Pago por ajuste de cuentas

Una pareja es secuestrada, y la chica sometida por un ajuste de cuentas entre los miembros de una banda.

Desde que Tomás y Pilar, se casaron, la situación no era del todo clara. Hacía ya unos años de aquello, pero aún eran una pareja joven. Los dos, de una edad similar, apenas superaban los 30.

Tomás, de un trabajador honrado en los comienzos de la relación, se había convertido en una persona con negocios poco claros, dedicado al tráfico de drogas, a trapichear, y a negocios oscuros, que le habían hecho perder la credibilidad. No obstante, el dinero era fácil, y en casa del matrimonio, no faltaba nunca nada.

Pilar, por su parte, no había dejado de trabajar como administrativa, en la misma empresa que lo hacía de soltera. Estaba bien considerada, y al margen de los negocios de su marido.

Cuando aquellos hombres entraron en la casa, Pilar no entendía nada. Pensó que era un asalto para robarles, pero la conversación que mantenía su marido con aquellos hombres, le dio a entender que no era un robo, sino un ajuste de cuentas por los problemas que habían surgido con una mercancía.

Dinos donde está la mercancía o el dinero y te dejamos en paz. No nos obligues a haceros daño. Sabes que nos caes bien, dinos lo que queremos saber. Esta era la frase que se repetía contínuamente, mientras Pilar observaba sin dar crédito a lo que estaba viendo.

Ella sabía que el dinero que llegaba a casa por parte de él, sin trabajar demasiado, estando la mayor parte del tiempo en el bar, y despues, faltando a casa, por viajes esporádicos varios días seguidos, no podía ser muy lícito. No obstante, prefería no hacer demasiadas preguntas.

La situación parecía realmente comprometida. Tomás, no sabía o al menos no estaba dispuesto a decir nada, y los hombres que estaban en casa, no tenían aspecto de conformarse con las palabras que él decía.

Está bien, Tomás, tú lo has querido, dijo uno de los hombres que estaba en la casa. Dicho esto, los sacaron de la casa y los introdujeron con los ojos tapados, en un coche grande, una furgoneta.

En unos 45 minutos, llegaron a un polígono industrial, a las afueras de la ciudad. Aparentemente era una nave destinada a actividades empresariales, pero por dentro estaba equipada, gran parte de ella como una vivienda, destinada a ocultar a personas buscadas por la policía en momentos de cierta confusión.

Bajaron ambos del coche, y con malos modos los introdujeron dentro de la vivienda ubicada dentro.

Dos hombres, ataron a la chica por las manos a una cuerda que caía del techo.El marido, por su parte, quedó atado a una silla. Los hombres colocaron unos espejos detrás de la chica. Ninguno de los dos, podía sospechar los motivos por lo que aquello se ponía allí.

Tomás, antes de empezar a “convencerte” para que hables sobre todo aquello que queremos saber, quiero que me digas donde está la mercancía o el dinero.

En estos momentos Tomás ya no se mostraba tan altivo, y comenzaba a flaquear. No obstante, se mantuvo firme con un rotundo, no lo sé, no tengo nada.

Está bien, te diré algo. Vamos a divertirnos con tu mujer hasta que nos digas lo que queremos saber. Al menos, ella pagará parte de lo que nos debes.

En ese momento, al oir esas palabras, Pilar comenzó a gritar a ellos y a Tomás. Cariño, por favor, diles lo que quieren, dales su dinero. ¿No te importa lo que van a hacerme?

No tengo nada de lo que me piden, mi amor. Me entregaron el dinero para realizar la compra, pero cuando llegué allí era todo una trampa, no estaba la droga pero a punta de pistola, unos encapuchados me obligaron a darles mi maletín en el que estaba el dinero.

Está bien, como tú quieras.........

Esas palabras sonaron como la más cruel de las torturas en los oídos de Pilar.

Ella iba vestida con una camisa blanca y una falda larga de lino. Era una mujer realmente atractiva, y una diosa para aquellos hombres que pretendían utilizar a la chica para intentar que su marido desvelase el paradero del dinero, y por otra parte, para satisfacer los más bajos instintos.

