Padre Andrés (1)

Lujurioso relato donde se entremezclan sexo duro, un cura sacrílego y la presunta inocencia de una joven pueblerina. No apto personas de profunda confesión religiosa.

PADRE ANDRÉS (primera parte)

Por Chichonero

Había llegado a la capilla del pueblo hacía unos tres años y demostró desde el inicio una amplia predisposición no solo en lo sacerdotal, sino a lo cultural y deportivo. Creó un grupo filodramático, el equipo de basket y de fútbol, ayudaba a más no poder, y a los jóvenes había cautivado con esa sonrisa amplia, sus ademanes ampulosos y un afiatado discurso. Narró en una oportunidad que había sido deportista antes de su ingreso al seminario, y a sus 45 años tenía un físico envidiable, que a más de una –y de uno- les hacía hervir la sangre, más cuando solía en verano hacer la quinta de la iglesia con sólo un short muy cavado que no dejaba mucha imaginación sobre sus atributos menos usados.

Solía ir a la piscina pública y más de una madre reprendió a su hija por estar bichando la entrepierna del cura del pueblo.

Una de esas jovencitas era Clarita. En pleno desarrollo hormonal, su cuerpo pedía ya los sabores de la carne, y no había fin de semana que gastaba energías en un poblado cercano con quien bailara. Medio inexperta e inocentona pero calentona como la que más, sabía brindar su boca a cuanta pija se pusiera a tiro y su culo había sido ‘visitado’ algunas veces por el temor a quedar ‘gruesa’ –como se decía en el pueblo-.

Pero había siempre momentos de severo arrepentimiento. Al llegar el momento de ir a dormir la asaltaban remordimientos profundos, tan profundos como cuando los penes ingresaban por su oscura roseta.

Clarita rezaba con mucha fuerza y pedía perdón por transgredir el mandamiento que nos priva del goce carnal. Criada en un hogar sumamente religioso, sentía dolor por ser como era, ‘una puta desecha’ los fines de semana. Prometía en sus rezos no volver a pecar, pero cada sábado fornicaba analmente de un modo desaforado, regresando a casa con los labios adormecidos por las chupadas de pija que había hecho y con el culo dilatado tanto coger. Corría al baño y mientras higienizaba su concha y culo, la sobresaltaban los remordimientos jurando no volver a pecar con su carne.

Llegada la época de la cuaresma, su familia hacía ayuno de carne los viernes y sábados, razón por la cual Clarita durante 40 días no probaba ‘ningún’ tipo de carne. Es de imaginar el martirio que ello le significaba, por lo cual echaba sendos polvos nocturnos metiéndose el dedo en la concha y sobándose fuertemente el clítoris. Apaciguado el ardor carnal dormía plácidamente hasta el día siguiente.

Sufría mares con esa obligada abstinencia y rezaba fervientemente no ser atacada nuevamente por el clamor de la carne. Hasta llegó a colocarse paños fríos en la concha para enfriar el calor, pero de poco valía.

Un día decidida a cortar por lo sano y a media cuaresma cuando arremetía la tentación, se largó una calurosa siesta hacia la casa parroquial. Tocado el llamador se apareció el padre Andrés luciendo su breve short y una remera –estaba en la quinta- Clarita pidió hablarle en privado, por lo cual el santo varón la hizo pasar y se dirigieron hacia una habitación privada. Un gran mesón, algunas sillas, un librero y otros detalles menores eran el mobiliario. El cura tomó asiento e indicó a la muchacha hiciera otro tanto.

-¡Y bien!, tu dirás Clarita a qué has venido a tan desusada hora.

Clarita no lograba hilar el discurso hasta que decidida a poner fin a su infierno interno dijo:

-"Vea padre. Desde hace unos días vivo en un verdadero barullo de ideas y siendo moza no sé cómo darle solución"

-¿Es grave tu padecer?

