Pactos Eternos

No solo mi esposa se va a divorciar de mí, sino que se acuesta con mi amigo mas querido.

PACTOS ETERNOS

Marzo

A gatas, si. Así le gustaba y por lo tanto así le daba. Mis caderazos la empujaban hacia el frente cada vez que le metía la verga hasta el fondo y le hacía doblar los codos para seguir manteniendo en esa posición la presión de su cuerpo contra el mío. No chillaba ni apretaba la vagina como siempre había acostumbrado hacerlo, pero aún así se notaba que disfrutaba tremendamente la penetración y a mí me hacía disfrutar mucho más. Mis manos la jalaban por la cadera con fuerza, con el mismo ímpetu con el que siempre me gusta coger, clavándola fuertemente, sintiendo como mi palo se deslizaba rico dentro de su cuerpo, engrandeciéndose, endureciéndose y frotando más las paredes de su coño caliente. Erika siempre fue una verdadera maestra en la cama. Durante un tiempo siempre culminábamos el sexo a gatas con una profunda penetración anal, pero desde hacía meses que ella lo evitaba diciendo que mi tamaño la lastimaba, pero jamás le creí, pues no era para tanto. Lo cierto es que esa noche, sin el menor recato le bombeaba mi palo hasta el fondo, y yo gozaba, aún sabiendo que ella me mentía. En medio de un respirar ansioso y gruñidos de salvaje placer me vine, eyaculando dentro de ella, sintiendo mi cuerpo cimbrarse ante el portentoso placer que me inundaba, y mi falo que la inundaba a ella por dentro.

Caí en la cama, habiéndome salido de su interior mientras que ella con su mano, a gatas aún, procuraba alcanzar la cumbre del placer, usando parte del semen que regué en su interior como lubricante para que sus dedos se movieran más fácil sobre su sexo insatisfecho. Yo me recosté sudando, jadeando y con el corazón latiendo a mil. Su mirada me lo decía todo, me lo reprochaba, me insultaba con sus hermosos ojos verdes, pero… la verdad es que me importaba poco. Ella alcanzó el orgasmo segundos mas tarde, empapando su mano con los deliciosos fluidos que antes fueran el deleite de mi boca, y que en ese momento no eran mas que una mas de las muchas cosas que menos me importaban. Perezosamente estiré una mano para acariciarla en las piernas, mientras ella caía sobre la cama pesadamente. Solo los cansados jadeos de ambos rompían aquel gélido silencio que llenaba el espacio que había entre nosotros; espacio que era mucho mayor entre nuestras almas que entre nuestros cuerpos.

Sonó el teléfono de nuevo, era la cuarta o quinta vez que sonaba desde que había comenzado a cogérmela esa noche. Las ocasiones anteriores que habían llamado, ninguno de los dos abandonó el brutal coito que teníamos para atender la llamada, pero esta vez Erika se mantuvo en silencio por un momento, y después se levantó para contestar. No lo hizo en el aparato de la recámara, sino que salió al pasillo y desde ahí levantó apresurada el auricular. Había cerrado la puerta, por lo que no podía yo escuchar la conversación que mantenía. Me rasqué indolentemente el escroto, en esa manera que todos los hombres sabemos que excita a las mujeres y me levanté despacio, para pegar mi oído a la abertura de la puerta y escuchar. Erika discutía en voz baja, parecía que se justificaba por no haber contestado en las llamadas anteriores. No era muy necesario ser tan perspicaz para darse cuenta de qué iba todo ello. Erika mantenía una relación con otro hombre, me engañaba.

-¿Quién llamó?- le pregunté con el ceño fruncido, una vez que ella terminó con la llamada.

  • Una amiga,- mintió apartando la mirada- quería tomar un café conmigo mañana.

La miré un segundo a los ojos, y poniendo la mueca más ríspida que pude le espeté:

-¿Eres lesbiana o bisexual, Erika? ¿Te despides de tus amigas con un "gracias, mi amor, yo también te deseo"?- ella enrojeció y apretó su mandíbula. Se le veía tan ridícula en ese momento, desnuda y justificándose de esa manera tan inútil ante mí -¿Por qué no dejas de hacerte pendeja y me dices de una vez las cosas tal como son?-

Erika se mantuvo en silencio durante unos segundos, sin parpadear siquiera.

-¿Te importaría si así fuera?- explotó furiosa- ¿Te importaría si yo tuviera algo que ver con algún otro hombre, o con alguna mujer incluso? ¿Te importaría algo de mi vida siquiera?

  • A estas alturas, no lo creo. Nuevamente, ¿quién llamó?

Volvió a guardar silencio, con los ojos llorosos por la rabia y por el desprecio. Dejó de contenerse y lo soltó todo de golpe, midiendo el impacto de cada una de sus palabras: - Jorge, tu amigo, él llamó. A él fue a quien le dije "yo también te deseo". ¿Cómo la ves, wey?- dijo tratando de poner una expresión de triunfo y de liberación en su endurecido rostro.

Jorge… mi fiel amigo. Sonreí con amargura. No podía ser de otra forma. Ella no repararía ante el hecho de que fuera mi más cercano camarada, así como no reparó en ningún escrúpulo desde la primera vez que se acostó con alguien mas a pesar de llevar varios años de estar casada conmigo. –Ya no te quiero- continuó diciéndome cada vez mas envalentonada, viendo mi rostro inexpresivo pero atento –Dudo de pronto que alguna vez te haya querido. Tu mundo me da asco, tu repentino desinterés por mí me hace vomitar, tu falta de agallas para superarte y darme una vida mejor me hace despreciarte sobre cualquier cosa. ¡Ni te atrevas a reclamarme nada, pues sé de sobra que te atornillas a cuanta tipa puedes en cada uno de tus viajes! Amo a Jorge, él si es un hombre, y no un melodramático energúmeno como tú. Voy a divorciarme de ti ¿sabías? Voy a deshacerme de ti en cuanto pueda, y voy a largarme con él- terminó anunciando triunfante, para encerrarse después en la recámara dando un fuerte portazo.

