Paco: un problema resuelto con el amor de su madre

Cuando crecí creía tener un problema con mi pene. Gracias a mi madre se solucionó... o no.

En este relato quiero contaros mi problema cuando crecí. Para ello os contaré un poco de mi vida. Me llamo Paco, soy hijo único de madre soltera. Desde siempre mi madre se ha preocupado por mí, por todo lo que me ocurriera. Mi madre, aún siendo soltera, tuvo la ayuda de su familia para criarme. Ella era la mayor de cuatro hermanas. Sí bien mi abuelo al principio se enfadó con ella por su embarazo, con mi nacimiento su postura cambió y me crió como si fuera su hijo. Lloré mucho cuando teniendo diez años murió de un ataque al corazón, pero me enseñó mucho.

Siempre hemos vivido en casa de mis abuelos, y más desde que él nos dejó. Así que podéis imaginar lo que es criarse entre tantas mujeres, mujeres que eran mucho más mayores que yo. Recuerdo cuando tendría sobre los doce años. Por aquel entonces empecé a tener mis primeros deseos carnales y mis primeras pajas.

En aquellos tiempo vivía con mis tres tías, mi madre y mi abuela. Pasaré a describiros vagamente como eran. Mi abuela Lucía era una mujer de cuarenta y siete años. Cómo podéis ver, mi abuela quedó embarazada de mi madre a los dieciocho años y mi madre de mí a los diecisiete años, las dos muy jóvenes. Siguiendo con mi abuela, a sus cuarenta y siete años estaba de muy buen ver. Era rubia y más de una vez pude ver que ese color de pelo lo tenía por todas partes de su cuerpo, incluido el bello púbico. Era algo rellenita, pero no gorda, y en mi recuerdo están las hermosas curvas que tenía en sus caderas. Y las dos redondas y grandes tetas que tenía, cosa que heredaron todas sus hijas en mayor o menor medida, pero todas tenían unas tetas absolutamente excitantes, con pezones oscuros y largos y aureolas redondas y pequeñas. Mi abuela tenía unas caderas anchas.

Mi madre se Raquel. Era más alta que mi abuela. Por aquellos días tenía veintinueve años... y para que hablar de lo hermosa que era. Cualquier parte de su cuerpo despertaba el miembro más dormido que pudiera tener un hombre. También tenía las caderas anchas, pero su culo era aún más apetitoso y prieto.

Después mi tía Yolanda. Tenía veintisiete años. Ella había salido morena y de ojos oscuros. Era una mujer voluptuosa y ella era la que inspiró mi primera paja. Era muy cariñosa conmigo y me encantaba dormir con ella. Era muy dada a usar perfumes y estar con ella en la cama era excitante.

Las siguientes eran Laura y Paula. Eran gemelas y tenían veinticuatro años. Las dos habían heredado el pelo rubio de mi abuela y al igual que ella, era rubio por todas partes de su anatomía. Pero si algo resaltaba de ellas era lo pícaras que solían ser, más de una vez bromeaban conmigo.

Con esa edad y esas mujeres en mi casa, no fue raro que empezara a masturbarme. Recuerdo que ellas, mis tías y mi madre, salían desnudas del baño o lo que era peor, liadas en una toalla que apenas cubría sus cuerpos. Esas imágenes de aquellas hermosas y mayores mujeres me volvían loco por las noches y más de una vez tenía que desahogarme en la soledad de mi cama.

Para dormir, nos distribuíamos en tres habitaciones. En una dormían Laura y Paula, las gemelas. En otra, la que antes fue de mis abuelos, dormían mi abuela y mi tía Yolanda, en la misma cama de matrimonio. Y por último mi madre y yo dormíamos en otra habitación y siempre maldije el día que decidió comprar dos camas pequeñas para que durmiéramos separados.

Mi madre y mi abuela llevaban juntas una tienda de ropa y la verdad es que les iba muy bien. No teníamos problemas económicos y con lo que sacaban, nos daba para vivir bien a todos, menos a mi tía Yolanda que ya había empezado a trabajar en la empresa de su novio. Laura y Paula aún estudiaban y trabajaban durante los veranos en los bares de la ciudad. No era extraño, teniendo los cuerpos que tenían y siendo como eran, conseguían todo lo que se proponían, pues parecía que hipnotizaban a sus presas fácilmente.

