Padre, marido y amante, ¿no tienes bastante?
Dan y Sabella llevan una relación a espaldas del marido de ésta. La cosa se complica cuando se presenta no sólo el marido de Sabella, sino también el padre de ella.
-Todos le conocéis de nombre. No sólo es una persona con un cargo de importancia, sino un hombre muy valeroso, de gran inteligencia y una auténtica personalidad para el ejército y un ejemplo para todos… Rieguer, si lo que digo no te interesa, a lo mejor prefieres dar veinticinco vueltas al campo.
-¡No, señor! – se cuadró el joven, y miró al frente de inmediato. El capitán Stillson no pudo dejar de darse cuenta que, últimamente, el más travieso y descarado de sus reclutas, no le miraba nunca a la cara. Antes, jamás había hecho eso, pero ahora, cuando tenía que hablar directamente con él, parecía mirar un punto imaginario, situado un poco más alto de la línea de los ojos y ligeramente a la izquierda de la cabeza de su superior.
-Bien. Decía que el Teniente Coronel Bonetti es un ejemplo para todos. Un ejemplo de capacidad, esfuerzo, valentía, tesón… y sobre todo, astucia e inteligencia. Va a venir no sólo a visitar a su hija, sino a supervisar todo el trabajo que hacemos en Fuerte Bush III. No quiero ningún tipo de bromita idiota. No quiero ni una sola muestra de indisciplina. No quiero ni una manchita minúscula en los uniformes. Aquél de vosotros que se atreva a dejarme mal, a dejar mal los esfuerzos de su hija y Coronela nuestra, puede tener la seguridad de que tendrá mucho tiempo para lamentarlo.
-¡La teniente coronel Slade! – gritó el ayudante del capitán Stillson.
-¡Fiiir-mes! – ordenó el capitán, y los veinte chicos y él mismo se cuadraron metiendo tripa y sacando pecho, llevándose la mano a la frente en saludo militar. No se oía ni respirar a nadie, la Coronela Slade, a quien los jóvenes soldados llamaban “Coronela Bragas de Hierro”, era terriblemente severa y estricta. Sin embargo, aquélla mañana, viéndolos a todos tan obedientes, parecía casi complacida.
-Descansen – ordenó la mujer, y todos bajaron la mano, separaron ligeramente los pies, y dejaron los brazos a ambos lados del cuerpo. El capitán Stillson se apresuró a quitarse la gorra antes de dirigirse a la coronela.
-Buenos días, señor. – la mujer insistía en ser llamada “señor”, puesto que opinaba que un soldado, no tenía sexo… pero lo cierto, es que ella sí que tenía sexo… con Stillson. Ambos disimulaban con toda corrección, entre otras cosas, porque ella estaba casada con otro hombre.
-Buenos días, capitán. ¿Dando las últimas instrucciones… o advertencias, a la tropa? – la mujer, enfundada en un traje de chaqueta con una falda que apenas le llegaba a las rodillas y marcaba sus encantadoras curvas, hablaba con esa voz tan suya, cálida y dominante, que igual podía preceder una tormenta de reprimendas y castigos, que un furioso beso de tornillo.
-Sí, señor. Deseo que a la llegada del coronel Bonetti, todo sea perfecto.
-Se excede usted, Stillson. – sonrió la coronela, acariciando su bastón de mando, coronado por una piedra negra de Lilium, con un palpitante corazón rosado. – Soldados, la cosa es muy simple. El que viene a visitarnos, no es mi padre, es un superior, el coronel Antonio “Ulises” Bonetti. En principio, no es una visita formal, pero su opinión será muy valiosa para éste centro de entrenamiento y estudios. Si queda contento, todos saldremos beneficiados, incluidos vosotros. Si queda descontento… - dejó la frase en el aire, y miró a los reclutas uno por uno. Ninguno de ellos fue capaz de sostenerle la mirada. – No. No queréis que quede descontento.
