semana; y yo le presentaba a las chicas con las que salía si me las llevaba al apartamento en verano.

Últimamente me constaba que lo había estado pasando mal con un par de chicos. Con uno, se enteró repentinamente de que sufría una leve esquizofrenia (le dio un brote por la noche y tuvieron que llamar a emergencias); con otro, no es que fuera maltratador, pero rozaba, y en ocasiones sobrepasaba, los límites de la violencia psicológica con unos celos enfermizos. Y yo, que por cuestiones profesionales me toca ir a atender a mujeres maltratadas a comisarías y juzgados, le aconsejé que se alejara de él.

  • A ver cuándo puedo y voy pa allí, y me cuentas todo con unos cubatas –le dije por teléfono, al inicio del verano pasado.

  • Pues sí, que tengo ganas de desahogarme ya con alguien.

Estrella, que así se llama mi amiga, es algo más joven que yo (ahora tiene veintisiete); y está rellenita. Eso la acompleja un poco; aunque no lo reconoce. Siempre evita la palabra “gorda”, y utiliza otros términos como “grande” o “grueso”, a modo de eufemismo, incluso refiriéndose a cosas y no a personas. Siempre que hemos ido a la playa busca sitios con menos gente, y se obsesiona con qué bikini o bañador ponerse. Yo le digo que no se raye, que está fenomenal. No obstante, no tiene problema en quitarse la parte de arriba y lucir sus amplios pechos, si no hay demasiada concurrencia.

Así que, dispuesto a animar a mi amiga después de sus chascos amorosos, y con la intención adicional de que superara, en la medida de lo posible, sus complejos, examiné la agenda para arreglar un finde en la playa.

  • El último de junio podré ir, el del 27 –le comenté.

  • Vale, ese me viene perfecto –me aseguró Estrella.

De modo que el viernes después de comer eché cuatro cosas a la mochila y me puse en camino. Cenamos en una pizzería que nos encanta; y luego continuamos con unos cubatillas en los veladores de un pub con mucho ambiente.

  • Qué bien se está aquí, qué agradable… -observé-. ¿Lo han abierto nuevo? No me suena del año pasao.

  • Reformao. Cambiaron de dueños y lo han hecho casi todo nuevo –me informó Estrella.

  • Ahhh… Bueno y ahora cuéntame lo tuyo. Sobre todo lo del capullo este último.

  • Bufff, sí… Lo del otro, del de la esquizofrenia, ya te lo conté, pobrecillo… -comenzó a relatar-. Me da pena, pero bueno es que era imposible. Lo que pasó no quiero ni acordarme… menudos nervios.

  • Jodo, ya me imagino… Bueno pero cuéntame lo del imbécil celoso ese –insistí.

  • Pues nada: por ejemplo, ahora no podríamos estar aquí los dos, tomando algo –me reveló.

  • Alucino pepinos con estas cosas. Y mira que veo casos peores, pero es que me asquea, te lo juro –aseveré.

  • … y no digamos ya ir a la playa contigo o con cualquier tío –continuó Estrella-. Y el topless, ni en sueños –era cierto que le gustaba ir sin la parte de arriba; eso sí, en sitios no muy concurridos.

  • Es que le meto te lo juro –repetí rabioso.

  • Bah, no te des mal, no sé ni dónde para… que le jodan –pero en ese momento se acordó de algo-. Bueno es que fíjate: me controlaba hasta los condones.

  • ¡Pero que me estás contando! –proferí.

  • Que sí que sí como te lo digo: los contaba antes de follar, a ver si estaban todos.

  • ¿Pero ese tío es retrasao? ¿No se daba cuenta que en el mundo hay más condones que los de esa caja? Podías tener más condones en cualquier sitio –yo no salía de mi asombro con sus confesiones.

Mi amiga llevaba un bonito vestido azul por encima de la rodilla, que le sentaba estupendamente. No entiendo lo de sus complejos: si bien es cierto que no está hecha una sílfide, tiene un tipillo entrado en carnes que atrae miradas. En ese momento, además, lucía un elegante escote que exhibía generosamente el canalillo. Toda la noche posaba ahí mi miraba conscientemente, para que Estrella me pillara y me riñera, pero a la vez le subiera el ánimo. De momento no había conseguido mi objetivo.

