Padre nuestro

De cómo mi marido me entregó a su padre.

Me casé con un hombre muy bueno,  hace diez años, tenemos un sexo exquisito, siempre me complace y me hace gozar mucho,  termino teniendo varios orgasmos y pidiéndole a gritos que no pare de follarme, pues soy multiorgásmica, y estaría follando horas y horas.

A los dieciocho años, empecé la universidad, estudiaba filosofía.  Gracias a tener sexo con alguno de mis profesores, conseguí las mejores notas.  Me dí cuenta que siendo una putilla, podía sacar mis ventajas, y siempre que pude sacar provecho entregando mi cuerpo, lo hice, y, no me arrepiento.

Mi esposo era muy activo sexualmente, y él me acostumbró a disfrutar libremente del sexo.

Hacíamos todas las posiciones y lo que se nos ocurriera en el momento,  a veces sólo nos lamíamos los cuerpos y llegábamos a pasarla bomba. A él le encantaba cogerme por la boca, mientras yo le introducía mis dedos en su ano, cuando tenía su semen en mis labios,  lo besaba apretadamente y le pasaba a su boca, su lechita deliciosa.

Para serles sincera,  cuando mi marido no estaba en la ciudad,  ya que él por cuestiones laborales,  solía ausentarse por varios días.

He tenido algunas aventurillas,  muy en secreto,  la he pasado muy bien con otros hombres,  porque como les decía, mi esposo me hizo adicta al sexo,  y extrañaba la cama cuando él se ausentaba, hasta que una vez,  siempre hay una primera vez,  le puse los cuernos con el dueño de una almacén de ramos generales que había en el barrio.

Todo pasó casi sin darme cuenta, y juro que no hubo mala intención de mi parte, pero el señor en cuestión, me elevó a los cielos, y a partir de ese día, cada vez que se me daba una oportunidad de tener sexo, lo hacía sin ningún tipo de remordimientos, ya que este señor me hizo asumir que yo no era mujer de un solo hombre.

Mientras el señor, (lo llamábamos don Francisco), me follaba, me lo decía, que los hombres debían disfrutarme, que era un pecado no montarse a semejante hembra.

Don Francisco, era un señor cincuentón, muy calentón, esos que te desnudan con la mirada, y cada vez que iba a su comercio, sentía el fuego que salía de sus ojos.

Una noche, estábamos en pleno acto sexual, con mi amado esposo, cuando sonó el teléfono, era mi suegro, que vivía a unos 500 km de nuestra ciudad.

Tenía el pene erguido de mi esposo dentro de mi boca, yo se la chupaba intensamente, mientras sus dedos acariciaban mi clítoris, yo estaba ardiendo, y deseando que me diera por todos mis agujeros, en ese preciso momento tuvo que ir a atender el llamado.

Cuando volvió, su cara de angustia lo decía todo.

La madre había sufrido un ataque, y, estaba muy grave en el hospital, debía viajar con urgencia pues se esperaba lo peor.

Mientras le preparaba la maleta, mi esposo llamó al aeropuerto para saber el horario más próximo y partir a ver a su madre.

El vuelo salía en tres horas. Así que lo llevé en nuestra camioneta a que abordara el vuelo, cuando volví a casa sola, ya estaba amaneciendo.

A media mañana me dí una ducha rápida, para comenzar con mis tareas habituales. Me sentía deseosa, mi esposo había partido tan rápido y con semejante noticia había perdido la erección, yo me quedé caliente como una perra en celo, y, no se me iba de la cabeza las ganas que tenía de comerme una linda polla, no se cómo iba a soportar estar así, hasta su vuelta, si es que podía hacer algo, porque él amaba mucho a su madre y no tendría ganas de nada si la salud de ella no mejoraba.

Me dirigí al comercio de don Francisco, con la rajita húmeda, y con muchos deseos, pero debía calmarme pues estaba pasando por una situación incómoda.

Fui cargando mi bolso de las mercaderías necesarias, eran muchas y no entraba todo lo que necesitaba, cuando fui a pagar, don Francisco, se ofreció a llevar la mercadería a mi casa. Mientras me hablaba sus ojos estaban posados en mis senos, mis pezones debido al deseo insatisfecho con que había quedado, estaban en punta

-Muchas gracias don Francisco, me haría un gran favor, ya que no puedo cargar con todo.

