Padre, me la jalo mucho
Un joven va a confesarse con un sacerdote sobre su vicio secreto.
Aquella era una cálida tarde de verano. El sol pronto se ocultaría para dejar paso a la luna y las estrellas. Yo iba caminando por la calle cuando me encontré con una Iglesia. En mi interior empezó una lucha entre si debía o no entrar a confesar mi adicción. Después de un rato de indecisión, entré y me dirigí hacia el confesionario, que se encontraba retirado, en un rincón. La Iglesia estaba en penumbras y se encontraba semi desierta. A pesar de la poca luz pude ver una figura dentro del confesionario, así que me acerqué, me hinqué y comencé a confesar lo que tanto me avergonzaba.
-Padre, me acuso que yo...este, me la jalo mucho, es decir, me masturbo mucho
-Mjjmm- fue lo que obtuve por respuesta.
-En cuanto llego a mi casa en la noche continué un poco más animado porque no había tenido el regaño que esperaba- me subo de inmediato a mi cuarto a espiar a mi vecina que a esa hora siempre está haciendo aerobics. Debería de verla, con esas mallas apretándole sus nalguitas, y esa sola visión provoca que mi mano vaya hasta mi ver...mi pene, perdón padre, y me lo empiezo a acariciar por encima de la ropa. Voy sintiendo cómo la sangre va llenando todo el cuerpo de mi pene, y cómo éste va creciendo. Cuando ya lo tengo a medio gas, como en este momento, desabrocho mi pantalón y me lo bajo con todo y mis calzoncillos. Disculpe padre que lo haga en estos momentos, pero es que ya no aguanto más. Bueno, le decía, ya que está a la mitad lo tomo con mi mano derecha y cierro los dedos en torno a mi pene y empiezo a jalarlo, muy lentamente para ir sintiendo cómo va despertando, hasta que, por fin, lo tengo totalmente parado. Mientras tanto, mi vecina sigue con sus ejercicios, ignorando que es observada y que despierta estas bajas pasiones. Mi mano recorre todo el cuerpo de mi pene muy despacio. De vez en cuando toco el glande para aumentar mis sensaciones. Padre, se siente delicioso. Hay veces que me entra el remordimiento por no poder controlarme, pero en cuanto siento la carne caliente de mi miembro se me olvida todo. Con cada movimiento mis sensaciones cambian. Siento la piel hirviendo, siento las palpitaciones de las venas y siento una oleadas de placer que nacen en mis testículos y me llegan...hasta el alma.
En el confesionario todo era silencio. Incluso pensé en que el Padre había huido, escandalizado, pero otro mmjjmm me hizo comprender que aun estaba ahí, por lo que proseguí
-Mi respiración se empieza a agitar levemente y el movimiento de mi mano se acelera un poco. Es cuando cierro los ojos, y me imagino a mi vecina que me descubre. Me lanza una sonrisa y se empieza a desnudar, enseñándome primero sus pechos, y después sus nalguitas desnudas. Se para enfrente de mi y se toca sus pezones, incluso eleva sus pechos y se los chupa. Es cuando me sale el líquido seminal y con los dedos de la otra mano los esparso por todo mi glande, se siente delicioso, un día debería probarlo. Upps, perdón Padre, no era mi intención decir eso, pero es que las sensaciones nublan mi cabeza. Nuevamente utilizo sólo mi mano derecha y masajeo todo mi pene, sin olvidarme de los testículos, imaginando que es la mano de mi vecina quien me acaricia, que va recorriendo cada centímetro de mi piel, incluso a veces cupo mis dedos para que se humedezcan, y así imaginarme que es la lengua de ella la que recorre todo mi miembro.
Mi respiración aumentaba de intensidad y frecuencia, así como el movimiento de mi mano. Cada vez más y más rápido, sintiendo que pronto llegaría al camino sin retorno, al punto donde sólo la eyaculación era posible.
-Después...mmm..- continué agitadamente, saliéndome cada palabra con gran esfuerzo- cuando ya no puedo..más...siento cómo mis venas se hinchan.. mi pene también...y..aaahggg...
El semen salió de mi con gran fuerza, yendo a parar al reclinatorio mientras mi mano subía y bajaba con rapidez por todo mi pene. Trataba de ahogar mis gritos lo más posible. La cabeza me daba vueltas y mis piernas temblaban. Poco a poco mi mano fue deteniendo su enérgico movimiento y sentí cómo la sangre iba abandonando el cuerpo de mi pene, el cual empezó a desinflarse poco a poco. Una vez que recuperó toda su flacidez me subí los calzoncillos y el pantalón y limpié el reclinatorio con un pañuelo desechable que siempre cargo para estas emergencias. Mi respiración fue calmándose, así como la del interior del confesionario. Ya más tranquilo, volví a hablar.
-¿Lo ve Padre? No me puedo controlar, es superior a mis fuerzas. Y esto es todos los días. Padre, me acuso que me la jalo mucho, mucho, mucho que me la jalo.
Y una voz aguardientosa salió del confesionario
-Pues por mi, te la puedes arrancar. Yo soy el carpintero y estoy barnizando el confesionario.