Padmé y Jar Jar. Bombad semental (Star Wars)
Durante un tedioso viaje por el hiperespacio, la joven sirvienta Padmé se entrega a su pasatiempo favorito en compañía de un inesperado visitante...
Padmé pasaba sistemáticamente el paño por encima de cada hueco y cada ranura de R2-D2, el valiente astrodroide que había salvado aquella nave en su arriesgada huida de Naboo. Cada junta y cada articulación estaban repletas de suciedad y partículas de carbono.
De pronto, una voz la sacó de su trance.
—¡Hola-dola!
R2 emitió un silbido, y Padmé giró la cabeza hacia la izquierda para ver a un extraño ser, de casi dos metros de altura, parado en el umbral de la puerta del almacén. Tenía una piel de escamas naranja, dos largas orejas membranosas, prominentes zarcillos oculares y un pico parecido al de un pato. Padmé pensó que se trataba de un gungan, aunque no estaba segura: aquella especie y los naboo habían compartido planeta durante milenios, pero hacía mucho tiempo que habían roto todo contacto.
—Perdón —se disculpó el gungan, viendo que había sobresaltado a la joven sirvienta—. ¿Cuinsa eres tusa?
—Soy Padmé —sonrió ella amablemente, ladeando un poco la cabeza.
—Misa Jar Jar Binks —respondió él, con un gesto de su mano.
—Eres un gungan, ¿no? —preguntó Padmé, queriendo salir de dudas.
Jar Jar asintió con la cabeza.
—Ajá.
—¿Y cómo has acabado aquí?
El extraño ser abrió mucho los brazos antes de contestar.
—Mi no sepo. Misa día empezan tante bien, con un bono papeo matinal, y entonces… ¡pum! Mi asustén mucho, mi agarré este Jedi y… ¡pum! Misa cui. —Jar Jar había rodeado la banqueta donde estaba sentada Padmé, y ahora se llevó una mano al pecho—. Mi asusté muchio, muchio, muchio.
La sirvienta adolescente miró al gungan con una sonrisa, y R2 volvió a pitar. Entonces, él bajó la cabeza y miró al droide con interés.
—¿Cué haces? —preguntó.
—La Reina me ha mandado limpiarlo —explicó ella, mirando a R2.
—¿Gusta cue te ayuden? —preguntó Jar Jar, mostrando sus grandes dientes al sonreír.
Padmé lanzó un suspiro y dejó el paño en un recipiente cercano.
—No te preocupes. De todos modos, ahora iba a tomarme un descanso.
Miró al gungan y, de pronto, un pensamiento fugaz cruzó su mente. Era un dato que había aprendido de algún holovídeo antiguo: los gungan eran especialmente conocidos por sus capacidades reproductoras y por la longitud de sus…
—¿Quieres ayudarme? —preguntó ella, girando sobre sí misma en la banqueta. Miró más allá de él, y vio que los dos miembros de la tripulación, que hasta hacía poco habían estado utilizando uno de los ordenadores de a bordo, ya se habían marchado—. ¿Por qué no me ayudas a relajarme… Jar Jar?
—Supuesto. ¿Cué necisitan?
Al momento, Padmé se levantó de la banqueta y caminó hasta un lado del almacén, para cerrar la puerta. Después, hizo lo mismo con la puerta del otro extremo. Finalmente, volvió a sentarse en la banqueta, puso a R2 en estado de hibernación y sonrió al gungan con picardía.
Jar Jar permaneció expectante, mientras ella se quitaba la capucha, se reclinaba un poco y levantaba lentamente la falda de su vestido rojo y naranja. En ese momento, el gungan se dio cuenta de que ella no llevaba ropa interior.
Mientras Padmé se recogía el vestido a la altura de la cintura y comenzaba a acariciar su coñito depilado, el gungan salivó con anticipación, incapaz de creer que esto estuviera pasándole a él.
—¡Oh, mui mui! —exclamó.
