Paco
Un humilde prefecto de una secundaria está a punto de conocer a un alumno que le cambiará la vida, con sexo y amor de por medio.
Nota a los lectores: este relato es, precisamente, de aquel mítico 2007, pero por algún motivo no está entre mis textos. Ofrezco disculpas de manera anticipada, pues es claro que el estilo no es el mismo que me gusta compartir ahora; sin embargo, permanece intacto a como fue escrito en su momento, un poco por nostalgia y otra por respeto. Espero no defraude. Paz a todos. -J
Paco
Es imposible olvidar la primera vez que cruzas tu mirada con unos ojos especiales. No tuvieron que ser verdes, azules o grises. Eran simplemente unos ojos marrones... aunque al utilizar el término 'simplemente' quizá les reste el verdadero mérito del impacto que causaron en mi. Era algo más alto que yo, quizá mediría un metro con setenta y cinco (mientras que yo me sentía muchísimo menor con mis uno setenta y tres). La primera vez que lo vi fue en el patio de la escuela en la que fungía como prefecto. Yo tenía... digamos veintitantos, ya que no quiero sonar mucho mayor. De todos modos no lo era en muchos aspectos, quizá únicamente en el físico.
Él tendría más o menos 15 o 16, pero aparentaba más. Iba en el último año de la secundaria. No le había visto antes ya que a mi cargo se encontraban los grupos inferiores. Pero un día, el menos pensado de todos, salí de la pequeña oficina de los maestros debido al calor para revisar unos exámenes en los que estaba ayudando a calificar. En el patio de los chicos de primer año en el que siempre me sentaba se encontraba ahora lleno de gente. El torneo estatal de voleibol se estaba celebrando, por lo que las clases andaban medio suspendidas. No le di importancia y me fui a sentar al patio de los mayores, en una de las gradas bajo sombra. No había nadie, tenía poco que el receso había terminado y disponía de un poco de frescura y tranquilidad para revisar mis papeles, que urgían para más tarde. Pero esta historia no tendría sentido si nada más hubiera pasado, ¿verdad?
No bien había empezado a revisar las oraciones de un examen cuando un muchacho llegó al patio con una escoba hecha de una enorme palma para barrer los grandes espacios. Lo habían castigado. Comenzó su tarea bastante quitado de la pena, pero en cuanto dio un par de pasadas se sentó en las gradas cerca de donde yo estaba. Supongo que no sabía que yo tenía cierta autoridad, ya que con un gesto y ademanes me explicó que hacer eso no tenía sentido. Yo no le había dado mucha importancia, pero en cuanto alcé bien la vista para observarlo, me quedé estático: el muchacho era simplemente hermoso. De cabello corto, algo quebrado, castaño oscuro, piel blanca, de buena estatura como ya he mencionado y con esos ojos... me quede por unos segundos boquiabierto observándole, mientras el botaba la escoba al suelo y se recargaba cómodamente. Entonces volteó y pudo notar el embeleso con el que lo veía. Me dirigió una sonrisa coqueta, cruzó los brazos y volvió a lo mismo.
Después de recuperarme del impacto que resultó para mi ver esas facciones, ese cuerpo, y sobre todo esos ojos, recordé mi deber como prefecto y el hecho de que el infractor no estaba cumpliendo con su castigo. Armado de valor (nunca creí necesitar de coraje para enfrentarme a un alumno) me acerqué a donde estaba. Él sentado, yo de pie, lo miré al tiempo que le dije:
—Te castigaron, ¿verdad?
—Sí –dijo él. —Pero no tengo ganas, qué flojera.
—¿En serio? –le repliqué al momento. —Yo creo que sí tendrías que hacerlo…
—Pues solamente que venga el prefecto, pero está muy ocupado con mi grupo y un maestro que no vino... –y me dirigió otra más de esas coquetas y conquistadoras sonrisas
—¿Y si viniera algún otro prefecto? –le pregunté, a propósito.
—Ahorita están ocupados con el torneo de voleibol... –respondió con desgano.
—¿Tú los conoces?
—Solo al de segundo año, es un pobre diablo. Al de primero nunca lo he visto... debe ser un imbécil nada mas.
—Pues mucho gusto... –le dije con sarcasmo mientras le tenía la mano. —Oscar, el imbécil de primer año
El muchacho ni se inmuto. Torció la boca en un gesto de ironía, alzó las cejas y quitó su mirada de la mía. Estaba a punto de levantarse, quizá para recoger la escoba o para irse, pero le pedí que no lo hiciera, con la mano en el aire como me la dejó en ese momento.
