Paco, mi tío postizo.

Desde pequeña me sentí atraída por un amigo de mis padres. No es un relato de sexo inmediato.

Este no es un relato para llegar y follar. Me costó lo mío y a ustedes les costará lo suyo.

El tiempo es un poco relativo, pues han pasado años y no los recuerdo tal cual. Sólo cuento los momentos importantes y los sabrosos, en medio hubo otros de menos calado.

Unos capítulos son más largos que otros por que los describo según quedaron grabados en mi memoria, quizá un poco adornados, al fin y al cabo, es una página de relatos eróticos.

Aviso de que he cambiado los nombres para evitar suspicacias.

Capítulo 1.

Mi nombre es Ana. Soy una chica alta, 175cm y tirando a flaca. Lo mejor que tengo, aunque me costó llegar a creerlo, es el culo y las piernas largas. Pecho no tengo demasiado, aunque al menos se mantiene duro y tieso. Siempre había sido muy insegura con los chicos. Mi altura no ayudaba, siempre parece que vas desgarbada.

Les voy a contar mi historia con un amigo de mis padres. Él se llama Paco y me conoce casi desde que nací. Ahora es un cincuentón un poco más bajo que yo, pero con muy buena facha. El cuerpo que tiene se lo debe a que estuvo muchos años trabajando en una fábrica de piensos cargando y descargando sacos, por ello los músculos se le marcaron lo justo, sin llegar al extremo de los culturistas. Después de este trabajo sacó una oposición en una universidad y fue cuando se tuvo que marchar a la ciudad. Esto pasó cuando yo tenía 14 años, por aquel entonces su forma de ser, los mimos que me daba, su nobleza, y también su cuerpazo y mis hormonas hacían que me excitara casi con saber que íbamos a vernos. Hoy sé que me excitaba, pero entonces no lo llamaba así, entonces sólo sabía que “sentía cosas por ahí abajo”. Descubrí por las amigas repetidoras lo que era masturbarse y desde entonces lo hice muchas veces a su salud, aun sabiendo que él me veía más como a una hija o sobrina, que como a una mujer. Por cierto que la suya, que se llama Sonia, es amiga mía “de toda la vida”.

Nunca pasó nada, ni siquiera cuando en algunos juegos en el agua yo me arrimara e intentara sobar mi cuerpo contra él, por delante y por detrás. O cuando simulaba no saber nadar muy bien para que él me sujetara con sus fuertes brazos. O cuando me sentaba en sus rodillas por que no había bastantes asientos para todos. La verdad es que aprovechaba cualquier excusa para acercarme a él. Mi inseguridad se iba un poco cuando se trataba de él.

Aquello fue hace años, pues como digo, tuvo que marcharse a la universidad a trabajar y nos veíamos muy de vez en cuando. Perder a mi amiga y a él me pareció un pequeño drama, aunque mantuvimos la amistad. Pero la vida continua y aunque los chicos se veían cortados por mi altura, alguno que otro hubo, con sus tocamientos y tal, pero poco más. Algunos se quejaban de que no tomaba la iniciativa, pero es que ya digo que era muy insegura.

Cuando llegó el momento de entrar a la universidad, seis años después, pues después de bachillerato hice un grado superior, no entré en la primera universidad que buscaba, más cerca de casa, pero sí en la que él trabajaba. Mis padres descansaron al saber que estaría “bajo su control” y yo, dentro del disgusto de no haber entrado a la que quería, me emocioné un poco al pensar que volvería a salir más a menudo con mi amiga y a tontear con su padre… En estos seis años ya me había formado como mujer y aunque no esperaba que Paco se derritiera por mí, sí que al menos que me tocara el culo o algo por el estilo.