—He oído que los gungan tenéis unas lenguas larguísimas —dijo Padmé, recitando el dato de memoria.
Por toda respuesta, Jar Jar sonrió tímidamente y se agachó frente a la sirvienta para comenzar a lamerle el coño. Ella le puso una mano en la cabeza y acarició su húmeda piel de anfibio.
—Oh, ¿te gusta cómo sabe, Jar Jar?
—¡Están deliciosa! Muchio más cue losa frutos cue he probadon.
—¿Nunca habías probado un coñito naboo?
—No, no —respondió él, mientras comenzaba a lamer su clítoris y a meterle los largos dedos de su mano derecha por el coño. Con la otra mano, le abrió la parte superior del vestido y descubrió sus tetas, que comenzó a masajear.
Padmé se estremeció al sentir cómo la larga lengua del gungan se desenrollaba dentro de su coño y llegaba hasta lugares a los que nadie había llegado jamás. Lanzó un gemido y se retorció en su banqueta.
—¿Te gustan? —preguntó él, mientras seguía lamiendo y metiéndole dedos.
—Me encanta —murmuró ella—. Quiero tu polla, gungan.
Enseguida, Jar Jar volvió a ponerse en pie y se bajó un poco sus pantalones grises: lo justo para sacar su polla, descomunal y venosa, y sus hinchados huevos naranjas. En ese momento, Padmé comprendió que aquella información sobre las capacidades reproductoras de los gungan era verdad.
La adolescente miró la polla con los ojos como platos, y acercó su brazo para comparar medidas: era tan larga como su antebrazo, y casi igual de gruesa.
—Por Shiraya, es enorme, Jar Jar —dijo.
Jar Jar rió entre dientes y agarró la mano derecha de ella, poniéndola sobre su pene. Ella sintió al momento el indescriptible tacto de una polla gungan. Suave. Húmeda. De anfibio. Comenzó a sacudirla con una mano, mientras la miraba con fascinación.
—Nunca había visto algo así —reconoció.
Cada vez más excitado, Jar Jar agarró a Padmé de su cabello castaño, que llevaba recogido en un moño. Ella asió más firmemente la enorme polla y empezó a chuparla con sus tiernos labios.
—¿Te gusta? —preguntó, entre chupón y chupón—. Apuesto a que las gungan no maman tan bien como yo.
—Lasa no tienen labios carnosos —gruñó él, claramente complacido con la fisiología de las humanas.
Padmé agarró la húmeda polla desde la base, cerca de los huevos, y se la metió entera a la boca. Jar Jar agarró su cabeza y empujó suavemente. Al cabo de medio minuto, ella se la sacó de la boca y comenzó a chupar sus testículos naranjas, con la polla descansando sobre su rostro. La punta quedaba más allá de la línea de su cabello.
Jar Jar no dejó de mover el pene por encima de la hermosa cara de la sirvienta, mientras ella jugueteaba con sus huevos entre sus labios.
—¿Estas bolas están llenas de semen gungan?
—Hasta plotar, Padmé.
—Mmm, quiero que sea todo para mí.
Entonces, el gungan la tomó en brazos y la levantó de la banqueta para follarla así: él de pie, y ella colgada de él como un monolagarto kowakiano. Mientras Padmé se agarraba fuerte a sus hombros y rodeaba con las piernas su escamoso cuerpo, él le introdujo lentamente el pene por el coño. Después, ella comenzó a saltar sobre él, con la cabeza a la misma altura que la del gungan. Mirándole fijamente a sus saltones zarcillos oculares, distinguió el placer en sus córneas de color naranja brillante.
—Bésame, Jar Jar.
Mientras seguía saltando sobre su polla, besó apasionadamente al gungan en el pico. Sintió cómo su lengua entraba en su boca, se desenroscaba por su garganta y llegaba hasta su esófago, causándole un cosquilleo de placer que jamás había creído que fuera a experimentar. Esto, a su vez, solo provocó que saltara más rápido sobre su polla, gimiendo y gruñendo como una puta barata coruscanti.
