Pablo, el recuerdo agreste
Recuerdo de un viejo encuentro con Pablo, un muchacho extraño, agreste, pero de bello cuerpo y muchas sensaciones.
Pablo, el recuerdo agreste
El desgaste natural de una pareja se va sintiendo con el paso del tiempo, sobre todo si hay convivencia, todo se hace más lento y complejo, y es verdad, debe tenerse en cuenta de que hay dos personas y que muchas o todas las decisiones tienes que tomar en cuenta la presencia del otro. Al comienzo, las cosas caen por su peso, digamos dentro de la luna de miel, pero una vez que todo se va enfriando como que cuesta trabajo siquiera pensar en que hay alguien más en tu vida y en tu cama.
Carlos y yo fuimos pasando experiencias intensas de convivencia, No digo que se haya terminado, pero de que hay tensiones, las hay. Los días son eternos a veces, las rutinas son agobiantes para cualquier pareja. Qué duda cabe. Y más cuando existen pocos lugares comunes entre dos personas con muchas diferencias por superar. Como dije, al principio no importa, se está a veces uno mucho más ocupado en tener sexo en todas partes y no se piensa en que en un momento todo descansa, todo reposa. Y luego de casi dos años, realmente las cosas cambian.
Felizmente, la vida está llena de sorpresas y de recuerdos, como la vez que absorto en mis ideas de cómo tratar de superar las tensiones de alguna divergencia iba yo por la avenida Larco caminando cuando advierto de espaldas una persona que me parecía conocida, pero como siempre tardo en recordar caras, espaldas y peor todavía nombres y circunstancias. Casi al instante de atormentarme por recordarlo pude regresar en el tiempo más o menos 3 años, cuando conocí a Pablo, un chico que salía de mis esquemas pero que recuerdo por las gratas experiencias vividas que, aunque cortas intensas.
Y ese día descubrí que en todo este tiempo la calle ha estado llena de gentes y recuerdos, solo que no le damos importancia. Más de una vez recuerdo haberme tropezado con alguien, de lejos o de cerca, con alguno que otro recuerdo de mi pasado, algunos más fuertes que otros. Y así recordé que han desfilado por estas calles nombres y rostros como Luis, el chico de secundaria que desvirgué, o Juan, el estudiante de contabilidad que gustaba de leer a Harry Potter, o Joaquín, el chiquillo aventajado que tuve pero que no me tuvo, o Alonso, ese morenito que lleve al máximo placer una noche de verdadera enseñanza sexual, o tantos otros. Pero Pablo era el recuerdo más reciente antes de conocer a Carlos, y me significaba un recomienzo a sensaciones de sexo salvaje y alocado.
A Pablo lo conocí en hi5.com, como a muchos otros chicos de hace 3 ó 4 años. Conversamos por el mensajero instantáneo y congeniamos inmediatamente, quedando para vernos dentro de la semana. Sin embargo, tan claro me quedó que nos veríamos como que tenía verdades ocultas en su vida, lo cual no lo hacía ni más interesante ni menos atractivo, porque yo no estaba buscando más sinceridad que la que yo mismo ofrecía, así que aunque sus historias de vivir con su hermana y su cuñado o que trabajaba en una Parroquia como ayudante del sacerdote no sólo no me mantuvieron despierto sino que además no las creí.
Para vernos esa semana tuvieron que pasar varias cosas porque no lográbamos ponernos de acuerdo sobre la hora, por asuntos de trabajo, mío o suyo. Cuando ya había perdido las esperanzas, en el tercer intento nos encontramos. Como dije, rompió todos mis esquemas de estética. Era un chico de rostro fuerte, no feo, pero si extraño, con esa rara atracción de los opuestos. Era más bien, una especie de obrero joven, con un cuerpo pequeño pero ancho, grueso y consistente. Espalda ancha, pecho enorme y atractivo, piernas gruesas, y lo mejor de todo, un trasero prominente que se notaba a pesar de la ropa. De manera que de arranque ya era un bocado apetecible por las sensaciones que despertaba en mí en plena calle. Su voz interesante, sencilla. Trato amable. Caminamos un par de cuadras antes de llegar a mi departamento y poder conocernos en otra faceta.
