Paja en la comida familiar

Bajo el mantel se escondían, oscuras travesuras.

Su mano tocaba el bulto en mi pantalón. Éste solo crecía y crecía. Me asomaba a su amplio escote y podía adivinar las curvas que formaban sus tetas bajo la blusa. Miraba por detrás, y el tanga sobresalía dándole un aspecto muy excitante a su firme y duro culo. Sigilosamente, la bragueta se bajó. Al darme cuenta, me acerqué más a la mesa quedando la zona de mis piernas totalmente cubierta por el mantel de la mesa. Ella apenas me miraba, estaba concentrada en disimular.

Ana ya había esquivado los bóxers y ahora tocaba con dulzura de arriba abajo mi polla. Sin previo aviso, la agarró con fuerza y empezó el sube-baja. Sus manos eran suaves, divinas, frías, pero ya se estaban calentando.

Me costaba comer, me resultaba difícil enganchar los espaguetis y llevarlos a mi boca. Mis padres parecían extrañados, pero no le daban importancia. Cuatro personas en la mesa: dos tranquilas, una excitada, y yo nervioso, a parte de caliente. Ana lo hacía con tal naturalidad que ni se le notaba, debía tener práctica en estas situaciones. Estaba totalmente relajada y a lo suyo.

Me sacó la mano del paquete, ya muy hinchado. La miré pidiendo explicación, y ella simplemente se lamió varias veces la palma sin ser vista por mis padres. Su mano volvió a donde debía. Los movimientos, con la polla ahora lubricada, eran más rápidos. Recurría a diversas técnicas, a cada cual más rebuscada y placentera. No dejaba de pensar en la experiencia que debía tener como pajeadora. En su cara se podía averiguar las ansias que tenía por comerme la polla, por probar su sabor, pero ambos sabíamos que en mitad de una comida familiar no era posible semejante acción. Se relamía los labios y su boca se hacía agua cada vez que miraba mi miembro.

Hizo caer un tenedor al suelo. "¡Ups!" Exclamó mientras de agachaba. De un golpe seco me sacó la polla entera mientras con la otra mano alcanzaba el cubierto. Ya agachada, y con mi pene a escasos centímetros de su cara, lo acercó a su boca y le propinó un lametón desde los huevos hasta la punta. Seguidamente se metió la cabeza de mi polla en la boca y describió círculos con la lengua. Se la sacó de la boca y miró hacia arriba. Mirándome a los ojos con complicidad y travesura dio un beso en la punta de mi polla y volvió a incorporarse.

La eyaculación se avecinaba. Lo sé, no aguanté mucho, pero no suelo tener a una morenaza de 19 años pajeándome en cada comida. Ella lo vio venir, ya que me echó una miradita de reojo y me dedicó una sonrisa con alevosía. El semen empezó a salir y noté como me mojaba entero en la entrepierna. A ella parecía darle igual, ya que seguía masturbando. Cuando ya no salía más, sus movimientos cesaron.

Retiró su mano lentamente, y yo me abroché la cremallera. Cuando su mano llegó a la altura de la mesa, se relamió los dedos con gusto.

"¡Vaya! Parece que te ha gustado la comida, ¿no es así Ana?"

"Claro que sí. Mmmmm. Deliciosa." – Dijo clavando su mirada en mi, mientras restos de mi corrida aún se notaban en sus labios. Y sin dejar de mirarme concluyó. –"Espero que repitamos."

Me levanté notoriamente, dándome la vuelta para que no percibieran las manchas en el pantalón.

"No tengo más hambre, me voy a mi habitación."

"Juan." – Exclamó mi madre. – "Un besito a tu hermana antes de marcharte, ¿no?"

Me acerqué al asiento de Ana y le dediqué un beso en su mejilla. Para mi sorpresa, ella me susurró: "Espero que en la cena me devuelvas el favor." Lo dijo con voz sensual, a la par que recogía de mi pantalón una mancha de semen y se lo llevaba a la boca. A todo esto, mis padres viendo la tele.

Así, con la imagen de Ana relamiendo la mancha de leche en la yema de su dedo índice, abandoné la habitación. Y es que, ¡a veces es bueno tener una hermana tan guarra!

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