¿Alguna vez me había amado? Si, aunque diga que no. Hay quienes no tienen forma de saberlo en toda su vida y hay quienes sabemos percibirlo en cada cosa, en cada parpadeo que dan, en cada forma de mirar, de enojarse o de hacer el amor. Erika me había amado sin límites ni cortapisas; había entregado su vida y su piel solamente a mí cuando le propuse matrimonio, y sé que fue feliz durante muchos años, hasta que la buena vida la corrompió. No, no me juzguen a la ligera; hasta esos momentos jamás la había engañado ni con el pensamiento siquiera; en mi mente no había otra cosa mas que hacerla feliz, darle todo lo que pudiera. Y dando lastimosamente la razón a quienes dicen que "a la mujer, ni todo el amor, ni todo el dinero" cometí el estúpido error de hasta negarme placeres con tal de darle todas y cada una de las cosas que ella quiso. Pero mi deseo por darle una mejor vida y cumplir cada uno de sus caprichos jamás hizo de lado mi ética ni mi honestidad.

  • ¿No son suficientes para ti esos millones? - me gritaba aquella mañana después de verme arrojar despectivamente los papeles que me había dado a leer -¿Qué es lo que te da tanto miedo si es algo tan sencillo?

  • No me da miedo; sé que podemos hacerlo sin dejar rastro alguno, pero es ilegal. Todo lo que tenemos lo he logrado legal y honestamente, gracias a mi talento y a mi esfuerzo. No nos estamos muriendo de hambre ni mucho menos, como para que tenga que echar por la borda una vida honesta y prestarme a transas como esta. Tenemos muchísimo mas de lo que podríamos sacar en ese negocio estúpido.

  • Si, no nos hace falta nada, tenemos muchos bienes ¿y qué? Yo quiero tener más dinero, mas cosas. No puedo creer que te frenes ante esta gran oportunidad por causa de tus escrúpulos moralistas.

  • Ya basta, Erika. No voy a aceptar hacer esa transacción. Olvídalo de una buena vez y no pienso repetírtelo de nuevo.

Ahí acabo de irse todo a la mierda. Desde ese día ella me miró siempre con desprecio. Mes y medio después fue que me enteré que había comenzado a engañarme; primero con el ejecutivo de la casa de cambio que nos atendía, después con el vecino de Karen, su mejor amiga. Ya no había marcha atrás, todo se iba a ir al carajo.

Jorge había sido mi amigo desde que tenía yo memoria. Ya de niños jugábamos con nuestros respectivos ejércitos de soldaditos de plástico y nos daba por abrir pequeños canales en la tierra recién anegada por las lluvias, para ver el tráfico de ajolotes por las nuevas vías que hicimos. Una noche, mis padres me esperaban en casa para ir de compras, pero yo me quedé intentando ganar una nueva batalla en el lote baldío detrás de casa de Jorge. Cuando llegué a casa mis padres ya se habían ido, y supe que cuando me encontrara con ellos en la noche me iba a ir terriblemente mal. Media hora antes de que me enfrentara a la furia de mi padre, Jorge y yo nos quedamos a un lado de la bomba de agua que nos servía de refugio secreto. Yo lloraba lleno de miedo y él encendió una vela para iluminar la escena en la cual ambos acordamos apoyarnos siempre el resto de nuestra vida. Puso su mano sobre mi pecho, a la altura del corazón y yo hice lo mismo. –"Pacto hecho, jamás desecho"- recitamos cambiando el texto del dicho, y él me acompañó tratando de protegerme de la lluvia de cinturonazos que mi padre tenía preparada para mí. Ahora, ese viejo y entrañable amigo era el que se estaba tirando a mi esposa.

Paradójicamente, fue con Jorge con uno de los primeros que hablé cuando supe que Erika me engañaba. Le abrí mi corazón y le dije cómo me sentía y lo que yo veía por venir. Erika era tremendamente interesada y materialista, no pararía hasta haberme despojado de cuanto pudiera. Mientras yo le contaba, Jorge actuó como si le hablara de cualquier cosa, hasta recibió dos llamadas en su celular sin inmutarse siquiera, y después me siguió escuchando sin mediar palabra alguna, antes de decir siquiera algo. Pasaron cerca de dos meses antes de que Erika me confesara lo que había entre ellos. Esa tarde me la pasé en un triste bar de Coyoacán, trasegando mezcal y embriagándome, apretando furioso con mis manos mi casi en todo momento vacía copa de aguardiente.

Los primeros pasos que dio Erika para joderme consistieron en deshacerse de algunos bienes y propiedades que la ley nos obligaría a compartir cuando se fijara la sentencia de divorcio. Quizá pensó que la creía tan estúpida, o pensó realmente que el estúpido era yo para creer semejante tontería y además, quedarme calmado como si nada pasara. Para ella, fue solo una muestra mas de mi pusilánime forma de ser, jamás pasó por su mente que el dolor que pudiera yo sentir me hiciera despreciar cosas que poco antes fueran lo mas importante en la vida para mí. A los pocos días, algunas de nuestras propiedades ya no pertenecían a nosotros, y curiosamente, el dinero se había esfumado a causa de algunos fraudes de los que pretendió ser víctima. Mientras tanto, Jorge, mi amigo, mi buen amigo, era el nuevo propietario de todas esas propiedades que antes se consiguieran con tanto esfuerzo y que Erika y yo disfrutamos durante varios años y que ella había puesto hábilmente a su nombre.

Mayo

Regresé bastante tarde aquella noche; el camino desde Zacatecas por autopista se me hizo eterno, y llegué molido de tanto manejar. Pude haber llegado antes, pero en realidad ya ni quería estar en casa. Era ya más de medianoche, quizá la una de la mañana. Cerré la puerta de la casa, saqué una cerveza del refrigerador de la cocina y subí a la habitación para recostarme. Erika no estaba. Me quedé viendo la cama vacía, la habitación a oscuras, carente de ese ambiente cálido de personas habitándola. Me desvestí lentamente y me acosté sin poder dormir. Por mi mente pasaron infinidad de escenas de los viejos y buenos momentos que viví feliz con ella. La escena de nuestra boda fue una de las primeras, recordando cómo brillaba su rostro de alegría. Uno a uno fueron pasando por mi mente todos esos momentos hermosos, hiriéndome profundamente al añorar aquellas épocas. Recordé a Erika después, fascinada por los sitios a donde viajábamos, las cosas que adquiría, en un principio gocé viendo la cara de envidia de su familia y cómo echaba fuera esa risita traviesa cuando alguien la miraba codiciando lo que ella presumía tanto. Nada de eso existía ya, en ese momento yo estaba ahí, solo, en la oscuridad de la recámara, flagelando mi mente con esos recuerdos hermosos pero dañinos. A los pocos minutos, justo cuando el reloj marcó las dos de la mañana, sonó el teléfono. Imaginé algo así y casi hasta sonrío amargamente, pero los bramidos de placer de mi esposa que escuché al otro lado de la línea al descolgar no me permitieron mas que esbozar una mueca de completa repulsión.