  • Bueno es que… si estábamos en mi casa me registraba los cajones a ver si tenía más –reconoció casi avergonzada-; u otras cosas…

  • ¿¿¿Queee??? ¿Y qué otras cosas?

  • No sé; ya te digo que era muy celoso y tenía muchas paranoias raras.

Y así me siguió contando historias y otras desagradables anécdotas de su antiguo novio.

  • ¿Pues sabes qué te digo? Mañana nos vamos a la playa –prácticamente se lo exigí.

  • Jajaja que sí pesao, yo ya llevo yendo tol mes; ventajas de vivir en la costa –y me guiñó un ojo.

  • Pero te voy a llevar a la nudista –le advertí.

  • Ah no Juanito –me llamaba así cuando se picaba o me reprochaba algo-. Eso sí que no. Por ahí no paso. Si lo que quieres es verme las tetas, nos ponemos en un rincón y me quito el bikini, pero ya vale.

  • ¡Jajajaja las tetas dice!

  • A ver si te crees que no te he visto mirarme el escote toda puta noche –me había descubierto-. ¡Si es que tienes menos disimulo…!

  • Que me da igual, que mañana te vienes –le reiteré.

  • ¡Que no! –se cerró en banda-. ¿Ya no te acuerdas aquel día, con “la tuya”?

Por “la tuya” se refería a mi ex, aquella de la que hablaba al principio. Y estaba recordando un día en que me empeñé en ir los tres a la playa nudista, y la cosa salió mal. Era de esperar, bien mirado: aunque ir a una playa nudista con la novia y una amiga de toda la vida parezca un buen plan, incluso morboso, os aseguro que no lo es. Sobre todo si la novia tiene celillos de la amiga, y la amiga no soporta a la novia. Es esa tesitura, la peor idea posible es pegarte todo el día desnudo en medio de las dos, estando además la amiga en topless. Las puyitas entre ellas se convierten en puyazas, y la tensión va en aumento hasta que te pones el bañador y recoges. Pero bueno… eso merecería un relato aparte.

  • La “mía” –señalé con retintín- ya no va a venir. Y no tienes que quitarte nada.

  • ¡Mira que te gusta ir con la gaita al aire! –apuntó sonriendo.

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Al día siguiente hacía una mañana maravillosa. Sol, calor; perfecto para estar en la playa. Esperé a Estrella en su portal; le dije “a las once menos cuarto”, para que a las once estuviera. Aún así, la tuve que esperar diez minutos.

Bajó con un sombrero ancho, el capazo lleno de cosas, y vestida con sandalias, shorts y camiseta colorida. No le volví a proponer lo de la playa nudista, porque tenía una baza guardada: nos acercamos andando a la playa principal del pueblo, que estaba atestada. Estando tan llena, yo sabía que a Estrella no le haría gracia estar, así que esperé alguna queja por su parte.

  • Joder dónde nos vamos a poner? Está petada de gente –se lamentó.

  • Ah yo qué sé; tú dijiste de venir aquí –argumenté en mi defensa.

  • Pffff ya, pero… -dijo mirando alrededor en busca de un sitio libre, sin éxito.

  • ¡Yo ya te dije mi propuesta!

Esperé contando mentalmente hacia atrás: 10, 9, 8, 7… confiando en que al llegar al 0 ella dijera de ir a la nudista. Pero no fue así.

En lugar de eso, caminamos entre toallas y sombrillas; ningún sitio era bueno para ella. Así que finalmente se lo expuse directamente:

  • Oye vamos a la cala nudista, que se nos va la mañana sin hacer nada –dije casi en una súplica.

Estrella resopló, pero consintió.

  • Bueeeeno, vaaaale; pero sólo porque me apetece el topless –accedió a mis deseos.

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Una vez nos acercamos a la ansiada playa, al principio no divisamos a nadie desde lejos. Pero al bajar la cuesta por la que se llega, pudimos ver sólo dos personas. Un chico joven, en el otro extremo, que se metía al agua sin bañador; y una mujer de cuarenta años aproximadamente, que tomaba el sol desnuda al comienzo de la cala. Al pasar por su lado, miré sin disimulo su cuerpo: tenía las tetas caídas hacia los lados, al estar boca arriba, y el coño depilado; ni un pelo asomaba. Además no tenía marcas de bañador, por lo que deduje que era habitual de esa playa. Nos asentamos cerca de la mujer, a unos diez metros. No parecía ni haberse percatado de nuestra presencia.

