Paja

Un detective fantasea con lo que le haría a su becario.

Se despidió de su becario con un gesto desde el interior del coche mientras él se metía en casa. Volvió a acelerar, pero no avanzó demasiado, tuvo que parar el coche en un lugar algo apartado de la circulación, la presión del pantalón lo estaba matando. Ahora que Ibai se había ido no tenía ninguna razón para seguir resistiéndose al deseo de su propio cuerpo.

Su mano pasó lentamente sobre el bulto marcado de su pantalón, cerrando los ojos para evocar la imagen del ayudante que lo volvía loco desde hace un tiempo. Esos abdominales que ocultaba tras la camiseta no habían hecho nada más que aumentar las ganas que tenía de acostarse con él. Se desabrochó el pantalón y coló sus fríos dedos en el interior de su ropa. No pudo evitar un quejido por el cambio de temperatura, su miembro estaba caliente y duro, así que el frío de sus dedos lo obligó a sacarse la mano del pantalón para calentarla.

Una vez su manos cogio calor volvio a deslizar su mano hasta su polla, empezando a mover los dedos despacio de arriba a abajo, como si fuese una caricia sin intención de acabar en una masturbación.

Su cabeza comenzó a imaginar al joven vestido, pero empapado, en su cama, con la inocencia brillando en los ojos azules claros. Su pelo castaño oscuro algo revuelto por no poder peinarlo contrastaba enormemente con su pálida piel en la que Yerai deseaba dejar la marca de sus dientes. Su ensoñación era tan vívida y real que su erección creció más.

Su mano libre fue en busca de una cabeza que sólo existía en su imaginación, sacándolo de golpe de su ensimismamiento. Cuando la realidad le hizo ver que no había nadie más en el coche volvió a su fantasía, donde ya tenía al estudiante arrodillado, con los labios húmedos por el jugueteo de su propia lengua.

Seguía totalmente vestido, en sus vaqueros pitillo y su camisa empapada, con los abdominales marcados por la humedad. Se había quitado el jersey fino que traía, también empapado, ese que le daba un aire de chico bueno que tanto encantaba al detective.

Extendió sus manos para coger las del menor y guiarlo hasta su pantalón. La inexperiencia del muchacho quedaba a la vista al ver el temblor de sus manos al intentar desatarle el pantalón. Cuando por fin sintió los pesados vaqueros caer al suelo acarició con su pulgar los labios de aquel producto que su imaginación había creado, unos labios carnosos que deseaba morder en un apasionado beso cada vez que lo veía sonreír.

El sudor se perlaba en la frente del detective, que deseaba hacer esa ensoñación realidad. El calor del interior del coche por su excitación hacía que los cristales se empañasen al contrastar con el frío de fuera. Soñaba con sentir esos labios alrededor de su miembro, susurrando entre gemidos el nombre de quién le había excitado sin quererlo, evocando el recuerdo de su lengua lamiendo aquel dulce con el que apareció en comisaría el primer día, suplicando sentir esa lengua en su polla.

Su mente se perdía en esa ilusión placentera donde por fin iba más allá con su ingenuo becario, donde sentía la lengua cálida lamiendo despacio su miembro sin lograr metérsela en la boca más allá de la mitad. El chico se apartaba para mirar a su superior, dejándole ver el bulto que se creaba en esos ajustados pantalones. Teniendo aún el miembro unido a la boca de su amante por un hilo de saliva este susurro un único deseo.

— Follame la boca… — esos ojos claros le devolvían el brillo lujurioso que él debía tener en la mirada — Que no te importe si toso o me dan arcadas...

Acariciaba lentamente la cara del menor mientras lo acercaba de nuevo a sí mismo. Cuando sintió que el menor tenía una arcada el placer que lo inundó fue aún mayor por la presión que ejercía la garganta sobre su polla. Aquello lo desató. Empezó a forzar a aquel Ibai fantasioso hasta que su nariz quedaba pegada a su fuerte musculatura, manteniéndolo así todo el tiempo posible, disfrutando de las arcadas salivosas que tenía el joven. Cuando se cansó de eso empezó a moverse, follando la boca de su pupilo como si fuese un simple objeto, olvidándose de lo que él sentía, como siempre que se acostaba con alguien.

Estiraba del pelo del chico, jadeando por el placer que sentía, soltando pequeños quejidos cuando los dientes de esa perfecta boca le rozaban el miembro. Su piel se volvía de gallina, los escalofríos recorrían su espalda y las piernas le temblaban por el inminente orgasmo.

Era entonces cuando el amante que soñaba acariciaba sus huevos, llenos del semen que guardaban y explotaba de placer, recordando la inexperiencia del becario, viendo como  parte de la leche que intentaba mantener en su boca escapaba por sus labios y se obligaba a sí mismo a relamer…

Mientras se limpiaba el semen con un dedo de los labios enrojecidos no dejaba de aumentar la excitación del soñador, quien no pudo evitar llegar al máximo al imaginarse a su pupilo lamer su reciente corrida de su dedo una vez recogida de sus labios.

— Mierda... —aquella fantasía no era el único lugar en el que el detective había podido experimentar el placer del orgasmo.