En el teléfono yo oía a Erika gritar mientras recibía la verga de Jorge bien dentro de su vagina. Esa forma de gritar, libre y obscena fue compañera nuestra durante los primeros años de matrimonio, pero cada vez se fue ausentando mas en nuestras noches. Acompañando a Erika, los lujuriosos jadeos de mi amigo se mezclaban con el sonido de la cabecera al golpetear la pared mientras él embestía su cuerpo por detrás del de ella.

  • ¡Que rica verga! ¡Aaahh sssiiii! ¡Dámela hasta el fondo, papito! ¡Tú sí que sabes cogerte a una hembra, cabrón!- gritaba Erika con ese tono poético que siempre la caracterizó en la cama, intentando que esas palabras llegaran a través del teléfono como dardos envenenados a mi corazón. De vez en cuando, las esporádicas nalgadas que Jorge le daba la hacían bramar como bestia salvaje en medio del más desbocado apareamiento. Cada sonido que salía de la boca de Erika me hacía recordar aquellas noches en que se revolcaba conmigo en cualquier sitio, presas ambos del mas enloquecedor deseo. Muchas de esas palabras las gritó para mí tantas noches que, al oírlas, solo pude recordar con lágrimas en los ojos cuando su cuerpo y el mío eran los que acompañaban sus palabras y sus continuos orgasmos.

-¡Que verga, cabrón, qué rica verga tienes! ¡Tan grande, tan dura, tan sabrosa! ¡Me partes papi, me rompes toda!-

Fue suficiente para mí y colgué despacio el teléfono mientras Erika clamaba a gritos por ser cubierta del semen que Jorge ya comenzaba a arrojar sobre su pecho y rostro lujuriosos.

Siempre aborrecí el café soluble, y desde hacía unas semanas era el único tipo de café que había disponible en casa. Me negué terminantemente a sorber un poco mas de esa dulzona bazofia e hice a un lado la humeante taza que estaba sobre la mesa del desayunador segundos antes de que Erika pasara al lado de la mesa rumbo a su estudio. Rápidamente la alcancé y poniéndome a su lado le dije: -Erika, por favor, no sigas con esto. Divorciémonos tranquilamente, sin pleitos ni venganzas estúpidas. No entiendo por qué quieres lastimarme.- Ella volteó a verme luciendo una enorme y agresiva sonrisa burlona.

  • ¿Estás sufriendo mucho, amorcito? Ay, pobrecito ¡Ahora sabrás quién soy yo y cuánto te desprecio!

  • No se trata de eso; no tenemos por qué terminar así. Ambos somos esposos todavía, y al menos alguna vez nos amamos. Nos juramos respeto ¿recuerdas? Aunque todo se vaya a la mierda no tenemos por qué agredir de esa forma nuestros pactos y hacernos daño.

  • ¡Idiota! ¿Aún crees tú que existen pactos eternos? Los pactos y las leyes fueron hechos para romperse. Me cago en tu moralidad y me das risa. Y créemelo cabrón, aún no has visto nada... ni oído.- y después de carcajearse en mi cara se alejó tarareando hipócritamente una cumbia que sabía que me fastidiaba.

Junio

Pocos días después, Erika me demandó por adulterio, pidiendo la disolución de la sociedad conyugal y exigiéndome casi el 80% de todas las propiedades que aún teníamos. Cuando me presenté a rendir mi declaración, el cerdo que fungía como autoridad me trató de la manera mas despectiva que fuera posible. A cada frase que yo decía, él me interrumpía indicándome que cualquier declaración falsa podría costarme demasiado. Ante ese imbecil, todos los hombres mentíamos por naturaleza, idea que quizá haya aprendido del trato que sus padres tuvieron. Dos amenazas de encerrarme por desacato me fueron dadas cuando llegué a perder la paciencia y le pedí que para oficio de autoridad pusieran a alguien que realmente la tuviera y no solo el título. Estaba más que visto que Erika procuraría acabar con mi paciencia y hacerme cometer estupideces. Sonreí sabiendo que esas oportunidades son apreciadas por muchas mujeres que gozan saboreando cada tipo de venganza que puedan tener sobre sus hombres. Que estupidez, verdaderamente. Quizá la gran mayoría de los hombres haya sido unos hijos de puta a lo largo de la historia, pero a mi eso me valía madres… yo respondo por mí, y que se metan sus traumas sexistas e históricos por donde mejor les quepa.

Mi abogado revisó esa noche cuanto papel, foto y prueba tuviera yo para presentar mi defensa.

  • ¿Qué acaso no te importa esto?- me decía viendo mi completo desinterés- lo estás tomando muy a la ligera.

-Yo se mi cuento, dame chance.- Y cuando terminó de leer algunos extractos de un viejo cuaderno de notas de Erika, donde hablaba de lo mucho que se sentía amada y halagada por mi, le expliqué toda la historia de lo acontecido y qué es lo que yo pensaba que habría de venir. Pablo solo sonrió incrédulo y pidió otro Bacardí con Coca Cola. Puse cara de asquito.

Agosto

Karen me miró sonriendo misteriosamente mientras yo observaba la foto de su pequeño hijo tomada durante sus últimas vacaciones y terminaba de degustar el sorbo de café cortado que acababa de tomar. Agitó su pelirroja cabellera enchinada mientras estornudó levemente y dio otro sorbito a su aromático capuchino. A pesar de ser la mejor amiga de Erika, para mí ella había sido una excelente compañera de charlas desde hacía años y en contadas ocasiones una buena confidente y consejera. Su llamada a mi oficina a mitad de la tarde anterior me había sorprendido, no se qué tan gratamente. Finalmente, a la mañana siguiente estábamos sentados, uno frente al otro, conversando y salvándome con un café de Gino’s de seguir bebiendo la basura soluble con que Erika había decidido torturarme.

