Paco, mi tío postizo 7

La relación entre los dos se afianza.

Capítulo 7.

Esa noche Paco estaba un poco cabizbajo, pero sólo Alba, que había venido para despedirse en condiciones, notó que yo estaba algo rara, para bien.

-Que se te acaban las vacaciones. -bromeaba mi padre, ajeno al runrún que debía llevar en su cabeza.

-Sí, esto de no tener piscina en casa es una mierda. -Le seguía la corriente.

-Entonces ¿en qué habéis quedado al final? ¿Ana se va con vosotros o cómo? -Dijo mi padre en algún momento. - No os he visto buscando piso, así que deduzco que sí. ¿Lola?

-Bueno, a mí me parece que es abusar, pero Alba dice que no le importa. Tú has dicho poco, Paco ¿a ti qué te parece?

-Ah, pero ¿mi opinión cuenta? –Esto es una broma típica de él, con el carácter arrollador de Alba, desde fuera parece que es ella la que toma las decisiones, he comprobado que no es así. De todas maneras, la cosa era sería para mi madre y no insistió - ¿A mí qué me va a parecer? Bien, si ya es una más de la familia, una sobrina postiza que dice Alba. –A mis padres les gusta que digan eso.

-Es que es así, como no tenemos sobrinas, habrá que buscalas. –Esto lo decía Alba. – Y quiero que sepas que, aunque me ponga pesada, si en algún momento te quieres ir a conocer mundo o a lo que sea, como que te agobio, te vas y no me voy a molestar.

-Gracias, pero tú no me has agobiado nunca.

-¿De verdad? –Dijo Paco, poniendo cara de extrañeza. Intentaba quitarle hierro al asunto haciendo este tipo de bromas, que eran bien recibidas por todos.

-Tú calla, tonto

-Hala, ya salió lo del tonto, ya me puedo ir a dormir tranquilo.

Aunque tenían que madrugar al día siguiente, la velada acabó tarde entre bromas y risas. Nadie quería irse.

Pasé mala noche porque el dolor de hombro no se me iba. Al no dormirme tuve tiempo para pensar en lo que vendría ahora. Sobre todo porque me iba a vivir allí de nuevo. Las expectativas que tenía eran altas, pero a él no lo veía con la misma ilusión. “ Que me quiten lobailao” concluí cuando ya amanecía.

Madrugué para despedirme de nuevo.

-Deberías ir al médico a que te viera. -Decía mi madre. Mi padre ya se había ido a trabajar.

-Me van a dar hora para el día que me tenga que ir. -Alegaba yo para no hacerlo.

-¿Cuándo piensas venir? -Dijo entonces Alba.

-En cuatro días.

-¿Y si te vienes hoy con nosotros y pides hora allí? Así si va para largo el médico que te atienda será el mismo.

-Mira, eso no lo habíamos pensado. Te ahorras cargar con la maleta hasta la estación. ¿Qué te parece?

-Estaría bien, con el hombro así no puedo nadar y aquí ya no tengo con quién salir. Además, tú empiezas a trabajar pasado mañana ¿no? –mi madre asintió. – Pues me voy con ellos.

Hice la maleta deprisa y la cargamos en el monovolumen.

Durante el viaje la conversación giró en torno a “mi cambio”. Alba lo vio como una evolución de lo que ya estaba pasando durante los meses anteriores. Le confesé lo que ya le había dicho a él, que era por estar con ellos y Sonia.

Apenas llevábamos diez minutos en el piso, con las maletas aún por guardar, cuando Alba recibió una llamada y después de quince minutos de conversación se tuvo que marchar de nuevo. Nos quedamos solos.

Aquí podría decir que nos pusimos a follar como locos, para eso estamos en una página de relatos eróticos, pero no fue así hasta más adelante. De momento lo que Paco tenía encima era un gran sentimiento de culpabilidad. Sentimiento que a temporadas me llegaba a mí también.

-Estás raro. -Dije por fin. Suspiró.

-¿Y cómo esperas que esté?

-No sé.

Silencio

-¿Qué va a pasar ahora?

-Va a pasar lo que queramos que pase. ¿Tan mal estuve? –Quería provocarlo a ver por dónde salía.