El nerviosismo entre los muchachos casi podía palparse. Era asombroso cómo podía manejarlos sin ningún tipo de amenaza, sin siquiera levantar la voz… Stillson solía recurrir a castigos severos, a ejercicios físicos o teóricos, a amenazas directas o a hacer callar pegando una voz, y le solía dar resultado, aunque los muchachos le tomasen por un pesado estirado chalado por la disciplina. Sabía que le llamaban Don Perfecto o Estirado Stillson… pero ella, no recurría a eso. Sólo en un par de ocasiones había empleado la fuerza: en una, tumbando una litera porque sus ocupantes no quería levantarse, y en otra, sacudiendo un varazo en la pierna de uno de los reclutas porque no querían correr. Y lo hizo sin apasionamiento ninguno, de forma completamente tranquila y metódica, sin dejarse sacar de sus casillas. En su frialdad, era mucho más temible que Stillson en su apasionamiento. “No amenaza con nada, porque les deja imaginar…” Pensó el capitán “Nada de lo que ella les dijera, puede ser peor que lo que ellos mismos se imaginen que puede pasar. Es esa incertidumbre lo que más miedo les da… la adoro”.
-Hay otra cosa que debo haceros saber, con respecto a la visita del coronel. No vendrá solo. – La coronela dio la espalda a los reclutas y paseó lentamente mientras les hablaba. Stillson procuró mantener un gesto inexpresivo, a pesar de que él, sabía ya lo que venía. – Sabed que va a venir a visitarnos también un teniente de las fuerzas Aeroespaciales, y… mi marido. El teniente Aniano Milar. – Stillson se forzó a no mirar el rostro de su amante, pero el ver aquél fastidio en su cara cuando hablaba de su esposo, le llenaba de un egoísta regocijo. Detestaba a Milar desde que ambos eran niños y estudiaban en Fuerte Bush III. – Él no viene a inspeccionarnos, sólo es una visita personal mía. No quiero que nadie, repito NADIE, haga la menor distinción conmigo o con él, por estar emparentado judicialmente conmigo. Debe ser tratado con respeto, como corresponde a un superior, pero no deben observarse con él privilegios, ni confianzas, ni ningún otro tipo de trato por ser “el marido de la coronel” – “Eso, va por mí”, se dijo Stillson.
-El coronel Bonetti, por su parte, vendrá acompañado de su oficial médico. Es una mujer, su médico personal y su asistente particular, pero es igualmente un soldado como nosotros. Y ella… tiene un discípulo. Es una chica. Muy joven, de vuestra edad. – Aún de espaldas, la coronela notó que los chicos intercambiaban miradas y se ponían alegremente nerviosos… hacía al menos un año que ninguno de ellos veía a una chica. – Quiero hacer especial hincapié en éste punto. Esa chica es un soldado. Igual que vosotros. Es un camarada, no una chica. Viene aquí acompañando a su maestra, porque ella también va a ser médico, de modo que está estudiando, no viene aquí para ser importunada por un montón de jóvenes con las hormonas desatadas. Si me entero, y me enteraré, que uno sólo de vosotros se ha atrevido a tratarla de un modo que no sea el estrictamente profesional, y Rieguer, esto va especialmente por ti… digamos que puedo molestarme. Puedo sentirme indignada. Y cuando yo me indigno, o me molesto… - se volvió de nuevo de cara a los reclutas, que agacharon las cabezas al instante, todos a la vez, como si llevaran ensayando una semana. - …lo que ha causado mi indignación, sufre. Y permanece sufriendo durante mucho rato. Tanto, que a veces incluso me arrepiento. Pero me arrepiento después, cuando se me pasa. Y vosotros todavía no sabéis lo que a mí me tarda en pasar una indignación. Y podéis creerme, no queréis saberlo. – La coronela les dejó masticar unos segundos ese miedo, y finalmente concluyó – Rompan filas.