La historia que os quería narrar me empezó sobre los dieciséis años. Ya por esa edad me había hecho muchas pajas y fue entonces, como de la noche a la mañana, cuando me di cuenta de que tenía una polla que no era normal. Siempre había escuchado a mi madre y a mi abuela hacer comentarios sobre mí del tipo "vaya como calza este niño", pero nunca fui consciente hasta los dieciséis años. Ya hacía varios años en que mi madre no me veía desnudo, incluso yo me ocultaba de la vista de mis tías pues viviendo con las sensuales Laura y Paula no era de extrañar que mi polla estuviera más tiempo erecta que en reposo. Imaginaros a cuatro mujeres imponentes que se pasearan por la casa, sobre todo en verano, en bragas y con una simple camiseta de tirantes. Aquellas visiones me ponían cardíaco y estaba en pie de guerra casi todo el día, teniendo que aplacar mi fiebre en cuanto me quedaba sólo.

Pero entonces empecé a preocuparme por mi gran crecimiento genital. Me miraba en el espejo y mi cuerpo aun no era totalmente de un hombre, es más, aquel pene puesto en mi cuerpo parecía como si no fuera mío. Empecé a tener miedo de enseñar lo que tenía. Si hubiera tenido padre... o tan sólo un abuelo al que preguntarle, todo habría sido mejor. Primero pensé que con tantas pajas me estaba haciendo daño y por eso se me estaba poniendo de aquel tamaño. Fue entonces cuando decidí no hacerme ninguna más. Me levanté una mañana dispuesto a que aquello se desinflara no tocándomela nunca más.

Pero mientras desayunaba en aquella mañana de verano, mi tía Yolanda apareció recién levantada. Llevaba una camiseta de manga corta que le llegaba hasta el hombligo y unas bragas casi transparentes en el podía ver perfectamente el negro de sus pelos púbicos. Fue inmediata la erección y mi mano me acarició por encima el pene sintiendo placer.

Entonces entró mi abuela, traía la compra y la puso en la mesa. Yolanda se giró y pude apreciar su hermoso culo tapado con aquella liviana tela. ¡Tenía que pajearme! Pero... ¿Cómo levantarme con aquella erección?

-¡Hijo, cariño! - Me habló mi abuela. - Cogeme el bote aquel de arriba que yo no llego.

Me levanté algo doblado para que no pudieran ver el prominente bulto que en mi pantalón se marcaba. Después de coger el bote, me giré hacia ellas y las dos estaban de pie mirándome, después se miraron con una sonrisa y mi abuela me dio las gracias al coger el bote. Me senté de nuevo algo avergonzado por lo que me había ocurrido.

Continuaron llegando todas las demás y era como un festival de mujeres preciosas y en ropa interior, salvo mi madre y mi abuela, todas andaban en bragas y camiseta. Yo sentado y desayunando, escaneaba a todas. Me fijaba en sus culos, en sus piernas, en todos aquellos cuerpo... y cómo no, mi polla en pie de guerra. Incluso me fijé en mi madre, se notaba que no tenía sujetador pues sus pezones se marcaban descaradamente en la fina tela del pijama.

Necesitaba hacerme una paja, pero aquello haría que engordara más y no acabaría mi sufrimiento. Todas acabaron de desayunar y salieron de la cocina. Cada se fue vistiendo y se marchó a sus trabajos. Por fin quedé solo, pero no debía tocarme para bajar la hinchazón que me producían las pajas.

Habrían pasado dos horas desde que se marcharon mi madre y mi abuela que fueron las últimas en salir. Yo estaba en mi habitación, recostado en la cama y las imágenes de mis tías invadían mi mente. Cerré los ojos y empecé a acariciarme. Sabía que no se me quitaría el mal que tenía, pero era demasiado el calor y la excitación que me producían los cuerpos de mis tías. Mi imaginación empezó a funcionar.