-No sé si es grave… diría gravísimo

-Cuéntame con toda confianza.

-Bueno… el caso es que me atormenta el pecado de la lujuria y la carne. ¡Usted comprenderá!

-Mira, a tu edad es fácil caer en tentaciones. El ‘malvado’ se cuela por donde menos te imaginas y hace de las suyas. ¿Comprendes?

-No mucho. Sólo sé que he pecado varias veces

  • Y, ¿cómo has pecado?

-Bueno, usted ya sabe… con muchachos

-Te has de explicar mejor.

  • He salido a bailar con ellos.

-Eso no es pecado. ¡Es distracción para el espíritu!

  • Sí. Pero ocurrió que todos ellos me han hecho algunas cosas

-¿Qué cosas?

-Hay padre, ¡me da una vergüenza terrible el decirlas!

Algo se estaba revolviendo en la interioridad del cura y comenzó a percibir que su miembro se comenzaba a humedecer por líquido ignorado, y lo peor es que iniciaba una tímida erección. Trató de recomponerse ante la visión de los lindos muslos de Clarita, ya que su pollera distaba mucho de ser corta. Los altos de la blusa estaban marcando unos pequeños pero turgentes pechos en cuyo centro se destacaban ya fielmente los rígidos pezones adolescentes.

-Mira Clarita. Es natural que a veces los chicos se exciten por tu belleza y quizá se hayan sobrepasado un tanto

"¿Un tanto padre? Le diré que ¡se han pasado de raya!

El cura carraspeó. Se reacomodó en la silla pues su pene se estiraba hacia arriba y no deseaba que la joven lo advirtiera.

-"¿Y a qué llamas pasarse la raya?"

  • ¡Ay padre! Me toquetean el busto y me quitan el aliento con sus besos, hasta que logran sacarme afuera los pechos y me los amasan… Después me incitan a otras cosas

Andrés se revolvía disimuladamente en su asiento. La erección le provocaba dolor y creyó que de seguir oyendo a Clarita, se derramaría irremediablemente, pero a duras penas se controló.

-¿A qué cosas hija?

-¡Ay padre!, me da no sé qué contárselas

  • ¡Haz cuenta que te estás confesando! (sentenció el cura al borde de la calentura que esa chica le provocaba).

-"Bueno. ¡Me tocan las partes!

¿Te tocan entre las piernas?

-¡Sí! Y meten los dedos hasta hacerme humedecer. Luego se sacan la cosa y hacen que se las menee. A mí me entra como un picor

-¿Dónde? –preguntó el cura lívido del deseo pecaminoso que ya lo había invadido-

-"En la cosa padre"

-"¡Basta! ¿No me dirás que luego quieren meter su cosa dentro de la tuya?

  • Nunca se los he permitido. Mi madre dice que si eso entra seguro que quedaré gruesa y eso ¡es pecado capital! Y es más, madre me dijo que lo que les sale es veneno y que una se puede morir si lo toca o prueba con la boca.

Andrés estaba al borde del síncope. Nunca hubiera imaginado él a tan ignorante como atrevida muchacha. Decidió cortar por lo sano y tronó:

¡Vete ante el altar y reza 10 oraciones, pero con todo tu arrepentimiento sincero! Ven a verme en dos días a igual horario.

Salió Clarita hacia donde se le ordenara, hizo las oraciones y salió reconfortada a pleno de la iglesia. No hubo novedades en los días siguientes, por lo cual resolvió no ir a la cita con el padre Andrés, ya que se notaba muy animada.

Pero… a la noche del cuarto día los ardores y escozores de la carne la asaltaron furiosamente… tan así que no bien se hubo acostado y hubo silencio en la casa, se dio una soberana paja que la dejó ahíta.

Al día siguiente no bien se hizo la hora, encaminó hacia la casa del cura, donde nuevamente lo cazó haciendo la quinta.