Los reclutas exhalaron aire casi al unísono, y echaron a andar, solos o en parejas o grupos, para dirigirse a las cantinas, las bibliotecas o los barracones. Hoy tenían el día libre y podían hacer, dentro de un orden, lo que quisieran.
-Capitán Stillson. – el citado se cuadró. – Esta tarde, tengo pensado hacer ejercicio hasta más lejos que de costumbre. Dado que hoy, no ha salido de entrenamiento con sus reclutas, lo hará conmigo. Será mi escolta.
Daniel “Dan” Stillson saludó marcialmente al tiempo que contestó un frío “sí, señor”, que no dejaba traslucir en absoluto el intenso cosquilleo que tenía en las tripas… Maldita la falta que le hacía a Sabella, la coronela, ninguna escolta en un planeta completamente pacífico y siendo ella la soldado perfectamente entrenada que era. Lo que quería, era disfrutar de un rato a solas con él, pero esto, sólo lo sabían ellos dos… o eso creían. El joven Rieguer, que todavía andaba por allí, fingiendo estar muy interesado en las florecitas rosas y amarillas que crecían al borde de la pista de entrenamiento, los miraba de reojo. Él se había enterado, por pura casualidad, de que su relación iba mucho más allá de lo profesional… accidentalmente, los había visto follando. Y no sabía qué hacer.
“Si se lo cuento al marido de ella, nos libraremos para siempre de Estirado Stillson… pero Bragas de Hierro también sufrirá las consecuencias…”. La coronela había sido enviada allí para supervisar y sobre todo, para poner en orden el trabajo de Stillson en Fuerte Bush III, que en los últimos años, parecía haberse convertido más en una especie de reformatorio, que en el centro de entrenamiento de reclutas que pretendía ser, y en el pasado había sido. En el tiempo que ella llevaba allí, el centro había mejorado muchísimo, y aunque fuese estricta y mandona… bueno, la verdad que se hacía respetar. Después de que los reclutas, comandados por el propio Rieguer, en un intento de tomarse la revancha contra Stillson, se escapasen del centro y montasen una marimorena de aúpa en un bar que estuvo a punto de costarles la expulsión definitiva, le habían pedido una segunda oportunidad a la coronela, y ella… se la había concedido. Le habían asegurado que estaban arrepentidos y era cierto, pero ella no tenía por qué creerles, y sin embargo, lo había hecho… Era estricta, pero justa y deseaba confiar en ellos. Era difícil no tenerle respeto. Y además, caray, era muy guapa con su pelo rojo y su pecho tan alto, y esas caderas tan redondas y esos muslos gorditos, y esos ojazos verdes… Rieguer no quería perjudicarla. Stillson le daba un poco más igual. Era un chalao por la disciplina que se pensaba que estaban en el siglo XXI como poco, era un estirado que no toleraba el menor error… bueno, la coronela tampoco lo hacía, pero… ella no sermoneaba. Y para colmo, se la estaba tirando. No, a Rieguer, Stillson, no le caía precisamente simpático.
“Tal vez podría contárselo a su padre… el coronel Bonetti no querrá perjudicar a su hija, así que no creo que la delate. Pero no habrá quien le frene con Stillson. Se las apañará para destruirle sin salpicar a su hija, es un hombre muy astuto, seguro que sabrá hacerlo… La pega es ver cómo consigo yo hablar con él. Dicen que es un hombre muy cercano a los soldados, aún sigue entrenando a chicos de mi edad y más jóvenes… quizá nos entrene un día o dos para ver cómo respondemos… Tal vez, podría hacerme el simpático en esos entrenamientos, y… ¿Y cómo será la chica? Bueno, es un soldado, y va para médico… las chicas guapas, no suelen elegir esos caminos, todo el mundo dice que el ejército es para perdedores, que salvo Aeroespacial, los demás somos la mierda, carne de cañón, basura… Si se ha metido en el ejército para ser médico, sin duda es porque la nota no le llegaba para estudiar en una universidad, y se metió aquí porque la nota de corte es mucho más baja, basta con un aprobado… No, no creo que sea guapa. Será una pobre perdedora… como yo”. Rieguer no quería sentir simpatía por la visitante, sabía que ese, sería el mejor camino para no meterse en líos. Pero lo cierto es que pensar que tendrían algo en común, hizo que ya le cayera bien, aún sin conocerla.
