Pablo

Lo bueno se hace esperar. Es mi primer relato, y mezclo realidad con ficción.

Antes de empezar, procedo a presentarme. Soy Alejandro y este es mi primer relato. Lo he escrito basado en una experiencia real, aunque parte de ella es ficticia. ¡Espero que os guste!

Todo comenzó hace un año. Una noche aburrida de agosto en la que no sabía qué hacer, cogí mi móvil y busqué en Facebook alguien con quien poder hablar. Me puse a hablar con Pablo. Pablo es un chico de mi colegio un año mayor que yo en el que nunca me había fijado. No es que tenga un cuerpo de infarto -mide 1,85 más o menos, está delgado pero fibrado, y tiene un punto de pijo que la verdad es que no me suele atraer- pero ahora era el novio de mi mejor amiga y teníamos una relación cordial.

Hablar con él fue divertido, hablamos durante horas. Y así lo hicimos durante unos días. De alguna manera me enamoré de él, y decidí contárselo a mi mejor amiga -su novia- para que me diera su opinión. Entre ella y yo decidimos que lo mejor era que Pablo y yo dejáramos de hablar, y así yo podría olvidarme de él, así que corté por lo sano y dejé de hablarle por completo. El único inconveniente fue que, debido a un malentendido, mi amiga le contó que yo me había “enamorado” de él. Saber que él lo sabía me avergonzaba tanto que no era capaz ni de mirarle a la cara, pero durante una fiesta él me confesó que lo que yo sintiera no iba a afectar para nada a nuestra relación y que podíamos seguir siendo amigos.

Los meses pasaron y, como íbamos al mismo colegio, todo acabó volviendo a la normalidad. Ahora ya era capaz de volver a hablar con él y de mirarle a la cara. De alguna manera habíamos retomado la relación, pero era una relación como la que podría tener con cualquier otro compañero de clase.

Y todo siguió como si nada, hasta más o menos el mes de febrero. Pablo y mi amiga entraron en una especie de crisis, y optaron por dejar un paréntesis en su relación: y ahí entré yo de nuevo. Le serví a Pablo como hombro en el que llorar, y volvimos a hablar tanto como habíamos hablado en verano. Unas semanas más tarde su relación con mi amiga ya era historia, pero lo mío con Pablo acababa de empezar.

Nuestras conversaciones eran a veces vacías, hablábamos de tonterías -aunque yo con tal de hablar con él, me daba igual de lo que fuera-, pero otras veces la conversación subía de tono y yo acababa de alguna manera flirteando con él, diciéndole lo guapo que es, lo que me gusta, preguntándole si nunca había sentido curiosidad por estar con un chico... Lo que me llamaba la atención es que no solo no me paraba los pies, si no que la mayoría de las veces se limitaba a poner “jajajajajaja” o “xDD”.

Volvió a ser verano, pero yo estaba un poco triste, porque Pablo se iba a la universidad y ya no le vería por el colegio, pero normalmente en verano todos los jóvenes salimos a los mismos sitios, así que estaba seguro de que durante el verano nos volveríamos a ver unas cuantas veces. Y no me equivoqué. Mis compañeros de curso pensaron que sería una buena idea que cenáramos todos juntos y que luego nos fuéramos a una discoteca que es gratis en julio, y aunque Pablo no era de mi curso, le pregunté si esa noche saldría de fiesta y me dijo que iba a estar en esa misma discoteca con unos amigos. Me alegró saber que podría estar con él.

Le vi antes de entrar a la discoteca. Me acerqué a saludarle y me dio un abrazo. Abrazarle para mí fue como si se parara el tiempo. Olía muy bien, me encantaba su colonia. Estuvimos un rato hablando y cada uno volvió con su respectivo grupo de amigos. Yo entré a la discoteca y de alguna manera me olvidé de que estaba allí. Pero después de estar un rato entré al baño a secarme un poco el sudor -porque hacía un calor insoportable- y a hacer pis (ya sabéis que si bebes te entran muchas ganas de mear). La verdad es que para la gente que había en la pista, el baño estaba bastante vacío. Nada más entrar al baño me choqué con Pablo, que estaba saliendo. Sólo me dijo: -Qué calor hace, madre mía.