Los tres hombres miraban a Pilar con ojos lascivos. Uno de ellos se acercó a ella y lentamente comenzó a desabrocharle los botones que le mantenían cerrada su camisa. A pesar de estar atada, sus chillidos y movimientos eran enormes.

Tomás tambien comenzó a increparlos, y a gritarlos. En ese momento pararon y se acercaron a él. ¿Tienes algo que decirnos?, preguntó el jefe.

Dejadla en paz, ella no tiene nada que ver en esto. Dejadla marchar. Matadme a mi si quereis, pero dejadla a ella.

Sólo queremos nuestro dinero. Nos lo das, y os vais a casa.

No lo tengo, dijo él, empezando ya a derrumbarse y con lágrimas en los ojos.

Pilar se mantenía con las manos más o menos a la altura de su cabeza. Entonces, uno de los hombres soltó la cuerda y tiró de ella. La mujer subió los brazos, siguiendo la cuerda a la que estaba atada, incluso sus pies se tuvieron que elevar, para quedar estos de puntillas, tal y como una bailarina de ballet.

Si no tienes nada más que decirnos, comenzará la fiesta, dijo el jefe de la cuadrilla a Tomás.

Dejadla, por favor, dejadla, fue su respuesta, ya con un tono de súplica que hacía ver que su situación era muy delicada.

De nuevo el hombre comenzó a desabotonar la blusa de Pilar. Ella se intentaba mover dentro de su limitación pero poco podía hacer.

El hombre dejó la blusa totalmente abierta. Se la sacó por encima de la falda, y quedaron sus pechos sólo tapados por el sujetador blanco que llevaba.

Otro de los hombres cogió un gran cuchillo. La chica y su marido comenzaron a chillar. Miró a Tomás con cara de desprecio y superioridad.

Traquilo, dijo. Sólo es para ayudarme a quitarle el sujetador a tu mujer. El hombre metió el cuchillo entre los dos cazos del sujetador, y lo arrancó. Despues cortó las tiras que lo sujetaban por encima de los hombros y lo sacó, tirándolo sobre las piernas del marido.

La imagen era la de una mujer asustada, atada al techo, de apoyada sobre la punta de sus pies, con la camisa abierta, sin sujetador, los pechos descubiertos, y sin poder parar de llorar. Eso, si, de cintura para abajo, estaba totalmente vestida, aunque sería por poco tiempo.

El jefe se intentó acercar a ella. Sólo le quedaban unos centímetros para recular e intentar que eso no sucediera, pero otro de los hombres,la agarró por su cintura, dejándola a disposición del jefe, que le agarró de los pezones, y la atrajo hacia él. El hombre, pudo sentir sus braguitas por encima de la falda.  El otro intentó darle un beso en los labios, pero ella movió la cara. Tomás se intentaba desatar, pero era inútil. En esos momentos fue cuando comprendió el motivo de los espejos. Era para que él no perdiera detalle de todo lo que iban a hacer a su mujer. Si estaba delante suya, la vería, y si se encontraba girada, la vería a través de los espejos. La jugada era sucia y vil, pero estaba bien planeada para que no perdiera ningún detalle de lo que iba a padecer su amada esposa.

Al final, decidió soltarle los pechos. Despues, el otro hombre, se acercó por detrás, agarrándola de nuevo por la cintura, y esta vez, bajando un poco la mano,para tocar su trasero con unas de las manos, y la parte delantera de su falda.

En este caso, la chica intentó moverse hacia delante. Tampoco tenía demasiado recorrido, así que no tuvo problema para pasar su mano con total impunidad por su culo y piernas, eso si, siempre por encima de la falda.

Los pasitos cortos que daba la mujer, hacían gracia a los hombres que mantenían a raya a la pareja.

Al final tambien la soltó, no sin antes darle una palmadita en el culo.

Se relajaron un poco, y decidieron sacar unas cervezas para animar la velada. Al fin y al cabo, estaban trabajando, merecían un relax, aunque lo iban a obtener en breve con la preciosidad que tenían allí.