—Espérate, ¿a dónde vas? –le dije.
—Por ahí. Si eres prefecto como dices, pues ya, me voy y no hay problema
—No voy a acusarte, –le dije. —Por mi puedes hacer lo que quieras.
—De todos modos ya me iba... –remató.
Y sin más, se fue. No quise ni podía detenerlo. Su modo de actuar destilaba una sensualidad hasta ese momento para mi desconocida. Jamás me habría imaginado que un muchacho de esa edad podría hacerme sentir algo tan raro. Volví a mi lugar tratando de concentrarme en mi trabajo, pero no me fue posible. Todo ese día me la pasé recordando sus ojos, su sonrisa canalla, su cuerpo alto y delgado... nadie lo noto, pero me encontraba demasiado ausente. Tenía que hacer algo, volver a verlo o hablarle, pero mis ocupaciones de ese día me mantuvieron alejado del patio de los de tercero. Algo más debía suceder... y mi sueño se hizo realidad una semana después.
Y ocurrió que en el momento en el que me resigné a no volverlo a ver debido a tanto trabajo, el prefecto de tercer año tuvo que hacer un viaje de un mes al extranjero. La dirección de la escuela propuso al prefecto de segundo año dos cosas: una, hacerse cargo de los alumnos de primero y segundo para dejarme a mi como el de tercero, o bien dejarme a mi los dos inferiores y él hacerse cargo de los mayores. Elías, que ese era su nombre, extrañamente decidió que no le gustaba trabajar con los mayores, ya que eran un problema, prefiriendo quedarse con mis responsabilidades además de las suyas, dejándome a cargo de los mayores. No lo creía. Era como si mi sueño se hiciera realidad por simple obra de la casualidad.
El lunes en el que comenzaban mis deberes me arreglé lo mejor que pude. Cierto es que no soy muy guapo, pero trato de arreglarme para verme relativamente bien. Ese día utilicé mi loción mas costosa y entré a la escuela con decisión y firmeza. Realmente no estaba seguro de lo que iba a suceder, pero me sentía preparado para ello.
Cuando sonó el timbre mi primer deber era vigilar que ningún alumno se quedara fuera de clase, así que me dirigí a los salones de tercer año. Como era la primera hora, no se veía a nadie afuera, así que me dirigí a la prefectura. Sin embargo, al cortar vuelta por donde se ubicaba el edificio de la biblioteca para llegar mas rápido (un camino que casi nadie tomaba), me encontré nada menos que al muchacho de los ojos marrones. Estaba muy entretenido con una revista, así que no me le acerqué de inmediato; lo observé desde la parte de atrás de los arbustos, donde él no pudiera verme. Mientras observaba la revista, noté que comenzaba a frotarse la entrepierna muy suavemente y mientras pasaba las páginas se tocaba intensamente. Era demasiado hermoso como para ser verdad. Sin darme cuenta, yo mismo había logrado una erección bajo mis pantalones. El muchacho seguía tocándose, y decidí no mirarlo, esperar a tranquilizarme y entonces sorprenderlo y recogerle la revista. Y así lo hice. Un poco más tranquilo hice algo de ruido con las plantas a propósito para ponerlo en alerta. Enseguida pude ver que se escondió la revista bajo el suéter y aproveché para salir de mi escondite. Me miró con esos ojos que conquistan, levantó una ceja y me sonrió, retándome. Entonces, tratando de contener mi emoción, le dije:
—¿Por qué no estás en clase? –A lo que él respondió, como no habiendo escuchado mi pregunta:
—Ya supe que te pusieron de nuestro prefecto. Espero que el anterior te haya hablado de mí.
—No… no me habló de ti. ¿Hay algo que tenga que saber?
—Pues normalmente no me gusta entrar a clases, y a veces vengo aquí. Nadie pasa por este lado, así que es el mejor lugar para pasar un buen rato.
—¿Y el otro prefecto no te dice nada?
—El ya sabe que soy así. Como no tengo problemas con las calificaciones, me deja estar aquí sin problemas. Espero que tú pienses igual, y si no, me da lo mismo. Puedes preguntarle a los profesores. No te darán ninguna queja.
—¿Cómo te llamas?
—Francisco
—Entrégame la revista –le dije.
—No tengo ninguna revista –dijo con descaro.