Pero las cosas no iban a salir del todo así. En los primeros días, y por aquello de aprovechar a visitar a la familia, mis padres vinieron conmigo. Los saludos por parte de todos fueron muy efusivos. A mi amiga la abracé con ganas, pero a él también. Madre mía, que bueno estaba, seguía estando cañón, incluso había adelgazado. “Es que se ha hecho vegano”, se reía mi padre mientras le daba un abrazo de esos de machote que les gusta a ellos y bromeaba acariciándole la barriga. Estoy segura de que todos notaron que me entretuve más rato con su abrazo que con los demás, pero joder, ¡es que olía muy bien!

El primer trimestre fue algo confuso para mí, las asignaturas no eran las que más me gustaban. Por suerte tenía el apoyo de toda su familia, a la que visitaba muy a menudo. Para empeorar las cosas, las chicas con las que compartía el piso abandonaron su carrera para irse a otra y me dejaron a mí sola con el alquiler. Mis padres no podían pagar todo y era tarde para buscar un piso más pequeño. Fue Alba, la madre de mi amiga y pareja de Paco, la que vino al rescate: me iría a su casa, sin prisa. Además mi amiga se iba de Erasmus en enero, pues ella estaba ya en tercero, así que quedaba libre su cuarto y me ofreció mudarme allí. Nadie se negó, incluso Alba les reprochó un poco a mis padres no haber pensado antes en ello. No fui consciente de lo que esto suponía hasta que me trasladé allí y volví a ver a Paco descamisado…

Esto fue en diciembre, el mes que quedaba hasta que se fuera Sonia nos apañamos compartiendo cuarto las dos jóvenes, no pasó nada raro, aunque ya os gustaría. Como ya no tenía 14 años, las oportunidades de restregarme contra él sin que se notase lo que buscaba no eran las mismas, pero aún así lo intentaba. Recuerdo por ejemplo cuando celebramos el día de “no Navidad”. Como yo me iría con mi familia a pasar las fiestas, un sábado cualquiera lo celebramos como si fuera el día de Navidad. Ese día entre bromas aproveché para volver a sentarme en su pierna y abrazarlo, mientras su hija hacía lo mismo en la otra pierna. Le dábamos besitos como si fuéramos pequeñas, y, en mi caso, morderle un poquito la oreja, lo justo para que notara que eso no era de niña pequeña. Se sobresaltó un poco, sólo yo sabía por qué, pero siguió como si nada.

No me tocó el culo de manera sospechosa, ni sé si hubo erección o algo, por que me daba miedo que se enterara y estropear el momento. Al fin y al cabo no tenía todavía la seguridad en mi cuerpo que tengo ahora. Lo siento si esperabais algo más.

Mientras el mes pasaba, la vida en la casa era la normal, también para la familia, que ya acostumbrada a mí y con la confianza de antaño, me trataba como una hija más. Esto suponía varias cosas, desde el beso al entrar y salir de casa, que me encantaba y aprovechaba para tocarle el pecho y la cintura, hasta entrar en el baño cuando nos duchábamos, aprovechando que a través de las cortinas apenas se veían siluetas. Al principio me sorprendía, no es lo normal en mi casa, pero luego lo asumí. Noté, eso sí, que cuando era él el que entraba, estaba el tiempo justo, sin tiempo para muchas alegrías. No sé si él notó que cuando era yo la que entraba y él el que estaba dentro, me entretenía más. Así descubrí como tenía el cipote. Un día que “me lavaba los dientes”, retrasaba la cosa por el mero hecho de saber que estaba allí, desnudo… Los pezones se pusieron duros al sentirlo así y tan cerca. Apretaba las piernas buscando algo de gozo. Creyó que la que estaba dentro era Alba y descorrió la cortina haciendo el orangután debajo del grifo, como dándose golpes en el pecho y gritando. Pocos, por que cuando vio que no era Alba se cortó y se volvió a esconder. Nos reímos los dos, y luego al contarlo, toda la familia, pero yo ya lo había visto. No voy a decir que la tenía muy grande, por que no era así, quizá un poco más de lo normal, tampoco había visto muchas para comparar y los actores porno no cuentan. Sin embargo, el hecho de ser la suya y hasta la risa nerviosa que compartimos los dos, hizo que me calentara bastante… me alivié después allí mismo. Echando el cerrojo por si acaso… Creo que fue el momento en el que decidí que algo tenía que pasar, o dejaba de verlo así, o daba algún paso. Aunque no sabía cuál.