-Muy bien niña, apenas llegue mi señora y se haga cargo de la caja voy a su casa.

-Ok, lo espero.

Por lo bajo me susurró:

-Espéreme preciosa, si es posible desnuda, mamita

Y largó una estruendosa carcajada.

En vez de ofuscarme ante tal comentario, sentí una ola de calor en todo el cuerpo, lo miré a los ojos, con la misma mirada caliente que tenía él.

-Mire las cosas que se le ocurren.-Susurré mimosa.

-Verla desnuda, tocarla, comérmela toda, sería llegar al cielo.

Mientras me decía esto, su mano rozó la mía, esa caricia se me hizo deliciosa, bajé la mirada y partí sin decir nada.

Al cruzar la puerta, me topé con la esposa de don Francisco.

Fui casi corriendo a mi casa, no sabía cómo iba a reaccionar ante este hombre a solas en mi casa.

Fui directamente a la cocina a tomar agua, pensaba que me estaba volviendo loca, dejarme seducir por ese vejete calvo que podía ser mi padre. Estaba totalmente convencida que tenía que tener un amante mientras mi marido no estaba, pero no ese

Sonó el timbre y fui a atender, era don Francisco, que traía mis mercaderías, lo hice pasar y que dejara Las cosas en la mesa de la cocina.

Él pasó directamente, casi sin mirarme, lo seguí, mientras descargaba todo sobre la mesa, le ofrecí un café o algo fresco. Mis deseos, me estaban traicionando.

-Me vendría bien un poco de agua fresca, usted me hace entrar en calor, señora

Cuando le acerqué el vaso, me sorprendió porque me tomó del brazo con brusquedad, y me empujó contra el refrigerador.

Sin decir nada, me abrazó y comenzó a besarme, el cuello, sentía su aliento cálido, le pedí que por favor me soltara que era una mujer casada, que amaba a mi esposo, que no quería ser infiel

-Tengo algo rico, para darte, te va a gustar y mucho.

-Por favor. –Su lengua comenzó a meterse en mi oreja. Me chupaba el lóbulo, mientras sus manos levantaban mi vestido, casi hasta mi cintura.

Me tenía aprisionada contra el refrigerador, me empujaba hacia atrás, con fuerza levantó una de sus piernas, y puso su rodilla entre mis muslos, de tal manera que me dejó casi sin fuerzas.

Comenzó a susurrarme palabras soeces, mientras sus manos me recorrían lujuriosamente por todo mi cuerpo.

-Vas a ver qué rico la vas a pasar, hace tiempo que te tengo ganas perra, o te crees que no veo como meneas ese trasero, volviéndonos locos a todos los del barrio. ¡Entérate puta! ¡Todos los vecinos te queremos follar! Siempre provocándonos, pues bien, ¿quieres polla? Pues aquí tienes una grandotota, te la comerás gustosa, ya verás.

Me besó en la boca, su lengua fue abriendo mis labios, mi lengua se enredó con la suya y nos dimos un beso largo, húmedo y apretado.

-¡Vamos zorra!, cómete mi polla y goza como la puta que eres.

Se arrodilló, quedando su boca pegada a mis bragas, lamió la suave tela, la corrió hacia un costado, metió su dedo anular dentro de mi vagina, que para ese entonces estaba totalmente mojada.

Su dedo entró con facilidad, y comenzó a moverlo en forma circular, sentía un placer intenso, mi corazón palpitaba y mi respiración era acompasada.

-¿Te gusta, ehhh?? ¿ahhh?. –¡Claro que te gusta y mucho!

Abrí mis piernas ya sin resistencia.

De un tirón quitó mi vestido, quedé ante él semidesnuda, mi braga corrida hacia un costado. Mis cabellos despeinados, los labios rojos de sus besos.

Se quedó contemplándome, me pidió que dejara mis altos tacos puestos, en ropa interior y con esos zapatos, me hacían ver como una verdadera puta.