Él movió su lengua dentro de su garganta, y ella sintió cómo las paredes de su vagina se dilataban al paso de la enorme polla naranja.
Después, el gungan se dejó caer en la banqueta y sentó en su regazo a la sirvienta adolescente, para darle duro con su polla mientras le manoseaba los pezones. Padmé cerró los ojos, gimió mientras se mordía los labios y se inclinó para pasar un brazo por detrás de Jar Jar y así apoyarse en su hombro. El excitado gungan le pasó la lengua por toda la cara mientras la follaba.
A continuación, el anfibio se levantó, con Padmé en brazos, y la puso cabeza abajo para meterle la lengua por el coño. Con la sacudida, el moño de Padmé se soltó y su cabello castaño cayó en cascada. Lo mismo ocurrió con su vestido rojo y naranja, que al instante le tapó la cara. Sin embargo, ella lo apartó con las manos para encontrar la polla del gungan, y volvió a chuparla con más ansia que antes. Jar Jar movió la lengua más locamente, mientras ella se metía su polla hasta la garganta. Al estar cabeza abajo, la sangre le bajaba al cerebro, y ella sentía que estuviera inmersa en un sueño muy placentero, aunque sabía que era real.
Entonces, el gungan apartó el brazo derecho, agarrándola solo con el izquierdo, y comenzó a masajearle el clítoris con los dedos. Al agarrarla con un solo brazo, apretó a Padmé fuertemente contra su cuerpo. Ella sintió cómo su delgado vientre se comprimía, a medida que la polla se movía en su paladar. Y los masajes en su clítoris, junto con el paso de la lengua gungan por su coño… la hicieron alcanzar el orgasmo: se corrió escandalosamente, salpicando la cara del sorprendido gungan.
Fuera de sí, Padmé echó la cabeza para atrás y se sacó la polla de la boca. Al momento, la falda del vestido volvió a caer y le tapó de nuevo la cara.
—Quiero que me cubras de semen, Jar Jar —gimió desde debajo del vestido rojo y naranja.
Sabiendo que le faltaba poco, el gungan volvió a sentar a la pequeña sirvienta en su banqueta y comenzó a masturbarse frenéticamente sobre su boca. Casi al instante, un torrente de semen blanco y caliente se vertió sobre ella: algunas gotas entraron en su boca y gotearon desde sus labios; otras se deslizaron por su cuello y sus duros pezones, y un reguero de semen cayó por encima de su vestido y mojó su coño palpitante.
Convulsionándose de placer, Padmé abrió los párpados y vio que aún quedaban algunos restos de semen en la polla del gungan. Sin pensárselo dos veces, se puso de rodillas delante de él y empezó a lamerla para limpiarla bien.
—Limpiaré tu polla lo mejor que pueda —dijo, sonriente—. Se merece mi gratitud.
—¡Oh, mui mui!
En ese momento, la nave entera se sacudió, y Padmé comprendió que estaban saliendo del hiperespacio, cerca de Tatooine. Al momento, Jar Jar se subió los pantalones, y Padmé se frotó el vestido para tratar de quitar las manchas de semen. Después, se cerró el escote y volvió a ponerse la capucha.
—¿Sabes, Jar Jar? Creo que los gungan y los naboo estamos destinados a entendernos —dijo con una sonrisa, aunque todavía no era consciente del alcance de esta afirmación. Le guiñó un ojo al gungan—. Por lo que a mí respecta… «misa ti nombro mi bombad semental».
—Semental —rió Jar Jar entre dientes, complacido.
Y, sin más, Padmé salió por la puerta del almacén y dejó solo a Jar Jar, totalmente convencida de que, si en el futuro se veía en la tesitura de tener que convencer de algo al pueblo gungan… sabría muy bien cómo conseguirlo.