Paco: conociendo a Leticia

Con los encargos de mamá se conocen a otras mujeres...

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Con dieciséis años ya había probado el sexo con tres mujeres, mi madre, mi tía y mi abuela. Y la verdad es que disfrutaba muchas noches con mi madre, e incluso en alguna con mi madre y mi abuela.

Con mi abuela todo era puro sexo, pero con mi madre había algo más. Me encantaba sentir mi polla dentro del depilado coño de mi abuela y que decir cuando las dos ponían sus culos en pompa para que las fuera clavando alternativamente, primero en un coño y después en el otro… aquello era algo que me ponía muy caliente y una experiencia que recomiendo a todo el que me lea.

Pero las noches que mi madre y yo dormíamos solos eran diferentes. Nos dábamos cariño y nuestras manos recorrían nuestros cuerpos deleitándose en cada caricia. Nos tocábamos y por momentos nuestros cuerpos necesitaban más tener al otro hasta que nos fundíamos y teníamos sexo completo, con una gran dosis de amor.

Pero un viernes llegó mi madre del trabajo y me comentó que el sábado saldría con su amiga Leticia, la madura tetona que me había producido una buena impresión… bueno, dos buenas impresiones. Así volvió mi madre a las siete de la mañana. Si soy sincero, me sentí un poco celoso. En cuestión de sexo no tenía problemas, podría haber ido en busca de mi abuela y follarla hasta que los dos hubiéramos estados satisfecho, pero era ese sentimiento de amor hacia mi madre que me impedía estar tranquilo cuando ella no estaba conmigo, nunca antes lo había sentido.

Cuando llegó estaba clareando el día, entró en la habitación intentando no hacer ruido para no despertarme. Estaba de espalda a mí y yo me levanté sin hacer ruido para abordarla por detrás.

-¿Espero que no hayas hecho nada malo sin mí? – Le dije suavemente al oído y le besé el cuello, ella se sobresaltó. - ¡Voy a hacerte un reconocimiento!

-¡Hijo, tú puedes hacerme todo lo que quieras! – Nuestras bocas se unieron apasionadamente y sentí el sabor del alcohol.

-¡Así que has bebido! – Le dije simulando estar enojado. - ¡Estarás más fácil para lo que estoy pensando en hacerte!

-¡Sabes que mi cuerpo es tuyo para lo que desees!

Mis manos acariciaban su cuerpo que se agitaba por la pasión y la lujuria que la iban invadiendo. Mi boca mordisqueaba su cuello, sus brazos me rodeaban para que no parara de amarla. Poco a poco le fui quitando la ropa. Primero la camisa, después su falda ajustada. Quedó con aquella preciosa lencería negra, mi polla se excitó con la visión en penumbra del cuerpo de mi madre. ¡Me estaba enamorando!

La giré e hice que apoyara las manos sobre la cama. Volvió la cabeza para verme mientras me arrodillaba tras ella, acariciaba y mordisqueaba su redondo culo cubierto por aquellas hermosas bragas negras de encajes. Agarré el filo de las bragas y las deslicé por sus piernas hasta llevarlas a sus tobillos, levantó un pie y se liberó se su traba. Cuando lo depositó dejó sus piernas bien abiertas para ofrecerme todo su sexo. Se inclinó más y allí estaba la raja de su coño esperándome.

-¡Entra en mí, hijo! – Me dijo con una voz tan sensual que mi polla protestó por no estar dentro endureciéndose más aún.

Pero no la quería penetrar, quería castigarla por haberme dejado toda la noche solo. Separé los labios de su coño y todo su húmedo interior estaba expuesto a lo que yo deseara. Acerqué mi boca y lo lamí.

-¡No hijo, eso no! – Me dijo cuando mi lengua recorría de arriba abajo su raja. - ¡Estoy sucia, no me he duchado después de toda la noche!