¿Quereis una birra?, preguntó uno de los matones a los chicos. Sólo contestó ella a una pregunta que no se había formulado, pidiendoles que los dejaran marchar.

No te preocupes, guapa, en breve os ireis. Pero habría sido todo más sencillo si tu marido no se hubiera gastado el dinero, o no lo tuviera escondido.

Los tres hombres se sentaron. La miraban, miraban sus pechos, sus pies, que se notaban doloridos por la postura. Miraban al marido, que empezaba a estar ausente de la situación que vivía su mujer.

Es guapa la condenada, verdad? Me pregunto, ¿que tendrá debajo de esa falda? Dijo uno de los hombres. Tiene un buen tipo, tiene que estar de maravilla.

El jefe respondió que no se preocuparan. Esta mujer nos va a enseñar todo lo que queremos ver, y hará todo lo que queramos. Es nuestro botín, y son órdenes de arriba el ajustarle las cuentas a la parejita.

Uno de ellos se acercó, y cogió la punta de su falda y comenzó a subirla. Poco a poco, desde los tobillos, despues las rodillas, hasta la parte alta de sus hasta sus muslos, hasta el principio de sus blancas bragas. La mujer, de nuevo comenzó a gritar

Es pesado esto de subir la falda, ¿verdad? Los otros dos rieron.

Si, creo que es más fácil bajarla, y continuaron las risas, ahora más fuertes.

Comenzó a tocar la cintura de la chica, hasta que llegó al botón de la falda. Lo desabrochó y bajó su cremallera. La falda, tan sólo por la fuerza de la gravedad, bajó léntamente hasta quedar sús piernas al descubiertos, y su sexo, sólo tapado por unas pequeñas bragas.

Los dos quisieron darles unas cachetadas en su culo. Sólo tenía su camisa abierta y sus bragas. Resultaba muy sexy la situación, al menos para ellos. Para la mujer y su marido, sólo resultaba humillante.

Está buena la hija de puta. Me está poniendo a tope, y eso que aún no la hemos desnudado del todo. Mientras decía esto, retiró la falda del suelo y la tiró tambien sobre el cuerpo del marido.

Pues habrá que hacerlo. La chica gritaba, suplicaba que no continuasen. Sabía que una vez que sus bragas hubieran salido de sus piernas, poco más podría hacer. El jefe le tocó la goma, por arriba, separándolas un poco y miró por debajo de sus bragas, primero por el culo, y despues por delante, para hacerse una idea de lo que iba a encontrarse.

Uno por delante, y otro por detrás, comenzaron a bajarle las bragas. Sus gritos eran enormes. Su marido sólo susurraba y suplicaba que la dejasen en paz.

Le subieron un poco las piernas, y le sacaron su prenda más íntima. Estaba totalmente desnuda. Ella giraba, pero de frente, o a través de alguno de los espejos, podía ser observada en todo su explendor, y todos los detalles que tenía su cuerpo. Su coño, con formas rectangulares, con el tamaño de su vello sin recortar, negro como azabache, parecía maravilloso. Tambien las bragas, se las tiraron a su marido, que ya intentaba agachar la cabeza, aunque su sentido de culpa le hacía mirar a su esposa, y a los espejos, contemplando todos los detalles. Salvo su blanca camisa, que sólo le tapaba la espalda y parte de los brazos, todo lo demás estaba a la vista de todos los presentes, incluso para la propia mujer.

Bueno, y ¿ahora qué?, preguntó uno de ellos.

Bueno, en esta situación no es fácil follársela, pero podemos jugar un poco antes de llevarla a la cama.

Uno de ellos, le levantó la pierna, hasta ponerla por encima de su hombro. El sexo de la chica, permanecía abierto como un mejillón, y comenzó a pasarle su lengua entre su concha.