Yo estaba en el salón, sentado en un sillón y mis tías Yolanda, Laura y Paula estaban delante con las ropas con las que habían desayunado. Las tres se movían sensualmente y me lanzaban besos. Mi madre estaba sentada en una silla junto a mí.

-¿Te gustan tus tías? - Me decía mi madre al oído. - ¿Quieres correte para ellas?

Las tres se giraban y me mostraban sus cuerpos. Se ponían de cuclillas y abrían sus piernas para que yo las pudiera ver bien. Mi polla estaba más dura que nunca y quería romper los calzoncillos que la hacían prisionera.

-¿Quieres correrte, cariño? - La voz de mi madre sonaba en mi cabeza. - ¡Déjame que te ayude!

Mi madre empezó a acariciar mi polla por encima de la tela y yo estaba en la gloría. Sentía sus dedos como recorrían mi polla desde el glande hasta acariciar mis huevos. Quería correrme, no podía aguantar más. Entonces mis tías se acercaron más y se arrodillaron delante de mí.

-¡Danos tu semen! - Decían las tres y yo estaba dispuesto a correrme en ese momento.

La mano de mi madre se coló por debajo de la tela y liberó mi polla mostrándola a todas las que allí estaban...

¡Dios, hijo! - La exclamación de mi madre provenía de la puerta y no era mi imaginación.

Abrí los ojos y mi madre estaba en el quicio de la puerta, con la mano en la boca y los ojos de par en par. Boté cómo un gato por la impresión de ser pillado en plena faena y me tapé con lo que pude.

-¡Perdona mamá! - Fue todo lo que acerté a decir. Para mí era como si hubiera visto mi imaginación funcionando.

-¡No hijo, no! ¡Perdóname tú a mí por haberte molestado! - Me dijo ella. - Es que no esperaba encontrarte así.

-Mamá, - hablé para explicarle mi problema - la verdad es que necesitaba hablar contigo.

-Dime hijo. ¿Qué te pasa? - Mi madre entró en la habitación y se colocó junto a mi cama de pie.

-Verás... - yo dudaba de como empezar - es que desde hace algún tiempo... pues que me masturbo más de la cuenta...

-¿Más de la cuenta cuánto es?

-Pues ahora que paso las mañanas solo... unas tres veces...

-Hijo, eso no es malo siempre que no te sientas débil y te pongas malo. - Sus labios mostraron una gran sonrisa.

-No te rías mamá. - Le dije. - Lo que me está pasando es que creo que con tanto tocarme se me está hinchando...

-¿Hinchando? - Ahora su expresión era de curiosidad.

-Sí... verás... - Fui a enseñársela pero con el susto estaba flácida. - Bueno, ahora se ha dormido, pero cuando está grande...

-Bueno hijo, soy tu madre y la verdad es que me tienes preocupada con eso que me cuentas. Ponla grande y vemos lo que te pasa, no vaya a ser que tengas algo malo.

Me saqué la polla allí delante, estaba tranquilo pues la mujer que allí estaba era mi madre haciendo de madre, por lo que no sentía vergüenza, pero tampoco conseguía que se levantara.

-¿Qué te pasa cariño?

-No lo sé... llevo toda la mañana con la cosa levantada y sin tocarme para no hacerme más daño... pero ahora no la consigo levantar.

-¡A ver, deja a tu madre! - La mano de mi madre agarró mi polla y la agitó. Su gesto fue maternal, sin pensar en las consecuencias que podía tener. Ella estaba preocupada por mi salud.

Aquello fue inmediato y sin en dos caricias mi polla se puso totalmente dura. Ver a mi madre de rodillas, acariciando mi polla fue algo que nunca hubiera pensado que pudiera pasar y con la excitación que tenía al ver visto a mis tías con tan poca ropa hicieron que en dos sacudidas de ella mi semen brotara como de una fuente.

-¡Dios, qué barbaridad! - Chilló mi madre cuando el primer chorro salió y fue a darle en la cara.

