Pablo II

Esta es la segunda parte del relato "Pablo". Finalmente, soy capaz de sentirle dentro de mí.

*Esta es la segunda parte del relato “Pablo”. Comentad, puntuad y enviadme vuestras opiniones a

alexmalik3@gmail.com

.*

Esa noche me dormí con el recuerdo de su olor aún en mi nariz.

A la mañana siguiente me desperté con un ligero dolor de cabeza, y aunque la noche anterior hubiera bebido, podía recordar perfectamente todo lo que había pasado en los baños de esa discoteca. Pensé en lo que habíamos hecho. No me arrepentí. Puede que a mi amiga no le hubiera hecho gracia enterarse de lo que hice con su ex novio, pero yo llevaba mucho tiempo queriendo hacer algo así con él, por lo que no tenía nada de lo que arrepentirme.

Al parecer Pablo también estaba pensando en mí, porque unos minutos después de despertarme ya me estaba sonando el móvil. Era él. Respondí en seguida.

-Hola.

-Hola.

Tras saludarnos, hubo un momento de silencio. Ninguno de los dos sabíamos qué decir. Se notaba la tensión. Yo no sabía exactamente lo que él pensaba, y aunque me había dicho “gracias” la noche anterior, era posible que ese agradecimiento se debiera a los efectos del alcohol. Decidí tomar yo la iniciativa.

-Pablo, con respecto a lo de anoche...

-Necesito verte, me interrumpió.

Vivíamos bastante cerca, a unos 5 km de distancia, así que le invité a venir a mi casa.

-Dile a tu madre que te traiga a mi casa. Mi madre se ha ido a trabajar y no vendrá hasta por la tarde.

-Tardo diez minutos.

La verdad es que yo estaba alucinando. Para nada me esperaba que Pablo quisiera hablar más conmigo, y menos con el episodio de la discoteca tan reciente. Pero era por eso por lo que me interesaba que viniera. Quería oír lo que tenía que decir.

Antes de que llegara, me lavé los dientes y me peiné un poco, pero me dejé el pijama puesto, no me apetecía cambiarme de ropa, y me daba igual que me viera de esa guisa. Me sorprendió su puntualidad. En diez minutos exactos sonó el timbre de mi casa. Comprobé de nuevo mi pelo en el espejo del recibidor, respiré hondo y abrí la puerta. Ahí estaba, vestido con el equipaje de su equipo favorito. Nos saludamos fríamente, con un “Hola”. Parecía algo nervioso y le dejé pasar. Le dije que pasara al comedor y que se sentara en el sofá. Le pregunté si quería tomar algo.

-Agua, por favor. Tengo la boca seca.

Si normalmente después de una noche de fiesta tienes la boca seca, los nervios hacían que ambos la tuviéramos casi deshidratada. Saqué dos vasos de agua fría, y él se la bebió de golpe. De nuevo, rompí yo el silencio.

-¿Por qué querías venir a mi casa?

-Necesitaba hablar contigo. No sé muy bien qué paso ayer. No debí haberlo hecho. No sólo he hecho algo que no quería, sino que encima también te hecho daño a ti. No quiero que creas que me gustas.

-Mira, Pablo. Si anoche hicimos eso fue porque los dos quisimos. No pasa absolutamente nada, nadie tiene por qué enterarse. Y no te preocupes por mí, conseguiré olvidarme de ti como ya hice una vez.

-Alejandro, ¿puedo ser sincero contigo?

-¿Acaso no lo estabas siendo ahora?

-No del todo. Alejandro, tengo miedo. Porque no quiero que me empiecen a gustar los hombres, pero lo de anoche... No sé.

-Lo de anoche te gustó. Mira, que te guste tener relaciones con otros hombres no te convierte en gay. Puede que un poquito sí -bromeé-, pero no del todo. Yo me he besado con algunas chicas y tampoco me ha disgustado. Pero sé que lo que de verdad me gustan son los hombres. A lo mejor a ti te pasa lo mismo pero al revés.

-

Puede que tengas razón.

-Por supuesto que la tengo, sonreí.

Le agarré por la nuca y volví a acercar sus labios a los míos. Notaba su respiración y eso me hacía sentir como si estuviera flotando en una nube. Le besé despacio, con delicadeza, como si sus labios fueran de porcelana y pudieran romperse en cualquier momento. Notaba que intentaba resistirse, luchaba internamente, porque una parte de él le decía que me besara, pero la otra le decía que lo que estaba haciendo estaba mal. Pero ganó su parte lujuriosa. Y mientras todo esto ocurría en su cabeza, yo ya le había quitado la camiseta. De nuevo estaba ante su torso ligeramente velludo y me dispuse a lamer sus suaves pezones. Le gustaba que mi lengua jugueteara con ellos. Entonces él decidió quitarme a mí la camiseta de pijama que llevaba puesta. Mi pecho depilado quedó al descubierto. La verdad es que nuestro físico era parecido, yo también estaba delgado fibrado, la única diferencia era que yo era un poco más bajito que él, unos 2 o 3 cm. Dejé de lamerle los pezones, le cogí de la mano y le llevé hasta mi habitación.

De un empujón le tumbé en la cama. Me tumbé yo también encima de él y seguí besándole en la boca, pero esta vez bajé por su cuello -que olía a esa colonia suya que me hacía enloquecer-, continué por su pecho y me paré en la parte inferior de su ombligo, recreándome en ese hilo de vello que conducía hasta su verga. Entonces cogí los pantalones por la goma de la cintura y estiré hacia abajo, llevándome con los calzoncillos también. Le despojé de sus zapatos también y tiré su ropa al suelo. Y seguí por donde lo había dejado, en su ombligo. Pablo me acarició el pelo y se limitó a decir:

-No aguanto más. Alejandro, por favor...