-A mí no me hace más gracia que a ti, Dan. – dijo Sabella esa misma tarde, corriendo junto al capitán. Llevaban un trote descansado que les permitía hablar sin excesiva dificultad. Dan sabía que ella no amaba a su marido, que éste le había sido impuesto por su padre, pero eso no implicaba que su llegada, le diese igual, y menos aún, que le diese igual la llegada de su padre. – Ha sido la única cosa que, en toda la vida, me ha obligado mi padre. Me pidió que confiara en él, pero nunca me ha explicado por qué. Te garantizo que la llegada de Milar, no me agrada lo más mínimo.
-Ya sé que no… pero comprende que me mosquee…. ¿Dormiréis juntos? – Dan intentaba mantenerse frío, pero su tono de voz le delataba, y la coronela sonrió.
-Ni loca. Nunca lo hemos hecho. En los cinco años que llevo casada con él, creo que habremos consumado el matrimonio… tres, o cuatro veces. Siempre estoy muy ocupada, o coincide que estoy menstruando… Al principio, él insistía mucho, pero ahora ya se ha ido calmando, creo que tiene alguna lagarta por ahí.
-Lo dices como si eso te molestara.
-No te portes como un crío, Dan. Que no le quiera, no implica que no tenga mi poquito de orgullo. ¡Se supone que él, sí me quería a mí!
-O sea que no le amas y te parece normal hacerle capricornio, de lo cual me alegro muchísimo, pero te parece mal que él no te ame a ti, y también se alivie por ahí… nunca entenderé a las tías. – Sabella frenó en seco - ¿Qué?
-Que haces bien. Se supone que la Diosa dijo “ama a tu mujer”, pero nunca dijo “entiende a tu mujer”. – la coronela se le quedó mirando, con una sonrisa pícara, la cara colorada y un hilillo de sudor en la frente, mientras sus pechos subían y bajaban por una respiración algo más agitada, que no se debía tan sólo a la carrera. Sin mediar palabra, se acercó a ella y la tomó en brazos por la cintura, besándola casi con ferocidad. - ¡Espera, espera…! ¿Hemos salido ya…?
Dan consultó su intercomunicador de pulsera, en el cual podían ver si habían salido de la zona vigilada por el satélite, de modo que, pese a estar al aire libre, no pudieran verles. Su presencia y la de Sabella era un único puntito rojo, lo que delataba su seguridad; de haber estado aún en zona, su color sería verde. Asintió y la llevó a un lado del camino, y apoyados en un árbol comenzaron a besarse, mientras la propia coronela levantaba la camiseta de Dan y le bajaba los pantalones.
-Ooh… Sabella, estamos locos… - musitó el capitán, metiendo la mano en la cinturilla elástica de los pantalones de su superior, apretándola de las nalgas, bajando las manos todo lo que podía, acercándose a la zona mágica, que ya estaba húmeda y desprendía un calor tan delicioso… - Pero prefiero estar loco a ser un gilipollas, y tu marido es gilipollas….
-No me hables de él ahora, cariño… - boqueó la coronela, acariciando ya el miembro ansioso de su amante, quien tenía los pantalones bajados a medio muslo. – No me hables de él, ni de mi padre, ni siquiera de amor… ¡háblame sólo de sexo!
-Mmmmh, sí… quiero follarte… - susurró Dan, frotándose contra ella. La coronela dejó escapar una risita y se volvió de espaldas, bajándose el pantalón sólo lo justo para que él pudiera entrar. El capitán se apretó contra su espalda, y…. una oleada de calor intenso y placer dulcísimo le hizo tiritar hasta los dedos de los pies, su miembro había encontrado el camino él solito, ¡qué deliciosamente estrecho era!