  • Sé que lo tuyo con Erika está ya acabado, y me dolería perderte como amigo a pesar de todo- me había dicho. Podía creerle, podía que no, pero el recuerdo de muchas pláticas picantes y atrevidas entre ella y yo me daba margen para no dudar tanto de su sinceridad. – Trata de entenderla, Erika está segura de que la engañas con varias mujeres y que no le das importancia. Eso está motivando también la actitud que toma.

  • Que no sea ridícula. Desde que nos casamos no he tocado ni mirado siquiera a otra mujer. Mas bien son pretextos suyos para justificar lo que está haciendo.

Pareció que mi respuesta decepcionó un poco a Karen. Tal vez ante ella estaba desapareciendo también la imagen de seductor y aventurero que yo tenía, o quizá echara por tierra los planes de Erika de enviar a Karen a hacerme confesar algo para poderme acusar abiertamente de adulterio antes de que yo lo hiciera contra ella.

Tras reírnos un poco recordando viejas anécdotas y quitando un poco el malestar que toda la situación me producía, Karen se levantó, tomando su bolso y dejando ver un bello cuerpo debajo del trajecito que llevaba. Ella se acercó, tomó mi mano y me dio un beso lentamente en la mejilla, para decirme mirándome a los ojos. - ¿Te llevo a tu casa? Veo que no traes carro – me preguntó solícita.

  • Si, gracias. Ya lleva el auto varios días arreglándole el sistema eléctrico y me la paso a pié.

  • Te dejo una calle antes de tu casa, si gustas. No vaya a ser que Erika piense mal por verte llegar conmigo.

  • Bah, ella anda de viaje. Supongo que estará en alguna playa revolcándose con Jorge.

Karen detuvo su pequeño auto frente a la fachada de mi casa. Miré por la ventanilla y hasta el mismo inmueble me parecía ya carente de vida y alegría, tan muerto como el amor entre Erika y yo.

  • No dejes que esto te amargue la vida; me dolería verte mal, pues te tengo un gran aprecio.- me dijo ella sonriéndome suavemente.

  • Gracias, Karen- le dije y me acerqué para besarla también suavemente en la mejilla, cerca de la comisura de sus labios. Tras el beso, me separé muy poco de ella, dejando que nuestras miradas se cruzaran fijamente. Su piel me atraía y ella cerró suavemente los ojos y acarició mi mano. En ese momento mi boca se acercó a la suya y la rozó levemente. Karen se estremeció al sentir mis labios en los suyos, y tras dudarlo unos segundos respondió suavemente a mi beso.

  • Tengo que irme ya, pero no quiero- me dijo en un susurro y dejando ver todas las emociones en sus hermosos ojos.

  • No te vayas, entonces- le dije y retuve su mano con fuerza.

  • ¿Quieres que me quede?

  • Si… quédate.

Una de las torneadas piernas de Karen quedó al descubierto cuando mi cuerpo involuntariamente jaló una de las sábanas al moverme. El cuerpo de ella se mostraba magnífico apenas cubierto por la tela blanca que la tapaba sobre la cama de la alcoba matrimonial. Los brazos de Karen se colgaban de mi cuello, ambos recostados sobre el extenso colchón donde nos acariciábamos completamente desnudos, prodigándonos dulces e intensas caricias. Besé los labios de Karen, besé sus ojos y su rostro. Ella ronroneaba de gusto al sentir mis labios posándose en la piel de su cara, exhalando un cálido aliento que terminaba de acariciarla aún más. Mis manos fueron paseando por su espalda, acariciando casi sin tocar, con las palmas abiertas completamente sobre su piel brillante. Karen echaba su rostro hacia atrás cada determinada vez que mis manos le electrizaban con mis caricias. Invariablemente ella dejaba escapar un suave suspiro de placer.

Mis besos se derramaron por la espalda de Karen. Ella se arqueaba, se remoloneaba al sentir como mis labios cubrían cada poro y lo probaban, lo besaban y acariciaban antes de que mi lengua borrara cada rastro de su aroma y de las primeras emanaciones de sudor que de cada uno salían. La cabellera de Karen se desparramó sobre la sábana del colchón, y sintió la fresca sensación de la tela en su rostro, cuyos ojos cerrados y su abierta sonrisa hablaban del inmenso placer que recibía. Mis dientes mordisquearon bajando, bajando mas; mis labios jalaron la suave vellosidad que al final de su espalda se mostraba inocentemente seductora, hablando de erotismo e inocencia. Ese solo pensamiento revolvió mi mente, me llevó ante un conflicto espantoso entre mis deseos y aquello que ya sabía. Karen continuaba ronroneando, como gatita entregada:

  • Si, mi amor… sígueme besando así por favor… me encanta… aaahh!!- y estiraba su cuerpo como si se tratara de mostrarse descaradamente ante algún ojo oculto que pudiera vernos entregándonos sin ningún reparo moral o ético.

Mi boca comenzó a chupar y a morder suavemente las nalgas de Karen. A cada mordisqueo ella volvía arquearse y a pedir mas. Era mía, a pesar de jamás haberla pretendido; ella siempre me había gustado, y esa tarde finalmente era mía. Mi lengua recorrió la línea de sus nalgas, mordió la carne firme de sus fuertes glúteos, se aventuró a internarse en las profundidades de su trasero y lo acarició lenta y mecánicamente, procurando arrancar de ella cuanto gemido fuera posible obtener. Teniéndola aún boca abajo levanté un poco su trasero para que mi lengua pudiera llegar más fácilmente hasta su húmeda vagina. Antes de lamerla aspiré fuertemente para impregnar mi olfato con el aroma turbio y exquisito de su sexo. Karen gimió al notar como era olida por mí, cómo sus más íntimos aromas eran codiciosamente extraídos por mi nariz al olfatearla de manera tan impune. Ella comenzó a moverse suavemente, a gatas, si; así le gustaba y así me recreaba en ella. Sus movimientos provocaban un efecto que hacía rezumar el aroma interno de su vulva, dándome de aquel deleite nasal que tanto me enloquece. Si piel lucía magnífica, con ese color firme y parejo que fascina a quien lo ve. Mi lengua se paseó entonces por lo largo de la abertura de su sexo, saboreando por primera vez aquel sitio con el que había comenzado a soñar cada vez con más avidez. Karen seguía estremeciéndose con el contacto de mi lengua. Gemía suave y largamente de la misma forma en que mi boca la saboreaba y extraía los fluidos que el placer le producía.