No quería que se duchara, quería probarla tal como estaba. Ya antes había comido su coño y su sabor se había grabado en mi mente… ¡Quería estar seguro de que nada había entrado en ella! Al momento sus flujos empezaron a brotar e inundaron mi boca. Su sabor era el de siempre. Lamí cada centímetro de su coño en busca de algo que me pudiera indicar que otro había estado allí, pero todo indicaba que el único macho que había estado allí era yo. Me sentí feliz y metí mi lengua en su vagina como queriendo follarla. Mi nariz acariciaba su ano y ella disfrutaba de lo que le hacía. Sus piernas se doblaban por el placer que estaba sintiendo.

-¡Hijo, qué bien cuidas a tu madre! ¡Dame todo tu cariño! ¡Lléname entera de él!

Me levanté y acaricié su hermoso culo. Estaba más excitante que nunca con aquellas ropas, mi polla necesitaba entrar en su caliente vagina. Me coloqué pegado a su culo y agarré mi polla con la mano. Pasé mi glande entre sus piernas y pude sentir la humedad que salía de ella. En la punta de mi polla ardía su coño y no la penetré, froté su raja, pasando de arriba abajo, buscando su clítoris y castigándolo sin penetrarla.

-¡Clávala, clávasela a tu madre hasta el fondo! ¡Necesito tu polla!

La cogí por el pelo con fuerza pero sin hacerle daño y le forcé a mirarme. Mi polla tocaba su caliente entrada pero no estaba dentro de ella.

-¡Has sido mala al dejar a tu hijo solo esta noche! – Le hablé de forma autoritaria al oído. - ¡Mereces un castigo!

-¡Dime que quieres, pero dame tu amor!

-¡Arrodíllate y pide perdón!

Obedeció al momento y sabía lo que tenía que hacer. Agarró mi polla con las manos y comenzó a darme una deliciosa mamada. Si ella estaba poseída por la lujuria, deseando que mi polla la llenara, yo no pude aguantar más de tres mamadas de su deliciosa boca. La levanté y la tiré en la cama boca abajo.

Allí tenía a mi madre que se había convertido en una lujuriosa y caliente mujer deseosa de todo el amor que pudiera darle su hijo. Me subí en la cama de rodillas y acaricié sus muslos hasta llegar a su culo. Separé sus cachetes y apareció su redondo y oscuro ano. No pude remediarlo, nunca lo había hecho y no sabía como reaccionaría ella. Me agaché y pasé mi lengua por él.

-¡No hijo, no! – Protestó ella. - ¡Eso es sucio! ¡No hagas eso! – Su boca me pedía que no lo hiciera, pero su cuerpo se retorcía por el placer que estaba sintiendo.

En la punta de mi lengua sentía los pequeños pelos que custodiaban su esfínter. Pasé la lengua por él haciendo circulitos, empujando sobre él como si quisiera meter mi lengua. Su boca seguía pidiendo que parara pero su cuerpo negaba tal petición. Dejé caer saliva sobre ella y recorrió desde su ano hasta encontrar el principio de los labios de su coño.

La verdad es que no lo pensé, no sabía bien lo que hacía. Me coloqué sobre ella y puse mi polla en su culo. Mordí suavemente su nuca y su boca lanzó un suspiro de placer. Empujé con mis caderas y sentí en mi glande la dureza de su ano.

-¡Hijo, eso va a doler!

Ahora no negaba nada, sólo protestó por lo que pasaba. Di otro mordisco más fuerte en su cuello a la vez que dejaba caer mi peso sobre ella. Sentí como la fuerza que ejercía su esfínter se perdía y como mi glande iba entrado en ella.

-¡Dios, hijo, me estás volviendo loca! – Gruñía y se retorcía de placer.

Agarré su melena y se la subí para dejar su nuca libre. Pasaba mis labios por ella hasta que le di un nuevo mordisco acompañado de otro empuje de mi polla en su ano. Sentí como su ano perdió toda fuerza y mi polla entraba libremente en ella. Pataleaba mientras mi boca la mordía y mi polla le entraba poco a poco. Gruñía y se agitaba por el placer.

-¡Sigue castigándome, me he portado muy mal al dejarte solo! ¡Castígame, castígame hasta el fondo!