El tiempo avanza rápido y llegó el día en que Sonia tenía que marcharse. Fue un poco duro volver a despedirse, pero bueno, esta vez era temporal y me quedaba él. Y además para mi sola, por que el trabajo de Alba se complicó tanto al poco tiempo que tuvo que volver a nuestra ciudad, incluso se fue a vivir con mis padres pensando que duraría poco. Fantaseé con la idea de que ella dormiría en mi habitación y yo en la suya con Paco… No sería el caso por que en aquella casa había más habitaciones, pero el morbo era el morbo.

La marcha de Sonia y poco después de Alba supuso también el comienzo del segundo trimestre. Y en la primera clase de prácticas acabé en uno de los laboratorios de los que Paco era el técnico. Menuda sorpresa para los dos. Nos saludamos, delante de tanta gente, no sabíamos si darnos un beso como siempre, o qué, al final se limitó a un “Hola” y una sonrisa de compromiso. Mis compañeras debieron notar algo cuando todas me preguntaron de qué conocía a ese “Hombre con mayúsculas”. Tuve que admitir que era amigo de mis padres, para nada iba a contar que dormía bajo su techo a solas con él…

Las clases me tenían algo despistada del “tema Paco”, por más que desayunábamos y cenábamos juntos unas pocas noches. Por otra parte, algo pasaba ese curso que todas mis compañeras querían tontear con él. Y él, con su carácter afable y siempre dispuesto a ayudar, aguantaba con paciencia. Aprovechaban para tocarle el brazo, el hombro… se le notaba incómodo con este comportamiento, pero no sé si por mi presencia o porque era algo que iba algo más lejos de lo que debería ser la relación técnico - alumna.

Un viernes, una de ellas, algo más mayor que yo, que os recuerdo entré dos años después, fue más allá, dispuesta a todo. Se había vestido cañón, dudo si para salir de fiesta, como era lo normal entre estudiantes, o para provocarlo. Y lo hacía, el pobre no podía evitar mirar sus pechos mientras ella se reía por cualquier tontería que dijera. En un momento dado, mientras él estaba apoyado en la mesa para usar el ratón, ella puso la mano primero sobre su brazo, palpándolo, y después sobre su cintura, cosa que a él no pareció importarle demasiado. Esto me puso muy celosa, sin saber muy bien por qué. Paco era mío. Así que lo llamé para que viniera a ayudarme a mí. Me gané una mirada de reproche de ella y de todas las que aún estaban a esas horas allí. Aún así él acabó de darle las indicaciones necesarias para resolver la supuesta duda que tenía.

Cuando llegó a mi lado, a resolver la mía, no supe que decir, tenía que hacer algo, así que me levanté del asiento y le dije que no podía acceder a mi unidad en red. Que se sentara y lo probara. Se sorprendió bastante de una petición así, pero como era yo, lo hizo, se sentó. Con todas las miradas puestas en nosotros, aparté su brazo de la mesa y me senté en su pierna derecha (usaba el ratón con la izquierda) esto lo sorprendió aún más, y a todas las presentes. Aunque estas lo achacaron a que quería ligármelo como la otra. Esta vez sí que noté su erección. Sabía que era por la otra, pero no estaba dispuesta a que su vergüenza me lo arrebatara, así que hice un movimiento de piernas y culo para sobársela un poco de manera disimulada, no me creía capaz de algo así, estaba lanzada. Y él tampoco, por que me pareció que tragaba saliva incluso. Como yo también tenía planeado salir de fiesta, iba vestida con pantalones cortos y ajustados, y aunque mi pecho no era tan grande como el de la otra chica, se sostenía mucho mejor. e iba sin sujetador. Sonreí a las demás para que pensaran que los tiros iban por el mismo camino que ellas pensaban. Algunas comprendieron que “había ganado” y sonrieron. Mientras él me explicaba de manera atropellada cómo llegar a la unidad de red, yo le pasaba mi brazo por detrás de la cabeza. Podía hacerlo por que soy un poco más alta que él. Pequeños o grandes, mis pechos sin sujetador se quedaban muy cerca de su cara.