-Estuviste fantástica… Aunque el numerito de después fue un poco raro. –Lo dijo con cautela.

-No me lo recuerdes, de niñita estúpida.

-No, a ver, al principio sí me lo tomé así, pero ya me di cuenta de que no era eso.

-¿Y tú qué? Te corres dentro sin avisar, menudo susto. Eso es muy machista, que lo sepas.

-Ya, ya, lo siento, es que por eso no hay problema. Pero claro, tú no lo sabías y…, perdona… no volverá a pasar. –¿no volverá a pasar? La conversación no iba tan mal. - me parece que tampoco te importó mucho en ese momento…

-No –lo dije muy bajito, ruborizándome y excitándome un poco.

-Otra vez la Ana vergonzosa. -Encogí los hombros.

Silencio.

-¿Entonces…?

-Entonces… ¿qué?

-Que qué va a pasar ahora, no ha quedado claro. –Recogió la maleta de Alba que aún estaba allí, dispuesto a irse a su cuarto. Con él es fácil saber que algo le preocupa porque se mueve, da igual que esté sentado, tumbado o de pie.

-“Lo que queramos que pase”, lo has dicho tú. -Hizo un amago de irse.

-¿Y qué queremos que pase? –interponiéndome en su camino y mirándole para no perder detalle.

-Ana, esto estuvo muy bien, pero lo que tienes que hacer es liarte con alguien de tu edad, que puedo ser tu padre.

-Pero no lo eres.

-Sólo faltaría. ¿Y qué pasa con la confianza de tus padres?

-Si te vas a sentir mejor, puedes pensar que me estabas ayudando. Una “ayuda” que te llevo pidiendo desde que vivo en tu casa. –Lo dije medio en serio, medio en broma.

Esto le hizo pensar.

-Una ayuda –Dijo al fin.

-Sí. Y mientras busco a “alguien de mi edad” –remarqué esto- a lo mejor necesito alguna más. –Me costó saber si esto lo excitó o le molestó. Hasta que me fije en sus pantalones. Aquello estaba empezando a crecer. “Voy bien”, pensé.

-Iremos al infierno por esto. –Sonreí. Iba muy bien.

-¿Pero tú crees en esas cosas del cielo y el infierno?

-Si se entera tu padre, desde luego que en el infierno sí.

-Pues que no se entere. -¿Acaso no era obvio?

-¿Y Alba? -Alba es la que más me preocupaba de esta ecuación, la estaba traicionando. Por eso me quedé callada. -¿Verdad que cuesta? Pues imagínate a mí.

Se marchó a su cuarto y yo al de Sonia, que ahora era un poco mío también.

Tras esta conversación, y en los primeros días no hubo nada.

Pedí cita al médico de cabecera, que me dio antiinflamatorio, después al reumatólogo, que me recomendó reposo y que acudiera a algún fisioterapeuta para colocar todo en su sitio, sin decirme uno en concreto.

Lo conté en casa durante la cena.

-¿Tú no conocías a un masajista? -Preguntó Alba

-Fisioterapeuta, que masajista suena raro.

-Pues fisioterapeuta ¿lo conocías o no?

-He hablado con él en la piscina donde entrenan y he visto como hacía masajes. Pero no creo que pueda ayudarnos, no se dedica a esto y no lo conozco tanto para pedírselo.

-El que me hiciste en casa me alivió un montón -Era difícil no poner buena cara diciendo esto.

-¿Ah sí? A lo mejor puedes hacérselo tú entonces. -Pobre Alba.

-No, no, no sé hacer esto, me animé porque la vi tan… jodida, que me atreví a repetir lo que le había visto hacer alguna vez. -Dolerme, me dolía mucho, pero la jodida vino después…

-¿Y no podría enseñarte? -Me miró intuyendo mis intenciones.

-No creo.

-Por preguntar no pierdes nada. ¿Cuándo vuelves? No va a estar dolorida todo el tiempo.

-Pues no pensaba volver hasta el jueves. -Estábamos a lunes.

-¿Y mientras? -Paco se estaba poniendo muy incómodo, no le gustaba hablar de esto con Alba. Intenté echarle una mano.

-Con los antiinflamatorios puedo aguantar, no pasa nada. -Paco pareció respirar un poco.