Me dejé caer y mi polla entró por completo en ella. No sé cuantas veces habría follado mi madre, pero en aquel culo mi polla fue la primera que entró. Empecé a moverme para follarla sin dejar de mordisquear y besar su cuello y nuca. Pataleaba, se retorcía y gozaba con todo aquello. Aceleré las penetraciones y sus gemidos empezaban a aumentar de intensidad. Le puse la mano en la boca, pero ella se metió un dedo dentro y empezó a mamarlo mientras yo la follaba. Su cuerpo se tensó cuando sintió un gran orgasmo y yo no paré de follarla. Mi madre estaba preciosa y sensual mientras yo le daba por el culo, aquello me excitó y cada vez estaba más cerca mi corrida. Le clavé toda mi polla, hasta lo más hondo y solté todo mi esperma en ella.

-¡Qué bueno sentir tu leche dentro de mí! – Decía entrecortadamente por el placer. - ¡Lléname entera!

Yo me agitaba un poco para acabar de soltar toda mi carga hasta que acabé. Dejé mi polla en su interior y quedé sobre ella mientras nos besábamos. Me retiré y mi polla salió de su culo. Mi semen empezaba a salir por su redonda puerta y aquello a ella le gustó.

-Nunca me había hecho esto y no sabía que podía dar tanto placer. – Se abrazó a mí. - ¡Gracias cariño!

Dos horas después me levanté y dejé a mi madre acostada para que descansara después de toda la noche sin dormir y del castigo que le había infringido a su llegada a casa. Me fui a la cocina y estaba mi abuela.

-¿Y las demás? – Le pregunté y sabía a qué me refería.

-¡Estamos solos! – Respondió ella. – ¿Has descansado?

-Sí abuela… - Contesté. – Abuela, ¿alguna vez te han hecho el amor por el otro lado?

-¡Por el lado oscuro! – Dijo bromeando. - ¡Por ahí nunca me he dejado… y eso que tu abuelo insistía!

-¿Y es algo pervertido o malo?

-Bueno hijo, si las dos personas están de acuerdo y disfrutan de ello… - Hizo una pausa pensando. - ¿Qué quieres, probar cosas nuevas?

-No abuela, es que mamá llegó esta mañana y sin pensar se lo hice… Creo que le gustó mucho.

-¡Pues entonces a disfrutarlo cada vez que queráis! – Lanzó unas carcajadas.

Casi a la hora de comer mi madre se levantó y se dio una ducha. Estuve tentado de meterme con ella para "frotarle la espalda", pero ya le había roto el culo y pensé que mejor sería dejarla descansar.

-Raquel cariño, ¿te vas a sentar a comer o te duele el cuerpo como para sentarte? – Le dijo mi abuela en burlándose de ella.

-¡Ya te ha contado el chivato de mi hijo lo que me ha hecho! – Me miró enfurecida.

-¡Déjalo! – Le reprimió mi abuela. - ¡El pobre estaba preocupado por si había hecho algo malo!

-¡Pues no ha hecho nada malo! – Se acercó a mí y me besó en la boca. – ¡Además lo ha hecho muy bien y me ha llevado al cielo!

-¡Qué suerte! – Añadió mi abuela. – ¡Tendré que probar eso algún día a ver si a mí me lo hace tan bien!

-¡Cariño! – Me dijo mi madre. – Te voy a dar un vestido para que se lo lleves a mi amiga Leticia. Lo necesita para esta noche. La llamaré para ver si está despierta y se lo acercas en un momento, no vive lejos de aquí.

-¡Vale! – Contesté.

Después de comer me dio el vestido en una funda y la dirección de aquella mujer. Caminaba por la calle y pensaba en volver a ver sus dos generosas tetas. ¿Cómo serían sus pezones?

Caminaba con el recuerdo de ella en mi mente cuando llegué a la puerta de su casa. Toqué el timbre y ella me abrió.

-¡Hola! – Me dijo con una preciosa sonrisa. - ¡Tú eres el hijo de Raquel!

-Sí, - quería mirar a su cara, pero mis ojos siempre acababan mirando sus tetas – me dijo que le trajera este vestido.

