Padre e hija: inesperadas vacaciones. Parte 0

Ellos no serán los únicos de vacaciones, la moral y el pudor también.


Hola, espero que estés bien. Aún exploro los diferentes estilos de contar una historia, en este caso la narración en tercera persona y en partes. Igual que mi relato anterior estaría muy agradecido de recibir críticas y comentarios de vos.

Qué esperar de esta serie (no necesariamente en esta parte): sexo heterosexual, dominación, no consentido e incesto.

Espero te guste y ojalá disfrutes.


Padre e hija: inesperadas vacaciones. Parte 0

Ellos no serán los únicos de vacaciones, la moral y el pudor también.


—¡Buenos días! Se nos va a hacer tarde y debo llegar al aeropuerto antes de las seis. —decía la madre de Daniela, al abrir, en un movimiento veloz, las cortinas de la habitación de su hija.

—¡Despierta ya! Tengo que dejarte en la casa de tu padre antes de irme. —gritaba ahora desde las escaleras.

Daniela, confundida por la situación, se incorporó lentamente. Era un frío lunes de diciembre, el reloj marcaba apenas las 4:30 de la madrugada y sus ganas por seguir abrazada por las cálidas cobijas eran infinitas.

Mientras se levantaba, casi de manera automática en camino al baño, recordó que su madre tenía que salir del país por su trabajo, y que de ninguna forma ella se podía quedar sola, no después de lo que sucedió la última ocasión. Su culo le había dolido mucho aquella vez, y no precisamente por el castigo que le había dado su madre al llegar a casa.

Esta ingresó a la ducha, se quitó el pijama con pereza e ignoró los alaridos de su madre, habilidad que había desarrollado mucho a lo largo de su vida. Comenzó a bañarse, compadeciendo una vez más a su padre por haber estado diecisiete años aguantando a esa histérica mujer.

—Apúrate nos tenemos que ir, al menos ya tienes la ropa lista —le decía a Daniela mientras invadía el baño para lavarse los dientes —desayunarás allá, no tendrías que aguantar esto si fueras una mujer decente y pudiera confiarte la casa —murmuraba con el cepillo en la boca.

—Como digas Madre, perdóname por no ser una amargada —dijo Daniela justificando y defendiendo sus acciones —esta vez será diferente.

Y si que lo sería, ya lo tenía planeado, su padre la dejaría salir sin ninguna restricción, nada se interpondría en su plan de dormir en una cama distinta durante toda la semana que su madre se ausentaba.

Ya habiéndose bañado, fue a su cuarto a vestirse, se puso ropa discreta para no levantar sospechas de su temporal captora. Ropa muy distinta a la que había empacado en su mochila: faldas reveladoras, escotes pronunciados y bragas casi transparentes, eran parte de su arsenal para captar toda la atención posible cuando saliera de fiesta. Le encantaba ser vista.

Bajó las escaleras en camino al carro y se encontró con su madre. —¿Todo listo, Daniela? —gruñó. —Si Señora, todo listo —dijo subiéndose al carro. Daniela esperaba a que su querida madre terminase de armar la alarma de la casa, cerrar con cadenas y candados los portones y avisar a su vecina de confianza que esta iba a estar sola una semana; al menos un robo no sucedería.

Ambas subieron al vehículo con un pésimo humor, el camino era de unos veinte minutos hasta la casa de su padre, por lo que el trayecto se vio reinado por un largo silencio.

Silencio que fue roto en los últimos cien metros de camino por un último reproche:

—Pórtate bien, no seas un dolor de tu cabeza para tu padre.

—Como digas, adiós.

Sujetó su mochila y bajó del vehículo casi huyendo en dirección a la entrada de la casa. Tocó el timbre mientras veía alejarse el vehículo de su madre.

Este sería dejado en el trabajo de ella, para protegerlo de las manos de su “indecente” hija.

—¡Ya voy! —se escuchó decir a una voz ronca desde el interior del hogar. La puerta se abrió en dirección al portón y de esta salió un hombre fornido, cabello y barba gris, hombros anchos, manos grandes y mandíbula pronunciada, todo decorado por un buzo azul, una camiseta de tirantes blanca y unas pantuflas acolchonadas; se acababa de levantar.

Extendió sus manos para abrirle a su hija, acción acompañada el chirrido de un metal mal aceitado. —¡Hola, Dani! ¿Cómo estás princesa? —le dijo a su hija mientras le daba un suave beso en su mejilla, rozando su áspera barba con la delicada piel de ella.