Karen echó una mano hacia atrás de su cuerpo, tomando mi falo y comenzando a acariciarlo lentamente. Mi pene fue tomando entonces forma y agrandándose provocando exclamaciones de excitación en ella, comenzando a restregar cariñosamente mi falo contra sus nalgas mientras nos besábamos. Mi carne me incitaba a empujar mi cadera para penetrar su ano, lo deseaba, si, lo había comenzado a soñar cada vez con más insistencia. Sabía que estar ahí con ella sería seguramente la primera y única vez que disfrutara de su cuerpo, así que preferí hacer a un lado mis fantasías, y dejé que mi glande resbalara lentamente desde el canal de sus nalgas hasta la entrada de su estrecha y maravillosa vagina. Karen se tensó al sentirme entrar en ella, emitió un profundo jadeo y cerró sus ojos luciendo una deslumbrante sonrisa. Poco a poco sentí como cada centímetro de mi falo iba adentrándose en su sublime cavidad, paso a paso. La penetré despacio para intentar eternizar ese esperado momento.

Cada vez que mi pasión se encendía y yo comenzaba a moverme mas rápido, ella me calmaba con un tierno beso en los labios.

-Házmelo despacio, amor mío- susurró con una mirada entornada y suplicante- quiero sentirte como si fuéramos novios desde hace años. Quiero sentirte como tantas veces lo he soñado.-

Las palabras de Karen me llenaban de ternura, en mi interior se desarrollaba una violenta lucha en la cual yo llevaba la peor parte. Mi cariño se enfrentaba a una cólera que anidaba en mi pecho deseosa por salir y poner fin a todo. Su aroma me envolvía y me recordaba todo el cariño que siempre sentí por ella, sublimado en ese majestuoso momento en que al fin hollaba yo sus entrañas y me consumía de placer dentro de su admirable cuerpo. Karen tomó mi falo con una de sus manos, mientras la punta entraba y salía de ella; acarició mi pene húmedo y endurecido y comenzó a moverlo en su vagina como si de un dildo se tratara. En ese momento, mi mirada se desvió hacia el guardarropa, pero un menos suave jaloncito que Karen le diera a mi pene me hizo regresar la mirada hacia su cuerpo. Verla así era prodigioso; ella me metía y me sacaba de sí misma esbozando una amplia sonrisa de gusto y de placer; me frotaba contra sus labios, contra su clítoris y volvía a introducirme en su cuerpo. A cada movimiento de su mano, ella echaba hacia atrás las nalgas, para frotarlas en mi vientre y hacerme penetrar más su cálida abertura vaginal. Con ese movimiento, tuvo que soltarme para permitirme entrar hasta el fondo de ella. Ya no emitíamos los tenues gemidos y jadeos del principio, sino que nuestras gargantas dejaban salir sonidos más potentes y llenos de pasión y de placer.

Karen giró su cuerpo, quedando completamente boca abajo en la cama, elevando las caderas un poco para permitir una penetración mas profunda. Yo embatí cada vez con mas fuerza hacia su interior, sintiendo como mi verga enfundaba perfectamente en sus interiores. Ella gemía mi nombre, jadeaba palabras dulces y cariñosas, siempre matizadas por obscenos tintes generados por el desbocado placer que a ambos nos consumía. Mis manos se apoyaron en su baja espalda para permitirme bombear con fuerza, y a la vez juguetear con mis dedos dentro de sus nalgas. No tardó mas que dos breves minutos antes de que el orgasmo arrancara de ella un profundo y silbante "Sssiii…" y comenzara a mover sus caderas en un círculo cada vez mayor, para reducirlo después a suaves movimientos que culminaron en su total inmovilidad. Tiempo después algunos me dijeron que era muy probable que Karen hubiera fingido el orgasmo, pero el repentino erizar de toda su piel y las desbocadas contracciones de su vagina han declarado por siempre lo contrario.

No quise acabar dentro de ella, no convenía, por supuesto. Al verme salir de ella impetuosamente, se giró y tomándome por la cadera colocó mi falo en la entrada de su boca.

  • Dámelo, cariño…dame de beber amado mío- me urgía con una mirada inolvidable. El primer chorro no alcanzó a ser engullido por ella, sino que golpeó sus labios en el mismo instante que ella metía mi glande en medio de ellos para succionar con fuerza el lechoso segregar de mi verga encendida. Caí yo a la cama, tras expulsar cuanto pude dentro de su boca, respirando ansiosamente y disfrutando aún de las sensaciones que siguen al estallido maravilloso del orgasmo. Voltee a verla… mirando su sonrisa perversa, al abrir los labios y mostrarme cómo jugueteaba con mi semen en su boca, dejándolo resbalar por su lengua, dejándolo colgarse de sus dientes y paladar, para después tragarlo lentamente, y caer abrazada a mi cuerpo.

Karen notó por segunda vez cómo mi mirada atisbaba intrigada hacia el interior del guardarropa que estaba frente a la cama. Su mano volvió a tomarme suavemente de la barbilla para atraerme hacia su boca. Bebí nuevamente de sus labios y mi olfato registró en su piel los efluvios que quedaban del aroma de mi sexo, de mi semen, de sus propios fluidos, de su exquisito sudor. Cuando mis labios se separaron de los suyos, dirigí nuevamente mi mirada al fondo de la repisa donde se encontraban mis lociones y me levanté lentamente. Karen suplicó con un mohín infantil:

  • Amor, no te vayas, quédate conmigo; dame mas de tu calorcito-

  • Espera un momento, ¿Qué es esa lucecita roja allá dentro?- y ella enmudeció completamente al verme llegar ante el guardarropa, introducir mi mano hacia el fondo del espacio de la repisa y sacar una pequeña cámara de video del interior. La cámara estaba encendida, y grabando.