-No tienes por qué aguantar, de aquí al jueves puede hacerte lo mismo que te hizo entonces. -Los dos la miramos sin querer mientras ella seguía masticando.- ¿Qué? -Dijo al darse cuenta. Se miró por si tenía alguna mancha de comida.- ¿Tengo algo?

-No, no, que no sé.

-¿Cómo que no sabes? ¿A ti te importa que te lo haga él? Con que te haga lo mismo, vale.

-No, claro, que va… -Que me haga lo mismo, dice…

-Pues si ves que te duele, se lo pides y ya está, que hoy parecéis alelados los dos con esa cara.

Más o menos así fueron algunas conversaciones de aquí en adelante.

En reposo apenas me dolía. Pero por las mañanas me levantaba mal. Disimulaba para no poner a Paco en un aprieto. Sin embargo, el miércoles Alba me pilló al hacer un gesto con la cara.

-¿Te duele? -Preguntó enseguida mientras se ponía los zapatos para irse.

-Un poco, ahora me tomo la pastilla.

-¿Todavía no le has dicho nada a Paco? No te dé vergüenza, ya lo llamo yo.

-No hace falta…

-Calla, tonta. -Y se fue a la habitación a por él, que debía estar vistiéndose porque salió en calzoncillos. A él se le iban los ojos a mi culo, a mí a todo…

-¿No puedes esperar que me vista? -Iba diciendo.

-Que no pasa nah, si está harta de verte en bañador. Hazle un masaje, que le duele.

-¿Te duele? -Preguntó.

-Un poco, pero me tomo la pastilla…

-Vale, te tomas la pastilla, pero no pases dolor si puedes evitarlo, mujer. Anda, parece mentira que aún tengas dudas. Empezad mientras me arreglo, que se me está haciendo tarde. -Nos miramos y encogí los hombros. –Hacedlo en nuestra cama, que tenemos que cambiar las sábanas. Aquí hay aceite corporal que seguro que ayuda -Gritó desde el baño.

Fui por el aceite corporal mientras él se ponía un pantalón corto. Cuando entré en la habitación la cama estaba desecha y me pareció notar una mancha indiscreta en el centro de la sábana…

-¿En qué lado me pongo?

-Ponte en este, me apaño mejor con la mano derecha.

Me tumbé, pero no me quite la camiseta de dormir.

-Pero Ana ¿Aún con esas? ¿qué vais a hacer, usar el aceite corporal encima de la camiseta? Quítate esa vergüenza, anda. Ha sido volver de las vacaciones y poneos los dos tímidillos. En la piscina andabas todo el día en bikini y tú en bañador.

Me la quité, no llevaba sostén.

-Mira, para el masaje mejor. ¿o quieres que traiga uno?... uy que tarde, lo siento, me tengo que marchar, ya me contáis. -Se fue dándole un beso rápido.

Cuando oímos la puerta estaba dispuesta a levantarme, pero Paco me sujetó.

-No importa, a ver si te puedo ayudar.

-Vale.

Con el aceite se sentía divino y era verdad que me aliviaba. No sé cuánto tiempo dedicó al hombro, pero las manos se le fueron por el resto de la espalda y volví a excitarme. Esta vez no hizo falta que me bajara el bikini, agarró el pantalón de dormir con las dos manos y esperó mi reacción, que fue levantar el culo para que me lo quitara. Con el pantalón quitado se dedicó a masajear las piernas, hasta llegar a los glúteos, me rozaba como si nada los labios, la raja, el ano… me preparaba. Se echó un poco más de aceite y me apretó las dos nalgas. Se había acabado del masaje.