—Bien Pa, muy cansada en realidad. —dijo mientras frotaba sus ojos con sus puños.

—De seguro esa arpía te levantó a las dos de la mañana —mencionaba entre risas mientras ayudaba a su hija a llevar su cargada mochila adentro —al menos ya estamos solos, no nos podrá molestar.

—Si, ya me traía harta.

—Si vivieras conmigo yo te hubiera dejado seguir durmiendo, y te había encargado la casa, ya no estás para estas cosas. —dijo pasando sus pantuflas por la alfombra antes de entrar.

Daniela entró a la casa de su padre, se encontró únicamente con soledad. Él parecía incapaz de mantener algún tipo de relación, su exesposa se lo atribuía a su “mala crianza”, Bruno (el padre), decía que ya estaba viejo para estar gastando sus energías en compromisos, por su parte Daniela prefería pensar que la vida le había sido injusta y que algo de compañía de vez en cuando no le vendría mal.

—¿De nuevo solo?

—Hay Dani, tu sabes que prefiero estar así, ya tendré de que encargarme cuando dentro de unos años sea abuelo.

—Eso no sucederá Pa, mejor búscate a alguien —le respondió con una risa incomoda.

—Como sea, ve a dejar tus cosas a la habitación de invitados y baja para que comamos —respondió sacando cereal sin azúcar, leche y dos tazas.

—Si me vas a dar eso, prefiero no comer —dijo dirigiéndose a la que sería su temporal habitación.

—¡Insolente! —se escuchó a lo lejos su ronca voz entre risas.

El día pasó rápido, habían desayunado el dichoso cereal y pronto se vieron sumergidos en un maratón de películas. Bruno había sacado una semana de vacaciones para pasar tiempo con su hija, cosa que por la intervención constante de su exesposa no había sido posible hace ya varios años.

La relación de esta rota familia había sido en algún momento buena, todos recordaban con alegría las tardes que compartían cuando Daniela era niña, los paseos que hacían los tres por los parques de la ciudad o las salidas ocasionales al cine o al teatro, la vida era buena.

Un tiempo después llegaron los problemas, reclamos por parte de ambos de que el otro no daba la suficiente atención a su hija. Todo escaló rápido, el prototipo de familia perfecta calló por su propio peso, dándole fin a ese hogar la firma de los papeles del divorcio.

Daniela se había tomado ese proceso relativamente bien, había terminado cargando con un fuerte resentimiento a su madre por haberla separado de su padre, la cual agotó hasta el último recurso para obtener la custodia exclusiva de ella, medida que afortunadamente fue retirada en una apelación hace ya unos años.

El padre de Daniela pensaba en todo esto mientras pasaban por la televisión aquellas baratas películas navideñas, observaba a su hija pensando además como el tiempo también había actuado sobre ella, había crecido mucho y se desarrolló de acuerdo con lo esperado. Bruno solo esperaba que su hija pudiera encontrar en alguna actividad o en algún chico afortunado la excusa perfecta para librarse de su madre, le deseaba lo mejor.

—Saldré —mencionó mientras se levantaba del sofá en camino a su habitación.

—¿A dónde? —respondió aturdido ya que su pensamiento había sido interrumpido.

—No sé a dónde, pero iré de fiesta, no me esperes hasta mañana.

—Bueno, ve, de todas formas, te esperaré.

Daniela, ya en su recámara, había comenzado a buscar la ropa con la que según ella complacería a decenas de ojos esa noche. De su mochila sacó una falda corta de cuero rojo, mallas negras y una camiseta de tirantes escotada del mismo color, como accesorios decidió llevar una simple gargantilla que en su centro estaba decorada con la figura de un corazón plateado.

Comenzó a vestirse, se dejó la ropa interior que llevaba ya que tenía un bonito encaje, se puso la falda que dejaba ver en su totalidad sus gruesos muslos, los mismos que serían decorados por esas apretadas mallas, dándoles un aspecto seductor. Mientras se ponía la camiseta decidió quitarse el brasier, sus senos no eran en extremo grandes, sin embargo, sus pezones generalmente duros le daban un aspecto más coqueto a la camiseta. Finalmente, se puso la gargantilla disfrutando un poco de la suave presión que ejercía sobre su cuello, deseando que esta fuera, en las próximas horas la mano de algún desconocido; era una zorra.

Terminó de alistarse colocándose labial rojo y perfumándose. Salió del cuarto en camino hacia la puerta de la casa, en el trayecto despidiéndose de su padre.

—¡Adiós Pa!