Fue el momento en que todas casi al unísono decidieron marcharse “para dejarme el camino libre”, hasta la chica mayor sonrió y me guiñó un ojo. Creo que me sonrojé. Aunque también pudo ser el calor de saber que la erección no se le había bajado. Me parece que ya se habían ido todas, cuando me dijo.

-Ana, ¿me estás escuchando? Te estoy diciendo cómo se hace. ¿lo has entendido? -Lo notaba incómodo, pero yo estaba decidida y caliente. Así que lo abracé con los dos brazos y, dando saltitos como una niña pequeña sobre su polla, le dije que sí.

-Sí, sí, Paco, lo entendido, que bien te explicas - y lo apreté contra mi pequeño pecho para agradecérselo, “ahora o nunca”, pensé. Al separarse le di un piquito en los labios un poco más largo de lo normal. Se me quedó mirando con cara de no entender nada, así estuve unos segundos, sintiendo su erección palpitando debajo de mi pierna izquierda. Él también pareció notarlo por que empezó a apartarme de manera suave, sin dejar de mirarme a los ojos, queriendo entender lo que estaba pasando. No sé qué pasaría por su cabeza pero por un instante lo sentí como un corderito y yo como una loba. Sin esparajismos se levantó y se separó de mí, aún dudó un poco, pero se le fueron las dudas cuando yo me mordí el labio inferior de manera “inocente” mientras miraba el bulto de su pantalón. Esto sí que fue como un resorte, carraspeó y dijo que se iba al despacho para ir recogiendo, que era hora de cerrar. El calor se me bajó un poco, pero no del todo, me notaba la cara roja. Apagué deprisa el ordenador y fui a por él. Mantuvo la distancia, pero mis pezones le señalaban y la erección no se le había bajado del todo.

Le pedí que me perdonara, que no tenía que haber hecho eso delante de todas, pero que me pareció que necesitaba ayuda por como se estaba portando Luisa (la chica mayor) parpadeó como intentando comprender. Ató cabos.

-¿Luisa, la del escote?

-Sí, esa.

-Luisa es una veterana ya ¿has visto que es más mayor que las demás? está controlada ¿Y tenías que comportarte así? Van a pensar algo raro y me pones en un compromiso. -No supe distinguir si lo decía enfadado, aliviado o las dos cosas.

-Lo siento, no sé qué me pasó por la cabeza. -Otra vez me mordí el labio inferior y miré su paquete. Se ocultó detrás de la mesa.

-Bueno, te lo agradezco, pero van a pensar algo mal ti y ya no eres una niña.

  • Me da igual, tú sí me conoces y sabes cómo soy. Está bien que creas que no soy una niña.

-Claro, pero… no sé… -Supe que ese “no sé” se refería a que no tenía claro que “supiera como era” yo.

-Oye, ¿me llevas a la zona de marcha?, se han ido mis compañeras y no tengo como ir. -De nuevo cara de cordero degollado, pero sin mirar el paquete, que sabía que seguía abultado.

-¿eh?, claro claro, espera que acabe de recoger. -Me dijo.

-Eres un sol, Paco –Volví a darle un abrazo y otro piquito- Muchas gracias por tratarme así como lo haces. No me separé, dejando la cara muy cerca de la suya.

A estas alturas estaba completamente despistado, me dio algo de pena. Con delicadeza, pero con seguridad me separó otra vez.