—La que tienes bajo el suéter también cuenta –le dije
—No tengo ninguna revista bajo el suéter. ¿Quieres ver? –y mientras decía esto se puso de pie y comenzó a quitarse el suéter. Lo hizo suavemente, con movimientos casi rítmicos. Me pareció que me estaba provocando. Se quitó el suéter y me lo entregó. No había nada. Su camisa estaba perfectamente fajada, y no se veía ni rastro de la revista. Lo miré con los ojos muy abiertos, y él me veía a mí con esos ojos... bajé la vista, negué con la cabeza y le entregué el suéter.
—Voy a tener que reportar esto.
—Hazlo. Ya te dije, tengo la confianza de los otros profesores.
Me fui a la sala de los maestros. Mi erección comenzaba a asomarse de nuevo, así que no bien entré me dirigí al baño y me masturbé como nunca lo había hecho, esta vez pensando en Francisco, el muchacho de los ojos marrones de tercer año. Mi emisión fue bastante prominente, como cuando uno está verdaderamente excitado. Y vaya si lo estaba. Me limpié, me lavé las manos y salí, dispuesto a detenerme y pensar un poco las cosas. Todo estaba demasiado extraño. No sabía cómo se había deshecho de la revista. Y en ello pensaba cuando vi, en la mesa de los profesores (donde afortunadamente no había nadie) la misma revista que tenía Francisco en sus manos. La reconocí de inmediato. Al momento en que me acerqué para ver la portada, quedé mudo. Sí, era una revista porno, pero no lo que yo había pensado. Era un hombre fornido, desnudo, y en sus genitales había una estrella de color negro. Una etiqueta prohibía su "lectura" a menores de 18 años. Escuché en ese momento un ruido, por lo que guardé en mi carpeta rápidamente la revista, y entró el prefecto de segundo (y ahora también de primer año). Llevaba del brazo... sí, nada menos que a Francisco, que tenía cara de indiferencia.
—Este alumno es tuyo; lo encontré en uno de los jardines del otro patio, ‘volándose’ la clase
—Sabes que no vigilo el otro patio, ese es tuyo. Pero gracias por encontrarlo.
—Te lo dejo, tengo un problema con un padre de familia.
Ahí estábamos, frente a frente. Rápidamente Francisco tomó asiento en una de las sillas y yo hice lo mismo frente a él. Y comenzamos a hablar.
—¿Por qué no te quedaste en el patio de tercer año?
—Me aburrí –dijo. Parecía disfrutar mucho el momento
—Puede que yo te permita vagar por ahí, si como dices los profesores confían en ti. Pero el otro prefecto no es como yo, ya lo has visto.
—Puedes ponerme a trabajar. Eso hacía el otro prefecto cuando no era él quien me veía. Castígame, si lo crees necesario. –Dijo esa última frase con tal sensualidad que esta vez imaginé muchas cosas en solo unos segundos.
—¿Cómo llegó esto aquí? –le dije, mientras sacaba de mi carpeta la revista. Me vio, y sonriendo con un aire canalla, dijo:
—¿Qué, te gusta?
Me esperaba todo menos que me respondiera con semejante pregunta. Abrí mucho los ojos, fruncí el ceño y le dije:
—Ahora sí voy a tener que reportarte
Sonriendo y alzando los hombros, hizo una expresión demostrando que no le importaba. Pero, llegado el momento no lo hice. Le pedí que regresara a su salón y me quedé pensando. Era un hecho: me estaba dominando.
Con el paso de los días me fui habituando a la manera de comportarse de Francisco. Paco, como ahora ya le llamaba, pasó de ser de un pequeño infractor a un pequeño cómplice. Al preguntarle a los maestros por él, casi todos refirieron lo mismo: faltaba mucho a clases, pero cuando asistía era brillante y siempre sabía la respuesta correcta. Al revisar su expediente con sus calificaciones, era uno de los mejores promedios. Su expediente de conducta estaba lleno de faltas menores, y en realidad no era un mal alumno. Al pasar los días del primer mes, comenzamos a llevarnos más, platicábamos de cualquier cosa siempre en el primer lugar en el que lo encontré; un sitio tranquilo donde en efecto nadie pasaba.
Paco era demasiado observador, al grado de que me ayudaba con mis deberes de vigilancia. Me decía quienes tramaban algo, quienes no estaban en clase, otros detalles de la vida escolar y eso me ayudó a que la opinión de mis superiores con respecto a mi fuera mejorando mucho. Algunas veces, como él mismo decía, debía ponerle un supuesto castigo, que sólo era para que los profesores y el otro prefecto no notaran mi complicidad con él. Supuse que así se llevaba con mi predecesor, y el incidente de la revista ya había quedado atrás. Claro, era evidente que Paco tenía otras preferencias, como yo, pero no había motivo para dar ningún paso más. Al menos, por el momento.