-¿Qué sabes tú de esto, Karen?- le pregunté moviendo la cámara delante de ella, con un tono amenazadoramente suave y tranquilo. Ella mantenía su mirada con una expresión de sorpresa; la misma que pone algún delincuente al ser sorprendido en pleno crimen.

  • Yo no se nada- balbuceó.- Tú fuiste quien me pidió que me quedara.

Sonreí mirando hacia el techo de la habitación, me acerqué al buró y tomando una cajetilla de cigarrillos le ofrecí uno a Karen. Estiré mi mano para encenderle el cigarrillo mientras la miraba atentamente; por supuesto que yo no estaba sorprendido, ni molesto con ella. Bien sabía yo de qué se trataba todo eso, pues desde el primero momento reconocí que esa hermosa VDR M-95 de Panasonic era de Jorge.

  • Si Karen, yo te pedí que te quedaras, y bien que lograste que yo te lo pidiera. No te culpo, eres buena para estas cosas y debo admitir que yo tengo gran parte de culpa en todo esto.

-¿De que hablas? ¿Por qué me dices esas cosas?- inquirió fingiendo sentirse insultada.

  • Erika quiere acusarme de adulterio, y qué mejor que un video donde su mejor amiga se acuesta con su marido en una actitud enamorada como si fuera una relación de años. Ella deja la cámara de su amante grabando en velocidad lenta para ahorrar espacio de disco y tú te encargas de traerme aquí y de lograr que yo te pida que te quedes. ¡Magistral, Karen! Bien planeado.-

Karen abrió la boca para objetar mis palabras, para defenderse, pero comprendió que era inútil. Nada podría justificar la presencia de la cámara de Jorge en la recámara, escondida y grabando mientras ella y yo teníamos sexo. Lentamente se puso de pié, y por última vez tuve la oportunidad de disfrutar de ese bellísimo cuerpo con mi vista. Karen comenzó a vestirse lentamente, completamente en silencio.

  • No voy a hacer nada por esto, Karen; tu primera lealtad es para con tu amiga, no para mí, así que entiendo por qué has hecho esto. Pero el haberlo hecho te ha ganado un enemigo. Has algo mas en contra mía y esto aparecerá en Internet por todo el mundo. Espero que quede claro-

Karen me miró por unos segundos y asintió lentamente en silencio.

  • Lo siento- musitó- no solo fue por eso. Siempre me gustaste… de verdad.

  • Tranquila, no digas más. Lárgate de esta casa y listo- le dije y me metí al baño, cámara en mano para orinar. De puro ocioso grabé mi falo desahogándose; mantuve a cuadro mi glande chorreante y de ahí hice un lento zoom in hacia la superficie del wc mientras se iba llenando de tibia espuma alrededor del lugar donde el amarillento líquido caía como una cascada burlona dedicada a ellos; quizá esa parte del video sí se la enviara por correo electrónico a Jorge.

Octubre

Fermín terminó de asar la costilla de res que tenía ya rojeando, y me la pasó con sus tenazas directo encima de las cebollas que yo degustaba en ese momento. Los demás viejos amigos de la infancia platicaban entre mordidas de Rib Eye, de chorizo de Toluca y una exquisita agua de chía que Doña Mari sabe preparar tan bien. La carne estaba término medio, bien jugosa, tal como me gusta. El siguiente trozo de carne que Fermín sacó del fuego era para Jorge, quien a lo lejos había evitado encontrarse conmigo. No se si habrá sido buena idea haber avisado que yo no iría, por lo que tanto Jorge como Erika se presentaron cínicamente a la reunión. La gran mayoría de los amigos no les trataron mal, aunque Blanca, la esposa de Rodrigo no pudo evitar expresar una mueca de asco cuando los vio llegar juntos. Jorge y Erika se colocaron lejos del resto, platicando solamente con Arturo y Fabiola, quienes habían sido sus incondicionales desde niños –igual que yo, pero eso ya no importaba- y manteniéndose al margen de los demás.

Yo me senté de espaldas al asador, pero la mirada de los amigos siguiendo a alguien detrás de mi delató el paso de Jorge hacia Fermín. De un solo trago vacié el tequila que aún quedaba en el vasito y pregunté en voz alta, aunque sin voltear a verle:

  • Hey, Jorge, ¿Qué onda? ¿Qué quieres que haga con tu cámara? ¿La vas a seguir ocupando?-

El ambiente se hizo tenso cuando todos guardaron silencio. Él no podía ya pasar por alto mi reto de abrir la boca y poner en claro la situación. No sabía yo aún como se iban a poner las cosas.

  • Si quieres devolvérmela no hay problema- contestó con tono sarcástico- a menos de que aún quieras seguir grabándote así. Ya vi por qué Erika escogió algo más grande que lo que tenía.-

Rodrigo se levantó encolerizado: - ¡Pero qué hijo de tu puta madre eres! No solo le quitas la esposa sino que te vienes a burlar de él frente a nosotros.- Jorge sonrió burlonamente.

  • Mira Rodrigo, tú no vives normalmente aquí, así que mejor ni te encabrones. Tú no sabes la clase de fichita que es éste cabrón. Además yo ni le había dicho nada, él fue el que me buscó.-

La llegada de Erika, fuera de sí solo contribuyó a calentar los ánimos.

  • ¡Júzguenme si quieren, hijos de la chingada! Digan que soy una puta, una maldita, ¡digan lo que quieran! Todos están en contra mía solo porque son amigos de él, pero no saben cuánto tiene que sufrir una mujer al lado de tipos como este cabrón.- y volviéndose hacia mí siguió sus gritos- ¡Tú te crees mucho por lo que tienes! ¡Crees que puedes comprar a todo el mundo y que nadie se dará cuenta de los maltratos que me hiciste pasar, de toda la violencia psicológica que me hiciste padecer!

  • Nunca te traté mal, Erika. Todo esto lo haces por dinero. Las cosas que has hecho solo van por ese lado. Quieres llevarte todo lo que puedas.- le dije procurando evitar exaltarme.

  • ¡Solo quiero lo que me pertenece, nada mas!- gritó completamente fuera de si. Jorge, abrazándola entró en su defensa.