-"¡Señora cura!, ¡señora cura!", "He tenido ideas pecaminosas durante la noche y quiero confesar".

-"¡Ay, Clarita!, eres incorregible. Dime, ¿has estado con algún muchacho esta vez?

-"¡Oh, no señor cura! Estuve sola la noche pasada y me asaltaron los demonios. (Se cuidó bien de mencionar la paja).

-Bien. Voy a hacerte algunas preguntas y que debes responder verdaderamente. ¿De acuerdo?

-Oh, sí, como usted diga.

-¿Sabes qué es fornicar?

-¡Cuando una le permite al muchacho meterla!

-"Bien. Pero voy a explicarte algunas cosas que ignoras. Los hombres tenemos un apéndice que se llama ‘diablo’, el cual de tanto en tanto se embravece y lanza veneno por su punta. Eso ocurre cuando está muy enojado, y para calmarlo hay que meterlo en el infierno. ¿Me sigues?

-"Y ¿usted tiene un ‘diablo’ también?

-"Claro. Ya te dije que todos los hombres lo tenemos".

-"¿Y se enoja?"

-"A veces sí y a veces no".

El cura se las estaba viendo venir, y lo notó pues su pija estaba empezando a empinarse. Una por la larga abstinencia, otra por el calor y especialmente por lo que escuchaba de Clarita. No obstante sacó fuerzas y prosiguió.

-"Ese ‘diablo’ es tan malo que no hay otro remedio que castigarlo bien y se lo debe meter en el ‘infierno’. Ven conmigo a mi dormitorio y aprenderás más".

Se encaminaron hacia el aposento privado. Clarita iba adelante y Andrés detrás sin dejar de mirarle el hermoso y contoneante culo de la joven. La pija había cobrado dimensiones y sus bolas parecían explotar de un momento a otro.

Cuando llegaron, el cura cerró la puerta, e hizo sentar al borde del lecho a Clarita. Se acercó morbosamente y tocándole las tetas preguntó:

-¿Duelen?

  • Se me han puesto duras como cuando me las tocan los muchachos. Pero es lindo.

-A ver. ¡Súbete la remera!

Clarita inocentemente hizo lo pedido y dejó ante los lascivos ojos del cura sus bellas tetitas con esas areolas marrones y pezones tan erectos. Al cura la pija le dio un brinco, pero se contuvo. Pellizcó suavemente los pezones y Clarita gimió por lo bajo, lamiendo sus labios y entrecerrando los ojos. Los abrió desmesuradamente cuando percibió la lengua del sacerdote lamiendo sus pezones y chupándolos brevemente.

-Ay, padre… me están entrando los calores

-¡A mí también y creo que el diablo se ha enojado de veraz! (Era verdad, la pija abultaba enormemente en su short).

-"Quiero verlo como está de enojado"

Andrés no pudo más y bajándose un tanto el short y el slip, dejó a la vista su furibunda erección. La niña quedó pasmada ante semejante pedazo (19 x 4), estiró su mano y lo aprisionó. Notando que estaba como una estaca de dura madera dijo:

-¡Vaya padre! ¡Que enorme es su ‘diablo’! ¡Y que enojado está!

-"Y sólo tú puedes calmar ese enojo que me atormenta, y de paso hacer un acto cristiano, solidario, y de muy buena voluntad al espantarme el mal que me aqueja en estos momentos". "No te imaginas hija cuan duro es el dolor que siento en mi ‘diablo’. "No será pecado, sino un acto de bondad que el cielo premiará".

Mentía a más no poder pues la excitación que estaba teniendo le había oscurecido el cerebro y era incapaz de medir el absoluto pecado que estaba por cometer con esa inocente.

-Sí, ¡lo haré cuando usted quiera!

-"Pues, menéalo como cuando lo haces a tus muchachos"

Clarita tomó la dura pija y comenzó a sobarla hacia abajo y hacia arriba. Cuanto más lo masturbaba, más duro se ponía el instrumento. Cubría y descubría un glande descomunal, rojizo como ciruela y casi de ese tamaño.