“Quisiera tenerte así para siempre…” pensó Sabella, pero no lo dijo. No quería pensar en amor, en cariño… quería gozar, quería placer, no quería pensar en Dan y ella unidos, sino en la tranca de Dan partiéndola en dos… “Quiera la Diosa que todo salga bien…”, pensaba. No quería seguir con su esposo, temía que su padre lo pagase con Dan, temía un enfrentamiento entre ambos, o entre los tres… si todo salía mal y tenía que despedirse del capitán del que llevaba enamorada desde que eran niños, sería mucho menos doloroso si pensaba en él en términos de sexo, y no de sentimientos… En ese momento, Dan empezó a deslizarse lentamente, y Sabella le bendijo por llevarse de su cabeza cualquier posible pensamiento.
“Me… me voy a derretir….” Pensó confusamente el capitán. Su compañera tenía las piernas juntas, y apretaba para darle aún más gustito, y vaya si lo conseguía, haaaaaaaah… era delicioso, estaba tan estrecha, y aún así resbalaba tan bien… Dan sabía que no podría aguantar semejante placer mucho tiempo, así que llevó la mano derecha al vientre de Sabela, y acarició, bajando, hasta encontrar…
-¡Haaaaaaaaah… sí, ahí, ahíiiiiiii…! – …el punto “delicado” de la coronela. El travieso clítoris, empapado y caliente, resbalaba entre sus dedos, y Dan, sin dejar de moverse, lo cosquilleó despiadadamente, consiguiendo que Sabella se retorciera de placer entre sus brazos. La coronela puso los ojos en blanco y notó que su placer se disparaba en un segundo, una feroz corriente eléctrica le atacó el punto mágico, y apretó los dientes para no gritar de gozo. Dan se apretó contra ella, mientras la joven le agarraba la mano que él mantenía en su perlita, y pudo sentir los espasmos en su miembro… “Haaah… parece que quiera arrancármelo…”. Ése fue su último pensamiento consciente, a partir de ahí, su cerebro pareció desconectarse, y el placer inundó todo su cuerpo, sus nalgas se contrajeron y sus hombros se tensaron, una sacudida de un gusto maravilloso le dejó relajado y con una sonrisa bobalicona en los labios, mientras el alma se le escapaba del bajo vientre.
-¿Capitán Stillson? Base llamando a capitán Stillson; conteste, capitán. – El intercomunicador zumbó y sonó, justo en medio de los mimitos, lo que provocó que Dan no contestase de excesivo buen humor.
-¿¡Qué pasa ahora!? – gritó hacia su muñeca, mientras Sabella se subía el pantalón y le subía a él el suyo, pero al mirarle el pene empapado, una chispa traviesa brilló en sus ojos, y… - ¡Hah…!
-¿Está usted bien, capitán?
-¡Sí, sí, perfectamente… perfecto…uf…! – La boca de Sabella era dulce, cálida, y le recorría el miembro con toda suavidad, empapándole de saliva y acariciándole lento, lentito, con la lengua.
-Perdón, no le oigo con claridad…
-Estoy entrenando con la coronela… haah… ¡y ella, no se para porque yo esté hablando, así que diga rápido qué sucede! Aaffh….
-Es sólo que el teniente Milar, de las fuerzas Aeroespaciales, acaba de llegar, señor… y pregunta por su espo… por la coronel Slade.
-Ah… así que… ya ha llegado… ¿cómo se le ocurre adelantar la llegadaaaah… impidiéndonos que le hagamos un recibimiento con honores, como merece… haaaaah…? ¡Haah! Aaaaaaaaaah….
-¿Capitán…?