Se acercó a mis senos, y los besó sobre la tela, los baboseó todo, luego lo desprendió, mis pechos plenos, con los botones en punta, fueron el punto de sus lamidas.

Comenzó a besarlos y a morderlos con sus labios, yo gozaba ante semejantes lamidas, y pedía más.

Sin dejar de lamerme me fue tumbando en el piso de la cocina, se quitó la ropa, era un hombre lleno de pelos, el vientre prominente, el pene escondido por la grasa de su abdomen.

Tirada sobre el piso, me quitó las bragas, empezó a besarme desde los pies hacia arriba, mientras sus manos no dejaban de tocarme toda. Abrí mis piernas lo más que pude, también abrí los labios de mi vagina con mis dedos, se la ofrecí, como un premio. Ya había perdido el control.

-¡Vamos! Empieza a hacerme todo lo que dijiste que harías cabrón, mira cómo estoy de caliente. ¡Vamos, quiero que me chupes toda!

Su lengua larga y áspera, entró en mi vagina y empezó a moverse de punta a punta, en forma circular bordeando mi clítoris, hinchado hasta lo indecible.

Comenzó a moverla lentamente, muy suave, iba y venía, subía y bajaba, mis caderas se movían lujuriosas.

La primer corrida no se hizo esperar mucho, inundé su boca hambrienta con mis jugos, se relamió y enjugó sus labios, saboreando mis néctares.

Esperó unos segundos, hasta que mi respiración se calmó, y, comenzó con su juego de lengüeteadas, hasta hacerme correr, dos veces más.

Se sentó sobre la mesa de la cocina, entre la grasa de su abdomen, sacó su pene un poco escondido, erecto y duro, y me pidió que se lo chupara un rato.

Tuve que ponerme de rodillas, para poder mamárselo, sin que me molestara el volumen de su vientre.

Lo tomé con mis manos, y grande fue mi sorpresa al ver el terrible aparato que asomaba, no sabía que tenía semejante polla, casi el doble de grande a la de mi marido.

Ese tamaño y grosor me excitó más aún, me había tragado muchas pollas, de varios colores y formas, pero juro que esa era la más grande que había tenido entre mis manos, y por supuesto la quería para regocijarme con ella, en todos mis agujeros, por ahora estaba en mi boca, ya la gozaría por otras partes.

Abrí mi boca al máximo, pues semejante herramienta no entraba entera. La cabeza era grande, sabrosa y exquisita, le besé suave la punta y poco a poco la fui acomodando dentro de mi boca, sentí que la punta tocaba mi garganta, la sacaba, y la volvía a entrar, estuve así un buen rato deleitándome con ella, la ponía de costado y mis mejillas sobresalían con semejante garrote duro dentro.

Se la chupé hasta que me di cuenta que ya se venía, no quería que se fuera sin antes sentirla todita dentro mío.

Ahora el que se tendió en el piso fue él, le tomé el garrote duro y me fui sentando lentamente sobre él.

Mi vagina se fue abriendo y se la fue tragando lentamente, no quería entrarla muy fuerte para que las paredes se fueran acostumbrando a semejante tamaño.

Sentía esa estaca dura dentro mío, y cada vez quería más, apoyé mis rodillas en el piso, y comencé a bailar sobre la polla, mis caderas iban hacia un costado y el otro, hacia atrás y hacia adelante, sentía eso duro cada vez más adentro mío, hasta que pude tenerla enterita bien adentro mío, ahí me quedé quietita, disfrutándola.

Los dos empezamos a movernos, hacia aquí y hacia allá, hasta que sentí un chorro tibio dentro mío.

Quedamos los dos exhaustos tirados en el piso de la cocina. Después se levantó, se cambió y me dijo que esto era sólo un anticipo de las cosas que haríamos juntos.

-Ja! Quién diría que el viejo gordito del barrio, te folló y te gozó como se le dio la gana.

Ese fue el comienzo de una relación que seguimos manteniendo en secreto, nos vemos, una o dos veces por semana, cada vez que necesito que me traigan la mercadería a mi casa.

Así fue como empecé a serle infiel a mi esposo, con el maduro, rellenito del barrio. Pero, me daba por todas partes, y me resultaba muy atrapante las cosas que me hacía con sus manos, lengua y polla.