Casi no había acabado la frase y yo ya me había abalanzado sobre él y había empezado a besarle. Al principio se mostró reacio, pero le empujé hasta el fondo del baño y cerré la puerta con el pestillo. Ya no tenía escapatoria. Por fin besaba esos labios carnosos con los que tanto tiempo había soñado. Pero Pablo aún no estaba seguro de lo que estábamos haciendo.

-No sé si está bien que hagamos esto, dijo.

-Ya tendremos tiempo para arrepentirnos.

Le cogí de la nuca y volví a juntar sus labios a los míos. Le estaba besando con tantas ganas que me faltaba la respiración. Mi corazón latía a mil por hora. Le separé un poco para recobrar la respiración, y me pareció que el tiempo se paraba. Pero no había tiempo que perder, y continué besando su boca mientras con mis manos desabrochaba los botones de su polo y se lo quitaba. No quería ni tan siquiera separarme de sus labios para desprenderle de su polo, pero lo hice. Mis manos siguieron jugueteando con el vello -cortito, como a mí me gusta- que tenía repartido por su torso, y bajaron a su bragueta. Desabroché la cremallera y le quité el pantalón y los calzoncillos tan rápido como pude. Y dejé su pene al descubierto. Me separé de su boca y miré hacia abajo, buscando su pene. Me llamó la atención lo bonito que era. Medía aproximadamente unos 18 cm, y tenía las venas marcadas. Su glande rosado me llamaba. Y así se lo hice saber.

-

Déjame que te la chupe.

-Hazlo ya.

Me puse de rodillas y me dispuse a meterme su falo hasta la garganta. Empecé a hacer movimientos hacia delante y hacia detrás, masturbándole con la boca. No sé quien estaba disfrutando más, porque yo sólo con ver su cara de placer y siendo consciente de que estaba disfrutando de ese manjar con el que tanto había soñado ya estaba a punto de correrme.

Seguí con su polla, pero me cogió de las axilas, me levantó otra vez a la altura de su boca y me volvió a besar. Metió su mano dentro de mis calzoncillos y me masturbó ligeramente. Que me besara me volvía totalmente loco, me hacía sentir mariposas en el estómago y presión en el pecho, pero yo necesitaba su pene en mi boca. Volví a ponerme de rodillas y a mamarle esa polla que me volvía loco. Esta vez lo hice como si me fuera la vida en ello. Intentaba sacar todo el jugo; y parece que lo conseguí. En poco rato me avisó:

-

¡Alejandro, para ya que me corro!

La verdad es que la simple idea de que alguien se corriera en mi boca me daba bastante asco, pero no sé por qué decidí que quería tragarme hasta la última gota de su leche. Así que miré hacia arriba buscando sus ojos, que ya me estaban mirando, y entendió que yo no iba a dejar de chupar de su miembro. Cerró los ojos y con la cabeza en dirección al techo empezó a gemir. Sus gritos se ocultaban detrás de la música de la discoteca, pero yo los podía oír, y notar como disfrutaba me hacía mamársela con mas ganas. Los gemidos fueron aumentando hasta que noté como convulsionaba. Y de repente, varios trallazos de leche espesa y caliente inundaron mi boca. Tragué todo lo que pude, y cuando Pablo acabó de correrse, relamí su glande en busca de cualquier gota de semen que hubiera quedado por tragarme.

Me volvió a levantar y me dio otro beso en la boca. Esta vez largo, más lento que los que nos habíamos dado antes, como en agradecimiento. Le ayudé a vestirse y antes de que se fuera, le besé en el cuello, para quedarme con su olor. Salió el primero y un poco más tarde salí yo, por si alguien nos veía. No nos volvimos a ver en toda la noche, pero cuando iba en el taxi de vuelta a casa me sonó el móvil. Me había escrito un chat: “Gracias por lo de esta noche. Mañana hablamos”. “Un beso”, le respondí.

Esa noche me dormí con el recuerdo de su olor aún en mi nariz.