-¡Soldado, hablar mientras se corre…. Mientras corres, no es fácil, te lo aseguro! Uuuuuuuuuuh…. Y si la coronela tuviese la bondad de paraaar… pero no se detiene…. Mmmmmmmmmffh…. – el asistente de Stillson, al otro lado, guardó silencio. Un silencio espantoso, y Dan intentó terminar deprisa la conversación – Soldado, diga al teniente que estaremos allí apenas terminemos el entrenamiento, cambio y cortooooooooo…. – Dan desactivó el intercomunicador literalmente en el último segundo; él nunca lo sabría, pero su asistente se arrancó el intercomunicador en la última palabra, maldiciendo su imaginación calenturienta. Mientras tanto, con la espalda apoyada en el árbol y las caderas dando convulsiones, el pene de Dan se vaciaba por segunda vez, y en esta ocasión, en la boca de la coronela, que le miraba sonriente mientras le lamía. La joven arrancó una hoja de yerbasanta y la masticó, para quitarse el gusto.
-Oh, Danny… ¡estás tan precioso cuando terminas!
-Ya puedes decirlo, porque casi terminas conmigo… - pero no pudo evitarlo: sonrió.
-Buenas tardes, querida. Me alegra mucho volver a verte – dijo Milar apenas la vio, pero por el tono, cualquiera hubiera podido pensar que hablaba con su tía, o con una abuelita millonaria, pero no con su mujer. Parecía sentir por ella respeto incluso cariño... Pero no amor, y desde luego, ninguna pasión.
-Hola, Aniano... ¿Has tenido buen viaje? - "A ella le pasa lo mismo, pero disimula mejor", pensó Dan. El sabía qué modo de mirar tenía Sabella cuando alguien le gustaba, le desagradaba, o le era completamente indiferente.... Y su marido, pertenecía al tercer tipo. Milar se acercó a su esposa y la besó en ambas mejillas, con muy poca naturalidad, mientras ella se limitó a hacer el ruido, sin posar su boca en la cara de su cónyuge.
-¿Stillson...? ¿Dan Stillson? - Milar pareció reparar en él por primera vez - ¡Qué sorpresa..! Me habían dicho que Fuerte Bush III era llevado por un viejo conocido mío, pero no imaginé que fueras tú... ¡Te hacía en un destino mucho mejor que ésto, querido amigo!
-Oh, me gusta Fuerte Bush, me gusta entrenar a los nuevas fuerzas del Imperio - contestó Dan, a quien no le había pasado desapercibido el veneno, ni la falsedad de la frase. - no cambiaría mi destino por otro, considero más útil ayudar a los nuevos reclutas a hacerse un nombre y un sitio en el ejercito que... No sé, sacar brillo a una silla repasando inventarios de mercancías. Aunque sea en Aeroespacial. - aquél era, esencialmente, el cometido de Milar en Intendencia Aeroespacial, y el citado sonrió falsamente.
- Bueno, no se puede esperar que la pobre infantería, comprenda las responsabilidades de la élite del ejercito.
-Sin duda. Claro que, yo diría que, los oficiales que precisan de unos diez asistentes para entregar sus informes en plazo, quizá tampoco las entienden...
-Oh, siempre olvido que en infantería, los oficiales tienen bastante con que su asistente, les traiga las zapatillas.
-Sí, eso demuestra que todo lo atinente a nuestro trabajo, sabemos hacerlo solos.
¡Claro, sólo se os pide que seáis niñeras!
¡Unas niñeras que cumplen su cometido solas, a pesar de ser uno de los más duros del ejército!
-Caballeros.... - Sabella interrumpió con la mejor de sus sonrisas - no es que no me complazca su sana rivalidad, ni que esté a disgusto con su fraternal intercambio de cortesías, pero... El capitán Stillson y yo misma, venimos de entrenar, estamos, sucios, sudorosos, cansados.... Creo que deberíamos adecentarnos un poco antes de la cena. Capitán Stillson, supongo que cuento con su permiso para sentar esta noche al teniente Milar a la mesa de los oficiales, ¿verdad?