Al poco tiempo de esto que les relato, la madre de mi marido falleció.

Pero la vida continúa, y, mi marido poco a poco, volvió a ser el buen amante de siempre.

Una noche, me dijo que si a mí no me molestaba, quería que su padre viniera a pasar un tiempo a nuestra casa, que podía dormir en la sala de huéspedes y que era un hombre muy tranquilo, que no nos iba a traer problemas.

Yo no tuve inconveniente en que el viejo viniera un tiempo, el único problema que tenía era que ya no iba a poder follar con don Francisco, cuando me traía la mercadería. Se lo comenté que debíamos dejar de vernos por un tiempo, mientras estuviese el viejo en casa, no aceptó bajo ningún concepto, iríamos a un hotel o lo haríamos en la camioneta, que no iba a dejar de follarme por eso.

-No voy a dejar de comerme semejante bocado exquisito, ni loco de remate, nos veremos a escondidas, en algún hotel, ya veremos. Pero que te voy a seguir cogiendo, ni lo dudes, putita.

Mi suegro se instaló en la casa, sin mayores inconvenientes, la idea de mi marido era que su padre no estuviese tanto tiempo sólo.

Una noche después de hacer el amor, mientras fumábamos un cigarrillo, mi esposo me dijo.

-Lo veo muy triste al viejo.

-Bueno, es comprensible, perdió a su esposa.

-Mi padre necesita una mujer, él siempre ha tenido algo fuera de la casa, eso lo supe siempre.

-Le buscaremos una novia, ¿qué te parece la idea?

-Muy buena, mi padre siempre fue un calentón, lo se muy bien, y quisiera verlo feliz con una mujer joven.

-¿Con quién?

-Me gustaría, y no te enojes, que tú fueras complaciente con él.

-¡Estás loco! ¿Cómo que yo? ¿Qué quieres decir?

-No me importaría compartirte con él, al contrario, me encantaría, es una fantasía que tengo recurrentemente.

-¿Qué? Nunca me dijiste una cosa así.

-Haría cualquier cosa por ver a mi padre feliz, y sé que tú me puedes ayudar.

-¿Qué? No puedo creer lo que estoy oyendo.

-Mira mi amor, yo te conozco muy bien, sé que te gusta más follar que comer, imagínate, que te follemos los dos, tú que eres una perra en celo, cuando estás caliente, ni te acordarás que es mi padre.

-¡No!

-Probemos mi amor, si no te calientas, cosa que dudo, lo dejamos ahí.

Esa noche no pude dormir bien, la propuesta de mi esposo, me había dejado descolocada, pensé en la escena los tres desnudos, dos penes para mí, que me chuparan los dos, que me follaran los dos a la vez, todo era muy extraño, pero también muy atrayente.

Lo hablamos varios días, yo no me animaba, pero tampoco desechaba la idea.

Una noche mientras cenábamos los tres, mi esposo sacó la conversación.

-Viejo, ¿no te gustaría tener una mujer?

-Claro que sí.

-Mira mi mujer, padre, ¿no es hermosa?

-Realmente tienes una fortuna de tener semejante hembra contigo, hijo, envidiable.

Cuando pasamos a la sala tomar café, mi marido puso música suave y lenta, sirvió wisky, para los tres.

Me tomó en sus brazos y nos pusimos a bailar en la sala.

Me apretaba con fuerza y me empezó a besar desaforadamente, metía su lengua en mi boca, mientras me acariciaba, el viejo estaba sentado en el sillón mirando la escena.

-Te voy a follar ya. –me decía palabras soeces- Mi marido me conocía lo suficiente como para saber que con esas palabras y un par de besos a mi me subía la temperatura y, perdía la cabeza.

Empecé a sentir como su polla empezaba a endurecerse, sus brazos me rodeaban y me acariciaban la espalda.

Yo miraba disimuladamente a mi suegro, y me calentaba mucho, saber que me miraba y a la vez se excitaba, tanto como me estaba excitando yo.

Mi marido, comenzó a desabrochar mi blusa despacio, fue abriendo los ojales de a uno.