Dejamos los bártulos y colocamos las toallas; Estrella se quitó camiseta y pantalón, y seguidamente la parte de arriba del bikini, quedando sus voluminosos pechos libres. Sé que estaba a gusto; de lo contrario hubiera dicho de irnos o no se lo hubiese quitado. Aunque se los he visto ya decenas de veces, me da mucho morbo pensar que le da corte que se los vean si hay bastante gente, pero no tiene ninguna vergüenza por mostrarlos delante de mí. Yo me quité sólo la camiseta y me senté.

  • Bueno ¿qué? Va nudista, ¿no tenías tantas ganas de desnudarte? ¿Ahora te quedas en bañador? ¡Será posible! –me presionó en tono divertido.

  • Calla mujer, que no me gusta quitármelo nada más llegar –me justifiqué.

  • Pffff, qué cagao, ahora no te atreves –se burló.

  • ¡Mira que eres cansina! –le respondí-. Ya voy…

Seguidamente me levanté y me dispuse a quitarme el bañador. Si no me lo había quitado aún, era porque quería saborear al máximo el momento de desnudarme delante de ella, y que me prestara toda su atención. Cuando ya tenía los pulgares dentro de la goma y bajaban el bañador, paré, aumentando así todavía más su expectación.

  • Oye… -hice como que dudaba- no te importa que me desnude, ¿verdad? Quiero decir, que a ver si va a ser violento o incómodo…

  • ¿Pero tú eres tonto o qué? ¡Haz el favor de quitarte el bañador! ¡Es que como hayamos venido hasta aquí y ahora no te despelotes, con lo pesao que te has puesto…!

  • Vale vale, hay que ver cómo te pones… -dije, satisfecho de haber despertado su total interés.

Me desnudé, ante su atenta mirada. Doblé lentamente el bañador, de pie delante de ella.

  • ¿Contenta? –pregunté con algo de ironía.

  • Ya era hora, mira que te haces de rogar –me respondió-. Y eso que eras tú el que quería venir…

Me tumbé y empecé a ponerme crema solar. Primero los empeines, las piernas, la tripa, y al final la cara. Ella también se estaba poniendo crema de abajo a arriba.

  • Ahora me echas por los hombros y la espalda, ¿vale? Que yo no llego –le pedí-. Y luego te echo yo.

  • Sí sí, en cuanto acabe –dijo mientras se restregaba las tetas con energía.

Me coloqué bocabajo y le pasé mi bote. Echó un chorro sobre los hombros y comenzó a extenderla; describía círculos sobre los omóplatos, y me acariciaba la nuca. De vez en cuando subía hasta el pelo y jugueteaba enredando los dedos, como rascándome. Bajó poco a poco a la espalda, vertiendo más crema, y esparciéndola con sus manos.

No se trataba de echar crema sin más; era más bien un grato masaje que nos gustaba a ambos. Aunque ninguno reconociera que tenía bastante carga erótica, lo cierto es que así era, y los dos lo disfrutábamos: yo porque estaba en la gloria, desnudo, tumbado con los ojos cerrados, mientras mi amiga me masajeaba despacio toda la espalda con mucho mimo y cariño; ella porque me estaba sobando a base de bien de arriba abajo, pasando las manos una y otra vez, metiéndolas por los costados hasta el pecho, aunque la crema ya se había absorbido por completo.

  • Me falta el culo, que antes se me ha olvidao –dije con un poco de sorna, a ver si colaba, aunque sospechaba que me mandaría a la mierda.

Se puso un chorro de crema en las manos, y contrariamente a lo que esperaba, me la extendió por el culo sin decir nada. Se recreó, amasando las nalgas para mi deleite. Incluso me pareció en algún momento que hacía el pícaro amago de meter un dedo por el ano, pero quizás fuera fruto de mi ya excitada imaginación. Después iba desde la espalda baja hasta las corvas y subía, parando cada vez en los glúteos y manoseándolos casi con regodeo.

  • Estoy a punto de ronronear Estrella…

Una breve risa fue su respuesta, y siguió vertiendo crema por las piernas, hasta los tobillos, y por último los pies, dónde se afanó por darme un plácido masaje durante unos minutos, ya sin crema solar.