  • Ella no quiere nada tuyo. Como si yo no le pudiera dar cosas mil veces mejores que las que le dabas tú. Ella solo quiere cariño, alguien que la comprenda y la respete como mujer. ¡Solo eso!- Los demás procuraban intervenir cada vez que había posibilidad, pero callaban con mas rapidez de con la que empezaban al enfrentar la tradicional argumentación de muchas mujeres en esos casos. Decidí que era el momento de jugarlo todo y lancé la estocada:

  • Ya se llevó bastante con lo que supuestamente perdió vendiéndolo. Si no quiere nada más ¿por qué no renuncia al resto? Al fin contigo tendrá mucho mas ¿no es así?

  • No me corresponde decidirlo a mí- se justificó Jorge- lo que tuvo contigo es basura junto con lo que yo le daré. Por mi, que te deje tus míseras posesiones, pero es decisión de ella.

Erika estaba enrojecida de ira, su boca estaba contraída por completo, sin poder hablar algo que no le llevara a tartamudear de furor.

  • ¿Crees acaso que tus bienes significan algo para mí?- explotó Erika iracunda- ¡Quédatelos todos y métetelos por el culo! No quiero nada tuyo, no quiero tu puto dinero, ni tus casas, ni tus coches. Estando sin ti tendré una vida mejor que la que me has dado, simplemente por el hecho de no tenerte. ¡Óiganlo bien todos! ¡No quiero nada de los bienes de ese imbécil! ¡Renuncio a todos ellos!- Jorge procuraba calmarla y hacerla recapacitar en sus palabras, pero ella estaba fuera de sí. Apenas pudo arrastrarla fuera de la casa de Rodrigo sin poder evitar que ella arañara accidentalmente el brazo de su infame amante. Los amigos se acercaron y me dieron palmadas en el hombro; Francisco me ofreció un tequila, que apuré de un solo trago. Ciertamente las palabras de Erika hicieron mella en el ánimo de las mujeres que ahí se encontraban; la misma Blanca, que en un principio los recibió con hostilidad, hasta dejó de mirarme amablemente una vez que Jorge y Erika se fueron de ahí. Yo me dejé caer en la silla; furioso por la hipocresía de esa mujer, pero también luciendo una perversa sonrisa, hambriento por el día del desquite. Sin embargo, algo me tenía intranquilo; demasiado.

Diciembre

La información era fidedigna, Jorge estaba cumpliendo todas y cada una de las fantasías sexuales y materiales de Erika. Para fin de año habían embarcado en un crucero por el Caribe, donde conocieron a una pareja de Honduras, con quienes cometieron todo tipo de excesos en la suite que él había rentado para el viaje. Ahí Erika estrenó su cuerpo con otra mujer y recibió cada una de ellas el tan anhelado sándwich de dos hombres a la vez, con el que casi todas fantasean. Paseos de lujo, hazañas sexuales, regalos, fiesta continua… ella estaba recibiendo todo aquello que la enloquecía y eso explicaba que estuviera tan enamorada y enganchada de Jorge.

Si bien la información no me indicaba que Karen hubiera participado en esas proezas eróticas, mi mente no podía olvidar las capacidades libidinosas de la hermosa amiga de mi ya pronto ex-esposa. Estaba ya seguro de que ellos tres se habían enredado sudorosos entre las mismas sábanas más de una noche. De tanto pensarlo me estaba ya enfermando de celos y de calentura. Salí por las calles esa vez, encerrándome en una habitación de hotel sobre la Calzada de Tlalpan, para intentar acabar una botella de licor y masturbarme a gritos completamente solo y abatido. A los pocos minutos de pajearme viendo basura porno en la televisión, mi mente no pudo mas. Pedí por teléfono a un amigo los números de celular de dos escorts frecuentadas por él y una hora después, completamente ebrio, las recibí en mi habitación.

Ver sus ojos fue como lanzarme a un abismo de recuerdos. No las veía a ellas, sino a Erika y a Karen; sus sonrisas me parecían las de aquellas dos mujeres que tanto me hicieron sentir en la vida. Su actitud comercial, estando ahí solo por dinero, me recordaban tanto el inicio de este drama y me excitó muchísimo el poder tocarlas vulgarmente, dando tumbos en medio de ellas. Al llamarlas por celular les había explicado bien qué era lo que yo quería, por lo que pronto salieron del baño vestidas como colegialas, son su cabello amarrado en colitas, la faldita tableada y sus calcetas blancas que les daban una imagen aniñada.

Me senté en el piso para ver más de cerca sus piernas, mostrándose bajo la falda escolar. Las vi actuando su papel inocente agachándose a recoger algún objeto inexistente para dejarme ver su ropa interior tan provocativa. Poco después, ambas comenzaron a forcejear, peleando por un dulce imaginario y cayeron revolcándose sobre la cama. El forcejeo pronto se convirtió en un intercambio de roces y apretones.

  • Ayúdame con esta cabroncita- me invitó la que me recordaba a Erika, mientras inmovilizaba a la otra montándose en su vientre. Tomé por los brazos a la que yo veía como Karen, impidiéndole levantarse. "Erika" la tomó por las piernas y la nalgueó ricamente un par de veces, mientras que "Karen" gemía de placer con las nalgadas y se contoneaba inmovilizada. Yo me agaché para mordisquear sus senos, mientras que Erika la descubría para mí y abría mi pantalón. En esa posición yo mamaba sus tetas mientras ella comenzaba a lametear mis testículos y Erika quitaba su ropa interior para lamer frenéticamente su coño.

Mi verga estaba a tope, sintiendo las lamidas morbosas de Karen, y Erika le comía la vagina arrancándole fuertes gemidos. Coloqué a Karen de espaldas aún en la cama, pero con su cabeza colgando del colchón para colocarme frente a ella, y penetrarla, cogiéndomela por la boca. Erika se había subido en ella, ayudándome a metérsela en la boca, pues mi embriaguez me impedía moverme y atinarle a la primera. Karen abrió sus labios y sentí al penetrarla esa típica tibieza de la boca mientras me lamía y chupaba lentamente. Mis manos recorrieron sus senos, pellizcando un poco sus pezones y sintiendo su deliciosa dureza. Seguí después acariciando suavemente por su vientre y me tope con la cabeza de Erika que había descendido por su abdomen y ahora perdía su cabeza entre las piernas de mi fantaseada Karen. Con cada lamida de Erika, Karen me apretaba con más fuerza con sus labios. Cerré los ojos, concentrado en esa rica chupada que ella me daba, afanándose succionando con fuerza, lamiendo mis testículos y cada tanto tomaba mi falo y lengüeteaba mi glande como si de una deliciosa paleta se trataba. Me inclinaba para verla, me fascinaba como su lengua iba desde la base de mi falo hasta el glande, y entonces allí la veía abrir su boca y sorberme completamente.