Yo no le dejé acabar la frase, porque sabía lo que quería, así que me amorré a su polla y empecé a mamarla con total delicadeza, admirando cada centímetro de su precioso pene. Le chupaba el glande despacito, y Pablo gemía envuelto en placer. Al principio me centré sólo en esta parte, pero luego comencé a bajar hasta abajo, hasta que mi barbilla rozara con sus huevos casi sin pelos. Notaba que me entraban arcadas, pero recordé la frase que yo siempre suelo decir a mis amigas: “Si no hay arcada, no es una buena mamada”, así que continué con mi faena. Le masturbaba con la boca, primero despacio, luego más deprisa, y él mientras tanto me acariciaba el pelo. Noté que sus gemidos iban en aumento, así que paré. Me miró extrañado y me dijo:

-¿Por qué has parado? Estaba a punto.

-No pensarás que esta vez vas a disfrutar sólo tú, ¿verdad?

Sonrió, se incorporó y me dejó a mí debajo de el, totalmente a su merced. Entonces me bajó hasta abajo los pantalones del pijama,después mis calzoncillos y los tiró hacia atrás. Mi polla quedó al descubierto. Mide 16 cm, y es un poco gruesa. Pablo la observó unos segundos, sonrió y, abalanzándose sobre mí, se dispuso a besarme. Ahora nuestras pollas estaban en contacto una con la otra, y notaba como ambas palpitaban, a punto de estallar. Para mi sorpresa, Pablo bajó hacia abajo lamiendo todo mi torso, y se metió mi polla en su boca. Eso me dejó un poco desconcertado, pero me limité a disfrutar y ver lo que era capaz de hacer. Lo hacía bastante bien, parecía que no era la primera vez que se comía una polla. Pero yo prefería que hiciera otra cosa, así que le cogí de la barbilla y le guié hasta mi boca. Una vez estuvimos en la misma altura, me di la vuelta, dejando su pene a la entrada de mi culo. Me dijo:

-¿Estás seguro de que quieres que lo haga?

No respondí. Simplemente empomé el culo y separé mis piernas. Pablo lamió sus dedos y humedeció mi ano. Yo ya estaba bastante dilatado, porque Pablo me ponía muy cachondo, por lo que casi no hizo falta esfuerzo para meterme el dedo índice y el corazón a la vez. Yo no podía más, y le supliqué que me diera rabo. Y así lo hizo. Empecé a notar como su polla se adentraba en mí. Me dolía un poco, pero necesitaba sentir a Pablo en mis entrañas. Él lo hacía despacio, para evitar un dolor mayor. Cuando ya tenía sus dieciocho centímetros en mi culo, esperó un momento para que mi ano se acostumbrara y empezó a bombear. Al principio era molesto, pero me negaba a que sacara su deliciosa verga de mí. Aguanté el dolor y no fue en vano, porque al poco tiempo ya sentía un delicioso placer.

Llevábamos unos minutos en la misma postura, pero quería verle la cara mientras me follaba el culo salvajemente. Me di la vuelta, apoyando mis piernas sobre sus hombros, y me quedé boca arriba. Me encantaba verle la cara de esfuerzo que ponía mientras me partía el culo en dos. Cerraba los ojos y miraba al cielo, y de vez en cuando me miraba y sonreía, cosa que me volvía loco. Estuvimos un rato en esa postura, pero Pablo decidió que era el momento de correrse. Cogió mi pene y empezó a masturbarme. Entre las embestidas y la paja que me estaba haciendo, no tardé mucho en notar que me venía. Le avisé:

-¡¡Pablo, me corro!!

Parecía que mis palabras le dieran energía, y empezó a encularme y a pajerame cada vez más fuerte. En seguida me corrí sobre mi pecho, y la velocidad de sus embestidas se redujo. Con su dedo índice, cogió un poco de mi leche y se la metió en la boca. Eso me desconcertó un poco, porque para nada imaginé que Pablo fuera a ser capaz de eso, pero a la vez me encantó. Entonces me besó, extrajo su verga de mí con delicadeza y se masturbó hasta correrse también en mi pecho.

Estábamos los dos sudando, exhaustos, y entonces se agachó y me volvió a besar. Fue un beso lento, rozando suavemente nuestras lenguas, saboreando cada uno los labios del otro. Pablo sonrió de nuevo, y eso era la señal definitiva de que le había gustado. Cogió un kleenex limpió nuestras leches de mi cuerpo. Se acomodó en la cama y me hizo una señal en la mano para que me arrimara a él. Nos besamos de nuevo, y con su brazo derecho bajo mi nuca, apoyé mi cabeza sobre su pecho. Nos dormimos abrazados, mientras él acariciaba nuevamente mi pelo.

Nos despertamos una hora después y nos duchamos juntos. Salimos de la ducha, nos vestimos y él llamo a su madre para que viniera a recogerle. Cuando su madre le avisó de que ya estaba abajo, Pablo se dispuso a irse. Pero antes me dio el beso más largo y más romántico que jamás me han dado. Me miró a los ojos, apoyó su nariz contra la mía y me dijo -sonriendo de nuevo-:

-Te quiero.

-Te quiero, respondí.

Me volvió a besar y se marchó.