Se apresuró a recoger, pilló el casco del copiloto y nos fuimos. Lo cogí del brazo. Eso sí que lo había hecho otras veces y como no se veía a nadie ya, no le importó tanto. Al salir del edificio me arrimé por el frío, después de todo estábamos en enero y hacía fresco, mis pantalones cortos y la chaquetilla no ayudaban. Así lo entendió él. Pero aproveche para sobarme las tetas en su brazo poderoso, por si servía de algo. Debió notar los pezones duros, “por el frío” y decidió dejarme la chaqueta de motero. Me quedaba grande de ancho, claro. Pero su olor me despertó otros sentidos e hice otra apuesta.

-Oye, hace más frío de lo que esperaba y no me he vestido para soportarlo ¿de importa si me llevas a casa?

-Claro.

Durante el camino no dude ni un momento en aferrarme a él, en tocar su pecho por encima de la camiseta “así te tapo algo el viento, que hace frío”. Y en los semáforos lo frotaba con las manos, sin atreverme a bajar más abajo del ombligo.

-Me haces cosquillas -dijo una de las veces que llegué por allí.

-¿Sí? -Y aproveché la gracia para volver a bajar, incluso algo más abajo… Su risa nerviosa me indicó que se ponía de mejor humor. Se abrió el semáforo. Llegamos a casa. De nuevo otro abrazo y otro piquito, esta vez cogiéndole la cara. Estaba desatada, desconocida, al separarme me pareció que aún conservaba parte de la erección.

-Gracias, Paco. No sé que haría sin ti.

-De nada Ana, lo que me pidas -Decía eso, pero lo notaba extrañado por esta nueva faceta mía. Yo también lo estaba.

-¿Seguro, lo que te pida? -Dije mirando de nuevo su paquete y mordiéndome el labio. Dio media vuelta diciendo:

-Vamos, que aún vas a coger frio.

-Que va, ahora tengo hasta calor… y no por la chaqueta… -¿pero qué me estaba pasando?

Sonrió algo incómodo, aunque creo que también llevaba algo de ese calor.

Ya en casa me quité la chaqueta y la colgué en su sitio. Mis pezones seguían señalándole y noté que los miraba con disimulo. “Pues espera a que veas lo demás” pensé y me di la vuelta, me agaché como para frotarme las piernas, marcando culo. Acerté, de reojo pude ver la mirada que me echó cuando pensaba que no lo veía.

-Lo único que tengo frío son las piernas ¿conoces algún remedio?

-Que frioleras sois todas, ponte un pantalón largo, que con ese pantaloncito se tapa poco…

-¿Te gusta? -Le dije mientras me volteaba y hacía posturas sugerentes con el culo. Hasta me di un par de cachetazos. -¿eh? ¿Te gusta?

-Es una buena manera de entrar en calor. Desde luego -omitió decir si le gustaba.

-¿Quieres hacérmelo tú? Seguro que sabes cómo… -de nuevo mordida de labios.

-… Ana, ¿qué te pasa? ¿Has tomado algo? Te comportas de una manera extraña.

Me derrumbé. La confianza se me estaba acabando y que me hablara como mi padre, no ayudó. Se me escapó un lagrimón. En cuanto se percató vino enseguida y me abrazó.

-Pequeña, ¿qué te pasa? Cuéntamelo, ¿te ha pasado algo?

Sollocé en su hombro un rato. Me acariciaba el pelo y me decía palabras bonitas.

-Cariño, desahógate, ya está, todo tiene arreglo. -cosas así.

Cuando me calmé un poco, aproveché para abrazarle más intensamente y le conté una verdad a medias.

-Nadie me ve guapa ni atractiva, soy muy alta para los chicos. -tardó un poco contestar.

-¿de verdad crees eso?

Asentí con la cabeza, sorbiendo un poco.

-¿Cómo puedes pensar así? Pero si eres guapísima.

-Eso lo dices por que soy como tu sobrina. -Me hice la remolona. Sonrió.

-Casi como mi hija, pero no es por eso, es que de verdad eres bonita. ¿Quién te ha hecho pensar así?

-Todos… -mientras me encogía de hombros- hasta tú.

-¿Yo? ¿Cuándo te he hecho yo sentir así?