El cura gemía y gorgoteaba con ese trabajo de tan adolescente mano. Gotas de líquido color miel asomaban por la punta, gotas que Clarita llevaba y traía en sus meneos. Andrés comenzó a agitarse y resollando pedía clemencia pues la niña había aumentado la velocidad.

-"¿Está por largar el veneno?

-"¡Ohhh!…síííííííííí´…¡Me viene, me viene!"

Y sin poderlo contener lanzó chijetazos de leche caliente que salpicaron hasta el pelo de Clarita y otros escupitajos dieron de lleno sobre su rostro. Lejos de amedrentarse, la joven siguió masturbando ese duro cilindro y Andrés proseguía con su acabada. Lanzó tres buenos y espesos chorros y quedó tiritando de pies a cabeza. Clarita detuvo el meneo y con el ruedo de su vestido secó los restos de semen de su mano y rostro. El cura estaba amoratado por el polvo y el esfuerzo, y poco a poco fue recuperando compostura. Cuando volvió a sus cabales Clarita lo estaba observando.

"Le he quitado todo el veneno. ¿Se siente mejor ahora?"

-"¡Sí, claro! ¡Mucho mejor!… estoy aliviado en extremo y te lo agradezco".

Unos momentos después Clarita le manifestó que era ella quien ahora estaba sintiendo esos picores.

-"¿Me haría usted el favor de calmarlos?"

El desencajado cura no tuvo más remedio que apaciguar a la joven. Para ello, la hizo poner sentada al borde del lecho, quitarle las bombachas, abrirla de piernas y contemplando esa hirsuta mata renegrida, le comenzó a regenerar el ardor carnal.

Se arrodilló y poniendo su boca contra la concha de Clarita, paseó su rugosa lengua por esos labios vírgenes, yendo y viniendo hasta lamer desesperadamente el inflamado clítoris. Clarita gemía y contoneaba sus caderas al ritmo de los lengüetazos. Así, casi cuatro o cinco minutos distaron hasta que en medio de gemidos ahogados y apretando la cabeza del cura contra su vulva, le roció de su acabada empapando boca y rostro que brillaron de esos jugos expulsados en el máximo de la excitación que padeció. Había quedado laxa.

El cura quitaba esos jugos de su boca y mostraba la pija durísima. Acercó el glande a la entrada virginal, sobó allí con su rojo glande y tentó la entrada.

Clarita clamó que no largara el veneno. Sólo le brindó algunas bombeadas apenas con el glande pues temía lastimarla –dadas sus dimensiones- y se contentó con esparcir otra gruesa lechada sobre el juvenil vientre que se agitó ante esa inesperada regada láctea. Con el glande esparció su semen hasta el ombligo y Clarita se contorsionó del gusto. Se subió a horcajadas de la niña y aproximando su mandoble lo paseó por sus labios. Clarita movía la cabeza hacia un lado y otro tratando de evitar contacto con ‘el veneno’, pero el ligero sabor dulzón le supo a néctar y terminó lamiendo la comisura de sus labios y la punta del glande.

De pronto, un rayo de cordura se representó ante ambos y Andrés se apresuró a calmarla.

-"No temas. ¡No has pecado ni quedarás envenenada!" El Señor premiará tu acto cristiano de calmar mi ‘diablo’. ¡Vete en paz!"

Clarita, medio mareada por la jodienda se incorporó, se puso las bombachas y el cura la acompañó hasta la puerta de servicio. Antes de despedirla le recomendó guardar absoluto secreto de lo pasado y que él quedaba a su disposición por si volvía a necesitar ser calmada. Esa noche, Andrés, desnudó su espalda y con el cinturón se dio azotes hasta sangrar. Pero el ‘coludo’ volvería a actuar antes que él lo deseara.

-continuará-