Yo intentaba parar aquella situación, pero mi polla y mis huevos funcionaban solos y no paraban de lanzar más semen que cayó por la cama y en la mano de mi madre. Ella me miró a la cara y observó mi expresión de agobio al no poder controlar aquello.

-¡Tranquilo, querido, tranquilo! - Me hablaba para tranquilizarme mientras siguió masturbándome. - ¡Acaba por completo! ¡Suéltalo todo! ¡Aquí está mamá para ayudarte!

Me relajé y dejé que la mano de ella me masturbara un poco más. Alargué una mano y la puse en su cintura sintiendo el calor de cuerpo y bajé hasta empezar a tocar su culo.

-¡Venga! - Su voz sonaba muy sensual. - ¡Vas a tener otro orgasmo! ¡Sigue, acaricia mi cuerpo!

Y así lo hice, mientras sentía la curva de su culo, su mano daba vida a mi polla y de nuevo empecé a sentir que me iba a correr.

-¡Sigue, sigue! - Su voz me tenía embrujado. - ¡Mamá te está ayudando! ¡Échalo todo fuera! ¡Ya viene ahí!

Mi cuerpo se tensó y sentí el orgasmo más dulce y placentero de mi vida. Sentí como el semen subía por mi polla hasta estallar para ser lanzado. La otra mano de mi madre estaba preparada para recogerlo, para impedir que se desperdigara por toda la cama. Mi cuerpo se relajó mientras la mano de mi madre aún seguía masturbándome.

-¡Ahora descansa! - Me dijo mientras limpiaba con una toallita húmeda los restos de mi semen que habían caído sobre mí y la cama.

La miré mientras lo hacía. En sus ojos había un brillo que nunca había visto. La luz tenue de la habitación la hacia más bella aún. Esa fue la primera vez que miré a mi madre y vi a una madura y hermosa mujer. Sus manos estaban llenas de mi semen y su cara también.

-Cariño, descansa un poco. Me voy a limpiar y después me voy a la tienda que tu abuela me está esperando. - Su voz era dulce y no estaba para nada preocupada. - Después hablaremos de tu "problema", pero no es nada preocupante lo que te pasa... Eso sí, no debes contarle a nadie lo que ha pasado, ¿de acuerdo?

Yo asentí con la cabeza y me dormí al poco de ver salir a mi madre de la habitación, contemplando su hermoso cuerpo que hacía un momento pude tocar como un hombre, no como un hijo.

-¡Paco, Paco! - La voz de mi abuela me despertó. - ¡Levántate y vamos a comer!

Tan relajado me había dejado la paja de mi madre que me llevé no sé cuantas horas durmiendo. Entré en el comedor y allí estaba ella, sonriente y feliz. Mi abuela traía la comida de ese día y los tres nos sentamos a comer. Charlábamos y observaba a mi madre. La sentía diferente, como más alegre. Lo último que pensé antes de dormirme era que tal vez estuviera enfadada por lo que había ocurrido, pero estaba equivocado. ¡Estaba más feliz que nunca!

El resto del día transcurrió normalmente. Llegaron mis tías Laura y Paula, como siempre que no había extraños en la casa, se pusieron ligeras de ropas y pude contemplar sus hermosos y excitantes cuerpo, pero aquella tarde algo nuevo ocurrió, mi polla no se puso erecta al verlas. Sin duda mi madre me había dejado bien seco.

Por la noche, después de cenar, todos nos fuimos a dormir. Mi madre y yo nos fuimos a nuestra habitación. Pusimos el televisor que allí teníamos y comenzamos a hablar. Lo hacíamos en voz baja y era difícil de entendernos.

-Ven cariño. - Me dijo. - Ven y acuéstate conmigo mientras hablamos.

Corrí y me tumbé junto a ella de lado y mirándola a la cara. Estaba preciosa aquella noche y deseé que mi futura mujer fuera como ella.

-Explícame que era lo que te preocupaba esta mañana.

-Verás... - No sabía bien como hablar. - es que como te dije, últimamente me toco mucho y noto que mi pene se ha hinchado, ¿eso es malo?