-Bueno, no te gusta mi culo ni mi pecho… -esto en un susurro.

-¿qué?...

-No me miras con deseo ni nada.

-Pero…

-Si tuviera el pecho como Luisa, también te provocaría erecciones.

-¿Cómo? –sabía perfectamente a qué me estaba refiriendo, pero se hizo el tonto.

-He visto y notado lo que te ha pasado con Luisa, y conmigo no. –no era del todo cierto, pero…

Tragó saliva.

-Pero mi amor, es que eres casi como una hija…

-Pero no lo soy. Y con este cuerpo de larguirucha, no te gusto.

-Que tonterías dices, tienes un cuerpo muy bonito. –Mientras decía esto me acariciaba el pelo, sin dejar de abrazarme. Yo le tocaba los músculos del omoplato, y toda la espalda en general

-¿sí? ¿Qué parte es la que más te gusta?

-Toda, cariño, toda… además a una mujer no se le quiere solo por su cuerpo.

-No hace falta que me quieran para desearme ¿me lo vas a decir? –Con voz lastimosa, como molesta

-Es cierto, pero…

-¿pero qué? Sólo tienes que decirlo.

-eeh… bueno, vale, tu cintura…, tu culo y tus piernas forman un bonito conjunto.

-¿Sí? ¿te gustan? -Me separé sonriendo un poco, y volví a hacer posturas para él.

-Ya lo creo, ¿a quién no le va a gustar un culo así? –Se había relajado, lo decía como quien quiere acabar pronto la conversación.

-¿A ti te gusta? –Moviéndolo.

-Caro, joder, está muy bien. Ojalá tuviera 20 años menos. –Creo que esto se le escapó, queriendo confortarme.

-¿Quieres tocarlo? Está muy duro. –Di una palmada.

-Ana… ¿qué dices? ¿Cómo voy a…?

-Entonces lo dices para que me calme, pero no te lo crees…

-No, pero, es que…

-¿es que qué?

-Vale, venga, pero es incómodo.

-Pero si yo te dejo, es sólo para comprobarlo.

-Ya, para comprobarlo… -lo tomé como que sabía lo que estaba haciendo con él. Al menos se acercó y lo tocó, como con miedo.

-Así no vas a notar nada, aprieta.

-¿Qué?

-¡Que aprietes, que no se va a romper!

-Vale vale –y apretó. Suave al principio. En la nalga izquierda, separado de la raja. –Sí que está duro, tienes razón. –hizo amago de quitar la mano.

-Un poco más, no tengas miedo, no me duele. –me mordí el labio.

-Pero si ya…

-Vengaaa, un poquito más, sin miedo, si no ¿cómo voy a creer que le gusto a los hombres?

-…

Apretó más, sin atrever a mover la mano hacía ningún sitio. Me volteé para quedar enfrentada.

-Ahora con las dos manos. Que yo vea que te gusta.

-Pero Ana, me gusta, pero es que… -De nuevo creo que se le escapó.

-Venga, que me lo estoy creyendo.

Con un gesto de encoger el hombro, puso las dos manos, cada una en una nalga del culo. No hizo falta que me arrimara, me arrimó él. “Esto se anima”, pensé.

-¿Qué tal así? ¿es suficiente? –Me sobaba el culo a base de bien, y quería parecer enfadado, o que yo me molestara por ese gesto tan brusco, que perdido estaba el pobre.

-No va mal, ahora un beso. –Y sin darle tiempo a reaccionar, lo besé en los labios, se sorprendió un poco, quiso separarse, lo sujeté la cabeza con las manos.- Vamos, solo un poquito…

Y por fin cedió, abrió los labios y nos besamos suave al principio, después un poco menos suave. Metí una pierna entre las suyas, percibí su erección. Notó el movimiento, se separó.

-¿Qué estamos haciendo, Ana?

-Nada que no nos guste a los dos ¿verdad?