La chica intentaba zafarse, pero era totalmente imposible. Otro de ellos comenzó a meterle el dedo por su ano. El otro hombre, sacó su lengua y comenzó a urgarle con el dedo. La chica chillaba, lloraba, se retorcía, pero no tenía demasiadas opciones, a parte de soportar todas las embestidas de bocas y dedos que recibía.

El jefe, viendo lo que sus hombres estaban haciendo, decidió tomar parte. Los ordenó que la cogieran por las piernas y se la separasen bien, levantándola, y quedando la raja de su coño a la altura de su boca. La sujetó bien por el culo y comenzó a comerle la raja, pasando la lengua, los dientes, lamiendo, absorbiendo todo lo que salía de su coño.

Dejó descansar su lengua para que sus dedos tomaran su lugar. Ahora estaba muy mojada, no por ella misma, que no disfrutaba la situación, sino por la saliba que había dejado el jefe con ella.Eso les daba lo mismo a ellos, lo importante era que el dedo, de momento, y despues otra cosa, se deslizaba perfectamente.

Los tres hombres se fueron pasando a la chica, se frotaban contra ella, la lengua, los dedos, las manos, toda en si misma, estaba siendo sobada en contra de su voluntad.

Uno tras otro fueron metiendo los dedos en su rajita, tambien su lengua. Frotaban sus tetas con sus manos, y tambien le metían sus dedos por el ano. De nada servían los chillidos y súplicas de la chica. El marido, ya no decía nada, tan sólo agachaba su cabeza y sólo miraba levemente alguna vez.

La cara de Pilar estaba enrojecida por la tensión y los esfuerzos de zafarse de sus captores, y mojada por las lágrimas vertidas.

Los hombres decidieron que ya había estado suficiente en esa posición, y decidieron desatarla para colocarla en un lugar más cómodo para continuar con su trabajito.

Llevaron un sofá donde se encontraba anteriormente colgada la mujer, y lo convirtieron en cama. Totalmente exhausta, no opuso demasiada resistencia y la tumbaron sobre el colchón. Inmediatamente, le pusieron dos esposas, una en cada mano, que engacharon en los hierros del somier.

Sin dudarlo demasiado, se desnudó y sacando su polla, que por los tocamientos anteriores, estaba totalmente dura. Los otros dos hombres, se encargaron de abrirle las piernas al máximo, para que no tuviera mayor problema en su penetración.

La chica gritaba ahora ya de forma desgarradora. Se sentía penetrada, y su marido ahora si miraba. A través de los espejos, podía ver los detalles que se le podían escapar directamente, contemplando la escena.

Con un mete y saca constante, no tardó demasiado en correrse dentro de ella. Su vergüenza había llegado al máximo. Había eyaculado dentro de ella.

Cuando el jefe terminó, otro de los hombres tomó su turno. En este caso, los demás no colaboraron para abrirle las piernas, sino que el otro tomó su boca y le metió su pene por la boca. El otro hombre, sin demasiada dificultad la penetró. Ella se sentía totalmente desbordada, no pudiendo ni tan siquiera pensar, con las acometidas que sufría en su boca y en su sexo. Sus ojos desobritados, totalmente abiertos, lo demostraban.

Cuando el hombre se corrió por los lametones de Pilar, le llenó toda la cara con su semen. Con las lágrimas de su cara, y el color rojo por el disgusto que estaba soportando, la mezcla brillaba como si fuese vaselina.

El tercer hombre, también se corrió. Cuando esto pasó, todos se visitieron, y fueron a hablar. Al final decidieron dejarlos en paz. Total, no habría problema en tomar a la chica cuando les apeteciese, y no estaban en situación de denunciarles a la policía.

La chica seguía aún con la camisa, eso si, totalmente abierta. Le devolvieron toda su ropa, incluso el sujetador, que estaba hecho añicos.

Su marido, la ayudó a vestirse, y de nuevo les taparon los ojos, para meterlos en el coche que los llevaría a su casa.

Antes de despedirse, les advirtieron que consiguiesen el dinero, sino querían volver a sufrir unas consecuencias similares, probablemente incluso peor para ella, porque le iba a tocar hacer cosas que jamás habría podido imaginar.