Dan iba a asentir, aunque no le hiciese gracia sentarle en su mesa, hubiera sido de una grosería incalificable negarle ese derecho, pero el asistente del capitán apareció en ese momento.
-¡Señor! ¡Lamento mucho interrumpir, señor, pero se acerca el transporte imperial que trae a bordo al coronel Bonetti, y solicita permiso para aterrizar de inmediato!
-¿Aquí? ¿Ya? - a Milar no parecía hacerle mucha gracia la adelantada presencia de su suegro.
-¿Y a qué se supone que espera, soldado? ¡Concédaselo!
-E-es que eso hice, señor, ¡acaba de aterrizar, pensé que quedaba más tiempo, pero su nave no fue detectada por el satélite, ni el radar, ni...! Está ahí afuera, señor....
Milar palideció, Dan estaba nervioso, ¡bonita manera de recibir a un superior, a un supervisor, y encima al coronel "Ulises" Bonetti, una leyenda viva....! Pero Sabella no se inquietó, miró hacia la ventana y vio a un hombre en un elegante uniforme militar, cuajado de galones y medallas, y sonrió como una niña.
-Papá....- se le escapó -¡Papá! - y echó a correr. Dan la vio llegar a la zona de aeropista, frente a la ventana de su despacho, donde el transporte había aterrizado, y lanzarse en los brazos del coronel, que la levantó del suelo al abrazarla, le dio dos besos (y ella los devolvió besando la cara de su padre, no haciendo tan solo el ruido), y la miró de arriba abajo, como si esperase encontrarla más alta...
-Bien.... Sudado, sucio o como sea, sigo siendo el capitán de ésta base, tengo que ir a recibirle esté como esté. - Pensó Dan en voz alta, y ya iba a salir por la puerta, cuando la voz de Milar le frenó.
-Stillson. - cuando Dan le miró, lo que vió, no parecía en absoluto un alto cargo de las Fuerzas Armadas, sino una bestia herida y acorralada. - Sé bien qué parece mi matrimonio, pero no te engañes: ella y yo nos queremos, me lo ha demostrado en más de una ocasión... Me gustaría detallarte cada una de ellas, sé lo mucho que te molestaría. Pero sé que te molesta más que te deje con la intriga.
-Milar... Estás hablando de algo, que sucedió hace catorce años. Ella y yo éramos unos críos, y tonteamos como críos, está más que olvidado. - mintió descaradamente Dan. Aniano le miró escrutadoramente.
- Eso espero. Te voy a hablar claro, Dan: si me entero de que vas detrás de mi mujer, te mato.
Dan se forzó a reír con indiferencia.
- Antes que a mí, empieza por liquidar a toda la base. No creo que haya hombre en ella que no haya convertido a tu esposa en la protagonista de sus fantasías onanistas... - mientras salía del despacho, todavía llegó a sus oídos un "estás advertido, Dan".
-Mierda… ¿no será esa, verdad?
-Viene con la médico, y es de nuestra edad… desde luego, no es una maleta…
-Cobain… esta noche, si alguien entra con gafas ultravioleta en el baño de reclutas, le sangrarán los ojos. – Rieguer, junto con Leblanc y Meucci, otro par de reclutas como él, no podían dejar de mirar a la joven que acompañaba al coronel Bonetti y a la doctora; una chica de su edad, de piel ligeramente azulada y cabello muy rubio, casi platino, lo que delataba su origen mestizo, hija, en su caso, de un humano, y una lilius. Los lilius, habitantes de Lilium-Arcadia, el planeta vecino, eran una raza pacífica y altruista, que adoraba a una Diosa sin nombre que predicaba el amor por encima de todo… y por lo tanto, consideraban el sexo una forma de rezar. La joven en cuestión tenía una dulce carita de muñeca que delataba su juventud, un cuerpo armonioso, piernas muy largas y curvas poco menos que insultantes para unos muchachos que llevaban más de un año sin ver a una chica y se acercaban a la segunda década de su vida sin haber catado besos más que de sus tías.