-Pero esto no…

No le di tiempo a seguir, volví a besarlo cogiéndolo por el cuello. Podía notar como su cabeza luchaba contra su deseo. Me aseguré de tenerlo bien abrazado para que no se escapara y volví a meter la pierna entre las suyas. No podía disimular la erección.

-Ahora sí que te creo, no es tan difícil. –Otra vez lo besé, apretando y restregando la pierna contra su pene. De haberlo querido me habría separado, pero se dejó hacer. Su lengua ya no se resistía, pero no se atrevía a dar el siguiente paso y yo no me atrevía a soltarlo por si se iba.

Nos miramos unos segundos. Su lucha era evidente. Aposté alto, lo solté para quitarme el jersey. Mis pezones lo apuntaban a menos de un metro.

-¿Esto no te gusta? Son muy pequeños –Los miró, parecía relamerse, pero dudaba. Le cogí las dos manos y se las puse encima de los pechos. Al principio parecían las manos de un muerto, pero al ver mi excitación, acabó apretando un poco mientras los miraba, con los pulgares movía los pezones, luego los cogía entre dos dedos y los estiraba suavemente. “esto funciona”, pensaba, aunque más para mí que para él, por que me estaba poniendo... Le cogí la cabeza y despacio, como él hubiera hecho conmigo, llevé la boca a un pezón. Con la mirada parecía suplicar “no, no”, pero en cuanto la boca llegó al pezón, empezó a lamer, a succionar. No tardó demasiado en cogerme en volandas y llevarme al sofá, allí me quitó el pantalón, apartó el tanga y me acarició por encima, metió dos dedos de la mano izquierda para lubricarlos con mi flujo, que era mucho, y con ellos me acarició el clítoris. Repitió la operación con los dedos de la otra mano y los dejó dentro, y al poco metió otro más. Le costó pocos minutos hacer que me corriera. Estaba tan preocupada de que se echara atrás que no grité demasiado por si lo asustaba. Sin mover los dedos, esperó unos segundos a que me calmara. Quise separarme para abrazarlo o ir más allá. Pero tenía mi  pierna sujeta con el brazo de la mano que estaba en clítoris, pronto comenzó de nuevo el meneíto. Y esta vez no creo que llegara al minuto cuando me volví a correr. Fue con clítoris y con la vagina, muy intenso. Paró de nuevo, retiró los dedos que estaban dentro y metió el meñique empujando con el puño, no entendí muy bien por qué. Aunque no tardé en hacerlo. Restregó, acarició mi ano con los otros. Lo estaba lubricando, comprendí. Me removí inquieta, pero con mi fuerza era imposible librarme de ese brazo, volvió a meter los tres dedos y colocó la falange del meñique en el ano. Empezó a moverlos de nuevo. Extrañas sensaciones se apoderaron de mí, me gustaba mucho todo, también lo que estaba haciendo por allí. Cuando notó que estaba muy excitada, enderezó el meñique y poco a poco, como pidiendo permiso, lo metió también. Era muy pequeño para hacerme daño y además estaba muy mojado. Qué tipo de placer más raro sentí en ese momento. Me corrí con todo mi cuerpo en un orgasmo que me dio por llamar ano-vaginal-clitoriano, que no había sentido nunca, grité un poco sin poderlo evitar. No paró de mover los dedos hasta que perdí fuerza y solté un suspiro como de “fin”. En ese momento retiró todo despacio para no hacerme daño y se puso en pie. Yo jadeaba de la emoción. “Ahora, ahora”, pensaba. Pero para mi desgracia, se limitó a sonreír y a decir.

-¿satisfecha?

Asentí con la cabeza, mi pecho subiendo y bajando por lo agitado de mi respiración. Lo que deseaba era que usara esa erección que se notaba a través del pantalón.

-Me alegro, eres una mujer de bandera, Ana, capaz de excitar a cualquiera, no lo olvides. –Y con esta frase se dio la vuelta y se fue. Dejándome allí, sorprendida, desnuda y despatarrada en el sofá. Sin fuerzas para seguirle o pedirle que me follara.


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