  • ¿Qué tal te has quedao? –quiso saber.

  • Ufffff, ahora no puedo ni hablar… -dije desencajado del gusto.

  • Jajaja qué exagerao eres… anda échame crema tú ahora. Lo del masaje te los has ganao por venirme a ver.

  • Pero ahora no pudo Estrella… -objeté.

  • Oye no tengas morro, échame crema que te toca echarme va –me apremió.

  • Es que se me ha empinao un poquillo… -era verdad. Todo el magreo me había excitado, y si bien no estaba durísima, sí había crecido considerablemente.

  • ¿¿Queee?? ¡Jajajaja ostras qué tío, estás salidísimo! –rió Estrella, no sin cierto nerviosismo.

No obstante, me incorporé. Por una parte, quería ponerle la crema para que no se quemara, pero la razón principal era que quería que me viera la polla. No estaba en completa erección, pero sí había aumentado de tamaño.

  • Hummm… tienes razón, se te ha puesto morcillona –advirtió Estrella, mirándome directamente el miembro.

Se tumbó y empecé a extender la crema sobre su espalda. Imité lo que había hecho ella –de no haber hecho lo mismo, fijo que me hubiera llevado una reprimenda por su parte-, masajeándole hombros, bajando hasta la rabadilla. Introduje mínimamente las manos por la braga, y le di loción por la parte alta del culo. Como no decía nada, las metí por completo y tracé círculos en sus glúteos, tal y como había hecho ella. Cogí la braga y la bajé lentamente, para dejarla desnuda a ella también, pero se agarró la prenda.

  • Juanitoooo, esas manos… -me frenó-. Que no me desnudo…

Sin decir nada, continué por las piernas. Tenía la cabeza girada, mirando hacia el otro lado, así que se me ocurrió rozarla con la polla, a ver si se daba cuenta. Y así, disimulando, como quien no quiere la cosa, mientras le masajeaba la pierna derecha me agaché y le rocé la izquierda con el pene. No pareció darse cuenta, así que repetí, dando un golpecillo.

  • Juan… ¿eso era tu picha?

  • Uy sí, perdona…

Pero no dijo nada más. Seguí con el refroteo de las piernas hasta abajo; y me centré en los pies. Le estaba devolviendo el masaje que ella me había dado; se habían cambiado los papeles.

  • Date la vuelta, ponte bocarriba –le ordené-. Te voy a masajear los pies mejor.

Me obedeció. Le di unas sensuales friegas por las plantas, para llegar hasta los dedos y acariciarlos también. Me coloqué uno de sus pies en el pecho, mientras que me esmeraba friccionando el otro. Yo estaba disfrutando tanto o más que mi amiga, puesto que soy fetichista de pies, y me entraron unas ganas casi irrefrenables de metérmelos en la boca.

  • Ahora la que voy a ronronear soy yo –susurró Estrella-. Y tú como sigas así, te vas a empalmar del todo.

Mi amiga conocía mis inclinaciones, de las veces en que hemos hablado de nuestros gustos sexuales. Y no se equivocaba, mi polla estaba poniéndose cada vez más dura.

Pero entonces algo me interrumpió. La mujer que se encontraba cerca se había levantado e iba a darse un baño. Tan abstraído estaba, primero recibiendo el masaje, y después dándolo, que ya se me había olvidado que estaba allí. Era hermosa: rubia, grandes pechos, coño depilado, culo respingón; tenía una figura envidiable. Me quedé mirándola, y ruborizado, interrumpí el masaje y me tumbé bocabajo, en un arrebato de vergüenza. Pero me agradó la sensación de que quizá había sido descubierto.

  • ¡Que me habrá visto que se me había empinao! –exclamé.

  • Anda chico, no se habrá dao ni cuenta… sigue porfa, que me estaba encantando.

De modo que continué con el refroteo que tanto me gustaba. La mujer salió en seguida; tan sólo se dio un remojón. Al regresar, se nos quedó mirando y sonrió, no sé si porque le hizo gracia el masaje, o porque vio mi polla excitada. Se tumbó, con la cabeza en dirección a nosotros. Pero llevaba gafas de sol y no sabía si miraba o tenía los ojos cerrados.

  • Me estoy poniendo cachondísimo, con la madura mirando hacia aquí –confesé.