Los gemidos inundaban la habitación, llena ya de los aromas del sexo y de nuestros sudores. En mi interior el desasosiego y la furia que todo el drama me provocaba me hicieron bombear con ímpetu mi falo hacia el interior de la boca de aquella mujer que yo soñaba fuera Karen, repitiendo su nombre cada vez con mayor fuerza, llegando a ahogarla por momentos. Mi cerebro no daba para más, mi cuerpo tampoco. Me recosté sobre la cama y mientras los ojos se me iban cerrando definitivamente en esa noche, vi a ambas mujeres irse montando en mi cuerpo, una para cabalgar sobre mi cada vez menos dura verga, y otra para solicitar de mi boca una lamida que ya no pude terminar. El amanecer me sorprendió con un espantoso dolor de cabeza, con unas nauseas terribles y con la tristeza de saber que solo así podría volver a tener a mi disposición los envidiables cuerpos y caricias de Erika y de Karen.

Febrero

La sentencia fue dictada; mi abogado y el de Erika intercambiaron unas palabras, revisaron que cada punto establecido por la jueza fuera tal como lo habíamos acordado e intercambiaron un apretón de manos. Mi representante legal se acercó a mi, y me dijo solemnemente: - Ya está usted divorciado, señor. A partir de ahora puede comenzar a hacer su vida de nuevo. Todo quedó tal cual usted y la señora lo acordaron. Los bienes estipulados en el documento quedan todos en su poder, exceptuando uno de los automóviles y la propiedad de la cafetería en Copilco, que quedan como propiedad de la señora Erika.

Le di un apretón de manos y revisé rápidamente las líneas del documento legal que no me decían nada en concreto. Todo estaba ahí, con el clásico e infumable estilo jurídico que dice todo y a la vez no dice nada a quien lo lee. Erika y Karen se abrazaron felices, y tras dar el cheque de finiquito a su abogado me dirigieron una última y burlona mirada y salieron del edificio. Encendí un cigarrillo mientras las veía salir abrazadas de los juzgados. Ambas lucían hermosas, con sus esculturales figuras enseñoreándose de la explanada donde mil y un mensajeros llegaban y se iban cumpliendo sus tareas laborales. Del otro lado, saliendo de detrás de uno de los muchos puestos de revistas y periódicos que rodean la zona, salió Jorge, luciendo su tradicional sonrisa cínica y cabrona y llevando un voluminoso portafolio en la mano. Lo miré de lejos, revisé la forma de su cuerpo y pensé por última vez en esa figura entrelazada en el cuerpo de la mujer que alguna vez amé. Ni siquiera quise ponerme a pensar en cuántas fantasías de todos los colores estarían pasando ya por la mente de mi querida ex-esposa ni en cuántas cosas mas habrían estado ya viviendo juntos sin que yo lo supiera. Era una lástima, honestamente.

Erika se colgó del cuello de Jorge y le estampó un enorme beso en los labios.

  • ¡Al fin libre, mi amor, libre solo para ti!- y siguió llenando su rostro de besos, ante los sinceramente felices ojos de Karen, que sonreía encantada por el final de aquel drama. Jorge no pudo evitar que su mirada se cruzara con la mía; mirada en la cual pude advertir vergüenza, pero a la vez ese brote de su eterno cinismo que estaba a punto de explotar.

  • ¿A dónde iremos a celebrar?- preguntó Karen, siempre dispuesta a una noche de alegre y lujuriosa farra.

  • ¿A dónde? - dijo él sonriendo tranquilamente- A mí me encantaría ir a "La México" a celebrar, pero mientras lo decidimos, ustedes dos pueden irse a chingar a su madre, perras de mierda.- Y separando a Erika de un empellón directo a su pecho, se acercó a mí, poniendo el portafolios en mis manos. –Aquí está todo lo tuyo, compadre. Todo endosado a tu nombre, no falta nada.- y caminó un par de pasos más, alejándose de ellas, ansioso por irse de ahí y olvidar todo aquello.

La más estúpida de las muecas que jamás le hubiera visto apareció entonces en el rostro de Erika, quien no podía creer aún nada de lo que le estaba sucediendo. Su boca se entreabría y entrecerraba completamente azorada y confusa, pudiendo musitar solamente un tembloroso -¿Qué?- y sus ojos se llenaron rápidamente de lágrimas.

-¿Ya lo ves "mi amor"?- le dije dejando que de mi boca fuera saliendo el humito que acababa de fumar- aún hoy existen Pactos Eternos.

Ahí Erika lo comprendió todo; ahí mismo comprendió que ella había sido la única manipulada, la que jugó mi juego desde el principio. Se dio cuenta de que las transacciones que Jorge le animó a hacer para despojarme fueron en realidad la forma que yo escogí para proteger mis intereses; que mi aventura con Karen, la cual sugirió Jorge para acusarme de adulterio fue solo un invento nuestro para tirarme a su amiga con su propio consentimiento y tenerlas atadas de manos para que no pudieran obrar en mi contra. Si ya esperaba yo su llamada aquella noche mientras ella fornicaba con Jorge era porque los dos lo programamos así, para que ella se desbocara con su deseo de venganza y comenzara a actuar estúpidamente confiando en él. Tarde se dio cuenta Erika que su propia ambición y su deseo de venganza se habían vuelto contra ella misma.

Karen miró a Jorge con odio y dirigiendo luego su vista hacia mí, sonrió con un rencor infinito, con una sonrisa de derrota y de vergüenza, para después tomar del brazo a Erika, quien ya vociferaba la mas grande retahíla de insultos que le fuera posible proferir, y así ambas, fueron alejándose de nosotros, despacio, en un camino directo y sin retorno, con rumbo a la chingada.

Octubre 2006

(Relato de Ficción)