-Hijo, lo que te ha pasado es que has crecido. Ya tienes dieciséis años y tu cuerpo cambia por día... ahora es cuando estás siendo consciente de esos cambios. Eres un chico muy guapo y cada día te estás convirtiendo en un hombre apuesto... Esta mañana pude comprobar que en la parte sexual ya eres todo un hombre y espero que ahí te detengas, pues si no la mujer que te ame tendrá que prepararse.

-Prepararse para qué... - Pregunté inocentemente.

-Ja, ja. Verás... - Mi madre me tenía de nuevo embrujado con aquella voz tan dulce que tenía hablando bajo. - Tienes un pene hermoso, no tiene ningún problema... lo que tu dices que se ha hinchado no es más que has crecido y tienes el pene de un adulto. Llegará un día en que conocerás a una mujer y un deseo incontrolable te hará tener relaciones sexuales con ella.

-¿Cómo en las películas porno?

-Bueno... esas son exageraciones, pero sí, querrás hacer lo que hacen en las películas, aunque tienes que saber que lo que los actores hacen no es del todo real, fingen y parece que es totalmente real, pero su trabajo es simular que disfrutan con eso... imagina que en una película normal uno muere, está fingiendo... pues más o menos eso es lo que hacen los actores.

-¡Ah, vale! - Le dije, y entonces hice una pregunta que pude notar que a mi madre la ruborizó y la dejó callada. - Entonces tú esta mañana estabas fingiendo como los actores cuando me hiciste... eso ¿no?

Mi madre no me contestó. Por un momento apartó su mirada de mí y me acarició en la mejilla.

-Anda cariño, vuelve a tu cama que mañana tengo que trabajar.

-Gracias mamá. - Le dije y le di un beso en la frente.

-¿Por qué?

-Por haberme ayudado, me gustó mucho lo de esta mañana... - Me levanté y me acosté en mi cama.

Al día siguiente fue como todos los días por la mañana. Allí estaban mis tres tías vestidas para excitarme con sus cuerpos. Mi abuela y mi madre preparándose para ir a trabajar y al poco, me quedé solo. Desde la mañana anterior, ya no veía a mi madre como tal, si no como a un mujer excitante y que me hacía sentir cosas que nunca antes había sentido, suponía que era eso a lo que se refirió la noche anterior " un deseo incontrolable te hará tener relaciones sexuales con ella" . No sabía bien el motivo, pero deseaba hacer eso de las películas porno con mi madre.

Estaba excitado y mi joven lívido encontró un fetiche para su calentura, buscaría unas bragas de mi madre para masturbarme. Corrí a su habitación y abrí el cajón de su ropa interior. Encontré unas bragas rosas que muchas veces le había visto puesta. Podía recordar su hermosa cadera y su redondo culo cubierto con aquella tela... y su coño. Volví las bragas y miré donde siempre apoyaría su sexo, lo llevé a la nariz e imaginé que mi boca tocaba su sexo. Estaba excitado y mi "hinchada" polla lo demostraba, tenía que masturbarme. Fui a cerrar el cajón y algo impidió que lo hiciera, algo topaba con el cajón de arriba. Miré y era un libro... no parecía... sí, abrí por una página cualquiera y era un diario, el diario de mi madre.

Imaginé excitado que tal vez había puesto lo que ocurrió el día anterior en mi cama. ¿Qué pensaría de aquello? ¿Me odiaría por lo que tuvo que hacer? Me olvidé de las bragas y pasé rápido las páginas buscando el último día.

4 de julio...

Sí, había escrito sus vivencias del día anterior. Excitado comencé a leerlo para ver que pasaba por su mente.

Querido y confidente diario:

Hoy ha sido un día extraño. Después de levantarme e irme a trabajar, tuve que volver a casa para recoger unos papeles. Al entrar escuché a mi hijo que murmuraba algo en nuestra habitación. Supuse que estaba hablando con algún amigo por teléfono y entré sin avisarle. La imagen que me encontré me llevó de nuevo al pasado, en los momento en que me sentía una mujer y me excitaba al ver a un buen macho. Él estaba acostado en la cama acariciándose su polla. Y digo polla porque lo que él tiene ya es una polla, la más grande que nunca haya visto. Tendrá como veintitantos centímetros y muy gorda... algo que en mi juventud me volvía loca y que poseé mi hijo.