Me dijo varias cosas que tal vez no escuché y yo otras tantas. Ya en mi depa, Pablo y yo, sentados en el sofá, comenzamos a mirarnos fijamente a los ojos, con la seguridad de que escudriñábamos sensaciones y deseos. Y así fue en efecto, ambos sentimos la electricidad de los encuentros furtivos que terminan en buen sexo. Nos tocamos en señal de conformidad, sin darle demasiada importancia a los detalles, solo tocarnos por sentir la piel. Pero como siempre, yo no puedo con mi genio, metí mi mano por debajo de la boca de su jean y sentí los vellos de su pierna y él puso la suya en mi muslo, casi rozando mi sexo, ambos complacidos y enteramente claros en el objetivo.
Sentir su piel fue realmente excitante y me dio pie para el resto. Eran vellos gruesos de hombre salvaje los que cubrían su piel trigueña de hombre joven pero fuerte. Su mirada se perdió en mis ojos y fue la marca que necesitábamos para pasar al siguiente nivel. Casi como sin sentirlo, ambos cerramos los ojos al mismo tiempo, pero me sorprendió sentirlo casi de inmediato en mi cara, cerca de mi boca. Sentí su cuidado aliento mentolado respirando en mi boca, arremetiendo en un beso tierno y suave, que yo correspondí. Y sin dejar más tiempo, nos quitamos las poleras. Nos abrazamos. Fue delicioso ver y sentir la calidez de su pecho enorme en mi pecho encendido. Ambos calientes y deseando sentir más. Su pecho era perfecto, ancho, grueso, delicadamente perfumado a hombre, con dos pectorales ligeramente cuidados o hechos en el trabajo diario, qué más daba, eran dos tetillas erectas que anhelaban una lengua vibrante que comprendiera su lenguaje perdido, sus líneas, su esencia propia de hombre en celo.
En mi dormitorio todo fue más intenso. Nos quitamos la ropa casi con desesperación. Y comprobé aquello que en la calle me imaginé. El trasero más duro y perfecto que jamás había poseído estaba allí para mí. Nos tocamos, nos besamos los cuerpos estupendos y sentimos nuestras vergas una contra la otra, ambas enhiestas, listas para el combate. Su disposición, como la mía, estaba al máximo, a punto de estallar y sentirme dentro.
Le propuse que me diera una mamada y él accedió. Fue una de las mejores de mi vida, casi termino antes de comenzar. Me dedicó su mejor respiración, su bocanadas perfectas, cariñosas, angustiadas, abarcando no solo mi ansioso pene sino todo el conjunto. Sentí cómo su lengua buscaba lugares nunca antes intentados, acaso por placer, por deseo, por locura, por hambre, pero lo hacía muy bien. Me desesperaba sentir su boca tragándose todo mi sexo, ahogándolo en un bocado intenso que complacía todas mis ganas, hasta que llegó el momento de detenerlo para evitar sucumbir al placer del orgasmo, lo cual hubiera sido un justo homenaje a sus labios tibios y su manera de darme esa mamada de antología.
Mientras nos calmábamos pude verlo en todo esplendor. Era un cuerpo realmente hermoso, como dije antes. Pequeño, pero duro, fuerte, bello ejemplar de un trabajo hecho por la madre naturaleza pensando en los hedonistas. Y para los fetiches, el regalo del cielo, los pies masculinos más delicados que uno puede imaginarse. Una lujuria completa tocarlos, desnudos, curveados, suaves, perfectos, con esas piernas anchas y velludas. Sin embargo, era su culo una obra de arte: suave, lampiño, terso, trigueño, extremadamente duro, abultado, paradito y con un ano color rosa intenso que se encontraba un tanto más arriba que de costumbre, como si la vida lo haya dispuesto así, para placer de los penes transeúntes y ansiosos.
Mirarlo fue un contemplar de placer visual, pero más allá de todo, de los sentidos, por el exquisito manjar. Recorrí con mis ojos y luego son mis manos cada centímetro de su piel perfumada por el agreste sudor de obrero joven, ansioso de descubrir conmigo nuevas sensaciones. Y así lo tuve un largo rato, echado boca abajo sobre mi cama, para mirarlo y tocarlos, nos excitaba más a los dos ese ritual perfecto. Luego, se volteó, su verga era mediana, pero gruesa, erecta y anhelante de que fuera masajeada, así que lo hice, para completar su placer. Le toqué los huevos duros y velludos que exhibía, erecto el escroto y abierta la piel.