-¡Pasa, pasa! – Abrió la puerta totalmente para que entrara. – Estaba practicando un poco de bicicleta… Siéntate en el sillón y mientras hablamos. ¿Quieres un refresco?

Me senté en el sillón y la vi marcharse en dirección a la cocina. Aquello era mejor de lo que había imaginado. Llevaba ropa deportiva, unas mallas ajustadas que le marcaban el tanga que llevaba debajo, marcándole los labios del coño y la hermosa redondez de su culo. Y por arriba aquella camiseta ajustada mostraba la forzada curva que tenía que dibujar la tela para adaptarse al tamaño de sus tetas. Su cintura estaba bien dibujada y sus caderas eran anchas. ¡Qué buena hembra! Pensé mientras se marchaba.

Me trajo una coca cola en un baso y se montó de nuevo en la bicicleta estática. Con cada pedalada que daba sus voluminosas tetas se agitaban y aquel movimiento me estaba hipnotizando.

-Tu madre me dijo que eras guapo, - comenzó a hablarme – pero la verdad es que se quedó corta.

-Gracias… - Contesté y sentí como me ponía colorado.

-¡Vaya, y además tímido! ¿Cuántos años tienes?

-Dieciséis

-Pues con esa edad y ese cuerpo, si hicieras algún ejercicio te harías todo un hombretón… ¿Practicas algún ejercicio?

-Algo en el instituto… pero nada en concreto. – Daba un sorbo a mi bebida pues el cuerpo de aquella mujer me estaba poniendo nervioso y mi polla empezaba a querer cosas que no podían ser.

-Pues yo me he venido a vivir aquí, si alguna vez quieres correr conmigo me das un telefonazo y vamos juntos.

-Vale… lo pensaré. – Correr con ella era lo que yo quería, pero pensaba en otra forma.

-Bueno, ya acabé con la bici… ahora un poco de estiramientos y al baño.

-Pues entonces, si no necesita nada más me voy… - Dije deseando irme de aquella tortura visual a la que me estaba sometiendo.

-¡No… espera! – Dijo ella empujándome suavemente contra el sillón para que no me levantara. – Necesito que me ayudes con unas cosas… Si no te importa. – En su boca tenía la sonrisa más dulce que nunca había visto y sus ojos azules se apoderaron de mi voluntad. – Bueno… Espero no distraerte de alguna cosa importante… ¿Tienes novia?

-¡No… aún no! – Respondí pensando en el amor que sentía por mi madre.

-Pues si no te importa espera un momento y me ayudas. Tardaré poco en el baño… Hay tienes. Todo lo que necesites lo puedes coger.

La miraba y lo que necesitaba era su cuerpo. Ella adoptaba posturas para hacer estiramientos, marcando partes de su cuerpo que me ponían cada vez más nervioso. Se inclinaba hacia delante y se marcaba su redondo y sobresaliente culo. Se echaba atrás y ahora sus tetas parecían salirse del pecho. Cada movimiento me ponía más excitado.

-Ahora vuelvo, tardaré poco.

Se marchó escalera arriba y me quedé solo en el salón. Empecé a ver los libros que por allí había, después miré los vídeos y la música. Daba vueltas por la habitación, todo en perfecto orden.

-¡Paco, ven por favor! – Escuché su dulce voz que me llamaba desde arriba.

-¡Voy! – Contesté.

Subí por la escalera sin saber para donde ir. Caminaba siguiendo su voz que me llamaba hasta llegar a la puerta del baño que estaba abierta.

-Por favor entra y alcánzame una toalla, soy despistada y se me ha olvidado cogerla… - Aquello no parecía un olvido, aquella mujer quería algo. - ¡Vamos, entra que no se me ve nada!

Entré sin saber que me iba a encontrar. Mi corazón latía excitado por mi imaginación, estaría desnuda delante de mí para mostrarme su maravilloso cuerpo… Me pediría que le frotara la espalda hasta que acabáramos follando cómo animales… Cuales serían sus intenciones. No lo sabía pero estaba dispuesto a todo.