Tal fue la sorpresa que no pude evitar lanzar una exclamación de sorpresa. Mi pobre hijo se puso nervioso al verme y tuve que tranquilizarlo. Lo logré, pero cometí el mayor de los pecados que puede cometer una madre. Estaba tan excitada con aquella visión que aproveche sus miedos para masturbarlo... y lo peor es que yo estaba deseosa de hacerlo. Cuando el me confió su problema, yo no hice otra cosa que agarrar su polla y masturbarlo. Sí bien ahora me siento mal por lo que le hice, en aquel momento me derretía por acariciar su sexo.

Su corrida fue inmediata y nerviosa, apenas cuatro roces de mi mano y de su glande brotó semen, y más excitada estuve cuando sentí su leche caliente sobre mi cara. Tuve que tranquilizarlo de nuevo para poder masturbarlo hasta que se quedara totalmente vacío. En ese momento no fue la madre la que actuaba, si no la mujer que llevo dentro que lujuriosa y caliente masturbó a su hijo para poder tener un poco de sexo. Cuando se volvió a correr, tomé todo su semen en mis manos, lo limpié y de camino al baño saboreé a mi hijo. Metí primero la punta de mi lengua por la lujuria que me invadía ver aquel líquido blanco, pero pensar que era de mi hijo me hizo que en la soledad del baño lo lamiera todo hasta acabar por tener las manos limpias. Me sentí una mala mujer, pero al ir a salir paré en la puerta de nuestra habitación y miré a mi hijo que dormía tras la placentera experiencia de la masturbación que le había dado su madre. El calor me volvió a invadir y metí mi mano bajo la falda para masturbarme mientras veía el cuerpo y el abultado calzoncillo que llevaba. Tras unos minutos conseguí un orgasmo como nunca antes lo había tenido.

Me juré que nunca más lo volvería a repetir, pero cuando lo volví a ver me sentí de nuevo excitada al tener el recuerdo de su pene en mi mano. Desearía meterlo esta noche en mi cama y tener sexo completo con él, pero temo causarle algún daño moral con mi actitud. Espero que este deseo incestuoso desaparezca y que pronto vuelva a estar con él sin que desee tenerlo dentro de mí.

Después de esto, todo lo demás que ha ocurrido hoy no tiene importancia y salvo...

Dejé de leer, con lo que había puesto mi madre ya mi corazón latía demasiado fuerte y mi polla estaba lista para eyacular. Solté el libro y cogí las bragas con la mano izquierda, bajé mis calzoncillos y mi mano derecha empezó a masturbarme. Recordé el tacto de su culo, la curva de su cintura, las caricias que su mano me daba en mi polla... Otra vez la sensación de que mi huevos se vaciaban me indicó que el semen salía y grandes chorros se depositaron sobre las bragas de mi madre. Me senté en la cama y descansé.

Mi mente pensaba en lo que había leído. Mi madre me deseaba... yo creía que tenía un problema y sin embargo a mi madre le gustaba mi polla... pero aquello no estaba bien, como ella dijo aquello era un deseo incestuoso, pero yo también deseaba dormir con mi madre y que me enseñara todo lo que tenía que hacer con una mujer.

Coloqué de nuevo el libro en su lugar y las bragas las llevé al servicio. Las lavé en el grifo y después las puse en la ropa sucia. Me senté en el sillón e imaginé que ella aparecía semi desnuda y bailando de forma sensual hasta que se colocaba delante mí de rodillas, sacaba mi polla y me hacía otra maravillosa paja. Y así empecé a lanzar chorros de semen al aire que cayeron por el suelo del salón. Después de un rato lo recogí todo y me puse a hacer las tareas que tenía que hacer hasta que llegaron mi abuela y mi madre, a la que saludé de forma más efusiva de lo habitual pues ya no era mi madre, si no la mujer con la que tenía un deseo irrefrenable de tener relaciones sexuales.