Era probablemente la última semana que me correspondía cuidar a los del último año, cuando Paco me dijo que necesitaba que lo ayudara con unos detalles en su casa. Sus papás nunca estaban y el necesitaba arreglar unos desperfectos en su recámara. Nunca fui demasiado bueno para las reparaciones, pero la invitación me insinuaba algo más. La oportunidad que probablemente había fantaseado y que estaba esperando. Pero debo admitir que en ese momento, cuando dije que sí, no pensé en otra cosa. Me dio más o menos las indicaciones para llegar, y convenimos a las seis en punto.
Esa tarde me arreglé lo más austero que pude, ya que finalmente iría a trabajar. Llevaba mis jeans más viejos, unos tenis un poco rotos, una playera sucia de pintura de una ocasión anterior y mi gorra más sosa. La dirección estaba en la orilla de la ciudad pero no me costó para nada dar con ella. Cuando llegué la casa era casi una mansión. De muros altos y una puerta de entrada que se veía de madera muy fina. Pulsé el botón de un aparato en el exterior y me respondió una voz familiar. Era él. Abrió la puerta y al entrar me encontré con un amplio jardín y unas lozas que llevaban como un camino a la puerta de la casa. La puerta principal estaba abierta, y en ella estaba Paco, que llevaba unos shorts largos, una camiseta como de jugador de basquetbol y unas sandalias deportivas con muchas agujetas. Se veía muy diferente así que con el uniforme de la escuela. Al verlo, mi corazón comenzó a latir. Casi había olvidado lo mucho que me gustó el primer día que lo vi, debido a nuestra amistad. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. El me sonrió, y me saludó. Entramos a su casa, que era amplísima, y subimos a su cuarto. Lo que sucedería después es lo que me hizo contar este relato, lo que me hace recordar a Paco y que las sensaciones me llenen como volviendo a estar ahí.
—Pues tú dirás qué es lo que hay que hacer
—Hay mucho que hacer, Oscar. –Dijo, y al pronunciar mi nombre noté todas las intenciones.
—¿Ah, sí?
—Si, bueno... podemos empezar ordenando las revistas de esa caja
En un rincón de su espléndida recámara estaba, puesta para el propósito, una caja llena de revistas y cómics. La petición era extraña, y mi corazón comenzó a latir fuertemente, sintiendo que una de mis fantasías podría cumplirse en cualquier momento. Así, vaciamos la caja en su cama, que era gigantesca, y ni bien comencé a ver, habían muchas revistas porno... pero todas ellas con chicos en la portada. Coloqué la caja en el suelo, y allí estábamos, frente a frente, el chico mas guapo de la escuela y un simple prefecto al que le pagaban con las colegiaturas de los alumnos. Mi respiración comenzó a agitarse, y no pude contener que la erección se me notara en el paquete. Pero al parecer, no era el único que estaba en esas condiciones. Bajo los shorts de Paco comenzaba a vislumbrarse también su excitación, y como eran de tela delgada, se notó enseguida. Lo miré fijamente y el a mi. Los dos sabíamos lo que queríamos, y haciendo a un lado bruscamente las revistas, como en las películas, nos abrazamos y comenzamos a besarnos frenéticamente. Ambos lo sentíamos, pero hasta ese momento no habíamos tenido oportunidad de nada. Comenzó un fuerte vaivén con la ropa puesta, y fui yo quien comenzó quitándole la camiseta de basquetbol. Aunque estaba demasiado delgado, ya estaba marcado por el ejercicio, y comencé a lamer sus pequeñas tetillas con devoción, mientras el me tomaba de los cabellos y comenzaba a jadear fuertemente. Así, él continuó quitándome mi camiseta vieja, mientras yo seguía lamiendo su pecho, su abdomen, y llegaba hasta el resorte de sus shorts, los cuales bajé de inmediato para revelar unos bóxers con ilustraciones de automóviles. A través del bóxer saqué el delicioso pedazo de carne de Paco, que ya estaba a mil, circunciso. No era grande, pero para su edad ya tenía buen tamaño. Lamí rápidamente su tronco, estaba desesperado, y en cuanto estuve en posición lo metí por completo en mi boca, comenzando un delicioso mete y saca que hacía que el pequeño Paco pusiera los ojos en blanco. Le bajé el bóxer por completo, y le saqué ambas prendas quedando él solamente con su calzado puesto.