Los tres reclutas habían seguido, con más o menos disimulo, al coronel, la doctora y la joven, mientras se dirigían al pabellón principal, donde serían inscritos formalmente. Estaban frente a la recepción, cuando la doctora fue a quitarse su anillo de identificación, con cuya pequeña pantalla, imprimiría la del registro electrónico, pero al quitárselo, se le quedó atascado, y al tirar para forzarlo, el aparatito salió disparado.
-¡Yo se lo alcanzo, doctora! – dijo enseguida la muchacha, corrió a recogerlo, y se agachó, flexionando el cuerpo, y dejando una vista de su redondo trasero que hizo que los tres reclutas ahogasen un grito al unísono. Meucci, el más joven de los tres, pareció a punto de echarse a llorar ahí mismo. La jovencita ni cuenta se dio, pero cuando vio que el coronel, aún de espaldas a la puerta, se tapaba la boca con la mano y se estaba partiendo de risa, preguntó - ¿Qué sucede, señor…?
-Nada, hija… - contestó el coronel, aguantando la risa – Es sólo que… me parece que ya has hecho algunos amigos por aquí. Se medio volvió, y miró a los chicos - ¿Por qué no vas a saludarlos? – La chica les sonrió y empezó a acercarse a ellos. Rieguer se puso blanco, Meucci colorado, y Leblanc sin duda también hubiese cambiado de color, de no ser negro. Entre los dos, empujaron a Rieguer, “¡dile tú algo!”, mascullaron. El joven Meucci se tapaba media cara con la gorra, y Leblanc tenía tal sonrisa que parecía que le estuvieran estirando desde detrás de las orejas.
-Hola… - dijo la chica, con una voz de campanillas – Me llamo Rina. ¿Cómo estáis?
-Eeeh… - Rieguer intentó recordar la última vez que habló con una chica que no fuese de su familia. Sin duda debió ser cuando todavía pensaba que las niñas, eran todas tontas. – Todo… Todo Fuerte Bush III te da la bienvenida y se alegra de que estés aquí. – Podía haber quedado bien. La frase era buena, realmente podía haber quedado bien… de no haber sido porque ella sonrió y contestó.
-Ya lo veo… ¡yo también me alegro mucho de estar aquí, aunque no se me note!
-¿No… notarse…? – Rieguer no acabó de comprender, hasta que un temor horrible le hizo bajar la cabeza.
-¡Oh, Diosa…! – Leblanc se tapó la abultadísima entrepierna con la gorra, y se volvió de espaldas, al igual que Rieguer, Meucci directamente huyó, y al segundo fue seguido por sus compañeros. El rato había sido atroz, pero apenas se alejaron, estallaron en carcajadas…. Igual que el coronel.
-¿Qué ha pasado, coronel? ¿Dije algo malo…? – Rina estaba realmente preocupada, la huída de los chicos la había sorprendido. Ulises no pudo contestar, y la doctora apoyó la mano en el hombro de su protegida.
-No, no te apures, cariño, no has hecho nada malo… es sólo que ellos, no ven la sexualidad del mismo modo que tú. Para ellos, ha sido algo embarazoso. Sólo diles que no tiene importancia, y no lo saques a relucir… pero… no se lo digas ahora mismo, espera a la cena.
Rina asintió, más calmada. “Qué poco sé de los humanos, aunque mi padre sea uno de ellos…” pensó “¿Qué puede haber de vergonzoso en una erección…? Eso, sólo demuestra que yo les gusto, y que son jóvenes y sanos; es bonito, no humillante… Nunca había olido tanta testosterona, segregada sólo para mí… qué amables han sido, sobre todo el que ha hablado… Nunca ha recibido el Regalo de la Diosa, no ha tenido jamás un orgasmo con otra persona… me gustaría mucho poder darle yo el Regalo… Oh, Diosa, concédeme el don de darle el Regalo, creo que puede ser la persona a quien yo me daría por completo…”