Pero la mente siempre juega de contrario, era ya imposible continuar con el ritual contemplativo sin pasar al juego sexual mismo, así que lo tomé de las piernas, acaricié sus pies una vez más, hundí mi boca en sus plantas, lamí y relamí sus talones, perfectos y deliciosos, hasta sentir que una electricidad recorría mi columna hasta sucumbir mis entrañas. Arremetí contra su hueco. Inundé su ano con mi aliento, me sumergí en ese olor limpio y sano, que rico sabor tenía, fue realmente placentero meter mis dedos y mi lengua dentro de ese orificio delicioso, cálido y latiente, del color del deseo, abierto de ganas y exudando sexo en cada pliegue.
Me detuve en ese juego de lamidas y arremetidas un buen rato hasta que sentí de pronto que se movía jadeante y entendí que quería pasar a otra cosa, así que decidí voltearlo, comenzar un nuevo juego, una nueva forma de placer para ambos. Era obvio que era pasivo, pero no me negó el acceso a su verga gruesa y mojada. Me lancé a chuparle todo, los huevos, la pinga, el hueco, el ombligo, el vientre, me detuve un rato en medio de sus vellos , mirándolo y sintiendo cómo sus ojos semi cerrados se blanqueaban de placer. Fue subiendo hasta su pecho, sus tetillas y sus brazos, me detuve en sus axilas, perfectas, masculinas, perfumadas, excitantes, relamí sus hombros, sus manos, me detuve en cada palmo de su bello cuerpo, pero especial énfasis puse en su cuello, era realmente de ensueño, un cuello ancho, grueso, áspero, que pedía marcas, que exigía fuerza.
Se paró frente a mi y comenzó su propio ritual. Me comenzó a observar y a pasar los labios por el cuerpo. Se volvió a mi verga y la chupó de nuevo, esta vez con más intensidad, sentía cómo me sacaba el aire en cada arremetida y me excitaba muchísimo esa sensación de fuga que comenzaba a sentir en cada bocanada, hasta el último milímetro de mi piel fue devorado por su boca anhelante. Se esforzó en hacerme sentir lo máximo posible de placer, pero el clímax llegó cuando me dijo al oído, métemela, por favor.
Sin más detalle que indagar, lo volteé de cara abajo. Levanté su bello culo y volví a lamerlo, pero esta vez con el único fin de preparar su ano para recibir mi verga hinchada. Se la metí, sin más preámbulo. Fue delicioso sentir que estallaba dentro de él. Además, la conformidad extrañamente dispuesta de su culo, que exhibía el ano un poco más arriba de lo normal, permitió que pudiéramos ensayar la pose sentados, yo detrás suyo, sobre nuestros pies, pero metiéndole todo cada instante con más fuerza, desgarrando sus entrañas con mi trozo más duro que el metal.
Que rico fue luego sentarlo sobre mí. Cambiamos algunas poses, cosa rara en mí, porque suelo excitarme y continuar hasta vaciarme, pero estaba inspirado por ese cuerpo delicioso y quise dedicarle tiempo al rito del sexo animal. Y cuando los golpes contra sus nalgas eran ya fuertes, me esforcé en hacerlo sentir algo que no olvidara fácilmente, así que me reventé la piel en chocarle con fuerza, que le doliera para que le quedara claro. Y me vine dentro de él, con toda una descarga enorme de cálida leche viscosa derramada en su interior. Me quedé exhausto a su lado. Jadeando de placer. Nos quedamos dormidos después de hacerlo y sólo al despertarnos algunas horas después hablamos de nuevo y nos despedimos. Nos vimos unas tres veces más en ese mismo mes. A mi llamada sólo nos poníamos de acuerdo sobre la hora y el lugar y ya estábamos salivando e imaginándonos la jornada que tendríamos. Dejé de verlo por empezar mi relación con Carlos.
Y así, viéndolo por detrás en la calle esa tarde recordé todo aquello y solo atiné a pasarle la voz pero no me escuchó. Todo quedó igual, la tarde, mis recuerdos, mis problemas y él Pablo, el agreste muchacho de bello cuerpo que fue mío muchas veces y de muchas formas.
09/07/2008