Se quitó la ropa y se puso entre mis piernas ya separadas. Lo normal es que me sacie a mi primero y después él, pero ese día fue de los pocos diferentes. De repente noté como restregaba la polla contra los labios. Supe que se había puesto aceite también, porque cuando empujó aquello se coló casi por completo sin dolor ni nada. Me agarré a las sábanas. Puso los brazos a los lados y empezó a moverse. Pronto cogió un ritmo más enérgico, y de repente paró, pero solo para acomodarse mejor, como yo empujaba y hacía fuerza con las piernas para que no la sacara, le costó ponerse de rodillas. Quedé encima de sus muslos otra vez con la cabeza enterrada en la almohada. Así apenas podíamos movernos. Hizo que pusiera las rodillas en la cama, quedándome a cuatro patas. Y volvió el meneo. Golpeaba con fuerza, e hizo el ruido característico, plas, plas, plas. Me llevé la mano al clítoris y me acaricié mientras sus huevos lo golpeaban. Me corrí suspirando -Sí, sí síiii

Paró de nuevo para que me alzara y así cogerme las tetas desde atrás. Descubrí que este gesto me encanta. En esta postura y sujetándome de los brazos, empecé a saltar. Esto debió gustarle mucho porque no tardó mucho decir.

-Me corro, quita, quita.

-Sigue, sigue, que no pasa nada, ahora no pares, no pares. -Me había dicho que no se volvería a repetir, pero si no había peligro, ¿para qué sacarla?

No me hizo falta insistir, dio unos cuantos meneos bien fuertes, me apretó contra él y suspiró en mi oído. Es increíble como, según la posición, se nota la vena del pene hincharse y dar espasmos dentro del coño. Estuvimos así unos segundos.

Luego nos dejamos caer y descansamos un poco.

-Vamos a ir al infierno -dijo.

-Pues que sea por la puerta grande. -Le cogí la polla por primera vez en este tiempo, se sobresaltó, no lo esperaba. Estaba ya casi en reposo y pringosa de aceite, semen y fluidos, pero reaccionó antes que él y aunque no tenía apenas experiencia en esto de menearla, pronto estuvo dura. Me acerqué para cogerle los huevecillos y creyó que iba a chupársela.

-Está muy sucia -dijo con reparo.

-Perfecta para esto -La solté y me puse encima a horcajadas. Mi vagina estaba pringosa de lo mismo, menos mal que las sábanas eran para cambiar… La situé en la entrada y fui bajando sin parar hasta tenerla toda dentro. Sólo entonces me tocó los pechos y los pezones.

Me movía suave, arriba y abajo, pero me gustaba más cuando lo hacía adelante atrás, pues el clítoris se restregaba contra su pubis. Así que lo hice así. Con tanta fuerza que se salió alguna vez. Volvía a meterla y seguía. Con las manos en su pecho, mientras me miraba con lujuria, me corrí un par de veces, el primero sobre todo brutal. Esta es la postura que más me gusta de todas las que he probado, porque lo controlas todo. Y si está sentado en vez de tumbado, mejor aún. Eso fue otro día.

-¿No lo hago bien? - pregunté, medio temblando, al ver que no se corría.

-Lo haces muy bien, pero en esta posición hay un trozo que no se frota tanto y me cuesta más. Aprovecha -dijo sonriente, mientras me cogía el culo con las manos y me ayudaba con el movimiento.

-Se me han cansado las rodillas -No dejaba de moverme, pero me iba a costar.

-Pues me toca.

Me tumbó de lado dejando el hombro malo arriba, subió la rodilla de esa pierna y se sentó en la estirada. En esa postura la metió bien adentro y grité un poco.

-Perdón -Se retiró, pero le pedí que la volviera a meter.

-No la saques, da igual.

En esa posición además de lo profundo de la penetración, la pierna que queda entre las mías también soba el botoncito, acompasé entonces mis movimientos a los suyos, empujando para allá para aumentar este sobeteo.

Usando mi pierna para agarrarse, hace una fuerza increíble, golpea una y otra vez, sin compasión, ¡plas, plas, plas!. Debe excitarle mucho verme tan desatada y con las tetas moviéndose al compas, por que la tiene dura, dura. No me importa que a veces duela un poco cuando llega al final. Me corro de una manera intensa mientras intento mantener el clítoris apretado contra la pierna. Él no cesa sus meneos, lo que hace que la corrida duuuure… Sin avisar la saca y con pocos meneos de mano se corre encima de mi nalga y cintura. Esta sensación me gusta tanto o más que cuando lo hace dentro.

Llevada por la excitación, me atrevo a decir

-Alguna tendremos que entrar al infierno por la puerta pequeña…

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Si has llegado hasta aquí, gracias por escuchar esta parte de mi vida. Se agradecen comentarios y valoraciones.