Allí estaba ella, metida en el agua de la bañera y cubierta por espuma. No le podía ver nada… un poco de sus redondos pechos asomaba entre la blanca espuma y mis ojos se clavaron en ellas.

-¡Allí, en el mueble aquel están las toallas! Acércame una por favor.

Estiró un brazo para señalarme el lugar y sus pezones emergieron de entre las espuma. Eran oscuros y estaban erectos. Mis ojos no se apartaron de aquella visión.

-¡Oh, perdona! – Dijo al ser evidente lo que yo miraba. - ¿Te estoy incomodando?

-No… no… - No estaba seguro de que decir, pero no podía apartar mis ojos de ella. - ¡Es que son preciosas!

-¿Te gustan mis pechos?

-¡Oh, perdona Leticia! – Quise arreglar lo que había dicho.

-¡Supongo que a tu edad no habrás visto muchos de mujer! – Si ella supiera que había visto ya algunos, los había saboreado y hasta había follado con sus dueñas… - ¡Pues mira!

Se incorporó un poco y sacó sus tetas del agua y de las espuma, pero las tapaba con sus manos.

-Prométeme que no le dirás a nadie lo que voy hacer y te las enseño. – Me dijo y yo asentí con la cabeza. - ¡Pues mira!

Las sujetaba con las manos por debajo y se las subía un poco. Eran extraordinarias. Sus pezones oscuros y erectos, sus aureolas de tamaño mediano… deseaba chuparlas. Y entonces sonó el teléfono que allí había.

-¡Dame esa toalla para secarme las manos! – Le acerqué la toalla y ella soltó sus tetas y se puso de rodillas en la bañera como si yo no estuviera allí.

Si eran preciosas mientras las sujetaba con las manos, ahora eran excitantes verlas bajo la acción de la gravedad. Eran grandes, pero se sostenían bien firmes y redondas, sin duda algo de cirugía tenía que haber, pero eran las mejores que había visto por el momento. Su cuerpo estaba sumergido de cintura hacia abajo en el agua y la espuma me impedía ver el resto del cuerpo.

-¡Hola Raquel! – Era mi madre quien llamaba. – Sí, tu hijo está aquí… quería que me ayudara a colocar unas cajas que tengo en la habitación… Si no te importa, claro… Ah, que tenéis que ir a visitar a una prima tuya que está enferma… vale, pues ahora mismo lo libero y te lo mando

Mientras hablaba con mi madre me señaló para el mueble donde estaban las toallas. Me giré y cogí una, al darme la vuelta me quedé paralizado. Estaba de pie despidiéndose de mi madre y totalmente desnuda, me quedé con la boca abierta.

-¡Ya, nunca has visto una mujer desnuda! – Me dijo. - ¡Pues mírame deprisa que tu madre te está esperando! ¡Pero tráeme la toalla!

Me acerqué con a toalla abierta y la rodeé con ella. La agarró sobre su cuerpo y al separarme me retuvo con un brazo sobre mi cuello.

-¡Si quieres saber como es una mujer, aquí estará tu mamileticia para mostrártelo! – Me dio un suave beso en la boca y me soltó.

Me temblaban las piernas por la excitación y mi polla iba a estallar dentro del pantalón. Me retiré caminando de espalda, sin dejar de mirar aquella exuberante mujer envuelta con aquella toalla. Al llegar a la puerta me lanzó un beso con la mano.

-¡Te espero cariño! – Me dijo.

Me marché de la casa con la extraña sensación que me produjo aquella mujer. Nunca antes me había seducido ninguna mujer… Con mi familia había sido más bien liberal un deseo animal de tener sexo, salvo con mi madre, pero aquella madura, preciosa y excitante madura me había llevado a un orgasmo mental sin apenas tocarme, seduciéndome con su cuerpo, con sus movimiento, con su imagen… sentía una necesidad imperiosa de que mi mente provocara el desbordamiento de mi semen, tenía que masturbarme con la imagen de la que a partir de ahora sería mi mamileticia, la reina de mis fantasías sexuales.