Me quitó la blusa, y quedé con mi falda corta y corpiño, acariciaba mis senos, sus dedos pellizcaban mis pezones, su lengua recorría mis hombros sinuosamente, nos seguíamos besando y bailando ante el viejo que nos miraba, mientras se tocaba por arriba del pantalón.

Mi esposo, me desabrochó la falda, y la fue bajando por mis caderas, muy lentamente, hasta que cayó al piso.

Seguimos bailando apretados, y besándonos, yo había quedado en bragas y corpiño, subida a mis altos tacos agujas, como le gustaba a él.

Mi marido me conocía mucho y sabía de mis debilidades, su dedo se metió dentro de mis bragas, y comenzó a frotarme el clítoris, ante esa caricia no me pude resistir, me acomodé para que la caricia fuera más cómoda, su dedo seguía frotándome, mientras su lengua me lamía los pezones, bajó los breteles de mi corpiño y sacó mis senos afuera. Se los mostró al padre.

-Mira viejo, mira esto que te gusta tanto. Te lo ofrezco de corazón. Mi mujer, es tuya también.

El viejo, abrió su pantalón y sacó su pene, ya duro y se lo empezó a acariciar.

Mi esposo, se quitó la ropa, se arrodilló y comenzó a besarme la rajita, me tomó de las caderas y me fue adecuando, de tal manera que quedé sentada sobre su boca. Su lengua me fue recorriendo toda la vagina, yo cerraba los ojos disfrutando la lamida que me estaba dando. Mis espasmos iban anunciando mi corrida inminente, mis suspiros de placer se hicieron muy fuertes, mientras me corría en la boca de mi marido, mi suegro, se acercó y me rozó su polla por toda la cara.

Mi esposo, me puso en cuatro en el piso.

Se agachó y comenzó a besarme el trasero.

Abrió mis nalgas, y su lengua se fue metiendo en el agujero de mi ano, la entraba y la sacaba, luego me metió un dedo, dos… me fue dilatando el orificio, como lo hacía siempre que teníamos sexo anal.

Antes de penetrarme por atrás, me preparaba de manera tal, que yo lo único que quería era su verga dentro de mi esfínter, me hacía de todo, hasta que yo no daba más y terminaba rogándole por su polla, en ese momento me penetraba lentamente, lo que era un acto de sumo placer para mí y por supuesto para él también.

-¡Ahhh! ¡ahhh!, dame, ya tu polla.

En vez de darme lo que le pedía, esta noche se había propuesto hacerme volver loca de deseos, y lujuria, seguía besándome, lamiéndome y tocándome todos mis puntos débiles.

Me acomodó la cabeza entre las piernas de mi suegro, mi boca de puta, roja y abierta pidiendo polla, quedó a centímetros del instrumento duro de mi suegro.

Abrió mis nalgas, entre mis gemidos y mis ruegos de ser penetrada, empujó su polla, entrando apenas su cabeza.

-Amor, imagínate, mi polla bien adentro de tu trasero, y en tu boca otra verga dura, como la que tienes tan cerca de ti, ¿lo imaginas?

-¡Si! Mmmmm, mmmmmmm.

-Prueba, a ver que sientes, mi putita.

Miré fijamente a mi suegro, y me ofreció su herramienta, para nada despreciable, la tomé con mis manos, y la llevé rápidamente a mi boca.

Mi marido enterró su pene en mi trasero, pasó una de sus manos hacia adelante y refregó mi clítoris abultado y sediento de placer.

Mientras mi marido me cogía por el ano, la polla de mi suegro, entraba y salía de mi boca lujuriosa, se la mamé con locura, la besé toda, hasta le chupé los testículos al viejo. Mientras él había tomado mi cabeza con sus manos, y acariciaba mis cabellos.

Mi suegro me cogía por la boca, su pene se hinchaba cada vez más cuando con mis labios, le besaba el glande, la entraba y la sacaba, me la comía entera, me encantaba como me cogían ambos, cada uno a su manera.

De pronto sentí que un chorro tibio de la leche de mi suegro me inundaba, paladeaba todo su líquido dentro de mi boca, la tragué lentamente, mientras que la de mi marido empezaba a gotear desde mi ano.

CONTINUARÁ.