—Hasta luego D… —su frase se vio interrumpida por la imagen de su hija. Sorprendido por lo que tenía al frente, presenciando la mujer a la que ahora se veía enfrentando. Observó su gran escote y sus marcados pezones, miró con vergüenza el gran culo que se dejaba ver por aquella falda, además de ese trasero, observó sus cimientos, un par de columnas anchas y tersas, cuyas abundantes carnes deseaban escapar de sus apretadas mallas. Su sorpresa rápido se convirtió en furia, se encontraba enojado por esta clara perversión de su hija, ya no era la princesa que creía tener.

—¡No irás así vestida a ningún lado! —gritó con una voz de trueno, levantándose de inmediato para sujetar a su hija del brazo —¿¡Qué mierda estás pensando!? ¿¡Quién crees que eres!? —su paciencia infinita y su permisividad se habían acabado en menos de un minuto, no podía procesar la imagen que tenía en frente.

—¡Yo me visto como quiera, yo hago lo que quiera! —le respondió levantando su voz.

—¡Te permito salir, te dejo llegar tarde, pero no para que andes de pu…! —no podía decirle así, su amor se lo impidió.

—¿¡Pu!? ¿¡Pu, que!? ¡Dilo! ¡Eres igual a mi madre!

Lo destrozó, aquella comparación pasaba de ser un reproche a ser una ofensa hiriente, ver a su hija así vestida y escucharla decir eso lo hizo sentarse confundido, debía contener su furia, así como su tristeza y decepción.

—Pa… —dijo con una voz suave —Papito, perdóname, no era…  —trataba de disculparse ya que a ella también le había dolido lo que había dicho. Un incomodo abrazo se vio interrumpido por el sonido del teléfono.

—No saldrás, es mi última palabra, lo harás mañana y bajo mis condiciones, no soy como tu madre Daniela —le dijo ahora con seguridad mientras se levantaba a contestar el teléfono.

—Si, Pa, perdón, no eres como ella —le dijo ahora sintiéndose más culpable por su comentario.

Bruno se dirigió para atender la llamada, Daniela por su parte se quedó sentada en el sofá reacomodando sus sentimientos.

­—Buenas noches —se escuchó decir al padre de Daniela.

—Buenas noches, ¿tengo el gusto con Don Bruno? —dijo una voz femenina al otro lado de la línea.

—Correcto, con él habla —le dijo a la mujer, mientras se dirigía al sofá a abrazar a su hija, haciéndole entender que los sentimientos de hace rato iban bajando, dicho abrazo fue correspondido por un suave beso en su áspera mejilla.

—Le llamo de la agencia de viajes “El Paraíso”, para informarle que usted, Don Bruno, ha sido el afortunado ganador, junto con un acompañante, de cuatro noches en un hotel de playa de nuestra cadena de socios afiliados. —le informó la mujer con un tono de voz enérgico.

—¿Enserio? —preguntó el hombre con algo de emoción, la misma que muestra un niño al informarle sus padres que irán de paseo.

—Si, Don Bruno, ha ganado una rifa gracias al uso de sus tarjetas de crédito patrocinadas, por lo que su banco refirió su contacto hacia nosotros para que le podamos informar de su premio. Por favor disculpe esta hora para hacer la llamada, esto se debe a los horarios de su entidad financiera—le explicó ella, brindándole una serie de datos para probar que no se trataba de una estafa.

—¿Y cómo retiro el premio? —respondió ahora convencido de que era real.

—Usted debe presentarse el día de mañana a más tardar a las cinco de la tarde en el hotel “White Sand Resort & Spa”, tiene derecho a cuatro noches todo incluido una vez se encuentre allí, debe llegar con un acompañante. Le haré llegar más información a su correo electrónico ya que el premio no se limita a esas cuatro noches.

—¡Gracias, esperaré! —le respondió a la muchacha ahora con algo más de emoción en su grave voz, mientras sacudía a su hija del brazo en señal de que había sucedido algo bueno.

—De nada, felicidades por el premio, le enviaré los datos cuanto antes nuestro sistema nos lo permita, perdone la hora —se despidió claramente avergonzada por la ineficiencia de la operación.

—Adiós, gracias —decía mientras se volteaba hacia su hija para explicarle la situación, viéndose ahora enfrentado a una nueva carga de emociones después de la discusión de hace rato.

CONTINUARÁ…


Ojalá sigas leyendo esta serie y dejes algún comentario o mandes un correo.

Gracias por llegar hasta aquí, cuídate,

IsaacR.