  • Pues cáscatela –soltó Estrella.

  • No me lo digas dos veces.

  • Jajaja no tienes huevos –me retó, medio en broma medio en serio.

  • Va venga. Que me la casco -afirmé con decisión.

  • ¡Jajaja tío, que era de coña! -pero creo que lo quería tanto como yo.

Miré alrededor, la playa seguía desierta. El joven se bañaba ajeno a nosotros, y la mujer continuaba en la misma posición.

  • Dame tu spray, ese otro para el sol -le pedí.

  • ¿Pero qué vas a hacer? -quiso saber.

  • Tú dámelo. Voy a disimular un poco.

Me lo dio, y me eché por las piernas y la cara, como quien no quiere la cosa. Después apunté a mis genitales, y los rocié bien de spray. Empecé a extenderlo por la polla y los huevos, como si solamente lo hiciera para protegerme del sol; pero en realidad ya había comenzado a darme placer. Me restregaba el pene con la mano, y me acariciaba los testículos. Estrella ya podía ver que lo hacía en plan sexual, pero mi intención era llamar la atención de la madura. De modo que me agarré el miembro y subí y bajé la piel, poco a poco.

  • Joder Juan, qué raro es esto... y me encanta.

  • Y a mí -dije, mirando primero a mi amiga, y luego a la mujer.

Fui acelerando el ritmo, pero sin pasarme. Dejaba al descubierto el glande, y lo volvía a tapar con el prepucio. El líquido preseminal ya salía en abundancia, y manchaba mi mano. La tenía muy, muy dura, en concordancia con la gran excitación que experimentaba.

Me encanta que me miren mientras me masturbo, pero siempre que lo he hecho ha sido con mi pareja o algún rollete. Nunca lo había hecho delante de una desconocida desnuda en la playa; y mucho menos ante una amiga de toda la vida. El morbo de la situaión era brutal.

La madura cambió de postura: de estar tumbada, pasó a sentarse, en dirección a nosotros, a mí. Seguía con sus gafas oscuras, pero estaba convencido de que me estaba mirando. Podía verle el coño, no lo escondía. Entonces le di fuerte. Una mueca de esfuerzo y placer ocupaba mi rostro, ya sudoroso por el calor y la fogosidad del momento.

Estaba a punto de correrme, pero no quería hacerlo aún. Quería seguir experimentando ese morbo, esa sensación tan excitante de masturbarme ante dos mujeres, una conocida, la otra no. Paré e hice algo que me vuelve loco de gusto: puse saliva en los dedos, y tracé círculos en el glande, frotándolo suave pero con firmeza.

  • ¿Te vas a correr ya? -preguntó con cara inocente Estrella.

No respondí, no podía hablar. De hecho, se me escaparon algunos gemidos que no pude reprimir.

  • Fufffff -es todo lo que conseguí articular.

Me la volví a coger, y a menear fuertemente. Las miraba a ambas, a la madura desconocida con su coño rasurado; y a mi amiga, a los ojos y a las tetas.

Se avecinaba el orgasmo. Me preparé, y en un último arreón, mirando alternativamente a las dos mujeres, me batí con energía la polla, hasta que un increíble clímax me hizo retorcerme en un escorzo imposible. No la solté, sino que seguí moviendo la mano, sintiendo todas las sacudidas. Al volver a la calma, me di cuenta que la eyaculación había llegado a la pierna de Estrella.

  • JO-DO. Impresionante -me alabó mi amiga-. El chiringazo en la pierna te lo perdono por el espectáculo ofrecido -dijo mientras se quitaba el semen con la mano, y se limpiaba en la toalla.

  • Uy sí... perdón... -dije, recuperando el aliento.

Entonces miré a la señora desnuda, que sonriente, hizo el gesto de apludir, aunque sin hacer ruido.

La mañana prosiguió tranquila, como si nada hubiera pasado. Baños, tomar el sol, leer... lo normal. Pero al irnos, pasamos por el lado de la mujer. Yo todavía iba desnudo.

  • Buena faena maestro -dijo la mujer con gracia.

  • Jajaja gracias -respondí, al pasar junto a ella.

Ya nos alejábamos de la playa, internándonos en el camino de tierra. Entonces, al vestirme, me dijo Estrella:

  • Mañana volvemos, ¿no?

  • Ni lo dudes.