Continuamos con el rítmico vaivén hasta que el me indicó que me detuviera. Entonces se sentó en la orilla de la cama y me puso a mí de pie (ya que estaba de rodillas). Comenzó a desabrochar mi cinturón, luego mis viejos jeans, y mientras me miraba no decía nada. Sus ojos (¡y qué ojos!) eran demasiado expresivos y me hacían sentir algo especial. Me bajó los jeans junto con mi bóxer, que era blanco y pegado al cuerpo, quedando al descubierto lo mío, de lo que siempre me avergoncé... no mucho más que el promedio en tamaño, y yo ya era mayor que Paco. Sin embargo, a él no pareció importarle, y empezó colocando la punta de su lengua en mi propia punta, que ya brillaba por la emisión de líquido. Antes de que continuara fui yo ahora quien lo detuvo. Me saqué el resto de mi ropa y zapatos. Estaba completamente desnudo frente a Paco. Subimos a la cama. Sin que ninguno de los dos hablara, comenzamos un 69 maravilloso. Nos acoplábamos perfecto debido a la similitud en estatura, y cada uno, aferrado a lo suyo, continuó con el movimiento, él cada vez más rápido como el mejor de los expertos, y en un momento no pude más. Dejé de aferrarme a él para concentrarme en mi clímax, el mejor que he tenido hasta ahora. Expulsé todo dentro de su boca, no sé cuánto, pero con intensidad.
Eso detuvo un poco las cosas, cambiamos de posición y ahora Paco estaba acostado al lado mío, todavía con una increíble erección. Comenzó a abrazarme y se me subió encima. Me besó los labios, el cuello, me introdujo la lengua en la oreja, lo que hizo que me estremeciera aún más. Enseguida se hizo a un lado y sacó de su cajón un pequeño tubo. Sabía lo que se proponía, y me moría de ganas que lo hiciera. Se puso suficiente en las manos y comenzó a frotarme. Sabía bien lo que estaba haciendo y enseguida obtuve una nueva dureza, algo que a mi mismo me sorprendía. Siguió con el masaje hasta que me levantó las piernas y se concentró en lubricarme más. Comenzó con su dedo más pequeño, que apenas sentí; y así continuó, tomándose su tiempo, poco a poco, hasta que, sin sentirlo, tenía varios de sus dígitos dentro y lo estaba gozando como jamás. Entonces me levantó las piernas completamente, se puso frente a mi y comenzó con su embestida. Era increíble. Comenzó un intenso movimiento, a ratos rápido, a ratos lento, pero enseguida empezó a jadear más y más... hasta que me apretó fuertemente los brazos y bajó la velocidad hasta detenerse. Así había terminado.
No se quedó mucho tiempo ahí, ya que se recostó a mi lado todavía respirando agitadamente. Comencé entonces a tocarme con rapidez, pues estaba nuevamente muy excitado, y conseguí un segundo final, aunque con un resultado menos. Ambos, después de eso, nos quedamos profundamente dormidos.
Al cabo de un rato sentí que me empezaron a mover. Era Paco, que traía puestos mis bóxers, y me estaba colocando los suyos. Era ya de noche, y antes de que yo dijera nada, me dijo él a mí:
—Quédate esta noche, por favor...
Solo pude decir que sí con la cabeza. Me metí bajo las sábanas. Él se sentó al lado, se quitó las sandalias y enseguida se acostó y me abrazó. Nos cubrimos, abrazados juntos y no supimos más hasta la mañana siguiente.
Al amanecer fui el primero en despertar, pero Paco no tardó mucho en hacer lo mismo. Únicamente nos vimos con una sonrisa. Me tomó de la mano y me dio un beso en la mejilla. Enseguida se levantó. Se veía muy curioso ver mis bóxers puestos en otra persona, pero yo me sentía aun más extraño con los bóxers de autos puestos. Nos lavamos un poco y nos vestimos, para luego salir a la calle. Hasta ese momento no hablamos más que lo necesario, pero mientras llegábamos a la esquina, el me dijo:
—Siempre lo supe, ¿sabes?
—¿Qué? –le dije, sorprendido
—Que yo te gustaba
—¿Y yo a ti? –pregunté
—Tu también me gustas mucho…
Solamente pude sonreír. No sabía que pasaría, ya que mis semanas como prefecto de los terceros años se acababan justo entonces. Pero una cosa era segura: nuestras vidas no serían las mismas a partir de ese día…